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Prisionera de mi amante

en Sadomaso

No tengo muchas ganas de asistir a esa cena, la verdad es que no me apetece nada, sólo asisto para no contrariar a mi esposo. Leo es muy cuidadoso con este tipo de reuniones, significa mucho para él que le acompañe esta noche. A pesar de haber sido un día durísimo en el despacho, he aceptado acompañarle a esa cena de negocios, lo hago sólo por él. La cena es de gala así que me he vestido bastante coqueta y algo sexy, tal como me sugirió Leo.

Hemos decidido coger un taxi para más comodidad. En el asiento de atrás Leo me sonríe, de vez en cuando dirige su mirada hacia mis piernas cruzadas. Llevo el vestido corto de color negro, ceñido, el que me regaló hace un año en nuestro veinte aniversario. A mis 42 años me siento alagada por esas miradas, incluso me siento algo excitada, quizá por lo romántico de la noche. El taxi se detiene a la entrada del lujoso restaurante, Leo abona el servicio y me hace un gesto para que no me baje. Sale del taxi y se dirige a mi puerta para ayudarme a salir, me abre la puerta y extiende la mano para que yo salga. Con una leve sonrisa en mis labios, pues no es normal en él, me agarro a su mano y salgo del coche. Leo vuelve a dirigir su mirada hacía mis muslos puestos al descubierto al intentar salir del vehículo, su mirada es libidinosa, lasciva, si no le conociera bien diría que está animado. Eso me complace, me excita, me siento bien. Una vez dentro del restaurante me presenta a los otros comensales que nos acompañarán en la aburrida cena de negocios. El señor Estrada de unos cincuenta y tantos años y su esposa, una señora con algunos kilos de más, el señor Estébanez de algo más de cuarenta y cinco acompañado de su joven esposa de poco más de veinte años, un tanto sospechoso, y Carlos García de veinte y pocos años, abogado de la empresa del señor Estrada. Pasamos a la mesa reservada y nos sentamos, noto el ambiente un poco frío, supongo que es debido a que acabamos de conocernos.

Justo frente a mí se sienta el más joven de todos, Carlos, a su izquierda la señora de Estrada junto a su esposo, muy locuaz ella por cierto, y a su derecha el señor Estébanez, a mi derecha Leo y a mi izquierda la joven esposa del señor Estébanez, justo frente a su esposo. Comenzamos haciendo un brindis de rigor por el futuro acuerdo de ambas empresas. Acto seguido los verdaderos protagonistas de la cena comienzan una charla técnica de números, cifras, finanzas, etc. que en verdad aburriría a cualquiera. Si a mí me aburre no veamos a mis partenaire femeninas, ellas están que no saben a donde mirar. No tardamos mucho en mantener varias conversaciones al mismo tiempo, por una parte nuestros esposos respectivos y por otra la nuestra a la que se incorpora el joven abogado. Enseguida ambos, el abogado y yo, nos quedamos hablando uno con el otro, por una parte porque está frente a mí y eso facilita las cosas, por otra, por ser colegas de profesión. Poco a poco me va agradando cada vez más este simpático joven, sus gestos, sus risas, sus miradas. La noche avanza, hemos comido y bebido creo que en exceso, Carlos y yo seguimos cruzando miradas, reconozco que está muy bien, aunque también es verdad que por la edad puede ser mi hijo. Se pide después de los postres una copa de coñac francés, yo estoy ya eufórica y mis miradas con Carlos ya no las disimulo, él tampoco. Con las copas en la mano volvemos a proponer un brindis, esta vez por haberse conseguido un acuerdo satisfactorio para ambas empresas. Alzamos las copas para el chin chin protocolario, bebemos y… de repente siento un pie palpando entre mis muslos, me sobresalto pero no llamo la atención, ni siquiera presto atención al brindis, sólo intento averiguar quién puede ser el intruso, miro al señor Estébanez que está inmerso en su copa y Carlos parece estar en lo mismo, uno de los dos debe estar fingiendo, sólo espero que sea Carlos. ¿Y si su pie iba dirigido a la esposa del señor Estébanez que está a mi lado? El pie sigue buscando su camino, por inercia cierro los muslos para que saque el pie, siento miedo a que se descubra algo, el pie no se retira, estoy segura que tiene que ser Carlos por la proximidad conmigo. Hago fuerzas para impedir que siga avanzando hacia mis bragas, el pie del desconocido sigue irremisiblemente su camino hacia mi sexo.

