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Las tres cuñadas 2

en Hetero: Infidelidad

Las tres cuñadas y un cuarto

Avergonzadas por lo ocurrido, durante los días siguientes se evitaron las unas a las otras como si de ésta forma nada hubiera ocurrido.

Pero, aunque simularan que no había pasado nada, ninguna de las tres lo pudo olvidar. Durante unos días apaciguaron sus ardores masturbándose con frenesí rememorando cada una de ellas las escenas más tórridas que habían tenido lugar en el salón de Antonia. Poco a poco, casi sin reconocerlo, las tres sintieron que necesitaban algo más: necesitaban repetir la experiencia. Se lo pedía a gritos sus vaginas insatisfechas. La primera en llamar fue Antonia por algo era la mayor de las tres cuñadas. Eligió a Marta, la más pequeña de todas ellas, y es que fue a Marta a la que había entregado su vagina como si de un caramelo se tratase y Marta lo había aceptado como la niña golosa y mal criada que era.

— Hola, Marta, soy yo, Antonia, ¿cómo estás?

Marta se azoró cuando oyó la voz de la mujer a la que había absorbido el coño hasta hacerla correrse como una ninfómana vulgar. Todavía podía sentir los flujos de su cuñadita Antonia resbalando por su barbilla.

— ¡Ah!, Antonia, ¿eres tú?, ¿qué tal, cómo estás?

— Bien, he pensado que... me gustaría verte...

Marta agradeció la sinceridad y no quiso ser ella menos.

— ¡Ah!, estupendo... la verdad es que a mí también me gustaría verte... y a Virginia también, claro.

— ¿Has hablado con ella?... me refiero desde lo del otro día... ya sabes.

"Joder que si lo sabía", pensó compungida pero no quería que la situación la desbordara, así que se decidió a ser franca.

— No, no he hablado con ella... pero me hubiera gustado... me hubiera gustado llamaros... pero... no me he atrevido... bueno... es una tontería... me daba vergüenza... no sé, ya sabes...

— A mí también... pero... lo pasamos bien. No tenemos de qué avergonzarnos. Fue... natural.

El temor de enfrentarse de nuevo fue desapareciendo y fue Marta la que se aventuró:

— Sí, claro... ¿podíamos quedar un día de estos?, ¿qué te parece?

— Estupendo, Alfonso está de viaje hoy —se veía a las claras que no quería posponer el encuentro más de la cuenta—, ya sabes... está con lo de los nuevo terrenos para la fabrica.

— Entonces, ¿quieres que nos veamos hoy?, ¿quedamos en tu casa?

— Por mí, de acuerdo. ¿Quién llama a Virginia?

— Hazlo tú, eres la mayor, te obedecerá — dijo bromeando Marta.

 Virginia se  violentó mucho cuando recibió la llamada de Antonia pero aceptó encantada la reunión. No lo quería admitir pero, de las tres, era la que más deseaba el ‘reencuentro’.

Se arregló con cuidado para ello. Eligió todo lo más ‘mini’ que pudo encontrar en su vestuario, una falda de tamaño ridículo fue la base de su elección. Apenas cubría la braga y más le valdría que lo hiciera porque la braguita era, por sí sola, un escándalo. No era transparente del todo, pero casi. Cuando se la puso, solo de pensar que se iba a encontrar con sus cuñadas, la mojó con los flujos de su vagina hasta el punto en que pensó en ponerse un 'salvaslip' pero con aquella braga tan mini era tarea casi imposible. Como la braga era blanca, eligió un sujetador negro, para dar contraste. Un mini sujetador de encaje que apenas le cubría los oscuros pezones y oprimía su pecho haciendo que sus tetas parecieran que iban a hacer estallar la prenda. Eligió una camiseta blanca con el anagrama de Chanell bien visible, una camiseta prieta que ponía en evidencia el tamaño de sus tetas y que dejaba vislumbrar el color negro del sujetador.

Se pintó con moderación. No era cosa de que la confundieran con una puta —pensó— se sentía como tal, pero no había porqué alardear de ello.

