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Esclavo de su cuerpo núbil

en Hetero: General

Mi reacción cuando Leonor me anunció que se marchaba de casa y que exigía el divorcio fue, como supongo que es normal, primero de sorpresa y estupor, y luego de indignación y cabreo.

Un buen día al volver del trabajo me la encontré esperándome en la entrada, ya con las maletas hechas y el abrigo puesto. Me anunció que chateando por Internet había conocido a un informático de Badajoz y que se marchaba a vivir con él. Me explicó que había encontrado en él a ese hombre atento, sensible y romántico con el que había soñado toda su vida, y me reprochó no haber sabido hacerla feliz, haberla tratado sin miramientos ni ternura, haber mostrado siempre un carácter rústico e incluso brutal, además de ser, añadió, un impresentable machista y un egoísta, un guarro y un obseso sexual. Dos minutos más tarde, sin dejarme tiempo de reaccionar ni contestar a sus acusaciones e insultos, había desaparecido.

Pero varias semanas después, una vez que conseguí tragarme el orgullo y digerir la traición y los cuernos, me sentí incluso contento y feliz, como liberado tras una larga condena. Y es que después de más de veinte años de matrimonio todo era tedio y malas caras. No se puede decir que existiera cariño, ni mucho menos amor y pasión entre nosotros, aunque si es cierto que mi carácter fogoso y mi viciosa afición por el sexo me empujaban con frecuencia a tratarla de manera poco delicada y buscar placeres carnales no siempre deseados y compartidos por ambos.

Recuerdo que en particular mi ex esposa me reprochaba mis gustos por el sexo oral y anal. Aunque no tenía inconveniente en dejarse lamer el coño hasta correrse gritando de placer como una gorrina, le repugnaba mamarme la verga, y más aún recibir en la boca y tragar el semen, cosa que yo le obligaba a hacer en ocasiones en que, poseído por un deseo animal, la agarraba de la cabeza y le metía profundamente el pene hasta la garganta mientras eyaculaba. Reconozco que quizás no fuera muy tierno y respetuoso por mi parte hacer tal cosa.

También quiero apuntar, esto para mi defensa, que Leonor poseía (e imagino que lo sigue teniendo) un trasero de esos anchos y carnosos que tan bien se prestan e invitan a la sodomía, práctica que no se puede decir que fuera muy de su agrado pero a la que accedía (la verdad es que muchas veces sin tener realmente elección) para contentarme y evitar disputas. Confieso que me encantaba tenerla postrada ante mi a cuatro patas, agarrarla de la riñonada y penetrarle el ano, sentir la verga entera hundida y prieta en el estrecho conducto de su recto, yendo y viniendo en su culo hasta correrme gruñendo de gusto e inundándoselo de esperma.

Sentí pues, como decía, una sensación de libertad recobrada, de poder respirar nuevamente a pleno pulmón. Me ganaba la euforia y me las prometía muy felices imaginando aprovechar de esa libertad para vivir toda clase de experiencias y aventuras con las que hasta entonces no había podido más que soñar en mis fantasías. ¡Qué equivocado estaba!

En realidad me esperaba un largo periodo (de más de cuatro años) triste y oscuro, marcado por la soledad y la desesperación al constatar, con gran frustración, que con mi físico y a mi edad, ya bien metido en la cuarentena, era incapaz de atraer a esas chicas jóvenes y tiernas que tanto me gustan y despertar en ellas un poco de interés por mi. Un periodo en el que se sucedieron infinidad de patéticas juergas y borracheras, las cuales solían comenzar a media tarde en el bar de al lado de casa y terminar bien entrada la noche en la parte trasera de algún burdel y en compañía de alguna ramera.

He de confesar que acabé volviéndome adicto a las putas. En especial a las más jóvenes de ellas. La compañía de mujeres de mi edad, aquellas que conocía o me presentaban en fiestas, no me atraía ni satisfacía en absoluto. Solo entre las putas encontraba la posibilidad de acceder a cuerpos mancebos y gozar de ellos, con el añadido de poder dar rienda suelta a todos mis deseos y perversiones sin ningún tipo de inhibición.

Claro está que la totalidad de mi sueldo se esfumaba en pocos días, derrochado en financiar juergas y remunerar compañías, las cuales me proporcionaban un consuelo efímero y satisfacciones muy superficiales. Día tras día, al despertar solo en mi cama, con la cabeza embotada por la resaca y el silencio absoluto por única compañía, me iba hundiendo más y más en la tristeza y la depresión, las cuales intentaba acallar al llegar la tarde y salir del trabajo con una nueva borrachera y alquilando un nuevo cuerpo en el que derramar mi esperma y con él un poco de mi frustración y dolor. Estaba sumido en una espiral infernal.

