miprimita.com

Escándalo 2da parte

en Gays

Cuando llegué a casa tenía un mensaje en el contestador.

- “Lo siento mucho. El programa que tenía mi viejo se frustró y por eso llegó de improviso. Ahora está más calmado, aunque sigue bastante enojado conmigo. Cuando escuches este mensaje, por favor, llámame. Beso.”

Era Daniel, por supuesto. Menudo lío se nos hizo cuando su padre entró en el dormitorio y vio a su hijo dándomela por culo… No pude reprimir una carcajada recordando la cara del pobre hombre ante la situación, y lo frustrado que me sentí por el precipitado desalojo después de tanto trabajo para dilatarme lo necesario a fin de comerme aquel poderoso pollón.

-“Soy yo, Eduardo –dije cuando del otro lado el teléfono fue descolgado- La verdad es que yo también lo siento, porque esperaba pasar contigo una tarde de novela…”

La respiración de Daniel se oía a mil.

-“Lo siento mucho, de veras. Pero ya hablamos claro con mi padre y le dije que tú y yo tenemos un asunto para concluir y no puede ser en otro lado porque en tu casa es imposible y no podemos costearnos un hotel. Así que arreglamos que cuando puedas venir él se va a dar una vuelta por ahí y nos deja el apartamento.”

-“¿Así, sin más? –no salía de mi asombro- Entonces no es tan fiero el león como lo pintaste…!

-“Le cuesta todavía entender, pero al menos aflojó la tensión. Tal vez puedas venir pasado mañana, que tiene que entregar unos papeles en la cooperativa, a eso de las diez de la mañana –dijo con entusiasmo- y como va a demorar bastante rato, podríamos renovar nuestro asunto si te quedaste con ganas, como yo.”

-“¡Sin duda! –lo torée- Tanto trabajo para nada me abrió el apetito. Pero ¿estás seguro que va a demorar? Porque otra situación de éstas no me la banco…

-“No, quédate tranquilo –respondió Daniel- ven como a las diez que ya no va a estar y le damos hasta el mediodía. Quiero comerte bien ese culito que me dejó en ayunas…”

-“Dale. Entonces pasado mañana, a las diez estoy allí. Saludos a tu viejo –dije con sorna- Y dile que demore lo más que pueda, que quiero disfrutar de su nene.

-“Eres un goloso… -rió- Vas a disfrutar al nene y a la del nene, prometo.

El jueves a las diez menos cinco estaba tocando el timbre del apartamento de Daniel. No tardó en abrirme, vestido con un short de futbol negro y recién bañado, con el pelo chorreando como si recién hubiera salido de la ducha. Me plantó un beso hambriento, con una lengua inquisidora que casi me atragantó. Sin mirar, tan sólo con el roce, pude percibir que la amplitud del short exhibía una erección dispuesta a cumplir sus repetidas promesas.

-“¡Qué bueno que viniste! –dijo sonriendo- Mira como la pusiste encabritada… hoy vas a probar de una buena vez lo que es recibir un enema de leche.

No lo discutí. ¿Para qué, si era eso lo que yo más deseaba? Nunca me sentí una “nena”, pero Daniel desde el mismo momento en que lo conocí me hizo desear ser preñado por la lefa de esa poderosa verga que me proponía delicias ilimitadas…

Me fue quitando la camisa con esa prisa que sólo conoce quien está pasado de calentura, y yo, ni lerdo no perezoso, me despojé de los zapatos y del vaquero mientras sentía mi pija dura golpeando sobre mi vientre. Me condujo al dormitorio, donde caí sobre la cama de matrimonio de su padre, porque él dormía en un sillón-cama en el comedor del departamento y era de una sola plaza, lo que dificultaba sobremanera nuestra expansión. Tratando de disfrutar a tope el momento, empuñé su arma enhiesta y suplicante y la introduje en mi boca para lubricarla lo más posible con mi saliva, arrancándole un profundo ronquido de satisfacción.

