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Rebeca, historia de una puta

en Amor filial

Tengo actualmente veinte años y me casé con catorce. Mi matrimonio estuvo concertado desde antes de mi nacimiento con el hijo de un primo de mi padre. El niño, Bruno, nació un año después que yo, y ya desde muy pequeño aprendió de sus padres todas las artes del sexo. Yo, aprendí todo eso, primero con el conserje de la escuela, aunque éste no llegó a penetrarme vaginalmente, y luego con Humberto, el profesor de Historia que fue el primero en meter su estaca en mi vagina.

Esa primera vez con Humberto, habíamos ido de camping para una semana toda la clase. Las tiendas de campaña se habían dispuesto para cuatro personas. En principio, en la mía, íbamos a estar tres chicas y una profesora. A la hora de salir de excursión, fallaron varias alumnas y la profesora que iba a venir a nuestra tienda; se había puesto enferma por lo que se tuvo que volver a distribuir de nuevo todas las tiendas. Al final, me quedé yo sola en la tienda. El profesor Humberto, decidió dormir en mi tienda. Estaba un poco alejada de las demás.

Esa noche, tuve un sueño erótico. Me desperté gimiendo. Me había quitado sin darme cuenta mientras dormía el pantaloncito que usaba para dormir. Cuando desperté me encontré con Humberto casi encima de mí. Había abierto el saco de dormir y se encontró con mi mano en mi chocho mojado.

--Lo siento... –dije avergonzada.

--No pasa nada. ¿Quieres que te calme, para que puedas dormir tranquila?

--¿Lo harías?

--Nada me gustaría más, pequeña –contestó poniendo su dedo en mi vulva-. Ya veo que esto del sexo no es nuevo para ti. Pero vas a tener mucho calor. Lo mejor será que te quites la ropa.

--Tú también –le contesté, agarrando su short con las dos manos y tirando de él hacia abajo y quitándome mi ropa.

Su dedo empezó a moverse por mi rajita, arriba y abajo, arriba y abajo... Poco a poco a más velocidad. Yo estaba casi a punto de correrme; movía mi vulva adelante y atrás. Entonces, dejó de mover el dedo y empezó a metérmelo por la vagina mientras que otro dedo de la otra mano empezó a entrar y a salir de mi ano. Al poco no pude aguantar y me corrí.

Seguidamente se agachó y puso su boca sobre mi coño. Le dije que yo también quería mamársela a la vez y nos pusimos a hacer un riquísimo 69. Cuando empecé a correrme sacó su tremenda verga a punto de correrse también, se dio la vuelta y con sus manos me abrió completamente de piernas poniéndomelas sobre sus hombros y de una estacada se metió dentro de mí. Apenas sentí dolor cuando se rompió el himen. Después de bombear varias veces, nos corrimos los dos en un gran orgasmo. Esa noche no llegó a sacar su verga de mi vagina. Lo poquito que pudimos dormir, lo hicimos abrazados; a veces él encima de mí o al revés. Vine de la excursión agotadísima ya que todas las noches las pasamos follando sin parar. Así seguimos encontrándonos furtivamente, después de las clases hasta que terminó el curso. Dos semanas después me casaba.

Lo más importante para la familia de mi marido era que me quedara embarazada cuanto antes mejor, ya que el tener un hijo varón era condición indispensable para que heredasen unas tierras de un tío-abuelo de mi suegro. Después de la boda nos pusimos a vivir con mis suegros en su rancho. Cada día, yo veía que mi suegro, Jaime, me deseaba cada vez más. Y para gran felicidad de toda la familia y sobre todo de mi suegro, al mes ya estaba embarazada. Bruno seguiría estudiando en el colegio y yo estudiaría a distancia. Sólo tendría que salir para hacer los exámenes.

Y entonces ocurrió la desgracia. Cuando mi suegra fue a llevara su hijo de vuelta al colegio, tuvieron un accidente que resultó mortal para los dos. Según iban pasando los días, Jaime y yo nos fuimos uniendo más; nos consolamos mutuamente.

Según iba avanzando el embarazo, que según decía el doctor iba estupendamente. Bromeábamos diciendo que iban a salir dos futbolistas ya que tenía un bombo enorme, pero el doctor nos aseguró que sólo se oía un latido. Jaime y yo, cada día nos abrazábamos más y la noche del parto, yo estaba dispuesta a tener relaciones con él, ya que echaba muchísimo de menos el sexo. Y en el parto se produjo la sorpresa. No sólo no había una criatura. ¡Había tres! Dos niños, Rubén y Borja y una niña, Claudia. Ni el médico salía de su asombro. Eran tan pequeños que enseguida los metieron en la incubadora, pero estaban muy sanos. Estuvieron seis semanas en el hospital hasta que recuperaran el peso y cuando los fuimos a recoger y hacerme a mí el chequeo, el doctor me dijo que estaba estupendamente y que ya podía empezar a tener relaciones.

