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Aniversario de bodas

en Intercambios

Al disponerme a escribir esta anónima confesión me digo que quizás el lector podría pensar o tener una primera impresión que se trata de la típica historia de la pareja casada desde hace bastantes años y que, un tanto aburrida, se regala una segunda luna de miel.

Pero aunque así sea no puedo resistir las ganas de contarles a todos ustedes este reciente episodio de mi vida que considero único y excepcional. Repleto de experiencias que hasta entonces solo había conocido en mis sueños y fantasías, y que marca el que sin duda es el comienzo de una nueva (y muy placentera) etapa en mi matrimonio y en mi vida en general.

Sin extenderme en presentaciones les diré que me llamo Alejandro, tengo 39 años y trabajo de contable en una multinacional de seguros e inversiones. Estoy casado con Silvia desde hace algo más de quince años. Silvia es dos años más joven que yo y trabaja de profesora en una escuela pública de enseñanza primaria. Tenemos dos hijos varones, Raúl y Marcos, de 12 y 9 años respectivamente, y vivimos en un barrio residencial de la periferia de una gran ciudad de la costa mediterránea española.

Como les decía, tras casi tres lustros de matrimonio, la rutina se había instalado entre nosotros y aquellas pasión y locura de los primeros años, sobre todo los dos primeros, antes del primer embarazo, se habían esfumado. Siendo consciente de ello y comenzando a preocuparme muy seriamente de tal decadencia (admito haber comenzado a desear a casi todas las mujeres de mi entorno e incluso haber ido de putas algunas veces) decidí, ante la proximidad de nuestro quinceavo aniversario de bodas, darle una sorpresa a mi esposa. Pensé que un viaje juntos, los dos solos y en algún lugar bonito, romántico y tranquilo, podría hacer renacer entre nosotros un poco de esa complicidad que solo el erotismo, el deseo y el placer compartido pueden aportar a dos personas que, se supone, se aman.

En secreto busqué entre las muchas ofertas que tanto en agencias de viajes como por Internet proponían para las fechas que deseaba. Por una vez no me importaba el precio y para mi elección quise privilegiar ante todo el exotismo, el confort y la intimidad. Lo principal era evitar cualquiera de esos lugares abarrotados de turistas del Caribe, del sur de Europa o del norte de África. Finalmente me decidí por una de las alternativas más caras: un viaje de diez días a una pequeña y paradisíaca isla del archipiélago indonesio, alojados en un pequeño hotel compuesto por solo una veintena de bungalows individuales y situado en la misma orilla de una magnífica playa privada. También me ocupé de organizar el cuidado de nuestros hijos durante esos días y una vez todo resuelto, solo cuatro días antes del inicio del viaje, se lo anuncié a mi esposa.

Desde que le di la noticia de nuestro viaje, Silvia estaba radiante de felicidad. Se pasaba el día canturreando, sonriente, nos comía a besos a mi y a los niños a la mínima ocasión y había ido de tiendas para comprarse ropa nueva que ponerse durante las vacaciones. Yo intuía que el dinero gastado en ese viaje iba a resultar ser una muy buena inversión. No podía imaginar entonces hasta que punto iba a serlo.

El viaje transcurrió sin ninguna incidencia digna de mención. Llegamos a nuestro destino a media tarde, un poco cansados por las muchas horas de vuelo y, tras deshacer las maletas y ducharnos, dormimos un rato antes de ir a cenar.

La temperatura era cálida pero agradable y Silvia se vistió con un precioso vestido nuevo de color verde turquesa, con la falda compuesta de varias piezas de tela vaporosa superpuestas, las cuales descubrían sus muslos al andar y al sentarse, un provocador escote que dejaba a la vista parte de sus senos, prietos y levantados por un bonito (¡e imagino que muy caro!) sujetador nuevo. Por detrás era abierto, prácticamente inexistente, dejando la espalda casi completamente desnuda. Me quedé pasmado al verla plantarse ante mí y dar unas vueltas sobre sí misma para permitirme admirarla por todos los ángulos, y tardé casi un minuto entero en reaccionar y decirle lo deliciosa y deseable que la encontraba así vestida, cosa que ella agradeció ruborizándose y dedicándome una pícara sonrisa.

Fuimos a cenar al pequeño comedor del hotel. Al ser ya un poco tarde solo quedaban tres mesas ocupadas y nos instalamos en una de las del fondo desde donde, durante el día, se ve el mar tan de cerca que casi parece que se pueda extender la mano y meterla en el agua.

El ambiente era tranquilo y lujoso. Las mesas vestidas con bonitas mantelerías, vajilla y cubiertos de grandes marcas europeas, y empleados y huéspedes educados y discretos. Desde luego un ambiente muy diferente del que estábamos acostumbrados hasta entonces durante nuestras vacaciones familiares, siempre en hoteles de dimensión "industrial", con comedores enormes y ruidosos, llenos de gente escandalosa y de malditos críos corriendo y voceando como salvajes por entre las mesas.

Tras la deliciosa cena, que acompañamos con una botella de un estupendo vino blanco, propuse a Silvia dar un paseo por el caminito que, partiendo del restaurante, bajaba hasta la playa. Era un simple sendero de tierra, bordeado de espesa vegetación y únicamente iluminado por unas farolitas pequeñas, de solo unos 50 cm. de altura, colocadas a intervalos de unos cinco metros, las cuales despedían una débil luz amarillenta que apenas bastaba para poder intuir el trazado del camino.

Al llegar al final del sendero, ya en la arena de la playa, nos abrazamos contemplando el mar. Nos dejamos llevar unos minutos, oliendo la brisa marina y oyendo las olas romper en la orilla, por el dulce placer de sentir nuestros cuerpos calientes pegados el uno al otro, sintiendo el deseo crecer e inflamarse en nuestro interior. Yo acariciaba la piel suave y caliente de la espalda desnuda de Silvia, sintiéndola viva y como... no sé, diferente, como si fuera la primera vez que tocaba esa espalda. Nuestros rostros se rozaban sensualmente y pronto nos fundimos en un beso. El roce de nuestros labios se fue intensificando hasta que el beso se hizo intenso, húmedo, cargado de deseo. Nuestras lenguas se buscaron y Silvia introdujo la suya profundamente en mi boca, gimiendo como una gata en celo, al tiempo que frotaba su cuerpo contra el mío y, poseída por el deseo, su mano venía a apretar el bulto que mi pene semierecto provocaba en mi pantalón.

