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Niña Lucía (Kinbaku)

en Fetichismo

Continuación de: http://www.todorelatos.com/relato/53729/

 

Niña Lucía trataba de calmar su respiración. Se tumbó en la cama, abrazada al cuerpo desnudo de Joan, y trató de recuperarse del orgasmo que acababa de gozar mientras follaba con su chico.

“Dios, Joan… Cada día follas mejor. ¿Cómo lo haces?”- suspiró la muchacha, entrelazando sus dedos tras la nuca de su novio.

“No lo sé. Pienso que es cosa tuya.”- respondió él, dándole un tierno piquito en los labios a Niña Lucía.

“Oye, Joan…”

“Dime.”

“¿Cuál es tu fantasía más deseada? ¿Qué es lo más raro, brutal o sexual que te excita?”

“¿Cómo?”

“Sí, ¿Qué es en lo que más te excita pensar?”

“Tú.”- respondió, sonriente.

“Venga, Joan, lo digo en serio…”

“Yo también.”- musitó el joven, colocándose de nuevo sobre la muchacha, sin más ánimo lúdico que el de un simple juego, pues, recién acabado de correrse, no se veía capaz de encadenar una nueva erección suficiente en tan poco tiempo.

“Dímelo…”- ordenó la chiquilla, colocando sus manos sobre el pecho de Joan, impidiendo que se acercara más a ella.

“No te lo pienso decir.”- respondió él con una sonrisa arrogante, apartándole, con una sola mano, las dos de Niña Lucía y aprisionándolas por encima de su cabeza.

Niña Lucía lo sintió. Rodeaba sus muñecas de tal forma que ella no pudiera mover las manos de ninguna forma. “Te tengo”, pensó la quinceañera, mientras Joan bombeaba en su interior.

 

I. Linda, ¿Qué sabes del “Kinbaku”?

Habían pasado varios días. La idea aún ronroneaba en la mente de Niña Lucía. Volviendo del instituto, pasó por delante del sex-shop donde trabajaba su ya amiga linda. Se aseguró de que nadie se fijaba en ella y entró.

Niña Lucía tuvo que entretenerse mirando descuidadamente las estanterías mientras Linda despachaba a un cliente ataviado con un oscuro y grueso abrigo en el que se ocultaba. Cuando se hubo marchado, Niña Lucía se acercó a la dependienta.

“¡Pequeña Lucía! ¡Qué alegría verte aquí!”- Linda, la encargada, aún recordaba la última visita de Niña Lucía y su misteriosa despedida.

“Hola, Linda… sé que aún te debo una prueba…”- sonrió con malicia la quinceañera.- Pero quiero preguntarte una cosa… ¿Qué sabes del Kinbaku?

“¿Kinbaku? Joder, pequeña, te va lo fuerte…”

“Noto que a mi chico le gustaría verme atada, y he visto en internet que es una variante del bondage muy… mmm… placentera.”- explicó Niña Lucía, recalcando la última palabra.

“Lo es, Pequeña Lucía. Es mucho más que eso. Es un Arte que consiste en aplicar presión con nudos y cuerdas en puntos estratégicos del cuerpo, dedicado a llevar hasta el paroxismo el placer sexual. Los japoneses son unos maestros para inventar cosas de estas. Pero no creo que él deba intentar atarte siguiendo el arte del Kinbaku si no tiene experiencia. Podría hacerte daño, o quemarte con las cuerdas…”

“¿Entonces?”- Niña Lucía tragó saliva y apartó la mirada al suelo. El tono de su palabra mostraba un proceso de excitación que iba agudizándose cada vez que en su imagen se formaban imágenes cada vez más nítidas.

“Lo primero… ¿Crees que te gustaría estar atada?”

La simple visión mental arrancó un escalofrío de placer a Niña Lucía.

“Sí. Creo que sí.”

“Perfecto… podría darte unas clases…”

Niña Lucía sintió como si se le parara el corazón. Observó a los ojos a Linda. Sus preciosos ojos azules no eran afeados por su extraña “performance”. El pelo semi-rapado, los piercings sobre ceja, oreja y labios, y el tatuaje que subía de su cuello a su mejilla, le daban una belleza rara, única, extraña, pero muy vistosa. ¿Cómo querría enseñárselo?

