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Mi experiencia

en Confesiones

Mi experiencia

Aquella mansión a las afueras de París, rodeada de un inmenso bosque de hayas y encinas y circundada por un pequeño riachuelo, me producía una sensación de tranquilidad que necesitaba, debido ante todo a lo que me esperaba el resto de la noche. Me llamo Marie, soy analista de sistemas, tengo 42 años y me dirigía a una aventura de consecuencias imprevisibles. Eran las 20´55 horas y la cita estaba prevista para las 21´00 horas. La decoración de la entrada de la mansión era de estilo renacentista, parecía que el tiempo corriera hacía atrás, había llegado en un taxi para no ser reconocida, ya que mi posición social me obligaba a pasar desapercibida, me moriría si alguien pudiera reconocerme, sería mi ruina laboral y socialmente hablando además de hundir mi matrimonio. Mi marido, coronel del ejército, estaba ausente el fin de semana por motivos profesionales. Yo había conocido a mi futuro amante a través de un chat, chat al que entré por curiosidad y al que me enganché empujada por la morbosidad que me producía aquellas conversaciones de madrugada.

Una vez reproducida la contraseña que me había facilitado mi amante virtual y que servía de invitación, los empleados de la puerta ataviados con impecables trajes de caballeros, me entregaron una llave que daba a un guardarropa con compartimentos individuales, de esta manera se evitaba cualquier encuentro inesperado con el resto de los invitados. La pequeña llave abrió la puerta y en el compartimento estaba todo lo que tenía que ponerme, un disfraz del siglo XVIII con peluca incluida, unas medias blancas modernas y un liguero, así como un antifaz negro adornado con plumas de avestruz. También había una nota con las instrucciones para actuar en ese lugar, entre ellas sobresalía una frase enmarcada en un recuadro "bajo ningún concepto se debe quitar el antifaz o quitárselo a alguien".

Después que me hube colocado aquel engorroso disfraz y tras taparme la cara con el antifaz, tal como especificaban las instrucciones de la nota, procedí a entrar por la puerta de color negro y cortinas rojas. Toqué la pequeña campanilla de la mesita de la entrada y en unos segundos un sirviente con ropas de la época y también con antifaz, me abrió la puerta alargando su mano para ayudarme a entrar en la amplia sala.

Aquel salón lúgubre y triste, de inmensos coloridos rojos y amplias zonas en penumbra cuando no en oscuridad casi completa, hacía que mi corazón latiera velozmente, sentía un pánico tremendo a lo que me esperaba, sentía que una parte de mí se encontraba incómoda por estar allí, pero la otra parte, la parte desconocida y extraña incluso para mí, quería estar en aquel lugar, ansiaba estar allí. Era obligado que todos los invitados llevaran la cara tapada con el antifaz. El mío me tapaba el rostro de mitad para arriba y adornado además con las plumas de avestruz hacían casi imposible que alguien pudiera reconocerme. Aún así estaba muy nerviosa, él estaba allí, lo presentía, todavía no le conocía pero presentía su presencia. Aunque sólo le conocía a través de Internet y últimamente a través del teléfono, me dominaba, solamente con pronunciar mi nombre me convertía en su amante, en su cautiva. Nunca pensé que en este mundo pudieran existir experiencias tan trágicas y placenteras a la vez, nuca pensé que yo sería un objeto en manos de mi amante, amante que no conocía siquiera, sólo aquella voz grave y pausada del teléfono, voz dominante y cariñosa al mismo tiempo. Había mucha gente, unos conversaban, otros se besaban, otros jugaban a las cartas en varias mesas repartidas por el amplio salón, todos estaban ataviados con trajes de la época de Luís XVI, era extraño, no reparé en nadie que se fijara de mi llegada, nadie ladeó la cabeza, nadie fijó su mirada en mí. Cada uno siguió con la conversación que tenía, sin inmutarse por mi presencia. Calculé que había unas cincuenta personas, unos treinta hombres y unas veinte mujeres más o menos. Uno de los sirvientes se acercó con una bandeja y me ofreció una copa de champagne, luego siguió la ronda ofreciéndosela al resto de los invitados. Mi corazón palpitaba de emoción, ¿estaría allí? ¿y si no estaba? Sólo el pensar quién de los presentes podría ser, me excitaba. Observé con detenimiento todo a mi alrededor, en principio nadie hacía nada fuera de lo común, no había una orgía como me imaginé antes de entrar. Simplemente se charlaba y nada más, salvo algún que otro beso esporádico.

Cuando llevaba unos minutos en ese amplio hall se acercó una chica y con una sonrisa en los labios me preguntó.

¿La primera vez?

Sí –le respondí.

Me cogió de la mano y sin mediar palabra me llevó por los alrededores de la casa para enseñarme todos los rincones, habitaciones, pasillos, salas. Me llamó la atención unas pequeñas salitas de apenas ocho metros cuadrados, pero que disponían de unos artilugios en la pared que denotaban que allí se practicaba sadomasoquismo. Haciendo este tour con mi inesperada acompañante estaba, cuando uno de los sirvientes hizo sonar una campanilla y casi al unísono todos dejaron de charlar produciéndose un inmenso silencio. Mi acompañante y yo nos detuvimos prestando mucha atención. Un caballero de muy buenos modales dio la bienvenida a los nuevos invitados y con una especie de protocolo extraño dio por iniciada la sesión. En ese momento comenzó a sonar un piano que estaba al final de la estancia y cada cual comenzó a charlar con quien le pareció. Mi acompañante se despidió de mí al acercársele un caballero que le hizo un gesto con la cabeza. Ella lo siguió y ambos se sentaron en un amplio sofá.

