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Mi lady vero (libido al natural)

en Hetero: Infidelidad

Mi lady vero(libido al natural )

(Maracaibo, septiembre de 1990)

Mi relación con Yuleisi llevaba algunos meses en los cuales ambos habíamos experimentado los límites del placer libidinoso y desmesurado. Me convertí en su novio oficial, lo cual evitó que en un momento su hermana la sacara de la pieza donde vivía porque ahora ella tenía quien la representará y yo quien me quisiera. Era la relación perfecta aunque muchos nos auguraran lo peor, cada día la amaba más y creo que ella a mí también.

Pasaba casi todos los días por su casa, pero los viernes me quedaba a dormir con ella, por eso desde el jueves en la tarde ya comenzaba a excitarme tan solo de imaginar las travesuras que me tenía preparadas. Nunca me defraudaba, siempre había algo nuevo, algo más y más estimulante que irremediablemente me atrapaba a ella, como la tarde en que la conseguí afanada con varios envases vacíos de roll on para fabricarse unas "bolas chinas" como las del cuento que yo le había narrado... y en verdad las hizo.

Con el tiempo ideamos muchísimos juegos que nos ponían bien calientes por que estimulaban nuestras fantasías más lujuriosas, el que más me excitaba era el del carcelero y la prisionera para el cual utilizábamos el bañito de su pieza como celda. El juego consistía en que ella era una hermosa prisionera y yo el incorruptible carcelero que la custodiaba todas las noches. Valiéndose de sus encantos comenzaba a seducirme para que la dejara escapar pero yo ponía resistencia a cada una de sus argucias. La primera siempre era la de sacarme la verga, ya dura para ese instante, y comenzarla a mamar, apenas interrumpiendo su faena para implorarme:
- Anda... déjame salir, un ratico nada más ¿Sí?
- ¡Qué no! –le respondía yo mientras tomaba su cabeza para llevarla de nuevo a mi miembro viril-
- Entonces no te la chupo más –replicaba-
- No lo hagas... tú te lo pierdes
Permanecíamos en silencio por algunos instantes y ella de nuevo comenzaba con sus provocaciones.
- Señor carcelero, hace mucho calor acá. ¿Me permite que me despoje de mis atuendos para refrescarme las tetas?
- Hágalo, prisionera, pero no abuse de mi confianza.
En ese momento Yuleisi se quitaba la franela o el sostenedor, según lo que llevara encima y comenzaba a soplarse amabas tetas mientras yo la miraba expectante y excitado. Siempre dejábamos cerca una jarrita con hielo para esa parte de la comedia por que enseguida ella tomaba un cubito y al frotárselo por sus pezones decía:
- ¡Qué rico, Ahhhhh! ¡Que refrescante! Pero no me consuela tanto como una buena lengua que me sepa llegar a donde es.
Yo permanecía callado en esta fase del juego pero mi pulso se aceleraba al suponer lo que vendría después:
- Señor carcelero, necesito su ayuda. Siento un ardor intenso en mis pezones que no se me calma ni con el hielo ¿Podría usted revisármelos?
- Está bien, prisionera, pero creo que está abusando de la confianza que le doy.
En ese momento me acercaba a ella y comenzaba a hurgar en sus pezones para excitarla más, al final le decía:
- Es una pequeña irritación causada por el calor, voy a humedecérselos un poco para que sienta algo de alivio.
Enseguida comenzaba el más delicioso trabajo que le fuera encomendado a mi lengua, se los chupaba como a ella le gustaba, succionando fuertemente la areola y apretando ligeramente el pezón, pero a los pocos segundos se los soltaba para dejarla prendida y hacerla que me implorara.
-Carcelero, por favor, es muy poco. Consuéleme un poquito más o me los empiezo a frotar con una lija.

Después de eso, la "picazón" se extendía por sus labios, por sus nalgas y hasta en su sexo y a mí me tocaba el agotador trabajo de calmarle sus ardores con la lengua, cuando ya no podía controlar la situación la llevaba a la enfermería del penal que no era otra cosa que su cuarto y allí el "doctor" que coincidencialmente también era yo tenía que encargarse de follarla para calmarle el picor que ya se había metido hasta su vientre.