Al cabo de unos minutos de estar sobándome la verga sobre la tela del pantalón, mientras nos comíamos la lengua el uno al otro, me desabrochó los dos primeros botones y, agachándose delante de mí, me lo bajó como una desesperada de un fuerte tirón, arrancándome un grito provocado tanto por la sorpresa de ver a mi esposa hacer tal cosa (¡estando en un lugar público!) como por la descarga de placer al sentir mi polla, ya casi completamente tiesa, sacudida por la violencia del tirón y quedar libre y a la vista.

Seguidamente, sorprendiéndome aún más si cabe, se abalanzó como una posesa sobre mi pene, el cual agarró de un puñado con una de sus manos y se lo introdujo en la boca, comenzando a chupármelo ansiosa, con un vicio y una saña para mi desconocidas en ella. ¡Irene, mi mujer, me estaba follando con la boca! Algo que hasta ahora nunca había sucedido. Y además, otra novedad, con la otra mano me sobaba los huevos y deslizaba uno de sus dedos sobre mi ano, lo apretaba hasta introducirlo casi por completo y procedía a pajearme el culo, follándomelo con el dedo, al tiempo que se tragaba mi polla entera. Mi placer era tan intenso que sentí que no tardaría en correrme si Silvia seguía mamándome de esa manera.

Provocando una pausa, me arrodillé también frente a ella y la empujé hacia atrás hasta dejarla tumbada sobre la arena. Sin demora pasé las manos bajo su falda, se la levanté hasta la cintura y le quité las minúsculas bragas que vestía. Separé sus piernas con mis manos, hundí mi cabeza entre sus muslos y comencé a lamerle el coño. Ese sexo, que tan increíblemente empapado estaba y que tantas veces había lamido, tenía esa noche, en aquella playa, un sabor diferente, un delicioso sabor a hembra en celo, a deseo puro. Un sabor que me hizo perder la cabeza, que me empujó a lamerlo intensamente, a restregar con rabia la lengua contra el bultito de su clítoris y hundirla después en su interior lo más profundamente que pude, arrancando a mi mujer largos gemidos de placer y llevándola hasta su primer orgasmo de la noche.

Seguidamente me incorporé y me paré un minuto a mirar, a admirar, aún incrédulo, a mi amada esposa. Me daba un morbo tremendo verla tirada sobre la arena, totalmente desinhibida, gozosa, abierta de piernas, con el vestido enrollado a la altura de la barriga, el coño chorreante y entregado, los pechos desnudos, con erectos pezones que ella misma acariciaba y pellizcaba, y oyéndola pedirme con voz ronca que la penetrara, que la follara, todavía poseída por el deseo, como una ninfómana, como una de esas mujeres, esas hembras viciosas, con las que los casados aburridos fantasean tantas veces.

Excitado por sus palabras y guiado por el deseo, empuñé mi verga con una mano, coloqué el glande sobre los babosos labios de su sexo, lo froté con fuerza contra ellos y el hinchado clítoris y, mientras Silvia gemía y se retorcía de gusto, se la introduje entera, de un solo empujón, con tanto ímpetu que desplacé de bastantes centímetros hacia atrás nuestros cuerpos sobre la arena. Comencé a cabalgarla con furia, a administrarle un mete y saca intenso, clavándosela profundamente en cada embestida, al tiempo que buscaba sus pezones para chuparlos, lamerlos, morderlos, mientras ella, gimiendo gozosa, me abrazaba los riñones con sus piernas y agarraba de un puñado mi pelo apretando mi cabeza con fuerza contra sus tetas.

Estábamos follando como posesos, sin retención, en un lugar desconocido, en una playa en la que nunca habíamos estado y por donde podría pasar alguien en cualquier momento. Sin duda la que hasta ese momento era la experiencia más extraordinaria que habíamos vivido en toda nuestra monótona vida de casados. Yo estaba gozando como un animal. Pero aún estaba por ocurrir lo más novedoso de la noche.

Al levantar la cabeza para mirar el rostro deformado por el placer de mi esposa, me percaté que había un hombre a solo unos metros de nosotros, plantado junto a la última farola del camino y mirándonos. La luz tenue solo permitía ver con cierta claridad sus piernas, la mano que se había colocado en la entrepierna y parte de su barriga. El resto, el pecho y la cara, quedaban totalmente ocultos por la oscuridad. El desconocido nos miraba mientras follábamos y se estaba excitando, sobándose la polla sin disimulo.

-Ostias Silvia, hay un tío ahí detrás -dije al oído de mi esposa, reduciendo el ritmo de mis movimientos pero sin detenerme-. Nos está mirando y se está excitando tocándose la polla.

Mi mujer ladeó la cabeza y miró al individuo que, justo en ese momento y quizás animado ante la falta de reacción por nuestra parte, dio un par de pasos adelante, se sacó la verga del pantalón y comenzó a cascarse una paja con descaro.

-¡Vaya pedazo de rabo que tiene el cabrón! -Exclamó Silvia clavando la mirada en la realmente enorme verga del individuo y dejándome de nuevo pasmado por su reacción- Déjale, no parece que sea peligroso, que se la machaque mirando si quiere, tu no te pares cariño… hummm.... sigue, no pares de follarme que estoy a punto de correrme otra vez, ahhhhhh, clávamela fuerte…

Y así lo hice. Hinqué los puños en la arena y la seguí embistiendo con fuerza, aunque eso sí, sin perder de vista a nuestro inesperado visitante ya que no me importaba (más bien todo lo contrario) que nos mirara mientras jodíamos, pero no deseaba en absoluto que se sintiera invitado a participar activamente.

-Mira esa polla, gorda y tiesa -comencé a susurrar al oído de mi esposa mientras la follaba- completamente empalmada, seguro que ese cerdo daría cualquier cosa por venir y clavártela, por follarte. Ohhhhhh, Silvia, ¡eres una zorra! Te gusta que te esté mirando aquí tirada en el suelo, despatarrada como una furcia y follada, con mi polla bombeándote el coño... te excita ver ese rabo, ¿verdad putita mía?

