miprimita.com

Ganimedes

en Confesiones

Ganimedes

No tenía más de diecinueve o veinte años. Alto, delgado, pelo rubio como el trigo maduro. Su padre chofer de taxi, su madre empleada del Estado. Muy solo, tal vez, con dificultades para estudiar y con problemas para relacionarse con los demás. La supervisora lo trajo esa temporada de vacaciones ya que le había ido fatal con los exámenes y era hora de comenzar a trabajar. A la segunda semana de trabajar se vino con un pantalón de jean cortado y tajeado por todos lados. Cada pocos centímetros asomaban unos centímetros de piel muy blanca pero con costumbre de sol, esto es, dorada como una costra de pan. Debo haberle caído bien, ya que no perdía ocasión de venir hasta mi oficina con cualquier pretexto y preguntar cómo se hace esto, cómo lo otro, cómo se procesan estos datos, cómo funcionan los porcentajes.

Arrimaba su silla lo bastante como para que sus piernas largas de enrulado vello casi albino tomasen contacto con las mías en una familiaridad de vellos, los míos muy morenos, mis piernas macizas, de compacta musculatura muy firmes para mi edad.

La abundancia de cortes en su improvisada bermuda me dio pautas un día que no me fue posible dejar de mirar que no llevaba nada debajo. Al parecer, era todo carne bajo los harapos tan a la moda y sin embargo tan reveladores, como las hendijas de esas persianas por donde las marujas pueden ver los movimientos de todo el mundo sin ser a su vez vistas. En un determinado movimiento de su pierna el rasgón me permitió ver cómo se escapaban de él en clara huída unos mechones más oscuros de la zona de la entrepierna, y cómo se dibujaba con nítido desparpajo una verga bastante respetable aunque no del todo dura.

Me sumergí en mis cálculos, haciéndome el distraído aunque era evidente que de alguna manera era yo el destinatario de esa muestra no tan disimulada de su cuerpo y atributos.

-Don Lázaro, ¿no va nunca usted a la playa?- preguntó de sopetón- sus piernas están muy blancas, y ese vello oscuro que tiene las hace parecer más pálidas aún...

-En realidad, ya ves. Estoy aquí en este cubículo muchas horas del día y a la hora de salida ya queda poco de sol como para broncearse- respondí, sorprendiéndome de mi respuesta tan cortés, porque ese chiquillo bien que me crispaba.

-Parece mi padre- repuso- Sólo toma color en el brazo izquierdo, que deja en libertad en su ventanilla. Usted tiene los brazos normales pero se ve que no usa nunca bermudas, porque las piernas están bien blancas. Vea las mías ( y se arremangó un poco una de las perneras de su pantaloncillo todo tajeado, aunque era innecesario ya que a simple vista se veía el color dorado y parejo que daba la pauta que no usaba pantalones largos en todo el verano. Al hacerlo, por la bocamanga apareció un testículo envuelto en sedoso vello castaño, repleto, lustroso, espléndido. Sonrió ante la súbita aparición y lo guardó rápido como sin dar demasiada importancia a su exhibición casi completa)

-Puede ser- dije sin ganas de seguir ese diálogo que no sabía muy bien a donde conduciría- No soy demasiado afecto al sol. Y permíteme, que debo ir urgente al baño.

Aquello debió de sonarle como una invitación de mi parte, porque apenas estaba yo comenzando a descargar mi vejiga el inconsciente entró al sanitario y sacando la verga se puso a mear mirando la mía sin ningún disimulo. El lugar de trabajo nuestro es una casa normal con un solo cuarto de baño, por lo que hay una sola ducha, un solo water, un solo lavabo. El muchachito había pelado su pija y estaba meando en la misma taza que yo, y nuestros orines se estaban entrecruzando y mezclándose como si se tratara de un pacto de samurais. Y no me sacaba la vista de la mía, que sintiendo esa mirada fija e insistente como una caricia estaba reaccionando demasiado para mi gusto y seguridad.

-Me gusta su verga, don Lázaro- me dijo sin darme respiro- Me gustaría probarla de todas las maneras posibles...

-No sabes lo que dices, muchacho- respondí con la cara roja como un tomate- primero, no me gustan los varones y tú lo eres. Y segundo, haces mal en tirarte al agua de este modo en tu trabajo. ¿Y si yo fuese un delator? Imagínate que entrase alguien y te encontrase aquí. O que yo hablase con Mariana de tu actitud.

-No lo tome a mal, don Lázaro- dijo casi hipando- lo que pasa es que usted me cae bien y además aunque no me entienda, me gusta. Yo sé que me expongo a que me dé un golpe por atrevido, pero es eso lo que siento...

-Por descontado que no voy a golpearte- lo tranquilicé- no me parece bien golpear a nadie y menos a alguien que no te ha hecho nada. En realidad, lo que me dijiste me honraría si yo tuviese los mismos sentimientos hacia ti, que no es el caso. Mira, no sabes cómo te comprendo y respeto, pero debes aprender a cuidarte. Y mucho más aún en tu trabajo. Ya la vida te dará bastante para aprender sin necesidad de forzar con tu ansiedad las situaciones. Nosotros, amigos como siempre, pero no te confundas. Y respétate siempre, para que todo el mundo te respete.

-Gracias, don Lázaro- balbuceó más aliviado- Le juro que no habrá otra oportunidad para que usted esté molesto conmigo...

-No, Federico- le dije- molesto no estoy, solo sorprendido. Cuídate mucho, que me sé bien por qué te lo digo.

Salí del baño con una extraña mezcla de sentimientos pero mucho más tranquilo. Nadie había notado mi corta ausencia y supongo que tampoco la suya, ya que la coordinadora aun no había hecho su diaria aparición por las oficinas.

El chico trabajó solamente esa temporada y nunca más hubo entre él y yo ningún contacto de piel. Yo lo hubiese evitado, seguramente. Pero fue él quien actuó con madurez y cada vez que tuvo que venir a mi oficina a recabar datos se sentaba distanciado, muy atento y afectuoso como siempre, pero sin buscar la cercanía de mi pierna. Tampoco continuó usando ese pantalón tajeado que me había subyugado con su muestro/oculto de cada tajo. Traía ahora una bermuda cargo muy amplia y larga de color verde militar.

Tres años después lo vi conduciendo un taxi y lo reconocí porque parecía un loco gritándome desde su ventanilla:

-¡Don Lázaroooo! Mi amigooo...

Le saludé con una sonrisa enorme y con toda la amplitud del brazo. Y un pedido sincero al viejo Zeus, apreciador de adolescentes, para que le diera la tranquilidad y la oportunidad de ser feliz a como hubiera lugar.