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Las vecinas de mi mujer y 2

en Hetero: Infidelidad

Derrengado

No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaba follando a las tres cabronas pero estaba para el arrastre, doña Cándida no, doña Cándida estaba convencida de que todo era poco y que quería más. Se arrodilló frente a mi polla vencida e intentó con su boca empalagosa ponerla en estado de armas. Ni por esas, creo que estaba vencido. Doña Cándida estaba frustrada.

— Joder, cariño, falto yo, a mi no me la has metido por el culo.

— Coño, doña Cándida, a usted se la metí en el coche, ¿es que no se acuerda?

— Aquel ya no cuenta, me la tienes que meter por el culo ahora, venga cariño, haz un esfuerzo.

Yo no estaba para plegarias así que la mandé a tomar por donde tanto quería que yo se la metiera. Doña Cándida no se rindió y me dijo sonriente:

— Te voy a enseñar algo que te va a poner en posición de darme por el culo. 

Se levantó y se dirigió a la librería y cogió un vídeo de entre los muchos que allí había. Comprobó el título y lo metió en el aparato reproductor. Encendió la televisión, puso en marcha la película y se sentó junto a mí.

— Verás, verás como esto te pone otra vez con ganas.

En la televisión no vi, como esperaba, la típica película porno como las que yo tengo para situaciones de emergencia, y que, como ya he dicho, en mi caso situaciones de emergencia había muchas, porque la jodía de Paca, mi señora, era algo mojigata para temas relacionados con el sexo. Era una película porno, eso sí, pero no con protagonistas pornos profesionales, las protagonistas — porque todas eran tías — eran mis conocidas amigas doña Cándida, Candi, Emilita y ... ¡Paca!, la jodía de mi señora. Allí estaba ella, la puta mojigata, comiéndole el chocho a la niña mientras doña Cándida le metía por el ano un enorme consolador que dejaba mi polla en la categoría de una mierda de pito. 

No daba crédito a mis ojos. Paca follada por un consolador, un pedazo consolador de la hostia, tortilleando con aquellas putas. 

Doña Cándida indolente, me masturbaba con precaución mi mierda de pito con la esperanza de acelerar mi erección y poder así ser follada por el culo. Y el jodío pito, insolidario con mi asombro, comenzaba a dar evidentes señas de que la muy mamona iba a lograr sus propósitos. Cuando pasó del estado de latente invalidez al estado de evidente erección, se lo metió en la boca y me hizo una mamada de las que no se encuentran en las tiendas de "todo a cien".

Eso y ver a mi Paca comiéndole el coño a la niña, hizo que me pusiera en situación en pocos minutos y muchos menos necesitó doña Cándida, para, colocándose a cuatro patas frente a mí dirigirse mi pobre aparato a la entrada de su ano y de un golpe de sus riñones lo acogió en su interior en toda su extensión. Ahora sí, ahora era un puto hombre objeto. Estaba siendo utilizado por aquella cabrona para sus propios propósitos. 

Mi Paca —empezaba a sospechar que precisamente "mía" no era— mientras su ano seguía siendo perforado por el acomplejante consolador, pasó a comerse el coño abierto de la Emilia que sonreía estúpidamente. 

Esta vez pudo doña Cándida disfrutar largo y corrido de mi pene en su culo porque no había manera de que yo terminara, pero al final lo consiguió, más que corrida fue una corridita y es que creo que en mis huevos no quedaba ya jugo que exprimir. Estaba exprimido y explotado por la jodía vaca, y mi mujer igual, que seguía siendo follada por todas las amigas sin que hubiera el menor amago de protesta por su parte.

Me levanté como pude:

— Me voy a mear, cabronas.

— ¿Mear?, venga niñas, vamos a mear todas.

Nada me sorprendía ya y al baño nos fuimos los cuatro dejando en la televisión a mi mujer continuando con su faena particular.

Ya en el baño, me dispuse frente al retrete, bien asentado en mis piernas como en los duelos del lejano oeste y cuando estaba dispuesto a tomar mi polla para dirigir el chorro al interior del retrete, doña Cándida se me adelantó y fue ella la que tomó mi pene entre sus dedos, pero no se colocó detrás mío como sería lo normal. Con doña Cándida nada podía ser normal, no, se puso delante de mí, se sentó en la taza y dirigió mi pene hacia su boca:

— Mea cariño, ya estoy dispuesta. 