Silvia se agitaba y gemía sin retención, sus tetas se balanceaban sacudidas por mis empujones y casi ni despegaba la mirada del imponente pene que, a solo un par de menos de nosotros, era masturbado, machacado con fuerza por su anónimo propietario.

Queriendo añadir más morbo a la situación, me levanté y, agarrando bruscamente a mi mujer de la cintura, la volteé y coloqué a cuatro patas, poniéndola justo de frente a la tranca del mirón, y sin demora volví a clavarle la mía, agarrándola de la cintura y bombeando con tal fuerza que nuestros cuerpos provocaban un fuerte chasquido al chocar en cada una de mis metidas.

El desconocido, acelerando de manera delirante el ritmo de la paja que se estaba cascando, dio entonces un último paso hacia nosotros y, soltando un gruñido de placer, comenzó a eyacular largos chorros de semen sobre la arena, un par de los cuales cayeron a solo unos centímetros de mi mujer. Silvia no apartaba la vista de esa vigorosa polla y al verla tan cerca y escupiendo chorros de esperma en su honor, comenzó a retorcerse y gemir como una perra hasta que dejando escapar un grito de placer explotó en el orgasmo más intenso que jamás hasta entonces le había visto tener. También yo, ya como loco y sin poder resistir más, me abandoné a mi orgasmo e inundé de esperma la vagina de mi esposa, gimiendo y sintiendo un placer de una intensidad que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.

Nos derrumbamos juntos sobre la arena, gozosos y agotados, con las respiraciones agitadas y sudorosos. Nuestro visitante, con el pene ya algo flácido pero aún así enorme y que todavía se pelaba con la mano, simplemente se ajustó el pantalón y sin decir palabra dio media vuelta y se marchó en dirección del hotel. Nunca supimos quien era. Yo sospecho, como le comenté a Silvia, que quizás fuera uno de los camareros del hotel, pero no podría afirmarlo.

Tras unos minutos regresamos a la habitación, nos duchamos para quitarnos de encima el sudor y la arena y nos acostamos. Totalmente satisfechos y felices, nos tumbamos en la cama, relajados y dejándonos acariciar por el aire fresco que producía el ventilador del techo, y estuvimos un rato hablando y riendo, tonteando como adolescentes, frotando suave y sensualmente nuestros cuerpos desnudos mientras rememorábamos la increíble escena que acabábamos de vivir en la playa hasta que de nuevo, excitados, volvimos a hacer el amor con pasión.

Así transcurrió nuestra primera noche. ¡Las vacaciones empezaban de manera inmejorable!

El día siguiente lo pasamos en la magnífica y casi desierta playa del hotel, la misma playa donde la noche anterior habíamos estado follando mientras un desconocido nos miraba y se masturbaba. Disfrutamos de la belleza y de la paz del lugar, de su inmaculada arena blanca y bañándonos en el agua pura y cristalina. Silvia estrenó traje de baño. Un atrevido biquini cuya braguita, aunque no era tanga, dejaba al descubierto buena parte de sus carnosas pero todavía firmes nalgas. A la parte de arriba, también de reducido tamaño, poco uso le dio puesto que se la quitó nada más llegar a la playa.

Ambos estábamos en un permanente estado de excitación. La cálida caricia de los rayos del sol, el rico sabor salado que el agua marina dejaba en nuestras bocas y que saboreábamos al besarnos con frecuencia y con mucho frote y chupada de lenguas, y la casi completa desnudez de mi esposa, provocaban que la mayor parte del tiempo mi pene abultara en del bañador y se insinuara rebelde, ansioso por ser liberado y atendido. Y el grosor y la dureza de los oscuros pezones desnudos de Silvia delataban un estado similar.

Poco antes de la hora de comer regresamos a la habitación y nos duchamos juntos, abrazados y excitados bajo el chorro de agua tibia. Silvia volvió a chuparme la verga con glotonería, engulléndola entera hasta llegar a tocarme los huevos con sus labios, ¡haciéndome una auténtica comida de polla! Algo muy diferente de los tímidos y breves lametones que, casi con asco, acostumbraba a prodigarme cuando en anteriores ocasiones yo, colocándole el pene sobre la boca, la medio forzaba a hacerme una felación.

A continuación, cuando me había puesto ya la pija como un monolito de piedra, lamí su coñito agachado frente a ella, que había colocado un pie sobre mi hombro y me entregaba su jugosa rajita, totalmente abierta y accesible a mi boca. Lamí y chupé su clítoris, pasé la lengua por todo su sexo, lo penetré con ella, le lamí el ano... Hasta ese día ¡nunca habíamos hecho cosas así en la ducha! Agarrando y levantando uno de sus mulos, la penetré arrinconándola contra la pared, propinándole furiosas metidas con un movimiento de abajo arriba que rápidamente nos llevó al orgasmo.

Así pasamos los primeros días de nuestra segunda luna de miel: disfrutando del mar y la naturaleza, regresando presurosos a nuestro bungalow cada vez que la excitación y el deseo se volvían irresistibles y nos poseía la necesidad imperiosa de amarnos, de lamernos, de follar como locos, cosa que hacíamos al menos dos veces diarias. Hasta antes de ese viaje la frecuencia de nuestras relaciones sexuales era también de dos o tres veces... ¡al mes!

Una noche, durante la cena, hicimos amistad con Nicole y Antonio, una pareja algo más joven que nosotros y residentes en Suiza, país de origen de la chica. Intercambiamos algunas banalidades mientras cenábamos, estando cada cual en su mesa, y al terminar nos instalamos los cuatro juntos en la terraza del bar de la piscina para tomar unas copas y charlar.

Nos contaron que solo hacía seis meses que se conocían y que eran sus primeras vacaciones juntos. Es cierto que se les veía muy enamorados, como solo suele verse a las parejas que están viviendo la violenta explosión de sentimientos, deseo y emociones que el nacimiento de un apasionado amor provoca. No cesaban de besarse, de tocarse, de halagarse mutuamente, mirándose directa e intensamente a los ojos, cuchicheándose cositas al oído y riendo como críos. Nicole, una hermosa mujer de unos 30 años, llamaba la atención por su belleza natural, que conseguía acentuar con su a la vez elegante y provocativa manera de vestir. No había hombre (ni tampoco mujer) que no se le quedara mirando al pasar. Y Antonio, que por supuesto se percataba de ello, muy lejos de molestarse manifestaba una evidente satisfacción al ver la envidia y el deseo que su novia despertaba por todo su entorno. Es más, en un momento de la conversación me confesó, en tono confidencial, que tanto a él como a Nicole les encantaba ser mirados y que en ocasiones se abandonaban a sus ardores en lugares públicos y siendo conscientes de ser observados, satisfaciendo con ello una clara inclinación exhibicionista.

