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Mi joven sandra (1)

en Hetero: Primera vez

Debo confesarlo, mi temprana iniciación en el sexo, me hizo ver muchas cosas de forma distinta, y aunque antes de eso veía con algo de morbo las cosas concernientes con ello, no tenía mayores aspiraciones, por lo menos a corto plazo, sin mencionar que el método de la autosatisfacción no se hace efectivo en mi, por alguna extraña razón.

Mi nombre no lo daré, pero mi me conocerán como Lalo en esta que es mi historia.

Lo que paso a contarles es mi primera experiencia sexual, es real y me sucedió cuando era bastante joven, una edad algo temprana para conocer a pleno los placeres de la carne, por lo menos en el lugar en el que vivo y la época en que sucedió.

Cuando aun estaba en colegio, y desde que recuerdo, solíamos pasar las vacaciones y especialmente los días de carnaval en una ciudad que está a tres horas de viaje de mi ciudad natal, ciudad donde vive la familia de mi madre y donde desde hace seis años resido.

Aunque la mayoría de los parientes que conozco se encuentran ahí, y pese a la presencia de mi hermano que es tres años menor que yo, las estancias se fueron tornando aburridas conforme el paso del tiempo, ya que no eran personas de mi edad o con las que pudiese compartir aficiones o inquietudes comunes, de modo que dada la época de carnaval nos dábamos a las ‘guerras’ de agua con los vecinos o con la gente que fuese pasando por la calle.

Uno de esos días de carnaval, es el día en el que se bebe como si fuese el ultimo de nuestros días, para rendir el culto a la Madre Tierra, agradeciendo los favores recibidos. Lo que les cuento sucedió ese día.

Bueno, para ir al grano, la cuestión es que en aquel tiempo, nos hicimos (así en plural por primos y etcéteras) amigos de un grupo de niñas que venían a ‘globear’ desde la casa de una de ellas, ubicada en la acera frente la mía. De este grupo, sobresalían por sus tempranos atributos físicos tres niñas, Sandra, Paola y Katherine; chicas de muy buen ver, además de buenas gentes, tiernas y de mucha onda.

Como les decía, mis acercamientos al sexo o ramas afines se limitaba a cosas muy fútiles, ver alguna revista, dibujar chicas (tengo cierta habilidad en ello), y en este caso ver con lascivia las partes en desarrollo de este grupo de niñas, además buscando algún roce accidental con ellas mientras manteníamos nuestras ‘batallas’.

Este martes, como los anteriores y los que siguieron, los mayores se reúnen a beber como cosacos, y si bien a esa edad ya tenía mis kilómetros recorridos en los terrenos de Baco, me resultaba incómodo tomar delante de mis mayores, y peor siendo mis parientes. Aburrido a eso de las 3:30 de la tarde y luego de comer la parrillada preparada por la familia, me salí de casa buscando distraerme con algo más divertido, de modo que me fui a buscar a una de las chicas–contrincantes que vivía a cuadra y media de mi casa, Sandra, cuatro meses mayor que yo, una muchachita que gustaba vestir con ropa ligera, muy ligera; con un cuerpo que era el mas desarrollado de todas las niñas del grupo - antes de seguir quiero decir que no tenia ninguna intención al ir a su casa, solamente quería pasar un rato sin aburrirme, y debo confesar que lo conseguí aunque no como lo tenia pensado -, un par de senos, cuyos pezones dejaban verse en plena erección y sin ningún disimulo a través de las camisetas mojadas, un traserito, que para una muchachita de su edad ya estaba para concurso.

Su madre me abrió la puerta, una gentil señora que conocía desde hace años, que me llegó a apreciar muchísimo, y que por suerte no se enteró lo que llegó a pasar entre su hijita y este servidor. En seguida me di cuenta que llevaba algunas copas encima, como el resto de sus familiares que estaban pasándola en grande en el patio de su casa.

- ¡¡Hola Lalito!! -dijo ella, con una amabilidad acentuada por la euforia momentánea - ¿Cómo estás? Pasa, pasa, le aviso a Sandrita que estas aquí.

Me hizo pasar a la sala y llamó a gritos a su hija, que al parecer se encontraba en su habitación, ya que al igual que yo, le gustaba disimular su atracción a los licores delante sus parientes; teníamos varias cosas en común, hecho que hacía que de una u otra forma buscase su compañía.
Como lo esperaba, ella apareció con la vestimenta que le gustaba usar, una polera color celeste bien ceñida a su torso, cuya transparencia me dejaba ver que no llevaba brassiere - mis ojos estaban agradecidos - , y un pantalón gris claro cortito, de una tela muy delgada, podríamos decir diminuto, también ceñido a sus caderas y a sus lindas nalgas.