¡Y, joder, que si meé! Liberé un chorro enorme que la jodía puta se tragó como pudo. Le resbalaba por las comisuras de sus labios y le chorreaba sobre las tetas y el vientre. Por debajo de mis piernas apareció la cabeza de Candi que, a cuatro patas, se acercó a su madre y le lamió con avidez el líquido del cuerpo. Cuando las últimas gotas salieron desde mi vejiga, doña Cándida se puso a mear. Aquello parecía la Cibeles, pero en horizontal. Salía con un estruendo enorme en dirección a la boca de su hija que no se amilanó ni un pelo y tragó y bebió todo lo que pudo. Volví mi cabeza a tiempo de ver como Emilita se ponía debajo de Candi y recibía a su vez, todo el chorro de meada de la puta niña. Incongruentemente pensé en esas torres que se forman con copas de champagne y en las que se vierte champagne en la copa superior y lo que sobra de esta copa va cayendo en las copas que están bajo ella. 

Éramos una torre de meadas.

La piltrafa humana

Era una piltrafa humana cuando llegué a casa, una piltrafa tanto física como psíquicamente. No estaba aún muy seguro de haber visto lo que había visto; Paca convertida en una bacante del sexo era algo que jamás hubiera sospechado. 

Como pude me preparé un baño, ni duchas ni hostias, un baño con su agüita calentita donde mi cuerpo quedara cubierto totalmente por el líquido elemento. Un método de relajamiento que según las películas americanas solo utilizan las mujeres, supongo porque en USA los hombres se relajan a pajas.

Me dejé caer dentro de la bañera y me dije:

— ¡Joder con la Paca!

La jodía me tenía estupefacto. Aun la veía a cuatro patas, perniabierta, follada por el culo y comiéndose todas las panojas que se cruzaran por su camino en el salón de la casa de nuestra vecina. Intenté recordar cuándo fue la última vez que nos echamos un polvo fuera de lo normal, que no fuera en nuestra habitación, vaya. Pero fue imposible, creo que hemos sido la pareja más conservadora del mundo. Nada fuera de lo normal, todo según los cánones de la decencia. "Paca, quiero follar un poco" —decía yo y la Paca, se ponía de pie, se bajaba falda y braga, se abría de piernas y decía: "Por supuesto, cariño". Y cariño, o sea yo, le endilgaba el aparato en el conejo, hacía unas cuantas extracciones y adiciones y me corría plácidamente en su interior. Cuando acabábamos solo nos faltaba darnos educadamente las gracias, pero eso ya sería demasiado. Todo era recatado, cortés... aburrido... pero es lo que había y convencido estaba hasta el día de hoy que era el aburrido futuro sexual que me esperaba. 

Alejé todos los pensamientos de mi cabeza y disfruté del relajante baño de estrella de Hollywood. Me dije que tenía que hablar con la Paca, una conversación larga y profunda... tan larga y profunda como el consolador que había visto que la metían por el culo, pensé mientras en mi cara se formaba una sonrisa de paz y bienestar.

Durmiendo como un señor

Al día siguiente dormí como un señor, un señor de los de antes, no como los de ahora que se levantan casi antes que los obreros. Un señor para los que el dinero es un mal necesario para vivir como un señor, no como los de ahora para los que el dinero es un bien necesario para no vivir como un obrero.

Me desperecé durante horas mirando el techo y recreándome en las imágenes que aun tenía frescas en mi mente. Persistí en la idea de que tenía que hablar con ella pero ¿qué le podía decir? ¡Joder Paca, te he visto follando en casa de la vecina!, no, sonaba algo crudo, ¿cariño, a que no sabes a quién vi ayer con un consolador en el culo en el salón de la vecina?, no, era demasiado largo, ¿tía, te follas a la vecina?, demasiado directo, ¿conoces alguien que se follé a su vecina?, demasiado indirecto... no  iba a ser fácil hablar con Paca. 

