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Viejo verde: 3 maduros viciosos y...

en No Consentido

He de confesar, cobardemente escondido tras el anonimato de Internet, que últimamente han ocurrido cosas de las que... bueno, digamos que no me siento especialmente orgulloso. Y en momentos como este, en que me siento a escribir, en esos raros momentos en que estoy sobrio y relajado, el recuerdo de tales acontecimientos me provoca remordimientos e incluso cierto asco y desprecio hacia mí mismo.

Pero, si me lo permiten, antes de nada me gustaría presentarme. Me llamo Manuel, tengo 57 años, soy viudo y sin hijos. Me jubilé anticipadamente hace pocos meses y vivo en un barrio de la periferia de Madrid.

Uno de esos barrios populares que surgieron de la nada durante los años sesenta para dar cobijo a las numerosas familias obreras, de escaso poder adquisitivo y bajo nivel cultural, que acudieron a la capital en busca de trabajo, y que presenta un monótono paisaje urbano compuesto por edificios casi idénticos los unos a los otros, carentes de personalidad y de aspecto miserable.

Y también de miserable se puede calificar mi propio aspecto. A mis poco agraciadas características físicas, como mi baja estatura, tan solo 1m58, la calvicie y el sobrepeso, se unen los efectos de la edad y de los excesos cometidos a lo largo de los años, sobre todo con el alcohol, que me han convertido en un hombre carente de atractivo alguno. Les confieso que cuando observo mi grasiento, flácido y velludo cuerpo desnudo en el espejo, me veo obligado a desviar la mirada al cabo de unos segundos. Además, a todo lo anterior viene a añadirse, desde que dejé de trabajar, la poca atención que dedico a asuntos tan importantes como la alimentación, la higiene personal o el cuidado y lavado de mi ropa.

Pero hay algo de mí de lo que sí que me siento, todavía hoy, muy orgulloso. Se trata, aunque les pueda parecer una vulgaridad, de mi realmente excepcional miembro viril. Tengo, como vulgarmente se dice, un pedazo de polla, un rabo monstruoso. Un pene enorme, pesado y gordo, muy gordo, y de 20 centímetros de longitud en estado de reposo. En mis mejores años, hace ya bastante tiempo, cuando experimentaba fuertes erecciones y se me ponía bien tieso, llegaba a alcanzar más de 30 centímetros. Dada mi obsesiva afición por el sexo desde siempre, eso ocurría con frecuencia, y muchas fueron las mujeres (eso si, la mayoría prostitutas) que gozaron con mi extraordinaria verga. Y la que más lo hizo, por supuesto, fue mi difunta esposa, mi Carmen, con la que estuve casado más de 30 años. Una santa mujer que, gracias a su severa educación católica y también a las tremendas folladas que le metía y que la hacían gritar de gusto como una gorrina, siempre me perdonó las juergas y borracheras con los amigos, las infidelidades cometidas (que imagino sospechaba) con las fulanas implicadas en dichas juergas, e incluso alguna que otra bofetada que le pude soltar durante alguna de nuestras frecuentes disputas y en momentos de tensión cargados de vapores etílicos.

Actualmente mi vida transcurre de una manera gris y monótona. Dedico las mañanas a ver la televisión, sumergido en un letárgico estado resacoso, y a deambular después sin rumbo por las calles del barrio hasta la hora de comer. Y las tardes las suelo pasar con mis entrañables amigos Paco y Anselmo, ocupándonos, un día sí y otro también, en jugar a las cartas y beber hasta emborracharnos, en mi casa o en alguno de los muchos baretos del barrio.