- ¡Lalo! Que bueno que viniste, me estaba aburriendo como estúpida en mi cuarto, no aguanto ver tantos borrachos... y estar con el pico seco...

Y su alegría fue sincera o su aburrimiento de estar sola tanto, que me dio un abrazo fuerte, y un beso en la mejilla como si fuésemos un par de buenos amigos que se ven de muchos años; digo esto porque la confianza que teníamos no era tanta.

Estuvo buen rato agarrada a mi brazo, mientras hablábamos de nuestros respectivos tedios, cuando me di cuenta que en su mirada existía un brillo extraño y travieso mientras me miraba, y no me había percatado de esto antes, y sus manos jugaban con los pliegues de mi camisa. Al principio no me di cuenta, pero luego empecé a sentirme algo raro por el hecho de que Sandra me mirase de esta manera, me parecía que quisiese comerme con su mirada.

Tras unos minutos de charla, la conversación se desvió al tema del alcohol, de las fiestas que se estaban dando nuestros respectivos padres y de las cuales no éramos participes; ahí fue cuando sus ojos adquirieron un brillo más que travieso, casi lujurioso.

- ¡Espera, ya vengo!- dijo, entonces se puso de pie de un brinco y salió al patio donde estaban sus padres y tíos bailando y cantando.

A los segundos volvió corriendo y con un gesto triunfante me enseñó lo que traía escondido a sus espaldas; había burlado la vigilancia paterna y secuestró una botella de licor que estaba casi llena.

- ¡Una para nosotros solitos! – soltó con alegría.
- Me parece que es mucho para dos – respondí.

No hizo el menor caso de mi observación y se fue de inmediato a traer un mezclador y vasos; para qué decir las cosas que se me pasaron por la mente, al ver esa chica vestida o mejor dicho, casi desvestida; y los efectos que podrían tener los tragos en ella y por supuesto en mí.

Se encontraba de espaldas a mí mientras sacaba los vasos, pude ver con más calma aquellas carnes que buscaban escaparse del pequeño pantaloncito corto, y no pude evitar morderme el labio inferior, imaginando lo que se podrían hacer con ellas, y apretaba el puño tratando de reprimir mi excitación. Lastimosamente, el estado de trance en el que me tenia sumido la preciosa panorámica presente, no me permitió reparar antes en el espejo que estaba frente a ella, por cuyo reflejo pudo ver todos los gestos que hice al verla. Fue tarde cuando advertí que ella no me había quitado el ojo de encima; la vi y desvió la mirada, como si nada hubiese visto, se dio vuelta y vino hacia mi toda sonriente con los vasos.

Creí que de verdad no me había visto, ella hablaba y actuaba tan natural de modo que di por olvidado el detalle; nos dedicamos a bebernos la botella que ella había traído; unas copas mas adelante, ya habíamos llegado a la mitad y el néctar ya había hecho efecto en ambos, así que, con los ánimos caldeados, comenzaron las preguntas atrevidas y los acercamientos peligrosos.

- ¿Que tal si jugamos algo divertido?- sugirió.
- Dime... ¿que tienes en mente?
- No se, algo más atrevido, quisiera saber algunas cositas de ti.
- La verdad, Sandra, también tengo curiosidad de saber algo de ti, nos conocemos de hace algún tiempo y no sé mucho de tu vida – Dado mi estado, no podía quitarle el ojo de sus pezones, que estaban erectos y tan cerca de mi, y ella lo sabía, pero parecía no importarle, es más, creo que le gustaba tenerme así.
- Pregúntame lo que quieras, ahora estoy para todo... – dijo, con la misma mirada que tuvo momentos antes de traer la botella del patio, pero con un tono de voz que me hizo cimbrar todo el cuerpo.

Tal invitación me dejo tan atontado, que solo atiné a preguntarle idioteces que no valen la pena transcribir, ella se reía de mis preguntas pero me respondía, me sentía como un idiota que no sabe cómo actuar delante una chica bonita. Ustedes saben a qué me refiero.

- ¿Y tu que quieres saber de mi?- le pregunté a mi turno.
- Quisiera saber si te has acostado con alguna chica… eres virgen?