Uno de los sirvientes se dirigió a mí y con una amabilidad exquisita me dijo.

Usted es nueva señora, deberá comenzar por la mesa de naipes. Sígame por favor.

Le seguí hasta una mesa donde estaban cinco jugadores, tres hombres y dos mujeres, el sirviente me indicó el sitio y me senté. No hubo presentaciones, sólo unas leves sonrisas y nada más. Me explicaron que el juego consistía en obedecer lo que ordenara el ganador de cada mano. El que ganaba en cada mano era el que solicitaba el premio. Asentí con la cabeza y me dispuse a participar en el juego, ignoraba si mi mentor se encontraba en la mesa. Uno de los hombres barajó las cartas y las repartió, tres a cada uno de los participantes. Comenzó el juego, que confieso estaba intrigada por ver cómo se desarrollaba, en la primera mano una de las chicas obtuvo la suma más alta, así que se dirigió a uno de los caballeros de la mesa, parecía tener unos cincuenta años al juzgar por lo que se le veía de nariz para abajo.

Quiero ver tu miembro- Le espetó muy seria mientras le señalaba con el dedo.

El caballero señalado se levantó y se acercó a la chica que le había dado la orden, acto seguido se desabrochó la bragueta y sacó su miembro flácido que ella agarró con sus manos y observó detenidamente, lo estrujó con las manos y palpó con los dedos. Después con un gesto de asentimiento de ella, el caballero se introdujo su flácido miembro en los pantalones y volvió a su sitio. Esta situación me excitó bastante, sobre todo al ver que la orden se cumplía sin miramientos. En la siguiente mano fue uno de los hombres el que ganó y tras señalar a una de las chicas le ordenó.

¡Dame tus bragas!

Ella se remangó aquel aparatoso vestido y se quitó las bragas con mucha paciencia, luego extendió su mano y se las entregó. Pude comprobar que las medias y el liguero eran idénticas a las mías, lo que supuse que todas las féminas llevaban la misma ropa interior. El hombre se guardó las bragas en su bolsillo y ella se sentó de nuevo en su sitio. Aunque estaba ensimismada con el juego y preocupada al mismo tiempo de que me tocara a mí una de esas órdenes, no perdía detalle de lo que pasaba a mi alrededor, me llamó la atención de dos hombres que se estaban beneficiando a una chica, uno de ellos sentado en un sofá mientras la chica con las piernas abiertas e inclinada hacía adelante le hacía una felación, en esta posición era penetrada por el otro hombre, lo curioso es que no vi que nadie se inmutara. Mientras tanto la partida seguía y fue otro hombre quien ganó la siguiente mano.

¡Acuéstate boca abajo sobre la mesa! –Me ordenó mientras me señalaba con el dedo.

El corazón me palpitó con frenesí, pensé lo peor, pero obedecí. Me levanté de mi sitio y me recosté boca abajo sobre la mesa de juegos. El hombre se situó detrás de mí y remangó el voluptuoso vestido, después con sus manos fue bajando las bragas lentamente hasta las rodillas, se paró y colocó sus manos en mis desnudas nalgas, me sentí morir, pero hice un esfuerzo enorme para estar a la altura de las circunstancias. Aquel hombre abrió con sus manos y los dedos pulgares mis nalgas, creo que quería saber mi historial sexual, después de un rato que me pareció eterno, me soltó y volvió a su sitio, no sin antes terminar de bajar mis bragas y llevárselas como trofeo. Yo no era virgen analmente, puesto que antes de casarme con mi marido tuve un novio y lo hicimos alguna que otra vez, aunque no demasiadas, la verdad. Me sentía extraña sin ropa interior bajo aquel vestido, pero confieso que no me incomodaba, al contrario, me excitaba. La siguiente mano la ganó la misma chica que había ganado al principio, pero esta vez ordenó al hombre que me había quitado las bragas que enseñara el pene, igual que había hecho con el anterior, el hombre se levantó y se sacó su miembro. La chica lo palpó y tras unos segundos observándolo, se lo llevó a la boca comenzando entonces una felación que no paró hasta que el miembro del hombre adquirió la dureza debida. El miembro de aquel hombre era mayor que el del anterior. La chica se lo quitó de la boca y se limpió la saliva con un paño que le acercó uno de los sirvientes. La partida continuó y el hombre que había mostrado su miembro en la primera mano, ganó esta vez, de inmediato y como una especie de venganza personal le ordenó a la misma chica que se inclinara ante él y le hiciera una felación, la verdad es que la pobre chica tuvo que hacerlo, supongo que a desgana aunque no dio ningún síntoma de ello. Ella lamía el miembro de aquel hombre hasta la base, después se lo engullía hasta la garganta y en unos movimientos de bajar y subir la cabeza, aquel falo erecto desaparecía y aparecía como un chupete en la boca de un niño. El hombre consumó su venganza pues eyaculó dentro de la boca de ella y aunque me extrañó bastante, ella se tragó el semen, quizá fuera una norma de ese lugar.