Por eso cuando conocí a Amelia el pasado verano fue realmente como volver a nacer. Un domingo por la tarde mi amigo Benito, compañero del taller mecánico donde trabajo, al salir de ver un partido de fútbol al que habíamos ido juntos me invitó a acompañarlo al bar donde había quedado con su mujer y su cuñada Amelia para tomar unas cervezas. El flechazo nada más conocernos, al menos por mi parte, fue fulgurante. Puedo afirmar que media hora después de haberla conocido y haber estado charlando con ella ya estaba enamorado.

Amelia es una mujer de 36 años, de pelo largo y oscuro, con una carita muy linda y de apariencia juvenil para su edad. Habla con desparpajo y un encantador acento murciano que hacen que puedo escucharla hablar durante horas (¡algo de lo que es muy capaz!) sin cansarme y deleitándome de la gracia y el encanto de sus frases. Y posee un cuerpo por el que sentí deseo desde el primer minuto. Es cierto que su físico está lejos de asemejarse al de esas jovencitas que me hacen caer la baba y endurecer el pene de deseo nada más verlas, pero posee tales feminidad, gracia y dulzura, tal encanto natural, que enseguida me rendí a ella y quedé subyugado.

Habría que añadir, para completar el idílico cuadro, que nuestra compenetración sexual y la compatibilidad de nuestros deseos son totales. Amelia, después de varios años de viudedad en los que, según me afirmó, no había conocido hombre, estaba hambrienta de sexo y placeres, y yo apreciaba y valoraba mucho el tener a mi lado a una mujer ardiente y apasionada, que expresaba un deseo real por mi, que se entregaba sin condiciones y gozaba plenamente de todo lo que hacíamos.

Ya en nuestro segundo encuentro, al llevarla de vuelta a su casa en mi coche después de haber ido al cine, compartimos nuestros primeros orgasmos juntos. En el interior del auto, en su calle y a pocos metros de la puerta de su casa, nos masturbamos mutuamente al tiempo que nos besábamos con inusitada pasión, como dos adolescentes enamorados y abandonados al deseo salvaje, devorándonos las bocas y las lenguas, mezclando nuestras salivas entre gemidos mientras nuestras manos se perdían por entre la ropa.

Mi mano izquierda desapareció por debajo de su falda, entre sus piernas, mis dedos le ladearon la tela de las bragas y dos de ellos se hundieron profundamente en su encharcada vagina para iniciar un rítmico movimiento de mete y saca que en pocos segundos le arrancaron lastimosos gemidos e hicieron temblar su cuerpo de placer al correrse. Ella por su parte me había abierto la bragueta, liberado la polla y me la cascaba duro, tan intensamente que también enseguida comenzaron a brotarme de ella largas y abundantes lanzadas de esperma que le pringaron la mano, nuestras ropas y mi asiento. Cuando dejé de eyacular Amelia relamió el semen que goteaba por su mano y volvió a meterme la lengua en la boca, iniciando así otro largo e intenso beso impregnado del sabor de mi esperma.

Desde ese día comenzamos a vernos casi a diario. Nuestra relación se fue haciendo rápidamente profunda y sólida, y pronto nos volvimos totalmente dependientes el uno del otro, haciéndosenos insoportable el pasar un minuto separados. Me sentía colmado, sereno, satisfecho y completamente feliz, como no hubiera creído poder volver a sentirme. Escarmentado por mi anterior fracaso matrimonial y horrorizado ante la posibilidad de perder a Amelia y volver a verme solo y desgraciado como lo había sido durante los últimos años, decidí aplicarme al máximo en cuidar, mimar y mantener vivos ese amor y esa pasión.

Cada día me imponía halagar a mi amada, hacerle piropos y cumplidos, le compraba flores al menos dos veces por semana, le mandaba mil mensajes al teléfono móvil solo para decirle que la quería y que la echaba de menos, que la deseaba con locura. También le hacía regalos con frecuencia, aunque fueran pequeñas cosas sin gran valor económico pero que servían para demostrarle mi adoración y que ella apreciaba enormemente, hasta el punto que en la mayoría de las ocasiones provocaban que los ojos se le nublaran de lágrimas de felicidad.

