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En la boca y un poquito forzada

en Hetero: General

Estoy un tanto confuso y me siento raro, así como, no sé, preocupado, también quizás un poco culpable, y por eso decido escribir este texto y enviar una especie de… digamos, confesión o consulta anónima, en forma de relato. Ayer por la noche cometí un acto del que ahora, horas después, bueno, creo que me arrepiento un poco. La verdad es que perdí el control y me pregunto, os pregunto, si de manera justificada o no, si mi reacción fue normal o desproporcionada. Pero mejor comenzar sin demora a contaros los hechos.

Evitaré hacernos perder tiempo a todos detallando mi descripción y biografía, que además estoy seguro a nadie interesan. El inicio de mi historia es banal, muy corriente en estos tiempos modernos. Una página de contactos de Internet, un hombre y una mujer que se inscriben y publican sendos anuncios afirmando buscar su "media naranja". Clásico. Aunque todo el mundo sabe que en esas páginas tanto ellos como ellas lo que realmente buscan es contactar con gente para follar, fornicar con desconocidos. Pero se disfraza con pretendidos sueños de platónico amor, dignos de infantiles cuentos de princesas, o inocentes intenciones de encontrar compañía para ir al cine, practicar tal o cual deporte o participar en tal o cual actividad social. ¡Qué gracioso resulta leer algunos de esos hipócritas anuncios!

El caso es que contacté con Jacinta, -una mujer algo más joven que yo y recientemente separada- hace unos días y rápidamente la conversación prendió entre nosotros. Nos encontramos durante tres noches seguidas en la red y comenzamos el tonteo habitual en esos casos: chatear, intercambio de fotos y de sms, llamadas telefónicas y conversaciones de índole cada vez más íntimo.

Yo hace ya varias semanas que no tengo pareja y a pesar de que solo unos días atrás estuve de putas y pasé una muy satisfactoria noche de sexo con una preciosa y ardiente veinteañera caribeña, pues la verdad es que ando bastante caliente, como suele ser normal en mí. De manera que sin querer prolongar el frustante contacto virtual, propuse a Jacinta un encuentro. Convenimos vernos el pasado viernes por la tarde, al salir de nuestros respectivos trabajos, para tomar una copa y también, si después nos apetecía, ir a cenar.

No me sentí decepcionado al verla. Es cierto que ya la había visto en foto pero por experiencia sé muy bien que en los perfiles femeninos de las páginas de contactos se suele mentir descaradamente al describirse, sobre todo con respecto a la edad y el peso, y las fotos publicadas o intercambiadas suelen datar de bastantes años atrás. Por fortuna, no era el caso de Jacinta. Su aspecto era tan joven y atractivo como en las fotos que me había enviado. Además, su bonita sonrisa, la feminidad y sensualidad de sus gestos y su manera de hablar me cautivaron y excitaron desde el primer momento.

Como habíamos previsto, tomamos un cóctel en una terraza y seguidamente fuimos a cenar. La cena transcurrió muy amena, hablamos de mil cosas y poco a poco, ayudados por el buen vino y la confianza que se instalaba entre nosotros, comenzamos a buscar un tímido contacto físico; dejar nuestros pies encontrarse y tocarse bajo la mesa o nuestros dedos rozarse al acercar mutuamente nuestras manos, posadas tímidas y recatadas sobre el mantel.

Yo comenzaba a excitarme, a sentir el deseo nacer y crecer en mi interior. Me embelesaba mirando su boca, sus ojos, sus manos finas y delicadas y sus bonitos hombros desnudos. Podía admirar el nacimiento de sus voluminosos senos e imaginaba ya cuan delicioso debía de ser desnudarlos, acariciarlos, agarrarlos con mis manos y atrapar entre mis labios y chupar sus pezones. Mi imaginación, una vez más, se disparaba. Notaba el bulto prieto en mi entrepierna, cómo mi excitado pene comenzaba a aumentar de volumen y latir caliente contra la piel de mi bajo vientre. ¡Me encanta esa excitación previa al primer contacto físico!