Llevaba rato observando a los invitados y mi hombre no daba señales de vida, en una de esas ojeadas me fijé en una pareja de mediana edad, que llevaban mucho rato agarrados por la mano, ella tenía buena cintura para su edad, hubiera dicho que eran pareja real si no fuera porque al poco rato me fijé que uno de los hombres se dirigió al varón y tras susurrarle algo al oído, éste asintió con la cabeza y le cedió su pareja al otro hombre. En breves segundos se la llevó, la tumbó sobre una mesa y la penetró por detrás ante los ojos del acompañante, aunque me fijé que el hombre ladeaba la cabeza en un claro síntoma de estar sufriendo. El otro terminó rápidamente y se alejó, ni siquiera se despidió. Mientras tanto, en nuestra mesa las cosas se estaban poniendo muy calientes, una de las chicas ganó la mano y obligó a su compañera de mesa que le masajeara el clítoris mientras continuaba el juego, la masturbación de esta joven era lo más sensato que había visto desde que comenzó esa dichosa partida. Yo por otro lado, tenía que evitar que el hombre que me quitó las bragas ganara de nuevo pues estaba segura que esta vez no me escaparía. Y si ganaba yo ¿qué pediría? Estaba hecha un lío. La siguiente mano la ganó el hombre que justo quería evitar que ganara, ya me veía atravesada por ese individuo, pero para mi sorpresa eligió a una de las chicas y le ordenó que se tumbara en la mesa, él se colocó detrás de ella remangándole el vestido, igual que había hecho conmigo, acto seguido se inclinó y comenzó a lamerla con su lengua que deduzco era de un experto por los leves gemidos que pronunciaba la chica. Estuvo así durante un rato, después se incorporó y bajándose los pantalones puso su miembro en posición para, lentamente, ir introduciéndolo en su sexo. Desde mi posición veía la escena perfectamente, era la primera vez que veía un falo introducirse en la vagina de una mujer, a no ser en las películas de contenido pornográfico. Al cabo de un rato el hombre la cogió por las caderas, lentamente introducía su miembro y lentamente lo sacaba, lo que producía unos espasmos en la chica que le provocaban unos gemidos casi aullantes, observé como la joven se estaba corriendo, ya que por sus muslos corrían unos hilillos de líquido que demostraban que el orgasmo de ella no era fingido. Esta escena duró unos quince minutos, cuando creyó que era suficiente, el hombre se desacopló y se subió los pantalones. El sexo rasurado de la joven, enrojecido e hinchado por las embestidas, estaba ante mis ojos con total claridad. Ella se incorporó y bajándose el vestido volvió a su sitio. En la siguiente mano, curiosamente ganó esta misma chica, y pensando en qué es lo que se iba a ordenar en la mesa me puse a observar con atención. La joven hizo un gesto con la mano y uno de los sirvientes se acercó con un pequeño maletín, lo puso en la mesa y se alejó. La joven, pues no tendría más de 25 años, se incorporó y dirigiéndose a mí, me hizo señas para que lo abriera, cosa que hice un tanto extrañada. Al abrir el maletín quedé perpleja, contenía un falo bastante grande que al tocarlo noté que era de un material parecido al látex aunque algo más firme. Después hizo una seña al hombre que la había penetrado, el mismo que me había quitado las bragas, y éste se puso sobre la mesa tumbado boca abajo. Era evidente lo que quería, bajé los pantalones al hombre y tras untarle el ano con la crema que venía incluida en el maletín, fui introduciéndole pausadamente aquel falo dentro de su ano, en un momento dado paré temerosa de hacerle daño.

¡Todo!, no pares, lo resistirá. –Me gritó.

Obedecí y poco a poco el falo de al menos 30 cmts. fue desapareciendo en las entrañas de aquel hombre, ningún gemido, ninguna queja, nada. Lo mantuve dentro por unos segundos, pero ella me hizo un gesto con los ojos para que hiciera mi trabajo, así que poco a poco fui imitando los movimientos naturales y saqué e introduje varias veces aquel falo en el ano, cada vez más adaptado al nuevo huésped. Poco a poco fui acelerando los movimientos hasta que ella creyó que era suficiente, pero con un gesto de su mano me apartó y ocupó mi lugar, fue ella entonces la que con unos movimientos frenéticos bombeaba aquel falo, estuvo así durante unos minutos hasta que pude oír claramente unos gemidos del hombre. Después paró y sacó lentamente el falo, era innegable que el agujero que había producido el artilugio fálico denotaba que el hombre había distendido los esfínteres. Ella se quedó observando un rato su proeza y después dio por terminada la orden. El hombre se incorporó y volvió a su sitio. A estas alturas se evidenciaba una guerra entre las féminas y los machos, esperaba no caer en esta guerra.

Unos minutos después uno de los sirvientes me tocó por el hombro y se inclinó para susurrarme al oído.

Señora, el caballero del sofá desea tomarla ahora. –Me dijo.

¿Y la partida? – Le respondí bastante nerviosa.

Esperará hasta que termine, son las normas. –Comentó con delicadeza.

De acuerdo. –Le contesté haciendo ademán de levantarme.

No señora, el caballero vendrá aquí. –Puso la mano en el hombro y volví a sentarme. Estaba muy nerviosa, -seguro que es él- pensé.

El hombre del sofá se levantó y se dirigió hacia mí, sin mediar palabra me extendió la mano para levantarme y en un perfecto acento inglés me dijo.

