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Niña Lucía (Agua sucia)

en Sexo Anal

Continuación de: http://www.todorelatos.com/relato/51014/

 

El viernes siguió su camino, y Joan se fue de casa de Lucía antes de que llegaran los padres de la muchacha. Lucía se apresuró a rehacer la cama de sus padres donde, tras su masturbación y la posterior “violación” de Joan, las sábanas habían quedados hechas un amasijo de tela a los pies del colchón. Escamoteó una nueva píldora “anti-baby” de la cajita de su madre y se puso a ver la tele sin siquiera ganas de buscar una peli porno. Su sexo estuvo irritado durante horas.

Cenó sola Niña Lucía. Llegaron luego sus padres y detrás de ellos llegó el sábado. Y con las primeras luces del sábado, sus padres se volvieron a marchar al trabajo.  Ya no los vería en todo el día, y Lucía, sola y aburrida, cogió su móvil.

Joan. Stoi en ksa sola. Vn y t dare lo q t prometi. Un bso dnd tu sabs.

 

I. De compras.

Niña Lucía sabía que tenía algo de tiempo hasta que Joan despertara y viera el mensaje. Se duchó, se vistió, cogió su bolso y su grueso abrigo para no ser reconocida y salió a la calle. No tuvo que caminar mucho. Su destino estaba a menos de tres manzanas de su casa. Se paró ante la puerta, miró a uno y otro lado y entró.

“ho-hola.”- le tembló la voz a Lucía. Era la primera vez que entraba en un local de esos, y tanto objeto y tan explícito la incomodaban.

“Muy buenas, chiquilla. ¿Puedo ayudarte?”- le respondió la dependienta, una guapa joven de aspecto “alternativo”, mirándola divertida.

 “Verás… yo… esto…”- Los ojos de Lucía no estaban quietos. Viajaban de un lado a otro y, cada vez, su cara iba tomando tintes más rojizos. Se acaloraba. Tuvo que quitarse el abrigo.

La dependienta rió.- “Tranquila, pequeña. No le tengas miedo a estas cosas. Ya estás en edad de usarlas.”- aquellas palabras de la mujer calmaron muchísimo a Niña Lucía. “Ya estás en edad de usarlas.” Era verdad. Ya era toda una mujer en todos los sentidos (excepto en sus pechos, que se negaban a dar el salto definitivo a la culminación de sus sueños). Se decidió.

“Quisiera un bote de lubricante. Hoy quiero darle a mi chico algo especial”

“Vaya. Una chica aguerrida. ¿Cuántos años tienes?”- preguntó la joven dependienta del sex-shop.

“¿Importa?”- la inseguridad volvió a hacer mella en Lucía.

“Si te digo la verdad. NO. Si quieres comprarlo te lo voy a vender igual. Porque si quieres hacerlo lo vas a hacer igual y el que hayas venido aquí demuestra dos cosas. Una, que quieres hacerlo bien. Y si no te vendo el lub, seguro que tú y tu amiguito lo intentáis con cualquier otra cosa y puede ser peligroso… y otra, que tienes unos ovarios muy bien puestos, pequeña. Con tu edad yo no hubiera entrado en un local de estos ni soñando. “

Sonrió Niña Lucía. Sonrió también la dependienta, que puso encima de la mesa un botecito de lubricante y guiñó un ojo a la muchacha.

“¿Sabes cómo hacerlo? ¿La limpieza previa y todo eso?”- inquirió la dependienta. Niña Lucía, con las mejillas avergonzadas, movió negativamente la cabeza.

“Bien. Esto del lubricante no tiene misterio, es untar bien la entrada, untar la punta de la polla de tu amigo e intentarlo poco a poco. Primero que use los deditos para agrandar porque si no te va a reventar, preciosa. Pero antes vas a tener que hacerte una limpieza…”

“¿Limpieza?”

“Claro. ¿No querrás que a tu amigo se le manche el rabo de mierda?”- Niña Lucía, azorada, no supo contestar.- “Mira, podéis usar un enema, o, directamente usar la manguera de la ducha…”

“¿Cómo?”- Niña Lucía pensó en la ducha de su casa, y la alcarchofa en que acababa, mucho más grande que un puño.

