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Mi esposa y el gánster

en Confesiones

Mi esposa y el gángster

Hace años que deambulo por la ciudad como un mendigo, duro poco en los trabajos, y vivo en una mísera pensión donde la habitación está llena de humedad y huele a manido. Tan sólo tres años atrás yo era una persona respetable, con poder, manejaba mucho dinero y tenía una familia, una esposa que me apreciaba, amigos que me adoraban y un lujoso chalet en la mejor zona de la ciudad.

Trabajaba para un tipo duro pero que pagaba muy bien, en realidad era un gángster que tenía comprada a media ciudad; policías, jueces, empresarios, políticos, etc. yo trabajaba de contable para una de sus numerosas empresas, hasta que de repente me vi envuelto en un oscuro asunto del que aún hoy estoy pagando las consecuencias. Mi tren de vida era muy alto, lo confieso, por ese motivo comencé a perder pequeñas cantidades de dinero en el juego y en mujeres, que después se fueron agrandando más y más, el casino era de mi jefe y yo siempre pensaba que la próxima sería la última, pero en realidad sólo conseguía engañarme a mi mismo.

Para pagar las deudas del juego empecé por vender algunas cosas, cuadros valiosos, coches, etc. hasta que un día decidí apostarlo todo porque estaba seguro que ese día la suerte me sonreiría, el problema era que no disponía de ese dinero para apostar, así que tomé "prestado" una gran cantidad a mi jefe y me dispuse a cambiar mi suerte, y mi suerte cambió, vaya que si cambió, lo perdí todo. Así que allí estaba yo, derrumbado, sin dinero y debiendo cien mil dólares a mi jefe. Intenté que no se enterara modificando la contabilidad, eso me daría tiempo para buscar una solución. Por desgracia, mi jefe se enteró y no tardó en hacerme una visita a mi casa, acompañado de esos dos matones que siempre iban con él. Muy tranquilo me pidió explicaciones y yo a punto de derrumbarme le suplicaba que me diera una oportunidad, que no volvería a ocurrir y que se lo repondría todo. Pero él, muy seguro de sí mismo, me dijo que ya me diría cómo y cuándo se lo devolvería. Después de esto se despidió y se fue.

Mi esposa que había oído toda la conversación, también entró en escena reprochándome por haber sido un estúpido. Pasaron varios días sin que tuviera noticias de él, cada ruido, cada persona extraña a mi alrededor era para mí un sobresalto. En cualquier esquina podía aparecer un matón y liquidarme de un tiro en la cabeza. Ya no podía dormir sintiendo que a lo mejor no despertaría jamás. Estaba pasando por un verdadero vía crucis.

Un día sonó el teléfono y era él, con voz seria y firme me indicó que estuviera en el restaurante Apple de la calle 5ª y que fuera acompañado de mi esposa, quería invitarnos a cenar. Intentando dominar mi pánico le obedecí y me preparé para la cita nocturna. ¿Si pensaba liquidarme por qué en un lugar público? ¿Qué pintaba mi esposa en esto? Después de un enfado descomunal de mi esposa donde me reprochaba una y otra vez que yo no tuviera huevos para enfrentarme a él, decidimos partir vestidos de la mejor gala para la ocasión. Yo iba con traje y corbata como casi siempre y ella con una falda corta de color rojo vivo y una blusa fucsia de manga larga.

Nada más llegar me llamó la atención, hasta el punto de preocuparme, que allí no hubiera nadie más.

-Tranquilo he alquilado el restaurante sólo para nosotros -me dijo.

-De acuerdo -contesté en voz baja.

