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Néctar de Venus (5)

en Lésbicos

NÉCTAR DE VENUS V

Por Reriva

     La casa era enorme, tenía más habitaciones de las que se llegarían a usar, amplios y hermosos jardines. Era el lugar perfecto para aquella celebración. Y es que no muchas parejas pueden cumplir cincuenta años de casados. El evento era grande, casi todos los invitados eran parientes, unos cuantos eran amigos. Por supuesto que Eva estaba invitada y acudió acompañada de Lisa, esta última iba con bastantes reservas. Se sintió gratamente sorprendida al notar la calidez de tal familia, pese a ser la familia política de Eva, le manifestaban bastante afecto y se respiraba en el aire un ambiente de franqueza y sinceridad que pronto la hicieron sentir como parte de ellos.

     —Y bien, ¿qué opinas de mi familia política?

     —Ay, Eva; que envidia, se ve que te quieren un montón.

     —No estoy demasiado segura de que sea a mí exactamente a quien quieren... Antes de que ellos murieran no eran así conmigo... a ellos los querían muchísimo y ahora siento que ese afecto lo proyectan en mí...

     —No seas tan severa contigo, por supuesto que es a ti a quien quieren... aunque sabes que nunca te querrán más que yo...

     Sus manos se buscaban continuamente, se apretaban con fuerza, como tratando de mantener al lado a la mujer amada, como un desesperado intento por postergar un instante más lo que a la postre parecía inevitable.

     Eva, hacía las veces de guía y de cuando en cuando, se ofrecía para mostrarle a Lisa algún lugar interesante de la casa, de modo que, con dicho pretexto, continuamente se desaparecían, buscando un rincón que les proporcionara algo de discreta privacidad y ahí se entregaban a sus caricias, que lejos de saciarlas, las dejaban con ganas de más.

     En una de esas escapadas la llevó a conocer el cuarto de lo cachivaches, una especie de bodegón separado de la casa principal donde guardaban las cosas viejas. Lisa esperaba ver todo lleno de polvo y de telarañas, pero se sorprendió de ver las cosas acomodadas de manera casi impecable, como si estuvieran en exhibición, aunque algo apiladas. Estuvieron curioseando por un buen rato, Lisa andaba por delante y Eva la seguía respondiendo a sus preguntas, siguiendo con su mirada el contoneo de sus caderas al caminar. Llegó el momento en el que Lisa ya no tenía hacia donde avanzar y se recargó de espaldas contra la pared, se quedó mirando fijamente a Eva que permanecía a varios metros de distancia.

     —¿Sabes? Me siento algo incómoda, algo me está molestando... —dijo Lisa, esbozando una mueca.

     —¿Y qué es eso que te molesta? —preguntó Eva avanzando un par de pasos.

     Lisa tomó el borde del vestido por la parte posterior y lo elevó muy lentamente, sus dedos sujetaron la única prenda íntima que llevaba puesta y lentamente la fue deslizando hacia abajo hasta sacarla primero elevando una pierna y después la otra. Finalmente la mostró a Eva sosteniéndola únicamente con su dedo índice.

     —Ah, era esto... —suspiró Lisa aliviada— ya me siento mucho más cómoda.

     Una sonrisa maliciosa se dibujó en el rostro de Eva que siguió avanzando hasta estar a escasos centímetros de Lisa.

     —Tú también luces algo incómoda, déjame ayudarte...

     Lisa puso en práctica en Eva lo mismo que acababa de hacer en ella para aliviar su incomodidad, hurgó bajo el vestido y llevó a cabo la operación mucho más lentamente, con la total cooperación de la rubia.

     —¿Ya te sientes mejor? —preguntó Lisa cuando ya sostenía una prenda en cada mano.

     —No, de hecho me siento mucho más incómoda... —declaró Eva rozando la punta de su nariz con la de Lisa.

     —¿En serio?

     —Sí, me dio mucho más calor... y sed... —ahora sus labios eran los que se rozaban.

     —Probablemente mi boca pueda saciarte... bebe de ella...

     Sus bocas se fundieron larga y profundamente, alternando verdaderas embestidas llenas de ansiedad en las que se besaban como queriendo devorarse mutuamente, mientras que las manos de Eva recorrían impúdicamente la anatomía de Lisa, ya por encima de sus ropas o hurgando bajo ellas en sus más íntimos recovecos. Luego venían momentos plenos de ternura, en los que simplemente se contemplaban rozando sus labios y respirando sus alientos.

