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Ropa íntima sagrario

en Hetero: Infidelidad

Dedicado a Golfo por su relato "Un cura me obliga a casarme con dos hermanas".

  1. DE REBAJAS.

Si hay algo que me fastidie es que llegue el mes de enero y mi mujer me obligue literalmente a acompañarla a comprar en las rebajas. Por si fuera poco este año, su hermana, o sea mi cuñada, se apuntó a las compras y cuando las dos se juntan mirando escaparates de tiendas y probándose vestidos y zapatos yo no lo puedo soportar.

         Así que ahí estábamos, mi mujer, mi cuñada y yo, un sábado por la mañana, justo después de desayunar en una cafetería céntrica, a las diez de la mañana –tempranito para más inri- dirigiéndonos en mi coche a la zona comercial. Yo de conductor y ellas ordenándome adónde llevar los pasos. De ese modo empezó ese tedioso peregrinar por tiendas de moda, de marca, zapaterías, etc. No es que me importe mucho lo que gaste mi mujer en compras, lo importante es que acabe pronto.  Seré breve en este preámbulo y diré que al menos estas ocasiones las aprovecho para mi consuelo observando culitos de tantas otras mujeres que inundan las tiendas y probadores. Me chiflan las tías y ya que he de soportar tantas horas de aburrimiento detrás de mi mujer y su hermana aguantando sus inquietudes adquisitivas, me recreo contemplando bonitos y apetecibles cuerpos femeninos. Por cierto, que cuando digo que voy en pos de ellas, he de admitir que observo con atención el culo de mi cuñada, que el de mi mujer ya lo tengo muy visto. Aurora, que es mayor que Felicia cuatro años, tiene un cuerpo que cualquier hombre hambriento de hembra se atrevería a desperdiciar. Nada del otro mundo, pero aprovechable.

  1. AQUELLA MAÑANA.

         En fin, la mañana transcurrió en un ir y venir comercial que me tenía ya harto exhausto, y ellas, mi mujer y mi cuñada, frenéticas entre estantes y percheros. Eran las dos y veinticinco de la tarde cuando nos disponíamos a coger el coche y largarnos con la compra arrastras, cuando para colmo y fastidio mío pasamos por delante del escaparate de una tienda de lencería y las dos mujeres advirtieron la existencia de unos bonitos sujetadores a un precio increíble.

-Por favor –me dijo mi mujer- vamos a entrar a mirar esos preciosos conjuntos. También mi cuñada me agarró implorante del brazo echándose sobre mí y aplastando sus enormes tetas contra mi torso. ¿Cómo podía negarme a concederles aquel capricho?

         Al abrir la puerta de aquel comercio una voz masculina se hizo oír desde el fondo, desde un mostrador:

-         ¡Lo siento señoras, pero es la hora del cierre!

-         ¿No veis? –interpelé yo. Mejor nos vamos.

-         No seas impaciente –va y me dice Felicia. Sólo sería un instante señor dependiente, querríamos…

-         Disculpen –interrumpió él- pero ya les he dicho que es la hora de cerrar. Pueden venir a partir del lunes.

  1. JULIÁN.

A la vez que decía esto el tío levantó la vista de un libro de cuentas, miró con más atención hacia el umbral de la puerta, donde nos encontrábamos nosotros, y salvando la contraluz exclamó:

-         ¡Coño Félix! ¿Eres tú? –preguntó en referencia a mí.

-         ¿Julián? –pregunté a mi vez sorprendido.

-          ¡Sí joder, soy yo! ¡Cuántos años sin vernos!

-         Creía que andabas por Suecia.

-         No –respondió-, regresé hace casi un año.

-         ¿Y porqué no avisaste?

-         ¡Ah! Tienes que perdonarme, no sabes lo liado que he estado renovando este negocio que heredé de mi tía. Quería dar un aire nuevo a esta tienda de lencería, hacerme yo mismo cargo de su gestión y de algún modo establecerme definitivamente aquí.