Cuando estaba dispuesta a salir de casa, se miró en el espejo del hall, le gustó lo que vio, pero pensó que quizá se había excedido en la vestimenta mini y notó un ramalazo de vergüenza de salir tan provocativa. Con sus treinta y cinco años no podía ir vestida por la calle como una cría de quince. Fue por eso por lo que cogió del armario un abrigo que tapara sus ‘desnudeces’.

Llegó pronto a casa de su cuñada. Se sentía excitada por volver a ver a aquellas dos putonas que la habían satisfecho sus instintos más básicos. Antonia le abrió la puerta y la recibió con un casto beso en la mejilla. Virginia no se quitó el abrigo hasta estar en el salón y segura de que sus cuñadas la observaban. Como quién no quiere la cosa se desprendió de la prenda y la dejó sobre el respaldo de una silla. Descuidadamente se alisó la minifalda de una arruga invisible.

Antonia y Marta la observaron admiradas. Fue Marta la primera que habló:

— ¡Joder!, Virginia, como te nos has puesto. Ni que fueras de ligue.

Virginia sonrío inocentemente:

— Nunca se sabe —dijo mientras se sentaba en una de las piezas del sofá, frente a Antonia y junto a Marta. Aquella especie de cinturón grande que era la falda no pudo por más tiempo cumplir su función y dejó a la vista la primorosa braga que con tanto cuidado había seleccionado.

Antonia no podía apartar la vista de aquel triángulo blanco que mostraba, indecoroso y ofensivo, una enorme mancha de humedad en el centro. Había preparado con cuidado un discurso explicando lo que había ocurrido el otro día. Había pensado en pedirles a sus cuñadas que hicieran el esfuerzo de que 'aquello' no les hiciera perder una amistad que las había unido desde que se fueron incorporando a la familia Cienfuegos con sus bodas con los hermanos. Buscó con la mirada a Marta esperando encontrar una aliada en su discurso, pero lo que vio fue a su cuñada pequeña absorta en la contemplación de Virginia mientras le acariciaba dulcemente el cabello de su nuca.

"¡Joder! —pensó—, éstas dos tortilleras no han perdido la amistad, más bien parece que han encontrado un nuevo sentido a la vida. Pues, ¡a tomar por culo!, donde disfrutan dos, bien pueden hacerlo tres."

Decidida se levantó y se acercó a ellas dos. Se arrodilló entre las piernas de Virginia que las abrió con descaro sin importarle cómo iba a acabar aquello. Marta viendo el panorama, no quiso ser menos y atrayendo a Virginia hacia ella, le buscó la boca y la besó con pasión. Virginia era la que más la había hecho disfrutar la vez anterior y a la que menos se lo había agradecido y estaba dispuesta a corregirlo en aquel mismo momento. Su lengua buscó con avidez la lengua de su cuñada y se la 'comió' con deleite. Con su mano libre buscó el borde de la camiseta de Channel y, no sin esfuerzo, logró subírsela por encima de las tetas. Ante ellas apareció el busto contenido en el mini sujetador. Le acarició dulcemente el pecho por encima de éste.

— Antonia, ¿hoy habrás comprado zanahorias para las tres? —dijo Virginia entre risas.

Las tres prorrumpieron en una sonora carcajada.

— No —contestó ésta—, pero si queréis podemos llamar al súper y que nos suban un kilo. El verdulero tiene un ayudante, algo joven, pero que está para comérselo.

Marta y Virginia la miraron perplejas. En sus planes no había entrado el incluir un tío a la 'fiesta'. Antonia que había hecho el comentario en broma, se sorprendió con la mirada de sus cuñadas, ¿por qué no?, podía ser una estupenda idea.

— ¿Os parece bien?, ¿queréis que nos suban zanahorias?

Marta y Virginia afirmaron con energía. Eran casi las ocho y el supermercado debía estar a punto de cerrar.

