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La Trampa

en Confesiones

La trampa

Aquella noche había llegado tarde a casa. Trabajo en la redacción de un periódico local, vivo en un piso de soltero en las afueras de la ciudad, tengo 26 años y no tengo novia. Este es más o menos mi perfil. Al subir las escaleras, me encontré a la señora del quinto B, Josefina, en el edificio la llamaban Fina. Era una mujer de 43 años, tenía un porte muy señorial y solía vestir con falda y chaqueta. Trabajaba de administrativa en una oficina bancaria y estaba muy bien para la edad que tenía. Su marido era Policía. Al cruzarnos me saludó como de costumbre

-Hola Nicolás-

-¿Cómo está usted Fina?- Le contesté.

-Bien, vengo de la azotea, he ido a fumar un rato-

Fina solía fumar alguna que otra vez en la azotea común del edificio, pues su marido era algo autoritario y le prohibía fumar en casa. La azotea era donde estaban los cuartos de las lavadoras, las tendederas de la ropa y algún trastero de los propietarios. Me despedí de ella y subí a casa. Vivo en el cuarto B.

Un día que me encontraba de limpieza en casa, era sábado, cerca de las 11 de la mañana, recogí la ropa sucia del cesto y me dispuse a subir a la azotea a lavar. Llegué al cuarto de las lavadoras y allí estaba mi vecina. No se dio cuenta de que había llegado pues ella estaba inclinada hacía adelante llenando su lavadora de ropa. Lo que vi me dejó perplejo. Mi vecina tenía una falda y en esa posición pude verle las nalgas y el sexo, pues no llevaba bragas. Ella seguía allí poniendo la ropa con el culo frente a mis ojos, no puede evitar excitarme ante aquella vista, se me puso tiesa al contemplar aquel maravilloso culo rosado y redondo. Pasados unos minutos, se incorporó y al darse cuenta de que estaba detrás dio un brinco.

-¡Por Dios! Nicolás, me asustaste- Me dijo.

-Discúlpeme, no fue mi intención, acabo de llegar y…-

-No importa, es que no te esperaba-

Me puse frente a mi lavadora y comencé a colocar mi ropa sucia en ella. En un momento dado empezó a hablar de las tareas domésticas, que si son un engorro, que los maridos no ayudan, que yo por lo menos hacía las tareas de casa, etc. etc. Así mantuvimos una conversación al menos durante una media hora. Cuando estaba tendiendo ella su ropa me fijé que tenía varias tangas en las manos dispuestas para tender. Eran negras, rojas y también las había blancas. Ella se dio cuenta de mi observación y con una sonrisa me preguntó.

-¿No habías visto braguitas así?-

-¡Eh! Sí, claro, claro que sí.-

-Lo bueno es verlas puestas- Y se echó a reír.

Yo me puse colorado, no sabía como salir de la situación. Pero ella que seguía riendo mientras tendía, no parecía haberle incomodado nada la conversación. Cuando terminó de tender su ropa seguimos hablando, ahora más distendido. Me hablaba de su matrimonio, de su aburrimiento. Sólo tenía su trabajo y su casa, "no había nada divertido en eso", me decía. Yo la escuchaba y asentía de vez en cuando. En un momento de la conversación terminó el programa de mi lavadora y me dispuse a sacar la ropa para tenderla, sin embargo ella se adelantó y me dijo.