Después de eso nos quedábamos tendidos en la cama como dos niños que terminan una travesura y ella siempre concluía con la misma frase, que a pesar de lo repetida nos ponía a reír:
- Señor carcelero... creo que ya he pagado mi condena. ¿Me puedo ir?
A veces la dejaba ir para que diera un par de vueltas por allí y enseguida volviera a pedirme más o a iniciar otro juego pero en otras ocasiones le decía que su condena se había duplicado por sobornar a un carcelero y desnudarse en sitios públicos, para pagarla me tenía que dar uno de esos masajes estimulantes que solo ella conocía... esto último le gustaba más que su propia libertad.

Teníamos pensado vivir juntos definitivamente y a ambos nos agradaba esa idea, pero un hecho fortuito me hizo postergar la decisión. Fue una tarde al salir de la facultad, estaba gestionando algunos tramites para mi acto de grado y ya me disponía a volver a casa cuando un bocinazo me hizo parar en plena Circunvalación 2, era Verónica.
- ¿Qué hay? ¿Podemos hablar?
- Después de tanto tiempo sin vernos, por supuesto. –le respondí-
Subí a su auto y nos fuimos sin rumbo fijo, al menos para mí, solo cuando tomamos la 5 de julio supuse que iríamos a dar a la Plaza de la República y así fue. Cuando llegamos estaba repleta, pero pudimos encontrar una banca desocupada justo al frente del Obelisco, allí nos sentamos silentes por algunos momentos. Ella se encargó de romper el mutismo que nos envolvía, los dos estábamos tensos
- ¿Por qué te alejaste?
- Tenía que ordenar mis pensamientos
- ¿Y llevas cinco meses en eso? Por que será que siento que estás subestimando mi capacidad de raciocinio.
No pude responder, no había argumentos.
- ¿Estás saliendo con otra persona? –volvió a preguntar-
- Sí
- Entonces cuéntame.
Tuve que sincerarme con ella y le hablé de mi relación con Yuleisi, de lo que habíamos vivido y de lo que teníamos planteado. Escuchó callada e inexpresiva hasta que terminé.
- Yo lo presentía, de todas formas quería escucharlo de tu boca. También quiero que sepas que dentro de poco me voy del país, ya culminé mi pregrado y pienso hacer la maestría en Estados Unidos... esa misma que íbamos a hacer los dos: literatura inglesa.

Tragué grueso y no supe que responder, quedé como un idiota contemplando el obelisco mientras su mirada escrutadora se cernía sobre mí para exigirme una respuesta, un argumento, una palabra.
- ¿Quieres saber lo que siento? Rabia, mucha rabia y no la puedo contener. Tú sabes que nunca he sido vanidosa o prepotente... Si hasta hace poco era activista de izquierda en la universidad y siempre fui sensible a las causas sociales, pero en estas circunstancias siento impotencia al ver que una mujer como "Yuleisi" es capaz de llegar a ti con más fuerza que yo. Creí que esa noche cuando nos entregamos frente a la ciudad, habíamos sellado un pacto y resulta que solo estaba rayando sobre un papel escrito.

Sentí compasión por ella pero también me armé de valor para enfrentar sus argumentos, aunque eso significara revelarle lo que hasta a mí mismo me pretendía ocultar.
- Son dos sensaciones distintas, Verónica, dos dimensiones del amor que me llegaron de golpe y casi sin darme tiempo para reaccionar. Por un lado esta la pasión idealizada que siento cuando estoy junto a ti y que me reencuentra con esa esencia sublime que yace dentro de cada uno de nosotros, pero tampoco puedo ocultar ese deseo frenético que se me envuelve cuando estoy con ella, al principio solo era un impulso sexual, pero a partir de ese impulso he llegado a enamorarme conjugando la excitación y la ternura de una manera tan armónica que me dan el control de la situación.
- Entonces eres un cobarde y perdóname que te lo diga. La prefieres a ella por que puedes predecirla y estás convencido de que nunca se te saldrá de las manos. En cambio conmigo solo te queda el recurso de la sorpresa, de lo inesperado.

Y estaba en lo cierto, para que negarlo. Verónica me conocía de una forma tan minuciosa que solo podía ser el resultado de un análisis continuo de cada una de mis actitudes, interpretando acertadamente hasta mis distanciamientos más inmaduros, como este último. Definitivamente era esta actitud machista que me habían inculcado desde que empecé a tener uso de razón la que no me dejaba apreciar en todo su esplendor una mujer como ella, una mujer en todo el sentido de la palabra.