La mañana siguiente, estando un poco cansados y con la piel, aunque ya morena, algo irritada como consecuencia de las muchas horas de sol y playa, decidimos quedarnos en la piscina del hotel. Bajo uno de los parasoles, en un rincón al fondo de la piscina, estaban Nicole y Antonio. Al llegar e instalarnos bajo otro parasol, a solo unos metros del de ellos, nos saludamos e intercambiamos algunas palabras.

Nicole estaba deliciosa con su minúsculo biquini amarillo, que más que para tapar parte de su cuerpo servía para provocar la imaginación y hacer soñar con las delicias que la escasa tela apenas conseguía ocultar.

Silvia, quizás un poquito celosa de ver el magnífico cuerpo de Nicole y al percibir la mirada que, claramente cargada de deseo, no pude evitar dedicarle, desnudó sin pudor sus generosos senos, mostrándolos descaradamente a nuestros nuevos amigos, y tumbándose bocabajo sobre la hamaca me pidió que le aplicara la crema solar en la espalda.

Comencé a extender la crema por los hombros, la espalda y las piernas de mi esposa, haciendo que mi mano resbalara sobre su piel lo más sensualmente posible, con la clara intención de transmitirle mi excitación y despertar también su deseo. Comenzando mi caricia desde la nuca, extendía la crema por toda la espalda y dejaba bajar mis manos al pasar por los costados para acariciar la parte externa de sus senos. Me recreaba sobre sus nalgas, incluso metiendo los dedos bajo la tela del biquini, y pasaba mis manos con especial lentitud y suavidad por entre sus muslos, ejerciendo una leve presión sobre su sexo. Notaba a mi esposa, que había ladeado la cabeza en dirección de la otra pareja, dejarse llevar por el placer que mis masajes le proporcionaban, y advertí con agrado como nuestros amigos nos miraban interesados y sonrientes, mientras mi pene comenzaba a abultar de manera notoria.

Cuando llevaba un rato embadurnando de crema y sobando a Silvia, cuando comenzaba a introducir mi mano más profundamente dentro de su braguita para que mis dedos rozaran su sexo húmedo, cuando ya mi pija tiesa como un mástil tensaba obscenamente la tela de mi bañador y el intercambio de miradas se hizo más intenso, más lascivo y cargado de vicio, Nicole fue a instalarse sobre la misma tumbona que Antonio, colocándose de espaldas contra él y mirando, excitada y desafiante, hacia nosotros.

Al principio despacio, comenzó a frotar el culo contra la entrepierna de Antonio. Observé como su mirada recorría con deseo el cuerpo de mi esposa así como el bulto que provocaba mi polla. Las manos de Antonio comenzaron a recorrer sin disimulo todo su cuerpo. Deshizo el nudo que mantenía el sujetador del biquini de la mujer, el cual era tan pequeño que apenas tapaba poco más que sus oscuros pezones, y se lo quitó. Comenzó entonces a acariciar los preciosos pechos de Nicole, tomando cada uno a su vez en la mano y proporcionándole un intenso masaje en el pezón, el cual retorcía entre las yemas de los dedos mientras con la palma de la mano le apretaba la teta. La mujer se restregaba ya sin disimulo contra el cuerpo de Antonio y era evidente que a ambos les importaba bien poco el hecho de que no estuviéramos solos en la piscina. Bien es verdad que los ocupantes de los otros cuatro o cinco parasoles parecían adormecidos y no prestar atención a lo que en el rincón del fondo estaba sucediendo. Pero Silvia y yo, mirando descaradamente, no perdíamos detalle, ninguno de los dos.

Nicole levantó una pierna y la pasó por encima de las de Antonio. Este a su vez se quitó el bañador y lo arrojó, con la clara intención de hacérnoslo ver, al suelo delante de la hamaca y a nuestra vista. Entonces, con gran sorpresa, pudimos ver como por entre las piernas abiertas de Nicole y frotándose a la tela del biquini que aún cubría su sexo, comenzó a pasar la polla erecta de Antonio en un lento movimiento de vaivén. Podíamos ver la gorda cabeza roja de la pija ir y venir frotándose contra el coño de la chica al tiempo que Antonio seguía magreándole las tetas, y bajando la mano por la linda barriguita la introducía por dentro de la braguita y le masajeaba el clítoris con los dedos.

Continuaron con ese mismo trajín un rato, excitándose al máximo, exhibiéndose a nosotros y excitándonos también. Yo continuaba acariciando el cuerpo de mi esposa como si aún le estuviera aplicando la crema y llevaba cada vez con más frecuencia mi mano hasta su sexo para acariciárselo sobre el biquini, ejerciendo un suave masaje con mis dedos sobre él, que ya notaba húmedo a través de la tela y que Silvia, separando un poco los muslos, dejaba totalmente accesible a mis caricias. Ella, a su vez, introdujo una mano disimuladamente por el hueco de una de las anchas perneras de mi bañador y me comenzó a menear la polla despacio, matándome de gusto.

Antonio ladeó con la mano el pequeño tanga de la mujer y dejó al descubierto y bien a la vista el riquísimo coñito, completamente depilado, de Nicole. Esta, como poseída por el deseo y dedicándonos, sobre todo a mi esposa, una mirada desbordante de vicio, buscó con su manita la verga tiesa de Antonio, la agarró y comenzó a pajearla y frotarla contra su sexo. Poco después Antonio levantó la pierna que Nicole tenía colocada sobre las suyas, agarrándola con su brazo por el muslo, y la mantuvo de esa manera provocando que el coño de la mujer quedase abierto y esta pudiera, guiándola con su mano, colocarse la punta de la polla del hombre en la rajita, que éste comenzó a clavarle empujando desde atrás.