En lo que se refiere a mi vida sexual, aparte de las pajas que me casco mirando revistas o videos porno, acostumbro a ir de putas dos o tres veces al mes. Me gusta bajar a Madrid y buscarme alguna guarra por la zona de Montera. Me excitan esas zorras, sobre todo las más jóvenes, cuanto más jóvenes mejor. Mis preferidas son las pequeñas asiáticas, con aspecto de niñas, y las mulatas procedentes de lejanos países de habla hispana. Me da un morbo tremendo el ambiente barriobajero de la zona y los patéticos cuartuchos apestosos en los que las rameras realizan sus servicios. En general les pido que me hagan una mamada, por supuesto sin condón, y me excita verlas abrir las boquitas lo más que pueden para intentar engullir mi morcillona verga (rara vez se me pone realmente erecta, y menos cuando ya voy medio borracho) y verlas atragantarse cuando empujo fuerte mi pollón en su boca hasta introducir parte de éste. Me encanta agarrarles el pelo de un puñado y follarles la boca, sentir el roce de sus dientes en mi polla con el vaivén y la cara de asco que ponen cuando, sin avisar, les mando al correrme el primer chorro de mi pastoso esperma directamente a la garganta. Cuando eso ocurre, suelen echarse bruscamente atrás, como asqueadas, intentando escapar y evitar tener que tragar el resto de mi leche, y termino de correrme frotando fuerte mi rabo contra sus tiernas caritas, que les mantengo pegadas a mí sin soltarles el pelo y dejo chorreantes de semen.

También les contaré, volviendo a mi rutina diaria, que me he ganado en el barrio, muy a mi pesar, la reputación de ser un "viejo verde". Es verdad que durante mis paseos por las calles y plazas no puedo evitar mirar, admirar y desnudar con mi mirada a las mujeres que van y vienen de la compra, a las jóvenes mamás que pasean a sus hijitos y las tiernas jovencitas que asisten a las clases del cercano instituto. Pero, ¿cómo no voy a hacerlo? ¡Las muy zorras van todas provocando descaradamente! Con esas falditas cortas y rajadas hasta casi dejar ver las bragas. O con ajustados pantalones de cintura baja, dejando al descubierto las ricas barriguitas, marcándoles el culo y esos minúsculos tanguitas de furcias. ¡Si es que parece que vayan pidiendo a gritos una polla, joder!

Suele ocurrir que les diga algún piropo, aunque, dependiendo de la hora del día y de la cantidad de vino y coñac que lleve en el cuerpo, el piropo puede en ocasiones ser algo subidito de tono, incluso, lo reconozco, un poquito de mal gusto… Rubiaaaaa ¡Qué buena que estás! ¡Guapaaaaa, te lamería la raja hasta hacerte subir a las estrellas! ¡Ven nena, que te voy a comer el culo y hundir la lengua en la almeja hasta tocarte el hígado!

La respuesta a mis piropos suele ser siempre la misma: dedicarme una mirada mezcla de temor, asco y desprecio, y acelerar el paso para alejarse de mí. E incluso a veces algunas deslenguadas me sueltan algún insulto… ¡Será grosero el viejo gordo asqueroso! ¡Cerdo seboso, repugnante calvo de mierda! En fin, cosillas así.

Bueno, ahora que ya me conocen un poco quiero hablarles de uno de esos sucesos de los que decía antes no sentirme nada orgulloso. Se trata del último ocurrido, aunque no del más inconfesable, y que deseo contar para intentar liberar un poco el peso de conciencia que siento desde que ocurrió hace una semana.

Desde que enviudé hace dos años, hago venir una vez por semana a casa una mujer para que haga un poco de limpieza y me planche la ropa. Han habido varias y la actual, o al menos la que venía hasta la semana pasada, es Maite, una joven de 23 años que vive con el inútil de su marido, Serapio, en el número 15 de mi calle desde que se casaron hace apenas un año. Serapio, alias "El Sera" y de unos 30 años, es transportista autónomo, aunque es tan mierda que apenas consigue encontrar faena unos pocos días al mes y consiente que su joven esposa se vea obligada a buscar escaleras y pisos que limpiar para poder aportar a casa el dinero necesario para ir saliendo adelante.

Maite está muy buena. Cada vez que viene a casa me recreo mirándola mientras trabaja. Observo de reojo como se le marcan los pechos en la tela de la camiseta al levantar los brazos para limpiar el polvo de los muebles, y le miro las piernas y los muslos que se descubren al agacharse a fregar el suelo. Me vuelve loco verla, me hace babear de deseo y me da gusto frotarme la polla con la palma de la mano sobre la tela del pantalón mientras le clavo mi viciosa mirada. Confieso que en un par de ocasiones me ha costado horrores reprimir las ganas de tirarme sobre ella, arrancarle la ropa y follarla ahí mismo, tirada en el suelo de la cocina o del baño. Sospecho que ella se da cuenta y estoy seguro de que percibe en mi viciosa mirada, y sobre todo en el imponente bulto de mi entrepierna, que es imposible que no haya notado nunca, el deseo que me inspira. Pero ella siempre se escabulle con alguna banalidad y evita hábilmente quedar cerca de mí, y aún más todo roce y contacto físico conmigo. Cuando termina su tarea siempre rechaza mi invitación a tomar algún refresco, alegando tener mucha prisa, guarda en su bolsito los 30 € que le pago y se marcha rápidamente.