“Digo sólo la manguera, niña. Y no tienes que metértela… si no quieres.”- la mujer guiño el ojo izquierdo.- “Le quitas la última parte, abres el grifo con agua tibia y apuntas bien a tu agujerito. Sentirás que el vientre se te va llenando. Aguantas un poquito y luego lo echas todo. Saldrá mucha “agua sucia”, y tendrás que repetir la acción unas cuantas veces. Pero todo sea por hacerlo higiénicamente. ¡Ah! Y controla a tu amiguito, que los hombres pierden la cabeza ante un culito como el tuyo…”

Niña Lucía rió. La dependienta observaba su culo. Era verdad. Era un buen culo. Sin ninguna duda. Los hombres perdían la cabeza ante un culo como ése.

“Por cierto, con tu amiguito no hace falta, pero si vas a follarte a algún otro, usa preservativo. Que no habrá riesgo de embarazo, pero nunca sabes lo que te puedes encontrar por ahí y esto es más peligroso que un polvo normal.”

“Entendido.”- asintió Niña Lucía con una sonrisa. Aunque era extraño. Hasta que no lo oyó de palabras de esa desconocida,  jamás pensó en follarse a “algún otro” que no fuera Joan. ¿Por qué se lo habría dicho aquella mujer? Sin embargo, ahora, la idea no le parecía tan lejana…

Niña Lucía cogió el bote, disimulado en una bolsa blanca, sin logotipo, pagó católicamente y, antes de salir del local, se volvió hacia la dependienta y la miró a los ojos.

“Quince”.- Dijo.-“Tengo quince”.

“¡Te espera un futuro cojonudo, niña!”- exclamó la mujer, alzando los pulgares al cielo.

Niña Lucía sonrió, salió del sex-shop con el abrigo doblado sobre el brazo y la cabeza bien alta y se fue a su casa.

Nada más llegar, buscó el móvil, que se había dejado olvidado. Un mensaje. De diez minutos antes. Joan.

Boy xa alla.

Conciso. Directo. Nervioso y apresurado. ¡Cuánto decía aquél mensaje de Joan en esos momentos! Niña Lucía se dejó caer en el sofá sonriendo, aún con la bolsa con el bote de lubricante en las manos. Otra barrera. Iba a romper otra barrera. Ya estaba segura. Si no hubiera tenido que conocer a su tío, estaba segura que habría entregado su virginidad a Joan. Ahora lo iba a hacer. Otra virginidad, pero se la iba a dar a Joan. Se lo merecía.

El timbre la sacó de sus pensamientos. De un salto, se levantó del sofá y fue hasta la puerta. La abrió y, sin siquiera una sola palabra, se lanzó a los brazos de Joan y lo besó con una pasión que la superaba.

Entraron en casa y cerraron la puerta.

 

II. Agua sucia

“¿Preparado para el regalo?”- suspiró Niña Lucía al oído de Joan.

“Si tú estás dispuesta, estoy preparado.”

Niña Lucía sonrió y lo llevó al baño de la mano.

“Primero, vas a tener que limpiarme”- A Lucía no le sorprendió la cara de extrañeza de su novio.- “Duchémonos antes”.

A Joan la idea le convenció. Sonriendo, y sin dejar de mirar el cuerpecito delgado de Lucía, cada vez más desnudo, comenzó a desvestirse. Cuando acabó, Niña Lucía ya estaba calentando el agua de la ducha.

“¿Vienes?”- preguntó, metiéndose en la ducha y comenzando a mojar su cuerpecito desnudo.

Joan tembló. Jamás pensó que Niña Lucía podía asemejar tan lasciva, con el agua cayendo sobre ella, empapándola, creando ríos por su torso casi plano y sus piernas, pegando la corta melena rubia a su cara. Su polla, por fin desnuda, empezó a despertar.

Joan se introdujo en la ducha y cerró la puerta de plástico traslúcido tras él. La ducha era pequeña, pero lo suficientemente grande como para que los dos pudieran moverse sin problemas.

Niña Lucía apuntó los chorritos de la ducha hacia el pecho de Joan, al tiempo que con la otra mano rodeaba y comenzaba a acariciar su polla. Joan suspiró. El agua resbalaba por su pecho y bajaba en tropel hasta calentar la verga que se estremecía en la mano de Niña Lucía. Se mojaron los dos, juntos, acariciándose, hasta acabar empapados. Niña Lucía, el doble.

Entonces la muchacha comenzó a desenroscar la alcarchofa de la ducha, dejando que el agua saliera en un solo chorro a través de la manguera.