Túmbese sobre la mesa, boca abajo, señora.

Le obedecí presa del pánico pues sabía, por la voz, que no era él, además hacerlo allí, delante de todos, era nuevo para mí. Me incliné sobre la mesa y abrí las piernas. Él me remangó el vestido y separó las nalgas con las manos y los pulgares, tal como había hecho mi compañero de juegos momentos antes. Se embadurnó los dedos con el lubricante del maletín y suavemente los pasó por mi ano, creo que notaba mi nerviosismo. Sentía verdadero pánico pero aún así me contuve. El hombre, de unos 55 años más o menos, se entretuvo con los dedos alrededor de mi ano durante un buen rato, con lentos movimientos circulares, después se detuvo y comenzó a introducir el dedo pulgar, que al notar la contracción de mis músculos, paró manteniéndose así durante unos segundos, acto seguido volvió a iniciar la introducción del dedo hasta completarlo del todo. Después se dedicó a introducir y sacar suavemente el dedo hasta que creyó que era hora de introducir otro dedo que acompañara al pulgar. Utilizó para ello el dedo índice, haciendo una especie de pinza, de esta manera intentó dilatar el ano, pretendía con ello adelantar la operación de dejar libre mi culo para su miembro. Los jugadores se incorporaron a una señal de este hombre y se colocaron detrás de mí, en posición de observadores, lo que aumentó en gran medida mi pudor, recuerdo que cerré los ojos. Pasado un rato, el hombre ya metía varios dedos y mi ano no ofrecía esa resistencia del principio, de hecho debo confesar que me sentía placenteramente bien. En un momento dado mi acompañante dejó los dedos y volvió a abrir mis nalgas, quizá para observar su obra, llevábamos cerca de 15 minutos con esa operación. Pude oír que todos los que hacían un corro tras de mí, hacían comentarios entre ellos como "está casi perfecta", "ya prácticamente está preparada" o "está en su punto", incluso una de las chicas comentó "en poco tiempo estará como yo". El hombre me agarró por las caderas en claro gesto de que me subiera en la mesa, de rodillas, cosa que hice y tras abrir las piernas dejando el culo totalmente al aire, me apoyé con las manos cruzadas en la mesa y la cabeza ladeada descansada sobre el revés de las manos.

Uno de los sirvientes acercó una pequeña mesita en forma de taburete, pero algo más ancha y el hombre, tras subirse encima, se colocó en posición, se bajó los pantalones y pude observar desde mi situación que ninguno de los observadores se quitaba del lugar de observación lo que intuí que cuando me penetrara aquel tío iba a tener muchos espectadores. Y así fue, el hombre ubicó su erguido miembro en mi ano y poco a poco lo fue introduciendo hasta introducir una parte, luego hizo una breve parada y siguió enterrando el resto, hasta completar la casi totalidad de su miembro, noté el calor de su bajo vientre en mis nalgas desnudas, hizo otra breve pausa y continuó la total introducción de su falo. Después, con la misma parsimonia hizo el trayecto contrario, también lentamente y con las breves paradas, pero poco a poco fue acelerando, aumentando el ritmo de las embestidas hasta tal punto que sentía el empuje de su miembro dentro de mi vientre, no sé si por lo fuerte de los golpes o por el tamaño de su falo, aunque desde mi posición y debido al vestido no pude ver su miembro. Aquel hombre me arrancó unos gemidos de placer que hubiera negado en cualquier momento, las rodillas apenas aguantaban el empuje de aquel macho acoplado a mi culo, empujaba y retrocedía, empujaba y volvía retroceder, así una y otra vez. Una de las veces mi cara chocó de bruces con la mesa debido a la fuerza de las embestidas. Incluso oía las risas de los observadores cuando me escuchaban jadear mientras él daba esos golpes que casi me hacían daño en la cara.

- Se la está montando de lo lindo. –Murmuró uno.

- Hay que ver cómo se la traga la dama. –Comento otra.