- Tan solo te pido que me concedas el derecho a replica –me dijo al cabo de un silencio reflexivo que nos envolvió a los dos-
- Ya lo tienes –le respondí- desde que llegamos te he escuchado y no puedo negarte la razón.
- No me refiero a ese tipo de replicas y tú lo sabes muy bien. Quiero que me dejes actuar en el mismo terreno que lo ha hecho Yuleisi, en el del sexo... voy a demostrarte lo que puede hacer una "niña bien" cuando está enamorada.
- Esto nos puede hacer daño a los dos –le dije-
- En todo caso yo sería la más afectada y estoy dispuesta a correr el riesgo... ¿Vamos?
- ¡Vamos!
Subimos de nuevo a su auto y emprendimos rumbo desconocido –como siempre para mi- Pero esta vez las cosas fueron más lejos de lo que pensaba, tomamos la Milagro Norte y poco a poco nos alejamos de la ciudad, cuando le pregunté a donde íbamos me respondió:
- Te dije que no iba a replicar con palabras, sino con acciones y esta es la primera.
Diciendo esto se detuvo en plena vía para colocarme una venda en los ojos que me impidiera ver el resto del trayecto, bajó los vidrios del auto y apagó el aire para que la brisa nos llegara directo a la cara, ya era de noche, por último encendió la radio para que coincidencialmente se escapara una canción de Miguel Mateos que decía una y mil veces "obsesión"... "obsesión"
- ¡Coño! esta vaina es un oráculo –se apresuró a decir mientras le daba todo el volumen-

Al principio el juego de Verónica solo me había incitado la curiosidad, pero en la medida que avanzábamos por aquella vía que suponía solitaria a esas horas; que la canción sonaba contagiándome con su ritmo (aunque no soy amante del pop) y que solo podía imaginar el paisaje a mi alrededor por que tenía los ojos vendados me fui excitando de a poquito. Ya cuando sacó mi verga para masturbarla con la otra mano, estaba más que enhiesta y reclamando su consolación.

Me masturbaba con una maestría enloquecedora, a intervalos con delicadeza y en otros apretando fuertemente el tronco de mi miembro para dejarme la sensación de que estaba dentro de una estrechísima vagina, no permitía que me viniera y cuando ya presentía los primeros espasmos me la soltaba por unos minutos para que me recuperara.

El trayecto llevaba varias horas, por lo que deduje que nos encontrábamos muy lejos de Maracaibo, pero cuando le pregunté donde estábamos solo se limitó a responder: "A tres cuadras del placer, diagonal al deseo y justo al frente de varios orgasmos compartidos... aquí nos quedamos" Y detuvo el auto.

Bajó del auto pero no me permitió que lo hiciera yo, al menos por los momentos. Pasados algunos minutos abrió la portezuela y despojándome de los zapatos me autorizó para que saliera pero aun no dejó que me quitara la venda. Ya fuera del vehículo comencé a imaginar donde me encontraba, aquel vaivén de olas y el sonido de las palmas mecidas al viento, aquella arena que se colaba entre mis pies: era la casa que su familia tenía en la playa.

- Ya sé que estamos en la playa –le dije- ahora si me puedo quitar la venda ¿verdad?
- No. Solo cuando me agarres. Para que te motives te garantizo que traigo puesto el bikini más estrecho que me pude conseguir y solo la parte de abajo por que lo de arriba definitivamente no me lo pude acomodar después de varios intentos.
Lo cierto es que había dado en el clavo con esto último que dijo por que me calentó hasta más no poder. Comenzó a cantar una de sus canciones favoritas en inglés para que me guiara por su voz, que para colmo era preciosa, como todo en ella. Llevábamos algunos minutos en aquella travesura cuando me dijo:
- Te voy a dar ventaja para que veas que no soy tan mala. Mientras tu me persigas con los ojos vendados, yo solo me moveré gateando.