“Vente al reservado y te enseño las cuerdas”

“Voy”- Niña Lucía ni siquiera esperó a que acabara la frase. La estaba deseando.

Entraron a un pequeño cuarto cerrado con llave. Una cámara descansaba sobre un trípode, enfocando a una cama dulcemente decorada. La luz era rosada y en el ambiente flotaba un intenso aroma a fresas y rosas mezclados con un tercer olor. Un embriagador olor. El olor del sexo atenuado por la limpieza.

“Pasa, ahora vengo con las cuerdas”

Niña Lucía obedeció. Se sentó en la cama y se encontró la cámara mirándola fijamente. El piloto rojo estaba apagado, por lo que supo que el aparato estaría igualmente desconectado. Aún así, verse ante el objetivo, ante un ojo desconocido, que bien pudiera ser cualquiera, a punto de descubrir un misterio más en el placentero camino del sexo… dios, cómo la estaba excitando.

La joven afinó el oído buscando escuchar a Linda. No se le oía. Sin embargo, Niña Lucía no pudo esperar. Desabrochó el botón superior de la faldita de su uniforme y coló su mano bajo sus braguitas. Tuvo que apagar un grito en el puño contrario cuando rozó su clítoris inflamado.

Allí, tumbada en la cama, ante el ojo muerto de las cámaras, esperando que vinieran a atarla, imaginándose que la cámara no estaba apagada, sino que retransmitía su imagen a miles de hogares donde hombres y mujeres desconocidos se masturbaban observándola, Niña Lucía comenzó a pajearse.

“Por dios, Pequeña… si empezamos así vas a conseguir que me ponga demasiado cachonda para enseñarte cualquier cosa…”

Por sorpresa, sin hacer ni un solo ruido, Linda había aparecido por la puerta, llevando dos largas cuerdas en sus manos.

“p-perdón…”- se incorporó automáticamente Niña Lucía, sacando la mano de sus braguitas y tapándose la cara, muerta de vergüenza.

“Tranquila, pequeña Lucía…”- susurró Linda, acercándose a ella y agarrando con suavidad la mano con la que la quinceañera se estaba masturbando.

Entonces, con toda la delicadeza del mundo, Linda extendió los dedos de Niña Lucía y los lamió con devoción, degustando el poco flujo que había dado tiempo a impregnarlos.

Suspiró Niña Lucía, excitada, sonrió Linda, y ordenó:

“Desnúdate, que te voy a atar.”

 

II. Orgasmos de cuerda de nylon. PX

Niña Lucía llegó a casa con rapidez. Ni se preocupó en comprobar si estaba sola. Entró como un vendaval en su habitación, cerró la puerta, se tiró en la cama, se levantó la falda y comenzó a masturbarse furiosamente, puesto que las braguitas las había dejado en el sex-shop. “un regalo” pensó ella.

¿Cómo era posible? ¿Cómo era capaz de excitarse tanto siendo atada, inmovilizada, humillada? Retronaban en su cabeza las palabras de Linda, mientras la ataba.

-Las perlas. La atadura de los senos.- le había murmurado al oído mientras ataba sobre sus diminutos pechos, casi planos, la cuerda de nylon que habían elegido (“Las de arroz y cáñamo son más clásicas, pero las nuevas tecnologías llegan hasta aquí” había dicho Linda mientras hacía el nudo central). La cuerda se ataba a la carne con firmeza y calor, apretando sus pechos, que se apuntaban levemente a causa de la presión.

Niña Lucía se deshizo desesperadamente de la falda, quedando desnuda de cintura para abajo. Dos de sus dedos se hundieron con violencia en su coño. En la otra mano, un tercero se colaba en su culo. Estaba enloquecida de cachondez…

-Karada. La atadura del cuerpo.- Linda había ido entrelazando sobre su cuello, nuca y espalda los dos extremos de la larguísima cuerda de nylon, y cada nudo parecía arder de lujuria sobre la piel sensible de la jovencita.

