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¡Huy, huy! - 1

en Amor filial

Godofredo era un gañan de la peor estopa pero era su mejor amigo y esto le hacía no ver sus defectos, que eran muchos, sino sus virtudes que eran pocas. Y entre los defectos, uno de los más acusados era su pasión por la madre de Ramiro; y es que, doña Nuria, era una hembra pluscuamperfecta sin defecto ni falta, salvo y por buscar alguno, la edad. Pero a Godofredo los cincuenta años de doña Nuria no le causaba ninguna incomodidad, aquellas enormes tetas y ese orondo culo compensaban las pequeñas arrugas que tenía alrededor de los ojos. Y la muy puta parecía no darse cuenta de sus años y seguía vistiendo provocativa como una quinceañera. El excitado Godofredo estaba todo el puto día colocándose la polla en el pantalón cuando le veía aquellas enormes tetas a través del escote, en toda su plenitud porque la muy jodía las enseñaba casi por entero, justo hasta donde el color de la piel empezaba a mostrar la oscura aureola del pezón. La buena señora nunca usaba pantalón, prefería unas faldas ajustadas que daban forma a su excitante culo, pleno de nalgas prietas, marcando la lívida sombra de la forma de las bragas que excitaba casi más que saberla sin prenda alguna que protegiera el imaginado jugoso coño.

Entre Godofredo y Ramiro no había secretos e igual que este le alababa las virtudes físicas de su hermana Maribel y lo que haría con ella si la tuviera un día sin bragas frente a él, Godofredo no se recataba a la hora de contarle las mismas milongas a su amigo pero referido a su madre.

— Pero, no seas bestia, cabrón, que mi madre te dobla en edad.

— Pues mejor, ¿te imaginas lo que debe saber en la cama?

— ¿En la cama?, ¿te refieres follando?... no seas animal que es mi madre. Como mi padre te pille con estos comentarios te corta el nabo.

— ¿No te gustaría montártelo con una tía mayor?

— ¡Joder, sí!... pero no con mi madre.

— ¿Porque no?, más morbo. Además tu madre está jamona, tío, debe ser la hostia follando, ¿no te daría morbo follártela?

Ramiro le miraba y se reía sin decir nada pero la semilla estaba sembrada. Empezó a mirar a su madre de forma diferente y se empezó a imaginar como sería aquel cuerpo de hembra desnudo. Debía utilizar sujetadores finos porque era muy frecuente que le pillara los bultos de los pezones endurecidos y aquello le ponía como una moto. Sentado en el salón con sus padres en divertida charla se imaginaba a estos follando en la cama y alguna noche se quedó atento para ver si pillaba algún sonido delator pero o sus padres no follaban jamás o lo hacían en el más absoluto silencio. Así se lo comentó a Godofredo.

— ¡Joder, tío!, mis padres deben follar como conejos porque jamás les oigo nada.

— No me lo creo —decía su amigo con los ojos brillando por la lujuria— me juego las pelotas a que tu madre folla como una ninfómana, me juego lo que quieras a que debe gritar como una zorra.

— ¿Tú crees?, entonces es que con mi padre no folla —decía escandalizado Ramiro. ¿Como podía ser que no lo hicieran? Esa era la única dicha del matrimonio: poder follar cuanto se quisiera.

— Es por el mariconazo de tu padre, el muy cabrón la tiene a pan y agua. Dicen que follar con la misma te hace inapetente —aquello a ellos, con diecinueve años y casi vírgenes, les parecía imposible que algún día les pasara— Seguro que a tu madre se la está follando alguien de la calle —era impensable que aquella deliciosa mujer estuviera siendo desaprovechada.

No era posible que fuera cierto, por experiencia sabían lo difícil que era abrir de patas a una tía. Ellos lo habían conseguido a duras penas y solo en un par de ocasiones, eso sí después de emborrachar a la tía con alcohol, porros o coca

— ¿Tú crees? —Ramiro no es que no se lo creyera, es que jamás se le hubiera pasado por la cabeza que su madre le pusiera los cuernos a su padre.

— Seguro, una tía como tu madre no puede estar sin follar.

En su inocencia juvenil decidieron someter a doña Nuria a espionaje. Quedaron en que Ramiro debía asegurarse que en la cama de sus padres no había polvos y entre los dos vigilarían discretamente a la madre en la calle.

A la semana, las conclusiones parecían evidentes: en casa no follaba ni dios y la madre, o era una lince en lo de escabullirse o no se estaba viendo con nadie. Ramiro se quedó más tranquilo sabiendo que su madre no era una puta y dio por concluida la investigación pero Godofredo le tenía preparada una sorpresa.

