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Humedad

en Confesiones

HUMEDAD.

Me encanta el olor a humedad y no sólo cuando de mujeres se trata, que debo reconocer que es uno de mis tantos afiches, sino también cuando es la tierra la que despide ese característico olor, la madera, el suelo, el aíre, ese aroma tan característico y excitante que impregna a la ciudad cuando está por llover o cuando ya ha llovido, saco esto a colación porque ahora que estamos iniciando la época de lluvias en la ciudad de Guadalajara, he aprovechado para retomar viejas prácticas de cuando más joven. Entre ellas, caminar por la ciudad cuando está lloviendo y más cuando el resultado de mi caminata, es algo como lo que les voy a contar.

Con el estrés de la semana, una noche de viernes infructuosa y ciertamente, algo de inspiración y ganas, después de la sesión de fotos de la semana pasada (y para colmo, tener que trabajar el sábado en la mañana) la tarde del sábado pintaba para ser otra más de esas tardes de pesadilla para olvidar. Por eso cuando salí de la oficina, en vez de irme a mi casa, preferí aventurarme a recorrer la ciudad, con la esperanza de perderme en ella y de que me tragara y con ello me olvidara un poco de mi cotidianidad.

Total que eso pasó, me descubrí caminando a las 4 o 5 de la tarde, por una de las avenidas de Guadalajara, solo y con la tormenta de frente. Cuando iba por una de las avenidas cercanas a la estatua de la Minerva, se soltó el aguacero… Juro por Dios, que todo lo que a continuación escribiré, pasó de verdad.

No me eché a correr, por el contrario, caminé tranquilamente dejando que la lluvia me mojara y me cubriera mi cuerpo, como si me acariciara la piel la madre tierra.

Estaba empapado, mi ropa se me pegaba a la piel y de la nada, me solté a reír y saltar, hasta que llegué a un parque, parecía niño en confitería regodeándome con las gotas de agua…

Eso hasta que me percaté de que este niño, estaba siendo observado por una hermosa mujer.

Como saben los que me conocen, creo que la belleza de una mujer va más allá del físico, y en este caso, no sólo era una parte del adorno, era un complemento total.

Morena, 1.60, 35 años, ojos café, cabello lacio oscuro, entallada en un vestido corto, a media pierna, estraples, con senos pequeños pero duros, con un trasero redondo y parado y unas piernas poderosas.

Se reía de mí o conmigo, no lo sé. Pero yo me reí también, era parte del encanto, total a la distancia no pasaba nada. La lluvia no menguaba, y luego de unos minutos de estarle bailando y contoneándome frente a su casa, en medio de los arboles del parque, ella se perdió en el interior de su casa.

Pensé que todo había terminado, de hecho, para ser franco, eso hubiera bastado para mi, pero no fue asi.

Me senté en una banca, dejaba que la lluvia me golpeara de frente, no tenia intensión alguna de que parara, al menos hasta que, con los lentes empañados, vi una figura que se acercaba a mi desde la puerta de la casa donde antes, esa morena de fuego se había asomado.

Me miro, sonrió, me vio como una madre ve a un hijo, una ternura total, y una sonrisa mucho más tierna. Me sonreí, y me dijo – Qué gracioso eres –

No supe más de mí, la voz de ella me prendió a tal grado que de nuevo mi ser más perverso salió a flote y le dije – Y tú , que excitante eres –

Para entonces, era obvio, su ropa ya era simplemente una tela embarrada que transparentaba su cuerpo, sus pezones, sus pechos, su sexo depilado.

Empecé a bailar de nuevo sin música, a girar a su alrededor, y poco a poco me iba pegando a su cuerpo. Mi pene duro no tardo en delinearse en mi pantalón buscando su sexo y sus nalgas redondas en buscar mi falo con tal vehemencia. La besé, le bese todo el cuerpo, el cuello, los hombros, los brazos, las manos, el estomago.

Y ella por su parte, me tocaba, sus uñas largas se clavaban en mi cuerpo mojado, me besaba, me acariciaba, se dio la vuelta y me mordía el cuello, los hombros, la nuca, la boca. Dios mio que si disfrute sus besos. Su lengua maestra jugaba con mi boca como maestra, bendita serpiente que me encendía más y más

No supe cuando sus piernas se levantaron y rodearon mi cintura, y mi pene duro acaricio su sexo mojado por encima de la tela. La besé, le acaricie los pechos, le arranque la tanga y ella bajo mi cierre para sacar mi pene duro, ardiendo,

Todo empezó a volverse en una cogida salvaje, me aventó contra la pared de su casa y su boca se lanzó a mi falo para chuparlo, lo besaba, el glande, los testículos, deslizaba mi pene por su boca, su lengua hacia un trabajo maravilloso y sus manos acariciaban y arañaban mis nalgas

 

 

Luego de un rato le devolví el favor, recargada de la reja de su casa, de espaladas a mi, le abrí las piernas, y use mi lengua para comer su sexo mojado, abri sus labios vaginales y lengüeteaba como niño lamiendo una paleta. Su clítoris era una fruta que no podía dejar de lamer

Metí mi lengua, luego mi lengua mojada se fue a su boca, y la bese, y me beso, y su humedad y mi humedad se combinaron en un beso lleno de lujuria y pasión

Mi pene encontró el camino dentro de su cuerpo.

Su vagina estrecha estaba tan caliente, que cuando la penetré, un gemido salió de lo hondo de su ser

Ahí estábamos, ambos de píe, ambos moviéndonos, arañándonos, besándonos, gritando, gimiendo, con la lluvia mojándonos todo, golpeándonos duramente.

Varias posiciones, varios orgasmos, terminé en su boca, en sus senos, ella me tiró en su patio y me baño la cara con un orgasmo .

Estábamos empapados, y no por la lluvia sino por nosotros, así hasta que dejó de llover.

 

Luego de eso, justo cuando paró de llover, semidesnudos, empapados, yo me quedé ahí en su patio y tan fácil como llegó se fue.

Se despidió de mí con un beso

 

Y dejó de llover, y ella se fue, mojada, empapada, con varios orgasmos adentro.

 

 

 

No, no es un cuento, pasó, digo, a fin de cuentas, sí se su nombre, sí la conozco, sí, era planeado, pero en el juego, donde ambos éramos desconocidos.