Ya no pude resistir más tanta tentación junta, me quité la venda y fue así como la pude ver, en cuatro patas, gateando provocativamente como felina en celo, y yo, como el tigre de Malasia que nunca llegaré a ser, me le abalancé encima dispuesto a descargarle todas las reservas seminales que había acumulado en tres horas de viaje y de excitación.
- Así no se vale –me dijo sonriente mientras me tumbaba sobre ella en la arena para impedirle escapar-
- Lo más divino de estos juegos es romper las reglas por que te acercas más a las delicias de lo prohibido.
Yo sujetaba sus brazos delicadamente mientras su mirada se posaba en la mía, apenas las luces de la casa nos alcanzaban tenuemente pero eran suficientes para que cada uno buscara en los ojos del otro, esas respuestas que no se pueden dar con palabras. Me fui acercando a su rostro, con calma, con parsimonia, hasta llegar al radio de su respiración, acelerada por los correteos y el deseo acumulado.
- Así... no... se... vale –repetía cada vez más quedo-
Yo atrapé sus labios con los míos para no dejar que siguiera repitiendo aquella frase que me enloquecía de placer, la besé, me besó o nos besamos para conjugar mejor el verbo más prolongado de la gramática española. Su lengua se debatía con la mía en un restregar interminable que me dejaba un sabor a ella imposible de olvidar, un sabor blando pero a la vez intenso en el que se percibían sus ganas, sus calenturas, sus deseos y su rabia. La terminé de conocer gracias a aquel sabor.

Cuando nuestras bocas se separaron Verónica se las ingenió para zafarse de mí y hacer que se invirtieran los papeles, ahora yo permanecía boca arriba sobre la arena y ella impidiéndome escapar con sus piernas a ambos lados de mis caderas, tan solo unos centímetros separaban su sexo del mío, el de ella apenas semioculto en un estrecho bikini rojo que jamás imaginé que se llegaría a poner.
- ¿Y ahora cómo te sales?
- No lo sé, creo que aquí moriría feliz –le dije mientras me posesionaba de sus muslos con cada una de mis manos-
- La única forma de salir es pagando tributo y te lo voy a cobrar.
Diciendo esto llevó su boca hasta cada una de mis tetillas y las comenzó a besar, nunca pensé que aquello fuera tan placentero, al menos para un hombre y hasta siento vergüenza de confesarlo, pero la sensación del momento me hizo reconsiderar la teoría de que todos los hombres tenemos un lado femenino con el que nos debemos encontrar de vez en cuando sin que eso implique homosexualidad.

A todas estas, ya mi verga estaba a punto de reventar la bragueta que ella misma se encargó de abrir, pensé que me la iba a chupar pero no lo hizo, esta vez se deslizó un poco más hacia atrás y con movimientos estratégicos se la ensartó justo en su ombligo, cubriéndome apenas una pequeña parte del glande. Aquello me desilusionó al principio por que no sospechaba lo que iba a hacer, luego se acomodó como si fuese a realizar flexiones de pecho y empezó a deslizar lenta y provocativamente el tronco, de manera que mientras su vientre se movía, mi sexo también lo hacía, como en una danza frenética donde los amantes no se separan.

Con esa maniobra no me hacía acabar pero si me enloquecía de delirio, mi sexo estaba erguido a más no poder y se me ensanchaba el ego al fantasear con la idea de que toda su anatomía estaba sostenida sobre mi falo, definitivamente era el efecto psicológico que producía aquel juego lo que excitaba al hombre por que le tocaba su punto débil: su virilidad, y que inteligente Verónica que sabía como explotar estas debilidades a su conveniencia. En poco tiempo los fluidos preseminales se encargaron de llenar aquella pequeña oquedad que era el preludio de otra mayor. Cuando le dije que ya no resistía más, que necesitaba acabar se apartó de mí y me dijo:
- Eso no. No me gusta que acaben fuera de mí como en una vulgar película pornográfica, o me llenas como ya lo has hecho o te haces la paja tú solo.
- Entonces volvamos a invertir los papeles, para que yo me pueda recuperar mientras te doy placer a ti.
- ¿Que se te ocurre?
- Un masaje chino. –le dije-
- Eso me gusta y hasta lo tenía previsto. ¡Mira! –dijo mientras me entregaba una botellita con aceites aromáticos- A propósito ¿Cuándo fuiste para China?
- La semana pasada en un viaje astral –le dije para continuar su broma-

Ambos reímos con la ocurrencia y ella se volteó para que le diera el masaje. Ingenuamente pensé que mientras le daba un poco de placer me podía recuperar de la excitación inicial y hacerle el amor sin acabar en un dos por tres como siempre me ocurría después un preámbulo tan prolongado y estimulante... pero no fue así. Ella siempre se las arreglaba para echar por la borda cualquier intento que tuviera de controlar la situación. ¿Será por eso que le temía tanto cuando se ponía mañosa?