Apresuradamente llamó Antonia. A regañadientes, la recepcionista le puso con la verdulería pese a la hora de que se trataba. Sus cuñadas la rodeaban nerviosas mientras ella hablaba al teléfono. Cuando se oyó una voz de hombre al otro lado del aparato, Virginia ya tenía metida la mano bajo la falda de su cuñada mayor y le estaba dando un masaje a su peludo coño, mientras el suyo era a su vez acariciado por la mano de Marta que le tenía la falda remangada y la braga bajada hasta las rodillas.

— Sr. Rogelio, mire que necesito que me suba el chico un kilo de zanahorias bien grandes... es que estoy preparando un pastel y me he dado cuenta que no tengo suficiente zanahorias.

— Pero, seña Cienfuegos, ¿sadao cuenta la hora?, el niño hace rato que marchó. Toy solo, cerrándolo to.

La voz de Antonia sonó desconsolada.

— Bueno, pues déjelo usted, que se le va a hacer, ya me apañare con lo que tengo.

— Ahora bien, si uste quiere, deme diez minutos pa que arregle to esto y se lo subo yo mismamente en un periquete.

Antonia no había contado con eso. El Sr. Rogelio era un pedazo de animal, encantador y amable, pero no era precisamente la zanahoria en que ellas habían pensado. Sin embargo no se atrevió a rechazar el favor no fuera a pensar que eran otras sus intenciones cuando llamó.

Quedaron en que el verdulero le subiera el maldito kilo de zanahorias.

— Pero que sean bien grandes, ¿eh?, Sr. Rogelio, que es para un pastel — insistió Antonia para disimular.

Mientras esperaban al verdulero, Antonia les explicó a sus cuñadas.

— El chico no está, así que nos van a subir las zanahorias el Sr. Rogelio, el verdulero.

— ¿Y está bueno? — preguntó Virginia con urgencias.

Antonia se escandalizó

— ¡Joder!, Virginia, no era ese el plan. El Rogelio este, tiene ya cincuenta años por lo menos y... además es un pedazo animal.

Virginia no se desanimó.

— Eso, eso —dijo con entusiasmo— un animal: eso es lo que necesitamos, un animal que nos destroce el coño y que nos arregle bien el culo —sentenció entre risas.

Marta y Antonia le rieron la gracia pero no dejaron de mirarla extrañadas. Aquella mosquita muerta, la que parecía la más modosita de las tres, estaba sacando los pies del plato a una velocidad superior a la de la luz.

Cuando el timbre de la puerta sonó, fue Antonia a abrir con sus cuñadas arremolinadas detrás de ella. En la puerta descubrieron a un señor pues de eso, cincuenta años, calvicie en avanzadilla y barba mal afeitada. Se le notaba que acababa de lavarse y peinado el cabello. Mientras les ofreció una bolsa con las zanahorias las miraba con lujuria y una sonrisa picarona que le cruzaba la cara.

— ¡Caray!, seña Cienfuegos, estamos de fiesta ¿eh?, y vaya fiesta que debe ser con tanta señora guapa.

Su mirada se perdía observando los cuerpos de las tres mujeres.

Antonia y Marta asombradas oyeron a Virginia decir.

— No, que va, si no es una fiesta, somos solos mujeres, ahora si usted quiere tomarse una copita con nosotras.

Casi antes de acabar de decirlo, estaba el señor Rogelio siguiendo a Virginia al salón dejando a Marta y Antonia mirándose asombradas, ésta sosteniendo aún en su mano la bolsa con las zanahorias.

Corrieron al salón y allí estaba ya el señor Rogelio, con una copa en la mano, sentado en el sofá. Frente a él se había sentado Virginia con el consiguiente despliegue de braga y muslos que esa tarde las tenía tan acostumbradas. El señor Rogelio ni las miró cuando entraron porque la braga de Virginia atraía toda su atención. El la estaba comentando

— Pues, tie uste toa la razón, una fiesta sin tíos no es una fiesta... a no ser, claro, que las tías sean... ya sabe uste... de esas que no les vamos los hombres.