El pasado martes por la tarde me encontraba con Paco y Anselmo en casa cuando, inesperadamente, se presentó Maite. Venía muy acalorada, ya que acababa de fregar de arriba abajo la escalera del edificio, y me dijo que esa semana iba a estar muy liada y que no podría pasar por mi casa, pero que si quería podía dar un repaso rápido durante una hora o dos esa tarde. Acepté la proposición y la hice pasar al salón, donde estaban mis amigos. Le propuse que se sentara un poco a descansar antes de comenzar a limpiar, y que tomara una cerveza para refrescarse. Ella aceptó, aunque un poco dudosa y dedicando una fugaz mirada tímida y desconfiada a mis amigos, a los que presenté. Nosotros ya hacía rato que estábamos jugando a las cartas y bebiendo cerveza para combatir el calor. No se puede decir que estuviéramos borrachos pero sí que andábamos ya un poco tocados, e imagino que ofrecíamos un cuadro poco inspirador de confianza.

Anselmo, un guardia civil jubilado de 60 años y tan gordo y poco agraciado como yo, estaba tirado en el sofá. Con su porcina cara enrojecida y sudorosa por el calor y la bebida, y sus pequeños ojillos viciosos clavados en las tetas de Maite, cuyos pezoncitos apuntaban contra la tela amarilla de la camiseta. Ofrecía una imagen obscena, recostado y tensando la tela del pantalón (uno de esos de tergal baratos comprado en el mercadillo que ponen en el barrio los jueves) con la prieta masa de grasa de la barriga, y sus órganos genitales que se insinuaban en un bulto complementario por la parte baja, hacia el cual el bueno de Anselmo dirigía su rechoncha mano de vez en cuando para darse una intensa y poco elegante rascada.

A su lado estaba Paco, mi mejor amigo y antiguo compañero de la fábrica de ladrillos, donde trabajamos juntos durante 15 años. Paco no pudo beneficiar, por sus 52 años, del plan de jubilaciones anticipadas al cierre de la empresa y está actualmente en paro. Es flaco y nudoso, puro músculo y nervio debajo una piel morena, reseca y arrugada, en la que luce multitud de burdos tatuajes, legado de su poco gloriosa carrera militar en el seno de la Legión, primer Tercio "Gran Capitán" de Melilla, dónde no pasó de cabo en los 10 años que permaneció. Tiene una voz muy desagradable, profunda y rota, completamente cascada por el tabaco, el alcohol y los años de gritos dados a los reclutas que tuvieron la desgracia de caer en sus manos durante el periodo de instrucción.

Paco es buena gente pero, cuando está bebido, es impredecible, enfurece por cualquier tontería y se pone en un estado que les aseguro que acojona al más pintado, que da auténtico pavor. Muchos cojones hay que tener para plantarle cara cuando se transforma así. Yo, personalmente, nunca he visto a nadie, por joven o fuerte que fuera, que se haya atrevido a hacerlo y acabado sin necesitar asistencia médica.

Maite se sentó, juntando pudorosamente las piernas y tirando hacia abajo de su cortita falda de tela vaquera, en una silla situada frente al sofá, delante de la mesita del salón. Fui a la cocina a por unos botes de cerveza para todos y al regresar pude notar lo tensa que estaba Maite ante las miradas y lúbricas insinuaciones del par de salidos de mis compadres. Puse las latas en la mesita, junto a uno de los ceniceros desbordantes de colillas, y abrí una de ellas para Maite. Ella se volvió hacia mí y tendió la mano para coger la cerveza que le ofrecía. Al hacer ese gesto y desde mi posición, pude admirar sus jóvenes tetas de oscuros pezones que se dejaban ver por el hueco de la ancha manga de la camiseta.

Entonces todo se desencadenó muy rápido. Fue como si acabara de recibir una descarga eléctrica. Sencillamente, creo que perdí la cabeza, y mis recuerdos a partir de ese momento son un tanto confusos.

