miprimita.com

Las bicicletas son para... ¡ir a follar al bosque!

en Voyerismo

Como consecuencia de la larga semana que terminaba, la cual había sido bastante difícil y estresante en el trabajo, pasadas las tres de la madrugada comenzaba a sentirme realmente cansado. La música techno que sonaba en ese momento me resultaba estridente e incluso molesta. Miguel, el amigo con el que había acudido a la discoteca, hacía rato que estaba en un reservado dándose un lote de muerte con la negrita con la que había ligado en la pista de baile. Yo no me había comido una rosca en toda la noche y ya estaba pensando en irme a casa a dormir cuando la vi, sola en el otro extremo de la barra.

Iniciamos el típico juego de cruce de miradas y sonrisitas, e intuyendo que ese primer contacto visual tenía posibilidades de llegar a convertirse en otros más físicos y placenteros, decidí acercarme a ella. Tras presentarme, le rogué que me permitiera invitarla a una copa y comenzamos a charlar. Me dijo que se llamaba Marisa y que había ido con una amiga, la cual se encontraba en ese momento en el exterior del local manteniendo una discusión con su último novio, con el que había tenido la mala suerte de coincidir. En seguida nos sentimos a gusto el uno con el otro y comenzamos a conversar y reír con desenvoltura y confianza.

La deseé desde el primer momento. Marisa es dulce y bonita, su sonrisa casi no se borra nunca de su lindo rostro, el cual aparenta bastantes menos de sus cuarenta años, y posee un cuerpo de lo más deseable, de tentadoras y generosas formas. Además, he de reconocer que tras un nefasto periodo de bastantes semanas de obligada abstinencia, andaba bastante salido. ¡Aún más que de costumbre!

Empujado por ese deseo me atreví a invitarla a tomar una última copa en algún otro sitio más tranquilo, con la evidente intención de acabar llevándola a mi cama esa misma noche, pero ella declinó la proposición alegando tener que levantarse temprano para llevar a su niño a participar en no sé qué competición deportiva.

Acepté resignado su negativa y continué haciéndole compañía hasta que regresó su amiga. Intercambiamos nuestros números de teléfono y tras descubrir nuestra común afición por el deporte y en particular al ciclismo, le propuse vernos un día de la semana siguiente para hacer juntos unos cuantos kilómetros en bicicleta.

Durante el resto del fin de semana intercambiamos numerosos mensajes por el móvil, a través de los cuales expresamos ambos un sincero deseo de volver a vernos. Seguimos tonteando con los mensajitos, cada vez más intensos y subidos de tono, hasta el martes, día en que ya cansado de tan virtual contacto y deseando poder concretizar esos deseos apenas disimulados en los mensajes, me animé a llamarla e invitarla a dar ese paseo en bicicleta del que habíamos hablado.

Se mostró encantada por mi llamada y agradecida por mis halagos y piropos. Charlamos durante largo rato y finalmente convenimos en vernos al día siguiente, miércoles. Puesto que yo vivo en una zona rural de las afueras de Ginebra, un sitio en el que abundan las pequeñas carreteras secundarias por las que apenas transitan automóviles y por donde es un placer circular en bicicleta, quedamos en que Marisa vendría hasta mi casa en coche y desde allí iniciaríamos el paseo.

Por fortuna el miércoles hacía un tiempo magnífico, despejado y soleado, ideal para nuestros planes. Yo me pasé el día en la oficina ansioso y muy poco concentrado en el trabajo, solo impaciente por que llegaran las cinco de la tarde y volver a ver a Marisa.

Llegó puntual (es decir, veinte minutos después de la hora convenida, lo normal en las mujeres...) y me encantó comprobar lo deliciosa que estaba con su indumentaria deportiva. El pantalón, una malla pegada a su cuerpo como una segunda piel, realzaba sin disimulo sus redondas, firmes y apetecibles nalgas. La camiseta, también ajustada, se cerraba con una cremallera en la parte delantera la cual Marisa había dejado, sospecho que intencionadamente, abierta hasta el límite, hasta el punto justo para impedir que sus voluminosos senos desbordaran de ella, mostrando de manera muy provocativa buena parte de ellos.

