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Abusando de una enamorada

en Lésbicos

He vivido siempre con mi madre, a la que por cierto odio. Soy una mujer de 34 años que no he sabido independizarme de esa vieja que ha hecho de mí una persona amargada y solitaria. Al menos fui capaz de ascender en la empresa de distribución de productos cosméticos en la que empecé a trabajar hace ya doce años, tras acabar mis estudios de química. Es un buen trabajo y está bien pagado, por lo que me sirve para darme pequeños caprichos de vez en cuando.

Creo que no soy fea, pero los hombres me esquivan; es como si llevara en mi frente la marca de una maldición. Una sola vez en el pasado un chico se enamoró de mí y pretendía casarse conmigo: era una oportunidad en mi existencia, pero se frustró casualmente escasos días después de que mamá y Jorge, que así se llamaba él, se conociesen. Siempre he tenido la sospecha de que mi madre actuó diabólicamente para alejarlo de mí, para sacarlo de mi vida.

Mamá ha disfrutado de su vida, pero a mí ha logrado esclavizarme. Ha disfrutado del sexo más allá incluso de la muerte de papá; lo sé por cómo la he visto comportarse con hombres de nuestro entorno. Ahora ya vieja se dedica a ver compulsivamente películas porno; ella cree que no conozco su secreto, pero eso se huele, se siente y hace poco encontré una inmensa colección de dvd´s en un arcón de su dormitorio; dvd´s que recibe por catálogo pero que no me he atrevido nunca a incautar para ver alguno. Es curioso, paradójico y triste, pero la muy zorra siempre hizo lo posible por reprimirme, por que mis instintos se enfriasen mientras ella buscaba su disfrute personal.

¿Si he pensado en matarla? En miles de ocasiones para así poderme librar de ella, pero sin embargo me falta valor. Esperaré a que muera, espero que dentro de poco. Sí hice hace un tiempo una locura para que no molestase: la narcoticé con somníferos y contaré para qué.

Ya he hablado de mi trabajo; ocupo un puesto de supervisora del equipo de experimentación cosmética y a mi cargo trabaja un grupo de siete personas del que al menos tres son gente contratada temporalmente. Así que aproximadamente cada seis meses o un año llegan químicos recién titulados. En el último reemplazo apareció Elena, una chica mona que en cuanto llegó empezó a ser asediada por los hombres de la empresa a los que rechazó de plano, y no porque tuviese novio si no porque simplemente no quería saber nada de ellos. Eso me hizo gracia y finalmente nos hicimos amigas, tan amigas que alguna vez salimos juntas a tomar algo. Pero llegado un momento la bonita Elena comenzó a cambiar su comportamiento hacia mí; me buscaba más asiduamente, me miraba de otro modo… Hasta que al fin supe lo que le sucedía pues ella misma me lo dijo: era lesbiana y estaba enamorada de mí. Me sentí abrumada en una extraña mezcla de enfado y halago; pero la rechacé.

Debió dolerle porque después del rechazo la noté deprimida en el trabajo. No obstante la persona enamorada siempre suele hacer más de un intento de declaración del amor. Volvió a mí y esta vez a la desesperada, en un todo por el todo, diciéndome que haría lo que fuese por mí, que se suicidaría si no le daba tan sólo una oportunidad. Esto último me cabreó, era un chantaje emocional en toda regla. Y eso no es amor sino egoísmo. Sin embargó reflexioné, podía aprovecharme de ella, joderla viva. Y así empezó todo.

Cité a Elena para que viniese un viernes noche a casa. Lo tenía todo planeado. Mi madre solía merendar un tazón de leche con galletitas y aquella tarde la merienda se la preparé yo, habiéndome surtido previamente en el trabajo de lo necesario para preparar un eficiente narcótico, tranquilizante o somnífero, cómo se le quiera llamar. Lo contendría la leche y pasaría desapercibido por su sabor azucarado. De modo que mi detestada madre se tomó su merienda casi sin rechistar, porque la muy puerca al menos si se quejó de la elevada temperatura de la leche, gritándome si es que pretendía abrasarla. Le pedí disculpas y le dije que en televisión iban a entrevistar a una actriz famosa de las que antaño a ella le gustaban; por lo que muy interesada se acomodó en su hamaca para verla. Mientras yo lavé la vajilla de la merienda y me deshice de cualquier rastro que desvelase a posteriori cuál había sido mi plan.

