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Viejo verde: relaciones vecinales

en Jovencit@s

No sé si será por la edad, pero últimamente me está resultando difícil conciliar el sueño cuando me acuesto. O quizás sea porque la mayoría de las noches, cuando me voy a la cama, suelo estar medio borracho. Y las que no, lo estoy por completo. Aquellos de ustedes que ya han leído alguna de mis confesiones en esta página saben que tengo, entre otras cosas, un pequeño problema con la bebida.

Imagino que tampoco deben de ayudar las cenas que suelo hacer y que la mayoría de las veces se componen de un par de huevos fritos acompañados de tocino asado, salchichas o chuletas de cerdo. Otras veces, cuando no me apetece cocinar, me recaliento en el horno una pizza congelada (mi favorita es la que lleva anchoas, cebolla y guindillas) o me abro una barra de pan y me preparo un buen bocata de chorizo, mortadela u otro tipo de embutido, aunque mi preferido es el de atún en aceite con mucha mayonesa. Ya sé que no es precisamente la más sana y equilibrada de las dietas, y que a mis 57 años debería tener más cuidado con la alimentación. No en vano tengo este cuerpo gordo e inflado, este aspecto seboso y tan poco atractivo que, para mi desgracia, combinado con mi calvicie y mi baja estatura suele provocar la burla y el desprecio entre la gente.

Sea cual sea la causa, como les contaba, me cuesta dormirme cuando me voy a la cama. Me siento nervioso, pesado, hinchado, como ansioso y no paro de dar vueltas entre las sábanas revueltas, agitado y soltando de vez en cuando algún eructo agrio que me deja en la boca un desagradable sabor mezcla de alcohol y aceite de fritura. También son en esos momentos cuando más presentes y molestos se hacen mis problemas de gases. Suelo sentir una fuerte opresión por todo el vientre e intensas punzadas en la barriga que me doblan de dolor y que solo se ven aliviadas cuando consigo tirarme un buen pedo (¡con perdón!) que calma mi sufrimiento pero que suele tener el incómodo efecto secundario que todos ustedes imaginan.

Así me encontraba una noche de la pasada semana. Hacía mucho calor y me estaba resultando especialmente difícil encontrar el descanso. Sobre la una y media de la madrugada seguía sin poder dormir, me sentía cansado y nervioso, y el aire de mi habitación era ya irrespirable debido a la cantidad de ventosidades que había soltado desde que me acosté. Bien es verdad que ese día se habían acumulado todos los factores para favorecer tales estado y efectos: para comer me había zampado una monumental ración (doble) de habichuelas con chorizo, regadas con una botella de vino tinto, en el bar de Enrique (ese bar de comidas caseras del que ya les he hablado en alguna ocasión, que se encuentra en los bajos de mi edificio y donde suelo bajar a comer muchas veces) y por la noche no fueron dos sino cuatro los huevos fritos que había cenado. Finalmente, para ayudar a la digestión, me había tomado tres o cuatro cubatas de güisqui mientras veía la televisión antes de ir a la cama.

Me levanté pues a abrir la ventana para airear un poco la habitación, me encendí un "Ducados" y fui a la cocina a por una lata de cola. Dada la hora tardía reinaba el silencio y al pasar por delante de la puerta de la entrada oí unos pasos, cuchicheos y risitas provocados por al menos dos personas que subían las escaleras. Me intrigó que alguien subiera con tanto sigilo. Aquí en general en el vecindario, suelen ser bastante ruidosos y muy poco respetuosos. Les importa un carajo la hora que sea y suelen pasar dando voces, soltando risotadas o continuando la bronca que iniciaron en el coche o por la calle con la parienta, sin importarles el que puedan molestar con sus berridos a los vecinos.

Me dije que quizás se tratara de los gamberros que semanas atrás habían prendido fuego a los buzones del edificio, que ardieron, dándonos a todos un buen susto, al estar repletos de propaganda. O de los malditos críos que de vez en cuando se divierten viniendo a cagar o poner mierda de perro en los felpudos de delante de las puertas para que te pringues los pies cuando sales de casa si no lo ves a tiempo.