A él no lo oía, sólo se oían mis gemidos, casi gritos ya, él seguía, cada vez con más fuerza, empalando el interior de mis entrañas. El chocar de sus muslos contra mis nalgas producía un ruido seco que aumentaba la excitación del ambiente. Ya sólo se oían mis gritos hasta el punto de que eran perfectamente audibles desde cualquier rincón del salón. Cuanto más fuertes eran las embestidas, más se agarraba a mis caderas, quizá para no caerse de la mesita taburete, mi cara chocaba ahora casi en cada embestida contra la dura madera de la mesa. Mi sexo chorreaba, lo sentía, podía sentirlo. En un momento dado, en medio de este ímpetu carnal, noté que sus manos buscaban apresuradamente mis pechos y mientras él desabrochaba aceleradamente el escote, apretujaba y sobaba mis senos desnudos y tersos por la excitación. En esta posición, mis tetas bailaban al aire con los movimientos pélvicos de mi voraz compañero, daban unos giros elípticos que motivaron la sorna de algún observador masculino. El hombre siguió bastante rato dando muestras de su masculinidad fálica. Quedándose completamente pegado a mí, descargó todo su líquido blanquecino y espeso dentro de mi chorreante culo, continuó acoplado durante unos minutos más mientras los observadores comenzaban a posicionarse en sus respectivos asientos de la mesa, todos y todas le daban palmaditas en la espalda al vencedor, con leves sonrisas en los labios, como un cazador que es aclamado cuando atrapa a su presa. Pasado un rato me soltó y se alejó sin mediar palabra. Yo me incorporé como pude, pues las piernas apenas me tenían en pie. Uno de los sirvientes me trajo un pañito blanco, cuidadosamente doblado y me limpié los muslos y parte de las nalgas. Volví a ocupar mi asiento, todavía con los pechos fuera del corpiño pues no me atreví a colocarlos por temor a romper alguna norma. Observé con el rabillo del ojo si mis compañeros de mesa me miraban, pero por increíble que parezca todos estaban inmersos en el juego. Pasado un rato, otra de las jugadoras ganó una de las manos y haciendo un clic con los dedos a uno de los atentos sirvientes, éste se acercó de inmediato inclinándose para que la chica le susurrara algo al oído, acto seguido se alejó. Todos estábamos expectantes, al menos yo lo estaba, por saber quien sería la víctima esta vez y sobre todo cuál sería el castigo. Al momento apareció el sirviente en cuestión con una caja, de esas que parecen chinas, la puso sobre la mesa y se retiró. La chica que había ganado la partida se incorporó y poco a poco, muy lentamente, se fue despojando el vestido. Yo me encontraba totalmente abstraída por saber en qué consistía el castigo, incluso había pasado a segundo plano lo ocurrido momentos antes. La chica terminó de desvestirse inclinándose hacía la mesa. Mientras uno de los sirvientes retiraba el vestido caído en el suelo, ella abrió la caja y sacó un enorme pene, bastante grande y prominente, con unas correas para poder ser atado a la cintura del porteador o porteadora, la chica se lo ató en su cintura y señaló a la otra chica que estaba a mi derecha, una joven de muy pocos años, quizá 20 diría yo. La chica señalada se levantó y se recostó sobre la mesa remangándose el vestido, la ganadora de la mano de naipes se colocó tras ella y tras colocar el enorme falo en su sexo comenzó a penetrarla en bruscos movimientos, esta vez nadie se levantó a observar, la chica gemía y gemía mientras era penetrada por aquel enorme artilugio, hasta que sus gemidos se fueron convirtiendo en gritos, gritaba y gritaba, se notó claramente que un escandaloso orgasmo le sobrevino, sólo en ese momento la chica activa se desacopló y volvió a su sitio, pero sin quitarse el artilugio, quizá para tenerlo preparado para otra víctima. La joven que había recibido el castigo, también volvió a su sitio.

La música del piano seguía su labor, ambientaba un lugar que sin ella, la música, sería tétrico. De repente sonó una campanilla repetidas veces y todos se pusieron en pie, yo también. Como unos autómatas todos se dirigieron al centro de la sala y formaron un coro, algunos estaban desnudos ya, otros semidesnudos y muchos continuaban vestidos. Un hombre de mediana edad señaló con el dedo a una joven y esta se acercó a él, se arrodilló y tras desabrocharle el pantalón con mucha delicadeza, sacó su erguido miembro llevándoselo a la boca, unos segundos después lo saboreaba, lo lamía, lo limpiaba con la boca, lo engullía y lo ensalivaba, poco a poco, saboreándolo como si de un manjar se tratara. Todos miraban la escena sin inmutarse, es posible que aquel hombre tuviera algún privilegio con la joven, es posible que fuera el anfitrión, en cualquier caso él era el único que había elegido. La joven seguía con su particular estilo de felatriz, se lo engullía muy, pero muy despacio, bastante lento, con los labios iba caminando hacia la base de su miembro mientras el falo iba desapareciendo poco a poco en su boca, bastante abierta a medida que se acercaba a la zona abdominal, cuando llegó a la base y la punta se encontraba en su garganta, el hombre agarró a la joven por los pelos impidiendo que ella retrocediera y de esta manera sacara su miembro de la garganta, lo que provocó irremediablemente que la joven tuviera arcadas de vómitos, aun así, él no la dejó retirarse para atrás. La cabeza de él estaba caída hacia su espalda, lo que denotaba la inminencia de la eyaculación, cosa que ocurrió en unos minutos. La boca de la joven era una fuente, mezcla de saliva, vómitos y semen, el hombre la obligó a tragar todo lo que había quedado en su boca, sólo así retiró su miembro de ella. Los demás seguíamos esperando el final del espectáculo y fue cuando el hombre tocó las palmas dos veces. En ese momento comenzó un frenesí de señalamientos, a imitación de lo que habíamos presenciado anteriormente. Pude observar a la pareja que parecían serlo en la vida real, aquella que la mujer fue penetrada en presencia de su compañero, podían tener unos 45 años. Esta vez su compañero la señaló con ánimo supongo de tenerla y así poder estar juntos, pero un joven, que al juzgar por sus facciones no podía tener más de 25 años, se le adelantó y se la llevó, pude ver la cara de amargura de la mujer y la cara de angustia del hombre, patético, mientras ella se alejaba a yacer con el jovenzuelo, no dejaba de mirar al que posiblemente sería su esposo. En esto estaba cuando no había reparado en que un hombre me había señalado a mí, por desgracia era el mismo que me había quitado las bragas, el que me observó detenidamente, esta vez estaba segura que no podría evitarlo. Me acerqué a él y le miré fijamente a los ojos. Por debajo del antifaz se percibía a un hombre de unos 50 años, alto, aunque algo obeso por los años, muy serio y con una mirada penetrante. Le extendí la mano y él me la cogió dando media vuelta. Le seguí hasta el fondo del salón y allí se detuvo, junto a la enorme cortina roja. Me puso pegada a la pared y levantándome las manos sobre la cabeza, se acercó a mí, creyendo que iba a besarme cerré los ojos algo incómoda, pero se acercó en realidad al oído para susurrarme.