-Deja que yo te ayude, sé mucho de esto-

Se colocó frente a la lavadora y tras abrir la puerta, se inclinó hacia adelante como lo había hecho antes, sin apenas doblar las rodillas. Ahora estaba a 20 centímetros de mí, sin bragas y con la falda ligeramente remangada por la posición. Su sexo oculto entre el pubis y rodeado de aquellas nalgas carnosas, me estaban invitando a follarla. Comenzó a sacar la ropa y a ponerla en un recipiente plástico para posteriormente tenderla. Era irresistible aquella vista. Fina seguía hablando mientras seguía sacando la ropa. En un momento dado decidí tomar una decisión. Actuaría pasara lo que pasara. Disimuladamente me acerqué hasta sus nalgas y con la bragueta del pantalón, en la que podía notarse claramente el estado de erección de mi miembro, le rocé ligeramente su culo, ella siguió hablando como si no hubiera pasado nada, entonces me quedé frotando mi bragueta en su culo, en movimientos de arriba abajo, sin embargo no parecía darse cuenta, no quería darse cuenta. Fue entonces cuando le puse mi mano en la nalga y ya deduje que no diría nada. Fina seguía hablando sola pues yo no contestaba, pero esta vez las palabras le salían entrecortadas, estaba excitada.

Miré a mi alrededor por si podía sorprendernos algún vecino y opté por desabrocharme la bragueta, saqué mi miembro erecto y se lo puse en su sexo. Jugueteé con la entrada de su sexo durante un rato y ¡zas! Se la metí hasta el fondo sin miramientos. Dio un grito y se agarró a la lavadora. Instintivamente se abrió de piernas mientras yo le subía la falda del todo. Comenzó entonces un mete y saca frenético, con prisas, donde mi vecina jadeaba y se retorcía moviendo las caderas. Este movimiento de caderas hizo que tuviera que afincar mis manos en sus costados, pues ella se movía como una loca. Las embestidas eran tan fuertes que se oía un ruido extraño al salir el aire atrapado en su sexo. Sus jadeos se convirtieron en gritos. Llegué a temer que subiera algún vecino. En esta situación de miedo a ser descubierto y mientras ella babeaba por su sexo decidí correrme dentro. Me quedé acoplado durante un rato más, hasta que finalmente me solté y me abroché la bragueta. El polvo había sido rápido pero intenso. Apenas unos cinco minutos de intenso placer.

-Lo siento no sé que me pasó- Le dije.

Ella no dijo nada, se incorporó, se colocó la falda y se acercó a mí, sonriente, a continuación me besó en los labios muy suavemente. Después cogió sus cosas y bajó las escaleras. Estuve pensando todo el día en lo que había pasado en la azotea. No podía quitármelo de la mente. A Fina no la volví a ver hasta el lunes por la tarde, cuando me la encontré en las escaleras, ella bajaba con su malhumorado marido y yo subía a casa. Nos cruzamos unas miradas de complicidad y un saludo normal entre vecinos.

El jueves, al llegar al portal del edificio me encontré con ella otra vez, venía de la calle, la saludé con una sonrisa y le abrí la puerta para que pasara, entró y al subir delante de mí, comprobé que no volvía a llevar bragas. Como ella iba unos escalones por delante podía ver el panorama sin problema. A punto estuve de extender la mano, ella seguía subiendo muy lentamente y yo detrás sin querer adelantarla. Al llegar al segundo piso giró la cabeza hacia mí y sonrió, entonces yo le devolví la sonrisa y ahora si, extendí el brazo y le agarré las nalgas, ella hizo un baile de caderas y rió, fue como un juego de niños pero muy excitante. Creo que sólo se quitaba las bragas para mí. A partir de aquel día noté un cambio de vestimenta en ella, sus faldas se fueron recortando hasta pasar a minifaldas. Desde entonces los encuentros esporádicos fueron más frecuentes. El sitio idóneo era la azotea, pero pronto tuvimos que buscar otros sitios. Nos encantaban los polvos rápidos en sitios peligrosos.

