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Casada con un cornudo

en Hetero: Infidelidad

1         

Mi marido es un puto cornudo pero lo que le diferencia del resto de los cornudos es que a él le encanta ser espectador de mis infidelidades. Se empalma solo de pensar que otro tío me va a follar para obtener un placer que él es incapaz de darme. No entiendo muy bien porque obtiene placer de ver como alcanzo los orgasmos con otros, de hecho no intenta ni meterme mano, sabe que yo no se lo permitiría: cuando estoy con otro tío él debe consolarse a base de pajas, nada más.

El plan es muy sencillo, cuando estoy cachonda le pido que me lleve a algún sitio donde pueda ligar, selecciono al maromo y se lo propongo. No me ando por las ramas, me acerco seguida por Sebastián y le decimos al afortunado que necesito que alguien me trabaje el coño a fondo, una única condición, mi marido debe estar delante. Sebastián asiste humillado a la negociación sin poder participar y debe soportar las miradas curiosas que la gente le lanza. Os sorprendería saber la cantidad de tíos que se acojonan y salen huyendo, miles de machitos dispuestos a comerse el mundo que se les queda blanda cuando es el mundo quién se la quiere comer a ellos.

Aquella noche elegimos una discoteca a la que apenas íbamos. El sujeto que elegí era un macho, alto, con el pelo a cero que de daba apariencie de marine si no fuera porque sonreía feliz en todo momento. Además me gustó porque parecía beber un refresco, nada de alcohol. Eso está bien, el alcohol te quita rigidez en la polla.

— Hola, guapo, ¿estás solo?

— No creo que el problema sea con quien estoy yo —bromeó señalando a mi marido.

— No te preocupes por él, es mi marido.

Enarcó las cejas, ¿mi marido y no tenía que preocuparse?, ¿que coño me pasaba?

— No hay problemas con él, tú y yo podemos follar mientras él mira.

— ¿Y él se la pela mientras yo te follo?, suena bien. ¿Que cojones hace una tía como tú con un memo como este?

— Está forrado, un solo hermano, papa con pasta, me paga los caprichillos y yo, a cambio, le dejo ver como otros me follan.

— Pero, ¿estáis casados de verdad?

— Y tanto, casados en iglesia y con cura, damas de honor, diez testigos y trescientos invitados. Una pasta de boda.

No parecía entender nada y observaba a Sebastián como intentando adivinar donde estaba la trampa.

— De acuerdo, pero que el cabrón este, a mí, que ni se acerque.

— Tú no te debes preocupar, a él le gusta que le hagas un cornudo.

Entiendo que a la gente le sorprenda, el día que yo lo descubrí también me sorprendí. Ésta es la historia.

2         

Fue algo embarazoso. En ningún momento había pensado en matrimonio ni en chorradas de ese tipo. Cuando conocí a Sebastián tenía veintitrés años y era bastante popular en la empresa entre los del sexo contrario pero él era el hijo del jefe, era mono y tenía pasta, mucha pasta. No digo que a mí me mueva el dinero en mis relaciones sentimentales pero hoy en día hay donde elegir y, ya puesta, prefiero que tenga coche, a ser posible deportivo, dinero para gastar y si tiene piso pues de puta madre. Y Sebastián tenía todo eso y más. Era medio memo pero un memo rico. Durante el noviazgo nunca logré que me follara y yo tampoco quise precipitar el tema porque no quería que pensara que era una puta y me alejara de él y de sus comodidades. Con Sebastián eran pocas las posibilidades de diversión, su mayor placer era asistir a un concierto de música clásica o a una exposición de Boticelli. Supongo que habrá gente que se lo pasa pipa con ambas cosas pero yo no soy una de ellas.

Soportaba a Sebastián porque había decidido que él sería mi pasaporte a una vida más cómoda pero la ausencia de sexo me lo ponía muy difícil. Por eso una tarde en que fui a su casa y me lo encontré en la cama con fiebre pensé que era mi ocasión para salir con las amigas y echar una canita al aire si se terciaba. El problema es que apareció Ronaldo.