Comenzamos el paseo pedaleando tranquilamente, rodando en paralelo y conversando. A mi me resultaba difícil concentrarme tanto en la conversación como en el camino, ya que con el pedaleo y la postura inclinada hacia adelante, la tetas de Marisa, gordas y pesadas, se insinuaban y balanceaban con descaro en su escote, lo cual atraía irremediablemente mi mirada, una mirada cargada de deseo y que no podía disimular.

También comenzó a marcarse bajo su malla el minúsculo tanga que vestía, cosa que aumentó mi excitación al sugerirme mi calenturienta imaginación como la estrecha banda de tela debía de estar incrustándose por entre la raja de ese divino culo, como sin duda frotaba y excitaba el ano y el sexo de Marisa. Con todo ello la verga se me puso bastante morcillona (cosa que intenté dejar ver a Marisa incorporándome de vez en cuando sobre el sillín, de manera que mi abultado paquete quedara bien levantado y visible) y comencé a experimentar un suave y delicioso placer al sentir el roce del glande hinchado contra la ropa, acentuado quizás con la presión que el estrecho sillín de la bicicleta ejercía contra mi próstata.

Como quién no quiere la cosa, fui tomando los caminos que llevan hasta el cercano bosque de Jussy, el cual Marisa afirmó no conocer. El bosque de Jussy es un lugar frecuentado, durante los meses del año en que la climatología lo permite, por exhibicionistas y voyeurs de toda la región ginebrina. En sus zonas de aparcamiento y principales caminos se dan cita cada día, desde el atardecer y hasta bien entrada la noche, personas aficionadas a la práctica del sexo ante la mirada de desconocidos (en general en el interior de sus vehículos aunque también hay quién sale de ellos para hacérselo al aire libre) así como numerosos voyeurs, la inmensa mayoría de estos de sexo masculino.

Residiendo cerca de dicho bosque admito que en algunas ocasiones en que estando solo en casa y salido como un cabrón tras haber estado chateando, leyendo o escribiendo relatos, viendo algún dvd de mi colección secreta o intercambiando correos por Internet, he cogido el coche y me he acercado hasta allí para curiosear. En general solo doy una vuelta rápida por el aparcamiento principal, viendo desde un segundo plano las actividades que allí se desarrollan, ya que muchos de los voyeurs que deambulan por entre los autos son en realidad hombres a la búsqueda de vergas tiesas y jugosas a las que extraer su néctar, y te acosan al pasar proponiéndote hacerte una mamada detrás de los árboles, cosa que a mí, por muy salido que ande, no me atrae en absoluto. Aunque recuerdo una de esas expediciones nocturnas en que todo se desarrolló de manera diferente y actué y gocé como un auténtico voyeur.

Intrigado al ver un nutrido grupo de personas agolparse alrededor de un automóvil, me acerqué al mismo y me uní a ellas. En el interior de un lujoso Mercedes de color negro, con matrícula diplomática y cuya la luz interior estaba encendida, habían dos hombres, barbudos y velludos, de más o menos mi edad, sentados, o más bien recostados, en los asientos delanteros. Exceptuando sendos antifaces, estaban completamente en pelotas y con las pijas tiesas como palos. Les acompañaba una chica, un auténtico bombón, y al igual que ellos, totalmente desnuda. Ignoro cual podía ser su edad pero dudo que superara los veinte años.

De piel lechosa, con una impresionante melena oscura y unas aún más impresionantes tetas, grandes, duras, firmes y de rosados pezones, que animadamente se balanceaban arriba y abajo mientras ella cabalgaba insertada en una de las pollas. Iba pasando de una a la otra en intervalos de unos tres minutos. Se empalaba en la pija correspondiente y apoyando las manos en el cuero de la consola delantera del auto, procedía a follarse al afortunado caballero, subiendo y bajando con ganas, en general ayudada por las manos del hombre, las cuales acompañaban el movimiento agarrándola de la cintura o de las nalgas.