Lo dijo como si me estuviese preguntando la hora, o mi dirección, tengo que confesar que la naturalidad y soltura con que lo dijo me desconcertó algo, es posible que esperaba cualquier pregunta, pero no esa. Pude haberle dicho cualquier cosa, pero me di cuenta que a una chica no puedo mentirle fácilmente, y mucho menos a ella, que me miraba fijamente a los ojos. Estaba para soltarle mi respuesta cuando casi de un brinco recorrió el espacio que nos separaba en el sofá, y se me fue encima; no me dejo responderle, ni atiné a hacer nada, vi su cara a un centímetro de la mía, luego solo sentí una lengua que casi llegaba a mi garganta y unas manos que buscaban arrancar mi camisa.

Quieto me quede por un par de segundos, pero luego fui respondiendo las caricias que Sandra me hacía con fruición, lo primero que hice fue subirle la polera, hasta que sus senos quedaron al aire, eran los primeros que veía en vivo y, por supuesto, que tocaba, eran muy lindos, de tamaño mediano pero firmes, y sus pezones estaban durísimos y resplandecientes, esperando con impaciencia ser mordisqueados y pellizcados.

Ella estaba como loca, mordiendo mi oreja, lamiendo mi cuello, y sus manos metiéndose bajo mis bermudas. Mis manos paseaban por sus nalgas, rozaban su entrepierna, apretaban sus pechos, cuando ella logró introducirse bajo mis calzoncillos y agarraron mi ya erguido miembro adolescente.
Por la forma en que hacía las cosas, pude deducir que Sandra ya tenía cierta experiencia en estas faenas amorosas, en cambio mi conocimiento se limitaba únicamente a ilustraciones de tipo visual; me empezó a masturbar suavemente, mientras me ayudaba a quitarle su pantaloncito corto. El espectáculo que me esperaba bajo ese trozo de tela me dejó de una pieza – entenderán que no es lo mismo ver un pubis femenino, sea en revista o película, que en la realidad a centímetros de uno, y al alcance de la mano, mucho menos si es la primera vez - , tenía poco vello, pero sí un prominente monte de Venus. Estiré la mano para acariciarle el sexo que estaba mojadísimo, era increíble sentir esa sustancia viscosa que fluía de su entrepierna - sustancia que ahora me es tan familiar en tacto, olor y sabor -, al sentir mis dedos allí, comenzó a mover las caderas, en un vaivén que me estaba poniendo más caliente que sol en pleno verano.

Desde su pregunta, no había dicho ni una sola palabra, estaba totalmente concentrada en lo suyo, no dejaba de tocarme y besarme, no le interesaba que a pocos metros estuviesen sus parientes, y pudiesen entrar y hallarnos en vísperas del acto amatorio.

Ninguno rompió el silencio por varios minutos, excepto nuestros gemidos; nos entregamos a darnos placer mutuo, ella me seguía besando, lamiendo, acariciando; yo por mi parte hacia lo mismo, introduciendo mis dedos inexpertos por donde consideraba que debieran entrar, lamiendo sus pechos, mordiendo sus pezones, cosa que le alucinaba, porque lanzaba unos gemidos que me parecía podían ser oídos hasta el patio.

Yo ya no podía más, estaba a punto de explotar, sentía el deseo de meter mi miembro por el empapado sexo de mi compañera, y ella estaba consciente de ello, se recostó de espaldas en el sofá y abrió las piernas, por fin pude ver en su plenitud la preciosa abertura de Sandra, era realmente la cosa más bella que vi hasta ese instante, la vista del resplandor que adquirió por sus fluidos está aún en mi mente.

Me incliné sobre ella, apoyé mi miembro en su pubis, la miré a los ojos, y a la sazón por fin dijo:

- Vamos mi amor, quiero que lo hagas... hazme tuya, ahora...

Busqué la entrada a su recinto carnal, y ella empujaba hacia mí, ansiosa de sentirme dentro ella. Por la condición de humedad en la que nos encontrábamos no fue difícil entrar; realmente es una sensación indescriptible, sentir ese calor, ese placer, sentir que tocas el cielo, que tocas el cielo con tu sexo y sin estar muerto.

Comencé a moverme suavemente, pero poco a poco fui aumentando la velocidad, Sandrita estaba con los ojos desorbitados, los labios entreabiertos, y la boca haciendo agua, cuando pude oír la guerra que estaban desarrollando nuestros sexos, parecía que alguien estuviese chapoteando en una piscina y que quisiera inundar todo desde allí. Sandra tenía sus manos en mis nalgas, apretándome hacia ella, como si quisiese que mi cuerpo entero entrase por el camino que estaba abriendo mi pene. No tardó en tener un orgasmo que la hizo gritar, y no exagero, gritó tan fuerte que creí que podría entrar alguien; gritos, jadeos y gemidos se oyeron en la sala. Tal suceso hizo que mi excitación aumentara y que mi orgasmo llegase algunos minutos después, no pude evitarlo ya que siendo mi primera vez estaba algo ‘cargado’; al principio no sabía lo que estaba pasando, esa sensación rara en mi vientre, que iba bajando – como una reacción en cadena - hasta llegar a mi glande, y de pronto... un estallido.