Acomodamos a los bebés en el coche y nos dirigimos hacia el rancho. A los dos días de que estuvieran en casa, al atardecer después de que los niños tomaran la leche pusimos a los bebés en sus cunas y nos dirigimos a la sala. Allí, sentados en el sofá, hablando, Jaime, abrazándome, me preguntó:

--¿Echas de menos el sexo?

--Sí, muchísimo. La noche que nacieron los niños, estaba dispuesta a ir a tu cama, porque ya no aguantaba más.

--¿Por qué no dijiste nada?

--Quizá por miedo al rechazo.

--¿Rechazarte? ¡Dios mío! ¿Sabes cuántas veces me he pajeado imaginándome cómo mi verga se metía en tu coño, en tu culo, en tu boca...?

--¿Tenemos tiempo de hacerlo ahora?

--Por desgracia no. Dentro de poco llegarán tus padres.

--¿Y de tomarme tu leche?

--Mmmm. Sí que estás ansiosa, chiquilla –dijo abrazándome más fuerte-. Tenemos tiempo de hacer un 69 si quieres.

Nos desnudamos de cintura para abajo para hacer un rápido y delicioso 69. Los dos llevábamos mucho tiempo "secos" por lo que acabamos enseguida. Jaime se iba de viaje para una semana por cuestión de trabajo que no podía dejas por más tiempo y por eso iban a estar mis padres para ayudarme un poco con los niños. Cuando llegó de su viaje a la semana siguiente, dejó la maleta y llevó a mis padres a su casa. Cuando volvió, yo estaba dando la leche a Borja. Todavía hacía calor y estaba prácticamente desnuda. El verme así lo excitó sobremanera. Me pidió que me quitara la fina bata que llevaba que era la única prenda que tenía puesta. Él también se desnudó y acercó su enorme rabo a mi boca.

Le lamí primero el capullo y luego lamí toda la verga entera para ir metiéndomelo poco a poco, lentamente, en la boca, mientras se le escapaba un gemido lento y profundo. Según iba entrando la enorme, suave y dura verga, se iba poniendo cada vez más dura. Mi boca golosa lamía su tallo como si fuera el más rico caramelo. Una de sus manos sobre mi nuca, me apretaba contra su cuerpo. La otra sobre mi vagina. Uno de sus dedos masajeaba mi clítoris mientras otros dos dedos entraban y salían de mi gruta. Jaime gemía y me decía en voz baja:

--Mmmmm... Nena... ¡Qué rico mamas, mi amor! Síiiii... Aahhhh... Recorre el glande con tu lengua... Así... Chupa con fuerza, nenita, sigue... ¡Qué boquita tiene mi niña! Me vengo cielo, me vengo... ¡Tómate mi leche, cariño! ¡Tómatelo todo! ¡Tómatelo todo! Ahora... Aaahhhggg... –gritó soltando todo su semen en el interior de mi boca.

Yo había tenido un orgasmo con sus dedos, pero necesitaba mucho más. Jaime cogió al bebé que se había quedado dormido de mi regazo y lo llevó a su cuna. Los niños se alimentaban con biberón, pero con mi leche. Tenía tanta que tenía que sacármelo con el sacaleches y solía tener varios preparados. El orgasmo de momentos antes, hizo que me subiera algo de leche.

Cuando Jaime volvió, me quedé mirándole. Era delgado, no muy alto, con una incipiente calva en la coronilla y el pelo blanco, pero con un pene tan grande, ancho, y suave como la seda que para sí lo quisieran muchos. Mi mirada hizo que volviera a excitarse al momento. Se acercó rápidamente y me abrazó. Su boca se acercó a la mía y nos besamos con fruición. Cogiendo mis senos con las manos, me preguntó:

--¿Tienes leche ahora?

--Sí. Y si sigo excitándome más, se llenarán.

--Bien. Esta vez quiero vaciártelos yo. Si para los bebés es bueno, también lo será para su anciano abuelo...

--No te pases –dije riendo y agarrando su pene con las manos-. Este ancianito que tengo entre las manos, tiene que dar muchísima guerra todavía.

