miprimita.com

Medio-hermanos / Medio-novios... (Parte V).

en Amor filial

 

"Medio-hernanos / Medio-novios... (Parte V).

Por: Reriva.

      Mientras entraba a mi casa reflexionaba sobre mi vida. Ni siquiera encendí la luz y así, a oscuras caminé hasta mi habitación y vestida como estaba me tendí de espaldas sobre la cama, mirando fijamente hacia el techo, sin importarme que mis lágrimas que resbalaban por las sienes iban a parar directo a mis oídos.

      Ya habían pasado más de cinco años desde mi última —y única— relación formal. No había entablado un noviazgo ni me había sentido enamorada después de aquel primer romance que tuve en mi adolescencia. Era probable que me hubiera dado por enquistar mis sentimientos porque el asunto acabó por decepcionarme, pues tenía un noviecillo que se las daba de santurrón y por lo mismo en algún momento nos habíamos prometido “reservarnos para el matrimonio”... Pero el muy idiota acabó metiéndose con la más piruja de la Preparatoria y además dejándola embarazada. Claro que para entonces yo ya estaba en la Universidad y él ya no era mi novio. Aunque seguíamos siendo muy buenos amigos y cuando eso sucede, a veces queda el gusanito de regresar algún día, al menos ese era mi caso. Por eso me dolió tanto que acabara casándose con esa tipa a la que había dejado embarazada sin siquiera haber sido novios. Según sé, ahora tienen dos hijos y siguen estando felizmente casados... “Y cogiendo como conejos”, ¡maldita vocecilla entrometida!...

      Entonces percibí la vibración acompañada de un tenue resplandor que salía de mi bolso. Saqué mi celular, número desconocido, contesté.

      —Hola, bonita, ¿cómo estás?

      —Recostada y mirando el techo... —No lo podía creer, a propósito de pirujas, ¿cómo demonios había conseguido mi número?— ...¿y tú?

      —Sentada, viajando, y... pensando en tí... ¿Tú, no pensabas en mí?

      —Pues... Más o menos... —“Pensaba en otra piruja, no precisamente en tí”...

      —¿Estuviste llorando?

      —¿Yo? No, ¿cómo crees?

      —Bonita, sé reconocer perfectamente una voz quebrada por el llanto, y tú estuviste llorando.

      —No... Es que he notado que la pasta dental que estoy usando me pone algo mormada...

      —Bueno... Voy a hacer como que te creo.

      —Ah, muchas gracias por el favor que me haces creyéndome mis mentiras.

      —Es que a mí me pasa algo parecido, ¿sabes? No soporto el sabor a menta y parece ser que hay una ley que obliga a que todas las malditas pastas de dientes deben tener ese maldito sabor a menta.

      —¿En serio? Ay, yo no soporto esa que es toda de color blanco, hasta me produce náuseas y cuando la espuma llega a mi garganta hasta me hace vomitar.

      —Yo tampoco la soporto, me da mucho asco, es horrible...

      Estuvimos platicando un buen rato sobre cremas dentales y hasta nos hicimos algunas recomendaciones al respecto. Mientras lo hacía, abrí un poco las piernas y pude sentir la fría humedad de mi vestido tocando mi pubis desnudo. Eran los restos de la eyaculación de mi hermano Fernando. Elevé un poco las rodillas, doblando mis piernas, reacomodé un poco la tela del vestido haciendo que toda esa mancha húmeda coincidiera perfectamente con mi entrepierna. Habiendo hecho esto estiré mis piernas colocando una encima de la otra para poder sentir más íntimamente el contacto de mi entrepierna con la tela mojada del vestido, que poco a poco dejó de sentirse fría. Me parecía una humedad muy excitante y pecaminosa. Así que uno de mis dedos comenzó a acariciar suavemente mi sexo a través de la tela humedecida con semen fraterno. Finalmente le estaba prestando atención a la calentura que me aquejaba.

      —Por lo visto ya pasó el efecto de la pasta dental.

      —¿Por qué lo dices? Hasta donde yo sé, la tecnología no ha avanzado lo suficiente como para que puedas detectar mi mal aliento.

      —Ja, ja, ja... No, tonta; me refiero a que ya no te escuchas “mormadita”... Aunque, para ser sincera, sí me gustaría estar lo suficientemente cerca de ti como para darme cuenta del estado de tu aliento.

      —Si ya no me escucho “mormadita”, entonces ¿cómo me escucho? —le pregunté haciendo caso omiso de su última alusión.

      —Pues te escuchas un tanto como yo...

      —¿O sea?...