Estuvimos más de una hora comiendo y bebiendo a lo grande, por qué no decirlo, mientras él hacía de maestro de ceremonias. Una vez hubo acabado todo, y sin hablar del dinero que le debía, nos invitó a tomar el café y la copa en un reservado que se utilizaba para los clientes VIP. Asentimos con la cabeza y le seguimos. Mi esposa se encontraba como en su casa, se reía de los chistes malos de él mientras yo seguía con un nudo en el estómago, a sabiendas de que algo estaba maquinando, me parecía demasiada amabilidad conociendo sus arrebatos de furia largamente demostrados. Pasamos al lugar reservado y la verdad, aquel sitio era tétrico, amueblado con unos butacones rojos escarlatas del siglo XVIII, algunas plumas de aves exóticas y unos cortinajes tristones que le daban al lugar como una especie de mazmorra dieciochesca. El camarero nos siguió y mientras nos servía el café en una bandeja, nos puso unas copas de coñac francés, de ese que es muy caro. Mientras daba un sorbo al café, cogí la copa de coñac y me la llevé a la boca para saborearlo, empezaba a tranquilizarme, quizá fuera imaginación mía todo lo malo de este tipo. Mi esposa también cogió su copa y la saboreó entre risas, ya que este tipo seguía haciendo alarde de buen humor. En un momento dado se dirigió a mí y me dijo con aire serio.

-Bueno, hablemos ahora de negocios –me espetó sin más.

-Si cla, cla, claro, claro, para eso hemos venido, te lo devolveré con intereses, créeme, te doy mi palabra –balbuceé atragantándome con el coñac.

-Por supuesto que sí hombre, pero los intereses los quiero por adelantado,… ¡ahora! –me gritó.

-¿Aaa…ahora? No te entiendo –le contesté temblando de miedo.

Él se giró hacia mi esposa y con el semblante frío le ordenó

–Quítate la ropa –

Ella se quedó paralizada mientras se giraba hacia mí desconcertada. Él volvió a repetir la orden, esta vez con un sonoro grito. Mi esposa me miró perpleja y yo sólo pude bajar levemente la cabeza.

-¿Es que no piensas decir nada?- me dijo mi esposa con modos acusadores.-Desde luego, eres un cobarde-

En el reservado, además de nosotros tres, estaban los dos matones que nunca se separaban de su jefe y el camarero, que permanecía de pie junto a la pared esperando para seguir sirviendo. El agachar la cabeza heló el corazón de mi esposa, que aún no se había movido del lugar. De repente y con visible impaciencia, mi jefe dio un manotazo y la agarró por el pelo arrastrándola hacia una especie de colchoneta que había en el habitáculo, mi esposa intentó evitar la caída pero fue imposible, supongo que el haber bebido esa noche influyó en que fuera más torpe y no pudiera evitar la tremenda caída. Ella cayó de bruces, como un cuerpo muerto. Él se agachó y con violencia la agarró de nuevo, esta vez por la cintura para arrastrarla al centro de la colchoneta. Yo miraba a los matones y al camarero, que seguían la escena sin inmutarse, intenté hablar pero los matones me hicieron una seña inequívoca con la mirada para que me quedara donde estaba. Mi esposa quiso levantarse pero él se abalanzó sobre ella y poniéndole una rodilla sobre la espalda la inmovilizó casi por completo, después buscó bajo su corta falda y de un violento tirón le rompió las bragas. Las levantó con su mano como si de un trofeo de guerra se tratara y me las tiró a mis pies. Yo estaba inmovilizado por el miedo, mi esposa me miraba fijamente sin oponer resistencia, su mirada era acusadora, me helaba la sangre. Ahora él se volvió hacia ella y comenzó a sacarle la blusa por encima de los hombros mientras ella intentaba con su pasividad colaborar, quizá en venganza por mi cobardía. En unos segundos sacó su blusa por su cabeza dejándola con el torso desnudo, ella intentó de levantarse en un último esfuerzo para acomodarse mejor, pero la rodilla sobre su espalda se lo impedía, en su delirio mi jefe le dio un grito para demostrar que no iba a permitir ninguna resistencia, ignorando que ella estaba inmersa en ese espectáculo, quería hacerme daño y lo estaba consiguiendo. Después de esto ella ya dejó de ser pasiva y tomó la iniciativa en algunos momentos. Comenzó a besarle con frenesí. Mi jefe un tanto incrédulo le dio la vuelta y se desabrochó los pantalones, después la agarró por el pelo y la obligó a sentarse para que su cara estuviera a la altura de su miembro. Mi esposa entendió el mensaje y colaboró encantada, metió aquel miembro erecto en su boca y mientras él trabajaba su boca con brusquedad, se dirigió a sus matones diciéndoles.