Seguía preparando mentalmente la charla con mi esposa, cuando sonó el teléfono:

— ¿Sabes porque me lo monto con doña Cándida? —era Paca. Y desde luego no parecía que ella tuviera problemas de como plantear la conversación. Directa al tema.

No supe que contestar: ¡joder!, había preparado la pregunta, no la respuesta.

— No, ¿porque? —fue mi inteligente respuesta.

— Porque contigo me aburro y ella me da cariño, diversión, placer, me hace feliz, me río, me lo paso en grande...

— Para, para, tía, ¿de qué vas?

— Es que me ha dicho que habló contigo ayer y... te contó todo.

— ¿Eso te ha dicho?

— Si

— ¿Y no te ha dicho que me la follé a ella, a su hija y a la Emilia hasta que me escoció la polla?

Pero sí, también se lo había dicho. La increíble doña Cándida le había contado todo, lo que se dice todo, por donde las follé, cuantas veces me corrí, la orgía de orina que nos corrimos en el baño, ¡alucinante!, las dos hijas de puta no tenían secretos entre ellas. Y mi Paca, a mi querida Paca nada le parecía extraño. Todo estaba bien, todo era normal. Yo no salía de mi asombro, la pregunté cuando volvía a casa y me tuve que sentar cuando la escuché decir:

— ¿A casa?, ya estoy en casa... nunca me he ido al pueblo. Ayer estaba en casa de doña Cándida...

No recuerdo siquiera si colgué el aparato. Salí como un rayo en dirección a la casa de la vecina, dos pisos más abajo. Ni me extrañó que la puerta estuviera abierta de forma oferente. Tras ella, Emilia, me recibió en pelota picada, cómo si no, y me indicó que me dirigiera a la zona de habitaciones. Hacia allí me dirigí, entré en la habitación de doña Cándida,  seguido por Emilita, y allí estaban doña Cándida, Candi y mi Paca, las tres en pelotas, las tres en la cama de matrimonio y se unió al grupo Emilita en cuanto entró en la habitación. Desde su cómoda posición me miraban las cuatro sonrientes. 

— Pero, ¡cabronas de mierda!, ¿de qué vais?

— Ya ves —dijo doña Cándida encogiéndose de hombros— tenemos un pequeño club de recreo.

Me percaté de que cuando estaba presente doña Cándida, el resto de las mujeres permanecían en silencio. Era como la madre abadesa y sus monjitas de clausura.

— ¡Puta madre! ¿Y yo que pinto aquí? —atiné a decir.

— Cariño —dijo una sonriente madre abadesa— tú eres la polla que nos falta para ser totalmente felices. 

Ni por un momento se me había pasado por la cabeza que aquellas pedazos de putas tuvieran falta de una cola que llevarse a la boca —o al coño o al culo o donde ellas quisieran— bastaba con que cualquiera de ellas saliera a la calle, seleccionara a su víctima y le dijera: "¿Te quieres follar a cuatro putas necesitadas? No solo tendrían cola, tendrían hasta colas de gente y deberían poner una de esas maquinitas para dar turno como en la pescadería.

Me quedé sin saber que decir, tampoco hacía falta. A un gesto de doña Cándida ya estaba Emilita, de rodillas frente a mí, bajándome la bermuda y dejándome con el pito al aire. Parecía una norma que cuando estaba delante de aquellas tres sátiras, cuatro ahora, yo tuviera que estar con la polla al aire. Volvía a ser el hombre objeto. Y la Emilia al hombre objeto le empezó a hacer una mamada de campeonato ante la atenta y lasciva mirada de sus amigas. Mi mujer miraba con curiosidad como mi polla iba tomando posición de presenten armas, mientras acariciaba con desgana las enormes tetas de su madre superiora que se dejaba hacer con una estúpida sonrisa en la boca.

Emilia chupaba con fruición y me estaba poniendo a cien. De perdidos al río, así que, cuando mi polla ya estaba en estado de revista de armas, pregunté:

—¿Quién es la primera? —pregunta estúpida porque antes de acabar de formularla, doña Cándida se había abierto de piernas dejándome ver su poblada pelambrera de la que sobresalía insultante un enorme clítoris rojo guindilla.