El vestido corto me impide que haga muchos movimientos pues tiende a subirse, lo que me dificulta poder defenderme. Vuelvo a mirar a Carlos, seguro que es él, en cualquier caso prefiero que sea él y no el todopoderoso del señor Estébanez. Decido una táctica que seguro no fallará. Me excuso y aprovecho para ir al baño. Me encamino hacia los servicios y una vez dentro intento mantener la calma. Para evitar que alguna de las señoras de la mesa me siga y pueda sospechar algo dado mi nerviosismo, entro en el excusado y cierro la puerta. Intento calmarme durante unos minutos, no sólo el nerviosismo, también mi excitación, esto es algo nuevo para mí. Abro la puerta del excusado y me dirijo al lavabo para refrescarme un poco las sudorosas manos. Giro la vista y allí está él, Carlos, mirándome fijamente, quiero decirle que se vaya, recriminarle su actitud, pero de mi garganta no sale ni una palabra, ni un murmullo, ni siquiera un gesto con las manos, nada, sólo le miro perpleja a sus ojos, miedosa, excitada. Él se aproxima serio, seguro de sí mismo, extiende la mano y me agarra la mía, me atrae hacia él, siento su cuerpo juvenil pegado al mío, el corazón me palpita ferozmente, mis latidos tienen que sentirse en su cuerpo. El pánico a que entre alguien me domina, no respondo, él aproxima su rostro a mi cara. Estoy a punto de desfallecer, cierro los ojos, no se qué va a pasar ahora. Su mano sigue agarrando la mía, no quiero abrir los ojos, me niego, ahora siento que su otra mano palpa mi vestido a la altura de mi sexo, su rodilla intenta abrir mis muslos temblorosos, presiona levemente y consigue sin apenas resistencia que abra las piernas. No me reconozco, este joven me hace sentir en el séptimo cielo, siento su aliento oliendo a coñac que se aproxima, me besa en la boca tiernamente como nunca me habían besado, abre sus labios, abro los labios, su boca se acopla con la mía, su lengua carnosa se pasea por mi cavidad bucal en busca de mi lengua, la atrapa, juega, la domina. Me agarra para no caerme, su mano sigue palpando mi sexo sobre el vestido, ahora se desliza por debajo, el pánico renace de nuevo, alguien puede entrar y será el fin, sus dedos juegan con el fino contorno de mis bragas humedecidas, ansiosos de atrapar lo que busca bordean la tela y rozan los labios de mi sexo mojado, siento como si una descarga eléctrica traspasara mi cuerpo. Él lo nota y se detiene, se distancia, sin mediar palabra retrocede unos pasos. Observa mi estado.

–Estás mojada. Me gusta. Ya nos veremos, preciosa -

Se va. Aún tiemblo de placer. Me quedo allí, jadeante, sudorosa. Dejo pasar unos minutos y me reincorporo a la mesa. No quiero mirarle, ni siquiera sé si me está mirando. La noche transcurre en un aburrido coloquio y en mi mente sólo hay cabida para él, sus labios, sus manos, su cuerpo, su olor. La cena termina. Nos despedimos y cogemos un taxi, Leo eufórico por el acuerdo que acaba de hacer se siente más viril, en el asiento de atrás intenta meter su mano entre mis muslos, lo aparto delicadamente, mi mente, mi pensamiento está en Carlos. Lo intenta otra vez y dejo que lo consiga, no quiero despertar sospechas innecesarias. Llegamos a casa, me ducho e intento olvidar todo lo pasado esta noche. Me acuesto en la cama con mi camiseta de siempre, junto a Leo. Sus ganas de sexo vuelven a empezar, dejo que continúe pero no dejo de pensar en él, en Carlos, Leo no sabe de sexo, no puede esperar, me quita las bragas y las aparta a un lado, me abre las piernas con sus manos y se acopla encima para montarme rápidamente, bombea sin cesar, pero mi pensamiento está en Carlos, imagino a ese joven de pelo corto montándome y no al alopécico de Leo. Pronto se acabará la escena, muy pronto, Leo no es de los que aguantan mucho cabalgando. Está embistiéndome con furia, se desacopla y me gira con fuerza y rudeza, ahora boca abajo coloca su miembro en mi sexo y me embiste con ímpetu, siento su aliento en mi cuello, el olor a alcohol me desorienta, no es igual que Carlos, siento repugnancia, intento resistirme pero Leo no me deja, creo que se da cuenta de que no quiero, pero a estas alturas no hay marcha atrás, me embiste y me embiste bestialmente, tengo que abrir los muslos pues me hace daño, grita y jadea como un cerdo hasta que se corre en mis entrañas, noto el chorro resbalar por mis abultados labios hasta empapar las sábanas. Se da la vuelta y no tarda en comenzar a roncar. Sigo en esa posición, boca abajo, pensando en Carlos, cuánto hubiera deseado que fuera él quien se corriera en mí.

