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Cantares Blasfemos (2)

en Grandes Series

"Cantares Blasfemos" (2)

Por: Reriva.

     "Empezaré por llevar algo de pan a tu boca"... Era una frase poderosa y era la que más le había llegado de entre todas las que pronunciara la extraña mujer que protagonizara tan peculiar encuentro. La frase seguía haciendo eco en la cabeza de Faustino, y a decir verdad, representaba la única promesa que le importaba en estos momentos.

      Miró nuevamente la tarjeta entre sus dedos temblorosos, la sujetaba fuertemente por temor a que se esfumara como la presencia que se la había hecho llegar. De cualquier modo, estaba tratando de memorizar los datos impresos en ese trozo de cartulina, solamente consistían en un nombre de pila femenino y una dirección que correspondía al extremo opuesto de la ciudad.

      Finalmente se decidió y abrió la puerta para encaminar sus pasos rumbo a lo prometido. El día de hoy le pareció especial, con colores más vivos, sintió que al cruzar el umbral estaba entrando en otra dimensión. Todo parecía moverse más lentamente, y eso no podía ser otra cosa, que la señal de que ella estaba cerca. En efecto, giró su cabeza hacia su izquierda y la vio venir, era su ángel, que parecía haber aguardado a que él se asomara para obsequiarle su presencia. Él se quedó petrificado, observando como venía en su dirección, con un andar que derrochaba sensualidad, metida en un pantalón ajustado y un suéter holgado, se entretuvo contemplando los pies desnudos que se asomaban entre las correas de sus zapatos. Sí, esa mujer era perfecta hasta en los mínimos detalles. Cuando pasó justo frente a él, ella giró su rostro y apartandose un mechón de cabello le didicó una sonrisa, la más bella que hubiese visto jamás. Ella siguió su camino rumbo a las escaleras. Su cabello parecía mucho más largo que la última vez que lo había visto, y a Faustino le daba la impresión de que flotaba, haciendo una suerte de oleaje justo frente a él, sintió que el cabello de la joven desprendía una brisa con un delicioso aroma; no, no era el olor artificioso y sofocante de los perfumes comerciales. Se trataba más bien de un aroma muy tenue, fresco, natural, que por alguna razón lo hacía pensar en la mandarina y el durazno por partes iguales. Cerró los ojos para intensificar la percepción olfativa y mientras hacía esto podía percibir el suave andar de la chica que ahora alcanzaba las escaleras y comenzaba el descenso, podía adivinar el delicado contoneo de sus caderas, mientras escuchaba sus pasos...

      Un chasquido de dedos lo saca de su embeleso. Faustino abre los ojos y tiene frente a él a la otra chica, la amiga. Se pone de mil colores al saberse descubierto, no atina a reaccionar, se queda petrificado mientras la joven ríe.

      —Buenos días, vecino... Ya puede despertar.

      Luego, la muchacha procede su camino, riendo divertida le da alcance a su amiga a quien le murmura algo. Faustino se queda inmóvil, viendo como las dos jóvenes se alejan. Eso no obsta para que su vista se deleite detallando las curvilíneas siluetas de sus vecinas, en especial el trasero de su adorada. “Dios mío, que nalguitas tan...” Un raro pudor lo hace interrumpir la frase, aún cuando ésta ha sido pronunciada únicamente en sus pensamientos.

      Instantes después de que han desaparecido de su vista, Faustino vuelve a lo suyo, la tarjeta en su mano. Sus vecinas ya deben estar bastante lejos, ha dejado pasar un tiempo prudente, por lo que decide emprender el camino de descenso por las escaleras, es una odisea para sus cansadas piernas, todo un contraste con la ligereza mostrada por quienes bajaron no hacía mucho tiempo por esos mismos escalones, y eso pese a que sus pies iban enfundados en tan incómodo calzado. “Juventud, divino tesoro”, suspira Faustino mientras continúa descendiendo con dificultad.

      Finalmente logra descender la totalidad de los escalones, en el patio se topa con otro vecino a quien esboza un saludo y luego sale a la calle. Tiene que caminar algunas cuadras para tomar el camión que lo llevará a su destino. Mientras lo hace, nota que el gesto amargo que lo acompaña siempre se ha quedado encerrado en casa, la visión que acababa de presenciar lo llenaba de una extraña sensación de ánimo, y le había dibujado una sonrisa en la cara, eso a pesar del bochorno final de tan encantador encuentro. Después de todo, él jamás había rebasado la barrera de lo platónico, por lo que su enamoramiento actual, no era distinto en nada a todos los que había experimentado a lo largo de su existencia. Cierto era que en su juventud había intentado rebasar esa barrera que separa lo real de lo imaginario; pero tanto descalabro, tanto rechazo acabaron por hacerlo desistir.