Y en cuanto teníamos un rato corríamos a mi casa para hacer el amor (ir a la de ella era más difícil ya que vivía con su hija Lidia) y gozar del sexo sin tabúes. Siendo ambos grandes amantes del sexo oral nos encantaba pasar largos ratos tumbados desnudos el uno sobre el otro, en la cama o sobre el sofá, tirados en la alfombra del salón o en el suelo de la cocina, y dándonos placer mutuamente con la lengua. En general ella venía a sentase sobre mi cara. Con un muslo a cada lado de mi cabeza, me plantaba el coño abierto en plena boca y yo se lo comía con ansia, lo penetraba con la lengua y los dedos, le chupaba el clítoris, recorría con la lengua toda la raja del culo y le exploraba también con ella el ano, mientras ella se tumbaba sobre mi barriga y comenzaba a chuparme y lamerme los huevos y la polla, poniéndomela completamente tiesa y dura.

En general Amelia solía correrse en mi boca a los pocos minutos de estar siendo lamida. Tras el orgasmo quedaba tumbaba sobre mi panza para recuperar el aliento y se dejaba lamer el culo volviéndose a calentar rápidamente. Entonces, deseosa de ser penetrada, se colocaba a cuatro patas y me ofrecía sus lubricados y dilatados orificios. Antes de follarla solía dedearla intensamente, con la intención de llevarla de nuevo a las puertas del orgasmo, para seguidamente hundir la polla en los babosos labios de su coño y follárselo con rabia, mientras con el dedo pulgar de una de mis manos le penetraba y pajeaba el ano. Al sentir mi placer crecer y poco a poco acercarme al éxtasis, solía sacar el pene de su coño para penetrarle el culo, deleitándome de la sublime sensación de sentir mi verga atrapada en ese conducto húmedo y cálido, estrecho y profundo.

Muchas veces, sobre todo si Amelia se corría gimiendo de esa forma que tanto me excita oír, perdía todo control y eyaculaba follándole el culo. Pero otras, Amelia, al sentirme a punto de correrme y sabiendo lo mucho que me gusta, venía rauda a buscar mi pija y la engullía entera, tragándosela hasta hacerme sentir en los huevos el roce de sus labios tensos abarcando mi gorda tranca, me apretaba los cojones con una mano mientras utilizaba la otra para penetrarme el ano con uno de sus dedos, precipitándome inexorablemente al orgasmo y obligándome a gruñir de placer mientras mi esperma se derramaba muy al fondo de su garganta.

Como pueden ver la situación era ideal, nuestra relación pura e intensa, afianzándose un poco más cada día. Y como pueden imaginar nuestra alegría de vivir y nuestras ganas de hacer proyectos juntos eran inmensas. Por eso, apenas cuatro meses después de habernos conocido, decidimos vivir juntos. Puesto que yo vivía en un piso de alquiler (el mío tuve que venderlo para poder darle a mi ex esposa su parte y pagar algunas deudas) se impuso la solución de que me instalara yo en su casa. La única duda que se planteaba al respecto era la reacción de su hija Lidia, la cual apenas había tratado y que siempre demostró hacia mi una actitud de desconfianza e incluso cierto desprecio.

Tras unos primeros días de difícil convivencia y varias discusiones muy serias entre Amelia y su hija, la situación se estabilizó y encontramos un modo de funcionamiento más o menos satisfactorio. Además, la muchacha, al comprender que adoptando una actitud hostil y violenta no iba a conseguir nada, cambió de estrategia y comenzó a actuar de manera muy diferente.

Sustituyó las palabras y miradas despectivas e insultantes por sonrisas y una amabilidad incluso un tanto exagerada e hipócrita. Y empezó a mostrarse cariñosa conmigo. Muy cariñosa. Quizás demasiado cariñosa.

Supongo que seguramente la chica percibía esas miradas que desde mis primeros días en la casa le suelo dedicar y en las cuales sin duda se refleja el intenso deseo que me es imposible evitar sentir por su joven feminidad. Eso son cosas que las mujeres notan en seguida. Y que saben explotar muy bien.

Cuando regresaba a casa y le daba un beso a su madre, siempre tenía otro para mí, pero me lo daba demasiado cerca de la boca, haciéndome sentir en los labios su aliento caliente y tentador. Incluso a veces, si Amelia no la podía ver, colocaba una de sus manitas en mi nuca al darme el beso, se pegaba contra mi pecho haciéndome sentir contra él sus duras tetitas e incluso rozándome con uno de sus muslos en la entrepierna. Es evidente que la muy zorra lo hacía con toda intención y el objetivo de alterarme y distraer la atención que dedicaba a su madre, cosa que conseguía totalmente ya que yo solía acabar con el pene erecto y latiendo de deseo, un deseo tan intenso que a veces me veía obligado a ir a masturbarme al baño para poder relajar esa obsesión por la joven, despejarme la cabeza y volver a concentrarme en mantener la armonía y felicidad que me unen a Amelia.