 

Llevo tres días que no me lo quito de la cabeza, que mi vida sólo gira entorno a su pensamiento, le deseo, deseo verlo, tocarlo, sentirlo. Mi trabajo en el bufete me estresa. No consigo centrarme, su imagen omnipresente en mi memoria, su olor, su recuerdo, no deja que me centre. Se me atrasa el trabajo, me desborda. Leo no me ha tocado en estos tres días, gracias a Dios, tengo que buscar la excusa para conseguir su teléfono, tengo que conseguirlo. Intento sacarle a Leo la forma de conseguir su teléfono sin despertar sospechas. ¿Pero cómo llamarle, con que excusa le llamo? Dios mío esto es un sin vivir, un tormento. Leo no tiene el teléfono, se extraña, le digo que es por un asunto profesional, entre colegas de la profesión, ya lo conseguirá me dice. El fin de semana es un suplicio, sólo pienso en él, me masturbo pensando en él.

Hoy no tengo ganas de trabajar, además de ser lunes no consigo quitarme a Carlos de la cabeza, no puedo. Leo me conseguirá el teléfono hoy. Se me acumula el trabajo, mis jefes están incómodos, no saben qué es lo que me pasa. Suena mi móvil, es él, sí, es él.

-¡Hola preciosa! ¿Me echabas de menos? -

-¡Hola Carlos! Sí, bastante -

-Quiero verte, Diana -

-Yo también ¿Dónde? Estoy deseosa -

-En el mismo restaurante del otro día. Mañana a las dos de la tarde -

-De acuerdo, allí estaré. ¿Cómo supiste mi número? -

-Eso no importa ahora, tú ve mañana a la cita, preciosa -

-De acuerdo, no faltaré -

-¡Ah! y vete con el mismo vestido negro -

-Me lo pondré -

El corazón me palpita deprisa, intentaré buscar una excusa con Leo para ponerme su vestido preferido, debo estar ahí sin falta, no puedo fallarle ahora a Carlos.

Estoy entrando al restaurante pero no le veo, hay pocas mesas ocupadas, quizás esté en el baño, esperaré un poco antes de dirigirme a ninguna mesa. El Maître se acerca.

-¿La señora Diana Portela? -

-Sí, soy yo -

-Sígame, por favor, su mesa es la de la entrada -

Le sigo extrañada, pero sin preguntar. Suena el móvil mientras me siento.

-Sí, dígame-

-Diana, llegaré tarde, espera mientras llego, pero quiero que hagas una cosa por mí. ¿Estarás dispuesta?-

-Sí, lo que me pidas-

-¿Seguro? –

-Sí -

-Quítate las bragas y coloca las piernas ligeramente abiertas. Quiero que todos los que entren por la puerta principal puedan contemplar el espectáculo -

No contesto. Hay un silencio sepulcral.