Dispuesto a sorprenderlos y darles un buen susto, e incluso un par de hostias si podía pillar a alguno, abrí con mucho cuidado la puerta unos centímetros y eché un vistazo afuera. La escalera estaba a oscuras y se oían los pasos y cuchicheos subiendo unos pisos más arriba. Permanecí un minuto más escuchando, aguantando la respiración y las ganas de liberar otra ventosidad, hasta que cesaron dichos ruidos. Pero ninguna puerta había sido abierta; quién los hubiera provocado seguía merodeando por la escalera.

Regresé al trote a mi habitación, cogí la linterna del cajón de mi mesita de noche y me puse el pantalón del chándal que suelo usar para dormir cuando hace frío y que andaba tirado por el suelo. Regresé a la puerta, que había dejado abierta, y, descalzo, comencé a subir los escalones, muy despacio y en completo silencio. Fui subiendo piso tras piso, desde el primero, donde vivo, hasta llegar a la quinta y última planta. ¡Pero ni rastro de los gamberros!

Solo quedaba el ático, donde están el local de los motores del ascensor (que casi siempre está averiado), un pequeño cuarto trastero (solo utilizado por la mujer de la limpieza para dejar sus cubos y bayetas) y la puerta de acceso a la terraza comunitaria. Supuse que los invasores de mi escalera se habían refugiado en el trastero con vaya usted a saber qué intenciones. Continué pues mi sigilosa ascensión en medio de la casi absoluta oscuridad cuando de nuevo llegaron a mis oídos unos ruidos extraños. Provenían, como había supuesto, del pequeño cuarto trastero. Se oía un chupeteo, como el que hace un niño al comer un helado, y siguieron unos ahogados gemidos que me hicieron tener una idea más aproximada de qué tipo de actividad se estaba desarrollando en ese cuartito.

Subí el último tramo de escalones y me paré frente al local del motor del ascensor, situado junto a la puerta de la terraza. A mi derecha estaba el trastero y dentro de él, tras la puerta abierta que me ocultaba de su vista, los autores de esos gemidos que seguía escuchando y que comenzaban a excitarme. Muy lentamente me agaché y desplacé unos centímetros. Después permanecí totalmente inmóvil durante un par de minutos, hasta que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad y pudieron ver, gracias a la tenue luz que se filtraba del exterior por debajo de la puerta de la terraza, como dos siluetas entrelazadas se agitaban tendidas en el suelo, sobre lo que parecía una manta o toalla grande, la una sobre la otra.

No pude evitar llevarme la mano a la polla, que ya sentía latir y engordar, y comenzar a meneármela sobre la tela del chándal. Podía ver esos dos cuerpos, ambos delgados, de piel muy blanca y lampiños, moviéndose rítmicamente el uno sobre el otro, frotándose sensualmente, follando despacio, quizás reteniéndose por el miedo de hacer ruido y ser sorprendidos. Por las características de los cuerpos hubiera podido parecer que se trataba de dos chicas. Solo el que el de abajo tuviera las piernas completamente abiertas y abrazando los riñones del de encima, y que el culito pequeño, firme y redondito del que se encontraba encima se veía subir y bajar, cada vez más rápido y con más fuerza, inducía a pensar que se trataba de un chico y una chica.

Seguí mirando como follaban hasta que poco a poco las sacudidas de los cuerpos se aceleraron y los gemidos de los jóvenes se fueron haciendo más intensos. A mi se me había puesto ya la verga completamente tiesa y me la pajeaba con energía, arrodillado en el suelo, tras haberme bajado el pantalón. Oí como la chica gemía y ahogaba grititos de placer al correrse, transmitiéndome con sus gemidos de putilla tierna una terrible excitación. Y pude ver como seguidamente el chico se incorporó y arrodilló al lado de ella, se quitó el condón de un tirón y dándose un par de meneos con la mano en el pene comenzó a eyacular abundantes chorros de semen sobre la cara de la chica, la cual levantó la cabeza para tomar en la boca la verga, engullirla y mamarla para terminar de ordeñarla, dejando resbalar por entre los labios el esperma eyaculado en su boca mezclado con sus babas y arrancándole al afortunado muchacho también suaves y casi femeninos gemidos.