Niña Lucía se masturbaba con frenesí. Buscaba el orgasmo, el clímax que Linda se había negado a darle. “Un maestro no se folla a su discípula. El placer consiste en la misma atadura, en que sea estética y sobre todo… placentera”. Cuando escuchó el tono de esa última palabra, de no haber tenido las manos atadas a la espalda, Niña Lucía se habría masturbado unos mínimos segundos para acabar explotando en un orgasmo total. Pero no podía. Linda había atado sus manos a la espalda, confundiendo su ligadura con los nudos que bajaban por su trasera, hasta el culo, donde la mujer se había detenido para susurrarle al oído con vicio:

-Las cerezas. La atadura de los genitales.- Al sentir la cuerda de Nylon abriéndose paso entre sus labios mayores, rozándose con el clítoris, Niña Lucía se había sentido a punto de estallar, de correrse. Pero no pudo. Intentó concentrarse en ese punto en que el Nylon se rozaba con su sexo para dejarse ir, pero no fue suficiente. De pronto, también se encontró los pies atados alzados al cielo mientras ella, boca abajo, intentaba frotarse con la cama para acabar de correrse. Pero la superficie suave de las sábanas sólo le permitía calentarse más y más hasta que Linda la ató a una argolla del techo y la levantó en vilo, evitando que todo lo que no fuera nylon, aire, o sus propios flujos y sudores, rozaran su piel.

-El pájaro. Suspensión.

Niña Lucía se sentía volar. Volar por las cuerdas y volar de calentura. La cabeza se le empezaba a ir. “Un roce, algo corto, ligero, sólo eso, sólo necesito eso.”, pensaba Niña Lucía.

-Oh, alguien entra en la tienda, espérame aquí.- musitó divertida Linda saliendo del reservado cuarto.

Niña Lucía no pudo articular el “No”. Su excitación le había impedido saber cuándo colocó Linda ese bocado, que la amordazaba, en la boca.

Los segundos se convertían en horas allí colgada y cachonda. Cada instante era un suplicio gozoso para Niña Lucía, que, desnuda, atada, suspendida en una habitación desconocida, y observada por el ojo negro de la cámara que sí, que estaba apagada, pero a lo mejor el piloto estaba estropeado y la cámara seguía filmando y tal vez no, se moría de placer.

-¿Alguien ha podido morir de placer?- recordaba Niña Lucía, mientras se masturbaba, que había llegado a pensar estando colgada… “colgada”… la imagen de su cuerpo colgado y grabado por esa cámara apagada se marcó a fuego en su mente.

“Ah… hah… ¡Nyiaaaaaaaaahhhhhhhhh!”- Niña Lucía arqueó su cuerpo y gritó su orgasmo. Alguien en la finca, seguramente, la habría oído. No importaba. Ella se estaba corriendo. Un orgasmo, largo, lento y maravilloso, que descargó toda la tensión sexual que se había acumulado en su cuerpo mientras estaba suspendida, mientras esperaba que Linda la bajara, la desatara y la enviara a su casa “Sin braguitas, me gustaría quedarme un recuerdo tuyo”.

Niña Lucía cayó dormida en pocos instantes. Su sexo aún rezumaba flujo que manchaba su cama, pero no le importó. Estaba demasiado cansada, por las ataduras, por el sexo, por el orgasmo, por el kinbaku. Cerró los ojos y se durmió.

La despertó el sonido de su móvil. Eran las siete pasadas, y ella ni siquiera había cenado.

“¿Sí?”

“¿Luci? ¡Joder, tía! ¿Estabas durmiendo? ¡Te he llamado ya tres veces!”

“Lo siento Angie, me he quedado traspuesta”.

“En fin, querida, hoy hay fiesta en casa de una amiga ¿Vendrás?”

“¿De qué amiga?”

“Ay, hija, no sé. Hay una fiesta, ¿Vienes o no?”

“No sé si…”

“Anda, vente…”

Tras una larga conversación, finalmente Ángela consiguió convencer a Lucía.

*****

“¿Es aquí? ¿A quién conoces tú en mi barrio?”- inquirió Lucía.