Rato después, cuando ya habíamos tomado café y la sala comenzaba a vaciarse, le propuse caminar un poco por el paseo que bordea el cercano puerto deportivo. Había bastante gente pero me las arreglé para llevarla hasta un rincón un poco apartado, más tranquilo, y nos detuvimos a contemplar los barcos que entraban o salían del pequeño puerto, apoyados contra una vieja barrera de piedra, tan juntos el uno al otro que nuestros hombros se tocaban. Entonces, decidí comenzar el ataque:

-Bueno, tengo que hacerte una pregunta, o mejor dicho, LA pregunta: dime, ¿qué impresión tienes de nuestro encuentro, qué te parezco, decepcionada?

-En absoluto decepcionada –contestó sonriendo y con fingido rubor-. Estoy pasando una velada estupenda, y la compañía… pues… me encanta, me pareces más guapo en persona que en foto –afirmó riendo-. ¿Y qué tal para ti?

-La verdad es que yo, esto… bueno… estoy encantado. En… en realidad, si quieres que te sea sincero, te confesaré que te encuentro, pues… maravillosa, encantadora, sí, eso es, eres, no sé co… cómo decirte… deliciosamente bonita. Ya está, lo dije. Sí, me pareces una mujer estupenda, me… me gustas muchísimo. –Le aseguré.

Confieso que se trata de exactamente la misma respuesta que suelo emplear siempre para esa recurrente cuestión –incluidos los estudiados y simulados tartamudeos y tímidas indecisiones- y que tan satisfactorios resultados suele darme. Si es lo que todos sabemos que las mujeres quieren escuchar y, repito, tan bien suele funcionar, ¿para qué decir otra cosa? Además, nunca pretendí ser un modelo de espontaneidad y franqueza.

Una vez más, la fórmula dio sus frutos y segundos después estábamos ya abrazados y besándonos. Otra de esas cosas tan mágicas y placenteras en el juego de la seducción: descubrir el sabor de una boca nueva, el húmedo calor del contacto de unos labios y ese buscar con ansia pero sin precipitación el roce de la lengua, desear sentirla dentro de mi boca y chuparla, mezclarla con la mía.

Con Jacinta no fue necesario esperar mucho para eso ya que rápidamente, respondiendo al suave roce de la punta de mi lengua sobre sus labios, me entregó la suya introduciéndomela en la boca y acentuando la presión del abrazo entre gemidos ahogados. Ignorando deliberadamente el estar en un sitio público nos abandonamos sin retención a ese apasionado beso y lo prolongamos durante muchos minutos, jugando con nuestras lenguas, saboreándolas… ¡Dios, cómo me gusta y excita besar así!

Sentía la polla tensa y ardiente, sin duda abultando obscenamente la parte delantera de mi pantalón, parte que con toda intención apreté con fuerza contra el cuerpo de Jacinta, buscando hacerle sentir la fuerza de mi deseo, de mi excitación, y también empujarla a desear sentir ese trozo de carne dura penetrar en su cuerpo.

Finalmente, trascurridos unos minutos, nos vimos obligados a despegar nuestras bocas para poder respirar y recuperar un poco de oxígeno. Permanecimos enlazados, con los cuerpos pegados y como embobados, mirándonos muy de cerca a los ojos. Sintiendo el momento propicio, me atreví a proponerle:

-Vaya, la verdad es que me da un poquito de vergüenza hacer estas cosas así, en plena calle –dije pudoroso-. Mira yo… yo vivo aquí muy cerca y… no sé, podríamos ir a mi casa, así podemos tomar algo y estar más tranquilos, ¿qué te parece?

-Uy, que rápido vas, –replicó poniendo en la carita una virginal expresión- es solo nuestro primer encuentro. Aún somos dos desconocidos y, no sé, ¿sabes? yo nunca he ido a casa de ningún hombre de los que he conocido por Internet y de todas formas menos aún así, en una primera cita.

-Venga ya, zorrona, no me seas tan mojigata y embustera. A saber la de metros y metros de verga te han clavado ya por todos los agujeros desde que andas puteando metida por Internet. ¿Que nunca follas en la primera cita? ¡No me hagas reír! –Pensé contestarle. Pero no lo hice, claro está. En lugar de eso, le dije:

-No Jacinta, tesoro, no somos dos desconocidos, o por lo menos yo no lo siento así. Hablamos desde hace días y nuestro contacto ha sido especial desde el principio, se ha instalado una confianza, nos hemos confesado cosas de las que nunca hablamos a otras personas a las que conocemos desde hace años. Hay algo sólido que ha nacido y se está consolidando entre nosotros, incluso desde antes de este primer encuentro, algo puro y fuerte. Te repito que me encantas… me gustas tanto… tu carita, tu voz, tu pelo, tu aliento, tu cuerpo, tu risa… eres tan especial, tan preciosa, me gusta todo de ti, no puedo evitar sentir… sentir el deseo irresistible de besarte, de acariciarte, de amarte… ¿No te sucede a ti también, cariño, aunque sea solo un poquito?

