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Medio-hermanos / Medio-novios... (Parte IV).

en Amor filial

 

Medio-hermanos / Medio-novios... (Parte IV).

Por: Reriva.

 

       Esa mañana tuve un dulce despertar, sonriente y feliz. Satisfecha, dirían algunos, yo entre ellos, je, je. Y no era para menos, con esos monumentales orgasmos que había experimentado a manos —o a boca y lengua, mejor dicho—, del Señor Pozos. Giré en mi cama en su busca, pero me hallé completamente sola. Me sentí un poco decepcionada, pero no me sorprendió del todo. Estaba acostumbrada a que los hombres que llevaba a la cama se desaparecieran en la madrugada o muy temprano por la mañana. Eso suelen hacer los hombres ajenos.

       Me desperecé estirando mis extremidades, me quité de encima las cobijas y la colcha y las empujé con los pies hasta tirarlas al pie de la cama. Tras lo vivido en la noche sentía la necesidad de lavar colcha, sabanas y cobijas. No es bueno dejar tu cama permeada del olor de un hombre ausente y vaya que la gente de edad suele tener aromas persistentes. No es que me desagrade, todo lo contrario; lo que no me gusta es que esos olorcitos despiertan antojos que no es bueno tener cuando no tienes a la mano al objeto de tus deseos.

      Decidido entonces, día de lavado. Manos a la obra, puse una primera carga de ropa y mientras la lavadora comenzaba su ciclo de lavado, no alcanzaba a decidirme entre meterme a bañar o ponerme a desayunar.

      Arranqué la hoja del calendario. Era Lunes 21 de diciembre, suspiré, recordando la aventura que había iniciado en la noche del Sábado, ¿o habrá sido la madrugada del Domingo? Al fin y al cabo, esa noche casi no contaba, pero la del día siguiente, esa sí que estuvo agitada. Finalmente decidí darme un baño, después iría a visitar a la doña de la fonda para desayunar. Antes de meterme al baño puse a cargar mi celular, del cual había permanecido completamente desconectada el fin de semana. Noté que había demasiados mensajes pendientes y llamadas perdidas, la mayoría de mi hermano Fernando y por supuesto, de mi madre. Supuse que eran para que les definiera en casa de quienes pasaría nochebuena y después año nuevo. Aunque no le contesté a ninguno, me había decidido por pasar Navidad en casa de Fernando, ya que era en la misma ciudad y que después viajaría para pasar Año Nuevo en casa de mi madre. Mientras sentía el agua tibia resbalar por mi hermoso cuerpecito (no es que sea vanidosa, lo que pasa es que soy muy cariñosa conmigo); me acordé que mi madre no había definido todavía donde pasaría cada festividad; ella se había vuelto a casar y solían alternar en casa de mi padrastro y en casa de mi madre. De modo que tendría que ponerme de acuerdo porque no congeniaba demasiado con la familia del nuevo esposo de mi madre.

      Cuando salía de mi casa con rumbo a la fonda me encontré a mi hermano Fernando que justo venía a visitarme.

      —¿Dónde te metes, ingrata; que no contestas tu teléfono?

      —Lo siento, este fin de semana decidí desconectarme del mundo y dedicarme a descansar como Dios manda.

      —Y mientras tanto que los demás se angustien, ¿no?

      —Ay, Fer; no es para tanto.

      —¿Vas de salida?

      —Solamente voy aquí a un par de cuadras a desayunar a una fondita.

      —Pues te acompaño, que yo todavía ando en ayunas.

      —Bueno...

      Como sospechaba era para ponernos de acuerdo sobre dónde pasaría yo cada festividad. Como yo no daba señales de vida, ellos habían decidido por mí: pasaría Navidad en casa de Fernando y Año Nuevo en casa de mi madre. Yo estuve de acuerdo.

      —Buenos días, ¿y ese milagro que nos acompaña entre semana?

      —Buenos días. Es que estoy de vacaciones, Doña —le respondí a la dueña de la fonda, que nos recibía con una gran sonrisa.

      —Y veo que viene otra vez acompañada de su abuelito.

      —Así es, Señora —me apresuré a contestar, evitando que Fernando protestara por el título de abuelo que le acababan de adjudicar—; parece que le gustó mucho su sazón y me lo traje a desayunar otra vez, ¿qué le parece?

      —Ay, pues muchas gracias por su preferencia... Ya saben que aquí nos preocupamos porque la comida tenga un sabor casero y que todo sea muy limpio...

      —Exactamente por eso me gusta venir con usted, doña; además es usted muy amable.

      —Faltaba más, aquí al cliente se le consciente... Por cierto, Señor, ¿qué se hizo que se ve más joven, y creo que hasta más guapo?

      —¿Ya ves, abue?; te dije que con una buena afeitada y vestido con ese color te quitabas bastantes años de encima.

      Fernando guardaba silencio estratégicamente, sabía que lo estaban confundiendo y era claro que a la menor oportunidad me cuestionaría al respecto. Pero mientras duró el desayuno nos dedicamos a disfrutarlo y a ajustar detalles para el festejo que estaba organizando para Navidad. Él pretendía que fuera algo grande, se iba a llevar a cabo en un Salón de eventos de un hotel y hasta había reservado algunas habitaciones para los que vinieran de fuera, ya que quería que asistiéramos todos los hermanos, de ser posible. Eso me entusiasmó por un lado, pero también me intimidaba, ya que llevaba tiempo tratando de evitar coincidir con Valentín y con Juancho. Quizás era tiempo de enfrentarlos y demostrarme que había madurado y que lo acontecido durante el funeral de Francisco ya era un episodio superado.