-“¡Ah! ¡Qué bien que la mamas! Mámala toda, toda, no dejes nada afuera… -suplicaba enardecido. Y yo, que soy obediente, no dejaba afuera ni un solo centímetro, aunque su tamaño es de provocar arcadas.

Sin mucho más, la retiró de mi boca hambrienta y me puso en cuatro patas para tener mi ojete a disposición, dándome una buena ración de lengua y llenándome de saliva el culito que de puro gusto se estremecía, guiñándole como para indicarle que no se detuviese en su exploración.

-“¡Qué culito más caliente, papá! Me lo vas a entregar hasta el fondo, ¿no? Tengo los huevos a punto de estallar y quiero darte toda la leche de una… -me excitaba con la voz de barítono que tanto me deleitaba.

-“Claro, vine a eso. Hoy de aquí no me voy sin una buena ración que me dure al menos una semana –respondí cachondo, deseando que sustituyese ya aquel dedo hurgador por algo más grande y contundente para satisfacer mi creciente gula. –“Quiero que me taladres y me llenes de una buena vez antes de que a tu viejo se le ocurra regresar”-añadí, sabiendo cómo le calentaba la propuesta.

-“No, tranquilo, va a demorar. Pero si en una de esas llega no hay problema: sabe que estaremos cogiendo y no nos va a interrumpir como el otro día” –repuso mientras tomaba de la mesita de noche un frasco de gel con cánula y me lo introducía por el ano ya bastante dilatado y expectante. El líquido un tanto frío me provocó un leve estremecimiento que duró apenas un instante. De repente, sentí la gruesa cabeza de su verga ubicada en la puerta de mi culo, en posición de ataque, y un segundo después casi la tercera parte dentro, alojándose en mi recto con comodidad y en espera de recibir la señal de seguir adelante. Como me sentía tan confortable no vacilé en empujar un poco hacia atrás, para permitir que otra buena porción se abriese camino.

-“¡Ah! Qué divino cómo entra… ya casi está toda. Un poquito más y te azoto el culo con los huevos –anunció con aire casi de triunfo, aunque sin espera que yo, que estaba tanto o más deseoso que él, diese un último impulso para introducir el resto de un tirón.

Sentí una especie de mareo cuando la cabeza rozó el fondo pero no me arredré en lo más mínimo: comencé a mover la pelvis hacia delante y atrás, facilitándole el trabajo mientras sentía sus pesados cojones azotar mis nalgas en un delicioso chapoteo de saliva y lubricante. Ahora sí, la tenía toda adentro y la estaba gozando como hacía tiempo no me comía una pija de tal envergadura…

-“Para, para… no te apures. Déjame a mí la dirección –me rezongó riendo- Parece que los dos estamos con mucha hambre…

-“Qué rico me cojes, Daniel –le alabé –pero me gustaría estar más cómodo.

Daniel me abrazó por la cintura y me fue corriendo por la cama hasta ubicarme de lado, sin sacármela y siempre bombeándome profunda y lentamente. Yo estaba en la gloria, traspasado de placer aunque no exento de cierto dolorcillo producido por aquella terrible herramienta que golpeteaba rítmicamente mi próstata. Pero no quería correrme todavía, la intención era prolongar lo más posible ese encuentro tan deseado.

-“Déjame ponerme encima, por favor –supliqué –me gustaría cabalgarte y mirarte a los ojos mientras vas llegando a tu promesa de hacerme un enema de leche.”

Con mucha parsimonia me retiró la polla y se levantó para encender un cigarrillo. En el entreacto llevé mis dedos hasta el ojete para comprobar si todo estaba bien, y pude conferir que si bien lo tenía muy dilatado, no había ningún daño que no pudiese mejorar con una ducha de bidet bien fría. Se tendió boca arriba a mi lado, dando profundas bocanadas a su cigarrillo y mirándome divertido.