Fue entonces cuando pude ver la cara de la chica y reconocerla. Se trataba de Lorena, la pequeña de la familia del tercero derecha. Joder, Lorena, ¡menuda sorpresa! Hacía tiempo que no la veía, y la verdad es que no había reparado en hasta que punto había dejado ya de ser una niña y se había convertido en una mujer. ¡Y qué mujer! La pequeña furcia está buenísima, con un cuerpo esbelto y firme. Y tetuda, como su madre. Solo que, a diferencia de su madre y gracias a su tierna edad, sus tetas permanecen tiesas y duras, burlándose descaradamente de la ley de la gravedad. Además, ¡menuda zorra está hecha! Se tragaba entera la verga del chico, manteniéndole la erección, mientras se acariciaba con los dedos sobre el coño, preparándose sin duda para encajar de nuevo ese que juzgué, en comparación con mi excepcional polla, pequeño nabo.

Verla allí tirada en el suelo, solo a un par de metros de mí, con las piernas abiertas, con el coño recién follado aún dilatado y acariciado por sus deditos, mamando y relamiendo la polla del chaval, me provocó tal excitación que me comencé a pajear fuerte la tranca y, sin poder evitar soltar un gruñido, me corrí derramando mi semen sobre el suelo.

Los jóvenes quedaron como petrificados unos segundos al oír mis gemidos, y reaccionaron seguidamente abrazándose, como queriendo tapar cada uno su desnudez con el cuerpo del otro. Encendí entonces la linterna y dirigí el cegador chorro de luz directamente a sus tiernas caritas, dejándolos deslumbrados, paralizados y temerosos, como quedarían dos cervatillos en una carretera cegados por la súbita aparición de los faros de un automóvil. El chico, acojonado e intentando adoptar, sin conseguirlo, un tono de voz viril y autoritario, preguntó:

- ¿Quién anda ahí? ¿Qué coño quiere? ¡Lárguese! –exclamó.

Sin dejar de proyectar sobre sus caras la luz de la linterna, me incorporé y como pude, con la mano izquierda, me coloqué de nuevo el pantalón, no sin antes dirigir hacia mi gorda y aún semierecta verga el chorro de luz para que los chicos pudieran percibirla. Y me satisfizo enormemente comprobar como ambos clavaban en ella la mirada, una mirada, cargada de sorpresa y admiración al ver el excepcional pollón que emergía por entre mis gordos muslos.

Al tiempo que me ajustaba el pantalón y comenzaba a bajar los primeros escalones, les ordené:

-Venga nenes, vosotros seguid con lo vuestro. Que no se mueva nadie, vamos, seguid follando, hijitos. No se os ocurra levantaros.

Aún gozoso y satisfecho por la placentera paja que me acababa de cascar, bajé rápido por la escalera y regresé a mi casa. Tras encenderme un cigarro y abrirme una lata de cola, permanecí atento detrás de la puerta, al acecho. Pocos minutos después oí como la pereja bajaba la escalera con paso rápido y salía a la calle.

Durante los días siguientes no cesé de rememorar la excitante situación vivida aquella noche. Me resultaba curioso comprobar que a mi edad me hubiera excitado tanto haciendo el voyeur y mirando como una pareja de jovencitos follaban. Y también me forzaba a admitir que una de las cosas que más me habían excitado en la situación fue ver el culito blanco y redondito del chaval agitándose arriba y abajo, bombeando a la chica. No puedo negar que mi vicioso instinto me empujaba, durante la escena, a precipitarme sobre ese culo y poseerlo, que sentía el deseo de agarrarlo con ambas manos, taladrarlo con mi potente polla y follarlo. Por primera vez en mi vida, a mi edad madura, ¡me había excitado con el culo de un hombre! Aunque se tratara de un culito de características casi femeninas y que su propietario no se puede decir que fuera aún, ni mucho menos, un hombre hecho y derecho.

También estuve esos días especialmente atento a las idas y venidas en el vecindario, queriendo provocar un "casual" encuentro con Lorena. Una mañana me encontraba fumando en la ventana y la vi como doblaba la esquina de la calle y venía hacia el edificio. Salí de casa y, simulando buscar el correo en el buzón, hice tiempo hasta que la tierna putilla entró en la portería. La vi como, sin ni siquiera mirarme, llamaba el ascensor, que ese día funcionaba. Cuando llegó y la chica entró en él, antes de que se cerrara la puerta, me precipité al interior junto a ella. Al verme, la joven, unos centímetros más alta que yo, se arrinconó contra el fondo, dedicándome una mirada desconfiada y cargada de asco.

