miprimita.com

Más vale tarde... (4)

en Grandes Series

Eladio

1

El invierno me alejó de mis adorados amantes, Nuria y Lucas, aunque por suerte tenía a mis hijas que eran mi único escape para la sexualidad desenfrenada en que había convertido mi vida. Reconocía con pesar que mis amantes eran pocos pero no hacía nada por remediarlo porque un punto de cordura me impedía convertirme en una casquivana que buscara sexo con el primero que pasara. Pese a que el respeto por mi marido apenas había existido hasta entonces, ahora menos que nunca iba a florecer pero, pese a todo, no quería involucrarme en un escándalo que pudiera provocar un divorcio que me podía dejar bastante mal parada en lo económico. Me había acostumbrado a una vida de placeres caros a los que no estaba dispuesta a renunciar. El capullo de mi marido por su parte, hacía tiempo que se había protegido haciéndome firmar un acuerdo matrimonial con separación de bienes por lo que yo bienes no tenía ni la cama donde caerme muerta.

Pero está visto que los dioses estaban de mi parte y, si en los últimos meses el dios Eros me había cambiado la vida, ahora fue la diosa Fortuna quien vino a ayudarme.

Un día en que había ido, no recuerdo el motivo, al despacho de la empresa de la que era propietario mi marido, tropecé al salir con uno de sus colaboradores más íntimos y que siempre consideré su perrito faldero tal era la devoción que sentía por mi marido. Este en lugar de agradecérselo le trataba de forma bastante servil y apenas apreciaba los esfuerzos que hacía él por ayudarle en los menesteres profesionales. Y es que Eladio, que así se llamaba el buen hombre, a sus cincuenta y pocos años estaba bastante bien considerado en la empresa donde ejercía como abogado y asesor financiero del cornudo de Esteban, mi marido. Siempre pensé que su adoración por mí no era más que reflejo del que sentía por Esteban. Me divertía comprobar que cualquier deseo que se me ocurriera él no tardaba en satisfacerlo si estaba en su mano. Pese a todo jamás se propaso ni en palabras ni en actos, era un hombre felizmente casado, padre de dos hijas y, como ya he dicho, por encima de todo absolutamente fiel a mi marido.

A Eladio le veía poco porque muy pocas eran las ocasiones en que iba a la oficina y muchas menos aún las comidas o cenas de compromiso en que coincidíamos pero ya digo que me divertía ver como estaba atento a mí, bastante más que mi marido que pasaba olímpicamente de mi persona, y no me quitaba ojo en cuanto me veía. Siempre estuve convencida de que el motivo no era otro que adelantarse a mis necesidades, poco podía imaginar que el buen Eladio soñara conmigo cuando follaba con su arisca esposa pero de eso me enteraría pasados unos meses.

Una noche ofreció mi marido una cena en casa a unos clientes especiales de su empresa. Como era de esperar su fiel Eladio asistió acompañado de su esposa. Me aburrían sobremanera aquellas estúpidas cenas por lo que me distraje haciendo bailar mis piernas bajo la mesa donde comíamos como si de un tic nervioso se tratara cuando en realidad lo que buscaba era agitar las bolas chinas que llevaba insertadas en el coño. Eladio, sentado a mi izquierda, se interesó por mi aparente nerviosismo y desde ese momento procuré no destacar tanto pese a que los colores me subían y bajaban de la cara y la respiración se me entrecortaba dependiendo del grado de excitación que las deliciosas bolas me provocaran.

Después de la cena la tertulia pasó al porche trasero para fumar y tomar una copa y yo aproveché para escapar al cuarto de baño más cercano para desembarazarme de las bolas. No sé lo que ocurrió y si fue intencionado por parte de Eladio pero cuando estaba frente al espejo del lavamanos con las faldas totalmente remangadas y las bragas por los muslos, observando el hilo que colgaba de mi coño sentí que se abría la puerta de golpe. Tonta de mí olvidé echar el cerrojo. Asustada me giré hacia la puerta abierta desde donde Eladio miraba mi entrepierna con cara de admiración. No supe que decir y me quedé paralizada por la impresión.

— Se me han quedado las putas bolas atrapadas ahí abajo —fue la mejor excusa que se me ocurrió totalmente obnubilada por la vergüenza.