Quiero hacer un pequeño paréntesis para aclarar algo. Habrán observado que no he indicado la edad de la chica. Me temo que ello podría dar lugar a ser juzgado de manera equivocada e injusta por parte del lector. Lo que puedo asegurarles es que Lidia posee ya un cuerpo de linda mujercita, exuberante y totalmente formado, pura tentación para cualquier hombre, y sobre todo un carácter y una personalidad en absoluto infantiles, sino más bien dignos de una mujer adulta e independiente, que sabe lo que se hace y lo que quiere.

Poco a poco la situación fue degenerando. Con el paso de las semanas Lidia comenzó a andar por la casa, al salir de su habitación o del cuarto de baño, en ropa interior. En general vestida con minúsculas braguitas y poco más. Como se pueden imaginar, al verla pasar tan tentadora y exhibiendo su núbil cuerpo me pongo como loco y me cuesta horrores retenerme de lanzarme sobre ella para devorarla entera a lengüetazos y follarla. A pesar de que intento disimular al máximo tal cosa, sobre todo cuando Amelia está presente, ésta ha intuido el efecto que su hija me provoca y, lógicamente, desaprueba y recrimina con frecuentes reprimendas a la chica tal actitud.

Pero el inesperado suceso que dio inicio a la delirante situación en la que me encuentro actualmente ocurrió hace ahora un mes.

Era entre semana, un martes por la noche creo recordar. Había tenido un día muy duro en el taller y al llegar a casa, sobre las ocho de la tarde y agotado, me dispuse a darme un largo y relajante baño caliente. Amelia estaba todavía en su trabajo, ya que tenía el turno de tardes en el centro comercial donde trabaja de cajera y no terminaría hasta las diez de la noche. A Lidia ni la vi, ya que estaba, como de costumbre, encerrada en su habitación, con la música a toda leche y, con toda probabilidad, conectada a Internet y chateando por MSN y la webcam, algo a lo que es totalmente adicta.

Al cuarto de hora de estar metido en la bañera disfrutando del plácido baño se abrió la puerta y entró Lidia en tromba, vestida solo con un tanga negro, una camiseta de algodón cortita, y dando voces.

-¡Hay que ver que morro tienes, joder! –Me lanzó hecha una furia plantándose delante de la bañera- Acabas de llegar a la casa y ya te has hecho el puto amo. El señor toma posesión del cuarto de baño y los demás que se jodan y esperen, ¿no?

-Disculpa Lidia, bonita, no sabía que necesitabas utilizar el baño, -contesté tras el sobresalto, paciente y a la vez recorriendo su delicioso cuerpo con la mirada de arriba abajo- salgo en cinco minutos y te lo dejo libre.

-No puedo esperar, –contestó- he quedado a las nueve con un amigo del insti para que me ayude con los deberes de química y me tengo que preparar.

Sin esperar mi respuesta y dando media vuelta comenzó a lavarse la cara en el lavabo y preparar las pinturas para maquillarse. Me quedé alelado ante el espectáculo que me brindaba: Sus preciosas piernas desnudas, de piel morena y tersa, los muslos duros, musculosos y tan deseables, y sobre todo su maravilloso culito, redondito, levantado, firme y blanquito, con la estrecha tira de tela negra del tanga hundiéndose entre sus glúteos y perdiéndose en la tentadora raja. Es obvio que inmediatamente la verga se me puso erecta y ni pude ni quise evitar llevarme la mano a ella y comenzar a pajeármela con disimulo debajo de la espuma. Sentía la sangre latir fuerte en la polla y en las sienes, y el corazón desbocado ante el irrefrenable deseo que comenzaba a poseerme.

Mientras se secaba la cara con una toalla y volviéndose de nuevo hacia mí, me preguntó con fingido aire de duda:

-Debería depilarme, ¿no crees? A los hombres os gusta que estemos bien depiladas y suavecitas, ¿verdad?

-Eh, estooo... si, si claro, cariño –conteste balbuceando como un estúpido y haciendo un esfuerzo sobrehumano para parecer en un estado normal- pe... pero no creo que necesites depilarte, no... no veo ningún pelito en tus piernas, seguro que le gustas mucho a tu... tu amigo así como estás.