Después de tantos días fantaseando con la chica y recordándola despatarrada y mamando la verga del que suponía su novio en el trastero, no pude evitar volverme hacia ella y apretar mi voluminoso cuerpo contra el suyo, sintiendo como se encendía mi vicioso deseo y mi verga comenzaba a engordar dentro del pantalón.

-Hola Lorena, bonita, ¿cómo estás, preciosa? –Le dije babeando de deseo y arrimando mi boca a su carita- Cuanto tiempo sin verte, hay que ver lo que has crecido, ¡ya estás hecha una mujercita!

-Pero ¿qué hace, viejo asqueroso? –Contestó intentando recular más contra el fondo y acentuando la repugnancia que despedía su mirada- ¡Quite cerdo, déjeme en paz!

La fierecilla acompañó sus palabras con un escupitajo que aterrizó en mi cara, junto a mi boca. Cada vez más excitado simulé enfurecer y con una mano la agarré del cuello mientras con la otra tiraba de mi chándal hacia abajo y liberaba mi gorda morcilla. Entonces clavé mi mirada en la suya, me agarré la polla y comencé a restregársela contra la barriguita, al tiempo que con la lengua relamía las babas que resbalaban por mi cara, saboreándolas con gusto.

-Venga, tesoro, escúpeme otra vez, que me encanta el sabor de tus babas. La otra noche no parecías tan remilgada cuando le mamabas la polla al niñato ese -continué- y te tragabas su leche como una puta golosa, ¿verdad? Fui yo el que te vio follando con ese tipejo ahí arriba, me pusisteis tan cachondo que me hice una paja mirándoos. Te excita saber que te miraba mientras te follaban como a una furcia, ¿a que sí? -El brillo de sus ojos y su respiración, cada vez más agitada, me sirvieron como respuesta- Pero, dime una cosa, ¿qué crees que pensaría tu papá si le contara que a su niñita querida se la follan tirada en el suelo, como a una perra, en el trastero del ático?

Lorena dejó de debatirse, nuestras miradas seguían clavadas la una en la otra. Volvió a escupirme en la cara, esta vez directamente sobre los labios pero con menos cantidad de saliva, y yo volví a buscar con la lengua sus babas. Tomé una de sus manitas y la llevé a mi verga tiesa. No se quejó ni opuso resistencia, más bien todo lo contrario, ya que comenzó a sobármela tímidamente. Noté como su respiración se agitaba más y se le encendían las mejillas de rojo.

-Pélame la verga, nenita. Te gusta, ¿verdad? –Añadí- Esto si que es una polla de hombre, y no lo que tiene el crío ese con el que follabas el otro día, ¿qué te parece, cariño?

- ¡Joder, que cacho rabo que tienes, cabrón! –Contestó con voz entrecortada y recorriéndome el pene de arriba abajo con su tierna manita.

Ni que decir tiene que la pequeña puta me estaba matando de gusto con la paja que acababa de comenzar y que tendría que continuar hasta sus últimas consecuencias. Oí como alguien entraba en la portería y pulsé el botón del quinto, provocando que el ascensor comenzara a subir justo cuando el recién llegado iba a abrir la puerta, a la que propinó un puñetazo al ver que se le escapaba en sus propias narices.

-Sigue pelándome la verga, pequeña furcia, -le apremié gimiendo de gusto y arrimando mi cara a su pelo, embriagándome del olor a joven hembra- de aquí no salimos hasta que me la hayas ordeñado tan bien como sabes hacerlo.

Sin que fuera necesario insistir, Lorena me agarró con fuerza la verga y me la empezó a menear. Con sorpresa noté como su boca buscaba la mía, comenzamos lamernos la cara el uno al otro, a babearnos y a mamarnos las lenguas. Ella gemía, babeaba e incluso me escupía dentro de la boca. Era evidente que le excitaba verme tragarme sus babas y a mí, la verdad, también me encantaba hacerlo. Lorena confirmaba ser una auténtica ramera y a mí me excitaba como un animal lo salvaje y vicioso de la situación. Le pedí que me diera apretones en el glande y en los huevos con la otra mano mientras me pajeaba. Así lo hizo y comenzó a arrancarme incontrolados gruñidos de placer, hasta que al cabo de unos minutos, mientras me metía la lengua en la boca hasta la garganta, me comenzó a dar tales retorcidas y apretones en el hinchado glande que sin poder retenerme comenzaron a brotar de mi verga intensas lanzadas de esperma. Me hizo sentir un orgasmo tan intenso que me dejó con las piernas temblorosas y apoyado contra la pared del ascensor.