-¿Estás ahí? -

-Sí -

-¿Y bien? -

-Lo haré –

Me levanto y me dirijo al servicio de señoras, abro la puerta, una joven se polvorea la cara frente al espejo. Entro en un excusado y cierro la puerta. Espero unos minutos. No quiero pensar, no quiero perderle, no quiero contrariarle. Me remango el corto vestido y me quito las bragas, las guardo en el bolso y retorno a la mesa. Mi asiento da de frente a la entrada del restaurante, por lo que los clientes que entran me ven a mí nada más entrar. Hago lo que me ordenó, ligeramente abro las piernas, mientras simulo leer la carta. Noto que al entrar algunos hombres dirigen disimuladamente su vista hacía mis muslos, otros no se dan apenas cuenta, otros miran descaradamente y con lascivia hacia el espectáculo que debe ofrecer mi sexo. Me siento rara pero excitada, él no aparece, llevo ya media hora en el restaurante, el Maître ha venido a preguntarme, le comunico que espero a otra persona. Cuarenta y cinco minutos y nada, empiezo a impacientarme. Suena el móvil de nuevo.

-Sí –

-Diana, lo siento, tardaré aún un rato –

-Esperaré –

-Gracias, preciosa –

Pasa el tiempo. ¡Por fin!, Carlos entra por la puerta, llevo ya una hora esperando y haciendo lo que me ha ordenado. Se dirige a mi mesa y se para frente a mí, observando mi entrepierna, me ruborizo e intento cerrar las piernas. Él me hace un gesto negativo con la cabeza, vuelvo a abrir las piernas, ahora para él. Se sienta frente a mí, serio. No habla, sólo coge la carta y la ojea. Yo le observo, fijo mi mirada en sus ojos verdes, quiero enfadarme, pero no puedo. Deja la carta y hace señas al Maître. Pedimos y volvemos al silencio, ahora es él quien me observa a mí, no consigo disimular mi sonrojo por la situación.

-¿Cuántos clientes han visto tu sexo? –

-Todos, creo –

-Veo que no estás rasurada -

-No lo estoy -

-Mañana lo harás, quiero que estés completamente rasurada para mí –

-Como quieras –

No consigo entenderme, nunca hubiera aguantado a ningún hombre que me tratara de esa manera, que me dominara de esa forma, sin embargo mi sumisión a Carlos es extraña hasta para mí. Comemos como cualquier persona normal, ninguna palabra dulce, ningún gesto romántico, nada, sólo comer y nada más, apenas hablamos en la mesa. Nos despedimos a la salida del restaurante, ni siquiera me besa, sólo un "ya te llamaré, preciosa" es lo único que sale de su garganta.

Llevo siete días sin saber nada de él, no me atrevo a llamarlo por si se molesta, no aguanto más este silencio que me mortifica. Quiero verlo, tocarlo, desearlo, poseerlo.

Tengo un mensaje de Carlos en la oficina, quiere que vaya a una dirección y le espere allí. Salgo a las dos de la tarde y le doy una excusa a Leo, voy de compras para poder tener una coartada. Cojo un taxi para evitar problemas y llego a la dirección que me dio Carlos, es un bloque de apartamentos, debo subir hasta el piso 7º, puerta A. En el ascensor me cruzo con un señor mayor que me mira de reojo pero sin cruzar palabra. Llego al piso 7º y busco la puerta A, son cuatro puertas la A está al salir del ascensor a la derecha, veo que hay un sobre pegado en la puerta. Lo abro, dentro hay una llave y unas instrucciones. Abro la puerta y paso dentro. Por la suciedad y el polvo que acumula es un apartamento que ha estado largo tiempo deshabitado. Cierro tras de mí esperando verle a él.

-¿Carlos? –

Nadie responde, dejo el bolso en una mesa llena de polvo y leo la nota.

Quiero que cumplas al pie de la letra estas instrucciones.

Despójate de las prendas que lleves de cintura para abajo.

Coge una aspiradora que hay en una de las habitaciones del fondo y aspira toda la casa.

Después limpia cada una de las habitaciones. Quiero que el apartamento quede listo para ser habitado.

Espérame así, sin ducharte, sin vestirte, hasta que llegue yo.

Carlos

Me enoja esta situación pero acato sus órdenes, no quiero perderlo, ya me dedicará tiempo a mí. Me pongo manos a la obra, me despojo de la falda y de la tanga y conecto la aspiradora hasta limpiar todo el apartamento. Después me dedico a limpiar pisos, ventanas, utensilios, etc. llevo tres horas en el apartamento, estoy agotada y sudorosa, necesito un baño pero no puedo hacerlo, me ha dicho que le espere así.