Por las ventanillas entreabiertas del coche se escapaban los gemidos de placer de la tierna putilla. Estaba gozando como una posesa y parecía que encadenando los orgasmos. Todos los voyeurs se habían sacado las vergas y se las cascaban sin pudor ni disimulo alguno. Incluso alguno se había corrido ya y se veían caer resbalando por el capó y los cristales del auto las espesas gotas blanquecinas.

Completamente salido por el espectáculo, integrado de lleno en el vicioso entorno y desinhibido por él, liberé mi erecto pene y comencé a masturbarme, mirando como la linda morenita era follada en el interior del coche, a solo un metro de mí, oyéndola gemir y viéndola clavar su viciosa mirada en las vergas que a su alrededor y en su honor eran pajeadas por nosotros, los voyeurs.

Uno de los ocupantes del auto, sintiéndose llegar al éxtasis, obligó apresurado a la jovencita a mamarle la tranca. Nada más sentir los labios de la chica engullir su glande se corrió entre gemidos, eyaculando abundantemente y pringando con su semen el rostro de la pequeña puta, la cual se incorporó después para mostrarnos bien a todos como el esperma resbalaba por su terso cutis y caía goteando sobre sus senos.

Seguidamente la chica se agachó para ordeñar con la boca la segunda verga, colocándose de tal manera que su rico coño, depilado y aún dilatado tras haber sido intensamente follado durante largo rato, quedó expuesto y muy cerca del cristal de la ventanilla junto a la que me encontraba, lo que me empujó a machacarme la polla con rabia hasta correrme, haciendo que mi esperma viniera a añadir varios rastros lechosos suplementarios sobre la carísima carrocería del automóvil.

Pero esa tarde, cuando llegué acompañado de Marisa, comprobé, no sin cierta decepción, que ese mismo aparcamiento estaba completamente desierto. Atamos juntas las bicicletas a un árbol y nos adentramos paseando por un estrecho camino de tierra. Mi verga seguía en un estado de visible excitación y el deseo que estaba sintiendo por Marisa crecía y se apoderaba de mí un poco más a cada segundo. En mi cabeza surgían toda clase de fantasías con ella y comenzaba a idear un plan para intentar realizarlas lo antes posible. Entonces, cuando nos habíamos adentrado unos trescientos metros en el espeso bosque, oímos unos ruidos extraños.

Parecían ruidos de motor, como si un automóvil estuviera circulando por entre los árboles a pocos metros de nosotros. Curiosos, dejamos el camino y fuimos a fisgonear por entre la maleza en la dirección de la que parecía proceder ese ruido. Marisa fue la primera en descubrir de qué se trataba. Colocándose medio escondida tras un árbol, me hizo señas con una mano para que acudiera junto a ella, al tiempo que se ponía un dedo sobre los labios para indicarme que guardara silencio y actuara con discreción. Aproveché la circunstancia para colocarme pegado contra ella, pasándole un brazo por la parte baja de la espalda y arrimándole de paso mi abultado y caliente paquete a sus deliciosas nalgas. Entonces pude ver entre los árboles qué era lo que había descubierto Marisa.

A escasa distancia de nosotros, en un pequeño espacio sin árboles de unos pocos metros cuadrados, acababa de aparcar un enorme y lujoso vehículo todoterreno. De él se habían apeado tres personas. Una de ellas una rubia madurita, quizás de la misma edad que Marisa y como ella rellenita pero no gorda. Una mujer, en mi opinión, muy deseable. La acompañaban dos hombres. Uno era un individuo que aparentaba tener al menos cincuenta años, un tipo gordo y panzón que juzgué bastante asqueroso, el cual estaba en esos momentos extendiendo una manta grande sobre el suelo. Completaba el trío un chico muy joven, un adolescente que supuse debía de ser el hijo de ambos.

En un primer momento pensé estúpidamente que debía de tratarse simplemente de una familia que había acudido al bosque para una merienda campestre. En seguida pude comprobar hasta que punto estaba equivocado.