- Esto me está estorbando –dijo mientras se bajaba el bikini de forma tal que su culo quedase completamente descubierto- Ahora si puedes hacer bien tu trabajo... Comienza por allí.
- Pues no. No voy a comenzar por allí –le respondí tomando el control- Eso sería poco poético.
- ¿Y qué es poético entonces?
- Poético es ir explorando tu anatomía centímetro a centímetro, conociendo tus hendiduras y tus oquedades, delineando las curvas de tu silueta en una caída libre impulsada por las ganas y el aceite... Poético es ver como tus vellos se erizan al hacer frente al deseo y arrancarte pequeños quejidos que se disuelvan en la arena... ¿Qué te parece?
- Que te falta bastante para ser un Fernando Pessoa, pero para mi está bien, siempre y cuando sepas llegar con tus manos hasta donde has llegado con tus palabras.
- Pues vamos a hacer el intento.

Comencé por sus pies afanándome sobre su arco, una y otra vez con insistencia pero al mismo tiempo con la delicadeza que exigía la situación. Ella empezó a reaccionar cerrando los ojos y estirando ligeramente la cabeza hacia atrás, de forma que su cuello quedase descubierto. Seguí avanzando en una caricia prolongada y aceitosa que me llevó por todas las pantorrillas hasta donde estas se unen con los muslos, justo detrás de las rodillas, allí encontré lo que andaba buscando una de sus zonas erógenas, y digo una, por que tratándose de una mujer tan compleja como Verónica, era casi seguro que tuviera más de un lugar en su cuerpo a donde su sensibilidad se hiciera extrema y al que ningún hombre habría llegado.

Su respiración se aceleraba, sus ojos permanecían cerrados y tan solo un leve murmullo que parecía brotar de su misma alma era lo que percibía, un murmullo continuo y apenas perceptible que denotaba un placer intenso y misterioso, como la naturaleza misma de la mujer.
- No sigas allí, te lo imploro... estás doblegando mis defensas y si voy a rendirme que sea con dignidad, cuando acabes dentro de mí, cuando riegues mi interior con lo que me estás guardando.

Entonces seguí avanzando por sus muslos como la caballería victoriosa que escala por la montaña para llegar hasta la plaza que pretende conquistar, ya las resistencias estaban vencidas y más arriba solo me esperaba la confirmación de la victoria: su sexo o el corazón mismo donde debía dar la estocada final. Allí llegué con mis dos pulgares que se acomodaron entre sus ingles mientras el resto de mis dedos reposaban sobre el vientre.

Allí la viscosidad se confundía, los aceites, sus fluidos y los míos conformaron una sola esencia para darle entrada a mi verga firme y desafiante, esa misma que iba a dar la estocada final clavándose en el corazón del oponente, mas no fue así, al penetrar en ella me di cuenta que era la vaina de mi espada la que me esperaba, el lugar de donde una vez salió y a donde irremediablemente debía volver.

La experiencia fue distinta, quizás por que a diferencia de la primera vez con ella, ahora me encontraba sobrio y a cielo abierto. Sentía sus contracciones sobre mi tronco y sus fluidos empapándome el vello púbico, calculaba el filo de sus pezones, erectos bajo mi pecho y queriendo dejar sus huellas para siempre; y justo entre la pequeña distancia que separaba nuestras miradas esa respiración que se colaba con la mía para fusionarse en un aire común y compartido, un aire nuestro que más nadie podía respirar. Alcanzar el orgasmo en aquellas circunstancias era un reencuentro con la plenitud perdida que en algún momento de nuestra vida pretendemos encontrar, casi siempre vanamente.

Así acabó, así acabé... dentro de ella como le gustaba, inyectándole la condensación líquida de una pasión idealizada, sublime y hasta cierto punto, platónica. Después vino el relax, la calma, el contacto tierno y post-orgásmico (perdón por inventar la palabra) de dos amantes que se requieren para complemento mutuo, para la reafirmación de una identidad única que, aunque separada, siempre pugna por buscarse, por reencontrarse después de un largo peregrinar impuesto por las circunstancias.