“A una persona muy especial”.- sonrió Ángela, y Lucía creyó ver un toque de malicia en la sonrisa.

Subieron y, al llegar a la puerta, ésta estaba abierta. Pasaron y Ángela cerró tras ellas. El portazo fue seguido de un sonido que a Niña Lucía no le costó reconocer. El susurro de una cuerda… una cuerda de nylon.

“¿Linda?”- murmuró, sin volverse.

“Sí, cariñito. Creo que ya es hora de que te ate en serio…”

A Niña Lucía se le hizo un nudo en el estómago. Nylon. Más Nylon rozando su piel, un nudo justo en su pubis, la cuerda frotándose entre sus labios, inmovilidad, dominación, sumisión. Levemente, sus braguitas comenzaron a humedecerse.

“Bien, empecemos por desnudarte…”- Niña Lucía dudó. No sólo estaba frente a ella Linda, sino Ángela. Angie, su amiga, su confesora, la única mujer que la había llevado al orgasmo. No, debía ser un sueño. Por supuesto, ¿Qué iban a hacer Linda y Angie juntas? ¿Desnudarse? No tuvo tiempo para más. La propia Ángela se colocó tras Niña Lucía y procedió a deshacerla de la camiseta.

Una vez con el torso desnudo, Ángela no perdió ocasión de acariciar los mínimos pechos de Niña Lucía, y las pardas aureolas de pezones apuntados que resbalaban, erectos, entre los dedos de Ángela.

“Verás, pequeña Lucía… mientras estuviste colgada, tuve tiempo de cotillear en tu móvil. Esta misma tarde he quedado con Ángela y se lo he explicado todo. Y ha aceptado, me ha costado pero, finalmente, ha aceptado. Es más, ella misma le ha enviado un mensaje a Joan que, seguramente, debe estar de camino…”

Joan, Linda, Ángela… los recuerdos, como fogonazos mentales, sólo traían instantáneas de orgasmos, de sexo, de placer… el coñito le ardía a Niña Lucía. Tal vez no era un sueño. Tal vez lo era, pero vuelto realidad. Se pellizcó. No despertó. Ángela comenzaba a bajarle la minifalda vaquera y las braguitas y la realidad empezó a distorsionarse.

“Veamos… mmmm… parece que estás mojadita, Lucía.”- dijo Linda, pasando un dedo entre los labios hinchados del sexo de la chiquilla y relamiéndose luego, degustando la humedad sexual de la joven.

Con firmeza, pasó un cacho de la larguísima cuerda por encima de los hombros de Niña lucía y tiró hacia ella, atrayendo a la ya desnuda quinceañera hacia sí misma. Lucía tembló al verse tan cerca de Linda, que le sacaba varios centímetros de altura y varios años de experiencia. Las dos (las tres, Ángela lo miraba todo con expectación), supieron que no tembló precisamente de miedo.

“Pequeña Lucía… No sé qué tienes… pero consigues que la gente se enamore de tu cuerpecito de niña…”- musitó la mujer, pasando un dedo sobre el tieso pezón derecho de Lucía, que ahogó un gemidito excitado. Pasaron a la habitación y Linda empezó a ligar a Niña Lucía.

“Observa, Ángela. Tú se lo tendrás que explicar en un futuro a Joan”.

¿Cómo?, pensó Niña Lucía. Era ella. Ella, Lucía, quien se lo tenía que explicar todo a Joan. Ángela no pintaba nada junto a Joan. Ángela y Joan… ¿Por qué ahora, de repente, le asustaba la posibilidad de verlos juntos? Celos…

“Tranquilízate o no podré hacer bien los nudos.”- Ordenó Linda, y Niña Lucía obedeció. Dejó de pensar en Ángela, en Joan. Sólo pensaba en el próximo roce de las cuerdas de nylon sobre su piel.

El primer nudo cayó justo en la parte alta de los pechos, justo en medio. El segundo, en la parte baja de los mismos. Siguiendo la vertical, otro a mitad de vientre, otro sobre el ombligo y un último sobre el pubis depilado de la chiquilla.

