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Dama - Acto II Escena II

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Acto II Escena II

La blusa media abierta y la falda ceñida de la dama que entró en el local, llamó de inmediato la atención de los cuatro hombres que la esperaban desde hacía media hora. Algo en ella había cambiado y no solo era el vestuario, un magnetismo erótico parecía desprenderse de su delicioso cuerpo.

Jacinto, Raúl, Manuel y Eladio se relamieron de gusto, bien sabían ellos lo que suponía la llegada de aquella hembra. Jacinto estaba tan seguro de que iba a aparecer que incluso ya había servido copas a todos con cargo a la dama.

Adela les miró con sonrisa maliciosa y sin decir nada se dirigió al fondo del local mientras se quitaba la camisa.

— Que alguien cierre el local —dijo sin dirigirse a nadie en particular—, este bar lo reservo para mí por el tiempo en que sus vergas aguanten.

Entraron en faena muy deprisa y los cuatro hombres se dedicaron a satisfacer a Adela en todas sus vertientes. Jacinto el camarero fue el único que no logró alcanzar sus objetivos porque la estrechez del ano le seguía prohibiendo la entrada. La necesidad imperiosa de terminar en un prieto culo le hizo acordarse de su señora y de la promesa que le había hecho: ‘Si esa lagarta vuelve a aparecer por el bar, me llamas’. No sabía si había amenaza o curiosidad en su petición pero él necesitaba un culo donde terminar y no dudó, en un descanso de su turno, en llamar a la parienta. Ellos vivían a dos manzanas del bar y al poco tiempo se oyeron unos golpes en la puerta. Jacinto indicó con un gesto a Raúl que abriera la puerta.

— No, no te vistas —le dijo cuando vio como el chaval agarraba los pantalones— es mi señora.

A Raúl le extrañó que el camarero quisiera que recibiera a su parienta con la polla enhiesta pero Jacinto bien sabía lo que se hacía: la visión de aquella polla iba a ser un acicate para su mujer y acallaría muchas de sus protestas. Efectivamente así fue y al poco apareció la parienta trayendo cogido de la polla a Raúl. Una sonrisa lujuriosa brillaba en su cara. Sin embargo no olvidó a qué había bajado al bar y se dirigió lo primero de todo a la ‘lagarta’.

— ¡Eh, tú, puta!, ¿te crees que te puedes follar a mi Jacinto cuando quieras?

— ¿Tú Jacinto? —preguntó una extrañada Adela ante la aparición de aquella explosiva mujer—, ¿quién es Jacinto? —era la primera vez que oía el nombre del camarero.

— Yo soy Jacinto —dijo el camarero mientras se abrazaba a su mujer por la espalda—, el afortunado tío que tiene una señora como esta —dijo mientras le abría de golpe la camisa y le levantaba las faldas sin el menor pudor.

Los otros tres no sabían qué hacer. Si la señora recién llegada era la parienta del camarero y este la despelotaba delante de todos, había que suponer que es que ella también entraba en baza. Con miedo al principio se fueron acercando a la mujerona que, olvidada la rival, no perdía de vista la llegada de aquellas pollas excitadas que tantas maravillas le prometían. Dado que había sido su esposo quién le había metido en el ajo, no lo dudó un momento y se apoyó sobre la mesa ofreciendo gustosa su grupa para que su macho le rompiera el culo.

Adela no tardó ponerse frente a ella al otro lado de la mesa y le comió la boca mientras uno de los hombres le taladraba el coño. ¡Aquello era vida! Sin pudor de ningún tipo ofreció el que hoy era un coño de puta y que hasta ayer había sido el de una dama.

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