-Oooh, si, yo también siento todo eso… -contestó con voz ahogada y posando la cabeza contra mi hombro.

Hubo más besos, palabras dulces, caricias suaves y prietas fricciones de mi verga erecta contra su barriguita. De nuevo reiteré mi proposición de ir a mi casa, a la que finalmente accedió, precisando no obstante que solo con el objetivo de poder besarnos sin público presente pero haciéndome prometer que respetaría los límites que, según ella, deben respetarse en una naciente relación como la nuestra.

-Claro que sí, mi cielo, sabes que cuentas con todo mi respeto, aquí nadie está obligado a nada y si hay etapas que respetar, serán respetadas. –Intenté tranquilizarla, a la vez que pensaba… "Eso es, háblame de límites cuando estás notando que tengo la pija tiesa como un palo y tú debes de tener ya el chocho más encharcado que un bebedero de patos… ¡como si no supiéramos ambos que si vamos a mi casa es para follar!"

Ya en el ascensor comenzamos a devorarnos a besos sin freno, con pasión, sin pronunciar una sola palabra. Entramos a mi casa y guié a mi invitada al salón, donde le hice tomar asiento en el sofá mientras fui a poner música y llevar algo de beber. Pero nada más sentarme a su lado, volvimos a enlazarnos en un nuevo y desesperado beso. Esta vez, estando en la intimidad, rápidamente al juego de lenguas se unieron caricias cada vez más apasionadas e íntimas, y nuestras ropas empezaron a volar a través del salón. Cuando Jacinta colocó su mano sobre la entrepierna de mi pantalón y comenzó a frotarla arriba y abajo contra mi polla, me proporcionó tal descarga de placer que tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano de concentración para no correrme enseguida.

Pronto pude tener entre mis manos sus pechos desnudos, sobar, masajear y restregar contra mi cara ese magnífico par de tetas, tan apetecibles, con sus oscuros y abultados pezones que, por supuesto, chupé, mamé y relamí durante un buen rato. Cuando no le quedaba más que la falda y las bragas por quitar, me arrodillé ante ella y le ayudé a deslizar por sus piernas la ajustada falda. Pude así admirar de muy cerca sus hermosas piernas, delgadas y musculosas, suaves (sin duda recién depiladas) y bronceadas. Las piernas, son lo primero que miro y lo que más admiro en una mujer. Una mujer con unas bonitas piernas, es siempre una mujer hermosa y deseable. Besé esas piernas con mimo y paciencia, enteras, comenzando por sus lindos pies y, por supuesto, orientando mi recorrido hacia su sexo, destino final, que tan ansioso estaba ya de poder devorar.

Percibiendo sus gemidos y total ausencia de rechazo, agarré y deslicé su minúscula y mojada braguita hasta quitársela. De nuevo, entre besos y caricias, volví a remontar a lo largo de sus piernas, hasta quedar con la cabeza metida entre sus maravillosos muslos y comencé a frotar suavemente mi cara y mi boca contra el bajo vientre de mi entregada amante. Besé la piel suave y caliente de la parte interior de esos carnosos muslos y sin poder resistir un segundo más, puse mi boca sobre la empapada vulva de Jacinta y comencé a besarla y lamerla.