      —¿Y con quién me estaba confundiendo esa señora? —Me preguntó mi hermano cuando caminábamos pausadamente de regreso a casa, después del desayuno.

      —No sé. Como que la pobre es muy mala fisonomista, porque yo creo que hasta a mí me estaba confundiendo...

      —Pero bien que se acordó que nada más vas ahí los fines de semana.

      —Dije que es mala fisonomista, no que tiene mala memoria... Y no, no sé con quién te habrá confundido...

      —Entonces, siempre vienes sola.

      —Sí, pero a veces, cuando está lleno me tengo que sentar en la mesa de alguien más, supongo que por alguna de esas ocasiones habrá creído que venía acompañada por mi abuelito, puede ser...

      —Hum... Suena lógico... A propósito de abuelitos, también invité al Señor Pozos a la cena de Navidad...

      —Ah, que bien... —Dije tratando de fingir indiferencia, aunque con sólo escuchar su nombre un golpe de emoción invadió mi pecho. Giré un poco el rostro, mirando para otro lado porque sentí que me había sonrojado.

      —Ya apareció, por si no lo sabías.

      —¿En serio?, ¿y dónde se había metido?

      —Pues él jura y perjura que tu teoría era cierta...

      —¿Mi teoría?

      —Sí, la de que andaba perdido con una amiguita.

      —¡No me digas! —Yo seguía fingiendo sorpresa, aunque me desconcertaba que lo hubiera dicho, ya solamente temía que hubiera salido mi nombre a relucir— ¿Pero tú le crees?

      —Por supuesto que no, pero me acordé mucho de ti cuando nos contó esa historia; hasta parecía que te estaba plagiando las ideas... Que una muchacha calenturienta lo estuvo reteniendo todo el fin de semana en contra de su voluntad y que le estuvo haciendo quién sabe cuantas barbaridades, que finalmente aprovechó un descuido de ella y se le pudo escapar.

      —¡Ja, ja, ja!... Como si alguien le fuera a creer ese cuento.

      —Él insiste en esa historia absurda, pero yo creo que está escondiendo algo más serio.

      —¿Como qué?

      —Como que posiblemente sí lo hayan tenido privado de su libertad, pero no por una muchacha calenturienta, ni con el fin de abusar sexualmente de él. Sino para sacarle dinero.

      —¿Pero está bien?

      —Sí, dentro de lo que cabe; se ve un poco maltrecho físicamente, pero supongo que eso no es nada si es que, como dice, una ninfómana lo estuvo exprimiendo todo el fin de semana.

      Continuamos riéndonos un poco más con el supuesto secuestro del Señor Pozos. Al llegar a mi casa puse a trabajar a mi hermano que me ayudó a tender la ropa recién lavada y luego me invitó a comer a su casa. Él vive solo en compañía de su esposa, pero por las vacaciones suelen visitarlo sus dos hijos en compañía de todos los nietos. La pasé tan bien que me quedé más tiempo del previsto y también los acompañé en la cena. Para volver a casa yo había quedado en que pediría un taxi, porque no quería molestar a mi hermano. Sin embargo, a la mera hora él insistió en traerme de regreso.

      —Hace rato recibí una llamada... —me comentó mi hermano a medio camino— Era el Señor Pozos.

      —¡Ah, sí? ¿Y qué quería?

      —Estaba muy interesado en saber si había invitado a más personas de la oficina a la fiesta de Navidad... Parecía especialmente interesado en saber si estaría ahí una de mis asistentes.

      —¿Yo?

      —Exactamente, tú.

      —Y, seguramente, en cuanto supo que yo estaría ahí, te canceló...

      —No, al contrario, parecía muy emocionado; aunque trataba de disimularlo barajando otros nombres, era muy claro que quería saber si estarías tú ahí.

      —Qué raro, si todo mundo sabe que él y yo no nos llevamos nada bien.

      —Aunque los rumores dicen que se les vio limando asperezas el día del convivio en la oficina... Pero nunca creí que llegaran a limarlas a ese grado...

      —¿Qué estás insinuando?

      —¡Ay, por favor! Soy buena persona, pero no tonto... Solamente hay que atar cabos... El Señor Pozos llegó muy temprano a mi casa en taxi, pidiéndome prestado porque no traía dinero para pagarlo. Le pregunté al taxista y me dijo que lo había levantado a unas cuantas cuadras de donde vives... Y luego el asunto de la fonda. ¿Con quién más me iba a confundir la Señora? El Señor Pozos y yo tenemos más o menos la misma complexión, aunque ella tenía razón en hacer notar que yo soy menos viejo y sobre todo, más guapo.

      —¡Ja, tonto!... —Me hizo gracia que en medio de estas revelaciones tan escabrosas, mi hermano tuviera el ánimo de incrustar un detalle gracioso. Yo no tenía nada que decir al respecto, el asunto había salido a la luz y no podía poner pretextos, fingir inocencia, ni alegar nada a mi favor. Él interpretaba mi silencio como una afirmación de sus sospechas.

      —Pero al menos dime que no es cierto... ¿En verdad sucedió algo entre ustedes?

      —No sé... ¿Tú lo crees? —Fue lo único que atiné a decir, sólo por decir algo.

      Hubo un silencio prolongado. Era algo inconcebible para él. Seguramente estaba pensado en el caso de su padre y mi madre y si en mi conducta jugaría en algo el determinismo social. Mi silencio, la falta de alegatos de mi parte le confirmaban que en el asunto había un trasfondo de realidad.

      —Es tan viejo que hasta podría ser mi padre... —Rompió el silencio luego de unos minutos que amenazaban con volverse eternos.

      —No, tú no eres tan joven como para ser su hijo, su hermano menor, si acaso.

