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Excusas de esposa 2

en No Consentido

Después de las excitantes escenas vividas en el tanatorio con los tres primos de mi amiga, (ver la primera parte de éste relato) deseé volver a verlos. No tenía forma de contactar con ellos pero siempre podía hablar con mi amiga, al fin y al cabo eran sus primos.

Sin embargo, pese a que una necesita a veces apaciguar sus calores, un punto de cordura hizo que me conformara con la experiencia y no pasar a mayores. Había disfrutado de un momento morboso, una de mis fantasías sexuales pero no dejaba de ser una locura y debía pasar página.

Sin embargo, y sorpresas de esas que te deparan la vida, al cabo de unas semanas, un día me crucé con el pequeño de los hermanos en una cafetería. Mi esposo estaría dos días fuera de viaje y había quedado con una amiga para pasar la tarde. Hacía un minuto que ella me llamó al móvil disculpándose porque no podía acudir a la cita así que estaba apurando la copa que había pedido dispuesta a irme cuando apareció el pequeño de los tres hermanos.

Aunque no le reconocí al principio, nuevamente me atrajo su pinta de semental salvaje y, al fijarme, me di cuenta de quién se trataba. Automáticamente de mi entrepierna me llegaron unos calores que hicieron que mi mano, como si tuviera vida propia, empezara a agitarse para llamar su atención. Mientras se acercaba no pude evitar sonrojarme recordando que había sido él precisamente el hermano de los tres que me pidió que me quitara las bragas en el tanatorio y quién me masturbaba sin decoro cuando apareció mi marido dando por finalizada la fiesta.

Me saludó con un beso pero me apercibí que no lo hizo en la mejilla que yo le ofrecía sino que prácticamente lo hizo en la comisura de los labios. Se sentó a mi lado sin esperar a que yo le invitara.

— ¿Que haces en la ciudad? —pregunté cortés intentando ignorar la excitación que su beso me produjo.

— Hemos bajado los tres hermanos y hemos quedado aquí para volver al pueblo —me explicó mientras su mirada resbalaba por mi cuerpo sin ningún tipo de discreción.

Nuevamente me sentí excitada ante la posibilidad de encontrarme con los tres sementales pero algo en mí había cambiado desde lo ocurrido con ellos. Los días siguientes me dieron tiempo para pensar y había llegado a la conclusión de que aquella locura no podía permitir que se repitiera. No estaba bien que, porque mi marido fuera incapaz de satisfacer mis fantasías, fuera yo a buscarlas fuera del matrimonio. Para bien o para mal, yo quería a mi esposo y me debía conformar con lo que tenía.

— Bueno, pues les saludas de mi parte que yo me tengo que ir —dije procurando que sonara creíble.

Me miró fijamente sin dejar de sonreír y me detuvo cuando intenté ponerme en pie.

— No, quédate. Les encantará verte —y añadió bajando la voz—. ¿Sabes que aún recuerdo el olor de tu coño en mis dedos?

Me quedé helada, bueno, es una forma de hablar porque por un lado me quedé helada por la grosería y por otro lado caliente por el significado. He de reconocer que recordando lo acaecido me había masturbado alguna noche e incluso follando con mi marido no me podía quitar de la cabeza la imagen de los tres hermanos metiéndome mano.

Sin embargo, no debía permitir que me dejara embelesar por sus palabras. Estaba decidida a marcharme pero cuando él posó su mano en mi rodilla y empezó a trepar por el muslo bajo la falda, ¡Dios!, toda mi decisión se fue a tomar por culo. Me quise convencer que un poquito de aquello no hacía mal a nadie y menos a mí. Nunca conseguí que mi esposo me metiera mano en una cafetería y ahora allí estaba aquel semental dispuesto a satisfacer mis deseos. Vencida dejé que su mano se introdujera bajo mi falda y menos resistencia puse cuando la sentí reptar por el interior de mis muslos hasta llegar a mi entrepierna. Sin voluntad para oponerme, abrí ligeramente las piernas para permitir que tocara cuanto le apeteciera. Me correría un poquito y luego... si te he visto no me acuerdo. Antes de que llegaran los hermanos yo estaría camino de casa.

Me masturbó suavemente por encima de la braga. Yo tenía la mirada perdida frente a mí disfrutando del placer. Estaba tan ensimismada en lo que ocurría en mi coño que ni me dí cuenta que tenía la vista fija en una mujer que, en la mesa de enfrente a la nuestra, tomaba café con una amiga. Fue tal la insistencia de mi mirada, que ella se percibió y desvió la mirada hacia donde estábamos nosotros. Me desperté de mi sueño cuando vi como enarcaba las cejas por la sorpresa. Era evidente que se daba cuenta de lo que el semental me estaba haciendo porque incluso dio un pequeño codazo a su amiga para llamarle la atención sobre lo que ocurría frente a ellas.