Colocándome detrás de Maite y desde arriba, bruscamente, cegado por un súbito deseo animal, le introduje una mano por el escote de la camiseta y le agarré uno de sus pechos, que comencé a apretujar con fuerza. Al mismo tiempo me agaché sobre ella y comencé a lamerle el cuello, la cara, la oreja, el pelo, con largos y húmedos lengüetazos, excitado como un animal en celo, gruñendo como una bestia, gozando del sabor y olor a hembra que despedía. Ella se debatía como una fiera intentando escapar, gritando e insultándome, pero mi brazo la retenía fuerte contra el respaldo de la silla, mientras mi mano le pasaba de una teta a la otra, apretándoselas fuerte y pellizcándole y retorciéndole los pezones.

-¿Pero que hace, guarro?! Déjeme, cabrón, me hace daño, viejo puerco asqueroso, noooo... –gritaba junto a mi oído mientras lamía su cuello.

Cesé de darle lametones y al levantar la vista vi las caras de salidos que ponían mis amigos. Sentados enfrente observaban con infinito vicio en la mirada esa joven hembra asustada que en su descontrolado intento por escapar de mí adelantaba la parte baja de su cuerpo, queriendo abandonar la silla en la que la retenía, haciendo remontar la faldita y dejando desnudos sus magníficos muslos, morenos y duros, y mostrándoles la blancura de sus bragas.

- ¡Qué buena que está, la hija de puta! -exclamó babeando de excitación y con cara de demente el gordo de Anselmo, al tiempo que comenzaba a levantar su pesado cuerpo del sofá.

Maite aprovechó ese segundo de distracción que pasé observando las reacciones de mis amigos y consiguió zafarse y levantarse de la silla. Furiosa, se dio la vuelta y quedó plantada frente a mi, encarándome, y comenzó a gritarme medio histérica una larga serie de insultos. No pudo ver como detrás de ella se erguía la afilada figura de Paco, que se había puesto en pie y alargaba una mano para empuñarla del pelo y tirar de ella bruscamente hacia atrás, haciéndola caer y dejándola tumbada boca arriba sobre la mesita, de la que cayeron al suelo ceniceros, naipes, vasos y botes de cerveza.

Inmediatamente, evitando sus patadas y colocándome entre sus piernas, le agarré con las dos manos la falda y las bragas y se las saqué con fuertes tirones. Quedo despatarrada, con su delicioso coño abierto al borde de la mesita que yo, agachándome, colocándome delante y abriéndolo con los dedos, comencé a lamer golosamente y a hundirle la lengua dentro con ansia.

Paco le rodeaba el cuello con un brazo, impidiéndole todo movimiento, con la otra mano le tapaba la boca para ahogar sus gritos y le croaba obscenas palabras al oído con su quebrada voz, con la boca fija en una mueca indefinible y alternando sus cortas frases con lengüetazos por toda la cara.

Anselmo le desgarró la camiseta a tirones y comenzó a mamarle sonoramente las tetas, con un ruido de succión y de baboso chupeteo. Al mismo tiempo se bajó el pantalón y el calzoncillo hasta liberar su flácida verga, que comenzó a pajear con rabia, sin cesar de comerle las tetas a Maite.

La excitación era tal que sentía mi pene manifestarse de manera inusual, endureciendo y apretando duro dentro del pantalón, como hacía mucho tiempo que no lo sentía.

Cada vez lamía con más ganas ese jugoso coño. Alternaba los largos lengüetazos desde el culo y por toda la raja con una intensa chupada de clítoris, para seguidamente hundir en él la lengua lo más profundamente que podía y agitarla dentro. Sé que estaba fuera de mi y en un estado que no era normal pero juraría que Maite era receptiva a la intensa comida de coño que estaba recibiendo y que comenzaba a gozar con ella, puesto que ya ni siquiera me hacía falta mantenerle las piernas separadas con las manos. Las tenía ocupadas en intentar quitarme los pantalones, algo complicado dada la postura y lo voluminoso de mi cuerpo. Mientras, los muslos de Maite se mantenían ellos solos abiertos, muy abiertos, la mano de Paco ya no le tapaba la boca y un suave gemido había venido a sustituir a los gritos.