Nada más decirlo supe que era la cosa más estúpida que había dicho nunca. Era una situación humillante y cómica si no fuera por la tragedia que todo aquello podía suponer. Pero, pese a la seriedad del momento, sentí aliviada como él sonreía sin dejar de mirar mi coño y con una voz que apenas era un susurro le oí decir:

— Si lo desea yo puedo intentar desenredarlas.

Era una situación kafkiana, estúpida, algo inimaginable, solo recuerdo que levanté la cabeza con la mayor dignidad posible y le adelanté mi vientre ofreciéndoselo para su ayuda. Era evidente que él no tenía mucha experiencia -si es que tenía alguna- con las bolas chinas y arrodillado frente a mí, estuvo jugando un rato con sus dedos en mi entrepierna intentando adivinar que coño era aquello. Luego supe que él había pensado en un principio que se trataba de una compresa por el hilo que salía de mi vagina lo que nos provocó tremendas risas recordando la escena. Pero en ese momento había poco espacio para la risa y yo le miraba trajinar mi coño entre avergonzada y excitada. Rápidamente entendió lo que allí ocurría pero pese a todo simuló tener dificultades en extraer las bolas chinas lo que le dio tiempo a juguetear con mi coño hasta el punto que me puso al borde del orgasmo. Para mi desgracia cada vez que una bola abandonaba mi coño no podía evitar que un gemido quebrara el silencio aplastante en que se había convertido el cuarto. Cuando sacó la última de las bolas se puede decir que yo estaba chorreando jugos que resbalaban obscenos a lo largo de mis muslos. Sin mirarme, me pidió permiso para limpiar aquel desaguisado y sin esperar respuesta lanzó su lengua a lamer los jugos de mis muslos. Cuando terminó con estos se dedicó, con mi agradecimiento eterno, a hacer lo mismo con mi coño. Lamió los labios vaginales y dedicó especial atención al clítoris que para aquel entonces sobresalía excitado. Era evidente que estaba en manos de un experto en eso de chupar el coño de una señora porque luego lo atrapó entre sus labios y comenzó a chuparlo como si de un caramelo se tratara. Indudablemente en Leyes y asesoramiento financiero Eladio debía ser un as pero les puedo asegurar que comiendo coños no me he vuelto a encontrar un hombre como él, tanto que en aquel mismo momento envidié a la agria esposa por la joya que tenía como marido.

Cuando me corrí como una loca sobre su boca de forma tal que parecía que me estaba orinando, me desperté como de un sueño y sin decir nada abandoné el cuarto de baño con la cara totalmente roja por la vergüenza. Cuando iba por el pasillo y a punto de entrar en el salón recordé que no le había pedido, que digo pedido, suplicado que mantuviera en secreto lo que allí había ocurrido por lo que desandé el camino recorrido y volví a entrar en el cuarto de baño. Esta vez era él quién había olvidado echar el cerrojo y le sorprendí masturbándose con furia sobre el retrete. Me quedé petrificada y sin saber qué decir y él, a su vez, dejó en suspenso la manipulación de su polla expectante a ver mi reacción. De repente me volví loca y me arrodillé frente a él y tomé su polla con la mano para conducirla hasta mi boca donde le hice una felación que le hizo correrse en mi interior como un río de lava hirviente.

Después de aquello, no nos dirigimos la palabra en toda la noche y nos huíamos el uno al otro sin saber cual de los dos estaba más avergonzado.

2

Pero el nuevo día me trajo una perspectiva de lo acontecido diferente y decidí tomar el toro por los cuernos. Debía conseguir que Eladio abandonara la fidelidad a mi marido y pasara a ser mi aliado. Era la mejor forma de asegurarme su discreción. Me busqué una excusa y me presenté en la empresa de mi marido sabiendo que él no estaba por un viaje a una población cercana. Diana, su secretaria, una imponente rubia con unas tetas que impresionaban tanto por su tamaño como por su exhibición, me comunicó que mi marido estaba de viaje. Era indudable que aquella zorra lo de ser secretaria debía ser la menor de sus responsabilidades y tuve pena por ella porque, con la mierda de pene que se gastaba mi marido, difícilmente la podía satisfacer. Pese a su ausencia, entré decidida en su despacho y le pedí que buscara a Eladio para atenderme. Cuando él entró en el despacho me senté sobre la mesa de trabajo de mi marido con un pie apoyado en cada una de las sillas de visitas que había justo enfrente. En cuanto cerró la puerta a sus espaldas, abrí sin pudor las piernas mientras subía mi falda y le mostré mis bragas blancas transparente que le daban una visión nítida de mi coño peludo.