Ambas debían rondar mi edad, los cuarenta, y me abochornó verme descubierta en tal tesitura y porque, además, ellas estaban atentas a lo que ocurría sin ningún tipo de discreción. Abochornada cerré los muslos mientras atrapaba a mi semental por la muñeca y le forzaba a abandonar mi entrepierna. No me importó quedarme a las puertas del orgasmo, no iba a ser protagonista de ningún espectáculo porno para aquellas dos salidas. Que se lo montaran ellas por su cuenta.

Él me miró compungido pero yo le devolví la mirada mostrando la firmeza de mi decisión. Me levanté sin decir nada y abandoné la cafetería seguida por él que seguía rogándome que le abriera mi corazón o lo que quisiera que le abriera.

Para mi desgracia, justo salir por la puerta choqué con los otros dos sementales que en ese momento entraban por la puerta. Se sorprendieron de verme y más aún acompañada de su hermano. Supongo que rápidamente también a ellos les vino a la cabeza la imagen de sus manos acariciándome en el tanatorio. Ambos me saludaron con sendos besos pero ellos no se anduvieron con disimulos y, primero uno y luego el otro, me besaron en la boca intentando meter sus lenguas en mi interior. No parecía preocuparles que alguien me pudiera conocer.

Les rechacé con una sonrisa pero firmemente y ellos se miraron entre sí extrañados.

— ¿Que pasa, zorrita? —preguntó el hermano mayor tomando la voz cantante.

— Pasa que no va a pasar nada —dije muy seria.

— Sí, eso dice —confirmó el hermano pequeño—. Según ella no está para fiestas pero os aseguro que tiene el coño chorreando.

Lamenté haberle permitido que metiera su mano bajo mi falda.

— ¿Ya les has echado mano al chocho? —inquirió el mayor.

— Y no ha puesto muchos reparos, ¿verdad, zorra? —dijo acercando su cara a la mía—, hace un momento le ha gustado que le frotara el coño...

Pese a todo, comprobaron impotentes como por mi parte no iba a consentir a repetir lo del tanatorio y, por un momento, parece que consintieron en perderse la diversión pero de improviso el hermano mayor me tomó del brazo.

— Ven con nosotros, puta —dijo amenazador—, entiendo que nos dejaras con la miel en la boca cuando nos pilló tu marido pero ahora no nos va a interrumpir...

Otro de los hermanos me tomó por el otro brazo y entre los dos prácticamente me llevaron en volandas hasta una especie de callejón que había en la bocacalle siguiente.

— Lo vi al pasar cuando venía hacia aquí —explicó el mayor—, no hay más que un par de vagabundos que seguro que no ponen pegas a que nos follemos a ésta puta delante suyo.

Estaba tan aterrorizada que ni se me ocurrió pedir auxilio. Como en una nube vi que me arrastraban al tétrico callejón y a la gente que pasaba a nuestro lado ignorante de lo que ocurría. Debíamos parecer cuatro amigos pasándolo bien porque ellos reían mientras me conducían.

Cuando entramos en el callejón supe que me iban a violar sin remedio.

¡Dios!, aquello no me podía estar pasando. Superaba con creces cualquiera de mis fantasías sexuales. Reconozco que a veces he soñado en ser objeto de una violación por tíos como ellos pero una cosa es una fantasía y otra… De repente pensé horrorizada que si aquellos tres me violaban a cara descubiertas, sabiendo que yo les conocía, era porque no iban a permitir que les denunciara. ¡Dios, eran capaces de matarme para conseguir mi silencio! Reconozco que en aquel momento me meé en las bragas. No digo mearme en un sentido figurado, digo mearme de verdad, empecé a orinarme pese al bochorno que aquello me producía. Me sentía como un animal de granja que abre sin recato sus orificios para hacer sus necesidades.

Los sementales lo vieron y empezaron a reír como locos.

— ¿Te estás meando o es que ya te estás corriendo de gusto? —preguntó el pequeño metiendo la mano bajo mi falda y tanteando el bajo de las bragas. Incluso mis meados parecían excitar a aquel depravado.

Pero a mí no me importaba nada, estaba aturdida, saber que me iban a matar me produjo tal shock que era un pelele en sus manos.

Me llevaron hasta el fondo del callejón y me empujaron contra una pared.

Observé el lugar pensando que habría alguna salida o algún testigo que pudiera llamar a la policía pero no lo parecía a primera vista. Era un callejón relativamente ancho de paredes verticales altas sin ventanas de ningún tipo. Dada la altura de los edificios y la falta de iluminación, el fondo del callejón se mantenía prácticamente en penumbra. Apiladas contra una de las paredes una ordenada pila de cajas parecía ser el hogar de dos sin techo que asomaban la cabeza con los ojos como platos, testigos mudos de lo que allí estaba ocurriendo. Era evidente que aquellos dos pobres hombres no iban a hacer absolutamente nada por defenderme.

Apoyada en la pared, vi como mis tres violadores se ponían frente a mí. Lo debo reconocer, estaba cagada de miedo y ésta vez si es en el sentido figurado.

El mediano de ellos sacó de no sé donde una pequeña cámara digital.

— A ver, zorra —me dijo mientras empezaba a hacerme fotos—, levántate esa faldita y comprobemos si tienes el coño tan peludo como dijo mi hermano el pequeño.