-No seas idiota, joder. Me refiero al coñito. Que debería depilarme el chocho. Mi amigo es de la clase de último año e igual, al ser más mayor, se anima a comérmelo, que de hecho ya me ha prometido varias veces hablando por el chat que me lo haría. Por eso sería mejor que esté preparada y me lo depile, ¿a que si?

Reconozco que me quedé pasmado y sin saber que responder. La pequeña putilla me sorprendía sobrepasando todos los límites y me provocaba con descaro y total desvergüenza. Perdí la noción de la realidad, y el vicioso deseo que me hacia sentir la chica me empujó a comenzar a cascarme con fuerza la pija, sin importarme ya en absoluto que se percatara de ello, despejando con el rápido movimiento de mi mano la espuma que hasta ese momento me había servido de protección óptica y dejando así a la vista mi erecta verga cuya gorda cabeza salía del agua apuntando orgullosa al techo.

-Qué cerdo que eres, ¡te estas haciendo una paja! –dijo riendo, fingiendo una mueca de repugnancia y con la mirada clavada en mi polla.

Se giró y sacó del armarito un frasco de gel y una maquinilla desechable femenina, las colocó sobre el borde del lavabo y, con toda naturalidad, se quitó el tanga y vino a sentarse en el borde de la bañera, en el rincón situado frente a mí. Levantó la pierna derecha y colocó el pie sobre el borde opuesto, quedando así despatarrada y brindándome la imagen de su tierno coñito abierto y accesible a apenas un metro de mi.

Tomó un poco de agua caliente con la mano y mojó con ella el escaso vello que cubría su pubis. Mirándome a los ojos, gozando de verme embobado y pelándome la tranca como un loco, con una sonrisa satisfecha y victoriosa en los labios, extendió un poco de gel sobre el fino pelito que vestía su coño, cogió la maquinilla y con cuidado, muy despacio, con solo unas pocas pasadas, se lo afeitó por completo. Cuando hubo terminado, abrió el agua caliente y dirigió el chorro del tubo flexible hacia la zona recién afeitada.

Yo la miraba fascinado, cegado de vicio y viendo diluirse el último resquicio de cordura que me quedaba y me advertía que hacer lo que sabía que iba a hacer sería una locura, casi como un suicidio, y que el riesgo de perder todo lo que probablemente perdería era demasiado grande, que no valía la pena.

Entonces Lidia, bajando el pie derecho del borde de la bañera, colocándolo sobre mis huevos y comenzando a hacerme un masaje con él, sin cesar de rociarse el coño de agua caliente, me preguntó:

-Bueno, dime cabrón ¿qué te parece, ha quedado bien? Por tu manera de mirarlo y de pelarte la polla adivino que si. Incluso que te gustaría comérmelo, ¿verdad?

No pude resistir un segundo más. Me incorporé de un bote, vertiendo abundante agua al suelo. Gruñendo de deseo como una bestia en celo hundí mi cabeza entre los divinos muslos de Lidia y comencé a darle intensos lengüetazos por toda la vulva. El perfumado olor de la joven piel recién depilada y el delicioso sabor de ese coñito tierno me volvían loco. Arrodillado en la bañera, con una de las manos de la chica empuñándome del pelo, agarraba y amasaba sus nalgas mientras mi lengua relamía cada milímetro de su sexo, se hundía profundamente en él y ponía especial atención en mimar el tierno botoncito de su clítoris, lo cual le arrancaba pequeños grititos de placer, comenzaba a temblar de gusto y la empujaba a pronunciar obscenas palabras.

-Así, viejo cabrón, cómeme el coño, ¡puerco! –La oía decirme en tono despectivo y con la voz ronca y entrecortada por el placer- Siiii, méteme la lengua... que bien lo haces hijo de puta, ahhhhh, qué gusto me das, hummm... tiene suerte la puta de mi madre de haber encontrado un puerco como tú para que le coma el coño así de bien cada noche... ahhhhhh cerdo, sigue, ¡joder, qué rico!

Adelantando el culo y apretando fuerte su sexo contra mi boca explotó en un intenso orgasmo. Soltando una serie de cortos chillidos apretaba mi cabeza contra ella y restregaba el coño contra mis labios y mi lengua hasta que cesaron los temblores de la monumental corrida.

Entonces me empujó despacio con el pie hacia atrás, dejándome de nuevo tumbado en la bañera y con la polla saliendo tiesa del agua como un periscopio cabezón. Se colocó agachada a mi lado y me la agarró con su manita derecha, comenzando a hacerme una paja, ¡matándome de gusto!