      —Algo... ¿Cachondilla?

      —Ja, ja, ja... ¡No es cierto! —Negué, haciéndome la loca, por supuesto que estaba poniéndome bastante “cachondilla”, me estaba masturbando mientras hablábamos, pero era por la presencia de aquella húmeda mancha de semen en mi vestido que ahora estaba en contacto directo con mi intimidad y que se estaba mezclando con la propia humedad que destilaba mi vagina a medida que seguía estimulándola.

      —Pues yo sé detectar cuando alguien está cachonda, y amiga mía, tú estas bastante cachondilla... Seguramente tú también puedes notar que lo estoy yo.

      —Ay, amiga; tú hablas como si estuvieras permanentemente cachonda.

      —¡No es cierto!

      —Claro que sí... Y además caminas como si... —“...trajeras un consolador metido en el fundillo”... afortunadamente alcancé a contenerme antes de completar la frase.

      —...Camino como si... ¿qué?

      —No, discúlpame, no quise...

      —Adelante, dilo; no creas que me voy a molestar.

      —Tienes unas nalgas muy bonitas, ¿sabes?

      —Pues, me lo han dicho un par de veces... Pero todavía no me has dicho cómo camino. —Se escuchaba evidentemente molesta y yo todavía trataba de dar con alguna idea que me sacara del atolladero, pues no quería ofenderla y mencionar lo del consolador en el fundillo por supuesto que la ofendería.

      —Es que caminas como si tus nalgas fueran hablando...

      —¿Como si mis nalgas fueran hablando?

      —Sí, ya sé que suena muy loco... Pero es lo que a mí se me afigura, es que cuando caminas se mueven de una manera tan graciosa, que me parece que van hablando...

      —¿Y si van hablando, qué dicen?

      —Nada importante, algo como: “De aquí para allá, de allá para acá, de aquí para allá, de allá para acá”...

      —¡Ja, ja, ja!... Eso suena como una canción boba para bailar.

      —¿Verdad que sí? ¡Ja, ja, ja!...

      —De aquí para allá, de allá para acá, de aquí para allá, de allá para acá... —Yo reía mientras ella seguía canturreando y a medida que lo hacía, su voz se iba escuchando distinta, como con un eco. Luego se cortó la llamada, pero su voz se siguió escuchando— De aquí para allá, de allá para acá, de aquí para allá, de allá para acá...

      Me incorporé un poco, apoyándome en los codos. La descubrí ahí, recargada en el marco de la puerta de mi habitación.

      —Tengo un gran defecto, ¿sabes? —Dijo en cuanto dejó de cantar esa tonada boba.

      —Pues ese defecto no debe ser físico, porque yo no te noto ninguno —“Mentirosa, casi no tiene chiches y sus ojos son demasiado saltones”, la vocecilla no faltaba demasiado a la verdad, aunque en el caso de esta chica eran detalles sin importancia si se tenía en cuenta todo el conjunto.

      Ella sonrió ante el cumplido que le acababa de hacer y avanzó hasta sentarse en el borde de la cama.

      —Cuando veo algo que me gusta no me detengo hasta conseguirlo —Me miraba fijamente a los ojos.

      —Entonces supongo que debes tener tu casa repleta de muchos “algos”.

      —Conseguirlos no implica necesariamente llevarlos a casa —Sus dedos acariciaron suavemente mi rostro—... Muchas veces implica solamente poder saborearlos...

      Y entonces se inclinó sobre mí, y yo me perdí primero en la profundidad de su mirada y después en la suavidad de sus labios. Descubrí que había estado deseando esto desde nuestro primer encuentro en el baño. Ella me confesó que lo había deseando desde antes. Se tendió sobre mí luego de colocar nuestros teléfonos en la mesita de noche. Y nos entregamos a la sesión de besos más memorable que jamás hubiera tenido hasta ese momento. Era la segunda mujer que besaba en mi vida y estaba siendo muchísimo más rico. No pude evitar pensar fugazmente en mi tía mientras disfrutaba de los besos de Camelia.

      Después de besarnos durante mucho rato, ella decidió incursionar en mi cuello y en mis hombros, luego se esmeró especialmente en llenar de caricias mi amplio escote. Ambas seguíamos pudorosamente vestidas, hasta que ella dejó mis senos al descubierto para... ¡Oh, dios; jamás me hubiera imaginado que amamantar a una chica fuera tan excitante como para hacerme llegar al orgasmo!

      —¡Ja, ja, ja!... —Camelia no paraba de reír divertida después de hacerme experimentar ese orgasmo maravilloso— Pues si así gozas con el aperitivo, espera ver qué sucede con el plato fuerte.