— Es nuestra ocasión, tío. Una mujer como tu madre no puede tener el chichi sin remojar de vez en cuando.

— ¡Serás animal!, ¡que mas te da a ti si mi madre folla o deja de follar!

— ¿Pero no lo ves? Si no folla, estará deseando hacerlo... es nuestra ocasión.

— Pero ¿de verdad que te quieres follar a mi madre?

— ¿Te lo imaginas? Debe tener un coño de diosa, si solo hay que verla, es mucho más divertida que cualquiera de las tías de la cuadrilla, mucho más excitante... tienes unas tetas de la hostia, un culo que dan ganas de oler y más pinta de puta que las zorras con las que tú babeas. Además, que sea tu madre, le da más morbo.

— Sí, pero...

— Ni peros ni hostias. ¿Como hacemos para que nos enseñe las bragas?

Ramiro no pudo disimular que tenía la polla dura solo de pensar que se lo podía montar con su madre. Con su padre no habría problemas, paraba poco en casa, siempre con el camión de viaje y cuando estaba en la ciudad pasaba las horas muertas en la bodega de abajo pero... ¡joder!, ¿como se seduce a una madre?

— ¡Que está caliente, gilipollas!, seguro que está deseando que alguien le meta mano en las bragas. Con un par de carantoñas, se nos abre de patas.

Estuvieron toda la tarde tomando cervezas tumbados en el sofá mezclado con alguna rayita de coca de la provisión de Godofredo. A las nueve de la noche estaban colocados como motos y reían divertidos por cualquier tontería. Así les sorprendió la madre cuando llegó a casa y se dio cuenta que los niños se habían montado una fiesta particular.

— ¿Que? —dijo recogiendo los botes vacíos y los ceniceros llenos de colillas—, vosotros manchando que la criada os limpia todo...

— La criada más guapa del barrio —dijo halagador Godofredo—. A que sí, Ramiro, a que tu madre es la criada más guapa que has visto nunca.

— ¿No lo va a ser?

— Anda, anda, zalameros... en vez de darme tanta coba, no mancheis tanto.

— Es que hoy, doña Nuria, está usted más guapa que nunca... —dijo muy serio Godofredo.

— Que amable estas hoy, Godo.

— ¿Hoy?, ¡que dices mamá!, Godo siempre ha estado enamorado de ti.

— Pero, que dices, como le voy a gustar si le doblo en la edad —un punto de vanidad le revolvió el estómago, había olvidado lo que era recibir un piropo.

— Quita, quita, el otro día lo hablábamos el Godo y yo... donde esté una mujer como tú que se quiten las mojigatas de nuestra edad, son todas unas sosas, ¿verdad Godo?

Doña Nuria que era de natural ardiente, los gustos de aquellos dos le satisfacían haciendo oídos sordos a que uno de ellos fuera su hijo. Hacía tiempo que sus oídos no se regalaban con piropos como aquel y a una le gusta que le digan cosas bonitas. Un extraño hormigueo le atravesó el vientre cuando el amigo de su hijo empezó a enaltecer las virtudes de los cuerpos maduros sobre los prefabricados de las chicas de su edad, si es que tanta silicona, tanto implante termina por aburrir... donde esté lo natural, lo dado por la Naturaleza a cada uno. Ella siempre se había sentido orgullosa de su cuerpo y de las pasiones que provocaba pero desde hacía tiempo poco gente le decía nada sobre sus maravillosas tetas, su torneado culo, sus piernas aún bien formadas o su vientre contenido. Sus cincuenta solo se notaban en alguna que otra pequeña arruga en la cara y en codos y rodillas pero no tenía papada ni estomago caído, las tetas aún se mantenían en su sitio aunque la edad y el tamaño le obligaba al uso de sujetadores firmes. No estaba en absoluto gorda y se consideraba una mujer de buen ver, agraciada de cara, rubia de ojos claros y discretamente maquillada todos los días. Desgraciadamente a los hombres, su marido el primero, parecía olvidársele que también a las maduritas les gusta un halago.

Aquellos dos inconscientes no sabían que estaban jugando con fuego diciéndole aquellas cosas. Su marido hacía años que no la adulaba y mucho tiempo que no la metía un tiento al conejo. Por tocar ni siquiera le metía mano, como solía hacer de recién casados, a la primera ocasión intentando pillarle un muslo o una teta por el escote. Y aquello sí que lo echaba de menos porque una no es de piedra y también necesita de un buen revolcón de vez en cuando.