-Que no deje de mirar, quiero que mire como me cobro mis intereses –gritó.

Mi esposa apenas podía sostener ese miembro en su boca, así estuvo durante un buen rato hasta que él decidió que ya era la hora. Otra vez con una violencia innecesaria la agarró por el pelo y la puso de pie, después le remangó la falda a la altura de la cintura y la obligó a inclinarse hacia delante, se colocó detrás y sin soltarle el pelo, la agarró firmemente por la muñeca para colocarse a la altura de su sexo, mi esposa supo de inmediato lo que iba a pasar y acomodándose para mejor recibir aquella masa carnosa, para que entrara en sus entrañas con sumo cuidado y suavidad evitando que le hiciera daño, consiguió sin embargo volver más agresiva a la fiera. Se colocó muy cuidadosamente al comienzo y acto seguido comenzó a follarla con inusitada violencia, no hace falta describir la cara de mi esposa. Uno de los matones comenzó a sacarle fotografías mientras él la cabalgaba por detrás con fuerza. Agarrado a su cabellera la montaba y la montaba, mientras ella daba quejidos sollozantes que poco a poco iban bajando de intensidad para convertirse en jadeos, lo que le recriminaré toda la vida. Mi esposa, mi fiel esposa disfrutaba por completo. Así estuvo montándose a mi mujer durante un buen rato, salía y entraba con total facilidad, ella ya participaba de la batalla sexual pues no oponía resistencia alguna, es más, creo que facilitaba con sus arqueos de espalda que él la penetrara con más profundidad.

Cuando lo creyó oportuno hizo que mi esposa hincara las rodillas (no sé si ella lo hizo a postas para recibir mejor el falo de él) y dejara al aire el apetitoso culo que poseía, que en esos precisos momentos eran propiedad de mi jefe. Él, con el culo de mi esposa a la altura de su encarnizado y enrojecido miembro sólo tuvo que colocarlo a la entrada y poco a poco, pero sin demorarse en demasía lo fue introduciendo dentro de mi mujer. Ella daba unos gemidos de placer que poco a poco y a medida que mi jefe iba bombeando, fueron aumentando en intensidad para convertirse, esos mismos gemidos, en claros jadeos desenfrenados. Allí cabalgó lo que quiso, llegó a sacarla y observar de cerca el enrojecido culo de mi mujer. Ese culo ya no era mío, era de él. De vez en cuando escupía dentro y volvía a colocarse para empalarla con toda su energía. Ella permanecía con las manos abiertas sobre la superficie intentando aguantar los empujes del macho acoplado a su cola, las rodillas estaban separadas lo máximo permitido por su anatomía. De vez en cuando le pedía que la follara con más fuerza. Mi jefe era dueño absoluto no sólo de sus empresas y sus fulanas, además era dueño de esta nueva adquisición, esta nueva fulana. La montaba con total impunidad el muy cabrón y con la complicidad de ella.

Al final de un buen rato afanándose en mi esposa, más de una hora larga, que a mí me pareció un siglo, la recostó sobre la cama y abriéndole las piernas de par en par mientras las sujetaba por los tobillos, la penetró por su sexo y se la folló por última vez. Él aullaba y gritaba de placer, mientras me decía,

-Te voy a dejar un recibo del cobro de mis intereses, ja ja ja –me gritaba en un tono de burla. A los pocos segundos entendí que se estaba corriendo dentro de mi esposa. Ella seguía con sus jadeos mientras él daba sus últimos coletazos dentro de su sexo. Después se levantó dejando el sexo de mi esposa totalmente chorreante. Ella continuaba completamente abierta de par en par, tirada sobre la arrugada colchoneta. Mientras se subía los pantalones se dirigió a mí, diciéndome.