Al regresar de la cocina al comedor la vieja ya dormía como un tronco, roncando de esa forma tan desagradable a mis oídos. Le tomé el pulso y le medí la tensión, no quería problemas con ella y tenía que evitar que se fuese al otro mundo. Todo estaba perfecto y reconozco que la situación no sólo me empezaba a divertir, si no que también me excitaba. Tuve entonces una loca idea y me armé de valor para llevarla a cabo, ya que Elena tardaría al menos una hora en llegar.

Arrastré a mi madre hacia su dormitorio y la tumbé en la cama. Cogí la cámara de fotos y empecé a retratarla. Tenía la firme intención de mandar esas fotos por correo electrónico a toda la panda de capullos pervertidos amigos míos que pululaban en mi messenger. De modo que la fui desvistiendo para que apareciese en distintas poses. Semidesnuda, en ropa interior, con todo al aire… Era vieja, pero había que reconocer que siempre había tenido un buen cuerpo y que en cierto modo conservaba aún cierta esbeltez en la figura. No sé, quizá llevaba ya cuarenta o cincuenta fotos digitales, pero quería llegar más lejos, así que me fui a los cajones de mi madre y encontré algo que intuía que ella guardaba: un consolador. Lo utilizaría con ella y la fotografiaría con ese aparato encajado hasta sus entrañas. Lubriqué su vagina con el gel más efectivo del mercado destinado a ese fin. El cilindro de látex, enorme a mi parecer, resbaló casi sin resistencia hacia el interior del coño de mamá. Continué fotografiando aquel espectáculo que yo misma creé artificialmente, porque ella dormida profundamente no se daba cuenta de nada y su cuerpo era un muñeco entregado a mi merced. Que pinta de guarra pervertida tenía la vieja dormida; casi me meé de gusto viendo aquello y me dio por llorar tanto que me había hecho sufrir en la vida aquella arpía. Entonces la abofeteé, la castigué haciendo enrojecer su piel y si no llega a sonar el timbre anunciando la llegada de Elena, no sé que más hubiese sucedido. No obstante abrigué el cuerpo desnudo de mi madre con las sábanas y besé su mejilla cuan hija fidelísima y me dispuse a recibir a mi amiga.

Elena advirtió en mis ojos enrojecidos que había llorado. Me besó en la mejilla como yo lo había hecho instantes antes con mi madre y me entregó un ramo de flores. La muy estúpida venía dispuesta a seducirme. Pero yo tenía muchas ganas de jugar esa noche; ya había jugado con mi madre –que por cierto no nos molestaría- y ahora jugaría con mi invitada. Comencé por pedirle perdón por mi rechazo y eso la conmovió. Debió pensar que ya me tenía en el bote.

No sentamos a la mesa y cenamos. Alabó mis manos de cocinera, pero yo, con falsa modestia dije que era poca cosa, ya que verdaderamente dispuse de poco tiempo para preparar nada. Lo que ella quería hacer en realidad era halagarme a toda costa: una tortilla francesa no es ninguna exquisitez. Brindamos. Preguntó por mi madre. Le dije que no estaba en casa.

Decidimos tomar algo de alcohol y sentarnos a hablar, y he de admitir que durante un rato la charla me agradó, ya que parecía mentira que en el mismo hogar en el que la vieja arpía me atormentaba, estuviese otra persona acompañándome que me hiciese sentir bien. Hablamos de nosotras y finalmente abordamos el tema de la sexualidad, del lesbianismo y abiertamente la interrogué sobre su primera experiencia sexual.

LA PRIMERA EXPERIENCIA SEXUAL DE ELENA:

La verdad es que hace tan solo unos meses que tuvo lugar mi primera y única experiencia sexual. Hasta entonces dudé sobre mi inclinación, sobre si me gustaban más las mujeres o los hombres. Es una larga historia la de mi adolescencia, la de los juegos inocentes con amigas del instituto… En fin, hace unos meses una amiga de mi madre celebró sus bodas de plata y mi familia estaba invitada, al igual que otros amigos y amigas comunes. La celebración fue emotiva y hermosa, luego en el lunch me senté según el orden establecido junto a Marisa, una amiga soltera de mi madre a la que no veíamos desde hacía años.