Mientras el obeso terminaba de colocar la manta en el suelo delante del vehículo, la mujer, apoyada contra el capó del mismo, atrajo contra ella al muchacho y comenzaron a besarse en la boca con inesperado vicio, devorándose las lenguas con ansia mutuamente. El chico, lejos de mostrase intimidado y sin dejar de besarla, procedió a levantarle la falda hasta dejársela enrollada en la cintura y a frotarle con la mano la entrepierna sobre la tela de las bragas, con un movimiento rítmico adelante y atrás que comenzó a hacer llegar hasta nuestros oídos los primeros gemidos de placer de la señora.

El seboso, sin perder detalle del trajín que se llevaban la mujer y el jovencito, una vez satisfecho de como había quedado colocada la manta en el suelo, se quitó toda la ropa e indicó a los otros hacer lo propio y acercarse. La mujer casi arrancó la ropa al chico y al sacarle el pantalón y dejar libre su pija tiesa, se arrodilló ante ella y comenzó a mamarla con glotonería, mientras que con la ayuda del que supongo que era su marido se quitaba lo que le quedaba de ropa.

Marisa, como paralizada ante el inesperado espectáculo, me comentaba sorprendida, casi incrédula y en voz baja, lo que estaba sucediendo ante nuestros ojos, aunque sin moverse ni desviar ni un segundo la mirada, y sin duda, intuía yo, excitándose a su vez. Yo, como es normal, estaba encantado de encontrarme en tal situación y abrazando a Marisa frotaba ya sin retención el bulto de mi polla erecta contra su trasero, al tiempo que le acariciaba sobre la ropa la barriguita e incluso rozaba sus senos.

Los del trío, ya completamente desnudos, cambiaron de posición. La señora se tumbó sobre la manta, boca arriba y despatarrada. En cuestión de segundos el joven vino a hundir su cabeza entre los acogedores muslos de la mujer y comenzó a lamerle el coño, mientras el marido, arrodillado justo detrás de ella, le magreaba las tetas y le frotaba su colgandera verga por la cara, la cual agarró ella con una mano y se introdujo en la boca. Al cabo de un par de minutos, los intensos gemidos de la señora nos informaban de que acababa de tener el primer orgasmo de la tarde.

Marisa ya no hablaba, solo se oía su respiración excitada y una de sus manos venía a sobarme la polla y los huevos por encima del ajustado pantalón de ciclista. Ya eramos todos presa de un intenso deseo y comenzábamos a entregarnos a él sin freno. Yo le bajé la cremallera delantera de la blusa deportiva y liberé sus magníficas tetas. Desde atrás las agarré y comencé a masajearlas, buscando también sus pezones, que ya sentí abultados y duros, y que pellizqué, primero despacio para después comenzar a hacerlos rodar entre las yemas de mis dedos, estirarlos, frotarlos el uno contra el otro, provocando con ello gemidos de placer a Marisa y que esta buscara el elástico de mi pantalón para meter la mano por dentro, agarrarme con ella la pija y comenzar a pajeármela con energía.

La rubia seguía tirada y despatarrada sobre la manta. El chico, tras haberle proporcionado un orgasmo comiéndole el coño, se había levantado y meneándose la tiesa pija contemplaba como el gordo venía a tirarse sobre su esposa y comenzaba a follarla. El hombre, tras unos cuantos embistes se incorporó, se puso con las piernas plegadas y sentado sobre sus gordos muslos, colocó las piernas de su esposa levantadas y abiertas, con los pies apoyados sobre su pecho, y continuó la follada en esa posición más confortable. Entonces hizo un gesto al muchacho para que se le acercara. Cuando llegó este a su lado, sin detener apenas la cadencia del vaivén que le estaba metiendo a su esposa, lo atrajo contra él y se introdujo en la boca la verga del chaval, procediendo a mamarla al tiempo que con las manos le sobaba el culo y los huevos.

-Joder, ¡menudo vicio tiene esta gente! -Exclamó excitada Marisa en voz baja, mientras de un puñado me agarraba y metía un apretón suave en los huevos- ¿Has visto como le mama la polla el viejo al chico mientras sigue follándose a la puta de su mujer? Hasta le mete un dedo en el culo mientras lo chupa, mira mira... y al niño le encanta, mira que carita de gozo que pone ¡el muy putito!