Pero que aquellos dos sinvergüenzas se fijaran en sus tetas le hizo crepitar como madera ardiendo, un olvidado calorcillo le llegó de la entrepierna y sintió como los sensibles pezones de su pecho se endurecían. ¡Le importaba un carajo que uno de ellos fuera su hijo!, aquel placer olvidado no se lo iba a gafar ni la Santísima Trinidad. Se hizo toda sonrisa y amabilidades, no se podía tratar mal a tus admiradores. Pero aquello dos ocultaban algo, ¿qué maldad podían haber cometido?, ¿a que venía tanto peloteo?

— A ver, mis niños malos que es lo que quieren.

— Pues háganos usted un pase de modelos... —se apresuró a sugerir Godofredo.

¿Un pase de modelos? El ofrecimiento le dejó atónita. Ella indagaba en busca de alguna maldad que hubieran cometido y aquellos dos les salían con aquella extraña petición… ¡huy, huy! que a aquellos dos golfos se les veía venir... pero era impensable que se les pasara por la cabeza montarse un lío con su madre. ¿Era posible que todavía su cuerpo atrajera a gente...? y, sobretodo, gente tan joven. Debía ser una suerte tener algo con un par de chavales como aquellos, toda energía que seguro que eran capaces de tenerla horas en un puro gemido de placer... pero que cosas estaba pensando... ¡su propio hijo!, aunque, bien pensado, había que reconocer que más de una vez se había sorprendido 'sorprendida' por la planta de su chaval. Todas sus amigas le decían aquello de que 'seguro que te tiene la casa llena de novias suspirando por sus favores'. ¿Como sería su hijo en el amor?

— ¿Un pase de modelos?, pero que os voy a enseñar... —preguntó juguetona.

— Pues algo bonito que tenga usted, que le luzca el cuerpo.

Y dale con el cuerpo, tanto mencionarlo iba a terminar por creer que les gustaba... ¿y si les gustaba?, ¡huy, huy! que aquello le empezaba a excitar y los pezones no podían disimularlo y se le habían puesto erectos y duros como si estuviera helada y no era precisamente frío lo que sentía. Con disimulo se miró la pechera y ella misma se asombró por el tamaño de sus pezones: no había sujetador capaz de disimular aquello. Seguro que aquellos dos golfos ya se habían dado cuenta. ¿Que pensaría su hijo?, le miró para comprobarlo y le pilló con la vista fija en sus tetas y lamiéndose los labios como si estuviera disfrutando de un helado de tutti—fruti. ¡Huy, huy! que el chisporroteo del vientre le estaba bajando, bajando y ya lo tenía en medio del chocho que empezaba a segregar humedades.

— Bueno, si os divierte —se sorprendió así misma consintiendo.

Por el pasillo fue pensando en lo que se podría poner, algo sexi pero que no provocara en exceso a los chavales que no podía olvidar que uno de los mirones era su propio hijo. Pero no hizo falta pensar más porque Godofredo le siguió a lo largo del pasillo.

— Déjeme que yo le asesore.

Entró en la habitación seguida muy de cerca —quizás demasiado— por Godofredo que le sujetaba por la cintura como si quisiera evitar que tropezara. A petición de este le indicó cual era su armario.

— Veamos —dijo él abriendo la doble puerta. Una hilera de faldas, blusas, trajes y demás vestidos se alineaban cuidadosamente ordenados. Doña Nuria era coquetona y le gustaba gastar algo más de la cuenta en su ropero.

Godofredo parecía un experto palpando las diferentes telas de las faldas y las blusas pero lo que en realidad hacía era elegir la falda más liviana y la blusa más transparente. Por fin eligió una falda plisada que nunca le había visto puesta y supuso que era una olvidada en el fondo del armario porque la talla sería anterior de la actual. En blusas no dudó y eligió una blanca, de seda, prácticamente transparente que dejaba traslucir su mano completamente.

— ¡Huy, cariño! —dijo doña Nuria—, no se si esa falda me cabrá... es que he engordado un poco.

— Tonterías, está usted perfecta.

— Y la camisa, ¿no crees que es un poquito... descarada?

— Doña Nuria, no se tiene que avergonzar de nada, estamos en familia, yo casi soy de la familia y usted no tiene desperdicio.

Definitivamente la buena mujer sintió que sus piernas se derretían y su coño empezó a segregar jugos que parecía que se estaba meando. En ese momento entró su hijo en la habitación para ver que ocurría. Aprobó con la cabeza la elección de ropa de su amigo y se excitó intuyendo que en unos minutos iba a ver a su madre con todo el sostén a la vista porque aquellas transparencias...

— Mamá, también deberemos elegir la lencería.

— ¿Tú crees, cariño? —aquí doña Nuria sintió que la confianza le fallaba. Ella era una gran aficionada a utilizar ropa interior poco acorde a su edad: nada de bragas de matrona, ella prefería tangas con el hilillo trasero clavado entre sus nalgas. Sostenes livianos aunque le metieran en problemas con sus sensibles pezones como ahora le estaba ocurriendo. Lencería de marca con mucho bordado, encaje y transparencia. Le gustaba además perfumarla en los cajones donde los guardaba para que olieran a ella.