-Tienes buena polla, cabrón, venga córrete, cerdo, muéstrame como escupe leche esta pija –comenzó a decirme mientras me la cascaba y me miraba fijamente a los ojos- Eres un puto viejo verde de mierda, ¿lo sabías? Le pones los cuernos a mi madre con su propia hija, ¿te parece bonito? Eres un puerco. Te gusta que te toque la polla ¿verdad, viejo salido? Te gustan las niñas jovencitas ¿eh? Lo supe desde la primera vez que te vi y noté tu mirada, como me desnudabas y me follabas con ella, y hoy has acabado comiéndome el coño, ¿qué crees que pensaría mamá si lo supiera? No sé, a lo mejor se lo cuento... Córrete bastardo, que tienes el rabo para reventar, guarro, estás apunto de correrte ¿verdad cabrón?

Así era, no pude resistir más. Aunque hubiera querido hacer durar mucho tiempo la riquísima paja que la pequeña putilla me estaba haciendo, me abandoné al placer y dejé brotar el semen que a presión en mis huevos ardía ya por salir. Eyaculé berreando de placer, con los ojos cerrados, echando la cabeza hacia atrás y sintiendo la manita que pringosa de semen resbalaba arriba y abajo por el tronco de mi verga.

Lidia se lavó la mano en el agua, se levantó y salió del cuarto de baño. Yo me quedé tirado en la bañera, extasiado, gozando aún del magnífico orgasmo. Oí como entraba en su habitación y a los pocos minutos volvía a salir y se marchaba del piso, seguramente para ir a la cita de la que me había hablado antes.

Los días siguientes fueron muy difíciles. Los recuerdos del precioso cuerpo desnudo de Lidia y de la escena de la bañera me obsesionaban y mantenían en un estado de excitación casi permanente. Se puede decir que estaba salido como un cabrito, me pasaba el día con la pija tiesa, sobre todo cuando la chica estaba en casa y la tenía tan cerca y a la vez tan inaccesible. Me mataba a pajas y buscaba sexo con Amelia al menos dos veces diarias, aunque sin confesarle, claro está, que cuando la tenía bajo mi cuerpo y le machacaba el coño a pollazos no era a ella a quién realmente estaba follando, no era a ella a quién deseaba como un animal, sino a su hija.

La pequeña, en presencia de su madre, seguía comportándose como de costumbre, pero en los momentos en que Amelia no la podía oír, se divertía provocándome e insultándome, soltándome frases como "...hola cerdo, anoche os oí follar a la vieja y a ti, ¿piensas en mi coñito cuando se la clavas? Te gustaría follarme, ¿verdad puerco?..." demostrando un vicio y una perversión que nunca hubiera podido imaginar en una joven de su edad.

Con gran esfuerzo, a base de duchas frías y mucho diálogo conmigo mismo, conseguí recobrar el control sobre mis instintos y comenzar a normalizar mi estado. Pensé de nuevo en todo aquello que me arriesgaba a perder, me obligué a ignorar mi deseo por Lidia y volver a interesarme por Amelia. Evité encontrarme a solas de nuevo en la casa con la chica y cada vez que veía que eso iba a ocurrir, me marchaba con la excusa de ir a hacer footing, dar un paseo en bicicleta o al taller a terminar algún trabajo urgente.

Cuando empezaba a creer que podía controlar la situación y superar ese pequeño desliz, que ya catalogaba de accidental y pasajero, sucedió el acontecimiento que me ha hundido definitivamente en la locura y empujado a sentarme hoy a escribir mi historia para ustedes, desesperado, a modo de confesión anónima.

El pasado viernes por la noche estábamos solos en casa Amelia y yo. Habíamos estado follando en el sofá y después, sobre las diez, nos encontrábamos ambos tumbados en él, abrazados, desnudos y tapados con una manta, viendo una película en la televisión, cuando llegó Lidia. Nos saludó y al ser tarde y entender que bajo la manta su madre y yo estábamos en pelotas, se dirigió directa a su cuarto a ponerse el pijama. Al rato salió para darnos las buenas noches, preparó una infusión para ella y otra para su madre, que le llevó a la mesita del salón, la de delante del sofá, y bostezando se fue a dormir. Prepararse una infusión por la noche antes de ir a la cama es una arraigada costumbre que tienen las mujeres de esta casa.