El contemplar desde detrás de aquel árbol al vicioso trío, el masaje que me estaba proporcionando Marisa en las pelotas y sus viciosas palabras me empujaron a perder todo pudor y actuar solo obedeciendo a mi instinto. Me bajé de un tirón el pantalón, liberando así mi verga y dejándola totalmente accesible a las caricias de Marisa. Seguidamente hice lo mismo con el de ella, para inmediatamente comenzar a sobarle los muslos y las nalgas, carnosas y calientes, y deslizar una mano entre ellas hasta llegar a su sexo.

Abarqué todo su coño con la palma de la mano, lo palpé, lo presioné; estaba empapada. Deslicé los dedos por entre sus mojados labios y comencé a hacerle un masaje en el clítoris. Por sus gemidos, era indudable que estaba gozando. Poco a poco se fue abriendo de piernas y agachando hacia adelante, lo cual me permitió penetrarle el coño con tres dedos y comenzar a follárselo con ellos. Al mismo tiempo le acariciaba el ano con el dedo pulgar de esa misma mano y poco a poco lo fui introduciendo hasta dejarlo completamente hundido en su culo.

-¿Te da gustito rico que te pajee el coño y te meta un dedo en el ojete, mi amor? -Le pregunté arrimando mi boca a su orejita y comenzando a chuparle el lóbulo de la misma.

-Si cielo, sigue, ahhhhhh -respondió en un susurro.

Así lo hice. Seguí penetrándola con los dedos por el ano y el coño a la vez mientras ella me machacaba la tranca. Nos masturbábamos mutuamente contemplando las evoluciones del pequeño grupo, que seguía retozando tirado sobre la manta.

El gordo comenzó a gruñir como un gorrino, indudablemente estaba a punto de correrse. Dejó de chupar la polla del chico y se abalanzó de nuevo sobre la mujer, pasó las manos bajo sus nalgas, le levantó el culo y comenzó a bombear como un poseso. Recuerdo que pensé admirativo que a pesar de su pesado físico y de su edad, le estaba metiendo una magnífica follada a aquella hembra gozosa, la cual volvía a gemir sin pudor, imagino que corriéndose de nuevo.

También él debió de hacerlo, ya que detuvo de repente el mete-saca y lanzando un par de profundos bufidos se derrumbó sobre la mujer y permaneció inmóvil en esa postura durante un minuto. Pasado ese tiempo se levantó, y con autoridad ordenó y ayudó a su mujer a ponerse a cuatro patas. Dio una instrucción breve al chaval y fue a ponerse de rodillas delante de su mujer, quedando con la verga, de la cual aún se veía gotear esperma, a la altura de su rostro. La agarró del pelo de un puñado, sin ningún miramiento, le introdujo en la boca su ya flácida pero aún voluminosa polla y le ordenó en voz alta:

-Límpiame bien la pija, zorra, mientras este maricón te folla el culo, vamos puta, ¡apúrate! -Pudimos oír.

El jovencito se había puesto detrás de la mujer, arrodillado también. Vimos como le separaba las nalgas con las manos y comenzaba a penetrarla. Por lo lento y al parecer un tanto dificultoso de la metida, deduje que se lo estaba haciendo por el ano. Finalmente lo vimos comenzar un movimiento regular adelante y atrás, manteniendo con sus manos a la mujer agarrada de los riñones. Tanto a ella como al chico se les oía gemir de placer, mientras el viejo seguía dando instrucciones y parecía gozar mucho viendo al chavalito darle por el culo a su mujer, a la cual trataba de furcia viciosa, cerda ninfómana, perra lúbrica y otras lindezas así.

Marisa estaba completamente entregada. Inclinada hacia adelante y despatarrada, sin perder detalle de lo que hacían los otros, se abandonaba y se dejaba hacer. Sus gordas tetas colgaban y se balanceaban con los empujones que mi mano le proporcionaba mientras la masturbaba con fuerza, gracias a lo cual ya se había corrido una primera vez.