Llevo ya cuatro horas desde que llegué a este apartamento, él no aparece, no llama, se me hace tarde, Leo comenzará a sospechar de un momento a otro. Tengo que irme ¿Dónde estará? ¿Por qué me hace sufrir así? El móvil de nuevo, ahora no quiero cogerlo, repica y repica. No puedo evitarlo. Me abalanzo sobre el teléfono y respondo.

-Sí –

-Diana, preciosa, unos asuntos me han impedido estar ahí, lo siento –

Un silencio extraño domina la conversación, no contesto.

-¿Diana? -

-Sí, estoy aquí –

-No debes enfadarte –

-No estoy enfadada –

-¿Te rasuraste el sexo tal como te indiqué? -

-Una parte –

-¿Cómo? Me has desobedecido, tiene que ser total. Lo quiero totalmente rasurado. Debes aprender a obedecerme. ¿Quieres que desaparezca de tu vida? –

-No –

-¿Y bien? -

-Lo haré –

-De acuerdo, espera ahí hasta que llegue alguien, será un castigo por tu desobediencia –

-Es muy tarde para mí, Carlos –

-Como quieras –

-De acuerdo, de acuerdo, esperaré –

-Otra cosa, preciosa, esta vez quítate toda la ropa que lleves encima –

-Está bien. Como quieras –Interrumpe la conversación.

Tengo que llamar a Leo, se hará muy tarde, no quiero problemas. Cojo el teléfono y le llamo. Su teléfono está inoperativo. Dejo un mensaje, una excusa, una mentira, todo por él.

-Leo, soy yo, me he encontrado con una amiga de la infancia, llegaré tarde, ya te contaré. Un beso –

Espero de nuevo la llegada de esa persona, seguro que es él. Sólo quiere hacerme sufrir, hacerme sentir desesperada. Estoy sentada en el sofá, desnuda. Pasa media hora, el tiempo me desespera. Oigo que alguien abre la puerta, ¿será él? Me palpita fuertemente el corazón. La puerta se ha cerrado, siento pasos en el pasillo, vienen hacia mí.

-Hola ¿Diana? –

-Sí ¿Quién es usted? –

Me quiero hundir en la tierra, no puede hacerme esto, no puede. Intento tapar mi cuerpo con los brazos.

-Carlos me ha enviado, supongo que ya habrás hablado con él –

-Sí –

-Bueno, entonces acabemos cuanto antes. Ponte sobre el sillón, con las rodillas apoyadas, será rápido, te lo prometo –

Me quiero morir, hago lo que me dice. Este hombre al que no conozco, de unos cincuenta años quiere follarme por orden de Carlos. No quiero, no puedo, no debo. No quiero obedecerle, no obstante debo hacerlo. Me coloco sobre el sillón, temblorosa por la situación. El hombre consciente de mis nervios, me agarra por la cintura y me ayuda a colocarme. Me separa las piernas y se retira un paso hacia atrás para despojarse de su ropa. Cierro los ojos, no quiero ser partícipe de esta ignominia, quiero que acabe pronto para poder llorar, para poder gritar. Abro los ojos, el hombre se ha desvestido por completo. Me observa. Se acerca, vuelve a separarme un poco más las piernas y me agacha la cabeza hasta descansarla en el sillón de tela. Escupe en mi ano varias veces, me penetrará por detrás. Tengo miedo. Me tranquiliza con una suave palmada. Mi cuerpo tiembla. Introduce sus dedos una y otra vez, con suavidad. Vuelve a escupir. Su demora sólo hace que la angustia sea aún mayor. Quiero que esto acabe. Vuelve a escupir, la zona está completamente ensalivada por este extraño. Escupe, escupe y vuelve a escupir.

