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Polvo virginal

en Hetero: Primera vez

Carlos la levantó del suelo y la acunó en sus brazos, una pequeña demostración de fuerza, y sin esfuerzo por la carga de su peso. Las aletas de su nariz se abrieron como si olfateara algo en el aire, y con un misterioso instinto se encaminó hacia el dormitorio de ella. Por supuesto sólo había dos puertas que salían del salón, una hacia el baño y la otra hacia el cuarto, así que tenía un cincuenta por ciento de posibilidades de ir en la dirección correcta.

Pero la hizo feliz, sin embargo, que encontrara el camino sin tener que guiarlo. Su cerebro estaba, cuando menos, hecho papilla. Cuando él entró en la oscuridad del dormitorio encontró infaliblemente el camino hacia la cama y la depositó encima con suavidad. La besó, larga y amorosamente hasta que ella pudo saborearse a sí misma en su boca, y se apartó de ella nuevamente.

Por los ruidos que hacía, Mábel se dio cuenta de que se estaba quitando las ropas antes de unirse nuevamente a ella. Cuando se tumbó en la cama el viejo y usado colchón lleno de bultos se hundió bajo el peso adicional. Carlos, sin prisas, subió poco a poco sobre ella y la escudriñó durante un largo y silencioso momento, con sus ojos brillando auténticamente en la oscuridad, y Mábel tembló con un inesperado escalofrío de nerviosismo virginal.

— No habrá vuelta atrás después de esto, Mábel. Para ninguno de los dos. Quiero que lo sepas ahora, antes de ir más lejos.

Sus palabras fueron un susurro, pero la afectaron con tal fuerza que lo mismo podrían haber sido gritos. No fue tanto lo que dijo, sino cómo lo dijo lo que la sorprendió. Sonaba como si sintiera cada palabra. Como si fueran una promesa… o una amenaza. El momento era serio, de esos que cambian la vida, pero ella ni siquiera contempló la opción de echarse atrás en su encuentro con él. Ella le quería. Le necesitaba. Eso era todo lo que importaba en ese instante.

Su silencio pareció ser suficiente respuesta para él. Bajó la cabeza e inspirando profundamente su perfume, colocó su lengua sobre sus llenos y temblorosos labios con un golpe delicado y apremiante.

— Eres una diosa, Mábel, por dentro y por fuera. Tu belleza brilla más allá de tu arte, más allá de tu voz, y más allá de tu forma. Nunca soñé que encontraría una compañera tan hermosa — sus palabras surgieron ahogadas, como si luchara por contener el flujo que salía de su boca.
— ¿Qué?— urgió ella, encadenada al sonido de su voz.
— Nada— respiró él, aunque Mábel sabía que estaba mintiendo.

Él había estado a punto de decir algo, algo que no había querido decir, estaba segura. Pero entonces él detuvo su razonamiento deductivo con otro profundo beso que le llegó al alma, y ella se olvidó completamente de analizar sus palabras. Su sabor llenó su boca de nuevo, y Mábel temió volverse adicta a ese único y masculino sabor. Él se sostuvo sobre ella apoyándose en una mano y dejó la otra desviarse hacia su pecho. Revoloteó allí, y luego se deslizó suavemente sobre la dura punta de su pezón. Mábel respiró profundo, alzando su pecho hacia la provocativa mano, y el rió contra sus labios.

Entonces su mano rozó su pezón una, dos veces, hasta que él satisfizo sus demandas y abarcó todo el pecho en su amplia y callosa mano. Pellizcó el pezón entre el pulgar y el índice mientras masajeaba el hinchado globo, haciéndola gemir y ondularse contra él. Había una conexión entre su pezón y su clítoris, una maravillosa y fascinante conexión, así que con cada pellizco y toque de sus dedos ella sentía como si la tocara también ahí abajo.

