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Las enseñanzas de don Herblay

en Hetero: Primera vez

...de las palabras a los hechos

Me pediste consejo. Quizá desde el principio querías pasar de las palabras a los hechos, pero eras una mocita tímida y virgen... y yo tenía un par de razones para dar largas, para detenerme.

Pero tu no opinabas lo mismo. Venían diciéndote que esperaras desde varios años atrás. Habías esperado con su exnovio y con algún amigo, habías esperado viéndote al espejo, habías esperado soñándote desnuda en viriles brazos... y ya no querías. Si tu exnovio no quería, si tu misma decidías que no era el indicado, o temías preguntárselo, yo debía portarme como mi pasado y mis obras pregonaban: como un caballero y un maestro (De Herblay, me dicen). Debía decirte francamente: "vente conmigo una tarde para cumplir la Bienaventuranza de Serrat".

Bienaventurados los castos

porque tienen la gracia divina

y la oportunidad de dejar de serlo

a la vuelta de la esquina.

Pero fuiste tu la que diste el paso aquella tarde, cuando una vez más hablábamos de tu virginidad y tu exnovio y, de pronto, por debajo de la mesa del café pusiste la mano sobre mi bulto, acariciándolo, haciéndolo crecer bajo tu mano. Te observé largamente y sostuviste mi mirada. Pedimos la cuenta y al salir me diste la mano. Media cuadra después, en la puerta de un hotel, jalaste mi brazo y, dándome vuelta, me besaste. Tus labios sabían a miel y a miedo, tu lengua a decisión y a fresas. Tu cuerpo, estrechándose con el mío, al cielo y la gloria.

Me empujaste hacia adentro y yo pedí un cuarto. En el ascensor metiste la mano dentro del pantalón y acariciaste mi glande, apenas con la yema del pulgar, mientras subías tu falda mostrándome los muslos, carnosos y delicados. En el pasillo, el tirante de tu body se deslizó, dejando completamente desnudo tu hombro, a merced de mi boca y mi lengua, que lo hicieron suyo mientras una de mis manos abría la puerta y la otra acariciaba tus nalgas, por encima de la blanquísima braga.

Me desvestiste, con cierta prisa y yo te dejé hacer y, sentado en la orilla de la cama, casi muero cuando volviste a agarrar mi verga, y con suavidad, comenzaste a pasar tu mano por todo su extensión. Me tocabas cada vez con más fuerza. Tuve que detenerte con mi mano. Te guié por primera y última vez. Te pedía suavidad llevando tu mano con la mía.

Estabas conociendo; explorabas y descubrías y yo te dejé hacer un rato, hasta que atraer tu boca a la mía y nos besamos. Seguías vestida y yo deslicé mi mano dentro de tu escote, atrapando tu seno, apresando tu oscuro pezón. Entonces tu, como si fueras la mestra, te apartaste de mi, dejando mi verga en paz, para tranquilidad de mi espíritu. A dos pasos te quitaste body y bra, negros como mi conciencia, y te acariciaste los pechos para mi. Luego te quitaste la falda y una de tus manos se deslizó dentro de la braga, acariciando apenas. Estabas verdaderamente hermosa pellizcándote el pezón con una mano y acariciándote bajo la braga con la otra, así que me acerqué a ti, llevando mi boca a tu pezón libre y mis manos a tu cintura. Soltaste entonces el primer gemido de la tarde.

Decidí entonces pasar a la ofensiva, arrebatando la iniciativa al enemigo, o sea, tu misma, hermosísima chica. Fue entonces cuando mis manos palparon la delicadeza de tu cintura y la curva de tus caderas. Toqué tu cuerpo entero, tus caderas tan lejanas de los dedos de tus pies y, entre unas y otros, ningún ángulo, solo curvas interminables. La depresión de tu espalda antes de reventar en la soberbia grupa, los pechos como suaves globos, todo en ti era firme y curvilíneo.

Tuve una última duda cuando mi boca se posó en la delgada y suave capa de piel que cubre el centro de tu pecho, entre los dos suaves volcanes que ofrecías, generosa, a mis manos y mis labios. Tracé marcas, dibujé mapas sobre tu cuerpo ardiente, busqué tu vagina bajo la braga, descubriéndola mojada y olorosa... no debo, se que no debo, me decía una vocecilla.

"No debería", pensé por última vez, al recorrer tu, tus curvas piel, las curvas de ese cuerpo apenas entrevisto durante los instantes que encendió el candil. La tersura de tus manos, la firmeza de tus formas, la dulzura de tu lengua y el olor de tu sexo me llevaron al siguiente paso: te acosté boca abajo, bajé tus bragas, abrí tus piernas y hundí entre ellas mi boca y mi nariz, para aspirar y paladear tus olores y tus fluidos.

Succioné tu clítoris muy despacio mientras mis dedos acariciaban tus labios vaginales. Gemías, mientras mis dedos y mi lengua se paseaban a placer por tus intimidades. Gocé percibiendo el paulatino crecimiento de tus labios vaginales, que se hinchaban conforme yo acariciaba, conforme mis dedos hacían círculos breves en la entrada de tu vagina, conforme la succión se convertía en vida entera.

Tuviste tu primer orgasmo, el primero que no te provocaste sola. Mi lengua recorrió todo tu sexo recogiendo los fluidos derramados y luego me deslicé lentamente hacia arriba, tocando tu cuerpo, entreteniéndome en tus pechos, besando tu cuello y tus hombros, tus orejas y tus ojos, con la intención de distraerte de lo que venía, mientras acomodaba mi verga en la entrada de tu sexo.

Noté tu retraimiento y en lugar de entrar, deslicé mi miembro entre los empapados labios vaginales, dándonos a ambos un masaje gratamente placentero. La palpitante cabeza subía y bajaba sin penetrar y, al notar que suspirabas otra vez, me detuve en tu entrada y, con la mayor delicadeza posible empiezo a penetrarte.

El sutil deslizamiento hacia el centro de tu cuerpo me volvía loco por momentos. Tu membrana no opuso mayor resistencia, cedió casi imperceptiblemente al lento avance. Solo un gemido tuyo y un hilillo de sangre que descubrimos después fueron el testimonio de tu entrega. Pero en el momento, sentí tu paso de doncella a mujer y hundí mi estoque hasta el fondo, arrancándote ya no un gemido sino un pequeño grito.

Te gocé entonces sin pausa, transformando tu grito inicial en gemidos de placer, mi fuego en agua, tu hielo en lava ardiente. Te hice mía sin contemplaciones y estallé en ti. Cuando mi verga se retrajo y me retiré, suspiraste más largo que antes, te estiraste a mi lado y empezaste a acariciar mi pecho.

Y luego preguntaste:

"¿Cuando podemos repetirlo?"

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