“¿Me vas a limpiar antes, cariño?”- preguntó Niña Lucía, con voz y gesto de niña buena. La niña buena que, sabía, hacía mucho que había dejado de ser.

Joan cogió la manguera de la ducha, que seguía vomitando agua constantemente, mojándolos a ambos. Lucía se volvió y puso sus manos sobre la pared de azulejos, al tiempo que alzaba su culo.

“Apunta dentro. Pero con cuidado, Joan.”- Lucía temblaba. Nervios, frío, impaciencia, excitación… quizá algo de miedo. No. Miedo no. Confiaba en Joan. Sin duda.

Joan, aunque Lucía no lo viera, asintió. Se había quedado sin palabras. Disminuyó la fuerza del chorro y lo enfrió un poco manipulando las ruedecillas del grifo. Antes de apuntar al ano de Lucía, comprobó varias veces el agua sobre el dorso de su mano. Cuando vio que ya no podía hacerle daño a su chica, se agachó tras ella y, con la mano izquierda, separó las nalgas de la joven, descubriendo allí en medio, su fruncido agujerito. Joan, como Niña Lucía, sintió un escalofrío al pasar la yema de su dedo sobre aquella zona tan prohibida.

La acarició un poco hasta que la sintió palpitar, boquear mínimamente como un minúsculo pez sacado del agua. Luego, aplicó el extremo de la manguera, con su ya débil chorrito de agua tibia, entre las nalgas de Lucía, y maniobró hasta que sintió que el agua ya no caía y que, por consiguientes, entraba en el cuerpo de Lucía.

La muchacha siseó. Sentía su estómago llenarse. Poco a poco, sin prisa y sin pausa, hasta que un pinchazo en su bajo vientre le indicó que no cabría mucho más allí dentro.

“Espera”- gimió la joven, y Joan alejó rápidamente la manguera. Niña Lucía, acariciándose el vientre como si llevara un bebé allí dentro, salió de la ducha y se dirigió al váter. Se sentó e hizo fuerza. Oyeron, ella y él, diminutos trozos sólidos cayendo sobre el agua, disimulados por un fuerte chorro que se precipitaba del mismo sitio. El culito de la adolescente.

Cuando hubo vaciado toda el agua, Lucía volvió a la ducha y se colocó en la misma posición.

“Otra vez”- susurró ella, y Joan obedeció. Repitieron la acción. El agua volvió a inundar la puerta trasera de Lucía y ella volvió a vaciarla sobre el váter, echando ahora mucha más agua sucia que cualquier otra cosa. Nuevamente, Lucía regresó a la ducha aunque, esta vez, trajo consigo un pequeño bote.

Volvió a colocarse de espaldas a Joan y le abrió el bote.

“Antes de la última vez, palpa por dentro.”- Joan miró a su chica, observó el bote y volvió a mirar a Niña Lucía.

“Vale.”- con lentitud, metió su dedo en el bote y lo sacó embadurnado de gel transparente. Abrió por tercera vez las perfectas nalgas de Lucía y embadurnó con su dedo la entrada de la quinceañera. Niña Lucía dio un respingo al notar el gel frío tocar su piel desprotegida. Joan, con lentitud, fue introduciendo poco a poco el dedo por aquel agujerito.

Niña Lucía notaba cómo el dedo de Joan traspasaba lentamente su ano, buscando un camino libre por el que avanzar. Le gustó. Le encantó la sensación. Aquel dedo tocaba puntos que jamás pensó que fueran tan placenteros. Bajó una de sus manos a su clítoris y, mientras el dedo de Joan alcanzaba su máxima capacidad de penetración, Lucía comenzó a masturbarse.

“Fóllame con el dedo.”- murmuró la muchacha, ya con la respiración agitada. Joan ni siquiera lo pensó, obedeció sin rechistar y comenzó a sacar, para después meter otra vez, el dedo que hurgaba el esfínter de la chica.

Niña Lucía frotaba su sexo con rapidez, casi desesperación, mientras su ano, penetrado dulcemente por aquél fino dedo, se amoldaba al invasor. Los gemidos no se hicieron esperar. Joan cogió, con la mano que quedaba libre, el lubricante del suelo de la ducha y, tras sacar el pequeño invasor del ano de Niña Lucía, embadurnó un segundo dedo (el corazón, el más largo) e introdujo ambos lentamente en el culo de ella.

“¡Dios! ¡Sí!”- exclamó Niña Lucía sin dejar de masturbarse. Los dos dedos de Joan se abrían paso en su interior mientras su propia mano se encargaba de darle placer a su sexo caliente.

