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La primera vez de Jaime

en Gays

-¿Te gusta?- le preguntaba en voz bajita mientras le introducía el tremendo miembro hasta el fondo, lo retiraba un tanto como para tomar impulso y lo empujaba sin misericordia hasta llenar el espacio expandido por el ariete de carne venoso, largo y grueso con el que destruía las últimas reservas de pudor del muchacho.

-¡Me duele mucho, tío! ¡Sácala, por favor!- respondía el chico casi hecho un mar de lágrimas, buscando la oportunidad de un gesto generoso que el otro, en su calentura, era incapaz de mostrar.

Dos horas atrás, Jaime andaba por la orilla del río con una bolsa de plástico recogiendo conchillas y trozos de vidrio esmerilado para un trabajo del secundario, cuando el hermano de su padre se le aproximó para decirle que debía regresar de inmediato a su casa porque le requerían para un trabajo. Estaba acostumbrado a que cuando su padre tenía un cliente para trabajos de albañilería, a los que iba generalmente acompañado por su tío como ayudante, él quedaba a cargo de la venta de materiales de construcción que funcionaba en la casa luego de despedirles de la fábrica en que habían trabajado por años. El muchacho alternaba sus estudios con el despacho, y de eso vivían en aquel pueblo empobrecido en la última década. El tío, un cuarentón soltero y sin demasiados hábitos de trabajo, vivía con ellos desde hacía un tiempo, cuando la madre de Jaime enfermara y finalmente muriera pidiendo a su marido que no dejara al chico abandonar sus estudios para que algún día pudiese ser “alguien”.

Llegados a la casa, Jaime tomó conciencia de que su padre no estaba allí, ya que la motocicleta con la que éste se movilizaba con el ayudante no estaba aparcada junto al árbol.

-¿Mi padre salió solo?- preguntó.

-Sí. Lo llamaron para dar un presupuesto en Santa Clara, y es seguro que hasta mañana no vuelva- respondió Antonio desviando la mirada.

Jaime puso los objetos recogidos en una palangana con agua, mientras el tío cerraba los postigos de la ventana del recibidor, que era donde funcionaba la venta.

-¿Vas a cerrar ya? No han dado ni las cuatro todavía- dijo con asombro, porque usualmente cerraban el despacho entre cinco y ocho, que era el horario en que se atendía a domicio.

-Hay algo que debo hacer y vas a ayudarme- contestó Antonio mientras colocaba una traba de madera en los postigos- y si alguien viene a comprar va a interrumpirnos.

Jaime, acostumbrado a que su tío era de pocas palabras y siempre parecía de malhumor, no dijo nada y se dirigió al baño a lavarse las manos.

-Bien- preguntó saliendo del lavatorio enjugándose las manos con una toalla- ¿en qué te ayudo, pues?

-Espera que me cambie, no quiero ensuciar esta ropa que es la de salir a trabajar- dijo Antonio dirigiéndose a su pieza, contigua a cocina, donde tenía su catre y un roperito destartalado donde guardaba desordenadamente su escaso vestuario. Se despojó de su camiseta de algodón descolorida y su bermuda de jean y en calzoncillos entró al baño sin cerrar la puerta.

-Pero antes voy a echar un meo- añadió, orinando estruendosamente como de costumbre antes de salir sacudiéndose frente al chico, que acostumbrado a su falta de pudor retiró la mirada esperando órdenes del bruto- Ahora limpiámela.

Jaime no entendió de inmediato lo que su tío quería, de modo que preguntó:

-¿Qué limpie qué?

Y el tío, sin más, señalando con la cabeza el miembro goteante que exhibía respondió:

-Esta.

El chico quedó estupefacto, mirando alternativamente a su tío y a aquel miembro que daba muestras de cierta rigidez escapando del calzoncillo remendado.

-Esta, dale- repitió el hombre, sacudiendo una vez más frente a sus ojos la verga venosa, y aproximándose para tomar su brazo y obligarle a tocarla- Quiero que me la limpies, hincate y lavala con tu boca. Yo sé que te gusta, y si no obedecés te doy una paliza y le digo a tu viejo que entraron ladrones y te cascaron antes de que yo te pudiera salvar.

Jaime, llorando, extendió la mano y la sacudió, obedeciendo. Su padre era alcóholico, y si estaba entonado y sin dinero en el bolsillo era capaz de creer cualquier cosa, bien lo sabía.

-Hincate. Y metétela en la boca para lavarla, que la quiero bien limpita y lustrosa- dijo el tío.

El muchacho obedeció con asco, pero hizo lo que se le ordenaba. Alojó en su boca el miembro que comenzaba a endurecerse, y Antonio aprovechó para iniciar un vaivén dentro de ella, descapullándola y cubriéndola antes de introducírsela hasta la garganta provocándole arcadas de incomodidad y asco. No era un miembro pequeño, para nada: a medio camino gastaba unos dieciocho centímetros fácilmente, y era realmente muy gruesa, surcada de venas que le daban un aire imponente.