Gruñí como un animal salvaje, y la bañé toda por dentro, sentía claramente como el semen recorría todo mi pene, sentía cómo expulsaba el fértil liquido hasta que la ultima gota se depositara en las entrañas de Sandra, acababa de tener mi primera eyaculación, de a poco fui parando el movimiento, hasta caer exánime sobre ella, y juntar nuestros cuerpos agitados y sudorosos.
Estuvimos unos minutos abrazados, semidesnudos, recostados sobre el mueble testigo de ese y posteriores encuentros licenciosos entre esta mi primera amante y este humilde relator.
Solo entonces fue que pude apreciar mejor el cuerpo que acababa de poseer, Sandra era verdaderamente una escultura: unas caderas anchas y una cintura delgada, unos senos medianos, pero firmes, con sus pequeños pezones, un color canela en la piel, uniforme en todo su cuerpo. Es posible que esta apreciación se base en que ella fue la primera mujer en mi vida, ya que con los años pude comprobar que existe una infinidad de variantes formales en el vasto universo femenino.

Una vez se le hubo pasado la agitación, y como si hubiese recordado algo que se le estaba olvidando, dió un brinco y con voz de mando ordenó:

- Ya vístete, pueden entrar...

Volando, se puso las pequeñas prendas que, minutos antes, me ayudó a sacar, se arregló el pelo, y apuró el trago que dejó sobre la mesa antes de darnos al viejo juego de la pasión. Me hablaba como si nada hubiese sucedido, ya no tenía la mirada lasciva del comienzo de la tarde, más bien me miraba con impaciencia, como quien espera oír algo.

Yo seguía en el cielo, era mi primera relación, pero su petición se dejaba sentir, además que los efectos de la bebida ya casi no estaban presentes, me di cuenta que debía decir algo, aunque sea ‘gracias’.

- ... Sandra, por...
- No ha pasado nada – me interrumpió – aquí no pasó nada, creo que es mejor que te vayas Lalo... por favor...

Si su pregunta me dejó desconcertado, imaginen aquella salida suya.

- Espera, que te pasa? – reaccioné, evidentemente turbado.
- Nada, vete por favor... debo arreglarme para salir.

Sabemos que cuando te dan a probar algo, y ese algo te gusta, quieres probarlo de nuevo; y si ese algo es tan delicioso y está al alcance de tu mano, no dudas en querer tenerlo de nuevo, y si eres como yo… matarías por ello. Así que no dudé y me fui hacia ella, la tomé por los brazos, y traté de besarla, hizo la cara a un lado, pero el resto de su cuerpo no ponía resistencia. Me encontré con su cuello, que no dudé en besarlo como lo hiciera minutos antes, ahí no pudo hacerse el quite - o mejor dicho, no quiso -, lanzó un leve gemido y se entregó a mi trabajo.

Comenzó a acariciarme, pero no con la lujuria con que lo hiciera minutos atrás, más bien con ternura, estaba entregada a mis besos, acariciaba mi espalda, mi pelo, mi rostro. Yo la tenía por la cintura, comencé a acariciar su espalda cuando la sentí temblar, la ví a los ojos, mantuvo fija su mirada en mí, cuando cayeron dos lágrimas...

Debo confesar que no supe bien que cosa estaba pasando, ella solo temblaba y soltaba gotas por esos ojos que querían decir algo.

La tomé más fuerte por la cintura, y le di un beso largo y apasionado en la boca, siempre presionando su cuerpo hacia el mío, mientras nuestras lenguas jugueteaban entre sí, yo tenia una pierna entre las de ella, frotando suavemente mi muslo contra su pubis; ella correspondía con un leve vaivén de sus caderas, pero sus manos no se separaba de mi espalda.

Para entonces, mi miembro, estaba cobrando nueva vida, iba endurándose y su entrepierna estaba entrando en calor. Sus pezones estaban ya notoriamente marcados a través de la polera delgada y ceñida que cubría sus hermosos senos, mis manos trataban de meterse a buscarlos cuando separó suavemente su rostro del mío y dijo:

- Perdóname Lalo, perdón, lo siento amor, lo siento de verdad.....

Yo no tenía la más remota idea del por qué se estaba disculpando, únicamente deseaba unirme a ella nuevamente, besarla, acariciarla...penetrarla.