La follé con la mirada puesta en mi Paca que se dejaba comer el chocho por una solícita Emilita que se arrodilló frente a ella y casi en paralelo a donde su jefa y yo echábamos el primer polvete de la mañana. La posición de estas me permitió echar mano del culo de la chupona y con un dedo busqué, hallé y perforé su prieto ano. Fue un polvo corto pero intenso porque además la Candi, desparejada en aquel momento, se bajó a mi culo y unas veces con la lengua y otras con un dedo, se dedicó a follarme mi ano peludo. Aquello era el cielo y yo, que soy muy macho y de marica gasto poco, me sentía de puta madre follando a la madre mientras la hija me metía el dedo, hasta hacerme ver las estrellas, por el culo. No me corrí... exploté. Parecía que la noche de descanso le había venido bien a mis depósitos exprimidos de leche.

Doña Cándida, insatisfecha con la rapidez de ejecución de aquel primer polvo, me hizo ponerme en pie junto a la cama y ella misma se ocupó de hacerme una mamada profunda mientras su hija seguía explorando las profundidades de mi ano. "Ya empezamos —pensé yo— otra vez me van a exprimir estas cabronas". Y efectivamente, cuando consiguió que mi polla tuviera la prestancia necesaria, se puso a cuatro patas frente a mí, tomó con sus manos delicadas mi polla y se ensartó en ella por el coño violentamente. Cómo ayer, yo no necesitaba hacer nada, solo estar allí de pie, todos los movimientos los hacía ella. Ordenó violentamente a mi mujer que se pusiera, también a cuatro patas, frente a ella y con la lengua y un dedo la folló por el culo con grandes aspavientos de placer de mi Paca del alma. Emilita, abandonada ahora a su suerte, se sentó sobre la grupa de doña Cándida y, mientras frotaba su coño pelado contra las nalgas de ésta, se abrazó a mí y se dedicó a comerme la lengua. Yo, impertérrito como un poste, era follado, dado por culo y comido por las bacantes mientras a mi mujer la follaban por el culo. Todo un numerito, todo en familia. 

Cuando estaba a punto de correrme, doña Cándida apretó con fuerza mis bolas y cortó mis ganas de hacerlo, luego, yo ya debería conocerla, se sacó con cautela mi polla y como aquella primera vez en el salón de mi casa, la enfiló hacia la entrada de su ano ... y se empaló violentamente contra ella. Todos la oíamos gritar cosas como "este cabrón de mierda me está jodiendo el culo" o "¡joder!, Paca, y ¿tú decías que este maricón no te llenaba?, a mi me llena de mierda". Cuando se corrió no dijo nada porque tenía la lengua metida en el culo de mi señora que se lo agradecía pegando enormes alaridos. Me corrí creyendo que con la leche se me iba la vida. Me vacié totalmente en el apretado culo de la cuarentona, aquello fue ¡la leche! (nunca mejor dicho).

Caí desmadejado en la cama entre las tortilleras. Doña Cándida continuó con el culo en pompa y la cabeza hundida en la colcha, fue el momento que aprovechó su hija, que se había quedado sin culo donde meter la lengua, para acercarse a la sobresaliente retaguardia de su madre y, separándola los mofletes del culo con ambas manos, le hizo una limpieza de ano a conciencia. Emilita, esta vez sin que doña Cándida le dijera nada, hizo lo mismo con mi polla con gran satisfacción para ésta porque la pobre estaba que daba asco verla. Mi señora, que hasta el momento no me había dirigido la palabra, viéndome indefenso, casi desmayado, se puso en cuclillas sobre mi cabeza y frotaba su chocho contra mi cara, yo, más por defensa que por otra cosa, sacaba la lengua y la absorbía los jugos que brotaban de sus partes.

No se oía más ruidos que los sorbetones de mi lengua sobre la almeja de mi señora y los de las dos chuponas ocupadas en sus tareas de limpieza de bajos. Se vivía un ambiente de auténtico relax cuando oímos la puerta de entrada de la calle al abrirse y un alegre:

— ¿Cariño?, ya estoy en casa

El marido

Me quité de encima el chocho de mi mujer, aparté de una patada la boca chupadora de Emilia que cayó cuan larga era, y me incorporé de un salto como defraudador ante visita imprevista del inspector de Hacienda. No me extrañó nada que madre e hija siguieran impertérritas en sus posiciones, la una descansando, la otra mamándole el ojete.

