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Néctar de Venus (3)

en Lésbicos

NÉCTAR DE VENUS III

Por Reriva.

Eva y Lisa estaban de vuelta en la tierra, sólo entonces repararon en la muchacha que se había quedado en la habitación arreglando la cama. Un escalofrío recorrió la espalda de Eva. Ambas entraron en la habitación, pero ya no había rastro de Verónica. La cama en cambio estaba preparada para ser ocupada de inmediato, casi podría interpretarse como una invitación. Eva estaba pasmada preguntándose si las habría visto. Lisa en cambio, parecía divertida.

—Por supuesto que se dio cuenta, hermosa... ¿No lo estás viendo?

Eva estaba angustiada, paralizada al pie de la cama. Lisa se sentía más cómoda en esta situación, era a lo que estaba acostumbrada con Eva, cuyos arrebatos de las últimas horas la habían mantenido aunque placenteramente excitada, sin algo que le era vital: el control. De modo que decidió tomarlo y sacarle jugo al escenario que ahora se le presentaba. Ahora fue ella quien se recargó en la espalda de su anfitriona apretándola suavemente por la cintura.

—¿Qué es lo que temes? ¿Qué te expulsen, acaso? —le susurró al oído.

Eva sonrió nerviosamente sin estar totalmente convencida de que debía estar tranquila.

—Ella no nos hará daño... Simplemente, se dio cuenta de lo nuestro y se alejó para que pudiéramos estar tranquilas, ¿no te das cuenta? —las palabras de Lisa eran acompañadas por una serie de suaves besos en el cuello, que poco a poco iban doblegando a la rubia.

—Tranquila, amor; déjate llevar y disfrutemos...

Las palabras y las caricias de Lisa disipaban lentamente los nubarrones que se habían formado en la mente de Eva, al grado que ella misma recogió su cabello para dejarle espacio libre a la boca que recorría su cuello y espalda, se dejaba llevar mientras su vestido se deslizaba en dirección al suelo, arrastrado por la gravedad y seguido por las caricias de Lisa que recorrían su espalda, dejando una efímera estela de humedad en la piel recién acariciada por la tela. Lisa siguió todo el trayecto hasta acabar de rodillas en el suelo sentada en sus talones en un ritual que consistía en recorrer totalmente el dorso de las piernas de Eva con su lengua y boca mientras sus manos se deslizaban por el frente.

Bastó un ligero empujón a sus nalgas para que cayera suavemente sobre la cama. Lisa se arrodilló en la cama con las piernas abiertas dejando entre ellas la figura de la hermosa rubia, la contempló durante unos instantes, plácidamente recostada boca abajo, enfundada tan solo en un discreto conjunto de ropa interior y expectante de lo que le deparaba. Lisa se montó sobre el trasero de Eva, levantó su falda hasta la cintura para poder abrir mejor sus piernas buscando el mayor contacto posible de su entrepierna con las nalgas de su amiga, inició un suave vaivén que producía una agradable ficción de fibras y pieles. Sus manos también entraron en acción y en perfecta armonía con sus otros movimientos comenzaron un delicado masaje en la espalda baja de la mujer que, a su juicio, era poseedora de la piel más tersa y suave que jamás hubiera acariciado. Esta revelación la llevó a tratar de hacer un rápido recorrido entre las múltiples pieles que sus manos habían recorrido en un ritual semejante al actual, acabó encontrando uno igualmente grato en una piel equiparable, pero la protagonista era la misma mujer que acariciaba en este instante.

—Tú ya me obsequiaste un par de hermosos orgasmos. Quiero que ahora seas tú la que disfrute —fue la promesa de Lisa mientras sus manos se elevaban en la prolongada caricia.

—Soy tuya, lo sabes, y no opondré resistencia, como no lo he hecho desde aquella vez.

"Aquella vez". Era precisamente a la que Lisa se había remitido, recordando su primer encuentro en los años en que compartieron habitación en el internado, había sido muy parecido a lo que vivían justo ahora, pero en ese entonces ninguna sabía cómo terminaría el masaje.

—Tus nalgas siguen siendo tan bonitas como las recordaba, siempre me volvieron loca...

Un sordo gruñido, parecido al de una gata en celo, fue la única respuesta que recibió el comentario de Lisa. Eso la excitaba, Eva lo sabía muy bien. Habían iniciado su relación como un juego en el que ambas se obsequiaban masajes, Lisa había iniciado de manera espontánea con esa costumbre que les dejaba una sensación relajante primero, excitante después...

—¿Ya te sientes mejor? ¿Estás relajada?

—Hace rato que estaba relajada, pero ahora ya no...

—Entonces, ¿cómo te sientes ahora? —preguntó Lisa con una hermosa sonrisa dibujada en el rostro.

—Caliente... —comentó Eva, exactamente como lo hizo aquel día.

—¿Mucho?

—Sí; muy caliente...

—¿Es la primera vez que te pones así?

—No... Siempre me pones así; pero es la primera vez que te lo digo... —las dos estaban conectadas, tanto, que estaban jugando a recordar la primera vez.

Lisa se recostó sobre la espalda de Eva procurando mirar fijamente los ojos de su amigo que destacaban como dos luceros en su rostro encendido, acercó su rostro hasta sentir su aliento cálido confundiéndose con el propio.

—Pues quiero que sepas que yo no soy de piedra... y mucho menos cuando te tengo entre mis manos...

Eva cerró los ojos y entreabrió sus labios. Lisa no pudo menos que aceptar la invitación. No sólo fue el primer beso entre ambas, era primer beso de ambas. Era una sensación exquisita que no querían dejar que se extinguiera, cuando parecía que la caricia llegaba a su termino, la retomaban con más bríos que antes y se exploraban mutuamente cada rincón de sus bocas, de sus lenguas, con paciencia y detenimiento en momentos, en otros se devoraban y succionaban con ansiedad. Se abrazaban fuertemente pegadas la una a la otra de modo que las ropas parecían desintegrarse entre ambas, sus piernas se enredaban con fuerza frotando su entrepierna en el muslo de la compañera. De vez en vez giraban intercambiando posición. En esta ocasión cayeron de la cama, pero las sensaciones eran tan intensas que ni se dieron por enteradas y continuaron enredadas en un espacio mucho más amplio, en un momento dado, sus músculos todos, se tensaron y el abrazó se estrechó volviéndolas una sola criatura unida por la vorágine del orgasmo sincronizado, intenso, interminable y agotador. Se sumergieron ahora en una calma tierna en la que continuaron prisioneras de la boca ajena, mirándose a ratos sonreían y volvían a compartir sus besos susurrando.

—Te amo... Quiero vivir siempre así...

Se miraban intensamente, sonreían y los besos se sucedían nuevamente. El torrente se llenaba nuevamente de pasión y la intensidad de las caricias se incrementaba en una nueva oleada de sensaciones hasta llevarlas a caer en cascada, en un nuevo orgasmo compartido, cada vez más devastador que el anterior. Ese camino lo anduvieron muchas veces el día de su primer encuentro, de manera idéntica lo hicieron en esta conmemoración maravillosa. De igual manera solamente el cansancio las contuvo, quedaron rendidas, agotadas, pero no saciadas.

Continuará...