— Lo del otro día me supo a poco —dije con la voz más viciosa que supe poner.

No hicieron falta más palabras, sin ningún reproche ni intento de rechazo por su parte, avanzó hasta mí, se arrodilló como un fiel beato entre mis piernas y me dejó el coño más limpio que una patena pese a que yo se lo dificulté corriéndome varias veces con lo que ensuciaba lo que él acababa de limpiar. No puse reparos cuando él se ubicó entre mis piernas y sacando una más que notable polla, me folló como dios manda conduciéndome a una nueva serie de cochinas y deliciosas explosiones de placer.

Eladio pasó a ser mi amante y, mucho mejor que eso, pasó a ser mi asesor financiero. Al parecer ciertos papeles que mi marido me hacía firmar periódicamente no eran otra cosa que un tejemaneje de mi honesto esposo para defraudar a Hacienda: había puesto parte de sus propiedades a mi nombre sin que yo lo supiera. De ésta forma necesitaba de vez en cuando mi firma para tomar acciones en dichas empresas. En una palabra: le tenía agarrado por las pelotas, si nos divorciábamos, casi el cincuenta por ciento de sus propiedades eran mías. El riesgo de un divorcio ruinoso para mí se alejaba de la realidad. Al siguiente día de saberlo comencé los trámites de divorcio. 

Eladio se despidió de mi marido y comenzó a trabajar para mí que le nombré Consejero Delegado de mi grupo de empresas. Era un hombre inteligente y buen negociador por lo que en un par de años mi fortuna personal era casi el doble que la del cornudo de mi exmarido, eso sin contar que había encontrado a otro fiel amante que consentía todos mis caprichos por extravagantes que fueran.

3

Y aquí interviene uno de esos azares de la fortuna que me trajo nuevos beneficios. Se puede decir que para resolver un problema me encontré con una ganancia inesperada.

Nunca me he parado a pensar porqué actué así pero mi relación con Eladio lo mantuve en secreto con mis hijas, con Nuria y con Lucas. Era consciente de que a estas alturas no iban a dejar de pensar que yo era una puta corrompida pero un poso de decoro me impedía mantenerles al tanto de mi nuevo amante.

Así pues, procurábamos mantener nuestra relación en absoluto secreto y hacíamos que nuestros encuentros pasaran lo más desapercibidos posible. Eladio insistía en que acudiera a las oficinas de mi nuevo consorcio para tenerme al tanto de los avances y los cambios. Le gustaba pedir mi opinión pese a mi total desconocimiento del mundo empresarial que él pacientemente me explicaba de un modo sencillo para que yo entendiera las consecuencias. Sus lecciones eran anodinas para mí por lo que yo me distraía jugando a seducirle: un día que no llevaba sujetador dejaba que mi blusa se abriera para que admirara mis pezones excitados, o le escuchaba con las piernas sobre el escritorio y la falda remangada para excitarle con la visión de mi coño sin bragas. Si nada de eso surtía efecto le pedía ayuda para ponerme las bolas chinas, arte en el que se había convertido en un experto delicado y placentero.

Todas, y digo todas, las reuniones 'profesionales' terminaban con los dos follando como locos totalmente desnudos sobre un sofá especialmente cómodo que había comprado para su despacho pensando para tal fin. Lo malo estaba en que, cuando salía del despacho, con los colores de la excitación aún dibujados en mis mejillas, invariablemente me encontraba con la ácida mirada de su secretaria una cincuentona mujer, que irónicamente me recordaba a mí antes de conocer a Lucas.