- No sé por qué lo hice – seguía mientras besaba con ternura mi cuello. Ella aun temblaba y lloraba, me acariciaba el pelo con ambas manos - … no sé que estés pensando de mí.. es que me…- y no la dejé continuar, acerté a juntar de nuevo mis labios con los suyos para que ya no continuase con esas palabras que me estaban confundiendo.

Lo último que quería era oírla, además, esas palabras ya las había escuchado en alguna mala telenovela mexicana. De cualquier forma, yo supe que no era lo que en verdad quería decirme.
Me miró unos instantes, me dio un beso en la boca y al fin decidió

- Ven, vamos a mi cuarto...
- Espera... tu mamá puede subir y si nos…
- No importa mi mamá – interrumpió nuevamente, mientras de la mano me conducía escaleras arriba, hacia su habitación.



Entramos a su cuarto, me dijo que esperase un minuto y salió de nuevo. Era una habitación muy acogedora, el decorado revelaba de inmediato a quién pertenecía, algunas tarjetas de felicitación pegadas en la pared, todo ordenado y tan fragancioso, una cama blanda de tamaño mediano, frente a ella un peinador con un espejo amplio, una cómoda, un escritorio con varios cuadernos y hojas encima, un roperito desmontable con figuritas, un estante lleno de peluches... bueno, todo muy limpio.

Me acerqué a revisar los muñecos, entre estos había un verdadero zoológico de peluche: perros, osos, conejos, jirafas, monos, gatos, leones, hasta un divertido murciélago. La mayoría tenía pequeñas tarjetas dedicadas. Para Sandra con amor, Te amo Sandrita, Para una chica muy especial, Para Sandra, la mujer de mis sueños, y cosas por el estilo, todas con distintos firmantes. Vaya que era una chica bastante cortejada, me fue difícil evitar el pensar con cuantos de esos Romeos se habría acostado.

Me senté al borde de la cama, y en el lado opuesto a la cabecera colgaba una bolsa de tela con la cabeza de conejito en la parte superior, de la abertura de esa bolsa asomaba una tela blanca con encajes, la saqué y me topé con una bombachita estilo tanga muy pequeña, tanto que dudé que fuese de Sandra. Por puro instinto, la asomé a mi nariz, olía delicioso, olía a niña quinceañera, aunque si me preguntan no sé cómo describirlo, pero a eso olía. La ví de nuevo, colgada de mis dedos por sus ‘hilos laterales’, casi no cubría nada, me figuré que era barato fabricarlas, economizaban en la tela. De pronto oí pasos que subían corriendo las escaleras, y la intenté volver a su lugar, se abrió la puerta y apareció Sandra, le echó llave a la cerradura y dijo:

- Ahora no nos molestarán, le dije a mi mamá que ya te fuiste y que me iba a dormir una siesta...
- Segura que no entrarán?- pregunté algo nervioso.
- Sí, saben que si me molestan mientras estoy en mi cuarto me enojo con ellos, además ya están bien tomados, se olvidarán de todo...- sonrió con picardía.

La ventana de su habitación daba al pequeño patio de ingreso a la casa, pensé por lo tanto que si las cosas se pusiesen feas o pasara algo podría saltar o descolgarme por la bajante de aguas del techo.

- ¿¿Quieres ver unas fotos divertidas?? – preguntó mientras buscaba en la gaveta de su cómoda. Sacó un paquete envuelto en papel. – Son de una farra con mis amiguitas...- agregó.

Y me enseñó unas fotos en las que aparecía un grupo de unas seis o siete muchachitas de más o menos la edad de Sandra, en una juerga de las que pocos salen bien parados. Bailaban, fumaban, bebían, hacían gestos graciosos a la cámara. Pero a medida que iba avanzando por las fotos, éstas se ponían más calientes, en una aparecía una de ellas en brassiere, agitando su camisa y con una copa de licor en la mano, en la siguiente estaba una niña con las manos en el trasero de otra que daba las espaldas a la cámara, Sandra también en corpiño haciendo un rabioso ‘dedo‘ a la fotógrafa en la subsiguiente, y entre las del final una secuencia tomada a una de ellas que se durmió en el sofá.

- Ella es Paola – me dijo recordándome a una de las chicas de su grupo, con la que jugábamos en la calle.- ya no aguantó hasta el final…

En la secuencia, estaba siendo desvestida por las otras, hasta quedar solamente en un calzoncito, en la última, Paola tenía su braguita en las rodillas, dos de ellas le abrían las piernas y Sandra tenía la mano metida bajo su ropa interior, a la altura de su pubis.

Al terminar con las fotos mis bermudas delataban una erección increíble, que ni me molesté en ocultar.