-         ¡Vaya! ¿Y cómo te va? ¿Funciona?

-         Bueno, ya sabes, los inicios son difíciles. Mi tía tenía su clientela y prácticamente la mantengo, aún así no es el tipo de negocio que atienda más efectivamente un hombre por lo que hube de contratar a una dependienta que está resultando extraordinaria como vendedora. Una chica muy mona.

Mi mujer y mi cuñada sonrieron a propósito de este último comentario de Julián.

-         ¡Ah, perdona! –dije a mi amigo-. Estas son mi mujer, Felicia, y su hermana, Aurora. Este es Julián chicas, del que os he hablado un millón de veces.

  1. LA PROPUESTA.

Mi amigo las observó de arriba abajo y les alabó el atractivo. Parecía seguir siendo el mismo “salidillo” de siempre; lo noté en el brillo de sus ojos al mirarlas. Claro que yo les había contado a ellas de él al menos serviría para ponerlas en alerta. Por eso yo quise despedirme de Julián hasta una pronta ocasión, pero cambió su idea inicial de echar el cierre y propuso una idea:

-         Como sois la mujer y la cuñada de uno de mis mejores amigos –dijo sonriendo y mostrando una hilera de perfecta de dientes blancos- os atenderé con sumo gusto.

Y sabiendo cómo se las gastaba Julián con las mujeres en aquella época de la juventud, empecé a mosquearme e intenté poner alguna traba, esperando por supuesto que ellas me secundasen.

-         Julián –dije-, si te paras a atendernos se te van a meter más clientas en la tienda.

-         No te preocupes, echaremos el cierre –dijo Julián mientras las dos mujeres se miraron entusiasmadas.

-         Pero querrás comer –ataqué yo.

-         Quizá más tarde –dijo sin darle importancia-; incluso podemos llamar para que nos traigan unas pizzas y unas cervezas. ¿Os apetece a vosotras chicas?

¿Chicas?- pensé yo. ¿De qué va este?

-         ¿Por qué no? –exclamó mi cuñada.

-         Porque tú marido estará esperándote – le repliqué- y tus hijos, por supuesto.

-         ¡Bah! Ahora mismo le mando un whatsshap para que no me esperen a comer y que no cuenten conmigo hasta esta tarde; así se fortalecen los vínculos paterno-filiales.

-         Ese es el tipo de matrimonio que apruebo –dijo Julián echándole júbilo a la gracia que acababa de soltar Aurora-. Libertad conyugal, que no parezca que estamos aún en el siglo veinte.

-         No sé, no sé… - empecé a decir.

-         No seas aguafiestas – me reprochó el lencero.

-         Sí – le dio la razón Felicia- mi marido tiene la virtud de romper el encanto de los mejores momentos.

-         ¿No ves Félix? Hasta tu mujer lo dice. Siéntate hombre y disfruta de las cómodas butacas de la tienda y de la música ambiente. ¿Quieres que ponga New Age?

Aquel cabrón simpático aún recordaba mis gustos. Sonreí casi convencido, aunque ligeramente fastidiado mientras él telefoneaba a una pizzería pidiendo una margarita y una carbonara – el como rememorando mis gustos- y efectivamente ponía música del escaso Andy Summers. Después se dirigió a las dos mujeres:

-         ¡Señoras, la tienda y este humilde dependiente, enteramente a la disposición de ustedes dos!

  1. ¡A LOS PROBADORES!

Y ahí fue él quien pareció salido no ya del siglo veinte, sino del diecinueve, con esa retórica tan teatral y eso acabó de tocarme los huevos.

-         ¡Guau! – exclamaron sus dos imprevistas clientas al unísono.

