A los 20 años me fugué temporalmente de casa y me refugié donde mi primo
Marcos, que tenía por entonces 27 o 28 y vivía en un cuarto de vecindad en
Mixcoac.
Marcos se andaba cogiendo a una chava del vecindario, que vivía a un par de
calles de su casa, una morra de 21 o 22 años, gatúbela pero buenona, que nunca
exhibía en los círculos intelectuales en los que solía rolar, y donde acababa de
tronar con su chica, una burguesita deliciosa pero apretada.
A los tres o cuatro días de vivir con él, ocurrió esta historia.
Llegué yo al lugar y Marcos estaba fajando con la morra dicha, "se llamaba
digamos que María", para citar al Sabina, y otra chavita, de muy buen ver, de
mediana estatura y pechos pequeños, estaba sentada en el sillón de enfrente...
(Composición de lugar: el "cuarto" tenía en realidad dos ambientes y un pequeño
baño. Entrando estaba la "sala comedor", ocupada por dos libreros, dos sillones
y una mesita de trabajo; luego, una cortina separaba este cuarto del siguiente,
en que había una cómoda y una cama matrimonial).
En cuanto entré, María me dijo:
-Hola, Pablito: esta es mi prima Deyanira, que te quería conocer.
Platicamos un rato y al poco, María y Marcos dijeron que iban por unas caguamas
a la tienda. No bien salieron, la tal Deyanira me saltó encima y empezó a
besarme con furia, con hambre. Ya no hablamos: como en peli gringa, nos
encueramos el uno a la otra con prisa, nos tiramos en la cama, y más pronto que
rápido, estaba ella arriba de mi, con mi verga en su boca, mamándola con frensí,
y ofreciendo a mi lengua su abierta panochita en flor. Debo decir que estaba más
buena de lo que parecía, y que sus prietas y duras carnes hacían del momento el
cumplimiento de una fantasía.
En eso estábamos, en las labores propias de nuestr(s) sexo (s), cuando Marcos,
que había llegado hacía rato, entreabrió la cortina divisoria y gritó
-¡Tu mamá!
Deyanira no se inmutó y a mi también me valió verga, sabiendo que mi santa
progenitora desconocía mi paradero, pero entonces entró como alma que lleva el
diablo un ente a la habitación (seguida de Marcos y María) y, abofeteo a
Deyanira con tal violencia que casi se lleva mni verga entre los dientes,
haciéndola caer del otro lado de la cama, a la vez que aullaba:
-¡Una puta, que eres una puta!
Deyanira se empezó a vestir mientras lloraba y gritaba:
-¡La puta eres tu, vacaburra!-, y lindezas semejantes.
Yo me senté en la cama, aún con la verga parada, y observaba la absurda escena.
Deyanira salió corriendo y llorando, y detrás de ella salió María. Yo seguía
sentado, desnudo, con la verga tal cual, entre divertido y azorado. Marcos
empezó a decir:
-Señora, mire usted...-, cuando la barragana estalló en sollozos y entre hipos
dijo:
-Es una cruz... es una cruz esta niña... y es una niña... ¡apenas tiene 13 años!
Al oír eso, y aunque la heredera de la fulana era, en verdad, putísima, Marcos y
yo nos aterramos: bien podría terminar en cana esa cana al aire... por lo que
tuvimos que dejar que la doñita se desahogara, hablando de las malandanzas de
"la puta de mi hija" que, por lo visto, tenía más kilometraje que aquí su charro
y había empezado a una dead en la que yo jugaba a las canicas...
Así pasaron unos cinco minutos. Yo sentado, con la verga semiflácida; la mujer
aquella delante de mí, y Marcos, recargado en el marco de la puerta, con los
brazos cruzados y una sonrisa sarcástica a flor de labios, cuando de pronto la
doña cortó su choro, se me quedó viendo... y bajando a la tercera parte el
volumen de su voz, dijo:
-Pero tu no tienes la culpa... mira como estás-, y sin aviso de continuidad
avanzó hacia mí, se hincó y agarrándome la verga, se la metió en la boca, con el
resultado que era de esperarse.