      —Aún así, yo soy tan viejo como para ser tu abuelo y él es más viejo que yo. No me cabe en la cabeza que una chica tan hermosa y joven como tú... ¡Es que es aberrante!... En serio, ¿no te da asco?

      —Pero claro que me da asco, y mucho... pero...

      —Pero, ¿qué?

      —Es que ese asco que me da también me... me pone...

      —O sea que mi hermanita se excita con cosas asquerosas. A eso se le llama “morbo”...

      —Pues sí, no puedo evitarlo, me gusta coger con viejitos; ¿qué quieres que haga?

      —Pero, ¿cómo fue que llegó a pasarte esto? ¿Acaso alguien abusó de ti cuando eras chiquita?

      —No, no; nada de eso, simplemente fue un gusto que fui adquiriendo y ya... Tampoco fue algo que sucediera de la noche a la mañana.

      No podía ponerme a darle explicaciones o a contarle los detalles, yo en el fondo tenía bien claro de dónde venía el asunto. Algo tenía que ver en el asunto que mi padre se hubiera casado con un hombre cuarenta y siete años mayor que ella, tal vez eso siempre me mantuvo receptiva con respecto al tema. Pero había sido el detonante aquel roce que en mi adolescencia había tenido con Valentín en el funeral de mi hermano Francisco. Pero aquello había logrado mantenerlo enquistado, gracias en parte a que vivía inmersa en el enamoramiento de mi primer noviazgo. Hasta que apareció don Claudio, el abuelo de mi novio y todo se vino al traste, tuve que admitir que realmente tenía un gusto poco común. No lo llevé a la práctica sino hasta aquella aventura en el Salón de baile y de ahí en adelante...

      —“Gerontofilia”... ¿Sabes que así se llama lo que tienes?

      —Tampoco nací ayer... Por supuesto que lo sé.

      —Lo bueno es que soy tu hermano. De lo contrario tendría que cuidarme de ti.

      —Ja, ja, ja... Muy gracioso, hermanito, muy gracioso... Aunque, yo que tú no bajaría la guardia... —Esto último lo había dicho en voz baja, aunque con el volumen suficiente como para que alcanzara a escucharme, él sabía que estaba claramente bromeando.

      —¿Qué dijiste?

      —Nada, no dije nada... —Comencé a canturrear—: “Nada, nada, nada”...

      —“¿Nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada, nada?” —Me hizo segunda.

      —“Que no, que no”... ¡Ja, ja, ja!

      Ambos estallamos en risas luego de improvisar ese dueto con la canción de Juan Gabriel. Y extrañamente comenzamos a hablar de música. De la de sus tiempos y de la de mis tiempos y la de puntos intermedios. Era como si de pronto tratáramos de evadir el tema. Extrañamente a pesar de que estábamos viviendo un momento posterior a de una revelación tan escabrosa. La forma en que me estaba tratando Fernando, sin reproches y sí con un asomo de comprensión, me estaba haciendo el asunto más llevadero. En realidad, era la primera vez que trataba el tema con otra persona y sentí que estaba liberándome de un gran peso.

      —¿Estás enojado conmigo? —No pude evitar la pregunta cuando estábamos en la puerta de mi casa.

      —Por supuesto que estoy enojado. A nadie le hace gracia enterarse de algo como esto. Pero, recuérdalo, eres mi hermanita. Te quiero. Y no haría jamás algo que te perjudicara. Por eso quiero que sepas que esto va a quedar entre nosotros dos.

      Me abracé a él con mucha fuerza. Agradeciendo el apoyo que me brindaba, me despedí de él y entré a mi casa. Esa noche tuve un sueño especialmente reparador. Mientras conciliaba el sueño estuve haciendo un repaso de los acontecimientos recientes y pasados. El recuento de nombres vino a mi cabeza, comencé con el meñique, al que correspondía don Claudio, luego de otros tres dedos y sus respectivos nombres, vino el del Señor Pozos, al que correspondía el pulgar. No eran muchos los hombres con los que yo había tenido sexo. Tuve que admitir otra realidad, de esos cinco solamente estaban vivos dos.

      Pasaron un par de días, llegó el Jueves 24 de Diciembre. Y nos reunimos como tenía previsto Fernando. Todos los hijos de mi padre estaban presentes a excepción de mi hermano, en otras palabras, estaban todos mis medios hermanos, a excepción del único hermano que tengo, que había preferido acompañar a la familia de su novia en Navidad.

      Me dio mucho gusto verlos, especialmente a Juancho, que me saludó con mucho cariño. Venía acompañado de su esposa, tan espectacular como siempre y cambiándome el nombre. Aunque esta vez sí tuve los arrestos suficientes como para corregirla:

      —No, cuñadita; soy Carolina, no Catalina. Tú siempre me cambias el nombre —Me sentí con la autoestima renovada cuando la escuché disculparse y prometerme no volver a cambiármelo.

      La mujer seguía siendo una hermosura y era imponente, el vestido que llevaba le realzaba la figura. A estas alturas yo ya no me sentía intimidada por ella, como sucedía años atrás. Había embarnecido y sentía que ahora podía competirle de tú a tú, ella era una mujer madura y yo tenía la juventud a mi favor. Pero no estábamos compitiendo por nada, aunque si tuviéramos que hacerlo por ser la reina de la fiesta, seguro que el título quedaría entre alguna de las dos.

      —Tómame una foto con las mujeres más bellas de la fiesta. —Le pidió al que estaba más cerca— Es para que todos se mueran de envidia, una es mi mujer y la otra mi hermana y yo aquí, bendito entre las dos.