     —Quédate conmigo... —susurró Eva mientras delineaba el hermoso rostro de Lisa con las yemas de sus dedos, lo hacía con mucha delicadeza, casi sin tocarla, como si fuera del más fino y delicado de los cristales.

     —Quédate... —repuso la rubia ante el silencio de Lisa.

     —Por favor... —insistió su voz trémula, con la vista fija en los brillantes ojos que empezaban a humedecerse. Un instante y la primera lágrima rodó, humedeciendo la mano con que Eva acariciaba la mejilla de Lisa.

     —Sería una ingrata si lo hago —finalmente pudo pronunciar Lisa—. No voy a abandonar a alguien con quien me comprometí a estar hasta que la muerte nos separe, no romperé mi promesa.

     —Pero lo hiciste por despecho. Sé que me amas a mí.

     —Claro que sí y no lo puedo negar. Además, siempre lo has sabido y aún sabiéndolo, tú hiciste lo que hiciste...

     —Yo era muy joven, no sé porqué lo hice.

     —¡Claro que lo sabes! Lo hiciste por el “qué dirán”... Sí, yo actué por despecho, porque a ti era a quien amaba y hubiera hecho cualquier cosa por estar contigo y lo sabes.

     —¿No crees que ya hemos sacrificado demasiado?

     —No somos las únicas. Ha hecho mucho por mí y no le puedo ser tan ingrata. Sacrificó mucho por mí y no le puedo pagar así... Lo que me pides es injusto y lo sabes. Cuando decidiste casarte con él, también decidiste que no estaríamos juntas. Ahora que el está muerto no es tan sencillo retomar aquello a lo que renunciaste, porque bien sabes que yo no soy libre. Deseo más que nada en el mundo estar a tu lado, pero tengo principios, tengo responsabilidades que debo cumplir.

     —Cierto. Ahora estoy sola, y lo tengo bien merecido. Son las consecuencias de mis actos.

     —De ningún modo estás sola, mi amor. Mira a tu alrededor, estás rodeada de gente que te ama.

     —Sabes a que me refiero, yo quiero tener a alguien a quien pueda amar como te he amado a ti estos días maravillosos, quedar exhausta, amar hasta caer desfallecida de placer y tener siempre ganas de más...

     —Esto es un espejismo, lo estamos disfrutando mientras dura, pero ambas sabemos que irremediablemente se esfumará. Si finalmente, el destino se empeña en ordenar las cosas de tal modo que tú y yo podamos estar juntas, lo acogeré con gusto; pero te pido que si en el trayecto, alguna vez el amor llama a tu puerta, no le niegues la entrada.

     Eva tenía sus manos posadas en las caderas de su amada Lisa, las elevó recorriendo con ansias su espalda y la atrajo hacia sí de golpe abrazándola tan fuerte como podía, hundiendo el rostro en el cuello de Lisa, aspirando profundamente su perfume, permanecieron así unos instantes, Lisa no tardo en sentir la humedad de las lágrimas de Eva confundidas con la humedad de sus labios, con las caricias de su lengua que insistía en recorrer su piel. El calorcillo las envolvía nuevamente, la mano derecha de Eva descendió poco a poco hasta posarse más allá de su espalda, en esas protuberancias firmes y delicadas que la habían enloquecido desde siempre, acariciaba primero de manera suave y después apretujaba casi hasta lastimar, primero una, después la otra. Lisa, que hasta el momento permanecía pasiva sentía que su temperatura aumentaba cada vez más; sintió que finalmente la mano de Eva se posaba entre sus nalgas, pugnando por hundirse cada vez más entre ellas, la otra mano bajó a hacerle compañía a la primera; finalmente sintió el roce de su pubis con el de Eva, se acomodó de tal forma que facilitó el contacto, la sensación traspasaba las delgadas telas de sus vestidos, sus prendas íntimas habían abandonado sus cuerpos un par de incursiones antes, Lisa apretaba la suya en una mano y la de Eva en la otra, las dejó caer cuando sus bocas se fusionaron apasionadamente, para poder abrazarla mejor.