A regañadientes les indicó el cajón donde guardaba la lencería y allí se lanzaron su hijo y Godofredo. Se sorprendieron al ver la cantidad de bragas y sostenes que allí había, una verdadera colección de todo tipo de colores y bordados pero todos igual de transparentes como pudieron comprobar metiendo los dedos entre las copas de los sostenes y la seda de los tangas. Aquellas coquetas y desvergonzadas prendas eran pura pasión entre sus manos. Godofredo se llevó sin disimulo una a las narices para olerlo de cerca.

— Doña Nuria, que delicia como huelen —dijo sin percatarse que la madre de su amigo se había sonrojado y parecía que le iba a dar un sopetón del sofoco que tenía.

Ramiro intrigado por el comentario también las olió de cerca, ¡que delicia!, Channel nº 5.

— Joder, mamá, no sabía yo esta afición tuyas.

Aquello sonaba a crítica velada y Godofredo captó al instante que no era momento de críticas sino que había que coger el toro —o la vaca— por los cuernos.

— Es delicioso, doña Nuria, sus bragas huelen a usted —dijo Godofredo mientras se acercaba a la mujer y se plantaba justo frente a ella—, ¿me permite? —dijo mientras se inclinaba sobre ella y hundía su nariz en el cuello de la madre de su amigo.

El olor le excitó pero sobretodo, le excitó el poder oler tan de cerca el aroma a hembra que aquella mujer desprendía. La situación se volvió un poco violenta con él hundido en el cuello de la señora oliéndole como un perro en celo huele el coño de la perra, pero a él no le importó, estaba dispuesto a prolongar aquel instante todo lo que se le permitiera. Atrapó a doña Nuria por la cintura con ambas manos y la acercó hacia él. Su polla, dura como el granito, rozó el vientre de la buena señora y se puso más dura aún si cabe. ¿Sería posible que ella notara lo duro que le tenía? Pues si era posible y doña Nuria sintió como su vientre tropezaba con aquel mandoble de hierro que debía provocar chispas enterrado en su coño. ¿Que estaba haciendo?, era un crío, su hijo delante... pero, ¡joder!, ¡hacía tanto que no tenía cerca una polla tan dispuesta! Además aquel cabrón empezó a restregarle el paquete por el vientre. Doña Nuria miró a su hijo buscando su mirada reprobadora pero este se había colocado detrás de ella y también le atrapó por la cintura donde las manos de Godofredo dejaban un centímetro libre, y también él, había hundido su nariz en la otra parte del cuello para olerla. Se sentía una vaca olida por sus sementales que, de un momento a otro, iban a empezar a cornearse para decidir quién la montaba.

— Las bragas y el sostén no hace falta que se los quite —decidió Godofredo hablando para el cuello de la buena mujer— que llevarán su olor aún prendido...

— Pues si está dispuesta —dijo Ramiro mirando a la cara a su amigo con picardía—, deberíamos empezar el pase de modelos.

La mujer esperaba que los chavales se fueran de la habitación para permitirle desnudarse pero no parecía que tuvieran la más mínima intención. El deseo la vencía pero se moría de vergüenza pensando que debía desnudarse frente a su hijo. Sin embargo, este no decía nada, al revés parecía tan ilusionado como Godofredo en verla cambiarse.

— Pero no querréis que me desnude con vosotros delante —dijo escandalizada aunque sin tener la seguridad de si en el fondo no estaría deseando lucirse para aquellos dos. No, si al final, tanto halago la iba a hacer que fuera una puta.

— Mujer, si le da vergüenza nos damos la vuelta —dijo Godofredo tranquilizador— pero verle a usted en paños menores podría ser la hostia. En nuestra vida hemos visto una mujer como usted desnuda.

¡Huy, huy, que los picores chuminales volvían a aparecer! Aquel zalamero le estaba poniendo a cien pero le parecía muy fuerte desnudarse con su hijo delante.

— Sí, será mejor que os deis la vuelta.

Para ellos era suficiente para excitarse saber que doña Nuria se estaba desnudando a pocos centímetros de donde estaban y, además, pronto descubrieron que la imagen de la mujer se reflejaba claramente en el cristal de una litografía de Durero que estaba frente a ellos. Doña Nuria, más cachonda que una mona en celo, se quitó con parsimonia la blusa desabrochando los botones uno a uno. Se miró los pezones pugnando por romper la seda del sostén. Luego se desabrochó la falda y se la bajó hasta la altura del tobillo. Es verdad que así vista parecía un poco puta, puta vieja, pero puta apetitosa y deliciosa. Ella misma se admiró en el espejo del armario sin ninguna prisa por vestirse. Godofredo presintió que aquella parsimonia era una especie de consentimiento a que estaba deseando que la pillaran en pelotas y de repente se volvió hacia ella.

