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Dos para Felicia

en Trios

Los dos hombres estaban sumamente excitados, por eso decidí no mostrar ningún tipo de rechazo. Evidentemente no me iban a violar; les conocía de años atrás y ellos mismos se denominaban caballeros. Habían sido siempre amables conmigo, pero el animal sexual siempre fluye y a ellos le apetecía echar un polvo, como supongo que me apetecía a mí. Sin embargo nunca me vi ante dos hombres con la perspectiva de tener sexo y por eso creo que estaba algo asustada.

Se trataba del jefe y uno de los compañeros de empresa de mi marido. Una delegación de la firma se había trasladado a Burdeos para cerrar unos contratos y yo acompañé a mi marido en ese viaje de negocios. No sé como se las arreglaron Fidel (el jefe) y Rafael (el compañero) para enviar a mi marido con un encargo y quedarse a solas conmigo en el hotel. Eran las diez de la mañana y mi marido me dijo que al menos no regresaría hasta las seis o las siete de la tarde. Eso me indignó, porque aunque fuese viaje de negocios habría de sobrarnos tiempo para estar juntos, sin embargo ya de sobra intuía que mi marido quería pasar cuanto menos tiempo conmigo mejor. Hacía tiempo que le requería para el sexo y él se hallaba ausente; aumentaba mi deseo por si no fuera poco el hecho de realizar algún viaje y hospedarnos en un hotel, cosa que no ocurría a menudo. Frustrada, desatendida desde hacía meses, no se me ocurrió otra cosa que vestirme para salir a pasear y comprar algún recuerdo.

Al abrir la puerta de mi habitación del hotel encontré a Fidel y Rafael en el pasillo de la planta, a unos metros de mi umbral.

-¡Felicia, qué sorpresa! –exclamó el jefe de mi marido.

A ambos les sorprendió que no hubiese acompañado a mi marido en las tareas de aquel día, y comprendí que Félix prácticamente me había dejado tirada.

-¡Vaya, te han dejado solita! –dijo casi en tono de burla Rafael.

- Bueno, voy a desayunar –dije yo intentando esquivarlos.

- Oye, ¿sabes que el servicio de habitaciones ofrece unos magníficos desayunos?

A la oferta de Fidel respondí que nunca había desayunado en la habitación de un hotel, y él me dijo que era un lujo que no había de perderme. Los dos se ofrecieron a invitarme a desayunar con ellos, pero había de ser en mi habitación dado que las suyas las estaban arreglando ya aquella mañana. Para no parecer incorrecta accedí, total ¿qué de malo había en tomar un café y un croissant juntos?

El primer bocado del día discurrió entretenido y a lo largo del rato les reproché el encargo que hicieron a Félix, pero la cosa no fue a mayores, pues me dijeron que mi marido podía haber declinado la labor al menos hasta la tarde. En la calle empezó a llover y a uno de ellos se le ocurrió decir que lo mejor era quedarse en el hotel a jugar una partida de póker. Yo reí la ocurrencia y di por terminada la reunión matutina porque bajaría al vestíbulo a sentarme para leer la prensa escrita que llegaba en español.

-¡Anda, no seas estirada Felicia! –me soltó Fidel.

- Es que yo no sé jugar al póker –se me ocurrió pronunciar como toda escusa.

- Nosotros te enseñaremos, o podemos jugar a otra cosa, y si no sabes jugar a otra cosa te enseñamos igual, o te enseñamos lo que tú quieras.

Aquello sonó a algo más que una oferta de entretenimiento matinal en un desagradable día lluvioso. Respiré hondo al tiempo que Fidel acariciaba mi rostro y Rafael acudía a cerrar la puerta de la habitación por dentro y a correr las cortinas para que nada se viese desde el exterior. Miré interrogante a ambos.

- Es duro viajar sin mi esposa –dijo circunspecto uno de ellos.

- Sí, eso es lo peor –apoyó el otro.

- No las habéis traído porque no habéis querido –susurré con el corazón latiéndome a tope.

- No las hemos traído porque sabíamos que venías tú.

Los dos hombres estaban sumamente excitados, por eso decidí no mostrar ningún tipo de rechazo. Evidentemente no me iban a violar; les conocía de años atrás y ellos mismos se denominaban caballeros. Habían sido siempre amables conmigo, pero el animal sexual siempre fluye y a ellos le apetecía echar un polvo, como supongo que también me apetecía a mí. Sin embargo nunca me vi ante dos hombres con la perspectiva de tener sexo y por eso creo que estaba algo asustada.

- Te vamos a tratar muy bien Felicia, tal y como tú mereces.

- ¿Me lo prometéis?

- No te quepa la menor duda preciosa.