-“Entonces, ¿te gusta? –preguntó.

-“No, no me gusta. Me encanta –dije subiéndome a horcajadas sobre su vientre plano y velludo y asiendo con firmeza su pollón para volverlo al lugar que debía ser su definivo hospedaje. No se habá distendido ni un ápice, por lo que ni bien me senté sobre su glande se disparó recto adentro con aire de familiaridad y dominio. Comencé a balancearme sin permitirle la retirada, y a girar mi oscilación de modo de conservarle enhiesto mientras lo rodeaba con el esfínter en breves apretoncitos para estimular su dureza.

-“¡Qué culito sabroso, cómo me calienta! –dijo expeliendo una larga bocanada de humo –Nunca pensé que nos íbamos a entender tan bien y a complementarnos de esta manera…

-“No digas nada” –repuse –Sólo quiero ver tu cara cuando comiences a acabar y que veas la mía cuando me descargue en tu pecho. Pero me avisas, ¿si? A ver si podemos terminar juntos.

Creo que mis palabras lo enardecieron de tal modo que apagó el cigarrillo en el cenicero que tenía al lado y me tomó de la cintura, comenzando nuevamente a tomar el control. Sus manos bajaron hasta mis nalgas tratando de abrirlas como para que entrara y saliera más profundamente si eso fuera posible. Vano intento, porque hubiese necesitado unos centímetros más de largo ¡si toda ya la tenía clavada dentro!

Su voz y su mirada me anunciaron que ya era la hora de la venida, por lo que apresuré el ritmo de subida y bajada, haciendo un equipo prodigioso con el movimiento de su pelvis. Miré su rostro con estupor porque era inminente su descarga, y con un sofocado grito de triunfo comencé a derramarle una y otra vez mis chorros de semen en su pecho mientras él pegaba un grito animal mientras se vaciaba en mis entrañas, triunfal y repetidamente.

Me proyecté hacia delante sin retirarme, para besarle el cuello húmedo de mis jugos, y me quedé muy quieto mientras sentía deslizarse de mi ano una copiosa catarata tibia con la que había regado mi interior. Con ella salió su verga un tanto menos rígida pero aún pasible de ser festejada. Me voltée para tomarla mientras ponía mi culo frente a su cara, y comencé a lamerla para poder degustar la calidad de su profusa eyaculación, mientras Daniel hacía lo propio lamiendo en mi ojete el resto de lefa que aún iba derramándose al exterior, tibia y viscosa. Nos prodigamos así durante unos minutos esas caricias que disfrutan quienes llegan a prolongar el placer para retomar el juego, y nos levantamos ahítos con las piernas temblorosas del ejercicio para darnos una ducha.

Estábamos secándonos con la puerta entreabierta cuando escuchamos la llave en el tambor de la cerradura de la sala: su padre estaba regresando.

Nos miramos con una mirada cachonda, de complicidad y resignación.

Había que salir, sí o sí, a recoger las ropas. Su short estaba en el piso del dormitorio, pero mis vaqueros, la camisa y los zapatos estaban en el mismo lugar donde seguramente el hombre estaría en ese momento: en la sala, frente a la entrada. Así que Daniel iba a tener que salir por ella, de otro modo yo tendría que desplazarme en cueros para recogerlas y resultaba obvio que el señor iba a notar mi presencia.

-“No pasa nada, no te hagas drama” –me dijo – Ya sabe que hoy estarías aquí, de manera que nada, tranquilo.”

-“Pues no, por mí está bien –dije –Lo que no quiero es confusión como el otro día, nada más”.

Una voz dijo muy calmamente desde la sala:

-“Calma, muchachos, soy yo. ¿No habrá quedado nada para un veterano carente, que se pueda compartir?”

No sé por qué, pero eso me lo temía… Pero es tema de una próxima entrega, si es que los amables lectores me tienen paciencia.