Me agaché ligeramente y tomé el borde de la falda, tal era mi miedo que consentiría en hacer lo que me pidieran, todo con tal que me dejaran con vida.

— Sonríe, cachonda —volvió a hablar el mediano—, no te pongas tan seria. Enséñanos el coño pero sonriendo a la cámara, demostrando como te gusta ser una guarra.

Como pude controlé los sollozos que pugnaban por salir e intenté sonreír a la cámara. Si no fuera por el dramatismo de la situación me hubiera sentido estúpida. Intenta sonreír mientras sabes que alguien te va a matar y comprenderéis de lo que hablo.

Volví a tomar el dobladillo de la falda y sonriendo como una estúpida empecé a levantar la falda. Era como un sueño. Aquellos tres hijos de puta babeaban mientras les enseñaba los muslos. Cuando llegué a la braga no me detuve, estaba dispuesta a satisfacerles en todo lo posible. Todo con tal de que no me mataran.

Los flashes que acompañaban cada foto daban una imagen fantasmagórica de la situación.

— Ahora la braga, zorrita —ordenó el mayor.

Sujetando la falda con una mano, me bajé la braga con la otra mano hasta dejarla a medio muslo.

— Es verdad que tiene el coño peludo la muy puta —decían—, se nota que es una guarra de armas tomar.

— ¡Quítate la falda y las bragas! —ahora era el pequeño quien mandaba.

Apresuradamente hice lo que me ordenaban. Me sentía arrebatada de mi libertad pero era peor mi miedo a lo que me podía ocurrir.

— Hacer conmigo lo que queráis —dije indefensa—, pero no me hagáis daño… haré lo que queráis… no os denunciaré.

— ¿Denunciarnos? —dijo el mediano—. Pero si estás disfrutando guarra, ¿por qué nos vas a denunciar? Si ven estas fotos en la comisaría pocos van a creer que te hemos forzado a hacer nada.

Me ordenó que me diera la vuelta y me quedara de cara a la pared. Luego me hizo inclinar el torso y abrirme las nalgas con las manos. Sin perder la postura me hizo volverme y mirar a la cámara sonriendo. Saber que no iba a morir me dio una tranquilidad inesperada pero, a la vez, me hizo darme cuenta de que estaba siendo arrebatada de mi más íntima intimidad. Ofuscada por la rabia y la vergüenza fue lo que me dio el valor que hasta entonces me había faltado. Me enfrenté a ellos dispuesta a acabar con el tema pero antes de poder decir nada, el mayor me abofeteó con furia.

— Se acabó, puta —susurró con rabia—, hemos tenido suficiente paciencia.

De un empujó me hizo volverme y me lanzó sobre la pared, a patadas me hizo abrir las piernas y antes de darme cuenta me penetró el coño con un miembro duro como el hierro. No fue la penetración en sí sino el tamaño y la rigidez de su miembro lo que me sorprendió y me hizo darme cuenta de que estaba siendo protagonista de mi propia fantasía, estaba siendo violada por tres sementales. La poca dignidad que me quedaba me obligaba a impedir que aquello ocurriera pero, incompresiblemente, empecé a disfrutar de un placer para mí desconocido y no hice nada para evitar que, uno detrás del otro, los tres hermanos se corrieran en el interior de mi coño.

Era un juguete en sus manos pero un juguete activo porque yo misma respondía ayudándoles a penetrarme más hondo. Lo peor fue cuando el pequeño (siempre era el puto hermano pequeño quién introducía novedades) se empeñó que quería encularme. Les supliqué que no lo hicieran, que era virgen por esa entrada. El maldito pequeño no hizo caso y apoyándome contra la pared me hizo mostrar mi grupa y abrirme de nalgas. Escupió sobre mi ano y se embadurnó la polla con su propia saliva y la dirigió a mi ano. Yo, antes siquiera de que penetrara, chillé asustada.

— Es verdad que debe ser virgen por el culo —dijo mi violador anal—, apenas puedo entrar.

Solo había metido el capullo cuando su hermano mayor le detuvo.

— Déjalo, chaval —le interrumpió el mayor—, no le rompas el culo a nuestra zorra —y se dirigió a mí agitando un dedo acusador—, pero tú, puta, si quieres que te volvamos a follar, te tienes que preparar para que te enculemos, así que todas las noches, te empiezas a meter un par de dedos, un consolador anal, bolas o lo que te salga del coño pero la próxima vez te follaremos el culo.

Estaba hablando como en sueños de una próxima vez, ¿de verdad pensarían que me iba a dejar pillar una próxima vez?

Me dejaron echa un guiñapo sobre el suelo y prácticamente desnuda. Cuando, gateando aún por el suelo, fui recogiendo mi ropa sucia desperdigada a mí alrededor, sentí que algo se movía de entre las cajas de cartón. Dos pares de ojos me miraban como si yo fuera un ser de otro mundo. Eran los putos vagabundos que nada habían hecho por protegerme. Cuando vi que su mirada de sorpresa se iba transformando en una de lujuria supe que para mí la noche no había acabado.