— ¿Que, doña Nuria?, ¿ya ha acabado?

Doña Nuria sorprendida intentó cubrirse con los brazos. Quiso decirle que no, que no había acabado aún pero no pudo dejar de sorprenderse viendo la avidez con la que el joven miraba su cuerpo, ¡que coño!, debió pensar, ¡a tomar por culo!, como decía el refrán '¡lo que se han de comer los gusanos, que lo disfruten los gusanos!' y muerta de vergüenza eso sí, abrió los brazos no muy segura de lo que hacía. Con aquella ropa interior tan fina y sexy... tan de puta fina, aguantaría cualquier investigación de cualquier mirón exigente. Se sentía guapa y deseable. Godofredo quedó extasiado ante aquellas transparencias y su mirada quedó clavada en aquel par de pezones que parecían dados de Avecrem para el caldo de la sopa. Luego su vista bajó extasiada por aquel vientre aún firme hasta el mínimo tanga que apenas podía cubrir la espesa y oscura pelambrera que protegía el coño de la mujer.

— ¡Joder, doña Nuria!, está usted preciosa... que digo, está usted buenísima. ¿Has visto Ramiro?

Doña Nuria no supo como reaccionar ante la mención del nombre de su hijo y esperó con temor la reacción de este al ver a su madre medio en pelotas. Pero Ramiro, era hombre antes que hijo y, como Godofredo, se quedó extasiado ante aquel cuerpo apetitoso. Pero él, como era de la casa, se atrevió incluso a alargar la mano y acariciar aquellas prendas tan excitantes. El problema es que tocar el sostén le dio fe de la presencia de los pezones que él acarició con mimo contorneando su forma incapaz de creerse su tamaño y dureza. Godofredo, al ver que doña Nuria no protestaba, también se atrevió a tocar el otro pezón y la mujer sintió que las piernas le fallaban... como aquellos dos se atrevieran a tocarla el conejo, se iba a derretir de gusto, ¡le importaba un carajo que uno de aquellos dos fuera su hijo!

— No creo que esté bien lo que hacemos —tranquilizó su conciencia porque al menos advertía del riesgo de pecado que estaban cometiendo.

— No va a estar bien... —la interrumpió Godofredo que en ese momento reptaba su mano dentro del sostén buscando acariciar directamente ese pezón vibrante—, está todo pero que muy bien. ¿No te decía Ramiro, que tu madre es una mujer diez?

¿Sería posible que aquellos dos hubieran estado hablando de ella?, poco importaba, los calores que doña Nuria sentía no hacían que fuera el mejor momento para averiguaciones. Su hijo la había rodeado sin dejar de sobarle la teta y se colocó detrás de ella. La tenía que estar viendo con detalle las nalgas mostradas sin pudor con esas bragas que por detrás eran un simple hilillo que se escondía entre la raja de su culo poderoso.

— ¡Joder, mamá!, nunca imaginé que usaras estas bragas... son preciosas.

Sintió la mano de su hijo acariciándola el culo y sintió que el coño se le derretía como un helado al sol, ¡debía estar poniendo la entrepierna de la prenda empapadita! Godofredo se debió dar cuenta y lanzó su mano aventurera a tocarle en aquella parte y eso la derrumbó por completo.

— ¡Huy, huy!, niños, esto no está bien... pero me está gustando tanto.

— Eso es lo importante —dijo Godofredo con su sonrisa encantadora sin dejar de tocarle el chumino— y nos está poniendo como motos —añadió tomando la mano de la buena señora y llevándola hasta el bulto enorme de su polla que luchaba por romper la cremallera.

— ¡Huy, huy!, Godo, no me puedo creer que te ponga así.

¿Su hijo estaría igual? Investigó el frontal del pantalón de su hijo para comprobar el efecto que su desnudez provocaba en su propio hijo y, efectivamente, también el pequeño Ramiro —ella sabía que hacía mucho que había dejado de ser su pequeño pero en ese momento se sintió protectora—, también él tenía la polla dura como una barra de hierro pero la diferencia es que su hijo, había decidido sacar a pasear a su minga y lo que tocó doña Nuria no fue la áspera tela del vaquero, sino la dulce tersura de un nabo en toda su magnitud. ¡Huy, huy!, que aquello se le estaba escapando de las manos. Poco sabía ella que en ningún momento había estado la situación bajo su control. Se consideró en el deber de masturbar aquella polla deliciosa y sorprendente sin importar el terrible pecado que estaba cometiendo. Ramiro apoyó la cabeza en el hueco de su hombro y le lamió este hasta la oreja donde ella le oía respirar con fuerza mostrando el deseo que en ese momento sentía.