¡Ay, Ronaldo!, tan guapo como su hermano pero algo más descarado. Y el ‘pero’ lo digo porque es un problema que tu futuro cuñado sea justo el tipo de tío que te gusta a ti y es que, como yo, no quiere saber nada de anillos, compromisos y zarandajas así. No se parece en nada a su hermano salvo en lo guapo. Sebastián es trabajador, serio, organizado... Ronaldo todo lo contrario, vago, cachondo, borracho, mujeriego... en fin, una joya de hombre.

Con su hermano padeciendo en la cama él me vio desde el pasillo donde pasaba y decidió visitar a su hermano. Lo de visitar a su hermano es un decir porque solo tenía atención por mí. Y tampoco estoy muy segura de eso porque solo parecía atender a mis tetas que, no se si lo he dicho, las tengo preciosas.

— Cuñadita en menudo compromiso me vas a meter si te casas con mi hermano.

La miré arqueando las cejas sin entender que coño quería decir.

— Esas tetas no están hechas para ser intocables.

— ¿Intocables? –me atreví a preguntar aunque sospechaba la respuesta.

— ¿Darías a tu cuñadito permiso para que te comiera esos pezoncitos que están pidiéndolo a gritos?

No me había dado cuenta pero aparecer Ronaldo por la puerta, es cierto que mis pezones se habían puesto en pie de guerra. Tengo unos pezones hiper sensibles. Con la menor tontería se ponen duros y avisando de que quieren que alguien les preste atención.

Miré de reojo a mi novio que parecía estar desmayado o durmiendo, así que… quien calla, otorga.

— ¿Y que me darías tú a cambio? –le dije siguiendo el juego.

— La posibilidad de comerte la mejor polla que has visto en tu puta vida.

— Eso dicen todos… mucho volcán, muchos fuegos artificiales y luego un petardillo de mierda.

— ¿A esto le llamarías un petardillo de mierda? –sin dudar un momento se bajó pantalones y calzoncillos hasta las rodillas.

Era verdad, aquello no era un petardillo de mierda pero como en el mercado hay tanto engaño decidí arrodillarme frente a él y comprobar de cerca la mercancía. Aún no había terminado de hacerlo cuando aquella polla pornográfica empezó a tomar vida propia y se fue irguiendo poco a poco. Le hice una paja monumental mientras le chupaba el capullo. La mano libre la ocupé en otros menesteres y le busqué el agujero del culo. Los tíos son muy machos pero les encanta follar con un dedo dentro del culo. No me duró mucho y empezó a soltar una riada de leche que dejé que resbalara por mi cara. No tenía aún la suficiente confianza como para beber de botijo recién conocido. Quedé hecha un asco con la cara y la mano manchada de lefa de cuñado pero me había gustado la experiencia.

Mi novio seguía en el limbo así que había llegado el momento de cobrar mi parte.

— Bien, yo ya he cumplido. ¿Qué vas a hacer tú? –le dije mientras bajaba el vestido dejando mis tetas preciosas al aire.

— Sí que has cumplido –dijo mientras pellizcaba los pezones cada uno con una mano—. Pero lo has hecho tan bien que una mamada de tetas no será suficiente pago.

Me empujó sobre la cama y caí de espaldas sobre las piernas de mi desmayado novio. De golpe me subió la falda hasta cubrir mi cara y de un tirón me bajó las bragas. Se arrodilló entre mis piernas y las levantó hasta tenerlas a cada lado de mi cara. La posición era bien incómoda pero sabía que era la mejor para darle acceso a mis dos queridos agujeros y es que nunca he sabido a cual tengo en mayor estima. Me hizo una limpieza de bajos que terminó en un estallido de placer que le mojó la cara con mis jugos. Cuando estaba camino del segundo orgasmo se levantó y puso su deliciosa polla a la entrada de mi coño. De un golpe de riñones la metió hasta la empuñadura como suele decirse. Eran tales los empujones que metía que pensé que me iba a caer por lo que busqué donde asirme con las manos. Cual sería mi sorpresa cuando encontré agarradero a la altura de la entrepierna de mi novio. Pese a que este parecía que seguía desmayado, tenía un empalme de mil pares de cojones. En ese momento descubrí que a mi novio le gustaba que otros me follaran aunque ese otro fuera su propio hermano.