Permanecíamos sentados en la orilla, ella de espaldas a mí recostándose sobre mi pecho y yo rodeándola con ambos brazos. Las olas seguían yendo y viniendo danzando al compás del mismo viento que mecía las palmas y que nos traía una brisita fresca que nos reconfortaba hasta el alma. Permanecimos silentes por largo rato pero en ese instante no hacían falta palabras, aunque ella volvió a quebrantar el mutismo.
- ¿Tú crees en la existencia de almas gemelas?
- Te refieres a esa teoría que tiene la gente de "la nueva era"
- Sí.
- No lo sé. Me cuesta asumir la idea de que un alma se bifurca para evolucionar por separado y que al cabo de algún tiempo se reencuentra. Si eso fuera así no habría tantos divorcios. ¿Y tú?
- Yo tampoco creía.
De nuevo silentes, ambos nos abstraímos en nuestros pensamientos y sensaciones para dejar que se escuchara la cinta que Verónica había colocado en el reproductor de su auto: música barroca.

Las comparaciones en mi mente se hicieron inevitables porque no lograba explicarme lo que estaba sucediendo. Hacerle el amor a Yuleisi y hacérselo a ella eran dos experiencias diametralmente opuestas pero en el mismo grado placenteras. La diferencia más significativa estaba después del orgasmo, con Yuleisi me sobrevenía un período de no-excitación en el que podía ordenar los pensamientos y hasta olvidarme de ella por algunos minutos, aunque después volviera a caer en sus redes; pero con Verónica la cosa cambiaba, primero por que era una sexualidad más moderada que me permitía retardar el clímax y esperar a que ella también se viniera y por otra parte estaba esa sensación de nostalgia que me quedaba al separarme de su regazo, era como salir de casa para ausentarme por largo tiempo, como dejar algo, no que me pertenecía sino a lo que pertenecía.

Qué difícil es traducir las emociones a pensamientos pero peor aun es llevar los pensamientos a las palabras, ahí sí colapsa mi diccionario. Quizás lo que estaba viviendo en aquel instante se resumía más fácil con un poema o con una canción, pero como no soy tan bueno para crear o comprender una metáfora, me las tengo que ingeniar con los recursos narrativos. Verónica sí comprendía lo que estaba pasando y lo tradujo magistralmente cuando me dijo:

- "Es como el adiós de las golondrinas"
- ¿ A qué te refieres? –le pregunté-
- A este momento, a las circunstancias que hoy nos envuelven. ¿No has visto las golondrinas cuando emigran?
- No –le dije sin querer preguntar si eran como las yaguazas del Lago-
- Yo las vi alguna vez en Buenos Aires, era una tarde nublada y miles de ellas iban en desbandada con rumbo desconocido. Verlas partir te deja una sensación de nostalgia pero también te da un nuevo concepto de la libertad, una libertad que a veces se paga con tristeza.
- ¿Te sientes triste? ¿No es así?
- Por una parte, pero lo que predomina en mis sentidos es la nostalgia, una nostalgia bonita que me deja un recuerdo grato de lo que aún es presente.

Que capacidad tan maravillosa tenía para simplificar las cosas sin despojarlas de esa carga mágica que envuelve algunas emociones impredecibles. Quizá sea por su naturaleza, una naturaleza más compleja que la mía y por ende más proclive a la influencia de lo sublime, de lo bello-misterioso y de lo trascendental... definitivamente Verónica era una mujer holistica, esa era la única palabra con la que la podía definir, pero también estaba consciente de que no todos podemos asumir lo holístico en toda su magnitud.

Dos semanas después la acompañé hasta el aeropuerto, me despidió con un beso leve pero antológico que aun me trae su sabor cuando las asociaciones caprichosas del destino me hacen escuchar la canción "obsesión" de Miguel Mateos. Me dejó un sobre con su dirección en Boston, un cheque para cubrir un boleto de avión hasta aquella ciudad y una fotografía.

El cheque y la dirección todavía los tengo en el sobrecito, guardados para entregárselos cuando las golondrinas vengan por Maracaibo; la foto la pegué en mi guardarropa pero procuro no verla mucho para que no se me gaste. A veces la evoco e intento masturbarme con su recuerdo pero no puedo acabar, quizás por que su presencia tacita aun no admite que acabe fuera de ella.

De todas formas, no me arrepiento de la decisión que tomé, una y mil veces la volvería a escoger porque mi destino y mi tranquilidad están aquí, en este patio desde donde ahora escribo y con Yuleisi, mi Yuleisi... "La Cachifita de los Patios".