Los gemidos fueron subiendo de volumen. Los dedos (tanto los de Joan como los de Lucía), fueron subiendo de velocidad. Niña Lucía se atrevió a introducir por su coño también un par de dedos, y pudo sentir los de Joan separados de ella por una fina pared. Le seguía el movimiento, se acopló al rápido vaivén de Joan para que sus dedos turnaran su máximo apogeo en el interior de su cuerpecito adolescente. El agua que había quedado en el interior de su recto (ya no tan sucia) se filtraba entre los dedos de Joan. Su flujo se filtraba entre sus propios dedos. Comenzó a temblar más notoriamente, sus dedos y los de Joan se complementaban en su interior.

Gritó. Y a su grito todo se detuvo. Los dedos de Joan, sus propios dedos, sus gemidos. El orgasmo hizo suya a Niña Lucía que, incluso, tuvo los ojos en blanco por unos segundos. Joan sintió sus dedos siendo apretados y aflojados por el cuerpo en clímax de su novia. Cuando Niña Lucía dejó de temblar, los sacó y ella cayó sobre él.

Su cara era un poema. La mirada (su bella mirada de ojos azules) parecía perdida aún en un mágico mundo. Su cara mostraba una sonrisa satisfecha, cubierta de sudor.

Cuando Niña Lucía se recuperó, volvió a colocarse en posición, aunque sus piernas amenazaran, cansadas, con no aguantar su cuerpo. Joan introdujo (ahora sí) un par de centímetros la manguera chorreante en el interior de Lucía, y la mantuvo allí hasta que Lucía dijo un “Ya” que él sentía como orden irrechazable.

Lucía dejó caer nuevamente en el interior del inodoro toda el agua sucia que quedaba en su interior. Un minuto después, ella, él, y el bote de lubricante iban hacia su cuarto.

 

III. La estrecha senda. PX

Los dos, aún desnudos y medio-húmedos (las toallas habían durado bien poco ante la impaciencia de los adolescentes), se tumbaron sobre la cama, cayendo encima de sábanas, almohada y peluches. Niña Lucía hizo ademán de quitar sus muñequitos de felpa de allí, pero Joan lo impidió.

“Déjalos ahí.”- sonrió el joven. Lucía le devolvió la sonrisa perversa y se lanzó a besarlo.

Dejaron el gel sobre la mesita, abierto, y procedieron a colocarse en posición. Niña Lucía, esquivando peluches, se colocó a gatas sobre la cama. Sus pequeños pechos colgaban levemente de su torso. Miró hacia atrás, entre sus piernas, Joan, de rodillas, cogía el lubricante. Primero, se untó bien sus tres dedos centrales de la mano derecha, y con ellos mismos, se encargó de lubricar el ya algo dilatado ano de su chica.

Metió dos y, nuevamente, comenzó a masturbar a Niña Lucía, haciendo hueco para que, en poco tiempo, pudiera meter el tercer dedo. Lucía sonreía, y se abandonaba a las manipulaciones de Joan. Uno, dos dedos. Uno, dos dedos. Su culo palpitaba, y ella mordía uno de sus peluches para no gritar de placer. El tercer dedo pronto encontró sitio y se sumó al movimiento de sus compañeros.

Niña Lucía se sentía en las nubes. La otra mano de Joan quiso sumarse a la fiesta e introdujo un dedo (extrañamente frío) en el ahora estrecho coño de Lucía. Masturbada por sendos santuarios, Lucía temblaba. Ahogaba en el algodón de uno de sus peluches los gemidos que se callaba. Aun tras el orgasmo anterior, nada hacía parecer que un segundo clímax tan fuerte y poderoso como el otro no fuera posible.

“Hazlo ya.”- rogó Niña Lucía, y Joan extrajo sus dedos y, tras untar de gel su durísima verga, la apuntó al abierto agujerito de Lucía, que se abría y cerraba, palpitando, como pidiendo algo que lo llenara. Y allí estaba. La polla de Joan dispuesta a rellenar el culo de Lucía.

La introdujo sin contemplaciones, y a Lucía se le escapó un mísero “ay” que casi no le dolió. “Controla a tu amiguito” le había dicho la dependienta del sex-shop.

“¿Confías en mí, Joan?”- inquirió Niña Lucía, sintiendo cómo aquella polla se hundía sin problemas hasta el fondo.

