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La niña del metro

en Hetero: General

Era perfecta, así de claro y confidente, así de despampanante y sensual era, una muñeca en todo el sentido de la palabra y con sus más bajas y oscuras connotaciones.

 

Media 1.70 metros, de tes blanca y ojos verdes, grandes ojos verde marihuana enmarcados en unos lindisimos lentes de pasta de colores. Su boca era pequeña y carnosa, parecía estar diseñada para besar con pasión profunda, o mamar un buen miembro viril, también con pasión profunda,. Su cabello lacio, rubio, tenía unas mechas pelirrojas pulcramente cuidadas. Su nariz era afilada y pequeña, del tamaño perfecto para dar ese efecto de muñeca, Lolita, de personaje de anime sexual. No sé cuantos años tendría pero no pasaba de los 20, es más, por como la trataban estoy seguro que 18 era mucho.

 

Era esbelta, llevaba unos leggins de colores que resaltaban su perfecto y voluptuoso trasero, en absoluto exagerado en proporción a su cuerpo, era tan grande como debía serlo para que al caminar hiciera babear a todo el que pasara en frente, les juro que eran dos esferas que hipnotizaban con su cadencia. Sus senos de tamaño mediano lucían preciosos, a través de la blusa color naranja que llevaba, se le enmarcan sus formas, dos gotas de agua, perfectas gotas de agua que hacían que cualquiera quisiera beber de ellas toda la vida. Y un detalle que me llamo la atención de ella sin duda fue sus uñas, largas, con pedrería, pero no de la barata y corriente, su diseño armonizaba con su guardarropa y con su maquillaje, era un pequeño pedazo de cielo, y yo, al verla me pregunté ¿Qué diablos hacia un monumento así viajando en el metro?

 

Fue en la estación Potrero, como a las 7:30 de la mañana, yo me había quedado dormido en dirección a Indios Verdes y me había pasado de Hidalgo, pero por muchas estaciones. Apenas cobre conocimiento, salí corriendo del vagón para dar media vuelta. Frente a mi cruzó una chica de falda corta y otra de mezclilla, pero como la primera iba directo a la sección de mujeres y la segunda ni hizo el esfuerzo por entrar, mi mente en automático las ignoró y fue buscando el penúltimo vagón del metro, que ya uso más por fetiche que por otra razón. Entonces la vi, salió corriendo de las escaleras hacia el metro que estaba por cerrar las puertas y de tras de ella un hombre delgado, muy alto, de barbas que cargaba un portafolio y una mochila, instintivamente yo también apresuré el paso logrando entrar justo después de ella y antes del hombre que inmediatamente supe que era su padre por un comentario que ella le hizo.

 

La chica quedó justo frente a mi, de espaldas a mi y por la cantidad de personas, exageradamente cerca de mi. El primer roce no se dio porque lo buscara, sino por la cantidad de personas, no había para donde moverse; sentí con el dorso de mi mano derecha la suavidad de su piel y la firmeza de sus nalgas, primero la izquierda y luego la derecha. Su papá le pidió que tratara de ir junto a él, a un lado de la puerta, pero era imposible, en La Raza subió más gente de la que bajó y ella quedó expuesta, en medio de una horda de hombres cuartentones con mal aspecto, y de mi, y entonces no me contuve, podía arriesgarme por la seguridad de la cantidad de personas, si volteaba seguro no sabría que fui yo, y si lo sabía y no le gustaba me excusaría en la cantidad de personas y no lo repetiría.

Puse mi mano abierta en su nalga izquierda

¡Dios si era la gloria! Redonda, suave al tacto pero con el músculo firme, era tan perfecta, se notaba que estaba trabajada en el gimnasio; los leggins eran delgados y me hizo sentir su ropa interior, panti que le llegaba a media nalga, podía sentir claramente el encaje, incluso imaginé su color, blanco, debía ser blanca.

La delicadeza que suelo usar para medir la reacción de la chica fue tenazada totalmente por mis deseos, en un instante la toque, le pase las manos por la nalga, la frote en círculos esperando una respuesta, alguna, me pasé a la derecha, pude sentir el divino camino que estaba esperando entre ambas, debía ser riquísimo sodomizarla. No dijo nada, en lo absoluto, seguía hablando con su papá, preguntándole donde bajaban, ella era una muñeca y su papá todo un caballero. Me sorprendió esa actitud, no se hizo a un lado, no se inmuto, tampoco propicio más el acercamiento, pero una vez estando ahí, como no hacerlo, la seguí tocando a placer y ella ahí sin decir más.