Un día buscaba ella el sitio y la siguiente vez lo hacía yo. Muchos de esos sitios eran sorprendentes. Recuerdo uno en particular, fue en su trabajo, con la excusa de hacer una operación en mi cuenta bancaria, le puse un papel en la ventanilla que al recogerlo, lo leyó y se sonrió. El papel decía "¿Te apetece un polvo en el ascensor ahora?" Ella llamó a una compañera para que la sustituyera momentáneamente en la ventanilla y se dirigió hasta el ascensor, yo hice lo mismo, me puse a su lado, como si no la conociera y con la esperanza de que no subiera nadie. Una vez dentro del ascensor, entró una anciana que por suerte se quedó en las oficinas del primero, cuando salió esta señora, el ascensor subió otra vez y en ese momento pulsamos el botón de stop. Aún no se había parado y ya estábamos enganchados besándonos brutalmente, teníamos poco tiempo y había que aprovecharlo. Ella me soltó el cinto y bajó los pantalones con el slip, yo le di la vuelta y le bajé las braguitas hasta los tobillos, después la obligué a que levantara el pie para sacárselas del todo, cuando las tuve en las manos me las guardé en el bolsillo de la chaqueta. Le levanté la mini y tras apoyarla en la pared del ascensor comencé a penetrarla con el frenesí de un animal, dale y dale hasta que le notaba la debilidad en las piernas. No gritaba porque se contenía enormemente.

Las embestidas eran durísimas, le entraban hasta el fondo y se la sacaba del todo para volver a metérsela hasta el fondo. Cuando estaba a punto de correrme, la separé de la pared del ascensor y con las piernas abiertas la obligué a agachar la cabeza hasta casi tocarse los pies con ella. Cogida entre mis manos, la follaba con tanta fuerza que se veía obligada a agarrarse a los lados del ascensor para no caer al suelo. Me corrí dentro como era mi deseo. Como unos autómatas, nos vestimos y pusimos en marcha el ascensor. Yo me quedé en el primero y ella siguió sola el resto del recorrido para no despertar sospechas. Me había quedado con sus bragas a propósito. Quería saber cómo se las apañaba en el trabajo con la minifalda tan corta y sin ropa interior.

Pasó unos días y coincidí en la azotea de nuevo. Mi curiosidad me obligó a preguntarle cómo hizo para pasar el día sin bragas.

-Estoy acostumbrada- Me respondió.

Ese día en la azotea había una vecina que estaba con las tareas domésticas de lavar la ropa. Cómo la señora tenía para rato y nosotros estábamos impacientes, comenzamos, comenzó, a jugar a provocarme. Disimuladamente y sin que se percatara de nada nuestra común vecina, ella hacía como que se agachaba, enseñando la tanga que ese día llevaba puesta, se acercaba a mí y me restregaba su culo en mi bragueta. Llevábamos así un buen rato, levantándose y agachándose, recogía ropa y la ponía en la puerta de la lavadora, se acercaba a un recipiente de plástico y volvía a agacharse a colocar ropa y así durante todo el tiempo que pudo. Cuando nuestra vecina se retiró hacia las cuerdas para tender, nosotros tuvimos un poco más de tiempo, pues desde las tendederas no se podía ver directamente el cuarto de lavar.

Lo primero que hice fue, al agacharse ella para coger una prenda de ropa, coger su tanga con las manos y bajárselas hasta las rodillas, después el resto del trayecto se las terminó de bajar ella. Con dos dedos y sin dejar de mirar por el rabillo del ojo a nuestra incómoda vecina, hurgué en su sexo que ya estaba húmedo por los preliminares efectuados por Fina. Intenté, una vez saqué la polla de mi bragueta, follarla rápidamente, pero al sentir los pasos de la vecina, tuve que resignarme y guardarla para otro momento. Fina sonrió y cogiendo las bragas del suelo las metió directamente en la lavadora. Tuvimos que dar por terminada nuestra aventurilla de aquella tarde.

Después de esto los encuentros fueron tornándose cada vez más peligrosos, hasta llegar un día (drama principal de esta historia) de navidad en que el edificio era un hervidero de vecinos contentos y alegres, estaban más habladores que nunca. Aquel día Fina llamó a mi puerta y con la excusa de felicitarme, me invitó a ir a su piso a brindarnos una copa por navidad, (al parecer, su marido estaba de servicio esa noche) que por ser esas fechas no despertaríamos sospechas. Accedí un poco nervioso al cambiar nuestra rutina y me dirigí a su piso. Al entrar y cerrar ella la puerta tras de mí, comenzó a besarme con pasión desenfrenada mientras nos quitábamos la ropa recíprocamente, ella me desabrochaba la camisa y yo su blusa, ella mi pantalón y yo su minifalda. Todo ello sin dejarnos de besar.