Carlos succionó su labio inferior en el interior de su boca y se apartó lentamente. Con gráciles movimientos recorrió su cuerpo hacia abajo hasta que su boca gravitó sobre sus pechos. Ella pudo sentir la caliente humedad de su respiración sobre ella, hasta que él bajó la cabeza y tomó un pezón en su boca. La ruda textura de su lengua, mezclada con la textura satinada de sus labios, la hicieron gritar con un repentino y desconcertante placer. Su pecho le dolió y su pezón se hinchó aún más en su boca.

Sintió el raspado de sus dientes y notó como un pulso empezaba a latir profundamente en su vientre, al mismo ritmo que sus movimientos sobre ella. El cuerpo de Mábel se arqueó hacia él, y él colocó rápidamente una mano en su estómago, manteniéndola abajo con una presión firme pero gentil. Ella gimió y trató de escapar de su toque, pero sin éxito. Carlos tomó su seno más profundamente en su boca, aprovechándose de ella más fieramente, casi hasta el punto del dolor.

Maullando en su garganta, Mábel agitó su cabeza y se agarró firmemente a los anchos hombros. Sus uñas se clavaron en los firmes músculos y él gimió contra su cuerpo. Ella se echó hacia atrás, temiendo haberle hecho daño en su ardor. Carlos hizo una pausa en sus atenciones a su pecho.
— No te pares— dijo, ásperamente, haciendo estragos con su respiración en su húmedo pezón.

Mábel se agarró a él nuevamente mientras él se movía hacia el otro pecho, dándole las mismas atenciones que al primero. Ella extendió sus piernas ansiosamente y él se colocó entre ellas. Su mano todavía la mantenía prácticamente inmóvil, pero sus piernas estaban ahora libres para moverse contra sus levemente peludos muslos y pantorrillas, lo que hizo ella con gran entusiasmo. Los dientes de Carlos rasparon su pezón con fuerza, haciéndola gritar sorprendida y provocando que lo arañara en la espalda en venganza.

Él aulló como un perro herido, y se rió ahogadamente contra ella, besándola luego suavemente para aliviar el daño que le había causado. Carlos agitó su cabeza adelante y atrás sobre ella, haciendo que su cabello se derramara en su piel ardiente. Usó su cabello para provocarla y atormentarla hasta gritó una y otra vez con cada deliciosa caricia de las gruesas hebras.

Moviéndose como una canción, elocuente y sensual, rodó su cuerpo contra ella, usándolo para acariciarla desde el cuello a los pies, sin dejar ni una parte sin tocar. Con cada presión de su pecho en sus senos sus pezones temblaban y se arrugaban, hasta que se convirtieron en dos apretados puntos. Con cada movimiento de su cuerpo, su caliente verga se presionaba contra su vientre, y su vello púbico arañaba el de ella eróticamente.

Sus testículos botaban gentilmente contra la hinchada y tierna carne entre sus piernas, añadiendo más sensaciones a sus inundados sentidos y volviéndola salvaje. Doblando sus rodillas, usándolas para ensanchar más sus piernas, se reclinó hacia atrás e inspiró profundamente.
— Hueles a mí ahora— su voz era gutural, ruda y gruesa, casi ininteligible. Como si estuviera hablando con la boca llena de algodón
— Y yo huelo a ti. Nunca sacaré tu perfume de mis fosas nasales, tu sabor de mi boca— él hizo un ruido, parecido a un sordo maullido de su garganta, y cambió de posición en un ángulo casi increíble para presionar su cara contra su estómago.

Sus manos se movieron hacia sus caderas, mordiendo la carne con la presión justa para no causar dolor. Mábel enredó las manos en su cabello y tiró de él aún más cerca. Sintió sus dientes morderla suavemente una, dos, tres veces, como si estuviera probando la elasticidad de su piel. Él se echó hacia atrás, levantando las caderas con sus manos, pero sin levantar la cara de su vientre, hasta que ella estuvo completamente arqueada sobre el colchón. Su cabeza se enterró profundamente en la almohada y ella jadeó. Nunca se había sentido tan indefensa, tan elementalmente dominada. Carlos era fuerte, alarmantemente fuerte, pero parecía conocer sus límites y sólo manipulaba su cuerpo hasta donde ella se encontrara cómoda.