- Se nota que te gustaron Lalo – me dijo al ver el bulto que se había formado.

Ahora era mi turno, sin decir nada y lentamente me acerqué a ella, la recosté en su cama y la besé motivado por toda la lujuria que me invadía, tanta que me manaba por los poros. Me acomodé entre sus piernas, sin quitarnos la ropa friccioné con ímpetu mi sexo contra el suyo. Por un momento creí que me iba a arrancar la lengua, la estaba succionando muy fuertemente además de morderla. Sus manos me tocaban por debajo de la camisa, cambié de postura para quitármela y facilitar su trabajo y di cuenta de una mancha de humedad en su entrepierna, Sandra estaba más mojada que un pato, respiraba agitadamente y me miraba con lujuria.

Sé que desde entonces, al compartir momentos tan especiales con Sandra, me obsesionan las chicas que tienen un brillo especial en su mirada, ese brillo malicioso y travieso. En el momento de elegir pareja el requisito que tengan esos ojos o esa mirada me es prioridad, talvez mucho antes que fijarme en las dimensiones de sus atractivos, aunque por supuesto deberá de tener lo suyo.

Pese a que mi pene estaba por explotar, todavía no quería penetrarla, se me antojaba jugar con ella, disfrutarla, lamerle los pechos, introducirle mis dedos por sus más apartados resquicios, estrujar sus generosas carnes, saborear su cuello, sus costillas, la exquisitez de su boca.

Ella estaba masajeando mis testículos y de cuando en cuando les clavaba sus uñas con algo de fuerza, frotaba mi vientre y pellizcaba mis nalgas. Al pasear mis dedos por su vulva, pude sentir que sus fluidos manaban copiosamente, entonces le introduje un par de dedos para moverlos lentamente.

Llevamos buen rato así, ‘calentando’, hasta que ella agitadamente dijo por fin:

- Ah! Ahh! ...ya yah Lalo metemela... uhh!..- yo, muy obediente, resuelto y sin chistar, apoyé mi glande en la entrada a su abertura, lo restregué un poco de arriba abajo embadurnándonos mutuamente, ya que yo también estaba mojado, enfilé hacia su gruta y empujé...

Esa sensación indescriptible me invadió de nuevo, ese calor, la humedad, ese encuentro íntimo entre dos entes totalmente diferentes entre sí, tan disímiles en forma, pero sin duda, hechos el uno para el otro. Sean los dioses o la Madre Natura quien los hubiese hecho, los hizo muy, muy bien.

Me estuve meneando frenéticamente sobre ella unos minutos, introduciendo mi todavía novel pene en ella, cuando se vino en un orgasmo mucho más fuerte que el primero que tuviera esa tarde, apretó los dientes, arqueó su espalda, tenía espasmos, y gemía sofocadamente. Mi chorreante amiguita estaba perdida del gusto, realmente estaba disfrutando el momento. Por mi parte, bueno que les puedo decir, estaba en el cielo, aun no podía creerme que me estaba revolcando por segunda vez con aquella niña, nadie me bajaba de mi nube.

Cuando terminaron sus orgásmicas sacudidas, Sandra cayó exhausta a mi lado sobre la cama, con la mirada perdida en dirección de la ventana, tratando de recuperar el aliento.

- ...e... espera un rato... espera – me pidió con la voz entrecortada.

La dejé respirar por unos minutos, ahora ella, con los ojos cerrados, comenzó a masturbarme con suavidad. Mi glande estaba colorado, con sus dedos untaba los restos de fluido que aún me envolvían, a lo largo de mi falo.

- No me respondiste hace rato – dijo con la voz ya casi normal.
- No te respondí que cosa?
- Es tu primera vez? O ya estuviste con alguien antes...- casi había olvidado las circunstancias que dieron origen a esta peculiar situación. No sé si se dio cuenta de mi inexperiencia, pero aún así no quería mentirle.
- Te parece que tengo experiencia?
- No entiendo – me miró confusa
- ... no Sandra, nunca estuve con nadie antes, esta es la primera vez que...
- No te creo... – interrumpió a tiempo que asomaba una sonrisa de incredulidad.- me estás mintiendo...que edad tienes?
- ## años. ¿que tiene? – ahora era yo el confundido.
- Un espécimen raro, bien raro...- dijo con sus ojitos clavados en los míos, luego agregó – es que a cualquiera de los chicos que les pregunto, me dicen que no son vírgenes, aunque no sea cierto, me parece raro que tu me digas que sí eras...hasta ahora.
- Y por qué yo debería mentir... – alegué. Aunque ella tenía mucha razón, a ningún muchacho adolescente le agrada decir que es casto, aunque no tenga la menor idea del sexo. Pero por alguna extraña razón, ni entonces, ni hasta dos años después, cuando vi por ultima vez a Sandra, pude mentirle.
- Entonces... acabo de estrenarte mi amor...me siento halagada – dijo con una amplia sonrisa de satisfacción. Sí, me estrenó, pero que es eso de ‘amor’?, un simple dejo de cariño, o ella tenía otros planes más serios para mi? – y que me dices?, te gustó?, te...te gusta? – me besaba el pecho y el cuello, sin dejar de menear mi sexo.