¡Aquello era alucinante! No podíamos creer lo que estábamos viendo, nuestros nuevos amigos ¡estaban follando delante de nosotros! Entonces entendí hasta que punto las palabras de Antonio la noche anterior, cuando aludió como sin darle importancia su gusto por el exhibicionismo, eran reales. ¡Como gozaban haciéndolo mientras Silvia y yo los mirábamos! Y, para que negarlo... ¡como nos estábamos excitando mirando!

Nicole gemía ya sin recato y se pellizcaba ella misma los pezones, ya que la mano de Antonio había dejado de ocuparse de ellos y no abandonaba su clítoris, que masajeaba con intensidad mientras su polla entraba y salía del tentador coño a buen ritmo. Ritmo que fue incrementando hasta hacer que la chica dejara escapar un par de intensos gemidos y su cuerpo se sacudiera por el placer al correrse con la verga del hombre bombeándole con fuerza. Antonio continuó follándola unos segundos y, soltando a su vez un gruñido de placer, sacó la pija de la húmeda cavidad de Nicole la cual, empuñándola con una mano, comenzó a pelársela con rabia y no paró de hacerlo hasta que cesaron de brotar de ella los chorros de abundante semen que vertió sobre la barriguita lisa y morena de la chica, los cuales vimos después resbalar por ella para ir a caer goteando en la toalla colocada bajo sus cuerpos.

Silvia y yo, que locos de excitación ante tan increíble espectáculo no parábamos de masturbarnos mutuamente, estábamos completamente salidos y deseando también follar. De buena gana le hubiera bajado la braguita del biquini allí mismo y la hubiera poseído, colocándola a cuatro patas sobre la hamaca, cogiéndola desde atrás y brindando a nuestros amigos el mismo tipo de espectáculo. Pero, la verdad, ni me atreví a hacer tal cosa, ni creo que Silvia lo hubiera permitido. Ya el hecho de haber estado mirando a nuestros amigos follar y el estar masturbándonos delante de ellos como lo estábamos haciendo (¡y en un lugar público!), era mucho más de lo que nunca hubiéramos imaginado que llegaríamos a hacer en similares circunstancias. En vez de eso, me tumbé sobre mi esposa y, apoyando y restregando contra su culo mi pétrea verga, le susurré al oído:

-Vamos a la habitación cariño...

No hubieron más palabras. Nos levantamos apresurados y nos marchamos abandonando allí todas nuestras cosas. Solo yo cogí una toalla que me enrollé por la cintura para intentar disimular el obsceno bulto que marcaba mi erección. Nada más llegar al bungalow y apenas abrimos la puerta y entramos, nos arrancamos mutuamente la poca ropa que vestíamos y allí mismo, en el suelo de la entrada, follamos como desesperados y tuvimos ambos, como nos confirmamos luego al comentarlo, uno de los orgasmos más intensos y salvajes de nuestras vidas.

Durante el resto de las vacaciones pasamos mucho tiempo con Nicole y Antonio. La mañana siguiente estuvimos en la playa con ellos. Antonio me propuso hacer footing con él por la orilla mientras las chicas se entregaban al ritual sagrado del bronceado. Acepté casi con pena y sin poder disimular el deseo que los cuerpos prácticamente desnudos de esas dos hembras deliciosas despertaban en mí. Y lo peor es que el cabrón de Antonio, más joven que yo, en muy buena forma y acostumbrado a hacer footing casi todos los días, me hizo correr por lo menos ocho kilómetros sobre la arena. ¡Por un momento pensé que le íbamos a dar la vuelta entera a la isla! Y claro, por orgullo masculino, por no quedar en ridículo, aguanté como pude la paliza.

A la vuelta, cuando nos aproximábamos de las mujeres, todavía tumbadas y con los cuerpos morenos y brillantes por los aceites bronceadores, me pareció ver que estaban muy pegaditas la una a la otra, juntas sobre la misma toalla. Incluso advertí como jugaban con los pies, rozándoselos y entrelazándoselos, mientras cuchicheaban cosas con las cabezas pegadas y reían con complicidad.

Al vernos llegar se separaron un poco. Antonio se colocó sobre Nicole y comenzó a hacer flexiones sobre su cuerpo, poniendo especial cuidado en restregar cada vez que bajaba el paquete de su entrepierna sobre el precioso culito de la chica. Al cabo de diez o doce flexiones se levantaron y marcharon corriendo y jugando como críos al agua para darse un baño. Yo me tumbé junto a mi esposa, cansado por el esfuerzo de la carrera. Enseguida me llamaron la atención los abultados pezones, visiblemente excitados, que apuntaban rabiosos rozando la toalla sobre la que estaba tumbada.

-Vaya pitones que luces, tesoro -le dije divertido mientras le atrapaba uno de ellos entre dos dedos y se lo pellizcaba- Veo que esa zorrita de Nicole está poniendo cachonda a mi mujercita.

-N... no, pe... ¡pero qué dices hombre!... -Contestó visiblemente turbada aunque sin ninguna convicción.

-No disimules, cielo, y no te cortes, ¿qué más da? Estamos en este paraíso de vacaciones, para disfrutar y pasarlo bien, ¿no? -proseguí al tiempo que la besaba en el cuello- Me gusta verte así de excitada. Además, ¿como reprocharte nada? Nicole es encantadora y su cuerpo es una auténtica tentación, disfruta de él si lo deseas.

Sin responder, me atrajo contra ella y comenzó a besarme metiéndome la lengua hasta la garganta, confirmándome lo excitada que estaba. En pocos segundos me contagió su excitación y nos dejamos llevar por el deseo, besándonos y metiéndonos mano como si estuviéramos en la intimidad de nuestro cuarto. En ese momento, nuestros amigos regresaron del agua e hicieron una broma sobre lo "caldeado" que se ponía el ambiente. No negaré que sentí un poco de vergüenza al comprender que el jocoso comentario fue debido al tremendo lote que me estaba pegando con Silvia, pero sobre todo por el descarado bulto que mi polla empalmada provocaba en mi bañador.

En ese ambiente de buen humor y rebosante de erotismo permanecimos un rato más en la playa. Nos bañamos e hicimos algunas fotos juntos. En una de ellas aparecen Silvia y Nicole enlazadas y encarando la cámara, mirando con caritas de putitas y con los tentadores pezones de ambas apuntando al objetivo con descaro. Una foto que cada vez que la miro ¡me provoca una erección inmediata!