Mábel jadeó sorprendida cuando él la volteó sobre su estómago y se inclinó para susurrarle al oído palabras que le hicieron temblar con una mezcla de anticipación y nerviosismo.
— Tengo que tenerte de esta manera nuestra primera vez, sobre tus manos y rodillas ante mí. Agárrate a las sábanas tan fuerte como puedas, y ábrete a mí. Déjame reclamarte… Necesito reclamarte. Toda entera.

Sus manos la colocaron, firmes e inamovibles en la curva de sus caderas. Mábel sintió el calor hirviente de su erección mientras se frotaba a sí mismo contra su humedad, haciéndoles a los dos resbalar con los jugos de ella. Carlos se inclinó hacia abajo y la besó desde la base de su columna vertebral hasta el hombro, donde revoloteó, arañándole suavemente con sus dientes en una posición primaria y dominante sobre su tembloroso cuerpo. Mábel sintió la cabeza de su polla empujar en su entrada, dura y demandante. Entonces, sintió una placentera sensación de ardor mientras él la cubría y lenta, inexorablemente, empezó a llenarla de sí mismo.

Su erección era grande; ella lo había sabido al frotarse contra él durante toda la noche. Pero no estaba preparada para lo grande que realmente era. Él la llenaba… y la llenaba… y la llenaba. Y aún más cuando cayó sobre ella, con todo lo largo y ancho de su cuerpo robándole el aire y haciendo que su cuerpo se tensara. La punta de su miembro presionó contra su membrana virginal en lo más profundo de su canal; ella lo sintió, y supo instintivamente que él también lo había sentido; y entonces penetró a través de ella.

Mábel gritó con el repentino y agudo dolor y entonces, como en un sueño, desapareció. Carlos se alzó hacia arriba y expresó su satisfacción con un grito mudo, sin palabras.
— Oh, Mábel, ahora eres real y verdaderamente mía. Nunca tocada antes. Pero ahora reclamada— sus gruesas palabras fueron arrogantes pero tiernas, y entonces él presionó suavemente, llenando de besos su espalda y hombros
— ¿Por qué no me lo dijiste, no me advertiste? Hubiera sido más gentil— susurró contra su oreja.
— No estaba segura de si lo notarías— dijo, con una voz estremecida.
— Admito que no tengo experiencia en estas cosas. Pero sé lo suficiente como para reconocer una barrera cuando la siento. Y puedo oler tu sangre de virgen— reconoció con arrepentimiento.

¿Cómo puede oler mi sangre? Yo ciertamente no puedo olerla, se dijo no sin extrañeza. Mábel se mareó por un momento con la extraña sensación de que algo no era muy normal en Carlos, pero cualquier pensamiento racional se desvaneció cuando él movió su pene más profundamente en ella. No se había dado cuenta antes de que él aún no estuviera totalmente dentro de ella, y esta nueva penetración la sorprendió haciéndola gemir. El grueso eje de Carlos la estiró y llenó con pesada insistencia. La movió contra él, acercando sus nalgas hacia la cuna de sus muslos, y al fin se sintió en casa. Los dos gimieron al unísono.

— Te siento... te siento tan grande. Estoy tan llena— jadeó ella, sin sentido por las nuevas sensaciones que la atravesaban como fuego salvaje.

Carlos gruñó y la lamió de nuevo en el hombro, manteniéndola inmóvil mientras comenzaba sus largos y lentos empujones dentro de ella. Su coño húmedo y empapado se sintió como desgarrado mientras él la empalaba más y más con estables y pacientes movimientos.