      Ella descendió por mi cuerpo hasta bajar de la cama, tomándome de los tobillos deslizó mi cuerpo hasta que mis nalgas quedaron al borde de la cama, me abrió las piernas, levantó mi falda y sonrió maliciosa al notar que no llevaba pantaletas.

      —Vaya, veo que alguien ya estaba esperándome.

      Se arrodilló entre mis piernas y al notar su aliento candente chocar contra mi pubis, no pude evitar un hondo suspiro, resignada a recibir lo que tuviera que venir. Sinceramente, yo esperaba un poco más de suavidad en el asunto, algo de juego previo; pero no hubo tal. Camelia parecía movida por la urgencia y atacó directamente a mi vagina pegando su boca como una ventosa que chupaba con desesperación. Su lengua me parecía desmesuradamente larga y la sentía llegar a rincones cada vez más sensibles. Y la forma en que a ratos se adueñaba de mi clítoris me estaba llevando al paraíso. Mientras experimentaba un nuevo orgasmo vino a mi mente el Señor Pozos, sentí algo de lástima por él al recordar la manera tan rudimentaria en que me había mamado; después lo justifiqué sabiendo que nunca lo había hecho antes y que de algún modo me alegraba que esa hubiera sido la primera vez para los dos. Porque si de algo estaba segura, era de que Camelia ya tenía en su haber una cantidad considerable de vaginas a cuestas para tener ese grado de maestría que nuevamente me estaba llevando al éxtasis.

      Dios, si con el Señor Pozos lo había disfrutado tanto, con Camelia se estaba elevando el placer de manera exponencial. Hice esfuerzos desesperados por no perder el sentido como me había sucedido con el Señor Pozos, a pesar de que mi cuerpo me lo exigía. Lo curioso del asunto era que me daba la impresión de que Camelia no parecía experimentar placer, más bien parecía divertirse conmigo. Cuando la vi erguirse de entre mis piernas, dejando al fin mi panochita tranquila, yo ya no tenía fuerzas para nada. Ella se sacó el vestido de un solo movimiento quedando solamente en pantaletas, me dio la espalda para deshacerse de ellas. Volvió a arrodillarse y luego giró su cuerpo para depositarme pequeños besitos en mi entrepierna y sus alrededores. Me estremecía, pues toda esa zona parecía hipersensible luego de la cruenta batalla a que había sido sometida.

      —Bueno, bonita; ese fue el plato fuerte, pero todavía falta el postre —Me dijo esbozando una sonrisa traviesa.

      Yo me sentía como una muñeca de trapo y ella debió notarlo cuando tomó mis piernas apoyando el dorso de mis rodillas en cada uno de sus hombros, luego se fue incorporando, mis piernas se fueron deslizando por sus brazos a medida que ella iba avanzando hacia mí, a paso de gata en celo quedaron nuestros rostros frente a frente. Mis piernas estaban completamente abiertas, el dorso de mis muslos se recargaba en el frente de los suyos. Yo estaba a la expectativa, solamente bastaría un movimiento de su parte para que nuestros sexos se unieran en un beso vertical. Sin embargo, vino primero el beso horizontal, el de nuestras bocas uniéndose con pasión. Luego, rompiendo el beso, me miró fijamente a los ojos:

       —Perdóname por esto, mi amor...

      Y se volvió a adueñar de mi boca con pasión renovada. Un movimiento de su parte y lo sentí, hundiéndose de golpe en mis adentros hasta sentir esa maraña de vellos contra mi pubis recién depilado. Quise reaccionar ante esa intrusión inesperada, pero me tenía completamente inmovilizada, su boca no le daba sosiego a la mía, que le faltaba el aire, sus brazos me sostenían en un abrazo que me hacía imposible mover los míos. El sobresalto inicial fue menguando a medida que me fui haciendo a la idea de que no tenía escapatoria. Esta era una situación demasiado bizarra. ¿Acaso Camelia tenía?... No, tal vez se había metido uno de esos consoladores de doble punta, porque al desnudarse no le había visto correas ni nada parecido... Pero no, esto se sentía tan real... A menos que fuera uno de esos muy especiales que imitan la textura y todo eso... Pero no, esto se siente demasiado real. Y sin poder evitarlo mi excitación iba en aumento. Hasta que al sentir cómo ella, ¿o él?, comenzaba a eyacular en mi interior fue que experimenté el más intenso de los orgasmos de la noche y me abandoné sin remedio, sin tener fuerzas para soportar más placer, perdí el conocimiento.

Continuarà...