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Fragmentos

en MicroRelatos

 

 

El Profesor de matemáticas de aquel instituto sospechaba que durante algunas horas libres determinados alumnos y alumnas se introducían en los vestuarios para mantener furtivas relaciones sexuales. Durante días la idea misma de espiarles le quitó el sueño, por lo que procedió a planear cómo podría hacerlo, fantaseando como consecuencia con la clase de espectáculos que aquellos chicos y chicas podrían ofrecerle; y con el afán de un poseso pervertido obtuvo en secreto las llaves de unas taquillas de los vestuarios que no estaban ocupadas por ningún usuario. El hecho de separar la pared metálica que unía dos de aquellas taquillas para así poder agrandar el espacio y la circunstancia de que su cuerpo era bastante menudo hicieron que se introdujese cómodamente en aquel “puesto de caza” donde se halló a gusto y donde podía pasar horas mejor que en el sofá de su casa. La lagartija sonrió en su cubículo.

 

Mi compañero de trabajo me pidió que le presentase a mi suegra. No comprendí el interés que podía tener en ello, ya que ella era una mujer “corriente y moliente”, casada, con hijos y nietos, y con más de treinta años por encima de él, un electricista como yo que acababa de cumplir treinta y dos. Él insistía sin dar más explicaciones en que se la presentase y yo insistía en preguntarle por qué o para qué. Esa mujer me gusta –zanjó él.

         Desde la taquilla vio entrar a dos alumnos y una alumna; las rendijas de la portezuela de la taquilla le permitían ver todo el recinto. Su pene empezó a endurecerse al ver a aquella linda pelirroja inclinarse ante las braguetas de sus compañeros.

        

El esperma de mi amigo resbalaba por el rostro de mi mujer. Él se tumbó sobre la cama y yo permanecí sentado en la butaca, manchado también, mientras ella fue al lavabo a enjuagarse la cara.

 

         Una noche soñé que Germán le comía el coño a mi suegra. Desperté excitado con lo que para mí constituía una insólita imagen y sentí en la madrugada la necesidad de masturbarme. Mi esposa dormía al lado, pero me urgía tanto pajearme que no me importó despertarla con el vaivén del colchón.

 

         El matemático se masturbaba frenéticamente en el interior de la taquilla, procurando siempre no ser descubierto por culpa de cualquier ruido que pudiera producir por tenue que fuese. Desde luego las cosas que veía bien merecían una paja de vez en cuando. Quedaba sorprendido al comprobar que el alumnado con mejor rendimiento académico era el más dado a entrar con intenciones libidinosas en los vestuarios.

 

         Cuando mi mujer regresó del aseo apenas nos miramos a los ojos por la vergüenza. Pero ¿no era aquello acaso lo que habíamos deseado desde hacía tiempo y finalmente habíamos planeado? Mi amigo parecía comprender y nos tranquilizó diciéndonos que no iba a ir por ahí contándole a nadie para fanfarronear el juego que habíamos montado su mejor amigo, la esposa de éste y él. Prefería mantener discreción y que aquello se repitiese más veces. Mi mujer, gimoteando, dijo que aquello no se repetiría jamás.