Me quedé en calzón corto y ella en tanga y sujetador. Se agachó como una fiera y sacó mi miembro, erecto ya por los escarceos habidos y se lo llevó voluptuosamente a la boca, ensalivándolo e introduciéndolo en su boca con denostado deleite. Creí explotar de pasión por aquella mamada, olvidé por un momento donde me encontraba y me presté a su juego, en esta posición estaba cuando terminó de bajarme el calzón y agarrándome por las nalgas introdujo completamente mi pene en la boca hasta el punto de producirle arcadas de vómitos. Seguía con entusiasmo su trabajo, hasta el punto de que nunca había gozado de una felación de estas características. Tuve que quitármela literalmente de encima ya que iba a eyacular inmediatamente.

Al separarla tomé un resuello y tomé yo la iniciativa, le quité el sujetador y la puse de espaldas para bajarle el tanga. A continuación la incliné hacía adelante y comencé a hurgarle en el culo con mis dedos, Fina gritaba clamorosamente, jadeaba como una loca, se giró de nuevo hacia mí para volver a llevar la iniciativa, me empujó hacia atrás y al caer sentado en el pasillo de la casa, se abalanzó hacia mí y cogiendo mi pene se lo volvió a llevar a la boca. Parecía una leona en celo, me estaba dando miedo su actitud, en esas estábamos cuando volví a tomar la iniciativa y dándole la vuelta con mucho esfuerzo, pues ella se resistía a ser follada, la sostuve con fuerza y boca abajo la mantuve un rato apoyando mis brazos en su espalda y su cuello, ambos jadeábamos por el esfuerzo. Me puse encima y coloqué mi miembro a la altura de su culo, respiré profundamente y con la mano izquierda que había liberado de su espalda le abrí sus nalgas para enfilar mi miembro a la altura de su esfínter anal. Todo esto estaba convirtiéndome en un animal, así que con una fuerza descomunal hundí sin miramientos mi polla en su culo, ella dio un grito que inundó la casa, inicié entonces unas embestidas de mete y saca mientras ella gritaba de placer, su culo estaba muy estrecho por lo que volví a sacarla del todo y escupiendo en él intenté follarla de nuevo, pero ella se resistió e impidió que yo consumara la penetración.

No tuve más remedio que cogerla por el pelo y arrastrarla hasta la cocina donde la tiré brutalmente sobre la mesa y en esta ocasión, una vez abierto el culo por mi mano, mientras la sujetaba con fuerza con la otra mano, la follé una y otra vez por el culo algo más lubricado por la saliva, estuve así durante más de diez minutos, pasados los cuales aflojé la presión al notarla más relajada. Mi pene entraba y salía con deleite, con finura, las embestidas daban unos golpes de mi bajo vientre contra su culo.

Ella gritaba y gritaba, ahora agarrada a la propia mesa. El ritmo de las embestidas aumentó y pronto me di cuenta de que me iba a correr lo que procuré hacer sin derramar ni una gota. Me corrí dentro sin que ella lo pudiera evitar, principalmente porque estaba más pendiente en agarrarse a la mesa y disfrutar, que adónde iba a parar la corrida.