Sólo entonces hice conciencia de que era una mujer guapa, una micifuza guapa, si
ustedes quieren, pero bien hecha: chaparrita, morena, entrada en carnes sin
llegar a ser gorda, con una rotundas y firmes nalgas, buenas y robustas piernas
y, sobre todo, un voluminoso y aún erguido tetamen... y traía puesto un vestido
holgado de una pieza, que empezó a quitarse sin dejar de mamarme la corneta.
Entonces sucedió algo que no me esperaba: estando yo sentado, acariciándole la
crespa pelambrera de la nuca y recibiendo el placer que me daba, con ella casi a
cuatro patas apuntando con su voluminoso y sólido cabús hacia atrás, cubierta
esa parte de su humanidad con una nada sexi pantaleta, Marquitos, en lugar de
salir discretamente, como debió haber hecho, empezó a desvestirse, sin hacer
ruido alguno. Cuando estuvo en pelotas tomó de arriba de la cómoda su navaja
victorinox, se untó abundante saliva en la verga firmemente enhiesta y se acercó
a nosotros. Yo estaba espantado y excitado, cuando el cabrito agarró la
pantaleta y le metió la navaja con un rápido movimiento entre piel y pantaleta y
desbarató la prenda vil. Conm otro movimiento, igualmente rápido, insertó de un
golpe su verga en el coño de la señito, que para entonces apenas había levantado
su vista hacia la mía sin sacarse mi verga de la boca.
Al sentir el cacho de carne que le entraba intentó incorporarse, pero yo agarré
su cabeza y la mantuve contra mi miembro, y como entonces Marcos empezó el viejo
mete-saca, ella dejó de resistirse y reanudó la sacapunteada que me estaba dando
y que, excuso decirles, estaba de rechupete. Su lengua me hacía gozar y yo
agradecía el placer de sus treintaypocos años de experiencia... mas de veinte en
combate, si había marcado el camino a su hija, como parecía evidente.
Marcos se lo metía con fuerza, mientras le daba nalgadas con ambas manos, y
decía:
-Muévete así, mi reina, muévete puta-, y ella, sin hacerse del rogar, se movía
al compás de las feroces embestidas. Marcos y yo nos venimos casi al mismo
tiempo, él en la espalda de la doña y yo en su boca.
Ella intentó levantarse, pero yo la abracé y la jalé hacia mí, haciendo que
quedara acostada arriba, y empecé a sobarle las nalgas y a meterle la lengua
hasta las anginas, a lo que ella respondió de buen grado. No Tardó en
empalmárseme la verga otra vez, y se la ensarté en el húmedo chocho en que poco
antes había estado el fierro de mi primo. Este cabrón, para no ser menos,
aprovechando que la doña estaba acostada sobre mí, con las piernas abiertas, se
sentó junto a ella (a nosotros), y empezó a masajearle el ano, hasta que se la
ensartó por ahí, y empezamos a movernos los tres al mismo ritmo. Fue hasta
entonces que ella empezó a aullar y a estremecerse, viniéndose con gran
escándalo antes de que nosotros dos volviéramos a inundarla.
Esta vez nos quedamos los tres acostados, sin hablar, ella en medio y nosotros
tocándola. De pronto se dio vuelta, dándole la espalda a Marcos, y empezó a
tocarme y a besarme, y cuando consiguió que volviera a parárseme, me pidió:
-Otra vez... por favor haz que me venga... ¿y quién soy yo, colegas, para
rechazar semejante invitación.
Me había dado buen placer, a mi y a mi carnalazo-primo, y la monté con toda mi
sabiduría y la pausa que hacía falta y la hice llegar a su segundo orgasmo de la
noche. Me tendí a un lado y me fui quedando dormido. Ya entrada la noche, Marcos
me despertó para echarme a la sala, y sólo me dijo que se había duchado con
ella, volviéndole a dar por el culo antes de despacharla a su casa.
Nunca más la vi y, para más datos, no supe ni su nombre. La tal Deyanira, por su
parte, se embarazó poco después y le cargó el milagro a un judicial, con lo que
nadie volvió a meterse con ella: ha de aburrirse mucho con el tira gordo que
tiene en casa, pero muy su pedo... a veces pienso que un día, ahora que ya es
cancha reglamentaria, debíamos terminar lo que entonces iniciamos.