Ella seguía con la respiración profunda y agitada. Se sentó en el suelo con los muslos separados, se remangó la falda hasta la cintura, pasó la mano por dentro de las bragas y, sin dejar de mirarme con infinito vicio a los ojos, procedió a meterse dos dedos en el coño, profundamente, casi con rabia, moviéndolos en un rápido mete y saca hasta que en solo unos segundos comenzó a gemir y retorcerse de gusto al correrse, escupiendo en mi dirección y con los dedos clavados en el coño.

Posteriormente se levantó, arregló un poco sus ropas y empujó la puerta del ascensor con intención de salir de él. La retuve agarrándola de un brazo y de un tirón la volví a atraer junto a mí.

-¿Cuándo vas a volver a ver al cornudo de tu novio? -Le pregunté.

-Mañana por la noche -contestó tras unos segundos de duda y volviendo a dedicarme una mirada de desprecio- Y se llama Chema, no cornudo -añadió.

-Ah, mira que bien, Chema, -proseguí soltando una risotada y con tono irónico- ¡vaya un nombrecito de maricón! Bueno, ya sabes donde vivo, el primero centro. Quiero que mañana te lo traigas otra vez ahí arriba y volváis a retozar juntos, como la noche en que os sorprendí. Pero antes, cuando subas las escaleras, llamarás discretamente a mi puerta para avisarme. Quiero volver a veros fornicar.

Sin decir palabra, salió precipitadamente del ascensor, bajó las escaleras hasta el tercero y entró en su casa. Yo pulsé el botón del primero y regresé a la mía. Me tumbé en la cama, relajado y satisfecho, y dormí una plácida siesta de la que desperté descansado y hambriento como un león.

Al día siguiente, viernes, después de cenar me senté en el salón, que está junto a la entrada, puse en el lector de DVD una de mis películas porno favoritas, con el sonido muy bajo, y me dispuse a esperar la llamada a mi puerta, fumando y tomando unos cubatas de ginebra con cola. Aunque la verdad es que no creía que Lorena fuera a hacer lo que le pedí antes de despedirme de ella, y me tumbé en el sofá dispuesto a dejarme vencer por el sueño si por fortuna éste venía a apoderarse de mí. Pero, a pesar de que pronto me vi sumido en un agradable sopor alcoholizado, no me dormí, y sobre la una de la madrugada oí el suave sonido como de una mano rozando contra la puerta y un par de golpecitos flojos sobre la misma.

Agradablemente sorprendido y súbitamente despierto y excitado me terminé de un trago el cubata, fui a mi habitación a ponerme una camiseta limpia y dejé pasar unos pocos minutos. Subí de nuevo las escaleras con sigilo hasta llegar al ático, donde de nuevo me encontré con la puerta del trastero abierta, y detrás de la cual me coloqué agudizando el oído y esperando que mis ojos fueran capaces de ver en la profunda penumbra.

Oyendo a los jóvenes gemir de gusto y con la tranca ya bien tiesa, me desnudé por completo y me coloqué arrodillado a la entrada del cuartito. Lorena estaba tumbada sobre el muchacho, con un muslo a cada lado de su cabeza, mamándole la verga mientras él le comía el coño. El chaval no podía verme, al tener sentada sobre su cara a la pequeña putilla, pero Lorena, sin dejar de chuparle la verga al chico, alargó una mano con la que agarró mi polla y comenzó a pelármela. Al oír mis primeros gemidos el chico reaccionó y ladeó la cabeza para poder ver qué estaba ocurriendo.

- ¡Joder Lorena, tía! Pero... ¿qué haces tocándole la polla a este viejo gordo de mierda? -Preguntó incrédulo y sin poder decidir si debía fijar su mirada sobre su chica o sobre mi tranca, pasando de la una a la otra.