      Tuve que admitir que a la distancia, Juancho ya no me parecía tan atractivo como en aquel momento. “Dentro de algunos años, tal vez”, me sorprendieron mis pensamientos deseando que fuera más viejo. Como sea, eso me ayudó a lidiar con él en un plan más amistoso.

      Más allá se encontraba Valentín, que muy a mi pesar tenía que admitir que se acercaba más a mi ideal masculino. En eso estaba cuando vi llegar a una joven que se acercaba a su lado y lo saludaba muy cariñosamente. Si no fuera por lo improbable del asunto se diría que aquella atractiva mujer era su pareja. En el imaginario concurso de belleza que se gestaba en mi cabeza, ella seguramente sería princesa, pero la corona definitivamente estaría disputada entre mi cuñada y yo.

      Llegó la hora de la cena y me encontré con la agradable sorpresa de que el Señor Pozos me estaba reservando un lugar a su lado, yo lo ocupé, feliz de la vida.

      —Mucho tiempo sin vernos, Carito...

      —Es cierto, desde el viernes en la oficina; yo me tuve que ir temprano porque me sentía mal, pero supe que se quedaron hasta tarde...

      —¿Hasta tarde? —Intervino su mujer, que ocupaba la silla del otro costado— ¡Pero si este infeliz se tardó cuatro días en regresar el muy ingrato!

      —¡No es cierto! —Puse la mejor cara de sorprendida que pude fingir y en el mismo ademán posicioné mi mano derecha en el huesudo muslo izquierdo del Señor Pozos.

      —Para mí que lo tenían secuestrado, pero no me quiere decir nada, para que no me preocupe.

      —No insistas con la misma cantaleta, mujer; ya te dije la verdad, pero tú no me quieres creer...

      —Ja, ja, ja... —La mujer estalló en risas al igual que el Señor Pozos—. Figúrese usted, con la mentirota que me salió...

      —A ver, cuénteme, cuénteme... —Me incliné sobre la mesa para ponerle mejor atención a sus palabras, al tiempo que mi mano traviesa se aventuraba acariciando el muslo, cada vez más cerca de la entrepierna del esposo de mi interlocutora.

      —Salió con que se había ido de parranda y que estuvo todos esos días encerrado con una amiguita, “dándole gusto al cuerpo”, ¡Ja, ja, ja!

      —¡En serio? —Yo le seguía la corriente, tomando las cosas a juego también—, ¿con alguien del trabajo?

      —Eso dijo... Pero que al último se le tuvo que escapar porque ya no podía más, que porque ella no tenía llenadera y quería estar todo el tiempo a duro y duro, de día y de noche... ¡Ja, ja, ja!

      —¡Ay, Señor Pozos; cómo ha de haber sufrido! —Agregué mientras mi mano finalmente podía sentir su miembro erecto a través de la delgada tela del pantalón.

      —Así es, Carito; fue un verdadero tormento... —Comentaba con una expresión muy estoica.

      —No es que me guste ser chismosa, pero de casualidad, ¿no le dijo con quién?

      —No, no dijo nombres; solamente que con una que tiene como veinte años y que es una chica muy guapa, que es una muchacha muy linda, tierna y cariñosa.

      —¡Ay, gracias, Señor Pozos! —Hice como que me ponía melosa y me recargué en el hombro del Señor Pozos, mientras mi mano apretaba con fuerza su pene.

      —¡De qué?

      —Por decir esas cosas tan bonitas de mí... —Repuse, y luego fingí un sobresalto—: ¡Oh, Dios; ya me eché de cabeza!

      —¡Ja, ja, ja! —Las risas de la mujer se intensificaron, creyendo que yo me estaba sumando al juego.

      En un principio el Señor Pozos se puso pálido, pero al ver que yo también me reía y tras recibir disimuladamente un codazo de mi parte nos secundó en la fiesta de risas.

      —Vaya, vaya; veo que esta es la mesa más animada de la fiesta —A nuestras espaldas estaba Fernando de pie—. Están por servir la cena y me gustaría que me contagiaran algo de esa alegría que proyectan, ¿me hacen un lugar?

      Tuve que apartar mi mano de donde la tenía, el gesto de desaprobación de mi hermano mayor me decía que intuía lo que pasaba bajo la mesa. El Señor Pozos se disculpó un momento para ir al baño. Cosa que aprovechó Fernando para hacer su jugada y agregar una silla entre la mía y la del Señor Pozos, con la clara intención de separarnos. Mientras mi hermano hacía el reacomodo, yo me puse de pie para ir detrás del Señor Pozos, fingiendo que iría a los sanitarios. Fernando me retuvo.

      —Si en verdad necesitas ir, seguramente puedes esperar a que el Señor Pozos regrese —me dijo en voz baja reteniéndome del brazo.

      Desarmada, me senté junto a la señora, que había pasado esto por alto y que me seguía comentando, pero ahora ya en un plan serio, sin la presencia de su marido.

      —Ay, por supuesto que eso de la amiguita son puras mentiras que dice para que yo no me preocupe. Pero sí creemos que lo tenían secuestrado, si vieras qué desmejorado llegó el pobre, como que lo tenían a pan y agua, y no lo dejaban ni dormir... Bien flaco que llegó y todo ojeroso, para mí que hasta lo tenían amarrado porque trae marcas en las muñecas y en los tobillos y lo han de haber golpeado, a simple vista no se le nota, pero traía muchos moretones en el cuerpo.

      Cuando la escuché decir esto, no pude evitar sonrojarme, sabiendo la causa exacta de lo que ella consideraba moretones y de cuanto había disfrutado produciéndolos.

      —Además, el día que apareció hubo un retiro de una fuerte suma de dinero de una de sus cuentas —Comentó mi hermano con toda seriedad.