Estuvo así, recostada en la mesa, durante un rato, después se incorporó y dándose la vuelta me besó en la boca, poco a poco fue besándome en el cuello, el pecho, la barriga, la espalda, las nalgas, los genitales, estaba claro que quería comenzar de nuevo. En cuanto estuve a tono pasados unos veinte minutos, la dejé que llevara la iniciativa, me puso boca abajo y se abalanzó sobre mí besándome la espalda, el cuello, el culo, todo mi cuerpo era recorrido por su lengua, bajó con la lengua hasta mi culo y con dos dedos separó mis nalgas para justo en ese momento introducir su lengua en mi ano, creí estallar de placer era una cosa nueva para mí, después de un rato introdujo un dedo en el culo y poco después introdujo los dos, les daba la vuelta haciendo un giro hasta que dejé de oponer resistencia muscular para que la relajación permitiera que ella pudiera jugar más cómodamente con mi culo. Me puse de cuatro patas y ella daba embestidas como si me poseyera, era un deleite increíble, estaba derramando líquido seminal de la excitación que me producía esta sensación de ser follado por una mujer. Me di la vuelta y acostado en el suelo cogí mi polla con las manos y le hice señas de que se sentara encima, lo hizo y comenzó unas sentadas y levantadas sobre mi miembro que provocó los mayores gemidos de Fina hasta que se corrió dando unos espasmos electrizantes que noté sobre mi cuerpo en contacto con su culo. Se abalanzó sobre mí y me besó mientras seguía dando culazos hasta que volví a correrme y ella ya en esta fase de la follada se quedó un rato acostada sobre mí.

Durante un rato permanecimos en esta posición, ella comenzó a besarme el vientre poco a poco, lentamente. Primero el vientre, después el pecho, el cuello, la boca, las orejas, otra vez el pecho, el vientre, el bajo vientre. Se detuvo entonces en mi pene que lo succionó con su carnosa boca, así estuvo más de diez minutos hasta que pude volver a estar a punto para ella. Cuando mi pene se puso erecto por tercera vez esa noche, eran ya más de las 11 de la noche, ella me tumbó boca abajo e inició un masaje con su cuerpo, estregándolo por el mío que me producía un placer infinito. En un momento del masaje me dijo.

-Espera así, no te muevas, vuelvo enseguida-

Esperé en esa posición, mientras ella se dirigía a una de las habitaciones para volver al cabo de unos segundos con un artilugio en la mano. Levanté la cabeza y le pregunté.

-¿Qué es eso?-

-Tranquilo, déjate llevar- Dijo.

El artilugio en cuestión era un consolador fálico que se ataba a la cintura. Me preocupé y ella debió notarlo pues insistió en que me relajara. Una vez se lo hubo colocado con unos cinturones que lo adherían a la cintura, me hizo poner de cuatro patas mientras ella se colocaba a mi espalda. En esta posición algo incómoda para mí, Fina restregaba ese falo enorme por mis nalgas muy suavemente, hasta el punto que llegué a sentir cierto placer. Luego lo colocó en mi culo y quiso hundirlo en mi agujero, pero al haber mucha resistencia lo dejó y escupió en él, para volver a colocarlo en la entrada, esta vez hizo algo de fuerza y el falo entró un poco en mi culo mientras ella no paraba de decirme que me relajara, así lo hice, hasta que ella con un poquito más de fuerza volvió a introducir algo más aquel falo enorme, y así estuvimos más de dos minutos, me susurraba al oído e introducía un poquito más aquel falo gigantesco. Cuando ella creyó que era suficiente comenzó el retroceso y con parsimonia espantosa metía y sacaba la polla artificial en mi culo mientras me decía cosas agradables.

-¿Cómo te sientes al verte empalado por el culo?- Me dijo.

No dije nada, sólo jadeaba, ella sacaba y metía aquella cosa en mi culo ahora con más facilidad que antes, la metía hasta el fondo, pues sentía las embestidas dentro de mi vientre. En aquella posición de cuatro patas y siendo follado por una mujer era cuando menos cómico. Al poco rato la sacó y en el hueco hecho por el artilugio aquél metió cuatro dedos y se puso a masajear la zona. Yo no podía dejar de jadear y ella, que estaba totalmente desconocida, había adquirido la posición dominante, hasta el punto de darme miedo. Volvió a colocarse en posición y se hundió nuevamente en mi culo. Intenté darme la vuelta, pero ella se negaba, seguía con sus embestidas. Fue en esta posición cuando ella se apartó de nuevo de mí y me besó el culo, abierto totalmente por aquel artilugio. Con la lengua caliente hizo unos jugueteos indescriptibles que hicieron que cerrara los ojos y jadeara. Fina se deslizó por debajo de mi vientre, quedó entre el suelo y yo agarrada a mi cuello totalmente y sin dejar de besarme profundamente.