-¿Has visto el pedazo de polla que tiene el cabrón, Chema? -Le contestó la chica, ignorándo su pregunta y con voz viciosa.

Entonces agarró una polla con cada mano y comenzó a pajearlas con fuerza y a frotarlas la una contra la otra, viéndose la mía el doble de larga y tres veces más ancha que la del chavalito. Enseguida cesaron las protestas del amigo Chema y, como yo, se dejó llevar por el placer que las manitas de la joven furcia proporcionaban a nuestros rabos tiesos. Yo, sin ningún prejuicio, fui descubriendo el placer inmenso que frotar mi nabo contra la pequeña polla y los huevecillos del joven me proporcionaba. Acabé arrodillado entre los muslos del chico, que se había despatarrado como una putilla, haciendo un movimiento de rápido vaivén sobre su culito y su sexo, metiéndole empujones con mi ya inflamado glande sobre su cerrado ano y chafándole los huevos y la verga.

El chavalito se dejaba hacer y gemía de puro gusto mientras Lorena, sentada con las piernas abiertas sobre el pecho de su novio, asistiendo en primerísima fila al espectáculo, estaba también terriblemente excitada. Echó su cuerpo hacia atrás, adelantó su empapado sexo y comenzó a frotarse con rabia sobre el clítoris y meterse enteros tres dedos en la vagina.

Viendo esto y preso de una desenfrenada excitación animal, me abalancé sobre el tierno coño y comencé a comérlo, dándole largos y profundos lengüetazos, arrancándole enseguida intensos gemidos a la pequeña furcia. Ella se apoyaba en el suelo con una mano y con la otra me agarraba la cabeza para apretarme más contra su coño. De vez en cuando yo me incorporaba para respirar y lamerle la barriguita, las tetas y la cara, y ella aprovechaba para escupirme en la cara y meterme la lengua en la boca.

He de reconocer que nunca hasta ese día había vivido una situación similar. Nunca había podido gozar de una jovencita tan puta y viciosa, ni jugado a follar a un muchachito despatarrado bajo mi cuerpo, gimiendo gozoso de sentir mi verga machacarle la suya y restregarse contra sus tiernos testículos.

Muy pronto Lorena se corrió, gimiendo como una perra en celo y con mi lengua metida y agitándose dentro de su coño. Seguí comiéndoselo hasta que cesaron los espasmos de placer que sacudieron su cuerpo y entonces, sin pausa, me dediqué a lamerle el culito, a comerle el tierno y prieto agujerito rosado de su ano. Mientras, ella se daba la lengua con Chema, el cual le metía dos dedos en el coño, y con la otra mano le apretaba las tetas y pellizcaba los pezones casi con violencia. Poco a poco, con la caricia de mi lengua y el calor y la humedad de mis babas, el culito de la chica fue dilatando hasta que pude insinuar en su interior primero la punta de la lengua y posteriormente uno de mis dedos, comenzando a follarlo despacito y arrancándole nuevos gemidos y obscenas palabras:

-Cabrones, me vais a matar de gusto, hijos de puta, Ahhhhhhhh, folladme cerdos, metedme ya las pollas. Joder, ¡me voy a correr otra vez! Vuestra puta madre, puercos, me vais a volver loca, venga ya... ¡folladme!

-¡Qué puta que eres, cariño! -Exclamó Chema al oír los gemidos y las palabras que su querida novia profería.

A todo esto mi polla estaba ya para reventar, me moría de ganas de meterla en ese delicioso coñito. Me levanté y arrodillé de nuevo. Empujé de los riñones a Lorena para acercarla al rabo de Chema, el cual agarré con una de mis manos y coloqué contra el ano de Lorena. El chico estaba tan excitado que nada más sentir el apretón de mi mano en su polla y el contacto de esta con el mojado y caliente agujero, soltó un alarido de placer y comenzó a eyacular fuertes y abundante chorros de semen. Estos empaparon el culo de la chica y mi mano que, me di cuenta al cabo de un minuto... ¡estaba pajeando esa verga! ¡Por primera vez en mi vida estaba cascando una polla que no era la mía y disfrutaba viéndola escupir esperma y oír gruñir de gusto a su propietario!