     Era el abrazo perfecto, en el que siempre habían comprobado que estaban hechas la una para la otra: sus bocas unidas, sus lenguas hurgando en los adentros de la otra, Lisa bordeando el cuello de Eva, sus senos estrujándose mutuamente, las manos de Eva adueñadas de las nalgas de Lisa, presionando entre éstas acompasadamente en un ardiente vaivén, en el constante y delicioso roce de sus entrepiernas que encajaban perfectamente, dos anatomías difícilmente podrían ser tan compatibles al grado que lo eran las suyas. La pasión fue incrementando el calor corporal, las sensaciones cada vez más intensas y la llegada del orgasmo era más que inminente, y llegó, como una cascada interminable, en breves instantes que se eternizaban porque ellas parecían tener la habilidad de detener el tiempo, mientras compartían el máximo goce a que un mortal puede aspirar en esta vida.

     Luego del ensueño, el regreso, la vuelta a la realidad, pero envueltas aún en ese halo de disfrute sin igual que acababan de compartir. Tras recomponerse un poco, volvieron al exterior, al enorme jardín donde estaban todos reunidos.

     —Tú adelántate, yo te alcanzo en un momento —dijo Lisa señalando su entrepierna.

     Eva comprendió al ver la huella de humedad dibujada en el vestido de Lisa, seguramente vagaría por ahí mientras se disipaba. El mismo rastro de humedad era tal vez más significativo en el vestido de Eva, así se lo hacía sentir el frío del ambiente, sin embargo le favorecía el color del vestido disimulaba la huellas del encuentro.

     Iba en camino a reunirse con sus parientes cuando vio acercarse a ella a Brea, su cuñada pequeña. De las hermanas de su difunto esposo era quizás la más cercana a ella. Siempre había sido muy cariñosa y le había manifestado una admiración especial.

     —Eva, que gusto me da verte de nuevo —dijo Brea al tiempo que la abrazaba y le daba un beso en la mejilla.

     —Brea, ¿dónde te habías metido que ya tenía mucho sin verte!

     —Por ahí... Por ahí... Mira nada más, sigues siendo la cuñada más hermosa del mundo.

     —Gracias —contestó Eva ante el halago de la joven—, y tú ya eres toda una mujer y cada que te veo te pones más bella.

     —Ja, ja, ja... Lo dices nada más para corresponder a mi “piropo”, pero yo sé que no hay comparación entre tu belleza y la mía.

     —Ay, no digas eso, que eres bastante guapa...

     —¿Te parece?, no lo creo, he visto esas cosas raras que algunos llaman espejos y créeme que si acaso llego a “bonita”; en cambio tú...

     Eva reía alegremente ante las ocurrencias de su cuñada, ella siempre lograba arrancarle alguna sonrisa, a pesar de lo negro que estuviera el panorama.

     —Hola, ¿no me presentas a esta hermosura de mujer? —escucharon ambas a sus espaldas, era Lisa que se estaba de regreso.

     Eva hizo la presentación de ambas y se integraron en una conversación que si bien no era trascendental, si resultó bastante divertida. Finalmente, Brea las dejó para ir a saludar a sus primas. De pronto, tras alejarse la muchacha, el ambiente parecía haberse tornado denso.

     —Lo dicho, esta familia te quiere un montón...

     Eva permaneció en silencio y apretó fuertemente la mano de Lisa. Sus ojos estaban vidriosos, el nudo formado en su garganta no le permitía articular palabra alguna. Volteó a ver a Lisa directamente a los ojos, su mirada lo decía todo, era otra vez la misma suplica. Lisa sumó su otra mano a la que ya apretaba Eva y con la sola mirada le daba la misma respuesta, ella tampoco podía hablar. Con una inusitada sincronía un par de lágrimas rodaron de los ojos de ambas.

     —¡Eva, Lisa; vengan que ya va a empezar..! —la voz de Brea a lo lejos las sacó del ensimismamiento.

     Era la ceremonia en la que los suegros de Eva reafirmaban su compromiso a cincuenta años de distancia. Todo transcurrió con normalidad, después llegó la hora del banquete. Brea había dispuesto los lugares en la mesa, ella se sentaría a un lado de Lisa y frente a ellas Eva. Las primas de Brea estaban cerca, eran más o menos de su edad y animaban mucho la plática. Eva notó que Brea y Lisa habían hecho muy buenas migas y no paraban de hablar entre ellas. A su vez una de las primas de Brea decidió acaparar la atención de Eva, pues resultó un tema en común que a ambas apasionaba. De vez en vez volteaba a ver a Lisa que parecía llevarse la mar de bien con Brea y sus primas. De pronto, empezó sentir el cosquilleo de un pie travieso haciendo bajo las suyas bajo la mesa, miró a Lisa de reojo y ésta le dedicó una breve sonrisa y luego se volteó para continuar comiendo y charlando con Brea.

