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Lamia

en Dominación

 

LAMIA.

 

"...Porque el que vive más de una vida debe morir más de una muerte."

Oscar Wilde

 

- Come de mi carne hasta satisfacer tu voraz apetito depredador - le dije esperanzado en que se sirviera de mí como mejor le placiera, pero no lo hizo. Me miró con total frialdad e indiferencia a penas por un par de segundos y luego volteo la mirada hacia cualquier lado para dejar de asquearse con mi rostro suplicante. Actuaba como la gran sibarita sabía que era, y yo no estaba a la altura de sus exigencias, yo era indigno de ser siquiera un aperitivo en su mesa, por ello no se tomo la molestia de dirigirme siquiera un dejo de desprecio, sólo me ignoró como se ignora a lo que nada vale.

 

Me arranqué la ropa y le mostré mi cuerpo desnudo esperanzado en que al ver mi carne le vinieran las ganas de hundir en mi pecho o mi vientre sus afilados y retorcidos dientes, pero no fue así. Ya no le apetecían mis muslos ni la carne de mi espalda, mis nalgas o mi sexo. Nada de mí.

 

En mi desesperación, me arrastré por el suelo suplicante mientras la veía alejarse de mi alcoba lentamente; le gritaba llorando, estirándole mis brazos, mostrándole que aún conservaba las marcas de sus mordidas desde las manos y hasta los hombros, las cortadas en mis tobillos, a lo largo de mis piernas y en mis muslos, esas que ella me había hecho durante tantas noches usando las garras afiladas que coronaban los largos dedos de sus manos, pero todo fue en vano. Le gritaba que no se fuera, que volviera, que se alimentara de mí una vez más, una última vez, incluso y contraviniendo sus deseos, yendo contra una de sus órdenes, le vi a la cara para que viera mis lágrimas de desespero porque sabía que ello le provocaba un enorme placer. Esperaba persuadirla con eso, pero no fue así.

 

No podía entenderlo, desde la primera vez que la vi, cada que llegaba habitación desde la primer noche que me visitó hacia ya un año, me sujetaba el rostro con una de sus largas manos y clavaba sus uñas en mi cara sin contemplaciones para hacerme llorar. yo cerraba los ojos por el dolor que me provocaba y las lagrimas escurrían solas mezclándose con mi sangre. En varias ocasiones sentí su áspera lengua viperina limpiar mi cara para beber mis lágrimas y mi sangre en un extraño cóctel que le provocaba tal placer, que sus aguados alaridos resonaban por toda la casa.

 

Pero también fue inútil.

 

Se colocó en el vértice de la ventana y la luna iluminó su pálido y alargado rostro, su semblante cadavérico sin piel, sus ojos rojos y vi por ultima vez su sonrisa maldiciente, su boca plagada de dientes amarillentos y retorcidos, amontonados en varias hileras y su larga lengua viperina con la que se relamía la cara y sus párpados como un reptil cualquiera. El viento ondeaba su blanquecina cabellera y los pliegues de carne que le colgaban por todas partes de su cuerpo.

 

Y yo seguía suplicante por su misericordia, que volviera, que me tomara y me poseyera, que de alimentara de mi carne y bebiera mi sangre como lo venía haciendo cada luna llena desde hacia ya un año. Pero no quería, ya no era suficiente alimento para ese demonio.

 

Mientras ella me miraba altiva, mientras yo suplicaba en el suelo, me golpearon los recuerdos de lo vivido con ella, de cómo había aparecido en mi vida un año atrás, una noche de luna llena del mes de octubre, una noche en que caía una fuera tormenta.

 

Yo leía en la sala de mi casa cuando el golpeteo de la puerta me sacó de mi concentración, faltaba poco para la media noche y con aquel aguacero cayendo a tope mi preocupación se incrementó. Corrí, me asomé por la mirilla y contemplé a la más hermosa criatura, una jovencita de piel blanca y hermosa sonrisa, larga cabellera negra y mirada inocente que temblaba de frío, empapada, afuera de mi casa. No lo pensé dos veces y abrí la puerta, le pregunté qué quería pero no dijo nada, sus labios temblaban igual que el real de su ser. La invité a pasar y cuanto puso un pie adentro de la casa se arrojó a mis brazos llorando en silencio, no entendía que sucedía, pero el contacto con ese pequeño y delicado cuerpo, sentir, a través de la tela, sus senos redondos senos pegarse a mi pecho me hizo estremecer. No dijo nada, sólo me miró y me besó de la forma más tierna y sensual que jamás nadie me había besado.