Ahora no te salvarás, zorra. –Me espetó en un inconfundible gesto de rabia.

Me puse a temblar literalmente, pensando dónde estaría el principal culpable de que yo estuviera allí. Este hombre que ahora me tenía prisionera por las muñecas no podía ser el galán y caballero de tantas horas de conversación por teléfono. Volvió a tirar de mí por la muñeca y me llevó unos metros más allá, donde estaba el piano, con el pianista incluido. Me apoyó en el piano y aflojó la muñeca.

¡Inclínate! – Me ordenó, soltándome la mano.

Obedeciendo inmediatamente, me incliné y él agarrándome por los pelos, estampó mi cara en su entrepierna con inusitada fuerza, estaba claro lo que buscaba. Intenté facilitar las cosas y me puse a desabrocharle el pantalón, cuando lo conseguí saqué su erguido miembro y me lo llevé a la boca, intentando imitar a la joven que había inaugurado el espectáculo. Lo lamí, lo relamí, subía para arriba y regresaba hacia la base, lo ensalivaba y lo devoraba, lo soltaba y volvía a engullirlo, hasta que decidí ralentizar los movimientos, tal y como había observado en la chica anteriormente. Comencé por la punta y poco a poco lo fui tragando, como una serpiente que devora su presa lentamente, poco a poco, suavemente. Iba llegando a la base cuando tuve que detenerme ante la inminencia de una arcada, tomé aire y continué entonces el camino de regreso, sacando poco a poco aquella cosa de mi boca. Recorrí otra vez con mi lengua el camino descendente hasta la base de su miembro y al llegar a sus testículos, depilados por cierto, los absorbí por completo hasta llenar mi boca con la flácida piel de sus genitales, pude en esta posición observar su cara y la verdad es que estaba a punto de estallar, cosa que quería evitar hiciera en mi boca pues nunca me he tragado el semen de ningún hombre, ni siquiera el de mi marido. Él se dio cuenta y me apartó con rudeza la cara, quería seguir disfrutando de mí, no iba a tolerar que esto terminara demasiado pronto.

Tras tomar unas bocanadas de aire me giró hacia el piano y con las manos apoyadas contra la madera, intentó separar mis piernas con unos ligeros toques de sus pies, obedecí y abrí las piernas todo lo que pude hasta que él dejó de darme golpecitos con sus botas. Acto seguido con su mano agarrada a mi cabeza, hizo ademán para que me inclinara hacia delante. En esta posición, apoyada con las manos en el piano, separada e inclinada hacia delante y con las piernas bastante abiertas, supuse lo que me iba a hacer. Pero me equivoqué, él me remangó el vestido y tras ponerse en cuclillas, comenzó a pasar su rostro por mis nalgas desnudas, su lengua comenzó entonces una exploración de mis entrañas que me hizo vibrar, suavemente horadaba mi sexo con deleite, me sentía realmente excitada, podía notar las convulsiones que me producía su lengua alrededor de mi sexo, mordisqueando de vez en cuando, podía notar que mi abultado sexo estaba lubricándose por los efectos del trabajo de este experto. Se detenía en la entrada y con su ágil lengua taladraba mi lubricado agujero. Aunque yo no hablaba nada, en mi imaginación quería ser penetrada por este macho versado en las artes sexuales. Cuando creyó que era suficiente, sacó su lengua de mi sexo y comenzó un camino ascendente, muy lento, hasta llegar a la zona profanada de mi ano, quizá la zona que él quería desde el principio, pero que le fue arrebatada por el otro hombre, es posible que por eso me guardara rencor. Su puntiaguda lengua se detuvo en el orificio anal y con mucha fuerza intentaba entrar en él, no hace falta explicarles como me sentí, tuve que morderme los labios para no gritar, mis piernas apenas podían mantenerme, miraba fijamente los ojos del pianista que tenía frente a mí, ya no sentía vergüenza que me vieran, que me observaran. Él seguía horadando mi ano y venciendo los músculos de los esfínteres, aunque aún se resistían a dilatarse era inminente la caída de la resistencia ante esa lengua tan audaz. Apreté como pude mis esfínteres ya que su lengua me producía no sólo placer sino además un agradable cosquilleo que hacían que mis líquidos vaginales estuvieran resbalando por mis muslos. A estas alturas era imposible aguantar más mis ganas de gritar, la punta de su lengua ya había conseguido entrar dentro de mi ano con movimientos enroscados, era cuestión de segundos que la carnosa lengua de este hombre consiguiera entrar por completo, y así fue, me sobrevino un orgasmo endiablado y la relajación de los músculos de mi invadido ano produjo el efecto que él deseaba, introducir por completo su jugosa lengua dentro de mí. Ahora no podía evitarlo, no quería evitarlo, grité como una loca ante los espasmos del orgasmo más placentero de mi vida, mis piernas se me doblaban, me mordí los labios de nuevo, volví a gritar ante las embestidas de esa lengua en mis entrañas. La cara del pianista que tenía a escasos centímetros de mí no se inmutaba, como si estuviera acostumbrado a que una hembra gritara de placer frente a su cara.