     Era una situación tan incómoda como excitante, Lisa había decidido jugar “en público”, Eva tenía verdadero pavor de ser descubierta, pero eso mismo elevaba su temperatura a grandes alturas. La incursión del pie bajo su falda era cada vez más osada y su humedad crecía. Lisa permanecía impávida ante el asunto, fingía bastante bien; Eva por una parte, quería que parara, pero por otra, deseaba que continuara. El avance había iniciado su recorrido desde sus tobillos, ya había llegado hasta sus muslos y se acercaba peligrosamente a su entrepierna; las sensaciones iban acrecentándose y Eva no sabía si podría fingir la indiferencia suficiente como para no delatarse. Por fortuna para ella, su interlocutora era graciosa y Eva exageraba un poco su risa para disimular los verdaderos estragos que ahora sí le estaban produciendo esos dedos traviesos que estaban ocupados en masturbarla. Nunca había experimentado algo así, y le estaba gustando más de lo hubiera creído. El roce entre sus piernas continuaba y realmente lo estaba disfrutando, de modo, que en unos minutos más fue invadida por los espasmos del orgasmo lo que coincidió con algo realmente gracioso en la plática y Eva se cubrió el rostro simulando una especie de ataque de risa que en realidad eran los estragos del orgasmo que le acababa de propinar Lisa que actuaba bastante bien su papel.

     Tras reponerse, Eva se levantó para ir al baño, le hizo un ademán a Lisa para que la acompañara. Esta hizo lo propio y juntas se alejaron, en el camino Eva la tomó de la mano. Casi la llevó a rastras a uno de los baños que estaba un poco alejado de los que los invitados estaban usando habitualmente. Tras entrar y echar seguro a la puerta la atrajo en un fuerte abrazo y unió su boca con la de ella en un fuerte beso.

     —Eres una traviesa... —le dijo Eva interrumpiendo abruptamente el beso, luego lo retomó con más bríos. Descendió luego por su cuello besando y lamiendo con desesperación, luego apartó los tirantes del vestido liberando los senos de Lisa y embistiendo inmediatamente, succionándolos con ansias. De ningún modo las manos de Eva habían permanecido ociosas, hacía rato que hurgaban entre las piernas de Lisa, un par de sus dedos taladraban su interior y ya la tenían al borde del orgasmo. Su boca seguía succionando los pezones erectos casi a reventar, un rato uno, después el otro y de vez en vez hacían lo propio con la boca de Lisa.

     Eva notó la proximidad del orgasmo y se inclinó para que sus labios y lengua se ocuparan de la entrepierna de su amada y así degustar el tan ansiado néctar de venus que el intenso orgasmo de Lisa le ofrendaba. Eva quería eternizar ese sabor en su paladar, cerraba los ojos tratando de retener el momento y todo lo que sus sentidos captaban del momento, la respiración entrecortada, el sabor y la suavidad de la piel que tocaban sus manos y su boca y lengua, los aromas, el ritmo de sus diversos latidos, y por supuesto, las emociones... Este era el instante perfecto, el que quisiera eternizar, tan breve como inolvidable, bebiendo de la fuente de su amada, sin que exista nada más en el universo. Las sensaciones que invadían a Lisa no eran muy distintas de las de Eva.

     Luego, ya más sosegadamente, se dedicaron a intercambiar besos y suaves caricias. Finalmente, llegaron las lágrimas, que anunciaban la irremediable separación, pero que también eran fruto de la felicidad que les había ofrendado un instante más que atesorarían durante toda la vida.

     Volvieron a la fiesta, solo les quedaban un par de horas. Lisa había venido a la fiesta con sus maletas hechas, ahí la recogería el taxi. Lisa se había negado rotundamente a que Eva la acompañara al aeropuerto, sabía que eso haría más dura la despedida. Y el plazo ineludiblemente se cumplió.

     —Lisa, ¿por qué viniste?