Los dos extremos de la cuerda, cayendo uno al lado del otro, anudándose en los puntos antes dispuestos, bajaron hasta el sexo de Lucía.

“Date la vuelta”- Lucía obedeció.- “abre las piernas”.- Niña Lucía lo hizo, y la mano de Linda se coló entre ellas para agarrar los extremos de la cuerda, que pendían libremente entre las delgadas piernas de la jovencita.

“Nnnggg…”- gimió Lucía, al sentir que Linda estiraba las cuerdas hacia arriba y el nylon se metía, por segunda vez, entre los labios de su sexo.

“¿Ves, Ángela, cómo le gusta?”- sonreía Linda.

Nuevos nudos, las cuerdas rodearon la cintura de Niña Lucía, pasaron entre los nudos y las cuerdas de delante y volvieron a la espalda. Linda repitió el movimiento tantas veces como número de cuerdas entre nudos había. “me está vistiendo de cuerda”, pensaba Lucía. “Ahora mismo me podría decir que saliera así a la calle y lo haría.” La quinceañera frotó las piernas, haciendo frotar asimismo a la cuerda con su sexo.

Mala elección. Se excitó demasiado. El roce sólo la excitaba, sin llegar a darle la puntilla a su excitación. Linda agarró sus manos y las ató a uno de los nudos de su espalda. Acabó la cuerda inmovilizándole los brazos con un nudo que sumó al que había bajo sus pechos, rodeando sus brazos.

“Por dios… que Joan no tarde, por Dios…”- rogó Niña Lucía. No se veía capaz de aguantar la espera.

“Hay un problema, cariño…”- sonrió Ángela, acercándose a ella, mientras Linda hacía tumbarse sobre la cama a Niña Lucía.- “Le dije que viniera dentro de media hora”.

“¿Qué?”- Niña Lucía había perdido el control de su cuerpo, que pertenecía absolutamente a Linda, que separó sus piernas y, con una cuerda algo más corta, ató sus piernas, por la parte de las corvas, a una ligera barra que las mantenía separadas y alzadas, dejando a la vista el suculento sexo, húmedo e infantil, de Niña Lucía.

“Verás, Pequeña Lucía… Ángela aceptó a ayudarme si le dejaba que te follara… “otra vez” dijo…”- aclaró Linda.

A la joven rubia se le paró el corazón por un instante. Ángela. Volver a follar con ella.

“Idiota. Idiota, idiota, idiota…”- replicó Niña Lucía, removiéndose, incapaz de quedarse quieta por la excitación que sufría.- “Joder Ángela, hazlo ya. Me encantaría, me encantó aquello y sólo tendrías que habérmelo dicho para repetirlo. ¡Fóllame, Ángela! ¡Fóllame!”- rogó, ya vencida, la chiquilla, moviendo como podía sus caderas para tratar de mostrar aún más su sexo, abierto pero ocultado a causa de las cuerdas, a Ángela.

La morena sonrió. Se desvistió de cintura para abajo y se colocó el arnés con postizo, igual que el que Lucía había usado con Luis. La polla de plástico se bamboleó de un lado a otro mientras Ángela se acercaba a su amiga.

A Niña Lucía le brillaban los ojos de excitación. Linda se sentó en la silla que había ocupado antes Ángela, quien separó suavemente las cuerdas de nylon, poniéndolas sobre los carnosos labios imberbes de Lucía y mostrando entre ellas el agujero del sexo de Lucía.

La polla de plástico se deslizó con absoluta facilidad en el coño extremadamente húmedo de Niña Lucía. Gimieron las dos. Ángela no hizo más que empujar tres veces y su amiga estalló en un orgasmo que, por atado, no perdió en efusividad.

“Diooossssss, Angie… sigue, joder, no te pares”.

Ángela continuó el movimiento. No porque Lucía lo hubiera dicho, sino porque ella hubiera continuado de todas formas. Se terminó de desnudar mientras se la follaba. Dos minutos después, se detuvo.