      Ahora hacía cuentas, y pasaban por su mente borrosos rostros que en algún momento de su vida habían ocupado sus febriles desvaríos. Los  nombres de ellas —muchos de ellos imaginarios, pues nunca supo los reales—, los llevaba unidos en una tonadilla que recitaba de vez en cuando como una suerte de flagelación que le recordaba su verdadera situación “amorosa”. No, ninguno de esos rostros era siquiera comparable al de su ángel. Tampoco de ella sabía su nombre, y la había bautizado como “mi ángel”.

      Mientras viajaba en el autobús atestado de gente, lo que lo obligaba a ir de pie sujetándose con una mano mientras la otra iba metida dentro de su bolsillo, custodiando lo poco que llevaba. Sumido entre el hacinamiento que normalmente lo fastidiaba, ahora se sentía embargado por una extraña sensación de felicidad, eso le producía el sólo saber que un ser tan bello existiera y que viviera a unos pasos de su propia casa... “Tan cerca y tan lejos”... Suspiraba nuevamente Faustino, recreando el instante justo en que ella apartaba el mechón de su cara y le dedicaba esa sonrisa que hacía que sus ojos brillaran más intensamente. Casi al instante, esa imagen se mezclaba con la visión de su trasero espectacular contoneándose mientras descendía las escaleras. Cierto era que esa mujer entera lo tenía arrobado, pero especialmente “esas nalguitas me traen loco”... No pudo evitarlo y ahí entre el apretadero y sus cavilaciones, la mano en el bolsillo buscó su entrepierna y sintió la humedad que la excitación le estaba provocando, no había erección, pero “su amiguito estaba babeando”, como seguramente habría dicho la extraña mujer que gozaba de los favores de su amada.

      Disimuladamente, la punta de sus dedos y sus recuerdos se sincronizaron en un vaivén. Evocar a la extraña mujer lo hizo revivir las imágenes de lo que había presenciado desde su ventana. Y su excitación creció a niveles que ya le era imposible controlar. Cerró los ojos, tanto para olvidarse un poco del lugar en que se encontraba ahora, como para tener más claras las imágenes de las mujeres enfrascadas en tan apasionante encuentro. “Sólo un poco, sólo un poquito más”...

      —¡Maldito viejo cochino! —el chillido lo volvió intempestivamente a la realidad. Entre los empujones naturales y la rotación entre los pasajeros había quedado parado junto a una fea señora gorda, que se cubría el escote asumiéndose como la inspiración para lo que furtivamente hacía Faustino —¡Viejo degenerado, se la está chaqueteando mirándome!

      Faustino trató de dar alguna explicación, pero era claro que no tendría crédito cualquier argumento que saliera de su boca y ni siquiera le dieron oportunidad de intentarlo, pues no faltaron los héroes que pretendieron darle una lección a tan depravado sujeto. Los pasajeros enardecidos comenzaron a agredirlo, Faustino sintió manotazos y uno que otro coscorrón, mientras lo jaloneaban. Ante el escándalo, el chofer detuvo el autobús, para ver qué sucedía.

      —¡Bájenlo al cabrón! —gritó el chofer al ser enterado del asunto por la agraviada — Y no quiero volverte a ver en mi camión o yo mismo me encargo de partirte la madre, pinche ruco puñetero.

      Sobraron voluntarios para sacarlo del camión, de modo, que de mala manera terminó tirado en plena banqueta y hasta hubo quien le soltara una patada en la espalda ya estando en el suelo.

      —Y dale gracias a Dios, que por tu edad no te ponemos una buena golpiza —le ladró uno de los samaritanos.

      Faustino, estaba más maltrecho del orgullo que de su cuerpo. Con gran dificultad se incorporó. Trató de orientarse, pero no conocía bien el rumbo, de modo que tuvo que preguntar. Afortunadamente no estaba muy lejos de su destino, tendría que continuar caminando, pues su situación no le permitía gastar más dinero en otro pasaje. Y aunque quisiera, no podría hacerlo, hurgó en sus bolsillos y se dio cuenta que en el ajetreo había perdido lo poco que llevaba e incluso ya no encontró la tarjeta. Esto último no importaba tanto, pues la había visto tantas veces que se la sabía de memoria.

      Para colmo, en el trayecto se fue sintiendo muy mal, un dolor de testículos lo estaba acometiendo y cada vez se intensificaba más. A causa de ello sudaba copiosamente, se sentía sofocado, tenía náuseas y sabía que de un momento a otro acabaría vomitando, perdiendo el sentido, o ambas cosas. 

Continuará...