Aquello era el paraíso, sí, el placer infinito, y de repente ocurrió, noté que mi culo volvía a ser sondeado por algo caliente y fálico, pero ¿Fina estaba debajo? ¿Cómo era posible? Fina notó la sensación de mi cara y se aferró más fuertemente a mi cuello hasta no dejarme mover, apenas podía hablar porque su lengua estaba metida totalmente en mi boca, quise revolverme, pero imposible, ahora ya era claro, alguien estaba intentando hundirse en mí, me sujetaba por las caderas, yo quería volverme, mis ojos estaban a punto de salirse de las órbitas, alguien, forcejeaba para follarme, yo intentaba impedirlo cerrando fuertemente las nalgas, ese alguien me agarraba fuertemente por las nalgas y las abría para usurpar la ruta abierta momentos antes por Fina, ¡Dios mío! Quise suplicarle a Fina con la mirada, ella tenía lágrimas en los ojos de compasión, pero no me ayudaba, aquella cosa estaba ya a las puertas de mi culo, empujaba y yo me resistía, empujaba y las fuerzas estaban a punto de abandonarme, solo Fina podía ayudarme, mi vista se clavó en la suya, pero Fina ladeó la cabeza y fue entonces cuando supe que no tenía escapatoria, aquella cosa caliente y descomunal se hundió de golpe en mí y ya no pude hacer nada, llegaba hasta mi vientre y salía, para volver a entrar con fuerza hasta mi vientre.

El culo ya no era resistente, al contrario, el hueco hecho por Fina había dado sus frutos, la polla que me atravesaba ahora tenía el camino libre. Una y otra vez de manera salvaje, penetraba aquella cosa en mí, una y otra vez, un minuto, dos, tres, cuatro, perdí la cuenta, ocho, nueve, ya no ofrecía resistencia. El hombre que me empalaba gritaba ahora como un animal, yo solo guardaba silencio. Entraba y salía, tomaba un descanso y volvía a entrar hasta que el ritmo aumentó con tal frenesí que supe que la eyaculación era inminente. Sentí el calor dentro de mí y cómo se acostó en mi espalda, babeante, triunfante de haber conseguido su pieza. Después se incorporó y me dio una palmada en las nalgas, -¡Bien hecho, chico!- Me dijo y se retiró. Todo mi ser se vino abajo, supe enseguida que todo había sido un juego, una trampa, ella era el cebo y él, él era el cazador, yo simplemente era la pieza. El marido de Fina se metió en el baño y mientras oía el agua de la ducha le escuchaba canturrear, alegre, feliz. Fina intentó con la mirada pedirme perdón, no dije nada y me incorporé a duras penas, me vestí y me dispuse a salir de allí,

-¡Feliz Navidad, vecino! Me dijo desde la ducha su marido, mientras reía a carcajadas.

Hice un gran esfuerzo para llegar a casa. Después de aquello, tardé varios días en ver a mi vecina, me encontré con ella en el portal y ni siquiera se dignó mirarme a la cara. A decir verdad yo bajé la cabeza, me sentí culpable. Menos de seis meses después abandoné el edificio y me trasladé a otra parte de la ciudad. Nunca supe si su marido la obligó a participar en aquello o ella lo hizo por voluntad propia. Aunque me enteré que había salido en los noticieros locales por haber sufrido una brutal paliza de su marido un año después. En cualquier caso, esta es mi historia, por si vale de algo.

(Nicolás Salmerón)