Godofredo, mientras tanto, decidió que era el momento de verle el vergel sin sedas y le bajó las bragas hasta medio muslo. Sus dedos inexpertos pero conocedores de lo que debían hacer, buscaron en el centro de la pelambrera el clítoris excitado que salía a su encuentro para facilitar la búsqueda. La masturbó lentamente, recreándose en la faena, mirándola a los ojos con sus caras muy próximas, tan próximas que el siguiente e inevitable paso fue que buscara su boca con la suya. Se besaron como con miedo, esperando ver la reacción del contrario. Primero solo juntaron los labios y se frotaron los unos contra los otros, luego Godofredo sacó la lengua y empezó a lamer aquellos labios carnosos que pedían a gritos ser mordidos, apretujados, saboreados... Doña Nuria, también sacó su lengua, al principio con timidez solo la lengua pero cuando ambas extremidades húmedas entraron en contacto se buscaron la una a la otra con avidez y lo hacían por fuera y por dentro de la cavidad bucal. Sus lenguas penetraban en la boca del otro saliendo al encuentro del amante que tanto placer le estaba dando. Con su mano libre Godofredo pugnó hasta conseguir que el sostén se levantara sobre las tetas de doña Nuria y se aferró a sus pezones como el naufrago al salvavidas solitario que flota en medio del mar.

Doña Nuria, pensó que si no fuera porque estaba emparedada entre aquellos dos cuerpos jóvenes y fuertes hacía tiempo que habría caído al suelo porque sus piernas derretidas apenas podían aguantarla. Se sintió deseada y sucia, mujer y puta; no estaba bien lo que hacía, pero no estaba bien por la presencia de su hijo, si estuviera Godo solo, sería distinto, sería una esposa pecando con un amante pero Ramiro... era otro pecado, un pecado mucho más gordo. No era muy religiosa pero cumplía asistiendo a su misa dominical y confesándose de vez en cuando. Confesiones la verdad de pecadillos más que de pecados gordos y es que lo cierto es que tenía pocas ocasiones de pecar como dios manda. Pero, religiosa o no, sabía que el incesto era una cosa muy gorda. Lo que estaba haciendo no estaba bien. Sin embargo cuando sintió como su hijo resbalaba por su cuerpo hasta caer de rodillas justo detrás suyo y sintió como sus manos abrían sus nalgas y su lengua juvenil buscando el agujero rosado de su ano, supo que la batalla estaba perdida. Aquello le hacía merecedora del Infierno. Claro que siempre le quedaba el sacramento de la confesión. Necesitaría arrepentirse de verdad pero eso lo haría mañana. En ese día y en ese momento que hicieran con ella lo que les viniera en gana: en ese momento no era mujer civilizada, sino mujer con mucha insatisfacción de placeres ya olvidado.

Con la conciencia más tranquila se dedicó a disfrutar de aquella lengua pecadora que le lamía el culo.

No supo cómo, aquellos dos deliciosos sinvergüenzas la depositaron sobre la cama y ella se despatarró como una puta abriendo sus piernas con descaro facilitándoles el acceso a su coño. Ambos pugnaron por posesionarse con la lengua de su húmedo agujero y sus labios vaginales, erectos por la excitación, pasaba de la boca de uno a la del otro, como enorme almeja recién sacada de la concha. Se corrió una, dos, tres veces, y sus niños —como quería pensar que eran— le bebían sus jugos como si fueran el mejor de los refrescos. Le succionaban el coño hasta limpiar de efluvios cualquier muestra de su orgasmo y vuelta a empezar. Mientras uno le comía el conejo, el otro se dedicaba a succionar de un pezón o comerle la boca para luego retornar a la entrepierna en busca de aquel sabor que les emborrachaba. Pasó cierto apuro la primera vez que Ramiro le buscó la boca. Le daba una enorme vergüenza besarse con su hijo pero cerró los ojos y el placer fue el mismo que le daba Godofredo. No quiso ni pensar que esto no era del todo cierto porque solo saber que era su hijo el que le metía la lengua añadía al placer un punto de morbo que debía ser pecado de los gordos pero no pasaba nada porque pensaba confesarse de todo.