     —Porque quería volver a sentir esto, tener la certeza de que fue real, de que alguna vez lo viví... Y porque quería recomponer mi maltrecho corazón que en fondo siempre tuvo la certeza de lo que confirmé estos días, de que existe alguien a quien amo con esta fuerza y que ella me ama con la misma intensidad. Tal vez en algún momento podamos estar juntas para siempre, pero ninguna felicidad debe serlo a costa de la infelicidad de los demás. Yo no soy infeliz con mi vida, quizás tú seas el camino a la felicidad más completa, pero no eres el único camino a mi felicidad, como no soy yo el único camino a la tuya. De modo que si alguna vez vislumbras uno de esos caminos, no lo arruines en pos de otro que tal vez nunca se encuentre despejado. Te amo y me amas, y saber que existes siempre me dará de fuerzas.

     Así fue la despedida de ambas, definitiva probablemente, aunque nunca se sabe. Eva volvió a su realidad, la fiesta había concluido también. Estaban recogiendo todo, a medida que avanzaba cruzando las huellas que había dejado la celebración, recordaba el pasaje que acababa de vivir. Se enfrentaba nuevamente a su estado real: la soledad. Pero no era una soledad total, era distinta, mucho más llevadera. Subió directamente a la habitación que le habían dispuesto. Cuando entró se sorprendió de ver a Brea que parecía esperarla, de pie, miraba fijamente hacia afuera, por la ventana, totalmente de espaldas a Eva.

     —¿Cuanto tiempo ha pasado desde el accidente? —preguntó Brea con la vista fija en el horizonte.

     —Dos años ya —contestó Eva sentándose en el borde de la cama.

     —Tengo miedo...

     —¿Miedo?

     —Sí, como ya te dije, eres muy guapa, y eres muy joven todavía... Tengo miedo de que te vuelvas a casar...

     —Pero, ¿por qué?

     —Mi hermano y mi sobrino murieron en el accidente... Si te vuelves a casar ya no habrá lazos entre mi familia y tú, y yo no volveré a verte.

     —No digas eso, sabes que no pasaría.

     —Sabes que no es cierto, ninguno de nosotros podría verte casada con alguien más. Pero también sería muy injusto que por ello tú no rehicieras tu vida.

     —Pero, ¿por qué estás diciendo estas cosas? —Eva se estaba inquietando con aquel tema, Brea no solía ser así, siempre era alegre y optimista, ese rasgo la había convertido en su principal apoyo cuando sufrió la pérdida referida.

     —Te dejé algo envuelto en esa servilleta.

     Eva reparó en el envoltorio que estaba en la cama, justo a un costado de donde se encontraba sentada. Extendió los dobleces de la servilleta y la estremeció lo que encontró dentro. Eran las prendas íntimas que ella y Lisa habían dejado en el cuarto de los cachivaches.

     —Yo estaba ahí cuando ustedes llegaron y pude verlo y escucharlo todo.

     Un frío recorría la espalda de Eva, pero no entendía a ciencia cierta la actitud de Brea, que permanecía con la vista fija en el horizonte. Simplemente no le parecía lógica.

     —Las recogí en cuanto ustedes salieron, supongo que Lisa volvió para recogerlas, pero no las encontró, tal vez supuso que tú las recogiste.

     Eva miraba fijamente la espalda de Brea, una estampa estilizada por el ballet, delgada pero suavemente curvilínea, el vestido que llevaba las marcaba perfectamente. Eva sacudió su cabeza, su mente se estaba nublando, la situación era bastante preocupante como para reparar en la anatomía de su joven cuñada, que por otro lado, era una hermosa anatomía, el vestido no llegaba a las rodillas, y mostraba en su esplendor esas hermosas piernas desnudas...

     Se puso de pie sobresaltada, lentamente se fue acercando a su cuñada; recordó entonces que Lisa llevaba medias, y que la pierna que la había buscado bajo la mesa estaba desnuda. No había sido Lisa. Ahora que estaba detrás de Brea y que podía respirar su aroma, posó sus manos en sus hombros y sintió quemarse, era como si tuviera fiebre, jamás había tocado una piel más caliente que esa, deslizó lentamente sus manos a lo largo de sus brazos hasta tomar sus manos, la temperatura era la misma en toda su piel. Brea le tomó las manos y las subió hasta su pecho, colocó una mano de Eva en cada pecho, metiéndolas bajo la tela del vestido cosa que facilitaban el amplio escote y la ausencia de sostén. Eva se estremeció al contacto de la piel de esos senos pequeños pero con pezones turgentes.

     —Eva... Por favor... Quédate con nosotros... quédate conmigo...

     Y la petición que salía de aquellos labios tan peligrosamente cercanos a los suyos, se le revelaba como un camino más, uno que no estaría dispuesta a desdeñar en pos de la incertidumbre.