Dios mío –dije yo para mí- el diablo ha puesto al frente de una tienda de lencería a un don Juan promiscuo y vicioso. Me acomodé suponiendo que él mostraría una serie de prendas, ellas pasaría a un probador, se mirarían aquello, decidirían, pagarían y nos largaríamos una vez hubiésemos dado cuenta de las pizzas. En principio parecía que así iba a ser, lo que sucedió fue que ellas, sabiendo que disponían de tiempo de sobra, estaban dispuestas a probarse todo el género si fuera preciso; además Julián las animaba, en un ir y venir constante con los artículos en cuestión.

-         ¡Tranquilas! – les decía él-. Mirad bien cómo os quedan esos conjuntos y elegid cuidadosamente cuáles os lleváis, no os precipitéis.

Entre ambas, allá en los probadores, valoraban qué tal les quedaban todo tipo de prendas la una a la otra. Las oía afirmar, negar, reír, sorprenderse…, y bueno Julián como un moscardón o peor aún como el macho que vuela y desesperado busca el “reclamo”. Llegaron las pizzas y la cerveza; Julián las recogió y pagó, y las chicas hicieron un paréntesis para salir a comer.

  1. COMAMOS ANTES DE…

Aparecieron en batas de estar en casa que se vendían en aquella misma tienda, lo que me pareció ya el remate. En fin, era cosa de ellas.

-         Llevarás algo bajo la bata ¿verdad? –requerí a mi mujer.

-         ¡Qué voy a llevar! Pues la ropa interior amor mío.

Cuando Felicia empleaba la expresión amor mío cierta indiferencia y desdén me daba a entender.

-         ¡¡¿Solamente?!!!

-         Sí –dijo- aquí dentro hace demasiado calor.

No le faltaba razón en ese sentido. La calefacción procuraba tal ambiente de calidez que nadie diría que afuera reinaba el invierno más  riguroso.

-         ¿Y tu hermana? –pregunté calladamente a Felicia.

-         Mi hermana qué.

-         Que qué lleva debajo de esa batita.

-         Lo que lleve o deje de llevar no es asunto tuyo. Como si quiere ir desnuda; ya es mayorcita ¿no crees?

Mi mujer me hizo callar de ese modo, sin embargo no me gustaba verla ni a ella ni a mi cuñada en un plan tan… no sabía, tan… encantadoramente erótico en presencia de aquel hipnotizador de féminas.

Aurora y Julián no se enteraron de nuestra conversación. Él daba a mi cuñada una porción de pizza margarita. Aurora se sentó sobre el mostrador de la tienda ofreciendo una imagen contigua a lo voluptuoso. ¡Qué narices! Pasé unos minutos obsesionado por vislumbrar, pues mirada quedaba a esa altura, si llevaba o no llevaba las bragas puestas. Tontorronamente Julián se acercaba a ella y se apoyaba sobre las rodillas femeninas rebasando el límite que debería establecer una mujer casada. ¡Joder, que pu…! –me dije a mi mismo a propósito de Aurora, que no era mi esposa, pero cuya actitud me fastidiaba una barbaridad.

Sobre Aurora siempre me pregunté qué tipo de sensaciones produciría “aparearse” con ella. Más de una paja me hacía fantaseando con esa idea, lo que no dejaba de ser un deseo insatisfecho y por eso supongo que en ese momento me jodía que Julián hubiese establecido en veinte minutos una confianza con ella de la que yo carecía. Y ¿qué era lo peor?, pues que creo que mi mujer que no es estúpida advertía una parte de esa circunstancia en mí. Intenté relajarme bebiendo cerveza con objeto de que Felicia no se mosquease por mi actitud ante todo aquello. Comí y bebí bastante, lo que unido a la agradable temperatura del local me provocó un enorme sopor que me llevó a instalarme en brazos de Morfeo, en aquella cómoda butaca y una vez ellas volvieron a los probadores.