Seguimos viendo la película mientras Amelia se tomaba su infusión y yo me acababa un coñac que me había servido después de cenar, estando ambos ya medio dormidos cuando terminó. Nos fuimos a la cama y Amelia, tras desearme las buenas noches con un beso, dio media vuelta y dándome la espalda quedó profundamente dormida. Cuando el sueño comenzaba a vencerme a mi también oí unos pasos, vi encenderse la luz del pasillo y la puerta de la habitación abrirse para dejar paso a Lidia, la cual venía vestida con un ligero camisón corto de raso blanco y... ¡nada más!

-Quiero que me folles –me soltó sin más y en voz alta.

-¡¿Pero qué coño haces Lidia, es que te has vuelto loca?! –Exclamé incorporándome en la cama y con voz ahogada, acojonado temiendo que Amelia despertara.

-Tranqui, capullo, que no pasa nada. –Contestó muy segura y sin bajar el tono de voz- No te preocupes por la vieja, le he metido cuatro comprimidos de Valium en la infusión y a ésta no la despierta esta noche ni una bomba atómica.

Acto seguido me tomó una mano y se la colocó entre las piernas, al tiempo que una de las suyas me agarraba la verga a través de la sábana y comenzaba a meneármela.

-Tócame, puerco. –Me ordenó- Esta noche me vas a follar a mi también, que ya estoy harta de hacerme dedos viendo pollas por la webcam y de meterme el vibrador yo sola mientras os oigo follar como cerdos.

El contacto de mis dedos con su vulva húmeda y caliente era delicioso, estaba empapada y mis dedos resbalaban por entre sus labios vaginales transmitiéndome una sensación de suavidad imposible de describir con palabras, lo cual provocó que mi verga, meneada por su tierna manita, se pusiera bien gorda, tiesa y dura, y me empujó a penetrarla con un dedo, el cual se hundió entero en su vagina arrancándole un profundo gemido.

-Vamos a tu habitación, cariño –le rogué ya cegado de deseo y aún temeroso de despertar a Amelia.

-No cabrón, si quieres follarme tiene que ser en esta cama, junto a tu puta –me contestó decidida.

Ronroneando de gusto mientras el dedo medio de mi mano izquierda le follaba el coñito subiendo y bajando rápido, se quitó el ligero camisón y vino a tirar la sábana hacia atrás, para agarrar de un puñado la caliente masa de mis huevos y meterme un apretón, provocándome un gruñido de placer. A mi lado Amelia continuaba dormida y sin moverse.

Lidia subió a la cama y se colocó despatarrada sobre mi polla, comenzando un lento movimiento adelante y atrás sentada sobre ella, restregando por todo lo largo del tronco gordo y venoso de mi verga su empapado coñito, al tiempo que mis manos la empujaban contra mí y mi boca abierta engullía una de sus tetitas. Sus pequeños senos, firmes y duros como dos manzanitas y coronados por oscuros y puntiagudos pezones son una pura delicia. Tomaba uno de ellos casi entero dentro de la boca, mamándolo fuerte y rozando el duro pezón con los dientes, masajeándolo con la lengua, mientras con los dedos le pellizcaba el otro, alternando dicho tratamiento pasando de uno al otro.

Ella comenzaba a dar esos grititos de placer lujuriosos y tan excitantes que la proximidad del orgasmo le provoca, mientras seguía refregando el coño, cada vez más fuerte y rápido, contra mi pene. Cuando ya le tenía bien comidas y babeadas ambas tetas noté como levantaba el culo y una de sus manos me agarraba la polla, me la ponía en posición vertical y venía a sentarse sobre ella, colocando el gordo glande a la entrada de su delicioso coñito, comenzando a empujar despacio, a moverse arriba y abajo con las manos apoyadas en mi pecho y empalándose poco a poco en el monolito de carne. La penetración resultaba un tanto difícil a pesar de la enorme excitación, y una mueca en su rostro denotaba incluso un poco de dolor.

-Fóllame cabrón, venga, méteme ya la polla, jodido viejo polludo hijo de puta... vamos, reviéntame el coño, bastardo... –me decía a pesar de ser ella la que controlaba la penetración.

Yo la dejaba insertarse en mi tranca sin moverme, dominando las ganas de clavársela de un empujón hasta el fondo, temiendo lastimarla y gozando de ver su lindo cuerpecillo encima de mí. A mi lado Amelia seguía dormida, aunque en un par de ocasiones se había movido y murmurado algunas palabras en sueños.