Jaime riendo, volvió a besarme. Luego, bajando su boca por mi estómago y dejando los pechos para lo último, llegó hasta mi sexo. Una mano masajeaba mis nalgas y entonces colocó la punta de su de su dedo en la entrada de mi ano sin introducirlo, mientras abriéndome de piernas su lengua exquisita buscaba mi clítoris, lo encontraba y lo acariciaba con maestría. Entonces su dedo se introdujo muy, muy, muy despacio y empezó un vaivén de locura. Lo metía y lo sacaba sin parar a un ritmo acompasado. Su lengua se adentró en mi vagina hasta que la sentí llenarme. Me retorcía de gusto sobre el sofá. Estaba loca de placer, gemía y gritaba que me diese más, que me diese más lengua, mientras sostenía con mis manos su cabeza y la apretaba contra mi raja. Cuando estaba a punto de correrme, aparté su cabeza de mi raja y susurrando entre gemidos, le dije:

--¡Fóllame, papi, fóllame...!

Mi suegro no se hizo esperar. Se situó encima de mí y me masturbó durante unos minutos más con su tremenda verga. Luego, su enorme glande se fue introduciendo en mi vagina, que se abría y lo aceptaba con gusto. Y empezó e bombear denteo de mi mientras se metía uno de mis senos a la boca. Cuando la vació de leche, lo cual hizo que tuviera un orgasmo, que hizo que mi suegro eyaculara su espeso, rico y abundante semen en mi interior. Su bombeo se fue haciendo más lento, pero sin pararse, mientras vaciaba de leche mi otro pecho.

Después nos levantamos sin que Jaime sacara su verga de mi vagina. Ese movimiento nos volvió a excitar y apoyó mi espalda contra la pared, rodeando su cuerpo con mis piernas. La follada fue increíble. Después me llevó a la bañera. Allí, me culeó varias veces bajo el agua calentita. Después de lavarnos mutuamente, secarnos y nos fuimos a la cama. Allí, volvió a follarme otra vez y nos dormimos agotados.

Pasaron los meses y los niños iban creciendo estupendamente. Desde aquella primera vez, la cama de mi suegro se convirtió también en la mía. Él era mi macho, mi hombre y yo era su mujer. Con él aprendí a hacerlo en todas las posturas imaginables.

Rubén y Claudia, acostumbrados al biberón, nunca quisieron pecho, pero a Borja todavía le seguía poniendo una o dos veces mamando ya que todavía me quedaba bastante leche. A Jaime le encantaba verme desnuda con el niño mamando de la teta. Entonces, a veces metía su vergota en mi boca, para que yo también tomara leche, otras veces me follaba sin más dilación o se agachaba, me abría de piernas y me comía el coño. Una tarde, llegó del campo y me encontró dándole la teta al niño. Rápidamente, se desnudó, se agachó y empezó a comerme el coño. Yo estaba excitadísima, tenía los ojos cerrados y tenía el cuerpo temblando del placer que sentía. De repente, oímos unos gemidos a la entrada. Había venido mi padre de visita y se había traído un primo de mamá para que pudiera conocer a los niños. Papá tenía llaves de casa para no despertar a los bebés por lo que había entrado tranquilamente. Al ver la escena, se quedaron muy sorprendidos pero ninguno de los dos pudo evitar empalmarse rápidamente. Nuestra sorpresa fue igualmente mayúscula, pero ya no podíamos parar. En eso se oyó la voz del primo:

--¡Cómo me gustaría participar!

Papá debió de asentir con la cabeza. Jaime se levantó un poco y metió su enorme verga en mi vagina. Con la mirada, me preguntó si estaba dispuesta para la fiesta. Asentí. Entonces, Jaime les hizo una seña para que se acercaran. Les faltó tiempo para desnudarse. El primero en acercarse fue papá y metió su verga en mi boca. Al primo lo masturbé con la mano. Luego, antes de que Jaime y papá se corriesen, mi suegro y yo nos levantamos, hicimos sentarse a papá, me senté encima de su pija clavándomela en el culito y volviendo a meterme la pija de mi suegro por la vagina. El pene de Jesús, el primo, me la metí a la boca. El orgasmo entre los tres fue increíble.

Actualmente, con veinte años, y mi suegro, cincuenta, tenemos otros dos hijos. Al primo, no lo he vuelto a ver. Con papá, he follado varias veces. A veces los dos solos y a veces junto con mi suegro. Y espero que siga muchos años.