— ¿Lesbianas, quiere usted decir?

— Sí, eso, tortilleras.

Virginia río con descaro.

— ¡Uy! que cosas tiene usted.

— Pero ustedes no lo son —dijo el Rogelio experto— se ve que a ustedes sí les gusta los hombres. — sentenció apurando de un trago el contenido del vaso.

Virginia se levantó presurosa y le ofreció una nueva copa.

Antonia y Marta no salían de su asombro. Aquel maromo de mierda les iba a joder la 'fiesta'. Y el caso es que, bien mirado, parecía un tío de los bien plantados. La situación era de lo más curiosa, ellas tres, todo arregladas, y aquel pedazo de animal disfrutando de ellas como si de un lupanar se tratara.

Virginia le llevó, con grandes movimientos de caderas, la copa al invitado y luego, en vez de volver a su lugar, se sentó junto a él. Puso una mano en la pierna del verdulero y para éste fue como si le pusieran un hierro al rojo vivo. Sonriente cubrió la mano de Virginia con la suya propia.

— ¡Qué coño van a ser ustedes tortilleras!, esas son toas unas guarras y a ustedes se las ve muy bien educas, ¡si están de muy buen ver! — y su mirada se perdía en el pecho de Virginia que, encantada con la inspección de que era objeto, echaba aún más la pechera hacia delante, orgullosa del tamaño de sus tetas.

Para Virginia era su noche y estaba dispuesta a todo, así que, como quién no quiere la cosa, deslizó su mano hacia el paquete del verdulero que comenzaba a sentirse agradablemente inquieto con aquel sobeteo a que estaba siendo sometido. El buen hombre decidió imitar a Virginia, y también dejó caer su manaza en el regazo de ella. No se anduvo con chiquitas y la puso prácticamente en el borde de la falda y como ésta estaba, así mismo, remangada del todo, sus dedos quedaron encima de la húmeda braga de la mujer. Ya sin ningún disimulo, acarició el coño de Virginia por encima de la braga.

— ¡Joder, señora!, pero que buena que está usted — aturdido no sabía si tutear o no a Virginia.

Esta reía estruendosamente, dejándose hacer.

— Que cosas tiene usted.

Sin perder de vista las tetas de Virginia, el señor Rogelio se dirigió a Antonia y Marta.

— Y ustedes, ¿qué?, ¿no se unen a la fiesta?

Marta hizo un gesto de impotencia con los hombros y se dirigió hacia la pareja sentada en el sofá. Se arrodilló junto a ellos y buscó la bragueta del verdulero.

— Veamos, veamos, que tenemos aquí. — Con la bragueta abierta, buscó en su interior el pene que ocultaba dentro. Sus ojos se abrieron asombrados cuando notó el tamaño del aparato del verdulero. Solo atinó a decir.

— ¡La hostia! ¿y todo esto es suyo, don Rogelio?

— Sí, hija sí, todo es mío y mu mío —dijo encantado del asombro que había provocado en la menor de las mujeres.

Aunque en principio Antonia no estaba dispuesta a 'participar' de la fiesta, al fin y al cabo, el señor Rogelio trabajaba en su calle y no quería tener un lío con un tío al que veía todos los días, se unió a Virginia expectante por ver el aparato, intrigadas por el comentario de Marta. Sin embargo, cuando la polla del señor Rogelio salió a la luz, sus propósitos de recato se fueron a tomar por culo. Era un miembro enorme, cómo nunca había visto otro igual, un tronco de carne surcado por unas enormes velas azules con un prepucio húmedo y vibrante. Marta apenas podía cerrar la mano sobre él y, no con poco esfuerzo, logró que la punta le entrara en la boca.

Antonia se atrevió a comentar:

— ¡Joder!, que zanahoria se gasta el tío.

El Rogelio, lento de entendederas, pero no tonto del todo, pilló en la frase la intención verdadera de aquellas tortilleras.

— Ahora entiendo lo del kilo de zanahorias, pues tomar, tomar jodías, que con esta zanahoria llenaremos muchas huertas.