Anselmo tenía la polla medio tiesa y le pidió a Paco echarse a un lado para metérsela en la boca a la chica. Se colocó detrás de ella y, levantando con las manos la gelatinosa y sudada masa de grasa de la barriga, se agachó hasta colocar los huevos y la verga sobre la boca de ésta. Paco, arrodillado a su lado, le dio una bofetada y le gritó con un desagradable graznido:

- ¡Mámale la polla a mi amigo! ¡Vamos puta, cómetela!

Ella obedeció sin rechistar. Agarró la verga de Anselmo con una mano, se la metió en la boca y comenzó a chuparla, mientras sobaba con la mano los gordos huevos del obeso, que colgaban rozándole la cara. De nuevo me llamó la atención su comportamiento. A pesar de que su primera reacción ante la forzada felación fue de rechazo (incluso tuvo un par de fuertes arcadas, supongo que por el desagradable olor a sudor y orina rancia que despedía la peluda entrepierna de Anselmo) al cabo de un minuto no solo chupaba esa polla, como se le había ordenado, sino que se puede decir que la estaba follando con la boca, con rítmicos movimientos de cabeza, mamándola fuerte y metiéndosela bien profunda, hasta casi tocarle los huevos con los labios.

- ¡Está disfrutando, la guarra! –soltó Paco con un grito de triunfo- Te gusta ¿verdad, furcia? Ese mierda del Sera no sabe darte lo que necesitas, ¿a que no?

Ella no contestaba y seguía chupando y dejándose lamer. Noté como su cuerpo sufría una leve sacudida y mi boca, que seguía incrustada en su coño, se empapaba de una repentina y abundante secreción de fluidos vaginales. ¿Se habrá corrido? me pregunté…

Cansado por la prolongada posición y harto de intentar y no conseguir quitarme los pantalones así agachado, me levanté y retrocedí unos pasos. Paco, que se había desnudado mientras tanto, aprovechó para venir a ocupar mi posición entre las abiertas piernas de Maite. La agarró de los tobillos y le levantó y separó las piernas para seguidamente clavarle la pija y comenzar a bombearle el coño con violentos movimientos de cadera. Mientras me desnudaba a su lado observé como con cada una de las embestidas de Paco las tetas de la chica se sacudían como flanes y la polla de Anselmo venía a incrustarse más profundamente en la garganta de Maite. Tras varias de estas fuertes sacudidas, el gordo comenzó a gemir y gruñir como un cerdo, era evidente que se iba a correr. Maite se sacó la polla de la boca justo en el momento en que los chorros de semen comenzaban a brotar y ladeó la cabeza para evitar recibirlos directamente sobre la cara, aunque no dejó de pelar fuerte la verga del gordo con la mano mientras este gruñía y vaciaba sus cojones sobre ella. Con la cabeza así ladeada su vista vino a clavarse sobre mi erecta e impresionante polla, que yo pajeaba mientras observaba como mis amigos la gozaban. Al ver mi enorme verga no pudo retener una breve y apenas audible exclamación, no sé muy bien si admirativa o temerosa.

- ¡Jodeeeer! –dijo en un susurro.

Me acerqué a ella y le coloqué la polla a pocos centímetros de la cara, por la que resbalaba el esperma de Anselmo, pelándomela y dejándole admirar el enorme rollo de carne que pronto tendría incrustado en el coño.

- Mira que pollazo te voy a meter, furcia. Esto si que es un rabo y no lo que tiene el maricón de mierda de tu marido. Seguro que nunca te folló ninguna como esta, ¿verdad, pequeña ramera?

Ella permanecía muda y Paco seguía follándola, embistiéndola como un poseso, gimiendo y dándole fuertes pollazos con su alargada verga hasta que, emitiendo un penoso grito cascado, se corrió dentro del coño de la chica. Yo no aguantaba más, pedí a Paco retirarse y vine a colocarme de nuevo entre las piernas de la mujer.