Finalmente la pequeña putita quedó clavada en mi polla. Comenzó a moverse sobre mi, subiendo y bajando despacito, gimiendo como una perrita y proporcionándome tal placer al sentir mi polla follar prieta tan estrecha y lubricada vagina que sentí que perdía el control y que no tardaría en correrme. Olvidando a su madre comencé a meter fuertes empujones de cadera, mis manos agarraban y empujaban sus nalgas contra mí, acentuando así la profundidad de la follada y consiguiendo de esa manera que mi polla se hundiera entera cada vez que la chica empujaba hacia abajo. Ella a su vez buscaba mis cojones con una manita y me los masajeaba, estando completamente mojados por los jugos que caían sobre ellos resbalando desde su coñito.

Mordiéndome un puño ahogué como pude los berridos provocados por el enorme placer que sentí corriéndome dentro del coño de Lidia. Noté las lanzadas de semen brotar e inundarle la vagina, y cuando estas cesaban la joven se echó hacia adelante y tumbada sobre mi pecho me mordió un hombro, clavándome los dientes hasta hacerme sangrar, y retuvo a su vez así como pudo los chillidos de placer que su propio orgasmo le arrancaron.

Quedó tumbada sobre mi pecho unos minutos, aún con la cabeza reposando sobre mi hombro y mi verga metida en el coño, ronroneando como una gatita y con la respiración agitada. Yo la abracé y gocé de la divina sensación de sentir su tierno cuerpo unido al mío. Súbitamente, como despertando de un profundo sueño, se apartó de mi bruscamente y se levantó.

-Quita cerdo, ¡suéltame ya, joder! –Me dijo recuperando un poco de ese tono de voz venenoso.

Titubeó unos segundos al lado de la cama, con las piernas aún temblorosas. Al trasluz pude ver brillar las gotas de esperma que comenzaban a caer resbalando por sus muslos.

-Has quedado satisfecha, ¿verdad putita? –No pude evitar decirle orgulloso al verla tan temblorosa- Te has corrido bien a gusto, seguro que nunca te habían follado tan bien, ¿me equivoco, cariño?

Sin contestar, solo dedicándome una despectiva mirada, recuperó el camisón y se dirigió al baño para lavarse. A mi lado Amelia seguía dormida y así permaneció hasta las once de la mañana del día siguiente. Un rato después también fui yo a darme una ducha, y luego tardé horas en dormirme. Por la mañana sobre la sábana había restos de esperma y sangre. Amelia no los vio ya que al levantarse seguía medio drogada y fue directamente a la ducha, preguntándose en voz alta como era posible que estuviera en ese estado tan raro en que se encontraba, por lo que pude cambiar las sábanas sin tener que dar explicaciones.

Desde entonces soy otro, y estoy metido de lleno en una locura que me aterra pero que, a la vez, no hago nada por detener. Ahora Lidia y yo follamos cada vez que estamos solos en la casa, situación que intentamos provocar lo más frecuentemente posible. Mi interés por Amelia ha caído en muchos puntos y evito las relaciones sexuales con ella en la medida de lo posible, ya que, sinceramente, ha dejado de atraerme.

La niña me tiene dominado y lo sabe. Me tiene a su disposición cada vez que quiere y obediente a todos sus caprichos. Ha llegado incluso a decirme –y se que acabaremos haciéndolo- que quiere que la folle delante de la webcam mientras está conectada. Y cuando intento razonar con ella y explicarle lo demencial e inadecuado de nuestro comportamiento, sobre todo respecto a su madre, me amenaza con denunciar que la he violado en repetidas ocasiones, argumentando como prueba detalles de mi cuerpo que normalmente le sería imposible conocer.

He de confesarles que a pesar de gozar como un demonio de mi relación con la joven, me siento totalmente perdido, desestabilizado, la situación me incomoda y me hago mil preguntas: ¿Por qué se comporta así Lidia, cuál es su objetivo al actuar de esta forma? ¿Es una manera de castigar a su madre por haberme traído a casa, busca destruir nuestra relación o sencillamente es una furcia precoz, descerebrada y viciosa? ¿Como luchar contra el irresistible deseo animal que siento por ella?

Creo que nunca habrá una respuesta clara y precisa para esas cuestiones. Lo único que sé es que esa tierna zorra me ha hecho perder la cabeza, que me tiene obsesionado, esclavo de su cuerpo, de sus caprichos y sus puterías, que escribiendo el relato de estos hechos para ustedes y rememorando a Lidia, la verga se me ha puesto tiesa y dura como una piedra, y que estoy deseando que regrese del instituto para poseerla de nuevo.