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Toqueteos

en Confesiones

Ayer tuve que usar la linea uno del metro, de San Lazaro a Pino Suarez, como a eso de las 8 de la mañana; para variar, la estación estaba atascada. Me esperé por más de veinte minutos, casi nada considerando el tiempo que sé que podría esperar uno para subir a un vagón para si quiera, acercarme a la orilla del andén; aunque bien dicen que la paciencia recompensa, pues pasaron dos trenes vacíos y el andén se vació medianamente.

Cuando me acerqué para subir al metro, una chica, joven, de no más de veinticinco años, morena, de cabello oscuro y muy largo, que usaba jeans blancos, se acercó a donde estaba, se notaba que llevaba prisa, pues no dudo en ponerse a mi lado aprovechando un pequeño hueco que quedaba. Inmediatamente se acercaron tres hombres, uno de ellos, un chavo, de esos que sabes que sólo van al arrimón, porque son bien obvios. Como yo iba cansado, ya ni dije nada, la verdad es que la noche anterior me había desvelado por cuestiones de trabajo, así que sólo quería llegar a casa a dormir.

Llegó el convoy y todos arremetieron contra el metro, yo di un par de pasos pero el chavo atascado inmediatamente me empujó para meterse, no dije nada, en mis adentros, la verdad pensé «que lo goce, andará más urgido que yo». Sin embargo, entre la gente que salió y los poquísimos que pudieron entrar, la chica al final, el atascadito se frenó y no se atrevió a empujarse al interior del vagón, «al demonio» pensé, tenía prisa por llegar, así que lo moví y me metí de golpe.

Quedé justo al lado de la chica, frente a ella, que quedó de costado a mí, y vi el rostro del chavo atascado, me dio risa ver su cara de frustración «sí pendejo, pudiste ser tú, pero te chingas».

El vagón aún permaneció abierto medio minuto más; incluso me abrí un poco de espacio a empujones para quedar mínimamente cómodo y hacerle un espacio a ella. «Ya se acomodó», tuvo el descaro de preguntarle, sin embargo de verdad no lo hice con esa intención morbosa que usualmente tengo en los labios. Ella me miró y me dijo sí mientras sonreía tímidamente y asentía con la cabeza. Al fin el vagón cerró y el tren echó a andar.

Los primeros metros fueron muy tranquilos, incluso un tipo me dijo si bajaba en la siguiente estación, negué con la cabeza. Fue entonces cuando, intentando moverme para dejarlo pasar, o avanzar unos pasos siquiera, quedé más atrás de la chica y mi mano derecha quedó justo entre sus nalgas, justo en medio —nada más de acordarme, se me pone dura —, que cosa más rica de mujer, que barbara, no tenía un gran par de nalgas, pero se sintió tan rico: suaves, y lo mejor, por la presión de las personas, mi mano empujó justo entre ambas nalgas y las abrió para quedar a medio camino de llegar a su culo, ¡Uff! Sólo eso, me puso a mil. Desperté de golpe y aproveché para menear la mano “por el movimiento del tren”, pero que barbaridad. Sus nalgas abrieron y mi mano entró como cuchillo en mantequilla. Inmediatamente busqué ver la cara de la chica, alguna reacción en ella que me indicará si estaba de acuerdo o si le incomodaba, en el peor de los casos, me disculparía y le diría que no fue me intención —cosa que de hecho, no era mentira — pero no reaccionó. En algún momento se limitó a respingar, un pequeño salto producto de la sorpresa, pero ni volteo la cara. Continué con el masaje a su culo con los nudillos de mi mano, los movía en círculos y me iba a sus nalgas para toquetearla a gusto. Maldije profundamente cuando vi la siguiente estación, maldije el doble, cuando me empujaron y tuve que bajarme del vagón para dejar pasar, sin embargo, y aunque seguro fueron pocos segundos, ella, que tuvo la oportunidad de recorrerse un poco para alejarse de mí, no hizo nada, y yo entré de inmediato y me quedé detrás de ella, esta vez con toda la intención del mundo.

De Candelaria a Merced, que era el siguiente tramo, sí no tuve miramiento, me lancé a toquetearla con todo el morbo del mundo «total, si algo malo pasa, ya estaría de dios». La agarré con la mano derecha, puse toda la palma de mi mano en sus nalgas, primero la derecha y luego la izquierda; por el reflejo en el cristal de la puerta, la vi, con los ojos cerrados, de nuevo no se movía ni hacía nada, y yo seguía manoseando su trasero. Luego pasé a la nalga izquierda, y de nuevo me clave entre sus nalgas, abrí la mano y le pasé todo el dorso por la raja, ella enderezó la espalda echando los hombros hacía atrás. Bajé la mano e intenté meterla justo entre sus piernas, no me costó trabajo; el dedo pulgar quedó de nuevo entre su nalgas e intenté clavarlo de golpe. Funcionó, aunque la tela del pantalón era gruesa y muy pegadito, sentí claramente, y ella sintió claramente, como le tocaba hasta su entrada trasera. Eso sí la hizo reaccionar, saltó, giró la cabeza e hizo un «¡Shhh!», inmediatamente volvió a su posición natural. En ese momento llegamos a la estación Merced y ella bajó del vagón para dejar pasar a más personas, yo me sujeté del tubo del asiento individual y no me moví.

Pensé que esa acción le serviría de pretexto para moverse a otro lado, después de todo, su reacción de incomodidad había sido sumamente clara, pero no fue así.

Tan pronto pudo, volvió al vagón y se acomodó justo frente a mí, así, sin más. Pero esta vez fue diferente, mi falo, tan duro que estaba, fue el que emprendió las acometidas, una y otra y otra vez contra la mujer, ella de nuevo cerró los ojos y se dejó hacer. Se la froté entre las nalgas, se la renegué como si la estuviese picando y cuando mi morbo fue tanto, puse la mano delante mía y me la empecé a sobar. De pronto el tren frenó bruscamente y ella se fue hacía un lado. Instintivamente la sujete de la cintura y con mi mano libre me volví a tomar del tubo. «Te jalé el cabello» le pregunté, «No» fue su respuesta, casi tan parca e inexpresiva, ni siquiera volvió la vista hacía mí. «Vas bien» le dije cínicamente; sonrió, viró su rostro, me miró y respondo «sí».

La acerqué a mi y ella movió las nalgas, pasó su mano hacia atrás y tocó el bulto que se asomaba por encima del pantalón, lo masajeó suavemente, así por dos estaciones más.

Casi me hace venir, y me hubiese encantado probar su excitación, sin embargo cuando llegó a Salto del Agua, sin decir más, se bajó; espero, que con una sonrisa en los labios y mucha humedad en su sexo.