No dije nada, dejé que haga lo suyo, me puse a pensar en sus palabras, ‘especimen raro’, ‘estrenado’...’mi amor’!. Comprendí de inmediato que iba en camino de convertirme en ‘uno más’, en otro de los ‘Romeos’ obsequiantes de peluches y dador de frases pretenciosas con intenciones obvias. Ya imaginaba los diálogos de Sandra con su grupo de amigas, ella muy ufana de haber desvirgado a un ‘espécimen bien raro’, sin duda un alimento para el ego, no creen?. Giré la cabeza al estante donde se encontraban los varios peludos muñecos, se contaban cerca de la veintena, pocos más, pocos menos. El pensamiento giró dentro mi cabeza ¿Con cuántos de ellos habría tenido sexo esta muñequita?, este angelito que ahora besaba y lamía con ardor mi vientre, era una pequeña muy experimentada para su corta edad.

Sandra estaba de rodillas sobre la cama, besando mi pecho y mi cuello, bajando lentamente por mi vientre acercándose a mi pubis y de pronto se detuvo. Limpió el líquido preseminal de la punta de mi pene con los dedos, para luego llevárselos a la boca. Después dijo con un tonito sensual algo exagerado:

- Amorcito, si te portas bien, te voy a hacer algo que te va a gustar...

Se puso de pie sobre la cama para montarse sobre mí, me dio un largo beso y tomó mi pene para introducírselo lentamente. Soltó un suspiro cuando hube entrado por completo, ella subía y bajaba con un ritmo pausado, le restregué los senos con fuerza, con mis pulgares le estimulé los pezones que se erguían coronando sus turgentes carnes.

Mis pensamientos paseaban entre lo que ella me hacía en ese momento y entre todo lo que me había sucedido desde el comienzo de mi visita. Las miradas insinuantes, la audacia en todos sus actos, desde el ‘secuestro’ a la botella, la sesión amatoria en la salita, meterme hasta su habitación, enseñarme esas impetuosas fotografías, para ahora y sobre su cama, continuar con los jueguitos que, se dice, privaron al hombre de disfrutar del Edén.

De cuando en cuando acercaba su boca a la mía, para fundirnos en sabrosos besos. Con su mano en la base de mi pene controlaba el ritmo de penetración y con las mías en sus nalgas la ayudaba a subir y bajar. Las juntas de su cama de madera crujían sordamente, como tratando de ignorar lo que sobre ellas ocurría.

Unos golpecitos en la ventana de su cuarto me asustaron, giré y pude ver un pajarillo en el papel de voyeur ocasional, que observaba con curiosidad a los dos seres desnudos que se movían delirantes sobre la cama.

La hembrita que se encontraba sobre mí también se dio cuenta de nuestro visitante inesperado.

- Que crees que esté pensando? –me preguntó sin interrumpir el movimiento.
- Ja ja jaa - me reí de su pregunta.- No tengo idea, debe ser algo nuevo para él...
- A ver qué dice de esto...- acto seguido se levantó, y se puso de ‘cuatro patas’, enseñándome su precioso traserito. – ven dale amor, vamos...

Me acomodé detrás de ella, y apoyé mi pene entre sus nalgas, con calma lo fui bajando hasta que di con la entrada a su vagina, presioné un poco hasta enterrarme por completo en el anhelado recinto.

Dada nuestra posición sobre la cama, nuestros cuerpos se veían reflejados de perfil en el espejo de su peinador. La visión del reflejo del cuerpo mío cogiéndose a Sandra me encendió más aún. Ella abatió la cabeza para apoyarla en la cama, esta posición me ofrecía un primer plano infartante: el trasero de Sandra en su plenitud, su pequeña abertura anal al medio y mi miembro bombeando incesantemente.

Mi compañera no paraba de gozar, pude ver su rostro por el espejo, realmente estaba disfrutando tanto como yo. Sus gemidos se intercalaban con suspiros y expresiones de placer, con cada acometida que le daba.

