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Uber da buenos servicios

en Gays

Encontrar un taxi a las siete de la tarde en la entrada del mall es una tarea titánica. Menos mal que días atrás se me había ocurrido bajar en mi celular la aplicación de Uber, de modo que la abrí por primera vez y pedí un automóvil que me llevara hasta la casa de mi hermana, a donde había quedado de cenar hoy. Son unos dieciocho kilómetros más o menos, saliendo de la ciudad hacia el este por la costa. La cena sería a las ocho treinta, por lo que si me demoraba en llegar realmente no pasaría nada.

Pero en seis o siete minutos tenía ante mí un auto nuevecito de color azul en el que subí con mis paquetes para probar el servicio del cual todo el mundo habla maravillas.

-Puede dejar en el asiento de adelante las bolsas, si quiere viajar más cómodo- me dijo el conductor sonriente que acudió al llamado. Lo observé con detención y me sentí muy complacido con el aspecto pulcro tan diferente al de los conductores de taxi usuales, desprolijos y malhumorados. Mi conductor era un tipo cuarentón, con camisa y bermudas verde militar, calzando sandalias que dejaban ver unos pies muy cuidados y bronceados.

-O a la inversa, sentarse aquí adelante y dejar atrás las compras- sugirió siempre sonriente.

Me pareció una excelente idea porque de ese modo podía conversar y amenizar el viaje, además de poder observar al chofer con más detenimiento. Así que coloqué las compras atrás y me senté a su lado en el asiento delantero.

-¿Preferencias musicales? –preguntó solícito, mientras me indicaba la guantera que rebosaba de discos del más variado estilo.

-No por el momento –contesté- ver conducir me relaja más que la música luego de este día complicado.

-¡Oh! ¿Día muy complicado? Entonces podemos conversar de todo un poco para hacerte olvidar las preocupaciones –repuso mientras detenía la marcha frente a un semáforo, aprovechando para acomodarse mejor en el asiento. La pierna derecha, morena y velluda, casi rozaba la mía con estudiado descuido, y el ángulo me permitió observar el volumen de sus muslos y, cosa más importante, el que rellenaba la entrepierna de su bermuda.

-Calorcito hoy, ¿no? – preguntó con una amplia sonrisa, mientras desabrochaba un botón de la camisa por el que escapaba un abundante vello oscuro. –Hoy anduve todo el día con el aire acondicionado a cien –explicó- espero no te incomode.

-Para nada –le tranquilicé –me figuro lo que debe ser el estrés de conducir todo el día con este clima, y el aire realmente está fantástico aquí.

-Ah, no te imaginas. Por suerte ya es mi último viaje del día, y precisamente voy a unas cuatro o cinco cuadras más allá de tu destino. Estoy deseando un chapuzón y una cerveza para aflojar.

-¡Buenísimo! Vivir en las afueras de la ciudad tiene sus ventajas –comenté- Imagino que la familia estará deseando que llegue para compartir la pileta un rato antes de cenar.

-No, no hay familia –explicó- hace cosa de un año me divorcié y mis hijos adolescentes viven con su madre aquí en el centro. Alquilé a una gente amiga una casita de veraneo que tenían desocupada y vivo solo, a mis anchas…

-Uy, qué peligro –reí- pero supongo que no estarás siempre solo y abandonado.

-Bueno, uno se acostumbra a vivir solo, hacer sus compras, limpiar un poco por donde ve la suegra… Pero también a compartir momentos con personas agradables sin hacerse demasiadas complicaciones cuando cuadra y apetece. Sin ataduras ni horarios, que ya los hubo demás –contestó siempre sonriendo, pero volteando esta vez la cabeza para mirarme directamente.

Observé que dijo “personas agradables” sin especificaciones, lo que me permitió comentar:

-¡Qué maravilla! Un chapuzón sin tiempo ni prisas…

-La verdad es que sí. ¿Te gustaría acompañarme? No es una pileta formal, es apenas un tanque de seis mil litros apenas, pero a las órdenes – dijo mientras la pierna derecha ya se apoyaba descaradamente contra la mía causándome un delicioso estremecimiento.

-Es una idea sensacional – respondí sacando el celular para llamar a mi hermana.

-Si te agrada la idea, te invito.

-¿Elena? – Ya mi hermana estaba respondiendo el teléfono – Creo que lo dejamos para mañana, porque estuve haciendo mandados toda la tarde y estoy muy pero muy cansado. Lo que más quiero es darme un baño y acostarme temprano… (La mano del conductor descansaba en mi rodilla como si fuera la suya mientras daba mi excusa) En todo caso mañana te llamo y arreglamos. Beso a todos.

-¿Viste qué fácil? – dijo apretando mi muslo – Así compartimos ese baño y te vas a la cama más relajado.

Seguimos la marcha conversando de todo un poco hasta que llegamos a un chalecito rodeado de pinos, frente a cuyo garaje aparcó. Entramos sin prisa por un living-comedor contiguo a la cocina de cuyo refrigerador sacó dos cervezas bien frías.

-Ponte cómodo, no sientas vergüenza –dijo mientras me daba un largo y húmedo beso – mira que yo no tengo ninguna, y como los muros del fondo son bien altos me gusta entrar a la pileta en bolas.

