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Ambrosio

en Sexo con maduros

Fue a eso de los treinta y tantos, esa edad en la que muchas mujeres tenemos tantas ganas de hacerlo y a todas horas; esa edad en la que una polla para una hembra es algo más que una llave que abre la puerta del paraíso; cuando nuestro coño necesita de ese trato entre brutal y delicado.

Ambrosio era casi un anciano, pero conservaba cierto atractivo que denotaba un éxito pasado con las señoras. Era amigo de mi suegro y mi marido me dejó muy confiado en compañía de él aquella tarde maravillosa. Ambrosio se ofreció a mostrarme la ciudad mientras mi marido resolvía los trámites de una herencia. Tomar café con él y pasear por los Jardines de la Paz durante una tarde primaveral hubo de encender algo muy intenso en mi interior, ya que cuando me invitó a ir a su casa con la excusa de ver los cuadros que pintaba yo acepté encantada.

Viendo sus pinturas y escuchando su voz profunda al explicarme técnicas y temáticas ya casi no pude soportar la seducción y de antemano me vi completamente entregada a él; solo era necesario que Ambrosio me pidiera amor. Me pidiera más que eso, me pidiera sexo, porque yo se lo daría.

En un momento dado nos miramos a los ojos y comprendimos la dimensión del instante íntimo que compartíamos.

-Hace demasiado tiempo que no acaricio a una mujer – susurró.

-Sólo quiero que me trates como a una zorra – me atreví a proponerle.

Mis palabras le encabritaron, me agarró de la cintura con violencia para atraerme hacía si y besarme la boca con lujuria, mientras yo me dejaba hacer. Entonces sus manos me recorrieron el cuerpo con desesperación, con prisa, con la inquietud del amante que ansía gozar sin dilación. Sin embargo, algo lo detuvo en seco, algún tipo de pesadumbre. Le miré directamente a los ojos, hambrienta.

- ¿Qué sucede Ambrosio?

- No sé si podré, ya soy un viejo…Me atraes enormemente, pero en estos últimos años no soy ni capaz de satisfacer a mi esposa –dijo angustiado.

- Tu esposa es tu esposa y yo seré yo.

Comprendí que se refería a un problema de disfunción eréctil y quizá eso me desmoralizó un poco, pero no estaba dispuesta a que él sufriese la frustración de no poderme follar y por supuesto yo no estaba dispuesta a no ser follada.