- ... Lalo …ah!.. um... um... um aah! ...me... me avisas cuando... estés por terminar...ahh!..oh!
- bueno – dije entre dientes.

La faena hizo que olvidara a nuestro alado fisgón por un momento, cuando volví la cabeza hacia la ventana, éste ya no estaba, tomó vuelo para no ver ese ritual de apareamiento, extraño para él.
Sandra me apretaba los testículos por entre sus piernas, pude ver luego que también se masturbaba mientras yo le daba duro a su fraganciosa vagina, esto le permitió llegar a su tercer orgasmo de la tarde se una forma proverbial, ahogando su grito entre las frazadas desechas de la cama, y haciendo fuerte presión con su culo hacia mí.

Nuestros cuerpos estaban sudorosos, y el olor a sexo estaba impregnado en todo el ambiente, de a poco esa maravillosa sensación se apoderó de mí nuevamente, un extraño cosquilleo en mi vientre, como una placentera descarga eléctrica.

- ...c...creo que ya voy a terminar – mascullé, al escuchar esto Sandra se dio vuelta y comenzó a masturbarme. El estallido se veía venir, podía sentir cómo mi semen iba tomando fuerza para salir disparado de un momento a otro.
- ...te portaste muy bien amorcito, ahora te daré un pequeño premio – inmediatamente se llevó mi pene a la boca, me chupó el glande sin abandonar su trabajo manual. No lo hacía como hasta entonces vi sólo en filmes porno – introducir todo el miembro hasta la garganta, luego sacarlo y repetir la acción una y otra vez -, tenía mi glande entre sus labios, pasando la lengua por los lados y por la punta; pero bueno, de una u otra forma me la estaba chupando.

Pasaron largos segundos antes de que un brutal orgasmo hiciera presa de mí. Primero un espeso disparo hizo blanco en la garganta de Sandra; ella, al sentir aquello, rápidamente sacó mi pene y lo dirigió a sus senos sin dejar de hacerme una violenta paja, el resto de mi descarga fue a dar en los pechos de la primera mujer de mi vida.

Fueron varios los chorros que dieron en Sandra, al salir el ultimo caí agotado en la cama, ella me miraba extasiada con una sonrisa de satisfacción, se encontraba de rodillas en la cama; con golosa delicadeza se untaba mi semen por sus senos a la vez que se chupaba los dedos.

- me encanta sentir la leche en mi piel, es suave y tiene un olor que me encanta...
- te gusta el sabor? – pregunté un poco perplejo.
- Es un sabor raro, la verdad... es la primera vez que lo trago...es salado...pero no es feo...- al terminar de decir esto, dejó de untarse mi semen, su mirada se perdió en el vacío con una sombra que podría llamarla nostálgica, lentamente se fue acomodando a mi lado hasta que me abrazó fuertemente, sin decir nada y cerrando los ojos, me dio un tierno beso en la boca.

Pasaron como cuarenta minutos, en los que estuvimos ahí desnudos, abrazados y en silencio, ya había obscurecido y en mi casa me estarían esperando preocupados y con un buen sermón.
Sandra yacía exánime a mi lado, su cara tenía un aire angelical, viendo sólo su rostro dormido no cabía duda de que ella era una niñita aún; me resultó muy difícil relacionarla con el cuerpo de mujer que tuve a bien fornicarme ese día.
Era tarde y debía marcharme a casa, ahora el problema era salir de su casa, con seguridad sus parientes estaban ahora en su sala, y ese era un paso obligado si quería irme.
La única salida aparente era la ventana, que daba al patio delantero, pero corría el riesgo de romperme algo al llegar al piso.
Sandra despertó de pronto, me dio un beso y me volvió a abrazar con fuerza.

- Hola amor, me quedé dormida...- por qué no me despertaste?- reclamó con modorra aún.
- No quería molestarte, estabas cansada, además te veías tan linda que quise disfrutarte un poco más...
- Gracias mi amor, pero...ya es tarde, no te dirán nada en tu casa?
- Pues no sé...espero que ya estén borrachos y no me extrañen...
- Eres un niño muy travieso Lalo, vamos a ver como salimos...

Se levantó de la cama envuelta con la sábana, en busca de ropa que ponerse. Mientras yo quería dar con la mía, que había volado por todo el dormitorio, gracias a la emoción.
Una vez vestidos, ella se adelantó a ver que no haya problemas para salir. Volvió al cabo de un rato con la noticia de algunos de sus tíos y sus papás, estaban en la sala continuando con la parranda. Por lo que quedaba sólo una salida, la que temía desde el principio: saltar por la ventana.