Las tres cuñadas se arrodillaron en torno a la enorme polla. Marta llevaba la voz cantante, más bien la boca, porque se había apoderado de la polla como si fuera de su propiedad y le estaba haciendo un solo de flauta de los que hacen época. Y Antonia, sin polla que llevarse a la boca, decidió atacar la retaguardia de Marta. Se arrodilló tras ella y le arremangó la falda. Le bajó la braga hasta las rodillas y puso su lengua en contacto con la vagina de la pequeña de las cuñadas que ya emanaba flujos como La Cibeles. Esta, ansiosa de llegar al placer movía sus caderas intentando acompasar sus bajos al juego lesbiano de la lengua. Virginia que no quería ser menos, se arrodilló a su vez, tras de Antonia y también puso al aire sus encantos y con su lengua buscó los nervios de placer de su cuñada.

El Rogelio, cuando entreabría los ojos, veía aquella serpiente de tortilleras que se lamían las unas a las otras mientras Marta le estaba llevando al umbral de Antonia corrida que recordaba. Y así fue, cuando notó que se venía, tomó con firmeza la cabeza de Marta entres sus manos y de su polla salió una corriente de lava espesa como volcán alguno había lanzado nunca. Marta, desbordada por tanta leche, tragó ávida lo que pudo, pero al final de su boca salían ríos de leche que manchaban la pechera de su impecable camisa. Antonia, viendo todo aquel desperdició, tumbó a su cuñada en el suelo y a cuatro patas sobre ella le lamió el sobrante que discurría por la cara. Rogelio, viendo el culo en pompa de su clienta, y con la polla ya repuesta de la primera corrida, se arrodilló tras de ella y de un solo empujón logró incrustarle medio aparato que no era poco en el coño. Antonia ante tal intromisión gritó gustosa.

— ¡Cabrón!, el animal este me va a romper.

Virginia quiso ver el destrozo y se acercó al punto donde la polla perforaba el coño de Antonia. Pese a sus quejas, ésta respondía a los embates del verdulero moviendo soezmente el trasero que provocaba temblores en sus nalgas. Virginia buscó la bolsa con zanahorias y eligiendo una, y después de ensalivarla cuidadosamente, buscó el ano de su cuñada y no con pocos esfuerzos le metió la verdura por el agujero. Rogelio viendo tal intromisión empujó a la enculadora de un empellón.

— Quita de acá, tortillera, que pa meterle algo en el culo a esta puta estoy yo.

Intentó perforarle el culo con la polla, pero fue imposible, el tamaño de su aparato era tal que por más que presionaba sobre el estrecho orificio del ano no pudo penetrar en él. Frustrado y molesto lo pagó dando grandes cachetadas en las nalgas de la mujer.

— ¡Puta de mierda!, abre el culo pa que te folle.

Antonia escuchaba impaciente, no sabía qué postura tomar para que el animal aquel le pudiera  follar por el culo. Un poco asustada estaba porque notaba una salvaje dilatación en el ano pero era tal su calentura que ni la de un caballo le hubiera apaciguado. Intentó defenderse de los cachetes poniendo una de sus manos pero el verdulero se las retiraba una y otra vez. Rogelio cansado de tanto inconveniente gritó a Virginia:

— Tú, puta, busca una cuerda que vamos a atar a este cordero. Y de paso tráete la mantequilla, vas a ver tú como si le entra por el culo a esta guarra.

Virginia no sabía qué hacer pero al final obedeció. Trajo de la cocina una cuerda y ató, según le indicó Rogelio, las manos de Antonia a la espalda que quedó indefensa con el culo en pompa. Luego embadurnó toda la entrada del ano con un buen trozo de mantequilla y con delicadeza lo fue distribuyendo por dentro y fuera del agujero. Cuando estuvo bien lubricada hizo otro tanto con la enorme polla del verdulero que volvió a la carga. Tras varios intentos frustrados consiguió introducir la punta de su enorme badajo en el ano de Antonia y, a partir de entonces, todo fue más fácil para penetrarla casi por completo. Antonia quería morir y se le saltaban las lágrimas de dolor. Gritar no podía porque tenía la boca fuertemente apretada por el dolor. Rogelio le sacaba casi por completo de sus entrañas su enorme aparato para volver a metérselo con un enérgico golpe de caderas. Antonia creía morir.