-Debes relajarte, -me dice - si no te dolerá –

Coloca su miembro erguido a la entrada de mi culo y poco a poco comienza a hacer presión, primero buscando la entrada, después ensanchando la entrada, lentamente, muy lentamente. Presiona poco a poco. Intento no ofrecer resistencia. El hombre empuja con fuerza intentando vencer la resistencia natural de mi esfínter y por último se abre paso con total impunidad, ayudado por la saliva que previamente ha colocado allí. Todo su miembro se hunde dentro de mí. Se afana en las embestidas, me penetra con fuerza y sadismo, esa masa carnosa desaparece en la cavidad anal. Jadea, grita, brama como un animal. Noto el roce en las paredes de mis entrañas, empuja, me hace daño en el cuello, me agarra por las caderas y arremete en un mete y saca maratoniano hasta dejarme esa parte de mi anatomía completamente abierta y supongo que enrojecida por el palo de carne que me invade. Babea sobre mi espalada mientras me empala con furia. Me tira por el pelo a la par que se hunde en mi culo. Empuja, empuja y empuja. Me hace daño en el cuello, en el pelo y en el culo, pero sigue follándome con rudeza. Grita, jadea, resopla, él sigue intentando destrozarme el culo, me folla con violencia campesina, con instinto animal. El choque de su cuerpo con mis martirizadas nalgas hace un ruido espantoso, casi grotesco. Se agarra a mi pelo y se queda acoplado dentro de mí mientras su viril y blanquecino líquido se abre camino por mis intestinos. Se corre en las profundidades de mis entrañas para dejar un recuerdo del disfrute de mi cuerpo por este hombre.

Pasa el tiempo. Sigue acoplado a mí. Su respiración es acelerada. Se separa, se retira hacia su ropa y coge el teléfono. Yo sigo en la misma posición, no quiero levantarme, me da vergüenza, me sonroja verle la cara.

-¿Carlos? Soy yo, ya está hecho. Sí, se ha comportado. Nos vemos –

Ha hablado con él, lo ha hecho, ni siquiera ha querido ponerse al teléfono para hablar conmigo. El hombre se viste y se marcha, ni siquiera cruza una palabra conmigo, no se ni su nombre. Suena mi teléfono. No quiero cogerlo, sé que es él. Me siento en el sillón, me duele el ano. El teléfono sigue sonando. Decido cogerlo.

-Sí –

-¿Cómo estás? -

-Imagínate -

-Lo siento pero no puedo permitir que me desobedezcas. Quiero que recojas tus cosas y subas al taxi que está esperando abajo. No lleves puestas tus bragas, déjalas en la mesa, son el trofeo del hombre que te montó hace unos minutos. Se las debo. El taxista es amigo mío me debe una. Sube al vehículo e intenta que te vea bien esplendorosa. Ya sabes. No intentes engañarme otra vez o te impondré un nuevo castigo. No hace falta que le pagues al taxista, él se cobrará con lo que vea. ¿Estás de acuerdo, preciosa? –

-Sí, lo que tú quieras –

-Así me gusta, preciosa –

Me visto con prisas, salgo a trompicones de la sala. Me olvido de la tanga y retrocedo de nuevo, la dejo sobre la mesa tal como me ordenó y salgo corriendo del apartamento rumbo al taxi. Está esperando en la explanada. Abro la puerta de atrás y le indico la dirección. Veo que el taxista tiene uno de los espejos retrovisores interiores girado hacia abajo, lo que aclara todo lo que me había dicho Carlos. Me coloco en el asiento de atrás cómodamente y para colaborar con el conductor levanto ambas piernas hasta pegar las rodillas a mi pecho. Supongo que el taxista dormirá esta noche, acompañado de unos húmedos sueños.

 

Hace cuatro días que no sé nada de él, cuatro enormes días. Mi vida con Leo se va haciendo cada vez más gris. No le amo, no le deseo, no quiero que me toque. Carlos no da señales de vida, cuanto menos sé de él más me enloquece tenerlo, mi pasión por él es enfermiza, lo sé. Creo que sólo hace eso conmigo, por mi debilidad, estoy segura. Salgo del trabajo con la mirada perdida, no quiero cruzarme con nadie, sólo con él, no quiero hablar con nadie, sólo con él. Mi mundo se ha reducido a él. Me he rasurado el sexo totalmente para contentarle, pero no aparece, no me atrevo a llamarle, sé que se enfadará. Suena el teléfono, ¡Dios que sea él!