Mis amigos se situaron uno a cada lado de ella. Querían ver en primera fila la follada que le iba a meter y cada uno le agarró de una pierna, manteniéndolas bien separadas. Observé por unos segundos a Maite, allí tirada sobre la mesita, con la cara todavía ladeada y chorreante de semen, los ojos entornados, la boca entreabierta, las piernas mantenidas por mis compinches obscenamente separadas y el coño, del que le salían algunas gotas de esperma resbalando y cayendo al suelo, totalmente entregado e indefenso ante el inminente ataque de mi tranca. Sin demorarme más, completamente poseído por el deseo como un animal, me agarré el rabo con una mano y apoyé el hinchado glande (en ese momento del tamaño de una pelota de tenis) sobre los babeantes labios de su sexo y comencé a empujar. Gracias a la posición y lo lubricado que estaba por la anterior follada y corrida de Paco, pude introducir la cabeza de mi polla entera con unos pocos empujones, arrancándole a Maite una serie de profundos quejidos. Seguí embistiendo e introduciendo cada vez más centímetros de carne caliente y dura en su tierna cavidad. Ella emitía un suave gemido, como un tímido lamento, mientras mi gorda polla le dilataba y penetraba el coño, llenándoselo como seguramente nunca se lo habían llenado antes, y cada vez más profundamente puesto que, cegado por el intenso placer que sentía y el vicio que me poseía, la embestía cada vez más fuerte, con más rabia, hasta llegar a metérsela casi por completo chocando contra el fondo de su joven vagina.

- ¡Dale Manolo! Así, siiiiiii, pártele el coño a esta puta –me animaban mis amigos- Dale fuerte, mírala como le gusta, como está gozando, ¡la muy cerda!

La verdad es que, según creo recordar, ella gemía más y más fuerte conforme la intensidad de mi follada se acentuaba, conforme mi polla endurecía con el bombeo dentro de su completamente entregado y lubricado coño. Incluso me pareció sentirla temblar de placer en un par de ocasiones y la vi colocarse el puño en la boca, que mordió intentando ahogar el sonido de sus intensos gemidos.

Seguí follándola un buen rato ante la atenta mirada, los vítores y obscenos comentarios de mis amigos. Las gotas de sudor resbalaban por mi cara, por mi espalda, entre los brazos y los costados desde las axilas, y las veía caer sobre mi peluda barriga y el cuerpo de Maite. Aceleré la cadencia de mi follada hasta alcanzar un ritmo frenético, hasta que sentí una avalancha de intenso placer y supe que me corría. Hubiera querido hacerlo, como tanto me gusta, sobre la carita de la chica, pero he de reconocer que perdí el control y, gritando mi placer como un animal, gruñendo como un puerco sin poder retenerme, comencé a verter los intensos chorros de mi leche dentro del coño de Maite.

Fue una corrida larga e increíblemente placentera, como no recordaba haber vivido hacía muchos años. Las piernas me temblaban y, sacando mi aún semierecta verga del grotescamente dilatado y chorreante coño de la mujer, me dejé caer rendido sobre el sofá mientras mis amigos, riendo divertidos y satisfechos, comenzaban a recuperar sus ropas esparcidas por el suelo y a vestirse. También Maite se incorporó y levantó de la mesa, y comenzó a recuperar su ropa ante la burlona mirada y algún que otro comentario de mis socios.

- Has gozado como una perra ¿verdad putita? ¡No lo niegues! Ya sabes donde estamos para servirte, zorrita, y no dudes en venir cada vez que ese imbécil de Serapio te deje con ganas de macho.

Ella se retiró sin hablar contra la pared opuesta. Apoyándose en ella, se limpió con la falda los chorros de esperma que resbalaban por sus piernas antes de ponérsela y se vistió apresuradamente. Cuando hubo terminado, sin decir ni una palabra y con la cabeza agachada, quizás para disimular las lágrimas que resbalaban por su cara, se dirigió hacia la puerta y se marchó corriendo.

No he vuelto a saber de Maite desde entonces. Ayer la vi por la calle pero cruzó apresuradamente a la acera opuesta antes de llegar a mi altura y se marchó en dirección contraria. Sospecho que ya no va a venir más a limpiar a mi casa. No sé que pensar. Como decía al principio, a veces me pesa un poco la conciencia y me pregunto...

¿Estuvo mal lo que hicimos? ¿Abusamos de Maite contra su voluntad? ¿Fue una violación?

Ante la duda y dado lo mucho que me he excitado rememorando y relatándoles este episodio, creo que esta tarde iré a tomar unos vinos y dar una vuelta por la zona de Montera.