Me quité la ropa, que dejé junto a los paquetes que bajé del coche, mientras me miraba divertido. Él hizo lo propio, y al fin pude admirar su cuerpo. No era para nada extraordinario: un cuerpo delgado y velludo, con fuertes muslos y discretas espaldas. Pero cargaba un pene de buen tamaño, con el pubis prolijamente recortado y un par de testículos que se balanceaban prometedores. En ese momento pensé que uno nunca está tan desnudo como la primera vez que se desnuda ante alguien y mi sonrisa lo divirtió.

-¿Qué pasa? ¿No te agrada lo que ves? Es lo que hay…

-No, no es eso – me disculpé rápidamente – Me sorprendí pensando en la casualidad de haberte encontrado sin buscarte.

-Ja ja ja –rió – Las casualidades pueden ser excitantes, pero no creo en ellas; creo que en este mundo todo tiene alguna relación que desconocemos. ¿Vamos a refrescarnos? Toma tu cerveza.

Entró al piletón de una, asiendo la botella y sentándose en un extremo.

-Ven, siéntate aquí a mi lado. A propósito: ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Rafael.

-Juan Carlos, encantado – dije mientras me sentaba a su lado y él pasaba un brazo sobre mi hombro.

-Hola, Juan Carlos – rió divertido - ¿Está muy fría el agua?

-En absoluto. Me gusta. Y más la compañía.

Me dio un largo beso con sabor a cerveza artesanal, mientras por debajo del agua acariciaba mi sexo con calma y pericia. Lo sentí como una invitación, y al responder su caricia noté la pujante presencia de su miembro duro como una roca palpitando en mi mano que casi no alcanzaba a rodearlo de grueso que se había hecho en un instante. Después de bebernos las cervezas me sugirió:

-¿Y qué tal si nos secamos y nos vamos a la cama? Creo que ya nos hemos presentado, de modo que ahora podemos pasar a disfrutarnos. Después podemos tomar otro baño.

Asentí con todo gusto, porque ya no aguantaba las ganas de tenerlo no solo en mi mano sino también en mi boca y en mi cola, que se estremecía de placer con solo pensar en ese tronco invadiéndola.

Tomó un toallón de la cuerda que se extendía bajo el alero y me secó a mí primero con afecto y dedicación antes de hacer lo propio. Mientras se secaba me arrodillé para lamer con gula su miembro, tembloroso de deseo.

-¡Ah, qué rico! – dijo con voz ronca de deseo – Ahora en la cama nos vamos a poner al día. Te confieso que hace más de una semana que no tengo sexo con nadie, y estoy con mucha hambre.

-También yo – mentí- Llevo varios días de ayuno y me has despertado el apetito…

Me llevó abrazado hasta dentro, conduciéndome al entrepiso donde tenía instalado su dormitorio con una cama de plaza y media sobre la que me dejó caer mientras se extendía sobre mí, deslizando una ávida lengua húmeda y caliente por todo mi cuerpo. Me acomodé de tal manera de tener su verga en mi boca mientras se estuviera ocupando de la mía, que no daba más de excitación.

Con un dedo humedecido por mi propia saliva que recogió de su miembro totalmente lubricado, me exploró el culo con suavidad y delicadeza. Lo entraba y sacaba rítmicamente una y otra vez hasta que no aguanté más la presión, y le pedí que me penetrara porque no daba más de calentura. Sin decir una palabra me colocó en cuatro y se ubicó detrás de mí, presionando apenas un poco para introducir el glande. Una vez hecho, empujó lentamente hasta la mitad de su longitud, mientras yo jadeaba de placer. Impaciente, arquée la columna y di un envión, metiéndome así el resto yo mismo. Sentí el golpe de los huevos en mis nalgas y le pedí que me diera a su gusto. Ni corto ni perezoso, Rafael comenzó un vaivén rítmico que me llevó al paroxismo: noté cómo me descargaba de puro placer y sin necesitar tocarme para nada, mientras él continuaba con su pongo y quito pausado y profundo. Muy a mi pesar la sacó, pero era para tenderse de lado y volver a penetrarme en una posición más descansada tanto para mí como para él. Estuvo casi un cuarto de hora dándome con calma, y yo corriéndome como nunca lo había experimentado en mi vida. Hasta que mientras me mordía suavemente la nuca me avisó que estaba casi a punto y le pedí que sí, que me inundara, que no aguantaba más…

Sentí el chorro cálido y prolongado de semen golpeando mi próstata en cuatro o cinco copiosas descargas, y al mismo tiempo mis huevos respondiendo alborozados con una eyaculación absolutamente inusual.

Quedé inmóvil aguardando que se retirara, lo que no hizo inmediatamente sino cuando estaba a medio punto, en que la sacó muy despacio mientras mi cola regurgitaba cantidades inverosímiles de leche sobre sus bolas.

-Qué bueno estuvo, ¿no? Me encanta esa cola tragona tuya, Juan Carlos. ¿Nos tomamos otra cerveza? Espero que no tengas apuro… Quiero seguir cogiendo contigo, y si no quieres quedarte a dormir después te llevo a la ciudad.

-Dale. Me viene muy bien otra cerveza, y te tomo la palabra. Creo que si no tienes inconveniente me quedo. Mañana será otro día y la noche recién empieza.

Me dio un beso profundo y me acarició mientras se levantaba para ir al piso de abajo por las bebidas. Yo lo seguí para pasar al baño a lavarme antes de la próxima vuelta. Y vaya que hubo vuelta: tres veces más, hasta que nos dormimos abrazados después de cambiar las sábanas y darnos un ducha tibia.

Me  parece que nunca más voy a abandonar el servicio de Uber.