Él se levantó y se bajó los pantalones, se quitó las botas y terminó de quitarse los pantalones, yo mientras, aún seguía en la misma posición, no me atrevía a cambiar de posición.

Espérame aquí, vuelvo enseguida. Ahora no eres de nadie, sólo mía. –Me dijo con voz autoritaria.

No contesté, sólo asentí con la cabeza y esperé. Pronto regresó con la joven que tenía el falo atado con correas a su cintura.

¡Fóllatela! –Le ordenó con desmedida ordinariez.

La chica se colocó tras de mí y agarrándome por las caderas me colocó el falo artificial en la entrada de mi sexo, que lubricado como estaba no debía ofrecer ninguna resistencia a pesar de lo enorme de aquel artilugio. Ella comenzó con suavidad a introducirlo, pero él vociferó.

¡No estés con miramientos con esta novata!

Y ella obedeció, de un golpe de cadera certero introdujo los 30 centímetros de carne artificial que hicieron sobrecogerme del impulso. Acto seguido, esta chica comenzó a meter y sacar con saña aquel enorme cilindro de mi sexo. Con tanta furia lo hacía que tuvo que agarrarse a mi pelo con ambas manos para poder mantener el ritmo de las embestidas, la verdad es que el espectáculo era cuando menos patético, parecía una amazona montando la grupa de una yegua salvaje a tenor de los gritos que daba yo y los bramidos que daba ella. Mis piernas flaquearon, se encogieron de los espasmos producidos por el orgasmo, intenté agacharme pero él me sujetó también por el pelo evitando que me agachara, ella seguía golpeando mis nalgas con su vientre mientras el artilugio fálico de enormes proporciones entraba y salía de mí con total facilidad, se podía oír el ruido que producía el choque de ese falo con los fluidos de mi sexo, una especie de chocleo al contacto del enorme falo con mis líquidos era perceptible incluso por mí. No pude más, supliqué que parara, pero ella no obedeció, sólo le obedecía a él. El orgasmo era tan intenso que apenas podía articular palabra, mis piernas ya se abrían solas, mis pechos saltaban libremente movidos por los empujes de mi activa compañera, cada vez que me ensartaba con el enorme falo, los pechos saltaban libremente al aire, al mismo ritmo de las embestidas, un espectáculo gratuito para el pianista. Estaba a punto de caerme debido a lo abiertas que tenía las piernas, ella golpeaba ahora con más fuerza, incluso soltó una de las manos de mi pelo que me estaban haciendo daño y a una orden de él, comenzó a golpearme las nalgas, era imposible, iba a desmayarme, jamás había sentido esos espasmos de placer.

Para, …para, …para, …por favor. – Le grité entrecortadamente.

Sigue, yo te diré cuando pares. –Le ordenó él.

Ella se notaba cansada de los movimientos pelvianos, pues su ritmo se hizo irregular y yo estaba a punto de desfallecer de placer. Me seguía dando fuertes palmadas en las nalgas que me hacían daño pero que me producían un placer sin precedentes. De repente, se desenganchó de mi sexo y tras una pequeña pausa se acopló a mi culo. Muy lentamente se fue abriendo paso dentro de mi ano, lubricado como estaba el artilugio por mis propios fluidos, debía entrar con facilidad, pero el diámetro del aparato era demasiado grande, así que la joven hizo un esfuerzo hasta que consiguió que el glande artificial entrara dentro, distendiendo los esfínteres, una vez conseguido esto, los 30 centímetros resbalaron de manera automática, los hizo desaparecer dentro de mi culo con suma facilidad. Después de esto ella recuperó el ritmo de las embestidas y mi culo era verdaderamente una puerta abierta a cualquier cosa ya. Mi boca abierta y los ojos del revés denotaban que estaba fuera de razón. La joven incluso llegó a sacar por completo el pene para comprobar, supongo, que el enorme agujero abierto en mi culo tardaba en cerrarse, señal inequívoca de que en adelante sería una experta en penetraciones anales. Ahora era ella la que tenía que sujetarme por las caderas para no caerme, pues a esas alturas mis piernas no tenían las suficientes energías para sostenerme. Ese aparato entraba y salía de mí tantas veces que perdí la noción del tiempo. Fue entonces cuando él ordenó.

¡Quita de ahí! Yo ocuparé tu puesto. -Le gritó a mi castigadora.

