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Titanes

en Sadomaso

Quieta, justo en el vertice de mi puerta que has abierto de un solo golpe; iluminada tan sólo con la luz de la luna que se cuela por la ventana abierta. Me miras, me retas, con esos ojos que me parecen dos gemas preciosas y a la vez dagas penetrantes que ya me habrían arrancado el corazón de haberlo hecho, sino es que ya lo has hecho sin tener la necesidad de sacarlo de mi pecho. Y ahí estoy yo, de píe, al lado del gran ventanal, contemplando la ciudad, dejándome acariciar por el viento nocturno que hace que bailen las cortinas y formen figuras caprichosas en todo el departamento.

Ahí estamos, nos encontramos, al fin nos vemos, despojados de todo vestigio de recato y pudor moral, de toda virtud y, sobre todo, alejados de los protocolos que hemos cumplido a cabalidad desde que formamos parte de la sociedad de la Luna Carmesí. Al fin nos vemos como somos, dos fieras, dos bestias que serían capaces de destrozarse y destrozar todo sin reparar en nada en el camino, dos titanes, huracán y tormenta, terremoto y tomado. Dos seres tan grandes y místicos, que hemos logrado que muchas y muchos se rindan a nuestros píes entregándonos sus vidas, su esencia, su ser.

Empero estamos solos, hoy, aquí, ahora, estamos solos y desprovistos de todos los ornamentos y artilugios que nos identifican a los ojos de los otros, -- de los Amos y Dominas que nos contemplan con recelo o respeto porque saben que nuestra reputación nos precede, y de las y los sumisos que nos miran desde el suelo hacía arriba con los ojos llenos de deseos y anhelos por ser, por una vez si quiera, lo suficientemente dignos de nosotros -- tan sólo armados con la que seguramente es nuestra más temible y certera arma de cacería, nuestro intelecto.

¿Qué somos? Dos demonios entregados al deseo, dos embajadores de la perversión y el pecado enfundados en trajes de dama y caballero, que por esta noche habrán de transgredir la más elemental de las formas y protocolos de la sociedad de pervertidos. Eso somos, dos monstruos transgresores que en su afán por ir más allá ahora van a pervertir los mandatos de los pervertidos. 

Dos Amos entregados a la lujuria y al deseo, 

Eso, o tan sólo somos dos espíritus que buscan explotar en mil pedazos y volver a reconstruirse desde cero. Dos amantes que buscan estallar como jamás podrían hacerlo con un alma dócil que no sería capaz ni por un instante, de cuestionar sus mandatos.

Me miras, te miro, sonrío, me retas. Te despojas del abrigo negro y quedas enfundada en ese corsé que deja al descubierto tus redondos y bien formados senos, coronados en esos pezones puntiagudos que ya, sin necesidad de contacto alguno, están erectos tan sólo presintiendo lo que vienen; será que se preparan para el duelo, tus dos lanzas que apuntan a mi pecho. Dejas caer tu capa al suelo y ésta pasa por tus caderas acariciando tu cuerpo, ataviadas con ese brevísima falda negra que apenas cubre tus muslos. Tus piernas están escudadas en dos medias de red sujetas con ligueros que descarados se exhiben impúdicos por lo largo de tus piernas, y para rematar, abres más el compás para dejar que se luzcan tus estiletes de color plateado.

Te veo, te contemplo mientras acomodo el cuello de mi camisa negra y aliso mi pantalón del mismo tono, entiendo que no estoy a la altura de tu porte, aunque debo decir que el moño y el chaleco me hacen ver más que bien, sigo pensando que tú eres simplemente incomparable. Lo pienso, más no lo demuestro. No, no lo demostraré, no puedo, ¡Ni un paso atrás ante ti! sé bien que eso me costaría la vida o al menos mi alma, o lo que queda de ella.

Avanzo, de lleno y sin miramientos, que duden los de corazón medrosos, los que no serán capaces nunca de experimentar con una diosa como tú porque temen quemarse en tu fuego. Eres manita que atrapa, pero yo soy un alacrán que tiene también mucho veneno.

¡Anda! ¡Ven! Destrózame la piel con tus garras y colmillos que yo haré lo mismo, te ofrezco mi pecho desnudo para que te sacies en el desangrándolo si quieres, porque yo haré lo mismo con tu cuerpo.Iré por ti, a arrancarte la ropa, a besarte los labios y morderlos lentamente hasta que ahogues un gemido de dolor. Atácame, no con furia sino con pasión que cuando yo te arañe la espalda y las nalgas no lo haré para lastimarte, sino para mostrarte el placer del ardor que queda en el surco del cuerpo una vez que la carne ha enrojecido. 

— ¡Ataca! — Te increpo vehemente al tomarte de las muñecas y robarte un beso, al llevarte contra la pared y morderte el cuello, al abrirte las piernas y apretar tus muslos con fuerza, al acariciar tus nalgas y tasajearlas en círculos concéntricos como si mi vida dependiera de ello. Y tú reaccionas apasionada como eres, blandiendo tus colmillos en mi hombro y arrancándome un grito de dolor como nadie jamás había podido hacerlo. Te liberas, Me abofeteas con todas las fuerzas que en tu orgullo de Domina caben, y me enrojece la piel, y me enervo, y te beso, otra vez, está vez más apasionadamente que la anterior, esta vez, más larga y excitantemente que la anterior.