“Por supuesto.”

“Pues no te muevas”- sonrió ella, y comenzó a moverse lentamente, adelante y atrás, metiendo y sacando la polla de Joan de su culo. A Joan no le importaba que fuera Niña Lucía la que llevaba el tempo. Mejor incluso para él. El placer, la presión del esfínter de Lucía sobre su verga eran incluso mejores. Jadeó. Una de las manos de Niña Lucía volvió a su sexo, para aumentar aquella sensación de gusto.

La quinceañera comenzó a gemir. Su respiración estaba incontrolada. No era sólo el placer. Era algo más. Algo que podía superarlo. Morbo. El morbo de lo prohibido. Sexo anal, acto contra natura, propio de putas, y no de quinceañeras. Sexo anal. Y la polla de Joan, penetrándola por detrás. No. No era la polla al que la penetraba. Era ella quien se penetraba con esa polla hasta que los cojones golpeaban sus nalgas y la mano con la que se masturbaba.

Los movimientos comenzaron a acelerarse, la tranca de Joan ya se encontraba a gusto en ese culo que la cerraba como un guante y el vaivén perdió cuidado y ganó en lujuria. En la casa sólo se escuchaban los gemidos de Lucía, apagados por el peluche, los jadeos de Joan y el choque de las pieles.

Joan no podía creerlo. El culo de Lucía. ¡Se sentía tan bien! Los peluches, que poblaban la cama, le devolvían la realidad que tanto le gustaba. Poco más que una niña, poco menos que una mujer hecha y derecha. Estaba sodomizando a Lucía. A Niña Lucía. Y ella… lo disfrutaba.

“joder, joder… ¡Oh, Dios mío!”- A Niña Lucía ya no le importaba blasfemar. Que, cuando se está follando, aunque sea por el culo, el único dios que existe se llama “placer” y su misa es un orgasmo a la que los dos, Lucía y Joan, marchaban a grandes pasos cogidos de la mano.

El cuerpo de Lucía no paraba. Joan, llevado por la excitación, empezó a responder los movimientos de Lucía, haciendo más profunda cada penetración y, como ella no se quejaba, al contrario, los gemidos aumentaban, siguió con sus movimientos.

Niña Lucía casi sentía que no le hacía falta masturbarse. El placer anal que sentía la estaba llevando lejos, muy lejos. Lo que antes era frío gel lubricante, ahora era un fuego que los ardía.

Niña Lucía cerró los ojos. Detuvo su mano, detuvo su cuerpo. No detuvo la respiración porque era imposible, sus pulmones tenían vida propia. Una, dos, tres, cuatro embestidas de Joan. Una, dos, tres, cuatro campanadas dentro de su cabeza. Mordió el peluche que tenía enfrente.

El murmullo que se oyó fue sólo la milésima parte de un grito que se apagó en el peluche. El orgasmo, como todos, total y poderoso, tuvo una fuerza incluso mayor que los anteriores. El morbo y el sexo se habían juntado en ese clímax al que, por fin, tras mucho aguantarse (casi hasta el límite de lo humano), Joan pudo sumarse. Se corrió como un animal en el coño de Lucía mientras los dos temblaban como poseídos.

Tras aquél orgasmo, cuando Lucía pudo recuperar la capacidad de andar, marchó al baño. Se sentó en la taza y echó, sobre el agua sucia, el semen y el lubricante que quedaban en su culo. Sonriendo, volvió hacia Joan. Volvió A Joan.

“¿Qué te ha parecido?”- fue Joan el que lo preguntó.

“Hay que repetirlo. Pero otro día. Hoy creo que ya no tengo fuerzas para nada”- murmuró Lucía, tumbándose al lado de su desnudo chico y dándole un tierno piquito.

“Te entiendo. Yo también estoy agotado”

Otro beso no tardó en caer. Tras él, Niña Lucía preguntó, con una sonrisa traviesa:

“¿Y qué será lo próximo?”

“Lo que tú quieras. Sabes que haré lo que tú quieras.”

Subiéndose sobre Joan, haciendo que su verga, que ya empezaba a decaer, quedara bajo el cuerpo adolescente de la joven, Niña Lucía dijo:

“¿Sabes? Algún día haré que te arrepientas de eso que acabas de decir.”

Se inclinó sobre él… y lo besó, dejando en el aire el misterio de sus palabras.

 

Continuará.

Kalashnikov.

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