-¿Sí? –

-Hola preciosa. ¿Me has echado de menos? –

-No sabes cuánto, mi amor –

-¿Has hecho lo que te pedí? –

-Sí, lo hice para ti –

-Estupendo, te premiaré. ¿Qué quieres de premio? –

-A ti –

- ¡Um! Aún no estás preparada para tenerme –

- Hago todo lo que me pides. ¿Qué más quieres? –

-Aún no estás preparada –

-Te amo, lo sabes, sólo haces todo esto conmigo porque te amo. Otras no te obedecerían –

-¿Estás segura de eso, preciosa? –

-Sí –

-¿Te acuerdas de la señora de Estrada? Esta tarde recibirá un castigo por desobedecerme. Quiero que seas testigo de ese castigo, ya te llamaré. -

-¡Carlos! -

Ha colgado, le he ofendido. Pasaré otros cuatro días sin saber nada de él, otra vez el infierno, la soledad. No sé que habrá querido decir. No me centro, soy una piltrafa, no me reconozco. Llego a casa, Leo está leyendo en la sala. Apenas nos cruzamos un saludo, frío, muy frío. Me ducho, me pongo cómoda. Me encierro en la habitación a leer, quiero distraerme. Suena el móvil.

-¿Sí? –

-Hola preciosa -

-Hola –

-Tengo un encargo para ti –

Hablo despacio y bajito para que Leo no sospeche.

-Quiero que estés en el restaurante Andrómeda a las 19:30 horas. Entrarás a los servicios de los caballeros y observa lo que allí veas. Las personas que estarán allí te esperan, sabré si faltas a la cita, no lo olvides –

-Tengo poco tiempo –

-Pues date prisa preciosa –

Ha colgado. Son las 18:45 horas. Tengo que vestirme, tengo que ir, no quiero fallarle otra vez. Me visto con rapidez. Me despido de Leo, otra vez con una mentira.

-¿Sales? –

-Sí cariño, un problema urgente con una compañera de trabajo –

El coche gira la calle a toda prisa, tendré problemas si me para la policía, me retrasaría la cita. No puedo fallar ahora. ¿Me están esperando? No entiendo. Una manzana más y casi estoy allí. Espero encontrar aparcamiento. ¡Dios! El semáforo no cambia. 9:20 horas, no puedo fallarle ahora. Aparco a cincuenta metros del lugar. Tengo que correr o no podré llegar a tiempo. 19:25 horas. Entro por la puerta del restaurante, jadeo, estoy agotada por la carrera. El servicio de caballeros está al fondo. 19:28 horas llegaré, llegaré. Abro la puerta de los servicios, no me importa ya que me vean, sólo quiero llegar, no fallarle.

Suena el teléfono. Es él.

-¿Sí? -

-Hola preciosa. La señora de Estrada tiene ciertas manías racistas. Pero me ha desobedecido. Está cumpliendo un castigo por desobedecerme. Espero que esto disipe tus estúpidas dudas –

Lo que veo me deja atónita. La señora de Estrada está recibiendo un castigo, porque eso es un castigo. El corpulento hombre que tiene detrás le hace daño, lo intuyo. La cara de la esposa del poderoso señor Estrada, tan locuaz en la cena, es ahora un poema. Solloza, gime. Por su cara resbalan lágrimas amargas, lo sé. El hombre no tiene el más mínimo cuidado, la penetra sin compasión, dice palabras soeces, la insulta, hace mención despectiva al color de la piel de la señora Estrada. Ella es consciente de la humillación, sabe que su posición social es inmensamente superior al macho que la empala por detrás. Me mira y agacha la cabeza. No sé qué mal ha hecho para recibir este castigo. Tengo ganas de vomitar. El hombre me mira y me invita a participar. No puedo seguir mirando. Los bramidos del hombre enmudecen los gemidos de la señora de Estrada. Ahora parecen ser jadeos, sí, son jadeos. Ella disfruta a pesar de todo. Salgo corriendo de aquel horrible lugar. Lloro mientras me dirijo hacia el coche. Carlos es perverso, me hace sufrir, hace sufrir. Le necesito. Le amo. Llego hasta mi coche, intento sacar las llaves del bolso, se me caen, lloro con rabia, no puedo más necesito estar con él. Intento tranquilizarme. Recojo las llaves y abro la puerta del vehículo. Pongo en marcha el coche y salgo a toda prisa de este maldito lugar. Antes de entrar en casa intento pensar, calmarme. No puedo, él es mi vida, mi razón de ser. Él lo es todo.