Mi lengua resbalaba ágil y glotona por entre esos carnosos labios empapados, se desplazaba arriba y abajo recorriéndolos despacio, buscaba el tierno botoncito de su clítoris y jugueteaba con él durante unos segundos para de nuevo recorrer entero, explorar y penetrar ese coño, embriagándose de su calor, de su aroma, del delicioso sabor a sexo de mujer excitado y entregado. Ese sabor que, es curioso, tanto puede cambiar de una mujer a otra, resultar una delicia en unas pero también un repelente vomitivo en otras. Quizás no me crean pero si rompí recientemente con mi última pareja, una mujer casada y bastante viciosa de mi vecindario con la que he estado liado durante unas pocas semanas, fue únicamente por eso. Incluso recién duchada, cuando se excitaba el olor de su sexo se volvía tan intenso, tan desagradable, que me era imposible lamérselo. Hasta me provocaba arcadas el olor que despedían mis dedos después de haberla tocado y masturbado. Por lo tanto, a pesar del morbazo que me procuraba hacer cornudo al imbécil de su marido cada vez que la follaba en mi casa y de lo grato y satisfactorio que era para ambos practicar la sodomía (la inmensa mayoría de mis eyaculaciones estando con ella sucedieron en las profundidades de su ano), esa relación se volvió inviable, dadas mi pasión por el sexo oral y la imposibilidad de practicarlo con ella.

Pero el coño de Jacinta, ¡sabe a gloria pura! Yo gozaba como un animal devorándolo, empapándolo con mis babas al mamarlo las cuales, mezcladas con sus abundantes jugos, resbalaban hacia abajo y empapaban el prieto agujerito de su ano. Percibiendo el orificio tan lubricado y apetecible, quise aumentar el placer y las sensaciones que proporcionaba a mi amada incluyendo caricias con la lengua sobre él. Más tarde, al sentirlo dilatar un poco y mientras lamía con suavidad de nuevo su clítoris, acaricié con la punta de uno de mis dedos ese ojete y, sin ningún esfuerzo, lo deslicé dentro del culo, procediendo a hacerlo girar y a la vez moverse adelante y atrás despacio, suavecito.

Jacinta acabó por abandonarse por completo a mis caricias. Sentí sus piernas caer rendidas sin fuerzas hacia los lados y las agarré, levanté y separé con mis manos, dejando así su vulva totalmente entregada y accesible a mi lengua. Solo un minuto después los gemidos se transformaron en gritos, Jacinta me empuñaba del pelo con una mano y apretaba con fuerza mi cabeza contra su raja, a la vez que me suplicaba… -"Sí, así… sigue… más… sigue… así…" Y mientras gritaba de placer y su cuerpo era presa de las convulsiones del orgasmo, yo permanecí con la boca metida en su coño, follándoselo con la lengua y prodigándole intensas lamidas, buscando así prolongar al máximo su placer.

A todo esto, como se pueden imaginar, mi pija y mis huevos estaban ya para reventar. Sentía la acuciante y casi rabiosa necesidad de culminar el deseo y el placer acumulados escupiendo todo mi semen y corriéndome de una maldita vez. Me había ocupado con mimo y cariño de mi amada y consideraba justo y necesario poder gozar a mi vez de un rico orgasmo. Abrazando y besando de nuevo el sudoroso cuerpo ardiente de Jacinta, todavía agitado por el placer, me deslicé por él restregando contra la piel suave y caliente el duro tronco de mi verga. Coloqué la polla entre sus tetas y comencé un rítmico movimiento de vaivén entre ellas, a la vez que con las manos las juntaba y apretaba, y con los pulgares presionaba y frotaba los duros pezones. Poco a poco fui haciendo que la inflamada bola roja de mi glande fuera a chocar contra su boca.

Manteniéndola firme con una mano colocada bajo su nuca, comencé a acariciar el rostro de Jacinta con mi pija y mis huevos. Sentía que perdía el control, que me volvía como un animal hambriento, agarraba mi polla dura con la otra mano y daba pequeños golpes con ella contra la carita de la mujer, cosa que parecía excitarla ya que comenzó de nuevo a gemir y colocó una mano entre sus piernas para tocarse ella misma. Apoyé decidido el glande entre sus labios entreabiertos y le rogué…

-Abre la boquita cielo, venga, chúpamela tesoro.

De manera totalmente sorprendente e inesperada para mí, no solo me contestó -"No, quita, eso no, déjame…" – y empujó con ambas manos queriendo alejarme, sino que incluso hizo ademán de levantarse del sofá y marcharse.

No podía creer lo que estaba sucediendo, me preguntaba qué podía haber provocado tal rechazo, tal cambio de actitud por parte de Jacinta. Pero de inmediato al estupor provocado por su comportamiento siguió una contundente reacción por mi parte. De manera enérgica y sin darle opción, la agarré con fuerza de un brazo y arrojé de golpe de nuevo donde había estado ya antes tumbada. Sin demora, me lancé y coloqué sobre ella, anulando así toda opción de huida, aplastando su cuerpo con todo el peso del mío, metiendo mi pétrea verga por entre la raja de su culo y mi boca junto a su orejita izquierda.