Rápidamente, aprovechando que la verga del chico seguía tiesa y que estaba bien lubricada con su propio semen, acerqué más contra ella a Lorena y la apremié...

-Ven aquí putilla, siéntate sobre este rabo, venga, clávatelo en el culito, zorra.

Así lo hizo y con mi ayuda y unos pocos empujones consiguió meterse entera la resbalosa pija del muchacho en el culo, empalándose en ella y quedando finalmente sentada sobre los aplastados huevos del chaval. La enculada muchacha permaneció inmovil y con una mueca de dolor en la cara durante un par de minutos. Entonces se echó hacia atrás, apoyando las manos en el suelo y separando por completo sus muslos, ofreciéndome su sexo. Para intentar aliviar sus molestias anales, volví a tirarme en el suelo y a darle lametones sobre el coño hasta que conseguí que de nuevo comenzara gemir de gusto. Sin titubear ni un segundo, agarré mi tranca y la coloqué sobre los babosos labios del empapado sexo. Froté con fuerza el glande sobre ellos y sobre el clítoris, mientras la chica comenzaba a moverse despacio adelante y atrás, con la verga de Chema clavada y follándole el culo.

Empujé hasta conseguir meterle la gorda bola que era mi glande en ese momento, arrancándole un profundo y larguísimo suspiro a la chica, y, sintiendo un placer increíble al tener la polla embutida y presa de un coño tan tierno y estrechito, comencé a follarlo despacio. Poco a poco iba metiéndole centímetros de carne caliente, aumentando la fuerza de las embestidas y la cadencia de mi movimiento. Mi placer era indescriptible pero creo que el de la chica era aun mucho mayor. Estoy seguro de que era la primera vez que era penetrada por sus dos agujeros inferiores a la vez y era evidente que a la muy perra le encantaba. Se agitaba y gemía sin retención como una gorrina. En realidad, todos gemíamos de placer, poseídos por el vicio y el deseo, olvidando el lugar donde nos encontrábamos.

Lorena lanzó un grito al sentir el orgasmo poseerla, que fue el primero de una serie de al menos cuatro o cinco seguidos. La chica es una auténtica zorra ninfómana, no cesaba de agitarse, de reclamar ser follada, de insultarnos, de escupirnos, y se corría una y otra vez. También Chema, según denotaron sus gruñidos, volvió a correrse, esta vez dentro del culo de la chica, empujando hacia arriba con los riñones, retorciéndole los pezones y tratándola de puta, de guarra y cosas así.

También yo sentí la inminente llegada del orgasmo, una avalancha de placer que anunciaba que llegaba mi turno de correrme. Cegado por el vicio, poseído como una bestia, saqué mi tranca del coño de la pequeña puta y me arrastré gruñendo y babeando sobre los dos cuerpos hasta hacer que mi polla quedara a la altura de sus caritas. Agarré del pelo a ambos jovencitos y ya sin poder resistir más y berreando de placer como un puerco, froté sus tiernos rostros contra mi rabo, sobre el que Lorena comenzó a escupir al tiempo que me daba apretones en los huevos, y dejé finalmente caer las intensas lanzadas de mi leche sobre las tiernas caritas de los jóvenes.

No tengo palabras para describir el increíble placer que sentí. Me quedé extasiado y sin fuerzas, me derrumbé y dejé caer la sebosa masa de mi cuerpo en el suelo sin poder reaccionar durante bastantes minutos. Ante los empujones del muchacho intentando separarse de mi, acabé por levantarme y comenzar a vestirme despacio. Lorena seguía tirada en el suelo, con los ojos cerrados, la respiración agitada y una expresión de gozo y felicidad en el rostro, mientras que Chema, como avergonzado, evitaba mirarme y, dándome la espalda, comenzó a vestirse también.

Cuando hube terminado de vestirme, sin saber que decir y consciente de que ese silencio era provocado por la inusual y para todos embarazosa situación, simplemente me di media vuelta y, bajando despacio las escaleras, regresé a mi casa. Al llegar, aun tembloroso y como anestesiado por el intenso placer vivido, fui directamente a acostarme.

Esa noche me dormí rápida y profundamente, como hacía mucho tiempo que no lo hacía, que no dormía tan bien.