 

Ella se veía tan frágil e inocente, su figura delataba a una mujer que a lo mucho pasaría de los quince años, mientras yo era un hombre de cuarenta y tantos. No pude explicar porque, pero no desee resistirme o controlarla de forma alguna, su cercanía, su sola presencia hizo que mi razón se perdiera, para siempre, y que sólo me dominaran mis deseos, y su beso, ese primer beso que fue mi condena me volvió suyo para siempre de pies a cabeza.

 

Nos besamos, nos desnudamos, nos tocamos, la besaba apasionadamente y ella pasaba sus manos por cada rincón de mi cuerpo, acaricio mi falo erecto con una destreza que jamás había contemplado y me perdí en sus encantos. Me tiró al suelo, y ahí mordió mis labios, sus besos pasaron de eso a mordidas que poco a poco incrementaban su intensidad, ella no podía parar ni yo quería que lo hiciera. Cada dentellada me producía más y más placer, me evocaba recuerdos más profundos, sensaciones más nítidas, iba más allá del mero éxtasis de la piel. Me ponía en un estado de transe, algo que no podía describir de otra forma que no fuese: una absoluta felicidad.

 

Esa noche lo hicimos como locos hasta que me quedé dormido cuando ya despuntaba el alba. Por la mañana abrí los ojos pero ella no estaba. Por más que la busqué y pregunté a mis vecinos, nadie la había visto marcharse. Incluso me cuestioné si todo había sido un sueño, una alucinación, pero las marcas en mi cuerpo, en mis piernas, las mordidas en mi torso y brazos y una cortada en la cara, cortada que ella me había hecho con sus propias manos me decía que no.

 

Pasaron semanas para que pudiera sacarla de mi cabeza, al principio era un pensamiento que no me abandonaba sin importar lo que estuviese haciendo, luego poco a poco sólo me asaltaba cuando estaba distraído. Sin embargo la siguiente luna llena volvió a mi puerta, vestida de la misma forma, tocó y no dijo palabra alguna, cuando la vi palidecí pero fui inmensamente feliz, no dudé en abrirle las puertas de la casa, ella estaba de pie mirándome fijamente a los ojos con una expresión de absoluta indefensión, yo la abracé y ella me respondió, iba a besarla en los labios pero volteó el rostro dándome sólo la mejilla, eso me desconcertó. Me hice unos pasos para atrás para que pasará pero ella no se movió.

<> le dije torpe y apresurado al ver que seguía en la puerta, fue hasta entonces que pasó y se aventó a mis brazos. Su boca encontró mi boca y nos besamos por no sé cuanto tiempo, nos tocamos por un largo rato. Ella dejaba que la tocara sin pudor ni recato alguno, no llevaba ropa interior por lo que me bastaba meter la mano por debajo de su falda para encontrar su sexo húmedo. Lo hicimos como locos toda la noche, ella dejó caer su ropa en mi cara y aprovechó para taparme los ojos, no tuve tiempo de hablar, apenas intentaba decir una palabra, me callaba con besos y mordiscos que rápidamente se convirtieron de nuevo en mordidas. Luego de dos o tres dejaba la sutileza y clavaba sus dientes con total firmeza, yo quería gritar pero ella ponía su mano izquierda en mi boca mientras que la derecha sacudía violentamente mi sexo. Luego me montaba, cabalgaba como desesperada mientras me tenía adentro, y al tiempo que lo hacía, arañaba mi cuerpo y lo lamia, yo sentía como bebía mi sangre y el contacto de su saliva con mis heridas me llenaba de más placer, era una droga que me llevaba a la gloria y me hacia suplicar por más. Así hasta el amanecer.

 

Luego de esa segunda vez entendí la mecánica de nuestra relación. Yo amanecí con más moretones y cortadas, con algunas heridas aun sangrando pero sobre todo en un éxtasis incomparable, y sólo.

 

A partir de ese día esperé, no puedo decir que paciente, pero si muy esperanzado a que ella volviese a mi puerta la siguiente luna llena; incluso deje las celebraciones de fin de año por quedarme esperando, dejé familia, amigos, alguna invitación de mujeres, y no me pesó.