La puerta de la habitación se abrió y entró don Cosme, el marido de doña Cándida, seguido por un chavalete de unos veinte años. La situación era de lo más violenta si no de lo más ridículo. Allí estaba yo, en pie junto a la cama, en pelota picada, intentando tapar con las manos mi polla vencida, y con la mujer y la hija del hijo puta aquél comiéndose el culo la una a la otra. Mi mujer despatarrada contra el cabecero de la cama y la Emilia acariciándose dolorida su boca.

Don Cosme tampoco se extrañó lo más mínimo, ¡es que en esa familia ni dios se extrañaba de nada!, es más, apenas miró a las mujeres desnudas, solo tenía ojos para mí y a mí se dirigió cuando el maricón de mierda abrió la boca:

— ¡Joder!, cuantas guarras y ¡que apuesto hombre!

Se acercó hasta donde estaba y sin violencias pero con firmeza me hizo separar mis manos de mi compungida polla. Esta quedó indefensa a su ataque que no se hizo esperar, con mano diestra la sopesó en todo su volumen y me masturbó dulcemente mientras hablaba con su amigo pero sin dejar de mirarme a los ojos desde su cercanía.

— ¿Has visto, querido Froilán, que bien armado está nuestro amigo?

Mi armamento no parecía desde luego producirle ningún temor porque lo tocaba con mano diestra, tan diestra que la cabrona, y hablo de mi polla, empezó a levantar la cabeza, pero no, ¡hasta aquí habíamos llegado!, que a mi mujer se la follaran todas las lesbianas del barrio, pase, que a mí me follaran las amantes de mi mujer, pase, pero ¡que aquel maricón de mierda me metiera mano en presencia de mi parienta y sus amigas!, ¡eso jamás!, ni delante de mi parienta ... ni detrás, que yo de maricón no tenía nada aunque mi polla no lo supiera porque me estaba colocando en una situación embarazosa al dar señales de vida en manos del pluma aquel y es que hay que reconocer que el cabrón sabía lo que se hacía.

Tentado estuve por dejarle hacer pero mi vergüenza torera me lo impidió. De un violento empujón le aparté de mi lado.

— ¡Uy! qué fuerte es mi hombre —fue lo único que dijo el maricón volviendo rápidamente a su posición original y ocupando su mano nuevamente los terrenos perdidos. — Froilán, cariño, deberías darle una limpiadita a esta polla tan sucia y tan marrana.

— ¡Oye, tú!, ¡maricón de mierda!, que la polla ya me la ha limpiado mi señora y, además, si la tengo así es porque tu mujer es una guarra y se la ha metido por el culo.

— ¿Por el culo?, ¿y le ha cabido?, hay que ver que cochina que eres, Cándida, metiéndote esto por el ojete. Bueno, da igual, Froilán límpiasela bien al señor.

Al otro maricón le faltó tiempo para obedecer, y cuando me quise dar cuenta estaba de rodillas frente a mi haciendo las labores que hasta ahora consideraba que eran propias de Emilita. Complaciente acogió mi polla en su boca y me comenzó una mamada que denotaba largas horas de práctica. Yo no sabía dónde mirar, a don Cosme que pegado a mí, observaba impertérrito como su acólito me chupaba la polla, a mi mujer que observaba divertida toda la escena, a la Candi y doña Cándida que juraría que ni se habían enterado que su padre y marido estaba en la habitación o a Emilita que seguía compadeciéndose de sus dolores bucales. 

Don Cosme ayudaba en lo que podía a que Froilán cumpliera con su labor que no era otra que ponerme la polla en actividad y, ¡por mi madre! que lo estaban consiguiendo. Me propuse que cuando terminaran todas estas marranadas iba a tener una conversación de hombre a hombre con mi polla. No era normal que alguien tan apegado a mí, me hiciera tan poco caso. Se mostraba ya como en sus mejores momentos y este era el momento que esperaba don Cosme que, nada tímido él, se despelotó más rápido que Superman en una cabina de teléfonos. No contento con eso ayudó a "su" Froilán a hacer lo mismo y en breve estábamos todos iguales ante dios y la ley: en pelotas.