“No sabes, Luci… lo que he deseado esto…”- dijo, mientras sacaba la polla de goma del coño de Niña Lucía y, con ayuda de Linda, conseguir darle la vuelta, de tal manera que Lucía quedara culo en pompa hacia su amiga. Ángela apartó nuevamente las cuerdas, que esta vez se perdían en la quebrada de las nalgas de Lucía.

Con lentitud, la morena dirigió el húmedo falo de mentira por la entre las redondas y atractivas nalgas de su amiga. Apuntó al ano, y empujó.

“Sssssssssss….”- siseó Niña Lucía, sintiendo cómo su amiga la sodomizaba con suavidad. Su propio flujo, abundante flujo, actuaba de lubricante para la sodomía. Escuchó un gemido a su izquierda. Linda se masturbaba viéndolas follar.

Tres chicas, tres mujeres. Una, rubia con cuerpo de casi niña, atada por cuerdas de nylon que conformaban un atractivo, sexual y sugerente vestido. Otra, de larga melena y armada de una polla de plástico que se hundía en las profundidades del culo de la primera. Y una tercera, de aspecto alternativo pero igualmente atractiva, masturbándose. Si el ojo vago de la cámara del sex-shop hubiera estado en esa habitación, grabándolas, el vídeo habría vendido millones de copias.

Linda cerró los ojos y apuntó su cara al techo. Acababa de emprender un viaje al cielo con su mano dentro de sus pantalones. Linda no usaba braguitas y el flujo de su clímax salpicó sus vaqueros.

Ángela empujó. Una vez, otra vez, y otra vez, una última vez. El arnés también le proporcionaba a ella el placer que ofrecía a Lucía. Ángela trataba de callarse los gemidos. Lo conseguía a duras penas. Pero cuando el orgasmo se acercaba, no pudo aguantar y los jadeos y gemidos salieron solos, acabándose en un grito ronco y lleno que anunció a los cuatro vientos el orgasmo de la morena quinceañera de grandes pechos.

“Por Dios… No me dejes así, Ángela… termíname…”- casi sollozó Lucía cuando notó la falsa polla de Ángela salir de su cuerpo.

“Eso se lo dejaré a Joan.”- respondió su amiga, desacoplándose del arnés y yéndose a la ducha.

“Lo que me recuerda, pequeña Lucía… que te voy a atar de otra forma hasta que llegue Joan…”- sonrió Linda, desatándole la barra de las piernas.

 

III. Kinbaku

“¿Hola? ¿Hay alguien aquí?”- Joan se asomó por la puerta abierta de la casa en la que, le había dicho Ángela, le esperaba para decirle algo muy importante. Ángela… Sabía que estaba enamorado de Lucía, o quizá sólo estaba hechizado por su coñito, pero Ángela le llamaba la atención de forma malsana. Quizá era sólo porque era su amiga y sólo su amiga, y era la primera muchacha que tenía ése status en su vida sin que él quisiera aspirar a más.

“Joan, pasa, te he dejado un regalo a través de esa puerta”- respondió, desde dentro Ángela.

“Hola”- trató de saludar a la mujer que compartía café con Ángela, sentadas ambas a la mesa de una cocina que parecía haber perdido el brillo de su blanco nuclear.

“¿Quieres dejarte de presentaciones y pasar por allí, coño?”- replicó Ángela, señalándole la puerta contraria del pasillo.

Joan asintió y dio automáticamente la vuelta. “¿Un regalo? ¿Qué regalo pueden hacerme Ángela y esa mujer…?” se preguntaba Joan un instante antes de abrirla puerta. Porque cuando la abrió, todo dejó de importar. Lucía, Niña Lucía, Desnuda Lucía, Atada Lucía.

“¿Lu… Luci? ¿Q-q-qué haces?”

Niña Lucía no podía más que mirar hacia Joan mientras, completamente atada, inmovilizada, con el nylon apuntando sus pechos, rozándose sobre su piel y extasiando los puntos más erógenos de la Niña con hábiles nudos, se moría porque se la follara ¡ya!. Colgada del techo, pendía su pierna derecha, que hacía que sólo pudiera apoyarse en el suelo con los dedos de su desnudo pie izquierdo, al tiempo que su sexo se mostraba abierto y ansioso de que Joan saliera de su aturdimiento y le diera lo que más deseaba.