-¿Viste? Es así como me estás ayudando. Y si te portás bien, voy a darte un premio todavía- dijo satisfecho.

El chico luchaba por no llorar (“Los machos no lloran”, decían su padre y su tío a menudo) y por no ahogarse, cosa que casi no conseguía sin tremendo esfuerzo. Optó por cumplir rápido el mandato y aprovechar cuando Antonio reculaba para retirarla un poco para respirar hondo maldiciendo su suerte.

-Eso, eso, así- decía Antonio mientras le llenaba la boca de saliva mezclada con una viscosidad salada que despedía abundantemente- ¿Ves? No es tan difícil. Casi estás para recibir tu premio…

Jaime pensó que el premio sería que el tío se fuera a vivir a otra parte, que dejaría de molestarle, por lo que con resignación continuó “lavándola” deseoso de que terminara de una vez su humillación. Tenía las rodillas lastimadas por los granitos de arena diseminados en el piso de cemento sin pulir, y ya algo entumecidas por la posición.

-Ya está bien limpia- dijo esperanzado, tomándola con dos dedos para mostrar su trabajo.

-Sí, creo que está limpia- señaló Antonio- ¿Vos tenés limpio el culito?- preguntó a su vez- Parate y date vuelta que quiero ver si tengo que hacerle una limpieza a fondo- ordenó.

El muchacho se paró, bajó su bañador, lo retiró colocándolo sobre la banqueta y enseñó su agujerito limpio como una patena, pues era un adolescente pulcro.

Antonio lo hizo apoyar sobre la banqueta y lo examinó a gusto, oliéndolo con fruición.

-Parece que está bastante cuidado, sí. Así me gusta- dijo humedeciéndose un dedo con saliva y frotándolo sobre el anillo del muchacho.

Jaime dio un respingo cuando sintió el calloso dedo de su pariente entrándole al ojete como buscando pruebas de su higiene.

-¿Qué, no me creés que está limpio? Yo me baño todos los días, y también me lavo en el río- dijo amoscado.

-Mmm… no sé. Aquí creo que hay un poco de caquita- señaló el tío, introduciendo el dedo más profundamente, lo que hizo dar un salto de dolor a Jaime.

-No puede ser, no. Y me estás haciendo daño- rezongó el chico, aunque el dolor producido por el dedazo se había transformado en una sensación bastante placentera.

-Sí, vamos a lavarlo a fondo- sugirió Antonio sacando el dedo y sustituyéndolo por su lengua, húmeda y viciosa.

Resignado, Jaime suspiró mientras el otro luchaba por meter su lengua en el apretado hoyito, cosa que logró apartando con ambas manos sus nalgas y con una palmada sorpresiva que consiguió que el chico se aflojara un poco. El tío mojó dos dedos con su saliva y los fue empujando, consiguiendo abrirse un camino.

-Soy el primero, ¿no? Vas a ver que tanto te va a gustar que me vas a pedir a cada rato que te revise- dijo por vez primera con una sonrisa, él tan naturalmente hosco y malhumorado- Mmm… sí, soy el primero sin duda.

Pero de improviso lo cubrió con su corpachón, quedando la verga enfrentada con su culito, y empujando de una sola embestida se introdujo sin decir más.

Jaime sintió aquella invasión de su tío en su intimidad como si tuviese un brazo que lo partiese en dos, tal el tamaño de la herramienta que buscaba con desesperación el fondo, y de repente cuando llegó al final del recto un dolor lacerante le invadió, provocándole un estremecimiento de dolor intenso. Antonio no se detuvo, comenzando a meter y sacar el miembro endurecido con movimientos bruscos que no terminaban nunca.

-¿Te gusta?- le decía mientras le mordía el cuello, arqueado por la incomodidad de su posición, con el recto ardiendo por el roce y llorando por la situación en la que se encontraba…

-Me duele mucho, tío. Sácala, por favor- pedía sin ser escuchado. El tío proseguía el mete y saca, buscando la concha de su oreja para lengüetear mientras susurraba con voz imprecisa:

-Sí, así, así. Ah, ¡qué rico culito me estoy comiendo! Vas a ver cómo me vas a pedir todos los días que te dé tu ración, putito. Vas a ser mi nenita y sin chistar, y hasta te voy a prestar a mis amigos si te portás bien…

Repentinamente, cuando cedió el dolor intenso y Jaime tuvo conciencia de estar disfrutando, notó que la pija que estaba alojada en su recto se hinchaba mientras el tío quedaba quieto, rígido, y un líquido caliente le inundaba las entrañas en una serie de chorros seguidos e interminables.

Antonio, satisfecho, la sacó muy despacio, lo arrodilló frente a él y ya con gesto afectuoso le pidió, no le ordenó:

-Ahora limpiámela, chiquito… Todavía tenemos tiempo de volver a revisar si tenés limpio el culito antes de que regrese el viejo.