Al cabo de un rato Antonio sugirió regresar al hotel para tomar un aperitivo en el bar de la piscina. Una vez allí, Nicole propuso a mi mujer darse una ducha para quitarse de encima la arena. Mientras Antonio y yo hacíamos el pedido al camarero se dirigieron juntas, cogidas de la mano, hacia las duchas, y desparecieron detrás del muro de vegetación que las ocultaba.

Pasaron los minutos. Un cuarto de hora después todavía permanecían allí.

-Me da la impresión que las chicas están disfrutando mucho de la ducha. –Me dijo Antonio, guiñándome un ojo y riendo divertido al verme mirar extrañado hacia ese lugar. Y me propuso, dándome una sonora palmada en la espalda, que fuéramos a sentarnos a la sombra bajo uno de los parasoles.

Finalmente regresaron. Silvia vino a sentarse a mi lado y Nicole, lógicamente, fue a la hamaca donde se encontraba Antonio. Sin ni siquiera dar un sorbo a su Martini, se tumbó sobre el cuerpo del hombre, frotándose sensualmente contra él, susurrándole palabras al oído, visiblemente excitada, retorciéndose y ronroneando como una gata en celo.

-Vaya, esta chica vuelve de las duchas completamente salida –comenté en voz baja a mi esposa- ¿Qué habrá ocurrido allí adentro? -Añadí como sin darle importancia, preguntando sin preguntar y advirtiendo la actitud evasiva de Silvia, que evitaba mirarme y darme una respuesta.

Los otros comenzaron a besarse con pasión, comiéndose la lengua, acariciándose sin pudor, y en pocos segundos la verga de Antonio comenzó a abultar obscenamente dentro de su pequeño bañador, tanto que buena parte de ella sobresalía por arriba, quedando al descubierto. Nicole se frotaba contra ella con las piernas abiertas, una a cada lado de la tumbona. Por lo menos diez centímetros de rabo sobresalían del bañador de Antonio. Se levantaron y lanzaron apresuradamente al agua de la piscina. Se agarraron al borde, a pocos metros de nosotros, y, abrazados y devorándose las bocas, el cuerpo de Nicole comenzó a moverse despacio, arriba y abajo, contra el de Antonio.

Podíamos oír con claridad los gemidos de la chica. Estaban follando dentro de la piscina.

Volviéndome hacia mi esposa, que tampoco perdía detalle de lo que sucedía en el agua, pasando una de mis manos sobre sus muslos y sintiendo mi picha engordar, insistí:

-¿Qué ha pasado en las duchas, cariño?

-Esto... pues... la verdad es que... no sé, nada... ¿qué quieres saber? –Contestó ruborizándose pero también visiblemente excitada.

-Vamos tesoro, no habéis pasado más de veinte minutos en las duchas, juntitas y desnudas, hablando de la evolución del precio del petróleo, ¿verdad? –Continué, acariciándola cada vez más íntimamente, con la polla cada vez más tiesa y mirando a nuestros amigos follar abrazados dentro del agua, con expresión de gozo en sus caras y sus cuerpos pegados agitándose despacio- Quiero que me lo cuentes, con todo detalle.

-Bueno, es verdad que algo si que ha pasado... –continuó separando un poco los muslos y dejando que mis dedos comenzaran a acariciar su sexo.

Guiada por la excitación que la poseía me explicó como nada más entrar a las duchas Nicole se había desnudado por completo y le había propuesto a ella hacer lo mismo. Mi esposa lo hizo y se colocó debajo del chorro de agua tibia de uno de los surtidores. Nicole vino a su lado, bajo la misma ducha, y la comenzó a acariciar con dulzura y sensualidad. Con el agua resbalando por sus cuerpos comenzó a pasarle las manos por el cuello, los pechos, la barriguita... y acercándose más, comenzaron a besarse en la boca...

Se interrumpió para decirme, como disculpándose, que se sentía un poco molesta de contarme a mí, su marido, como se había excitado con otra persona, y un poco culpable de haberse entregado y dejado hacer de esa manera.

-Continua, cariño –La apremié sin cesar de acariciarla, completamente excitado, empalmado y salido como un cabrón.

-Pues... después ha tomado uno de mis pechos con la mano y acercado sus labios. Me ha chupado y mordisqueado el pezón despacito, la verdad es que me daba mucho gustito sentir sus dientecitos, y no he podido evitar comenzar a gemir. Ha comenzado a acariciarme entre las piernas y entonces me he abandonado por completo a ella. He separado los muslos; primero me ha pasado un dedito por entre los labios, me ha frotado con él sobre el clítoris, excitándome como una loca y haciéndome desear que me lo metiera en el chochito. Le he rogado que lo hiciera y me ha dicho que si, que iba a hacerlo, que me deseaba y que quería verme gozar como una putita viciosa. Sus caricias y sus palabras me han excitado aún más. Me ha metido la puntita del dedo y lo ha ido introduciendo poco a poco, disparándome de tal manera las ganas de sentirme penetrada que la he abrazado y tomando su carita entre las manos la he besado buscando su lengua. También yo le he chupado un poquito los pezones, que también tenía duros y sabían muy sabrosos, le he acariciado el coño e incluso le he metido el dedito excitada al sentirlo tan liso y suavecito. Me ha gustado mucho, he pensado que yo también debería depilarme así, ¿no crees mi amor? Porque se sentía tan rico que hasta a mi me han dado ganas de comérselo. Con todo eso, pues me he puesto muy, muy cachonda, estaba ya apunto de correrme. Nicole lo ha notado y ha vuelto a comerme las tetas, me ha metido un segundo dedo y comenzado a dedearme rápida y profundamente y yo, cariño, pues... no he podido evitar correrme, porque... ¡jolines, qué gusto me daba sentir su boca chuparme los pezones y sus dedos follarme el coño!

Era Silvia, mi esposa, la madre de mis hijos, esa mujer recatada a la que creía conocer tan íntimamente desde hace tantos años, la que me hablaba como una ninfómana viciosa y me contaba como gozosa se había dejado mamar las tetas por otra mujer, como le había suplicado que le metiera los dedos en el coño y gozado con su follada hasta correrse. ¿Como describir mi estado en ese momento? ¿Como explicar lo salvaje de mi deseo?