“Joan… por favor… fóllame”… Niña Lucía, de haberse podido mover, bien podría haber violada a su novio. Pero estaba atada, el nylon impedía cualquier movimiento y ella sólo podía rogar por sexo mientras, en la otra punta del pasillo, sobre la mesa de la cocina, Ángela y Linda sonreían para sí mismas y miraban de reojo la puerta tras la que se adivinaba a Niña Lucía  vestida de nylon.

El joven seguía sin moverse hasta que, tragando saliva, cerró la puerta lentamente, cercenando el espectáculo a la pareja de amigas de Lucía. Luego, caminó hacia Lucía y la fue rodeando.

“Te ha atado un artista… un ”nawashi””- musitó Joan. Niña Lucía sonrió. Lo sabía. Sabía que a Joan le interesaba el bondage, y que conociera el kinbaku lo hacía aún más interesado.

Joan se agachó entre las piernas de la quinceañera, por detrás, y pudo observar el coño abierto, sin cuerdas ocultándole la vista gracias a las ataduras renovadas de Linda. Comprobó las dos piernas en tensión, estiradas, y los dos agujeros mostrándose ante él. El vivo color de su ano hizo sospechar a Joan.

“¿Luci…?”- musitó, deslizando con facilidad un dedo a través del esfínter de su chica.

“Ha sido Ángela…”- gimió ella, gozando la intrusión.

“Ángela cada vez me gusta más”- Lucía torció el gesto. No le gustó cómo había sonado esa frase.

Con el dorso de la uña, Joan acarició los tensos por la postura muslos de Lucía, que se estremecieron temblequeantes como si tuvieran cosquillas.

“¿Cómo lo has sabido? ¿Cómo has sabido que me gusta… esto?”- preguntó Joan mientras peleaba con sus vaqueros y la poderosísima erección que guardaban.

“Te conozco…”- sonrió Lucía, esperando la intrusión. Pero ésta no llegó. Joan se desnudó y, frente a su chica, comenzó a masturbarse pausadamente, mientras seguía el recorrido de cada cuerda, de cada nudo con la otra mano…

“Musubime…”- murmuraba Joan, cada vez que su índice pasaba por un nudo.- “Nawa”- decía, cuando acariciaba la cuerda, trasladando la caricia, a su vez, al cuerpo de Lucía, que podía sentir, en tacto de nylon, la presión del dedo de Joan.

Uno, dos, tres, cinco chorros de semen se estrellaron contra el cuerpo de Niña Lucía. Miró la polla de Joan. Seguía erecta, rojiza y casi morada de la presión de la sangre en ella. Se moría porque se hundiera en sus intimidades.

“fóllame… por dios, Joan, me muero de ganas… por favor, cari… ¡fóllame!”- sollozó Lucía.

“tschhh…”- trató de tranquilizarla Joan, poniendo un dedo sobre sus labios. El semen seguía cayendo sobre el vientre de Lucía, deslizándose también sobre las cuerdas de nylon, creando riachuelos blancuzcos sobre la piel de la chiquilla. Lentamente, Joan fue dando la vuelta a la joven atada, con su polla aún erecta y, una vez a sus espaldas, la introdujo por el ano de la quinceañera.

Gimió Lucía. Joan no había perdido un ápice de dureza. ¿Qué más daba que se acabara de correr? Era su sueño. Y lo estaba disfrutando. Si hacía falta sobreponerse a lo humanamente posible, seguro que Joan era capaz de ello.

Niña Lucía gozó un nuevo orgasmo siendo sodomizada, aún en esa posición tan difícil, de músculos ateridos por las cuerdas, gritó un orgasmo que, seguro, oyeron Ángela y Linda. ¿Follarían las dos oyéndola correrse? ¿Se calentaría tanto Ángela como para olvidar a Nacho?

Joan se corrió nuevamente y descolgó a su chica, que pudo nuevamente mover sus adoloridas piernas, cuya inmovilidad de más de una hora parecía haberlas oxidado.