-¿Pero que sucede mi amor, qué haces, por qué te pones así? –Pregunté, intentando controlar mi furia y el tono de mi voz.

-No quiero chupártela, no me gusta hacerlo, –afirmó- no me pidas eso, por favor…

Ahora si que me has jodido bien –pensé-. ¡Resulta que a la chica no le gusta mamarla! Quién lo iba a suponer.

Queriendo hacer gala de comprensión y caballerosidad, me dije que quizás mejor no insistir, que por esta vez podía culminar mi placer de otra manera y que ya trataríamos la cuestión en otro momento. Continué el movimiento de mi pija contra su magnífico culo mientras que con mis piernas empujaba y separaba las suyas.

Me incorporé y agarrándola de la cintura levanté su culo unos centímetros para poder así frotar mi polla esta vez directamente contra su vulva. Sentí bien como al cabo de un rato de estar restregándosela arriba y abajo contra el coño, el deseo volvía a apoderarse de ella y sin demora, con la furia del deseo contenido durante tanto tiempo, me la empuñé, empujé el glande en la babosa entrada de su vagina y se la metí entera con un par de vigorosas embestidas. Gruñí como un animal ante la tremenda descarga de placer y procedí sin demora a follarla con ansia, manteniéndola agarrada de los riñones y provocando un fuerte chasquido con cada choque de nuestros cuerpos.

-¡Ay, no, cabrón, no me la metas sin condón! –Comenzó de nuevo a protestar.

-Que si no te la chupo, que si no me la metas… ¿pero tú de que vas, princesita? Bien que te ha gustado que te coma el coño, ¿verdad jodida puta? ¿Y yo qué, qué se supone que debo hacer, ir al baño a cascarme una paja? –Le dije con furia, hablando con los dientes apretados y sin cesar el rítmico e intenso mete y saca, empujando con rabia mi pija hasta el fondo de su empapada vagina en cada embestida.

Esperaba resistencia y protestas en respuesta a mis rabiosas palabras pero, para mi gran sorpresa, la que obtuve fue oír como comenzaba a gemir como una posesa, arquear la espalda y levantar el culito para facilitar aún más las metidas de mi polla, agarrar con fuerza el almohadón que tenía junto a su cabeza y gritar contra él el placer del orgasmo que sentía llegar, culeando a su vez fuerte hacia atrás, contra mi polla dura buscando clavársela lo mas profundo posible y retorciendo el cuerpo del gustazo que sentía al correrse de nuevo.

Eso a la vez me excitó todavía más si cabe pero también me indignó. La maldita furcia se acababa de correr como una perra por segunda vez ¡mientras no hacía más que mostrarme rechazo y negarse a darme placer!

-¡Por mis putos cojones que me vas a comer la polla ahora mismo! –le informé, ya bastante cabreado.

El ver que de nuevo intentaba levantarse y abandonar el sofá acabó por hacerme perder los nervios por completo. Por la fuerza y sin muchos miramientos la volteé, la agarré del pelo de un puñado con una mano echándole a la vez la cabeza hacia atrás, mientras que con la otra presionaba sobre su garganta para hacerla asfixiar y obligarla a abrir bien la boca. En cuestión de solo un segundo, cuando intentaba atrapar oxígeno boqueando como un pez fuera del agua, le ladeé la cabeza e introduje mi pija erecta en su boca. -¡Nob! Nombblgggg… -comenzó de nuevo a protestar, intentando a la vez zafarse, sin ningún éxito.

Sin soltarla del pelo en ningún momento, empujé la polla lo más profundo que pude dentro de su garganta, metiéndosela entera hasta que mis huevos quedaron apretados contra sus labios, los cuales estaban abiertos y tensos al máximo. ¡Joder, qué sensación, qué tremendo gustazo sentir mi verga hundida en esa garganta! Jacinta se debatía e incluso intentaba morder la base de mi rabo por lo que, para calmarla, le solté un par de sonoras bofetadas y pellizqué su nariz con mi mano libre, obligándola a buscar aire por la taponada boca y no desear volver a cerrarla. La mantuve así y comencé a bombear intensamente, a la par con mi polla y moviendo su cabeza adelante y atrás, importándome bien poco que su cuerpo se viera sacudido de fuertes arcadas y su rostro se inundara de lágrimas, ¡confieso que gozando como un animal!