Tomándola de la mano y tirando de ella, la llevé casi a rastras hasta nuestro bungalow. Fuimos directos a la cama y nos tiramos en ella, comenzando inmediatamente a hacer un 69. Después de llevar toda la mañana excitado y viviendo situaciones tan extraordinarias estaba ya para explotar. De manera que muy poco después de sentir la boca de Silvia atrapar y engullir mi verga, mientras le pajeaba el coño con los dedos y lamía el clítoris, me corrí gruñendo de gusto como un animal y comencé a enviar lanzadas de esperma caliente dentro de la boquita de Silvia, que por primera vez lo tragó gustosa y saboreó como una puta, sin dejar de mamarme la polla hasta que cesó de eyacular, y corriéndose a su vez separando las piernas como una perra y encajando enteros tres de mis dedos en el coño.

Los días, repletos de tantas situaciones excitantes que sería demasiado largo incluirlas todas aquí, iban pasando y las vacaciones llegaban a su fin. El último día Antonio propuso que encargásemos una cena y nos la hiciéramos servir en uno de los bungalows, para pasar nuestra última velada juntos y en la intimidad. Nos pareció a todos una excelente idea y así lo hicimos. Se propusieron como anfitriones y convenimos vernos en el de ellos.

Cuando llegamos, sobre las ocho de la tarde, ya habían traído la cena, compuesta de varios platos fríos a base de pescado y marisco, así como las dos botellas de vino que habíamos encargado. Nicole nos recibió más deliciosa y provocativa que nunca. Con sandalias blancas y una cortísima minifalda del mismo color que valorizaban de manera increíble sus piernas fuertes y bronceadas. Una blusa ligera y corta, casi transparente, que dejaba al aire su deliciosa barriguita y apenas tapaba nada de los voluminosos senos que se apretaban y marcaban bajo la tela, y que permitía ver parte de sus pezones. La chica estaba, como vulgarmente se dice, ¡para levantarle la polla a un muerto!

Pero Silvia tampoco se quedaba muy atrás. Con un vestido también corto y ajustado de color azul claro, terriblemente sexy, bajo el cual solo llevaba puesto un minúsculo tanga negro.

Cenamos en la intimidad del pequeño salón del bungalow, disfrutando de la deliciosa comida y del buen vino, con el rumor del mar como música de fondo, a la luz de las velas y charlando agradablemente. La conversación se animaba y hacía más íntima a medida que las botellas del excelente vino blanco se vaciaban, derivando inevitablemente hacia temas referentes al sexo, interrogándonos los unos a los otros sobre nuestras fantasías y deseos secretos. Tras los postres, retiramos la mesa y descorchamos una botella de champaña.

En ese momento un denso ambiente saturado de erotismo y deseo se había instalado y comenzaba a envolvernos a todos, a apoderarse poco a poco de cada uno de nosotros. Nuestros amigos, como de costumbre, no cesaban de besarse y sobarse sin ningún pudor en nuestra presencia. Antonio se instaló en el sofá y Nicole vino a sentarse sobre sus rodillas. Silvia se colocó junto a ella, en el otro extremo del sofá, y yo en un sillón, a su lado.

Al segundo siguiente Nicole desabrochaba la camisa de Antonio e introducía las manos por dentro para acariciar el pecho del hombre mientras comenzaban a besarse, poniéndole al beso un vicio tal que atrajo nuestras miradas irresistiblemente. Con las bocas entreabiertas, apenas rozando sus labios y dejando ver sus lenguas buscare, frotarse y lamerse la una a la otra.

La chica subió las piernas sobre el sofá, puso uno de sus lindos pies sobre el muslo derecho de mi esposa y comenzó a acariciarlo con él a la vez que yo comenzaba a acariciarle el otro. Silvia estaba visiblemente excitada, se recostaba en el sofá y adelantaba y separaba las piernas entregándose por completo a nuestras caricias.

Nicole también separaba las suyas mientras frotaba con el pie el muslo de mi esposa, ofreciéndome el increíble espectáculo de sus muslos abiertos y la escasa tela del tanga blanco que apenas tapaba su coño, sobre el cual Antonio había colocado una mano y lo acariciaba con los dedos. Entonces nuestra amiga se levantó, se colocó frente a su hombre y nos brindó el streap-tease más morboso y excitante al que jamás había asistido en mi vida. Despacio y moviéndose de una manera increíblemente sensual y viciosa, se quitó la faldita y la blusa, quedando finalmente solo con el minúsculo tanga. Se arrodilló frente a su novio y comenzó a quitarle el pantalón.

Cuando se lo hubo sacado, la polla de Antonio, que no vestía ropa interior, apuntaba tiesa y orgullosa al techo, atrayendo como un imán la mirada cargada de deseo de Nicole y... ¡también la de mi esposa!

Nicole, arrodillada entre las piernas abiertas de Antonio, comenzó a masturbarlo despacio, pelándole la verga con infinito mimo y cariño, adorando el fálico miembro como si de un objeto mágico y frágil se tratara. ¡Qué envidia sentía viendo esa mujer, tan hermosa y deseable, ocupándose con tanta maestría de la polla de mi amigo! Nicole, mirando a mi mujer y con voz ronca de vicio, susurró:

-Ven cariño, ven conmigo y acaricia esta polla, ven a tocarla.

Silvia, indudablemente tentada, me dedicó una mirada como buscando mi aprobación, y al ver mi viciosa sonrisa de ánimo y mi cabeza asentir despacio, no dudo en ir a colocarse junto a Nicole. Agarró la base de la polla de Antonio con una mano y acompañó el movimiento de Nicole.

Era la primera vez que veía a mi mujer postrada como una puta ante una polla y cascándole un pajote, y, para que mentirles, fue algo que me excitó como un animal, que me hizo perder el control y empujó a, casi sin darme cuenta, desnudarme y comenzar también a pajear mi totalmente erecta verga.

Tras un par de minutos de pajear la tranca de Antonio, Nicole, que me miraba machacarme la polla con miradas cargadas de deseo, animó de nuevo a mi esposa...

-Mámale la polla a mi macho, putita, se ve que te mueres de ganas, vamos, ¡chúpasela!