Ya con el pene supurando abundante líquido pre-seminal y loco de ganas de follarla de una puta vez, me agaché detrás de ella y comencé a lamerle toda la raja del culo y el coño. Estaba salada, caliente, ¡sabrosa!

Tras mamarle el clítoris y penetrarle el coño con la lengua durante un minuto, la sentí de nuevo al borde del éxtasis.

-Ya no aguanto más, tesoro, voy a clavarte la polla y follarte aquí ahora mismo. -Le informé.

-Venga cabrón, ¿a qué esperas? Méteme ya esa pija, ¡que no puedo más, fóllame ya de una vez, joder! -Me respondió ansiosa y autoritaria.

Me incorporé y coloqué en posición para penetrarla. Agarré mi resbalosa y caliente polla con la mano y la dirigí sin demora hacia su coño, el cual abría ella para mí, separando con los dedos sus babosos labios. Con solo un par de empujones se la clavé entera, lo cual nos arrancó a ambos un profundo gemido de placer, y sin miramientos la agarré con fuerza del culo y comencé a follarla con rabia, provocando con ello que en cada embiste nuestros cuerpos produjeran un chasquido al chocar, sonido que sin duda alguna nuestros amigos del trío debían de oír, así como nuestros gemidos. Si hasta ese momento no se habían percatado de nuestra presencia (cosa que dudo, ya que si nosotros podíamos verlos imagino que ellos también habían podido vernos a nosotros) ahora no podían no darse cuenta de que estábamos allí e incluso adivinar qué era lo que estábamos haciendo.

En ese momento estábamos todos follando, las cinco personas presentes. El grasiento del trío miraba hacia nosotros, todavía con la verga metida en la boca de su esposa, cuando de repente el jovencito, jadeando de placer, dejó de follar el ano de la señora y acudió presuroso a situarse junto al hombre. No había hecho más que clavar la primera rodilla en el suelo que de su tiesa pija comenzaron a brotar abundantes lanzadas de semen. La mujer se apresuró a acaparar entera esa jugosa pija dentro de su boca para acabar de ordeñarla y deleitarse con las últimas gotas de su néctar. Segundos después su marido venía a ayudarla y a compartir con ella los restos de leche de la polla del muchacho, la cual permanecía erecta y que ambos relamieron durante un buen rato. Seguidamente compartieron sus jugos dándose la lengua mutuamente.

Nosotros también estábamos ya para explotar. Yo seguía bombeando con fuerza el coño de Marisa mientras mis manos sobaban y apretujaban sus tetazas, mis dedos pellizcaban sin recato sus pezones arrancándole fuertes gemidos y grititos de placer. Aguanté como pude hasta que se corrió gritando de gozo, tras lo cual me abandoné a mi orgasmo y sentí un indescriptible placer cuando el esperma de mis testículos se vertía con fuerza en el interior del cálido coño de mi deseada Marisa. Fue un orgasmo largo e intenso, como hacía mucho tiempo que no había tenido.

Quedamos exhaustos, jadeantes, unidos, viendo a los otros vestirse y marcharse en el lujoso vehículo. Me retiré de ella y al agacharme para colocarme el pantalón pude observar como por sus robustos muslos caían resbalando desde su coño las espesas gotas de mi semen.

Nos acabamos de vestir y cogidos de la mano regresamos a la entrada del bosque, caminando despacio por el ya sombrío camino. Recuperamos las bicicletas y nos dirigimos hacia mi casa, donde propuse ir a Marisa para darnos un baño juntos y cenar. La cadencia del pedaleo durante el retorno fue bastante lenta, ya que aún nos temblaban las piernas tras los intensos orgasmos que acabábamos de vivir. Después de la cena, comentando el placentero paseo, volvimos a excitarnos y a follar. Esa fue nuestra primera cita, luego han habido otras, también repletas de excitantes y placenteras experiencias, pero creo poder afirmar que esa primera fue la más singular e inolvidable de todas.