Virginia a la vista de que sus servicios no eran ya necesarios buscó consuelo en Marta que, postrada bajo el cuerpo de Antonia, era testigo de la enorme violación anal de que era fruto su cuñada. Intentó aliviar sus penas amorrándose  a un pezón y se lo succionaba con avidez intentando distraerla de lo que le estaba ocurriendo. Notó las manipulaciones de Virginia sobre su coño y se abrió de piernas intentando facilitarle la labor. Notó como una zanahoria, la misma que acababa de salir del culo de Antonia, le perforaba el coño y como la lengua de Virginia le buscaba el clítoris sensible. Su placer duró poco y el orgasmo le llegó como un terremoto. Se agitó incontrolable.

Rogelio, una vez que se posesionó por completo del ano de Antonia y que su polla entraba y salía con naturalidad buscó un mayor incentivo en un culo menos preparado. Viendo a Virginia manipulando el coño de Marta la gritó.

— Puta, ven pa acá, que te voy a arreglar el culo ahora a ti.

Virginia, feliz, dejó la zanahoria dentro de la vagina de Marta y se postró a cuatro patas frente a la enorme polla del verdulero. No tuvo la precaución de prepararse la entrada con la mantequilla y el verdulero según se la sacó del culo de la cuñada mayor se la endilgó a la mediana. Se mantenía aún lubricada y entró con suma facilidad. Virginia sintió como su ano se distendía con enorme facilidad y aquel monstruo en forma de polla la fue penetrando lenta pero constante. Rogelio creyó entrar en el paraíso, nunca un culo había aceptado su polla con aquella facilidad. Solo necesitó un par de embestidas para que de lo más profundo de sus huevos manara un fluido constante de leche que rápidamente anegó el culo de Virginia.

Esta quedó derrengada a los pies del verdulero, la cabeza descansando en el suelo y el culo en pompa.

Ahora era Marta la que había quedado desatendida por todos y buscaba ansiosa algo con que satisfacer su lujuria. Cuando encontró la polla de Rogelio libre de habitáculo se arrodilló frente a él, que se había sentado en el sofá y se la introdujo en la boca. La limpió con avidez de los restos de mierda y semen que le quedaban. Rogelio buscó a su querida Virginia, la única que, hasta ahora, la había satisfecho del todo sus instintos y la hizo sentarse junto a él. Mientras Marta manipulaba su polla, buscó la boca de Virginia y le introdujo la lengua mientras acariciaba, salvaje, las tetas de ésta. Virginia se dejaba hacer y con la mano masturbaba el enorme trozo de polla que no cabía en la boca de su cuñada.

Cuando el pene del verdulero retomó su vigor normal, Marta se sentó sobre aquel mástil de carne, con su pecho rozando el pecho peludo del hombre. Rogelio se dejaba hacer y apenas ponía nada de su parte. Indicó a Virginia que se acercara.

— Ven pa acá, mi puta, que te voy a comer el chocho.

Virginia no se hizo de rogar y subiéndose al sofá puso su vagina frente a la boca del hombre. Su trasero quedaba a la altura de la boca de Marta que, separándole las nalgas con las manos, le lamió el aún distendido esfínter, lo que le alivió del enorme escozor que la pobre mujer aún sentía.

Antonia, libre de marca, buscó el culo de Marta y le hizo la misma operación que ésta hacía en el de Virginia, mientras se masturbaba con frenesí.

Nadie contó los polvos que echaron y a ninguna de las tres les importó. Terminaron satisfechas y escocidas y lo malo fue que, al día siguiente, ninguna de las tres podía apenas andar y parecían cowboys del lejano oeste que acababan de bajar del caballo.

FIN