      —En más de cincuenta años que llevamos de casados nunca había pasado una noche fuera de la casa, excepto cuando tenía que hacer viajes por el trabajo, pero yo siempre sabía donde estaba y me hablaba para que estuviera tranquila... Ya se imaginarán la angustia que sentí cuando se me desapareció por cuatro días... Yo sentía que me moría y cada día sentía más feo... Pero que bueno que Dios me lo regresó con bien...

      La mirada de mi hermano era por demás elocuente. “Para que veas lo que provocas”, parecía decirme. Yo, por supuesto que estaba conmovida y me sentía bastante mal.

      —Y luego me sale con ese cuento de que andaba con una amiguita... Si es un alma de dios ese hombre, sé que es incapaz de una cosa de esas... No solamente por lo bueno que es, sino que por lo viejo que está, ¿dónde va a encontrar a una muchacha que le haga caso? ¡Ja, ja, ja! Yo creo que ni pagándole se metería con esa momia que tengo por marido, y mucho menos una jovencita tan bonita como tú... ¡Ja, ja, ja!...

      Las risas de mi hermano y yo la secundaron, pero eran claramente fingidas, la mirada de él permanecía fija en mí y yo la esquivaba, bajando la vista.

      —Veo que siguen estando muy alegres, ¿eh? —El Señor Pozos estaba de regreso— No estaban hablando de mí, ¿o sí?

      Me levanté regresándole su asiento y fui a ocupar el mío que había dispuesto mi hermano a su lado, quedando él de barrera entre el Señor Pozos y yo.

      —Claro que estábamos hablando de usted, ¿de qué otra cosa nos estaríamos riendo? —Bromeó mi hermano, tratando de distraerlos de mi semblante serio.

      —Hablábamos del mejor marido del mundo... —Ella lo sorprendió sujetándolo por el rostro y obsequiándole un enorme beso en la boca. Cosa que mi hermano festejó sobremanera, al igual que algunos de los otros comensales que notaron el gesto.

      En ese momento me sentí rara, apartada; como si me hubieran mandado al rincón de los castigados. Necesitaba despejarme, me disculpé y me dirigí a los sanitarios.

      —No tardes, hermanita; que ya van a servir...

      Llevaba un rato en el baño, mirándome al espejo, cuando noté que entró otra chica, revisó que no hubiera nadie más y luego le puso seguro a la puerta. Yo me puse a la defensiva. Era la “amiguita” de Valentín.

      —Hola... —Me saludó con una falsa cordialidad que se notaba a leguas.

      —Hola. —Le respondí secamente, permaneciendo alerta. Ella lo notó.

      —No te pongas así, vengo en son de paz.

      —¿Y por eso aseguras la puerta?

      —Es que necesito hablar muy seriamente contigo, y no quiero que nadie más escuche.

      —¿Y como qué cosa tendrías que hablar tú conmigo si ni siquiera nos conocemos?

      En eso, alguien golpeó la puerta, pretendiendo entrar. Ella les alegó que estaba limpiando porque había ocurrido un desastre.

      —Pues a mí no me conoces, pero conoces al tipo con el que vengo.

      Me pareció muy extraño que se refiriera a él de esa manera.

      —No sé qué cosa se traiga entre manos, pero me pidió que me pusiera especialmente cariñosa con él delante de ti.

      Vaya con Valentín, ahora lo comprendía; había contratado una puta para tratar de... ¿darme celos?

      —Quería pedirte un favor muy especial, si no es mucha molestia.

      —Pues dime, depende del tipo de favor que me estés pidiendo...

      —Es que no me entusiasma mucho eso de andarme besuqueando con desconocidos en público y mucho menos si el cliente en cuestión no me gusta.

      —¿Y qué me propones?

      —Es que no estás colaborando, ni siquiera nos has volteado a ver en toda la noche.

      —¿Y?...

      —Quiero que hagas como que surte efecto, que finjas indignación, como que te pones celosa de que yo venga con él...

      —¡Huy, no; ni loca le voy a seguir su jueguito a ese “tipo”!

      —Es que de eso se trata, tómalo solamente como un juego.

      —Ay, no; ya estoy harta de jueguitos por esta noche...

      —¡Anda! —Esto ya era una súplica—. ¿No crees que sería divertido hacerle creer que se sale con la suya mientras que tú y yo sabemos la verdad?

      —Bueno... Viéndolo de eso modo, no me parece mala idea... Aunque, ¿no crees que estás faltando a tu ética profesional proponiéndome esto?

      —¡Ay, y no me digas que es muy ético eso de contratar acompañantes para poner celosa a tu ex?

      —¿Mi ex?, ¡no es mi ex, es mi hermano!... —Casi sin pensar sentí la necesidad de aclararle la relación entre ambos; al ver su reacción, me sonrojé y algo me llevó a hacer todavía más específica la relación— Bueno, mi medio hermano...

      —¡Ups! No sé qué clase de problema tenga contigo como para querer ponerte celosa, o qué clase de relación tengan más allá de ser medios hermanos, ni me interesa saberlo...

      —... —Trataba de increpar sus insinuaciones, pero no había palabra alguna que se me ocurriera.

      —Ustedes, no se preocupan por cosas materiales, pero vaya que se las arreglan para complicarse la existencia.

      —¡No es nada de eso! —me indigné ante sus insinuaciones.

      Me miró interrogante como preguntando “¿entonces qué?”.

      —Es que yo siempre lo he tratado como a un perdedor, un papanatas bueno para nada... —no tenía porqué darle explicaciones, pero sentía la necesidad de hacerlo, así que le había dicho la mejor excusa que se me ocurrió en el momento, que aunque no distaba mucho de la realidad, ella intuía que no le estaba diciendo la verdad—. Supongo que quiere que me trague mis palabras exhibiéndose con una mujer espectacular como tú.