Joan tumbó a Lucía en la cama y procedió a besarla.

“Gracias, cariño, gracias… es un sueño”- murmuraba él, mientras besaba todo su cuerpo, resultándole indiferente que antes se hubiera corrido sobre esa misma piel y que sus labios se empañaran de semen. No importaba. El sabor de Lucía lo merecía. Con su boca, que acabó sobre el sexo de Lucía, Joan llevó a su chica nuevamente una vez más al orgasmo, para acabar por follar una última vez más allí mismo.

Mientras Lucía, todavía atada, usaba su cuerpo para cabalgar desequilibradamente sobre Joan, el chico comenzaba a deshacer los nudos, liberando el cuerpo adolorido y cansado, muy cansado, de Lucía que, sin embargo, tras largos minutos de cabalgata y un último nudo desatado, consiguió provocar en Joan un nuevo orgasmo que el joven retuvo hasta estar seguro que Lucía lo seguía.

“Gracias, cariño.”- casi sollozaba de placer Joan, abrazado sobre la cama a Lucía.

“Toc-toc.”- sonó una voz tras la puerta.- “Parejita, deberíais volver a casa, son más de las once. Ángela se ha ido hace ya una hora.”

“¡hostia, las once!” se echó las manos a la cabeza Joan, cogiendo su móvil del bolsillo de sus vaqueros que estaban por el suelo, importándole poco o nada que Linda lo viera desnudo.- “tengo que irme, cariño”- dijo a Lucía, mientras se vestía a toda prisa.

“Me quedo con esto.”- sonrió Lucía agarrando los calzoncillos de Joan.

“Me quedo con esto.”- respondió él, agarrando la cuerda más corta, la que había atado la pierna de Niña Lucía al techo, y enrollándola para metérsela en el bolsillo.

***

Cuando Niña Lucía llegó a casa, comprobó que tenía dos mensajes en su móvil. Uno de Ángela, otro de Joan. Leyó primero el de su amiga:

“q tal? Weno, x lo q he oído, bien. Eres muy eskndalosa qando t corres. Q tal ha stado Joan? Parece 1 wen semental.”

Niña Lucía sonrió. Lo era. Pero no lograba hacerse a la idea de que fuera Ángela quien se lo dijera. Joan era suyo. Leyó su mensaje.

“Cari, m h enkntado muxo lo d hoy. M han kstigado d x vida xo ha merecido la pena. Dale las gracias d mi parte a Angie. Es una amiga cojonuda.”

Se le torció el gesto al leer el último mensaje. Ángela y Joan parecían empeñados en hacerse buenísimos amigos. “En fin, seguro que no es nada, sólo imaginaciones mías” trató de calmarse Lucía, mientras se tumbaba en su cama y se disponía a dormir.

Dos horas más tarde, cuando el hambre la obligó a despertarse para tomarse una cena de madrugada, no podía dejar de pensar en Ángela y Joan.

“Que ni se les ocurra, o sabrán quién soy yo…”- sonrió divertida Niña Lucía.

 

 

Continuará…

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Niña Lucía (Natalia)

Dormida

Niña Lucía (Recreo)

Niña Lucía (Sixteen Candles)

Niña Lucía (Friends)

Niña Lucía (Sexo y Rock & Roll)

Vístete de humo

Niña Lucía (Luisa)

Niña Lucía (Poesía)

En mi cenicero

Niña Lucía (Luis)

Niña Lucía (Cuéntame, Ángela)

Niña Lucía (Ángela y Joan)

Las olas tienen nombre

Niña Lucía (Cúentame, Lucía)

La luna ha mentido

Niña Lucía (Cuéntame, Joan)

Niña Lucía (Agua sucia)

Niña Lucia (Un completo desconocido)

Niña Lucía (un tigre de peluche)

Niña Lucía (A ojos de Ángela)

Niña Lucía (Reencuentro)

Niña Lucía (La Venganza)

Dame tequila

Niña Lucía (Ángela)

Niña Lucía (Tío Rodrigo)

Niña Lucía (Joan)

Me voy

Niña Lucía

No te he escrito una poesía