Tlatelolco, más gente bajó y ella se fue para adelante en el metro. Quedo justo en medio, rodeada de hombres, muchos de entré 45 o 50 años, me sorprendió que ninguno intento nada, lo juro. Y yo aunque lo deseaba con todas mis fuerzas, no podía porque estaba muy lejos.

- Princesa - le dijo su papá - Qué haces hasta allá, ven para acá - ella le seguía preguntando con un tono de voz dulce, inocente y tierno - Pero papí, ya vamos a bajar. Perdón es que no puedo moverme - y yo sólo veía el show tan excitado como impotente por tenerla cerca pero no poder tocarla. Sin embargo todo cambio cuando llegamos a Guerrero.

La muñeca hizo algo que no esperaba, intento volver a los brazos de papá, así, intempestiva y abruptamente, se dio media vuelta y se abrió paso hacia la puerta que estaba justo de tras de mi. Como pudieron, los hombres del vagón le dieron el paso, pero yo no pude moverme más allá de medio centímetro y ella quedó justo frente a mí con las piernas entreabiertas para conservar el equilibrio y mi mano abierta, empalmando su sexo abierta y diáfanamente.

Pude sentir con toda claridad la textura del legginc, debajo, una tanga de encaje de una tela muy delgada, y debajo el paraíso. Un par de labios vaginales perfectamente delineados, carnosos y apretados, un monte de Venus depilado, suave, portento de juventud ¡Y estaba a mi disposición!

 

Puse mi mano de lleno y son recato y mi dedo medio se hundió abriéndose paso entre sus labios vaginales para sentir su clítoris y masajearlo en círculos con una cadencia que hipnotizaba. Y ella, ella detuvo su paso, no se movió, no se inmuto, me vio, me miro directamente con un rostro indescifrable, no hizo ningún gesto, ni uno, sólo clavó sus ojos, hermosos ojos en mi, y entreabrió la boca para ahogar un gemido y se quedó ahí, sosteniendose del pecho de papá con la mano estirada, con un gesto de incredulidad, temor y placer, con una mirada que no sabía distinguir si pedía más o que parara, pero sin apartar se hermoso y suave sexo de mi mano que seguía embelesada masajeándola.

Toqué su clítoris y me aboque a darle placer hasta que llegamos a la siguiente estación. Ahí, más jalada por el papá que por su voluntad se paró justo frente a él, recargándose de él; aún no entiendo como ese señor podía suprimir sus instintos sexuales ante tal portento de hembra, sí, era su hija, pero sentir esas nalgas en pleno esplendor rozando tu verga al ritmo del vaivén del metro no podía no tener una consecuencia. Inmediatamente vinieron a mi mente enferma mil ideas incestuosas, incluso pensé ¿Y si todo es un montaje? ¿Y si en realidad eran un par de amantes jugando un juego para exhibir a la muñeca? Daba igual, ella quedó a mi espalda, con el gentío me eche un poco para atrás; sentí en mi espalda sus senos, sus pezones duros a través de la tela ligerísima. 

Por amor del dios que esa mujer iba vestida para que la cogieran sí o sí. Se acomodó un poco y quedó más cerca de su papá y para mi sorpresa mi mano podía sentir su vagina de nueva cuenta. No me la pensé y continuo el manoseo. Si le decía a su papá o no, yo estaba más allá de cualquier posibilidad de parar.

Así fue hasta Balderas donde ambos bajamos. 

Y aunque yo supuse que esta aventura había terminado, estaba muy lejos de ser así.

Salí al paso para transbordar sin fijarme si venían o no el papá y la niña, sin embargo a medio trayecto me salió al paso un invidente, le dije que si lo ayudaba y asintió, iba hacia observatorio y yo me ofrecí a llevarlo.

Cuando lo dejé, di media vuelta y ahí estaban de nuevo la pareja... 

No supe que hacer, seguirme derecho o subirme al vagón, tampoco es que tuviera mucho tiempo, el metro llegó y así sin pensarlo, como había sido todo el día, me aventé otra vez. Me trepé y entré poco antes que entraran el papá y la muñeca. Quedamos en la misma posición, el papá pegado a la puerta, la muñeca de costado pegada al papá y yo de frente a la niña acariciando sus nalgas con ya total descaro, pasando mis manos de su suave y firme piel, apretando, masajeándola en círculos, metiendo un dedo en medio de ellas, y ella con la boca entreabierta, agitada, claramente agitada, aferrada al pecho de papá mientras él sólo miraba hacia la tira de imágenes que señalaban las estaciones que seguían. Así fue hasta Cuahutemoc donde ambos bajaron, yo seguí hasta Chapultepec, me fui pensando en eso que había pasado, increíblemente excitado y sobre todo, muy feliz.