Poco después, advirtiendo un incremento notable del volumen de sus gruñidos –"gamdggg… gamdggg… gamdggg…" decía cada vez que le empujaba la tranca al fondo de la garganta- y un inquietante color violáceo decorar toda su cara, accedí a liberar su nariz de la cual surgieron, como consecuencia de sus precipitados intentos de respirar por ella, varias lanzadas de mocos calientes y acuosos, que vinieron a unirse al baño de babas, lágrimas y otras secreciones indeterminadas (en ocasiones durante sus arcadas vomitaba un poco) que empapaban ya mi barriga, mis huevos, mis muslos y el asiento del sofá. Todo ello, como es lógico, lejos de desanimarme, me excitó mucho más.

A partir de ese momento Jacinta se rindió y abandonó la ridícula idea de pretender escapar a nuestra amorosa copulación, mostrándose más cooperativa. Simplemente apoyó sus manitas contra mi barriga intentando tímidamente atenuar un poco los apasionados envites de mi pija enamorada invadiendo las profundidades de su acogedora garganta. Dicha actitud facilitó que yo pudiera por fin abandonarme a mi placer y adaptar el vaivén de mi polla en su boca al ritmo que sin duda me iba a precipitar sin tardar en un intenso orgasmo.

Finalmente, sin poder aguantar un segundo más, me abandoné al orgasmo liberador. Cerrando los ojos, tirando la cabeza hacia atrás y gruñendo como un ogro, gocé de las tremendas oleadas de placer que desde mi sexo se extendían por todo mi cuerpo una y otra vez, acompañando las que sentía como furiosas lanzadas de esperma, allá en las profundidades de la garganta de Jacinta.

Sospecho que durante el éxtasis incrementé la fuerza con la que agarraba del pelo y apretaba la cabeza de Jacinta contra mi verga ya que esta, me percaté al cabo de un rato, tornaba de nuevo a los tonos violáceos y volvía a gruñir, regurgitar abundantemente y golpear mi cuerpo con sus puños.

Entonces la liberé, recuperé mi verga de las entrañas de su garganta y caí derrumbado sobre la alfombra. Quedé tirado como un atleta tras correr un maratón, intentando recuperar el ritmo cardiaco normal y regresar a la realidad. Jacinta aprovechó ese momento para levantarse, recuperar algunas de sus ropas esparcidas por el suelo y correr hacia el cuarto de baño, donde se encerró y creo haberla oído lloriquear, o vomitar, o las dos cosas a la vez, no recuerdo exactamente.

Poco después me senté en el suelo, apoyando la espalda contra la mesa de mármol del centro de la sala, y empecé a constatar el entorno y analizar la situación: entre mis dedeos se enredaban mechones de largos cabellos rubios; en el ambiente reinaba un olor desagradable; el sofá estaba hecho un desastre, los almohadones andaban tirados por el suelo, manchados, y una mezcla de líquidos embadurnaba buena parte de todo el asiento. Parte de esos líquidos habían manchado también la alfombra. Iba a tener que limpiarlo todo lo antes posible. Me preguntaba si Jacinta estaría dispuesta a ayudarme a hacerlo cuando, para mi sorpresa, la oí salir precipitadamente del cuarto de baño y marcharse de mi casa, sin decir una palabra, sin dedicarme una mirada y ni tan siquiera cerrar la puerta al salir.

Y eso es todo. Ahora, bueno, como decía al principio, no sé que pensar. Me gustaría llamar por teléfono a Jacinta y hablar con ella sobre lo sucedido, comentar ese nuestro primer encuentro, tan intenso y especial, y averiguar cuales son sus sentimientos al respecto, saber si desea volver a verme pero, no sé, igual está enfadada, ¿no creen? ¡Como se marchó de esa manera tan precipitada y sin despedirse! ¿Sería mejor enviarle simplemente un sms? En fin, que me encuentro un poco perdido, si alguna lectora puede imaginar como se sentiría en su lugar y darme una opinión o consejo sobre como debo actuar, se lo agradeceré.