Godofredo apareció ante ella desnudo por completo, ¿cuando lo había hecho? y doña Nuria pudo admirar su cuerpo joven y fuerte con esa enorme, maravillosa y excitante erección que le obligaban a intentar atrapar con la mano esa polla vibrante. Pero Godo no la dejó y se tumbó sobre la cama, boca arriba. Le pidió que se tumbara sobre él para que pudiera comerla el coño mientras ella le comía el rabo. En esta deliciosa y generosa postura, donde tú das lo mismo que recibes, Ramiro parecía quedar fuera de la escena pero este aprovechó para dedicarse a la parte del cuerpo de su madre que más parecía atraerle: el culo. Le abrió las nalgas con cuidado y besó, lamió y pugnó por meter la lengua en la roseta oscura de su ano. A doña Nuria, tanta dedicación a su culo le preocupó porque sabía de las nuevas tendencias juveniles de darle al sexo anal un protagonismo que no debía tener. No es que su marido y ella no hubieran utilizado aquella sucia entrada en alguna que otra ocasión pero a ella le desagradaba mucho principalmente porque le dolía y porque solo lo hacían cuando él estaba muy borracho y necesitaba de estímulos adicionales para conseguir que la follara: para ella el sexo anal era algo así como un triste recuerdo pero sentir aquellas dos bocas comiéndole los bajos y aquella polla dura y enorme a su entera disposición, era una delicia y supo que nada desagradable podía ocurrir.

Se empezó a preguntar cuando aquellos dos se decidirían a dar un paso más, cuando sintió como su hijo se arrodillaba entre sus piernas y buscaba penetrarla, ¡por fin, después de tanto tiempo alguien se la iba a follar!, era su hijo pero en ese momento lo importante es que una dura polla iba a entrar en su coño. Y aliviada comprobó como su hijo se conformaba con entrar por la vía natural y le metió la polla entera y de golpe mientras todo el aire se le escapaba de los pulmones. Levantó deseosa el culo para sentir todo aquel cilindro penetrándola y ya no pudo evitar subir y bajar su culo sincronizando el movimiento con los envites de la polla que la estaba transportando al séptimo cielo. Se corrió como una primeriza a las primeras de cambio y fue tanto su flujo que pareció que se meaba pero ni una gota llegó a la colcha porque bajo su coño, Godofredo, bebía sediento todos aquellos mejunjes que salían del coño de la deseada mujer.

Ramiro siguió follando hasta que sintió que se corría que anunció entre gemidos. Acostumbrado a luchar con embarazos indeseados con las estúpidas amigas suyas y dado que no había utilizado condón, sacó apresuradamente la polla del caliente y delicioso agujero y se corrió en su culo. Vio extasiado como chorros y chorros de leche caían sobre las nalgas de su madre y escurrían entre ellas perdiéndose en la oscura profundidad. Jamás había tenido una corrida de tal magnitud y duración y sintió que se vaciaba por completo hasta quedar desfallecido. Cayó sobre la cama desmadejado.

Godofredo aprovechó el momento y salió corriendo de debajo del cuerpo de doña Nuria, justo antes de que hilachos de semen se mezclaran con los efluvios de la mujer y terminaran en su boca, aunque en ese momento, era tal la excitación que no le hubiera preocupado. Pidió a doña Nuria que se pusiera a cuatro patas y ahora fue él quien la penetró de un golpe y en toda la extensión de su notable polla. Doña Nuria nada dijo y a nada se opuso porque sintió que estaba al borde de un nuevo orgasmo.

Estuvieron follando solo cinco minutos, él como un pistón taladrando su chocho hasta que sintió que también él estaba deseando correrse. Doña Nuria lo adivinó y volvió la cara para avisarle.

— Córrete dentro, mi niño, que quiero sentir en mi coño tu leche caliente.

Godofredo no se hizo de rogar porque no podía contenerse ni un segundo más y explotó en aquel coño delicioso una vomitona de cálido y espeso esperma que rebosó a doña Nuria de forma tal que largos riachuelos empezaron a correr por sus muslos, riachuelos que ella extendía por su piel como crema hidratante e incluso se llevaba hasta la boca intentando adivinar su sabor y textura.