Intuí que aquella triste mujer no se cortaría un pelo a la hora de cotillear con el resto de los empleados sobre lo que se imaginaba que ocurría tras las puertas del despacho de su jefe. Y fue entonces cuando se me ocurrió una idea que llevaría a la práctica con gran placer y adaptaría a otros estamentos de mi vida: debía tener una secretaria absolutamente fiel. Eso significaba no solo estar muy bien pagada para asegurar su discreción sino, además, ser parte de nuestra relación para que el entorno afectivo le hiciera más dependiente de nosotros. Le propuse entonces a Eladio contratar una nueva secretaria con estas intenciones y él no opuso la menor objeción a mis deseos. Por insólito que parezca la primera mujer en la que pensé fue en Diana la secretaria de mi ex. Al día siguiente consiguió Eladio que la joven acudiera a nuestras oficinas para una primera entrevista.

4

Cuando llegué, la mesa de secretaria junto a la puerta del despacho de Eladio estaba vacía y en uno de los sofás que había para las visitas se encontraba Diana que, aquel día, me pareció particularmente atractiva y excitante. La saludé con una amplia y franca sonrisa dándole dos besos en la mejilla lo que me permitió alcanzar a oler su maravilloso perfume que me excitó si cabe aún más que el provocativo escote que la joven había elegido para la entrevista. Ella se debió extrañar al comprobar que yo asistiría a la entrevista y de forma inconsciente intentó hacer menos visible el escote y más larga la mínima falda que llevaba, herramientas que seguro que había elegido con cuidado pensando que la entrevista se la haría un hombre y no la esposa de su jefe. Intenté tranquilizarla mirando con descaro sus tetas mientras me lamía con la lengua los labios secos por la excitación. La tomé de la mano con delicadeza y entramos en el despacho de Eladio sin anunciarnos.

Eladio y yo nos sentamos en el sofá y a ella la pusimos sentada en una silla frente a nosotros. Se le notaba nerviosa y desorientada por lo que allí estaba ocurriendo.

— ¿Como te trata mi marido? —pregunté de sopetón.

Ella nos miró sin saber muy bien qué decir pero eligió el camino correcto y fue franca. Al parecer Esteban era una especie de chulo que la trataba de pena y la mantenía en el puesto solo porque la usaba como y cuando quería. Ella aceptaba porque la paga era muy generosa.

— ¿Estarías dispuesta a trabajar para nosotros en las mismas condiciones y mejor paga? —pregunté de sopetón ante la sorpresa de Diana y del propio Eladio—, la diferencia es que tú me gustas.

Asintió tímidamente con la cabeza. Me acerqué hasta ella y la hice ponerse de pie junto a mí. Juraría que la joven estaba más asustada que desorientada y más aún cuando levemente la besé en los labios. Ella no me rechazó pero tampoco hizo nada por devolverme el beso.

— Quítate la blusa —le pedí mientras seguía rozando nuestros labios.

Ella obedeció al punto. Luego le pedí que hiciera lo mismo con la falda. Yo no podía evitar mirar aquel cuerpo de diosa que se gastaba la joven y su ropa interior negra y medio trasparente le daba un toque aún más excitante. La volví a besar en la boca pero esta vez mi lengua acarició sus labios. Ahora sí respondió al beso y también ella sacó la lengua para jugar con la mía. Con delicadeza busqué el borde de la braga y metí mi mano camino de su vagina. Estaba totalmente afeitada, cosa que ya no me asombró lo más mínimo y es que yo debía ser la única mujer del mundo que continuaba teniendo una mata de pelo negro y rizado protegiendo la vagina. Bajé la mano buscando con los dedos la entrada de su coño y me sorprendió sentir el tamaño de su clítoris excitado. ¡Aquella puta estaba caliente de verdad! Empecé a masturbarla con delicadeza y ella, supongo que de forma totalmente involuntaria, comenzó a mover las caderas acoplándolas al ritmo de mi frotamiento. Ni que decir tiene que cuando metí un par de dedos en su cueva pude comprobar que la tía estaba húmeda de verdad.

Nos seguíamos besando intercambiando nuestras lenguas cuando yo también me despojé de la blusa y la falda. Sin necesidad de decir nada, ahora fue ella la que metió su mano en mi braga y empezó a masturbarme con decisión.

La idea en realidad no surgió con la secretaria sino que nació en mi propia casa... pero esa es otra historia y, solo pensar en ella, me están dando unas ganas tremendas de masturbarme, ¿quiere acompañarme?