      Ella se sonrojó con mis palabras y acarició mi brazo suavemente como una suerte de agradecimiento por el cumplido que le había dicho entrelíneas.

      —¿Entonces?, ¿seguirás el juego? —Ella sujetaba mis manos entre las suyas, buscando mi mirada inclinada, en actitud conciliadora, como dejando de lado las insinuaciones previas.

      —Está bien —forcé una sonrisa—, ya me imagino su cara cuando sepa que nos pusimos de acuerdo.

      —No, por favor, bonita; no le vayas a decir nada de esto que estamos conversando. Eso sí que me afectaría mucho, incluso puede ser peligroso... ¿No crees que puede ser más divertido si esto queda entre nosotras y lo dejamos creer que se salió con la suya?

      Terminamos de ponernos de acuerdo. Haríamos como que su estrategia daba resultado. Salí del sanitario y ella tardó un poco más en volver a la fiesta. Cuando ocupé mi lugar en la mesa, la cena ya estaba servida. A partir de ese momento crucé miradas con Valentín, que se notaba que había estado muy al pendiente de mí. Cuando Camelia, que así se llamaba la “acompañante”; llegó a su lado, me dedicó una mirada cómplice. Yo le correspondí con una mirada de despreció que Valentín no pasó por alto. Luego fingí indiferencia y me concentré en mis alegres compañeros con quienes estuve departiendo muy a gusto, sin olvidar de vez en cuando dedicarle un ligero atisbo a los tortolitos por contrato.

      La cena dio paso al baile y estuve disfrutando de él, con nadie en particular, aunque Fernando parecía preocupado en acapararme como pareja. De vez en cuando buscaba acercarme a Valentín y “accidentalmente” le daba un codazo o un empujón a Camelia, cuyos efectos, por supuesto, ella exageraba. En un momento dado, me hizo una seña y luego se fue a los sanitarios, yo fui tras ella y Valentín se alarmó al darse cuenta de ello, pues mientras yo caminaba apresurada detrás de su “novia”, lo miraba fija y retadoramente.

      Hice como que salí del baño dando un portazo y aparentando todo lo indignada que pude. Pude ver a Valentín que rondaba cerca y le dirigí una mirada de pocos amigos al cruzarme con él en mi camino. Luego se acercó alarmado a auxiliar a Camelia que salía a paso lento del baño, con el cabello revuelto y con una mano en la mejilla, seguramente fingiendo alguna agresión de mi parte. Él la abrazó, protector, consolándola y me buscó con la mirada, al encontrarme balanceó la cabeza reprobando mis acciones y pude leer en sus labios un: “estás enferma”. Orgullosa, giré la cabeza dándole la espalda; aunque la verdad sea dicha, lo hice porque no pude contener la risa, ya que nuestro plan estaba saliendo de maravilla.

      Las cosas transcurrieron conforme a lo planeado, yo fingía ponerme celosa y ellos me provocaban, ahora de manera más exagerada. Sabedora del efecto que causaba en Valentín, me dediqué a acercarme a Juancho, con cuidado de no exagerar mi papel de despechada debido a la presencia de mi cuñada y a que otras miradas estaban también vigilantes de mí. De pronto se desaparecieron, supongo que las horas contratadas ya se habían agotado.

      Entonces pude seguir tranquilamente con lo mío. Por supuesto, Fernando seguía pendiente de que no me acercara al Señor Pozos y cuando lo hacía, se aparecía graciosamente y se interponía entre nosotros o de plano me separaba de su lado. Un par de piezas en las que estuve bailando con él, llegó para apartarme de su lado y bailar conmigo, en otras ocasiones llegaba alguien más a hacer lo propio y yo adivinaba que tras esa acción estaba la mano de Fernando.

      —Te estás portando como un novio celoso.

      —Yo diría que como un hermano un poco sobre-protector.

      —No te preocupes, ya entendí que no me dejarás acercarme al Señor Pozos. Dime entonces, ¿con quién sí puedo bailar?

      —Sé que todos los hombres mayores de setenta no están seguros contigo en este lugar.

      —¿Ni siquiera tú?

      —Sabes que esa pregunta ni siquiera viene al caso...

      —¿En serio? —Dije posando la punta de mis dedos en una de sus rodillas, luego las deslicé abriéndolos, él se estremeció con las cosquillas que el contacto le produjo...

      —¿Qué crees que estás haciendo?

      —Trato de entretenerme... Me quitaste mi juguete favorito y tengo que buscar algo con qué entretenerme mientras tanto... ¿Sabes?, no es muy buena idea quitarle los juguetes a una niña inquieta.

      —¿Inquieta?, ¿ahora le llaman así?

      Vinieron un par de piezas que bailamos juntos, en ellas seguí con mi juego, pegándomele más de lo necesario, me divertía ver que mis provocaciones causaban efecto, se inquietaba cada vez más.

      Al finalizar la velada se nos acercaron el Señor Pozos y su esposa.

      —Nos gustaría mucho que nos acompañaran en Año Nuevo... La pasamos muy bien con ustedes.

      —Sí, nos encantaría que vinieran; no será algo tan grande como esto, pero nos gustaría mucho que nos acompañaran.

      —Yo por mí, encantada. —Respondí inmediatamente, lo que produjo una gran sonrisa en el Señor Pozos.

      —No le hagas caso, está algo tomada —Intervino Fernando—; ella se va a ir a pasar el Año Nuevo con la familia de su madre, y mi esposa y yo ya nos comprometimos para despedir el año en casa de uno de nuestros hijos.