Ocupó su puesto y su miembro apenas era obstáculo en mi dilatado sexo, su miembro casi era imperceptible en la cavidad que había dejado aquel mastodóntico falo artificial, aun así horadaba mis paredes vaginales, todavía lubricadas por el esfuerzo precedente y sus jugueteos dentro de mis entrañas hicieron que me arrancaran otra vez unos gritos de placer. Mi jinete ahora jugaba con ventaja, tenía el camino despejado. Volvió a hacer un gesto a la chica para que se acercara. Él me montaba con furia mientras ella me besaba, iba a desmayarme, era muy fuerte para mí. Ahora era él quien daba bramidos que se confundían con mis gritos y jadeos. En un momento dado se desacopló de mí y retirándome del piano, chafándole el espectáculo al pianista, me obligó casi de un manotazo a agachar la cabeza hacia el suelo, en una posición muy difícil para mí. Con las piernas totalmente abiertas y la cabeza casi rozando el suelo se ensartó dentro de mi culo casi de un solo golpe. Con una brutalidad sin precedentes, me empalaba con furia y odio a la vez, gritaba palabras soeces que mi educación impiden repetir, me estaba haciendo daño moral y físicamente, pero por extraño que parezca no quería que parara. Mis piernas cedieron al fin ante los encadenados orgasmos que estaba disfrutando y doblé las rodillas, lo que motivó que él tuviera que agacharse para continuar acoplado a mi culo. Ahora de rodillas, sus embestidas aumentaron de fuerza pues se sintió un macho al hacerme rendir ante él. La chica se colocó delante de mí y puso su pene artificial en mi boca obligándome a imitar una felación. Mis babas caían ya por mi boca, él me tenía agarrada por el pelo mientras empalaba mis entrañas, sentía su miembro viril chocar en mis entrañas. Sus bramidos eran perceptibles en la distancia y mi culo era de una elasticidad increíble. Al fin no pudo más y después de innumerables embestidas de mete y saca en mi cavidad anal, se corrió dentro de mí con unos gritos que asustaban a cualquier ser humano. Duró bastante rato ensartado dentro de mi culo, hasta que por fin decidió levantarse, no sin antes observar mi abierto culo. Se alejó regocijándose de haberme perforado el alma, de haberme abierto las entrañas, de usarme como su montura. Yo por el contrario seguí en las misma posición durante bastante rato, me era imposible levantarme, hilos de babas salían de mi boca y líquidos viscosos resbalaban de mi abierto culo hasta caer al suelo, podía verlos incluso yo, con la cabeza baja, entre mis piernas abiertas de para en par. Mi sexo era una fuente de hilillos viscosos que Caín por mis muslos.

Me levanté como pude y con un caminar cojeante debido a la debilidad de mis piernas, me dirigí hasta un asiento cercano para tomar aliento. Increíblemente tenía que caminar con las piernas ligeramente abiertas debido a la refriega habida momentos antes. Una vez sentada en un cómodo sillón, me dediqué a observar a los invitados, con la esperanza de ver a mi caballero mágico, aunque creo que a esas alturas ya apenas le echaba de menos. En el local también habían parejas homosexuales, tríos e incluso un hombre se masturbaba frente a una pareja que hacían el amor. Al parecer todo era permitido en este lugar. Eran ya las tres de la madrugada y daba por casi terminada la velada, cuando un muchacho muy joven, por la voz no podía tener más de veinte años, exigió con malos modales yacer conmigo. Por primera vez no contesté ni me moví.

¿No me has oído? – Me gritó.

Sí, te he oído, pero debes aprender modales. –Le respondí.

Le hice señas para que se sentara a mi lado y una vez sentado, me incliné sobre él, le desabroché el pantalón y saqué su erguido miembro, acto seguido me lo puse en la boca y lo saboreé con deleite, con gusto, quería darle una lección a este jovenzuelo. Lo engullí muy despacio, bastante despacio, el chico daba unos gemidos graciosos, después fui sacándolo de mi boca muy lentamente, mientras presionaba con mis carnosos labios su masa fálica completamente ensalivada. Así estuve un buen rato, pero temiendo que el muchacho se corriera demasiado pronto, me levanté y tras remangarme el vestido me dispuse a darle al chico un regalo de mi parte. Sentado como estaba en el sillón, me puse de espaldas a él, abrí mis piernas y muy lentamente me fui inclinando hasta colocar la abertura de mi ano en la punta de su pene. Tuve que ayudarlo debido a su inexperiencia. Una vez en posición me dejé caer hasta que su juvenil miembro desapareció dentro de mi culo, el resto fue subir y bajar cadenciosamente, aumentando paulatinamente el ritmo. Tuve que llevar sus manos a mis tetas para ayudarlo. Él agarrado a mis turgentes pechos y yo saltando literalmente sobre el sexo del inexperto mozalbete, llegó lo que tenía que llegar, que en una de estas el chico explotó y me pringó todo el culo con su vitalidad juvenil. La verdad es que mis labios esbozaron una ligera sonrisa de malévola. El muchacho siguió recostado en el sofá y yo me levanté para dirigirme a otro rincón de la sala. Estaba decidida a ser yo la que tomara la iniciativa, a ser yo la que eligiera el resto de la noche.

La velada transcurrió más o menos en los mismos términos, aunque mucho menos frenética que al comienzo. Terminó a las cinco de la mañana y para salir tuvimos que ir haciéndolo de uno en uno, o de dos en dos, utilizando el mismo patrón que a la entrada. Un sirviente nos iba señalando y acompañando a los vestidores, después le tocaba a otro, y así sucesivamente. Cuando me tocó a mí, el sirviente que me acompañó al vestidor, se despidió de mí.

Adiós, Marie, espero que te haya gustado. -Me dijo

Quedé boquiabierta, no podía creerlo. ¡Él era un sirviente! Me sentí morir. Sin embargo debo reconocer que la experiencia valió la pena. A él no he vuelto a encontrarlo en el chat, tampoco hemos hablado, creo que me utilizó y nada más. Pero también pienso que yo salí ganando. La experiencia se la recomiendo a todas.

Rogaría en lo posible, recibir sus comentarios. Me ayudan a seguir escribiendo mis experiencias, sean reales o no. Gracias