— Ven si puedes — me retas tomándome del cuello y apartando mi rostro de ti pero abrazando mi espalda con tus piernas mientras te tomo del cabello con firmeza y con la otra mano busco la entrada de tu sexo que encuentro chorreando, como una fuente, emanando agua de vida de ti. Te estremeces, mis dedos, al igual que mi lengua, al igual que todo mi cuerpo, saben hacer su trabajo como pocos en el mundo, sé donde tocar, sé donde tocarte, sé como doblegarte y sé como arrancarte un gemido de placer que quedé fuera de toda proporción, en otras palabras, sé como volverte una puta…

Puta, interesante palabra, jamás te la diría aunque para mí sea más una caricia al alma que el ufano intento de denostarte como mujer. Pero simplemente no puedo, no me nace decírtelo, siento que de hacerlo puedo provocar realmente tu ira y no quiero.

— ¿Te temo? — me pregunto — No lo creo — me respondo, aunque dudo al contestar. No, no es el miedo a tu ira, soportaría estoico tus latigazos, los que sea que te plazca darme, sin gritar, sin mover los labios,, ¿Entonces? — No, no es tu irá a la que temo, es a que si te ofende más que gustarte te vayas, te vayas de un golpe, sí, eso temo, pero incluso no temo tu rechazo, temo, en realidad, al hecho de que si lo haces, tendré que suplicarte que te quedes, disculparme por ofenderte, doblegarme ante tí, someterme ante ti y eso si que no quiero.

Y te mueves, me restriegas tu coño empapado en mi pantalón, y me tienes, con mi erección clamando por ti, gritando al palpitar caliente,

Me arrancas la ropa, sin miramientos destrozas mi camisa y me ahorcas con la corbata apretándola antes de, definitivamente, hacerla a un lado. y de soltarte de las piernas ni pensarlo, tienes a tu presa tan atrapada que sabes que si lo dejas ir, se te va la vida porque entonces si que no sabrás como detenerlo, o no querrás hacerlo, y te entregaras y serás suya, ¿Cómo ya eres ahora?, no, suya, entonces suya, más de lo que ninguna sumisa jamás podría ser. Pero no eres, porque no eres, y no quieres serlo. 

Caemos a la alfombra, ni siquiera cerramos la puerta, no nos importa, nadie puede vernos, por desgracia, sería delicioso que lo hicieran, que vieran como se folla de verdad. 

Nos desnudamos, no, nos arrancamos la ropa, al menos tú a mí, porque yo no necesito ni quiero hacerlo, te ves tan hermosa que solo te araño la espalda, los muslos, que beso salvajemente tus senos, mordiendo tus pezones, besando tu boca, metiendo la punta de mi dedo en tu sexo. Y tú me devuelves el gesto, haces lo mismo conmigo, 

Me tomas del cabello y me muerdes los labios, te sujeto las nalgas y aprieto separándolas. Llevas mi rostro a tus senos y hago lo que tanto me encanta hacer, me abofeteas con ellos y yo los chupo y los beso, los lamo y lengüeteo los pezones, me arañas la espalda y yo marco tus muslos al apretarlos con mis manos.

No sé en que momento me sacaste o me quité el pantalón, no sé en que momento te has desnudado, sólo sé que mi pene está en la entrada de tu vagina, mi falo endurecido, tu coño empapado. Respiramos agitados, sabemos bien cual será el movimiento del otro, así que debemos ganar la iniciativa. Nos miramos, respiramos agitados, no nos movemos, se aproxima, el momento que habíamos estado esperando.

Tu boca se prende de mi miembro y chupa, pero sin saber como, tu sexo ha quedado a la altura de mi legua que no deja rincón alguno sin explorar. Y así vamos, tú encima mío, comiéndonos mutuamente, devorándonos, gimiendo, gritando, bañados por la luz de la luna y el frío viento de la noche. 

Los minutos se vuelven eternos y a la vez duran una nada cuando estamos así. Terminamos, ¿Terminamos? Claro que no, simplemente que tú estás a gatas en un extremos de la sala y yo con una rodilla al suelo en el otro. 

No más preámbulos, no más rodeos, no más entuertos perdidos que nos quiten el tiempo.

Saltas, reina felina, con la agilidad que solo un gato poseería, sobre mí. Te atrapo con un beso, con mi falo entrando directo en tu sexo, con la freza, la rapidez y la certeza que solo un lagarto podría tener al cazar.

Lo demás es una batalla sin miramientos. Mis embestidas y tus gritos, tus movimientos y mis aullidos de placer, el sonido de mi cuerpo chocando contra tu cuerpo, una y otra y otra vez,  cada vez más rápido, cada vez más salvajemente, cada vez más adentro, cada vez más mojado, cada vez más mía, cada vez más tuyo, cada vez más entregados.

Y así légamos los dos al orgasmo, abrazados, besándonos, cogiendo como los dos Titanes que somos, cediendo, mandando, seduciendo, complementando.

Explotamos, todo ha quedado embarrado, tus mieles, mi leche, nuestros cielos encontrándose en un mismo orgasmo.

El tiempo ha pasado, ¿Lo ha hecho? no sé, no creo, creo que hasta el mismo tiempo se detuvo para contemplar tan magnánimo espectáculo. 

Pero el tiempo ha pasado, sudando, extasiados, nos acercamos el uno al otro, extiendo mis brazos a ti y tú saltas en ellos buscando el refugio anhelado.

Juego con tu cabello, acaricio los surcos rojos que he dibujado en todo tu cuerpo, te miro, te beso, te limpio, te procuro, y tú maúllas, ronroneas, guareciéndote en mi pecho guardas las garras afiladas y los colmillos y te relajas, eres fiera, pero sabes ser gatita mimada, conscientes y te dejas consentir, y lo permites porque confías, quiero pensar, quiero creer.

Y ahí estamos, juntos, ambos ganamos está guerra donde podemos destrozarnos, pero jamás nos haremos daño.