Marisa y yo hablamos tendidamente, estableciendo ese tipo de charlas que llevan a ambas interlocutoras a tener algo más que confianza entre ellas. De tal modo que pasaban los minutos y las horas y no queríamos dejar de estar la una con la otra. Le hablé de mí, pues no me veía desde la niñez, y me habló de ella, de su soltería y casi sin retraimiento de sus pasiones y de su intimidad. Comprendí así mucho más de ella, cosas que amigas suyas como mi madre ni siquiera conocían. Y esa fue la invitación que me hizo: desnudarse psicológicamente ante mí y esperar mi respuesta. Aunque eso me turbó por unos instantes; una turbación que ella supo aplacar, tranquilizándome con delicadeza y diciéndome que no haríamos nada que yo no desease. Pero yo lo deseaba, tan sólo tenía un poco de miedo.

Lo siguiente era buscar una excusa para huir de aquel convite las dos juntas. Había apremio en ello; la mirada obsesa de Marisa y mi corazón acelerado así lo indicaban. Pero fue mi padre, como en un milagro caído del cielo, el que nos ofreció la excusa perfecta. Me dijo que la fiesta se alargaba, que si quería hacerle el favor de coger el coche e ir a visitar a la abuela que llevaba pachucha unos días. Acepté encantada y no extrañó a nadie que Marisa se ofreciese a acompañarme. Dije a mis padres que ya era una tontería regresar a la fiesta y que saldría con Marisa a enseñarle los nuevos barrios de la ciudad. Cogimos el coche y partimos a toda velocidad a casa de la abuela. Durante el trayecto, mientras yo conducía, Marisa me acarició la mejilla y bromeó con lo de la abuela, diciéndome que era como una caperucita mayor. Reí la gracia y aceleré hacia casa de la abuelita, pensando en el encuentro entre Caperucita y el lobo.

Solventamos pronto lo de la visita a mi abuela, que se encontraba bien pero que se extrañó de nuestras prisas por marchar. Le pregunté a Marisa adónde podíamos dirigirnos y sugirió salir a las afueras y alquilar una habitación en un motel medianamente decente. Mi nerviosismo iba en aumento y siempre recordaré el nombre de aquel sitio: Motel Recuerdos. Temí que el recepcionista nos escrutase, sospechase de algo, pero eso no sucedió. Cuando entramos a la habitación me pareció el lugar más romántico del mundo y eso que el mobiliario y la decoración eran totalmente básicos. Advertí a mi amiga de mi inexperiencia y mis miedos, pero ella parecía controlar la situación y conocer por experiencia las actitudes de una lesbiana virgen.

Me besó y con cierta inseguridad la besé. Dieron comienzo las caricias y empezamos a desprendernos de la ropa, la una a la otra nos ayudábamos en ese menester. Jamás nadie antes me había acariciado los senos y ella lo hizo con amor hasta ponerme duros los pezones, más duros incluso que cuando yo misma me masturbaba pellizcándolos. Después yo le hice lo mismo a ella y besé sus tetas, mordisqueándole los pezones. Fueron instantes electrizantes que no se detendrían en unas caricias superficiales.

Me arrastró a la cama con una suavidad que un hombre, según ella misma dijo, no emplearía, y ya tumbadas las caricias fueron pródigas. Sin embargo a esas alturas del encuentro algo hervía en cada una de nosotras, un ascua nos quemaba entre las piernas y era necesario volcar sobre los volcanes la atención.

Por vez primera probé ese sabor, y ese olor impregnó el ambiente. Y me volví loca de placer, y la volví a ella. Y como vino el placer, después se fue… Semanas más tarde supe que ella tenía pareja estable y que yo sólo había sido un idilio pasajero. Ese ha sido mi primer desengaño amoroso y no quiero que mi relación contigo acabe

Continuará…o no.