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Mi noche de bodas

en Confesiones

El día de mi boda podía ser el más feliz de mi vida, o no. Estaba muy enamorada de Félix, mi novio y creí que él también de mí. La ceremonia fue hermosa, al igual que el banquete nupcial. Los familiares y amigos se divirtieron y recibimos multitud de regalos y dádivas. Pasaríamos la noche en el hotel, en una suite de lujo, todo sería perfecto. Yo iba virgen al matrimonio, a pesar de contar ya con veintisiete años; me había reservado para Félix.

Ya en la suite, me hallaba un tanto nerviosa por el inminente encuentro sexual que íbamos a mantener mi recién estrenado esposo y yo. Para dar un toque más romántico al momento, Félix encargó al hotel que nos trajera una botella fría del mejor champagne. Mientras tanto yo me hacía preguntas ñoñas en cuanto a cómo sería el pene de mi marido, si me dolería cuando me penetrase, etc.

Llamaron a la puerta de la suite. Era el camarero con una bandeja en la que venían dos copas y una botella de champagne sumergida en hielo. Félix sacó un billete de diez y se lo dio al chico, que apenas tenía veinte años. Extendiéndole la propina mi marido le preguntó:

-¿Cómo te llamas?

- Mauricio –dijo el joven.

- Encantado, mi esposa se llama Felicia y yo Félix.

- ¿Y a qué hora acaba tu turno Mauricio?

No sabría cómo describir la sensación que me causaba aquella conversación impensada. Por un lado me fastidiaba que Félix intimase con un desconocido en una noche tan especial para nosotros y por otro lado eso me daba algo de tregua ante el miedo que sentía por la proximidad del momento álgido y erótico al ser recién casados. Parecerá estúpido pero temblaba ante la idea de quedarme a solas con Félix.

- Traerles el champagne a ustedes era mi último servicio de la noche –dijo Mauricio-, se puede decir que ya he terminado mi jornada.

- ¡Estupendo! ¿Por qué no te quedas con nosotros un rato? – propuso Félix ante la perplejidad del chico y la mía.

- No sé… no sé…-balbuceó el joven.

- ¡Venga –dijo mi marido-, lo pasaremos bien los tres!

Yo estaba un tanto desconcertada, al igual que el joven, que por primera vez me echó un repaso con la mirada de arriba abajo. ¿ A qué llamaba mi marido pasarlo bien? Aún tenía llevaba puesto mi precioso vestido de novia. Quizá no sea una mujer excesivamente bella, pero una novia es una novia, y el maquillaje hace maravillas. El vestido de novia en sí, es un fetiche para muchos hombres, lo sé de sobra. Y finalmente mi cuerpo: unos meses antes de la boda me puse a régimen alimenticio, aún así mis formas corporales son muy generosas, nada que ver con las modelos anoréxicas. Y tipos como el mío también gustan a un macho.

Félix descorchó la botella de champagne y llenó las dos copas, ofreciéndonoslas a Mauricio y a mí. Yo permanecía de pie, como petrificada, en medio de aquella maravillosa suite. Miraba a los ojos a veces a mi marido y a veces tímidamente y de forma fugaz a Mauricio. Félix nos animó a brindar y a beber un sorbo:

- ¡Por la novia más atractiva del mundo, mi esposa! –dijo mi marido.

Bebimos. Félix lo hizo directamente de la botella y volvió a llenar las copas; así hasta que dejamos vacía la botella. Yo bebía, pues tenía la garganta seca, pero el champagne me aturdía un poco.

- ¿Te gusta mi esposa Mauricio? –soltó mi marido a bocajarro retumbándome a mí aquella pregunta en mi cabeza.

- Es hermosa, sí –respondió el chico.

Creo que yo estaba dispuesta a decir algo, a protestar quizá, pero mi marido posó sus labios en los míos y cedí al sensual beso, conteniendo una queja. Félix se aflojó la corbata y se quitó la chaqueta, anunciando que iba al aseo a mear y a refrescarse un poco la cara. ¿Por qué no os sentáis los dos y charláis un poco para conoceros mejor? –propuso al marcharse hacia el aseo.

Yo amaba y amo a mi marido y le seguía en todo como una corderita. El chico no parecía mala persona, así que me dije ¿por qué no hablar con él un poco? Pero apenas me salía una palabra. Poco a poco iniciamos una conversación banal, que si el clima, que si el empleo…, hasta que finalmente Mauricio me preguntó:

-¿Quieres a tu marido?

- Sí –respondí, preguntando a mi vez- ¿por qué? ¿lo dudas?

- No, en absoluto, es que…

- Es que… ¿qué? –le espeté.

- ¿Es que no preferirías estar con él a solas?

- ¿Lo dices porque estás incómodo aquí?

- No, ¡que va! al contrario. ¿Tú estás incómoda?

- ¿Por qué habría de estarlo? No eres un asesino ni nada por el estilo ¿verdad?

A esta pequeña estupidez Mauricio solo esbozó una leve sonrisa por respuesta, que no significaba nada más que se trataba de un hombre joven completamente normal. Mientras tanto los minutos transcurrían sin que mi marido regresara del aseo, cosa que sin embargo no me causaba mayor molestia puesto que empezó a interesarme la charla con el camarero. Dado que no estaba siendo una noche normal, nuestra conversación degeneró igualmente en una charla inusual entre desconocidos, gracias quizá a la audacia que cobró Mauricio y también a la desinhibición que yo adquirí quizá por el champagne.

- ¿Eres virgen Felicia?

- Sí, he esperado siempre al día de mi boda para dejar de serlo.

- ¿Esperas que sea tu marido el hombre que te desvirgue?

- ¿Quién si no? –pregunté atragantándome.

Como quiera que yo estaba sentada al borde de la cama y el camarero en una banqueta frente a mí, lo que Mauricio hizo fue levantarse y venir a acomodarse a mi lado.

- Soy un hombre tímido Felicia, te lo aseguro, y no quiero resultarte grosero. Imagino que tanto para ti como para mí, esta situación es la mar de insólita. Creía que las anécdotas que algunos de mis compañeros del hotel me han contado eran puras bromas y fantasías. A veces se ríen de mí simplemente por mi juventud y mi cara de inocente. Sin embargo, parece que en algunas cosas no han exagerado.

- ¿A qué te refieres? –le pregunté. ¡Háblame con franqueza!

- ¿De verdad quieres que sea sincero?

-Por favor.

- Mira, como vosotros esta noche, por aquí pasan al cabo del año multitud de parejas de recién casados. Hay de todo. Los que se encierran solos en la suite y no quieren saber nada del mundo durante horas y los que –aunque menos pero los hay- montan juergas muy particulares.

- ¿En qué grupo nos encasillas a Félix y a mí?

- ¿No te parece extraño que yo esté aquí?

- Eres un invitado de mi marido, ¿no?, ¿por qué habría de parecerme extraño.

- Creo que te haces la ingenua.

Me quedé pensativa. ¿Estaba pareciendo estúpida? Mi marido no podía ser tan retorcido, yo no quería pensar mal. Sin embargo la situación era insólita, por tanto estaba mintiendo a Mauricio sobre lo que yo personalmente pensaba.

Continuará