Silvia, esta vez sin buscar mi consentimiento, obedeció y comenzó a mamar con ansia la verga de Antonio, el cual gemía de placer echando la cabeza hacia atrás y cerrando los ojos. Nicole se sentó en el sofá recostándose sobre el pecho del hombre, con una de sus piernas sobre el asiento y la otra posada en el suelo. Despatarrada, presa de un evidente deseo salvaje, me invitó con la mirada a ir a su encuentro y yo, sin poder permanecer por más tiempo como mero espectador, me arrodillé entre sus divinas piernas y comencé a besar y lamer sus muslos mientras, despacio, le iba quitando el tanga.

La divina hembra se agarró las rodillas con las manos y levantó y separó las piernas al máximo. Su delicioso coñito estaba a solo unos centímetros de mi boca, completamente abierto, expuesto, deseoso y entregado. ¡Tan apetecible! Completamente rasurado y brillante de humedad, jugoso, supurando deseo puro, ofreciéndome una de las imágenes más excitantes que jamás había podido ver y vivir en la realidad. Coloqué mi boca sobre él y lo comencé a lamer con indescriptible placer, dándole largos lengüetazos, mezclando mis babas a sus jugos, chupándole el clítoris y lamiéndole también la raja del culo y el ano. Sentía la mano de Nicole acariciar mi pelo y la oía gemir.

Deseando dar placer y satisfacer a esa magnífica hembra, abrí mi boca lo más que pude y absorbí dentro de ella el coño entero de la chica, procediendo enseguida a rozarlo con mis dientes y lamerlo y penetrarlo con la lengua. A pesar de mi dificultad para respirar prolongué dicho tratamiento mientras ella agarraba mi pelo de un puñado y se retorcía de gusto. Sintiéndola tan cerca del clímax proseguí, respirando con dificultad por la nariz mientras por la comisura de mis labios caían hilos de mis babas mezcladas a los flujos del coño de Nicole la cual, entre fuertes gemidos, explotó en un intenso orgasmo.

Al incorporarme pude ver como Antonio y Silvia, ambos en el suelo y ya completamente desnudos, se estaban comiendo la lengua el uno al otro, mientras ella le pelaba la polla y sobaba los huevos, y los dedos de Antonio pajeaban con rabia el coño totalmente entregado de mi esposa, la cual estaba agachada en cuclillas con las piernas completamente abiertas.

Enseguida Antonio se tumbaba en el suelo y mi esposa acudía presurosa a sentarse sobre él, sin olvidar empalarse previamente en su tranca tiesa, y comenzaba a cabalgarlo presa de un vicio irrefrenable.

De nuevo, ¡qué increíble espectáculo! Mi querida esposa estaba follándose a otro hombre delante de mis narices, despatarrada como una puta encima de él. Con las manos apoyadas en su pecho, venía a clavarse entera la polla del cabrón de Antonio con fuertes meneos de riñones, agitándose y gimiendo como una perra en celo. Podía ver su expresión de intenso placer, sus tetas balancearse con violencia arriba y abajo, oír el ruido que sus cuerpos provocaban al chocar en cada embiste, sus gemidos... Repito, ¡increíble!

Nicole acudió junto a ellos. Agarró las tetas de mi esposa y se las comenzó a apretujar, a retorcerle los pezones con los dedos, incrementando con ello aún más si cabe el placer y la intensidad de los gemidos de Silvia, la cual se corrió gruñendo como una gorrina.

Recuerdo que en ese momento me pregunté cuantos orgasmos debía llevar ya esa noche.

Pero no por ello dejaron de follar, claro que no. Mientras proseguían Nicole se agachó junto a su novio y le colocó las tetas sobre la cara, que este atrapó con las manos y comenzó a masajear, metiéndose un pezón en la boca y mamándolo con tanta intensidad que se oían resonar los chupeteos. La chica había quedado con el culo levantado y expuesto a solo un metro de distancia de mi. Aquello era más de lo que un hombre puede resistir.

Me acerqué a ella, la agarré por los riñones y sin ningún recato la penetré así, desde atrás. Con una penetración lenta, que gocé centímetro a centímetro, le introduje entera la polla y seguidamente comencé a follarla con fuerza. Estaba poseyendo a esa preciosa zorra a la que tanto deseaba desde que la había visto la primera vez, delante de mi esposa, la cual seguía moviéndose encima de Antonio con su polla incrustada en el coño. Estábamos los cuatro totalmente entregados al deseo, y la única razón que existía en ese momento, la única motivación que nos animaba, la única ley que nos gobernaba, era satisfacer esa lujuria y ese vicio animal.

No podría decir quién se corrió antes o después ni en qué momento. Solo recuerdo que mi orgasmo fue alucinante. Recuerdo haber gritado de gusto e inundado el coño de Nicole de mi esperma vertido en innumerables lanzadas, cada una de ellas una intensa descarga de placer. Recuerdo haberme retirado después de la chica y sentado en el suelo detrás de ella, agotado, y haber visto los chorros de semen caer resbalando por sus muslos mientras ella seguía agachada y besándose con Antonio.

Un rato después fuimos a darnos un baño a la piscina. Regresamos para tomar una última copa juntos y acabamos volviendo a follar de nuevo, esta vez cada uno con su pareja, muy cerca los unos de los otros y mirándonos hacerlo mutuamente.

Así acabamos de celebrar nuestro quinceavo aniversario de bodas y dimos por terminada nuestra segunda luna de miel.

Como les decía al principio, mi vida es otra desde esas vacaciones. Silvia y yo, más enamorados, cómplices y unidos que nunca, estamos permanentemente a la búsqueda de nuevas experiencias y placeres. Frecuentamos los clubes de parejas, las saunas mixtas (como la que visitamos la semana pasada y donde Silvia experimentó su primera triple penetración), hacemos intercambios con parejas con las que entramos en contacto por Internet y, cuando el tiempo lo permite, también nos gusta exhibirnos y follar al aire libre, en la naturaleza y en sitios públicos.

Muy pronto, dentro de unas semanas, vamos a viajar para conocer Suiza, invitados por Nicole y Antonio. No me cabe ninguna duda de que será también un magnífico viaje.

Gracias por haber leído mi confesión.