 

Días antes de que se llegará la tercer visita, una voz en mi cabeza me empezaba a decir que hacer para agradar a mi invitada. No entendía bien a bien que pasaba, pero de pronto tuve la certeza de que a ella no le gustaban los espejos, así que desmonté todos los que había en la cada, cuando pasaba por los cuadros de mi familia me invadía un sentimiento de incomodidad que me obligo a retirarlos de la mesa de la sala, los burós del cuarto y de cada lugar donde estaban. Tapie además todas las ventanas de la planta baja, esa noche iluminé todo con velas y con la luz de la luna, la esperé completamente desnudo, de pie, con la mirada baja y las manos en la espalda, así estuve desde que el crepúsculo tiñó el cielo en un profundo carmesí.

 

Cuando la noche llegó, no siquiera tuvo ella que tocar la puerta, apenas puso un pie en la entrada yo pude oler su perfume e inmediatamente le abrí invitándola a pasar. Tuve mucho cuidado de no levantar la cabeza, algo me decía que no disfrutaba que la viera. Ella pasó y acaricio mi rostro con sus manos, con sus bellos dedos blancos que remataban en unas largas uñas siempre decoradas. Ella levantó mi rostro y me hizo contemplarla iluminada sólo por la luz de la luna. Ya no era la pequeña que tres meses atrás había tocado a mi puerta, aunque apenas habían pasado tres meses, ella se veía como de treinta, era una mujer en toda la extensión de la palabra, aún más hermosa si es que eso era posible.

 

Sus senos habían crecido de pena generosa hasta convertirse en un par de manjares, dos gotas de rocio perfectamente simétricas, con los pezones rosados y erectos que se transparentaban por la delgadísima tela del vestido blanco, llevaba tacones y el cabello perfectamente arreglado.

 

Me beso con tal ternura, no era el beso apasionado al que me tenía habituado, más no por ello era menos placentero. Esa vez fue más lento, ella se llevó su tiempo tocándome, acariciándome, mirándome; yo no podía ni quería sostenerle la mirada, así que la agachaba apenas tenía la oportunidad, pero ella era la que levantaba mi rostro para ver mis ojos y cuando lo hacia, yo sentía que podía ver mi alma.

 

Una infinita melancolía me invadió y sin que yo lo controlará empezaron a brotarme las lágrimas. Su respiración se agitó al instante y no contuvo su deseo por lamerlas, llevó, mientras lamía mi cara, mi mano a su entrepierna, estaba chorreando de humedad. Ese fue el inicio de nuestra tercer noche de pasión. El resto de la jornada nos dedicamos a todos los placeres lúbricos que ella tuvo en bien gozar. Así, hasta que con el primer rayo de sol se fue sin decir nada.

 

Yo lo acepté sin chistar, entendía que así debían ser las cosas y me gustaban, sabía que luego de esa noche me vendría una infinita soledad, me caería el peso abrumador de vivir en un mundo sin ella. Por los siguientes días, semanas quizás, todo perdería sentido, incluso llegarían a mi tendencias suicidas, pero no podía hacerlo, no podía arrancarme la vida por más que lo deseara, no podía porque mi vida ya no me pertenecía. Era suya, de ella, ella era la que podía disponer de mi y la suerte que yo correría. Sólo ella y nadie más.

 

Pronto me dio por hablar solo. De pronto un día mientras caminaba al trabajo me descubrí balbuceando como si fuese hablando con alguien, volví la cabeza al lado y noté que las personas se me quedaban viendo, pero no me importó, yo sabía que no hablaba solo, le hablaba a ella y algo en mi interior me decía que ella me estaba escuchando y que incluso me respondía. Me respondía aunque nunca había escuchado su voz, al menos no la había escuchado hablar, pero sabía, no entendía como pero sabía, que tono de voz tenía, que palabras usaba, yo la conocía, conocía sus gustos, sus deseos, todo lo que ella deseaba que conociera de ella lo sabía.