  1. MI SUEÑO.

Creo que soñé algo, que no sabría muy bien describir, pero parecía algo protagonizado por un grupo de personas, hombres y mujeres en una playa nudista, si bien su desnudez era algo impreciso, y que se hacían constantemente entre sí esta pregunta: ¿Ahora a qué jugamos?. Desperté gradualmente. El sabor de la cebolla de la pizza se repetía mezclado con el de la cerveza a cada eructo que me venía a la boca. Primero silencio absoluto. Agucé el oído; alguna risa, hubiese jurado que respiraciones agitadas y sordas, exclamaciones ahogadas, puede que algún gemido contenido y finalmente un gemido contenido pero de tonalidad furiosa como el de quien sufre un espasmo muscular. Después… mi estupefacción. Durante unos segundos eternos me quedé inmóvil sin que ahora supiera describir lo que sentía por dentro. Debería haber irrumpido en el interior de los probadores a ver qué ocurría, pero quizá hubiera incurrido en el ridículo del que sufre celos y sospecha injustificadamente. Quizá fui cobarde porque no quería ver lo que a todas luces aparentaba ser evidente y no quería comprobar cuál hubiese sido mi reacción por si esta no era la que correspondía convenientemente a mi papel personal. Mi cabeza era un lío intentando comprender qué sucedía allí dentro, pero me faltaron arrestos para levantarme de la butaca. De repente intuí que en unos instantes muy breves aquellos tres saldrían tras la cortina, abandonando los probadores, que no eran por cierto de un metro cuadrado, sino amplios, espaciosos, con sus butacas y divanes.

  1. SALEN DE LOS PROBADORES.

Contuve la respiración como si hubiese sido yo el que incurriera en falta al intentar escuchar. El primero en salir fue él, que un tono que aprecié un tanto abatido me preguntó no sin sorna qué tal había ido mi siesta. Enrojecí de ira, pero al mismo tiempo incliné mi cabeza, rehuyendo de nuevo afrontar los problemas y sin que él lo advirtiese porque ya se disponía a recoger el género. Ya no parecía tan solícito, fiera quizá saciada a la sazón. Lo observé a hurtadillas en busca de algún indicio de posible “delito”. Únicamente apareció en mangas de camisa, habiéndose desprovisto de su impecable chaqueta y aflojando el nudo de la corbata. Pero bien pudo ser que no soportaba el calor. La siguiente en salir fue Aurora, mi cuñada, en un silencio cuasi misterioso. Evitó mirarme a los ojos, pero si miró a los de Julián aunque fugazmente y sin intercambiar palabra. Salía componiéndose la falda, su cara no radiaba como en la mañana –podía ser cansancio-, y desde luego su peinado carecía de la impecabilidad acostumbrada en su cabellera. La encontré muy voluptuosa, muy mujer, rabiosamente sexual. Me mordí cualquier atisbo de celos o lo que aquello que sentía quisiera ser, que era mucho y extraño, por lo que más aún temía para mi equilibrio emocional la aparición de Felicia. Mi mujer salió, resuelta, mirándome directamente a los ojos, desafiante acaso, abotonándose los botones altos de su camisa. ¡Sus mejillas! Sus mejillas arreboladas la delataban pues sólo adquirían ese color bajo dos circunstancias: bien cuando regresaba del aerobic, o justo después de echar un polvo. Claro que allí, vuelvo a repetir, hacía calor.

Como quien ya no quiere mirar atrás, ambas mujeres comenzaron a recoger paquetes y bolsas, no pocos, en una celeridad insólita, inaudita respecto a la actitud que apenas una hora y cuarto antes mantuvieron. ¿A qué tanta prisa ahora? Quizá fuesen sus conciencias intranquilas las que las impelían así. Intercambiaron con Julián las palabras justas. Si…, no…, me llevo esto…, dejo esto otro… Casi no hubo lugar a la formal despedida; parecía que las almas de Felicia y Aurora las llevaba el diablo, o puede que el diablo se quedase en “ROPA ÍNTIMA SAGRARIO” . El volved cuando queráis de mi amigo sonó sincero y diría que contiguo a lo implorante, creo que basado en cierta recuperación física y anímica, y porqué no en renovados deseos, ¿sexuales quizá? ¡Qué máquina!