Las manos en sus caderas la movían hacia atrás cada vez que él empujaba hacia delante, enseñándole el ritmo que había establecido para ellos. Los sonidos de sus cuerpos, húmedos y carnales, resonaban en sus oídos, azuzándoles. El perfume almizcleño del sexo impregnaba el aire del dormitorio, formando todo el conjunto un potente afrodisíaco. Mábel presionó hacia atrás contra él, sintiendo las paredes de su vagina pulsar y apretarse contra su bombeante vara.

Carlos gimió de nuevo y hundió más profundamente su verga en la vagina; la mejor manera de tenerla sujeta bajo su peso; y comenzó a empujar aún más duro entre sus piernas. Sintiendo instintivamente que un nuevo ángulo le daría a ella esa mayor penetración que comenzaba a ansiar, Mábel bajó su torso hacia el colchón y alzó su trasero más alto hacia la pelvis de Carlos.

La punta de su polla rozó contra algún oculto botón de placer en su interior y ella se entusiasmó con admiración. La textura de él, terciopelo sobre acero, se deslizaba sobre sus más profundos e íntimos tejidos hasta que estuvieron temblorosos y vivos por la exquisita sensación, haciéndola sentir aún más mojada, aún más caliente. Bajo ellos la cama comenzó a gemir y temblar en protesta mientras sus movimientos iban aumentando en fuerza y ritmo. Mábel sintió como si estuviera compitiendo en una carrera, precipitándose hacia su clímax.

Pero sabía también, de alguna manera, que sólo encontraría alivio cuando Carlos llegara con ella. Él la controlaba cuidadosamente en cada movimiento, sabiendo perfectamente cómo afinar la experiencia para que ella llegara a cumbres a las que nunca antes había llegado. Su cuerpo se sacudía y estremecía debajo de él mientras ella trataba más y más de llegar al orgasmo.
— Por favor, Carlos, por favor— rogó, contoneándose contra su potente polla.

Sus palabras se convirtieron en agudos, desesperados gritos cuando él la acercó bruscamente hacia él. Sus movimientos se hicieron más feroces mientras empujaba más profundamente, más duro, y más rápido en el interior de su ansioso cuerpo.

— ¡Sí, síiiiiiiiiiiiiiiii!— ella ahogó el grito mordiendo la almohada.
— Huuuummm— el ronroneó gutural y satisfecho de Carlos vibró en todo su cuerpo.

Mábel volvió a gritar cuando Carlos comenzó a girar sus caderas contra las de ella, ondulando su falo dentro de ella en una deliciosa danza de salvaje erotismo. Chupó su carne más profundamente en el hombro y entonces se apartó, justo antes de dejarle la marca del chupetón. Esa caricia, unido al placer de tenerle llenándola tan dulcemente, finalmente la hicieron llegar. Su vagina se agarró fuertemente, como si fuera un puño, a la polla de Carlos, temblando contra él, y llevándole con ella hacia las estrellas.

Gritaron su placer al unísono. Las manos de Carlos se cerraron como puños sobre sus caderas y la sujetaron más fuertemente contra él, llenándola con su crema. El cuerpo de Màbel aceptó cada una de las fogosas ráfagas, y apretó y ordeñó para conseguir más, hambrienta de todo lo que él pudiera darle. Sus cuerpos temblaron con la fuerza de sus liberaciones hasta que colapsaron en unos montones sobre la cama, cansados y saciados por fin.

Fatigadas respiraciones desgarraron sus pulmones mientras buscaban la calma. Carlos la atrajo más cerca de él, ajustándose como una cuchara, abarcando tiernamente uno de sus senos con la mano. Depositó un beso contra su sien y acunó sus caderas contra las de él, colocando su miembro medio hinchado aún, húmedo por haber estado en su interior, contra sus piernas, para descansar sobre el recipiente de su sexo.

 

Mil gracias!!!!!!!!!!!! Me encanta que les agrade mi obra..(dirigido a los que respondieron mis borradores x mail…)