      En realidad, la invitación había sido un gesto de cortesía por haberlos invitado a nuestra fiesta y así me lo hizo saber Fernando. Nos estuvimos despidiendo de los invitados y al final, Fernando se ofreció a llevarme.

      —Bueno, hermanito... ¿Y de aquí a dónde?

      —¿Qué pregunta es esa? Cada quien para su casa, por supuesto.

      —No me digas que no te gustaría perderte unos... ¿cuatro días?

      La mirada de desaprobación que me dedicó tras mi oferta era digna de ver.

      —Ándale, sabes que trato muy bien a mis huéspedes.

      Su actitud fría, y su silencio desafiante ante mi propuesta le daban un aire encantador. Me recargué en su hombro mientras él conducía.

      —Ya déjate de bromas... Además esa es una de muy mal gusto. No deberías probar el alcohol si te pone tan mal.

      —No confundas las cosas, hermanito. Lo que tengo no es una borrachera, sino una calentura muy, muy, muy intensa... ¿A poco no te gustaría? —La verdad, en el fondo, todo era una broma. En realidad no me gusta el alcohol, y aunque no había tomado, estaba fingiendo estar algo perjudicada.

      —Ya, es en serio, te estás pasando con este jueguito.

      Tenía razón, de modo que me reacomodé en mi asiento y guardé total silencio durante gran parte del camino. El silencio resultaba más incómodo que mis bromas calenturientas. La tensión (¿sexual?), flotaba en el ambiente y aunque tratábamos de evitar mirarnos, lo hacíamos de reojo, disimuladamente. A veces me ganaba una risita maliciosa y él me reprendía con un gesto. Yo seguía en mi actitud de niña bien portada.

      Él puso algo de música, tratando de hacer el trayecto más llevadero. El disco en el reproductor resultó ser “Promise”, de Sade. Casi de inmediato se dio cuenta que había sido mala idea e intentó quitarlo.

      —No, déjalo; me gusta —se lo impedí.

      —Vaya, esto sí es una sorpresa, hasta te sabes las canciones —Me dijo al verme tarareándolas.

      —Mi gusto por lo viejo no se restringe solamente a los hombres, también me gusta la música viejita.

      —¿Qué te pasa? Esa música no es tan vieja, es apenas como de los ochenta.

      —Mediados de los ochenta, una década antes de que yo naciera, por lo tanto, califica como música viejita.

      —Supongo que tu punto es válido. Es que para mí la música viejita es... No sé, la de los años cincuenta o cuarenta...

      —Entonces supongo que sigues creyendo que los Teen Tops y los Locos del Ritmo todavía son música juvenil.

      —No tanto así, pero al menos sí lo eran cuando yo era joven... —En este punto a Fernando comenzó a darle una especie de ataque de risa que trataba de contener.

      —¿De qué te ríes?

      —Lo siento, es que... No pude evitar imaginarte estudiando y documentándote para tener algún tema de conversación al momento de intentar ligarte a un viejito.

      —¡Ja, ja, ja!... ¡Malvado!... No he tenido necesidad de hacerlo. Es que crecí escuchando los discos de mi papá y por eso conozco algo de música viejita... Prácticamente no conocí a mi papá, así que creí que una forma de conocerlo era escuchando sus discos y leyendo sus libros. Aunque pronto descubrí que era mejor escuchando música que leyendo...

      La conversación siguió por esa tónica, barajando nombres de músicos y escritores. Aunque Sade seguía impregnando de erotismo el ambiente. En cosa de nada estábamos frente a mi casa.

      —Bueno, ya llegamos, hasta luego, hermanita.

      —Hasta luego, hermanote. Disfruté mucho esta noche, la hubiera podido disfrutar más, pero tú no quieres contribuir con la causa.

      —¿Vas a volver a empezar?

      —Bueno, ya... Además me debes mi abrazo de Navidad, no me lo diste en la fiesta.

      Me abracé a él con fuerza y él hizo lo propio mientras ambos murmurábamos el clásico: “Feliz Navidad”. Yo, intencionalmente alargué el abrazo y le murmuré al oído:

      —Tengo unos discos de Les Baxter muy buenos, ¿te gustaría pasar a escucharlos? Sé que los vas a disfrutar...

      Me apartó suavemente, pero con firmeza. Nuestros rostros quedaron de frente, muy cerca el uno del otro, nuestras miradas se perdieron entre sí. Podía sentir su aliento confundiéndose con el mío.

      —¿No me vas a dar aunque sea un besito de las buenas noches?

      Él permaneció impávido, mirándome fijamente a los ojos, completamente quieto; como diciendo que cualquier cosa que pudiera suceder sería decisión mía y no de él. Así que decidí posar mis labios sobre los suyos, suavemente, casi sin tocarlos. Lo sentí estremecer. Eso fue aliciente para que yo intensificara la caricia. Sus labios permanecían castamente cerrados, pero aun así me permitió que me recreara en ellos. Cuando mi lengua pugnaba por entrar a su boca, rompió el beso.

      —¿Qué haces? ¿Te has vuelto loca? Eres mi hermanita...

      —Tu media hermana... Eso quiere decir que hay una mitad de nosotros que es libre de hacer todo lo que le venga en gana. —No lo podía creer, ahora yo estaba usando con mi hermano mayor el mismo argumento que años antes Valentín había usado conmigo.

      Lo volví a besar. Esta vez se dejó hacer, dejó que mi lengua se recreara explorando su boca, aunque no tenía una participación activa, al menos me permitía libertad de acción y eso me encantaba. Todo iba viento en popa hasta que se me ocurrió acariciarle la entrepierna.

      —¡Dios mío!, ¿Qué estamos haciendo? ¡Esto es de gente enferma!