Se arrodilló don Cosme junto a mí y apartó a Froilán a un lado para tomar él su lugar. Y no es que le hiciera irse muy lejos, simplemente, le forzó a que bajara la cabeza y cambiara de polla que mamar. Froilán no le hizo ascos a la nueva polla y se dedicó con igual entusiasmo a mamarle el aparato al jodío viejo. Cuando todas las pollas que había en la habitación presentaban un estado uniforme, todas apuntando al techo, todas duras como el acero, se volvió hacia la cama donde su mujer e hija hacían sus 'cosas'.

— Moveos a un lado, tortilleras, que ahora viene lo bueno. 

Se medió inclinó en la cama dejando su culo en pompa y tomando mi polla con firmeza la encaminó directa a su culo. "¡Joder! —pensé yo— es igual que su mujer: los dos cabrones me utilizan para satisfacer su culo." Como me ocurría con la madre abadesa, yo no tenía que hacer nada, para qué, ya lo hacía todo él. Y yo miraba atónito como mi querida polla entraba y salía de su peludo culo. Y lo peor es que me estaba gustando. Me consolaba pensando que daba igual darle por culo a una mujer que a un hombre, que eso no significaba que yo fuera un maricón. "Maricón es el que recibe", pensaba, "no el que da". Pero mi consuelo se fue a eso, a tomar por culo, en cuanto noté que el Froilán manipulaba detrás de mí y noté algo duro que se apoyaba contra mis nalgas. 

— ¡Ah, no!, ¡por ahí no paso!, ¡maricón de mierda!, a mi no me dais por culo.

Froilán abrió por vez primera la boca.

— Tranqui colega, que te voy a poner en el cielo.

Al cielo no sé si me llevó, pero estrellas vi muchas, el hijo de puta me violó el ano sin demasiados esfuerzos, como si mi pobre culo estuviera hecho tanto a las duras como a las maduras. Me veía a mi mismo allí, follando el culo de un mariposa, mientras otro, más maricón que él, me follaba el mío. ¡Era la hostia! y ¡joder! ... me iba a correr de un momento a otro. Y cuando lo bueno estaba por llegar, don Cosme se sacó mi polla de su culo y apartando a Froilán ocupó el su lugar y me la endilgó sin más por el culo. Froilán se ocupó del ano de su amo y señor y formamos una cadena de maricones en la cual el más perjudicado era yo que no tenía donde apagar la pasión de mi polla. Llamé con urgencia a mi mujer.

— Paca, ven pacá, que te voy a dar por el culo.

Y la Paca, obediente, vino hacia mí, desde el cabecero desde donde había visto toda la escena, gateando de espaldas, ofreciéndome su hermosa grupa. No necesité ni ensalivarme, simplemente le abrí las nalgas, apunté y mi polla entró en su culo con una facilidad pasmosa. ¡Madre mía!, por aquel conducto habían entrado ya muchas cosas que me facilitaban ahora la entrada y recordé el hermoso consolador con que la follaron sus amigas en la película de vídeo. 

Ahora sí que estaba en el cielo. Todos los golpes que recibía de la polla de don Cosme en mi culo se los transmitía yo, a su vez, al culo de mi esposa. Y cuando no pude más, me corrí. Me corrí con una larga y espesa emulsión de leche que desbordó el culo de Paca resbalando por sus muslos pero no llegó ni a mojar la colcha porque doña Cándida, que se había desembarazado de su hija para ver la escena tumbada junto a nosotros, se lo limpió con  delicadeza con su juguetona lengua. Saqué del culo de mi mujer mi pobre polla, exprimida, ultrajada y relajada. Fue entonces cuando noté en el interior de mis entrañas un calor intenso, era don Cosme que, también él, se estaba corriendo en mi culo y solo me atreví a decir.

— Espero, don Cosme, que no me deje embarazado.

Telón