 

En el trabajo me decían que me veía más flaco, desmejorado, pálido, mis compañeras se preocupaban por los moretones en los ojos, los labios rotos y las cortadas en las manos y cara. Si me hubiesen visto sin ropa se habrían dado cuenta que esas marcas eran nada en comparación con las que llevaba n el resto del cuerpo:

 

Arañazos, mordidas, quemaduras en mis heridas como si les hubieran echado ácido. Pero yo lo que notaba cuando me veía ocasionalmente en el espejo del baño de la compañía, era mi inquebrantable sonrisa.

 

Así pasaron los meses, con cada visita yo la veía más mujer, más entera, más hermosa, más mía... O yo de ella.

 

Las llagas en mi cuerpo se volvieron nada, yo vivía para ella. Hasta el mes pasado.

 

La visita anterior a esta noche fue distinta, yo cometí un error garrafal, cometí el atrevimiento de hablar, le dije -Te amo- sin pensarlo, sin meditar. Durante meses no le había dicho más palabras que -Bienvenida, adelante, entra por favor- pero esa noche cometí ese fatal error.

 

Se echó para atrás asustada, me arrojó contra la cama y se recargó de la pared del lado opuesto. Su rostro de desencajó por completo, temblaba como la primera vez que la vi, insegura y temerosa. Empero unos segundos después su semblante se tornó en furia incontenible, azotó todo lo que encontró a su paso, arañó las paredes y le arranco la manija a la puerta del cuarto, estaba vuelta una fiera y se fue sobre mi, me arañó con más fuerza el pecho y me abofeteo la cara. Hizo trizas el colchón de la cama que había comprado meses antes sólo para que ella se recostara. Y entonces me besó, y con ese beso sentí que ella se llevaba mi alma.

 

Me sentí desfallecer poco a poco, mi cuerpo se sentía tan ligero que parecía flotar, incluso podía escuchar como lentamente mi corazón se apagaba. No era una figura metafórica, no era una alegoría, en realidad ella me estaba devorando el alma en un beso, lo hacia mientras su piel rejuvenecía y sus formas adquirirán aún mayor sensualidad.

 

Poco faltó para que me matara, lo sé, lo sentí en ese momento, pero algo la detuvo e hizo que le devolviera el aliento, que me reanimara, y ese gestó provoco que ella inmediatamente se marchitara, no envejecía, más parecía una flor secándose, entonces descubrí su verdadera forma, su auténtica naturaleza, entonces supe en verdad que era.

 

Salió corriendo y pensé que no vendría, pero hoy ha vuelto, no entiendo el porque pero hela aquí de pie en el vértice de mi ventana, mostrándome su verdadera cara, su naturaleza demoniaca que no se atreve a arrancarme el alma, a darme la muerte definitiva y en vez de ello me condena a un fin aún mucho peor, no verla nunca más.

 

- ¡Tómame! ¡Toma mi vida! ¡Devórame como lo haz hecho durante todos estos meses! -

 

Pero en vez de hacerlo sólo me ignoraba y contemplaba la luna mientras su blanco pelo hondeaba por el viento y su lengua viperina lubricaba sus ojos rojos.

 

Me acerqué como pude a ella y recargué mi cabeza en sus piernas que eran hueso y carne marchita, ennegrecida y pestilente. Ella me acaricio con sus garras y con una gran delicadeza me arrancó el ojo derecho y lo comió lentamente, también me arrancó la lengua. 

 

Me miró por última vez y pude ver que en vez de esa maligna sonrisa, de sus ojos escurrían lágrimas de sangre que lamía cuando llegaban a sus mejillas.

 

Y así nos quedamos toda la noche hasta que nos alcanzó el día.

 

Al llegar la mañana ella me arrancó la vida para volver a ser niña, la misma jovencita que llegó a mi puerta una noche de tormenta un año atrás. Pero no se confundan, no me mató, fue aun mas cruel y maligna, me condeno a una vida sin vida, a una vida sin ella.

 

De esa noche ha pasado ya un año casi y por eso hoy he vuelto a esta casa, que ahora luce abandonada, a recordarla, esperanzado en verla. Nadie ha morado aquí desde esa noche, yo duermo en las fosas dentro de los panteones, sobreviviendo como puedo, sin el valor de quitarme la vida y acabar con mi sufrimiento, porque yo no puedo morir, porque yo ya estoy muerto, ella se llevo mi vida aunque me dejó un último aliento.

 

Y si alguien la viera, temed por su suerte, porque quien ama a la Lamia, jamás termina bien.

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