-Tres días, tienes tres días para devolverme mi dinero. –Después hizo una seña a sus matones y estos se dirigieron hacia mi esposa, ella los miró y sin decir palabra se incorporó y se puso sobre la colchoneta con las manos apoyadas y las rodillas abiertas. El infierno no había hecho más que empezar. Uno de los fornidos matones se desabrochó el cinto del pantalón y tras sacar una enorme polla se colocó detrás de mi esposa y comenzó a follársela sin contemplaciones. No decía nada sólo se la follaba, los únicos ruidos en la sala eran los jadeos de placer de mi esposa, a cada embestida de aquel fortachón ella perdía el equilibrio, así que decidió inclinarse mucho más y apoyar su cara en la colchoneta, con lo que la polla del matón entraba con total impunidad en su sexo, facilitado por la nueva posición de mi complaciente esposa. Después de media hora más o menos, se corrió dentro de ella y tras desacoplarse pausadamente dejó la evidente huella en el sexo babeante de mi mujer. Miré a mi jefe que se mantenía a dos metros de distancia de la escena saboreando una copa de coñac y fumando un enorme habano. Él ni siquiera me miraba, sólo se recreaba con la escena. Mi esposa siguió en la misma posición, jadeando de placer. Mi jefe hizo una nueva seña al siguiente matón, un latino bastante moreno, quizá colombiano o cubano y éste hizo lo propio, aunque él si se desnudó por completo, se colocó en posición y penetró a mi abierta esposa de una sola vez, después comenzó a follarla con fuerza. Los gritos de placer de ella eran la evidencia de que este tipo la hacía gozar mejor que el anterior. Curiosamente después de un rato follándose a mi mujer, decidió sacar su polla y colocarla en su solícito ano. Ella se preparó para aguantar nuevas embestidas y una vez comenzó este tipo a embestirla por detrás ella inició un recital de gritos y jadeos que denotaban que disfrutaba como nunca lo había hecho. El experimentado matón la empalaba por completo, su enorme miembro desaparecía en su culo hasta que sólo quedaban a la vista los testículos. Estoy convencido que ese tipo introducía en el culo de mi mujer al menos 25 centímetros de carne. Pasado un rato, en plena refriega, mi esposa no pudo resistir los empujes de este hombre, sus piernas no aguantaron el goce que recibía su culo y se tumbó sobre la colchoneta.

Curiosamente el tipo siguió acoplado a su culo y en esta nueva posición siguió penetrando sin escrúpulos el abierto ano de mi mujer. Después de un rato, un buen rato, aquel hombre inició un frenético mete y saca hasta que se quedó impávido mientras su líquido seminal inundaba la cavidad anal de mi mujer. Ella se quedó en esa posición, con el culo enrojecido, sin atreverse a levantarse. Mi jefe me hizo una seña para que me acercara a lo que quedaba de mi esposa y así lo hice.

Recogí a mi esposa y nos dirigimos a casa, por el camino no dijimos nada. Al llegar a casa ella me reprochó que fuera un mariconazo y un cobarde. Dormimos separados esa noche, y al día siguiente, al levantarme, ella ya no estaba.

La historia termina que con mucha rapidez tuve que vender la casa para pagar a ese tipo, el resto del dinero que me quedó se lo quedó ella en el divorcio y por último tengo que decir que la he visto algunas veces del brazo de ese tipo, dicen que es su puta particular, que sólo la presta a altos jefes de la mafia y a algún que otro político al que quiere sobornar. Me han dicho que trabaja en uno de sus burdeles de calidad y que además tiene un hijo de él. Tal vez me lo tenga merecido, sí, creo que me lo tengo merecido.