      —Si te hace sentir mejor, que te quede claro que aquí la enferma soy yo... —Si bien el beso se había interrumpido, mi mano seguía firme entre sus piernas, aferrada a su erección en pleno, sus manos sujetaban mi antebrazo intentando detenerme sin demasiada convicción— Tú solamente eres una víctima.

      Me volví a adueñar de su boca, mi mano izquierda seguía entretenida entre sus piernas, con mi mano libre y como podía, me fui levantando los faldones del vestido, hasta que me fue posible maniobrar. Cuando trato de rememorar no puedo concebir cómo me fue posible, pero me senté a horcajadas sobre mi hermano, procurando que mi húmedo pubis quedara exactamente sobre su erección. Me abracé a su cuello con ambos brazos y volví a mi tarea de devorar su boca, ahora ya no permanecía tan pasivo, comenzaba poco a poco a entregarse a mis besos, sus manos posadas en mi espalda la acariciaban con lentitud, bajaban a mi cintura y en algún momento se dedicaron a acariciarme las nalgas, levantó la tela para tocar directamente la piel, de pronto se quedó quieto, muy quieto.

      —¿Pasa algo?

      —¿No traes?

      —Es mejor no poner barreras para que suceda lo que tenga que suceder, ¿no crees?

      Yo acaricié su erección con ambas manos y mientras le daba suaves besitos en los labios, mis manos, con mucha lentitud le bajaban la bragueta y hurgaban entre su ropa interior buscando la manera de darle respiro a aquel miembro que parecía ahogarse bajo la ropa. Sus manos acariciaban mis muslos desnudos bajo la tela del vestido. Él emitió un profundo suspiro cuando finalmente logré liberar su verga y la pude seguir acariciando directamente y sin barreras.

      —¿Qué haces?, ¿acaso estás loca? —Nos mirábamos directo a los ojos.

      —Sí... Loca y muy caliente... —Nuestras bocas muy juntas, nuestros labios se rozaban cuando hablábamos.

      —Detente, esto ya fue muy lejos...

      —No, aún nos queda mucha distancia por delante...

      Tomé su pene y lo llevé a mi rajita, como si lo usara de lápiz labial, con la punta me dedique a recorrerla de arriba a abajo impregnándolo de mi humedad que se derramaba y se confundía con la viscosidad de su líquido pre-seminal. Cuando hice el amago para finalmente metérmela, él rápidamente se recorrió hacia atrás, evitando el coito.

      —Métemela, por favor, hermanito...

      —No puedo hacerlo...

      —Claro que puedes, anda, sé bueno y bájale la calentura a tu hermanita pequeña, por lo que más quieras...

      Intenté de nuevo ensartarme en su miembro pero él volvió a evitarlo. Yo lo miraba suplicante, ya sin decir nada, porque mis palabras parecían no tener efecto. Aferré fuertemente su verga entre mis manos cuando él pretendió usar las suyas para despojarme de su instrumento. Nos enfrascamos en una disputa singular, en la que parecíamos unos niños peleándose por un juguete, un juguete que acaba por romperse.

      —¡Oh, diablos, no! —Lo oí gritar al tiempo que sus manos se aferraban al asiento.

      Casi inmediatamente lo sentí derramarse en mi antebrazo, candente, como un ácido corrosivo que me quemaba la piel. Él, completamente tenso, su pubis sufriendo espasmos y sus piernas temblorosas mientras eyaculaba en mi regazo, una y otra vez, se sucedían los chorros de semen con una fuerza y abundancia que yo nunca había visto en un hombre de su edad. No pude evitar sentir un poco de lástima mientras me preguntaba cuánto tiempo tendría mi hermano sin experimentar un orgasmo. Lo estuve masturbando con suavidad y parsimonia durante un buen rato después de que terminara de derramarse sobre mi vestido.

       —Ya, por favor... —Murmuró en una suplica casi inaudible.

       Yo obedecí. Él evitaba mirarme. Abrió la puerta del conductor. No era necesario decir nada. Sosteniendo los faldones del vestido bajé del auto. Antes de que se lo pidiera, él extendió la mano entregándome mi bolso. En cuanto lo tomé puso en marcha el vehículo y se marchó, sin palabras, ni voltear a verme. Pude ver que se detenía a cierta distancia. Adivinaba que tal vez estaría acomodándose la ropa, dejando cada parte de su anatomía en concordancia con su vestimenta. Y luego me lo imaginé cruzando los antebrazos sobre el volante y derrumbando la cabeza sobre ellos presa de un llanto inconsolable.

       Yo lo secundé. ¿Cómo había sido capaz de hacer algo así? Tratar de seducir a mi propio hermano. “Medio hermano”, remarcaba una vocecilla siniestra proveniente de ese lado oscuro que parecía quererme arrastrar.

       Una cosa era hacer lo que había hecho con el Señor Pozos, que no había sido ni la primera ni sería la última vez que lo hacía con un señor de edad avanzada. Y otra muy distinta era querer hacer eso mismo con mi propio hermano. “Medio hermano”, volvía a recalcar la vocecilla. El hombre serio y respetable, el patriarca de la familia, lo más cercano y parecido que tenía a mi padre. “Padre”, no pude evitar fugazmente en pensar qué sería capaz de hacer si mi padre viviera. ¿Intentaría seducirlo también? Sacudí la cabeza tratando de alejar de mí esas ideas perversas.

       —Dios mío, tengo la cabeza podrida por dentro... —“Y el corazón también”, repuso la vocecilla en mis adentros mientras veía que el auto de mi hermano se ponía en marcha nuevamente y se alejaba de mi vista.

 Continuará.