  1. HORA DE MARCHARSE.

Al abrir la puerta para franquearnos el paso una mujer que pasaba por la calle, de cierto atractivo aunque indiscutiblemente sexagenaria, preguntó si había horario de tarde. Julián negó, sin embargo la invitó a pasar excepcionalmente y de modo muy gentil. La dama se animó se introdujo en el comercio y el don Juan pasó trae ella dejándonos ver a los que nos marchábamos cómo colgaba el cartelito de cerrado. El cabrón se atrevía con todo.

Con desdén y casi agravio contemplaron Felicia y Aurora la escena que sirvió de despedida a Julián, y yo pensé ese capullo ha comido bien, hasta hartarse, pero es evidente que aún deseaba postre. Caminamos hasta el parking y al ir tras ellas volví a mirar sus culos y una especie de escalofrío recorrió mi espalda, pervertido de mí, al imaginar qué pudo ocurrir entre mi mujer, mi cuñada y Julián en el interior de aquellos probadores. Empezaba a obsesionarme esa cuestión; no abandonaba la idea persistente de conocer al detalle los hechos, y me decepcionaría –me sorprendí por esto- si sólo se hubiese tratado de probarse inocentemente ropa interior.

  1. LA CONVERSACIÓN.

Ya en el coche, yo conducía. Mi mujer en el asiento de acompañante y mi cuñada en los asientos traseros. Media hora larga de camino a casa, por lo que Felicia, sin ganas de hablar, como ninguno en el coche, se echó una cabezadita. La miré de soslayo distraídamente hasta que algo en su pelo llamó mi atención y es que un mechón de su oscuro cabello presentaba un ligero apelmazamiento, como si le hubiesen echado pegamento, con unas chispitas blancas que lo moteaban, como la caspa. ¿Podía ser lo que yo me figuraba? ¿Podía tratarse de esperma? Y lo peor, ¿qué práctica llevaron a cabo para que llegase hasta ahí? ¡Dios! Intenté serenarme. Miré por el retrovisor y contemplé a mi cuñada que viajaba como en una ensoñación, como si estuviese bajo los efectos de un tranquilizante, esbozando una media sonrisa bobalicona. De repente reparé en el hecho de que en ROPA ÍNTIMA SAGRARIO habían adquirido varios artículos, pero en ningún momento vi que pagaran nada. Volví a mirar por el retrovisor; esta vez Aurora me miró furtivamente, pero yo le clavé la mirada insistentemente, inquisitivo.

-         Oye –le dije susurrando casi por no despabilar a Felicia. No habéis pagado.

No supo muy bien qué contestar y titubeó en un aprieto, enrojeciendo incluso.

-         Nos…, lo… ha regalado.

-         Todo eso ha de ser muy caro, no me lo creo.

-         Pues créeme –quiso zanjar.

No quise dejar el asunto cerrado e intenté volver a la carga de algún modo y ese modo pasaba por rozar la grosería con algún tipo de alusión directa.

-         Julián es amable, simpático…, pero la generosidad no es una de sus cualidades –lo describí con la autoridad que me otorgaba el conocerlo desde hacía tiempo. Desde luego tiene espíritu de comerciante; un detallito quizá, pero todo eso… tan caro. No, definitivamente no es su estilo, por mucho que se trate de la esposa y cuñada de un amigo, al que por cierto nunca en el pasado regaló nada.

-         No estoy de acuerdo. ¿No es cierto que ha pagado las pizzas? – argumentó Aurora.

-         Parte de un plan a lo mejor. O parte de su retribución por un negocio.

-         ¿Qué negocio? ¿De qué coño hablas? –se alteró un tanto.

-         ¿Qué de que coño hablo? Desde luego no del tuyo porque me da igual lo que hagas con él, con tu coño digo. Bien distinto es lo que haga mi mujer con el suyo pues soy parte interesada.

-         Te estás pasando Félix, ¿cómo te atreves?