Aquella noche durmieron los tres juntos en la cama conyugal de doña Nuria. Su marido estaría fuera toda la semana llevando una carga hasta Jeréz de la Frontera. Lo de dormir es una forma de hablar porque la estuvieron follando durante horas, cuando no era uno, era el otro el que solicitaba su coño para penetrarla. Y doña Nuria, con tantos años de sequía en su cuerpo, no desaprovechó ni un minuto de regadío. Nunca ha habido ni habrá un cuerpo de mujer tan deseado y tan atendido, cada centímetro de piel fue investigado y analizado con los dedos o con la lengua, cada parte de su cuerpo se sometió a las prácticas olfativas de los jóvenes que parecían ciervos en celo olfateando el aire. Godofredo incluso le comió los pies, hurgando con la lengua entre sus dedos —doña Nuria agradeció ser tan limpia que pudo pasar el examen sin la menor muestra de rechazo—. Sentir aquella lengua en zona tan inusual la hizo ponerse más caliente aún si cabe y exigió de su hijo que la follara con fuerza para enfriar sus ardores. Permitió que le penetraran el ano con los dedos y se sorprendió al descubrir que aquella guarrada le gustaba y así, mientras uno le follaba con ganas, el otro metía uno y dos dedos en su rugoso agujero que parecía no hacerle ascos, ¿a ver si lo del sexo anal funcionaba mal solo con su marido? La duda le embargaba y por eso no puso reparos cuando Godofredo le pidió permiso para darle por culo. No las tenía todas consigo pero consintió poniendo como condición que él se retiraría en el mismo momento en que ella se lo pidiera. El muchacho se apresuró a prometer que así lo haría y se puso de rodillas entre sus piernas mientras ella se ponía a cuatro patas. Antes de penetrarla sintió como jugueteaba con su pequeño agujero ante la excitada mirada de su hijo que no perdía detalle. Escupió sobre él gran cantidad de saliva y por fin se decidió a penetrarla. Doña Nuria estaba esperando el dolor y por eso quedó sorprendida cuando le oyó comunicar que había llegado hasta la mitad. ¿Ya?, aquello no era posible. Godofredo se la sacó entera y un obsceno 'plop' demostró que le había descorchado el agujero. Luego todo fue placer y el muchacho le embestía como si del coño se tratara aunque, eso sí, no pudo meterle la polla por completo. Doña Nuria se corrió como una loca gritando obscenidades y maldiciendo al cornudo de su marido por ocultarle aquella vía de placer.

En cuanto Godofredo soltó su carga de espesa leche en el ano, Ramiro reclamó la vez para probar la nueva vía y también él la condujo hasta sendas inimaginables de alcanzar por tan sucio agujero. Aullaron como locos hasta que su hijo también se corrió en el ano.

A las cuatro de la madrugada cayeron los tres derrengados sobre la cama y durmieron a pierna suelta hasta las ocho de la mañana en la que el teléfono les despertó. Era el marido y padre de la casa dando parte de que había dormido bien y que el viaje era placentero.

— Yo también he dormido bien — le dijo doña Nuria. Lo que no se atrevió a decirle es que también ella había tenido un viaje muy placentero al mundo del incesto.

Le costó liberarse del asedio al que le sometieron su hijo y Godofredo. No le dejaron levantarse sin que antes les mamara en un par de ocasiones, le follaran otras tantas y le dieran —no permitió más porque lo tenía dolorido— una vez por el culo.

Cuando necesitó ir al baño a hacer sus necesidades, ambos se arrodillaron junto al retrete con el morboso deseo de verla mear. Ella les confesó avergonzada que no solo de mear tenía necesidades pensando que eso les retraería de tan sucio espectáculo pero ellos no consintieron en dejarla cagar tranquilamente. Se quedaron impacientes por ver como lo hacía y, no contentos con eso, le masturbaban y le tocaban las tetas e incluso le comían la boca pese a la situación tan incomoda en que se encontraba doña Nuria. No le permitieron limpiarse su sucio agujero sino que ellos mismos lo hicieron haciéndola ponerse de pie ligeramente inclinada para mostrar su orondo culo. Con cuidado le separaron las nalgas y le limpiaron los restos de mierda que pudiera quedar con papel higiénico. Doña Nuria pensó que en algún momento una lengua atrevida participó en la limpieza pero no lo podía asegurar.

Luego les pidió a ambos que también a ellos les quería ver mear. Ellos consintieron alborozados pero pusieron un pequeña diferencia es que en lugar de hacerlo en el retrete la utilizaron a ella como tal y le orinaron sobre su boca abierta con ella arrodillada sumisa frente a ellos.

Se ducharon los tres juntos y entre los dos jóvenes la secaron sin apenas usar la toalla. La tenían como una reinona y todo era atención y mimos. Ella tampoco les iba a la zaga y de vez en cuando les daba un toquecito a sus pollas duras. Les preparó el desayuno en pelota picada porque no le permitieron que se vistiera.

Por fin a las nueve Ricardo y Godofredo se despidieron para ir al Instituto.

Doña Nuria, desnuda como estaba, cayó derrengada en el sofá frente al televisor. Necesitaba relajarse y no quiso pensar en lo que había ocurrido. Sabía que no era normal esa sensación de tener la conciencia tranquila pero supo que era así porque se había prometido lavar sus pecados confesándose con el cura.

Lo único que le angustiaba es que era consciente de que si se confesaba ya no podría volver a pecar y eso le provocaba un profundo desasosiego.