-         ¿Es que me vas a decir que entre vosotras y Julián no ha pasado nada en los probadores? –cuestioné casi con furia.

-         ¿A qué te refieres? Allí no ha pasado más que nos hemos probado unos conjuntos. Ya está.

-         ¡Venga aurora! ¿sueles hacer esto a menudo?

-         Eres un cerdo –me espetó Aurora a mi entender ya descubierta.

-         Sí, un cerdo, como Julián el lencero. ¡Qué barbaridad, no puedo creerlo! ¿Cómo habéis sido capaces?

-         Se suponía que dormías profundamente –soltó cambiando su inicial apariencia defensiva.

-         ¿Se suponía? –pregunté yo. Encima actuando con alevosía.

-         Felicia dice que tras beber cerveza tus siestas no las altera ni una locomotora.

-         Habéis disimulado poco allí dentro y os ha importado un carajo borrar huellas o ocultar indicios.

-         ¿…?

-         Felicia lleva un goterón de semen en el pelo.

Aurora se sonrió ligeramente y su mirada perdida parecía querer rememorar una escena vivida, para colmo distraída se mordía su dedo índice, casi como si chupase una…

-         Y esto ¿lo sabe tu marido?

A la callada por respuesta supuse que mi cuñada mantenía cautelosamente sus andanzas en secreto, lo que ya era una baza a mi favor por el hecho de saber que guardaba una cara oculta.

-         Oye –aclaró y parecía sincera- en primer lugar, puede que le haya sido infiel alguna vez, pero eso dista mucho de que lleve una vida promiscua o algo parecido. Segundo: no pondría una mano en el fuego por la fidelidad que él me guarda a mí. Y tercero: no es asunto tuyo.

No la vi tranquila con respecto a que Roldán, su marido, pudiera enterarse de aquello. No sería una situación agradable para ellos deduje, de modo que un yo chantajista brotó maliciosamente en mí.

-         Pues ya me estás describiendo pormenorizadamente lo que ha ocurrido allí dentro o le voy con el cuento a tu marido.

-         ¿Me haces chantaje? Venga Félix, eso no va contigo. Creo que no te atreverías.

-         No me pongas a prueba. Necesito saberlo pues mi mujer estaba allí.

-         Pues que te lo cuente ella.

-         Nunca lo admitiría.

-         ¿Sabes? –sugirió ella-, resultas poco creíble en el papel de marido ofendido; casi cómico.

-         ¿Qué dices? Tú no sabes lo que siento.

-         Lo que creo es que te apetece pillar un calentón con la historia.

-         Oye, no te permito eso –le lancé.

-         Bien, perdona; aunque tan poco sería algo excepcional. El papel de cornudo que ha de restituir su honor resulta hoy día grotesco. ¿Por qué no admitir que no es insano darse de vez en cuando un “homenaje” extramatrimonial?

  1. XI.             MEA CULPA.

No es que asintiera, pero esta vez el desarmado fui yo y mi cuñada lo comprendió. En un ejercicio psicológico astuto basado en una breve conversación adivinó en parte la naturaleza de mis sentimientos.

-         Aún así –prosiguió- no creas que ha sucedido nada del otro mundo con ese tío.

-         ¿Te parece poco haberos quedado a solas con un desconocido mientras os probabais ropa interior?

Como Felicia se desperezaba, la conversación a mi pesar se dio por concluida, temiendo yo que ya no hubiese ocasión de retomarla en adelante.

-         ¿De qué hablabais? –quiso saber mi mujer.

-         De la amabilidad de Julián –dijo Aurora mirándome con sorna a través del retrovisor.

-         ¡Dios…! –exclamó Felicia algo desconcertada mirándonos a su hermana y a mí alternativamente.

Pensé que el paso por ROPA ÍNTIMA SAGRARIO trascendería de alguna manera en nuestras vidas, las de los tres, las de los que íbamos en el coche, no sabía hasta qué punto también en la de Julián e incluso, por supuesto en la de Roldán, el marido de Aurora.