Desde ese momento mi presencia en la casa de mi novio era más frecuente. Ronaldo era un follador nato y nada más verme aparecer por la puerta me salía al encuentro y me ponía su polla en la mano. No importaba que estuvieran los padres o la criada en la casa, él siempre encontraba la forma de poder encontrarnos a solas, buenos a solas, solas, no, porque Sebastián procuraba estar presente aunque hiciera el tonto intento de parecer que estaba escondido. Su hermano y yo sabíamos que estaba allí y eso le daba a la situación un morbo especial. Diferente fue cuando la criada también empezó a ser testigo.

Lo que yo no sabía es que Ronaldo era incapaz de estar frente a una tía merecedora de un polvo sin echarla un idem, aunque fuera la criada. A Marta le echaba unos polvos que tenía a la pobre niña al borde de un suspiro continuo. A sus quince años, recién llegada del pueblo, donde lo más cerca que había estado de una situación de este tipo era cuando el Mariano le auguraba los polvos que le iba a echar pero que jamás echó, la atención del señorito y los placeres que su polla le dieron desde que la desvirgó era el no va más y se había convertido en una esclava de los deseos de Ronaldo. Por eso no puso pegas cuando Ronaldo le hizo arrodillarse entre mis muslos y comerme el coño mientras él se la follaba a conciencia. Luego intercambiaríamos los papeles y yo le comería su coño mientras Ronaldo me follaba a mí. No soy lesbiana y casi, casi, ni bisexual pero lo que aquella niña me hacía en el chocho me hacía dudar de si no había desperdiciado en mi vida muchas ocasiones al no dejar que otro chumino se mezclara con el mío.

Llegó a tanto mi atracción por la niña que en ocasiones, si no estaba Ronaldo en casa, me encerraba en el cuarto de mi novio con este de testigo y le bajaba las bragas a Martita para comerla el chocho hasta que le salían brillos de lo limpio que se lo dejaba. Con ella el 69 era mi posición preferida y es que, hay que reconocer, que en eso de chupar coños, aquella zorrita pueblerina me daba mil vueltas y me hacía alcanzar unos orgasmos que me dejaba las piernas tiritando.

Sebastian era testigo de mis primeras infidelidades y yo sabía de su enfermiza obsesión y me adapté a ello sin ningún problema es más, me daba cierto morbo saber que estaba siendo observada por mi novio. Fue aquí donde marqué las pautas de nuestro futuro comportamiento y, en una ocasión en que quiso sobar las tetas de una Martita abierta de patas para mí, le dí un bofetón avisándole que a lo más que le permitía era a pajearse delante de nosotras. Él no lo dudó un segundo y se sacó la polla y empezó a pajearse con tal entusiasmo que la niña y yo no pudimos evitar ver como se la meneaba. Mucho más tarde me enteraría que Martita sí le había permitido tocarla y a él le gustaba pajearse frente a ella para lanzarla la lefa a la cara. Al parecer no consentía que la niña le tocara, solo abrir la boca y beber de su polla.

3         

A Sebastián esta parte le gusta menos cuando la cuento porque no le divierte que los demás sepan de aventuras pasadas. Pero a mi me pone cachonda contarlo y yo soy la que tiene el mango, de la sartén o de la polla o como quieran, por la mano.

Les hablo del día de nuestra boda. Fue divertido. Después de la boda, nos metimos en la sacristía a firmar los papeles, nosotros y los testigos. Estos según iban firmando desaparecían hacia la iglesia. Sebastián, el cura y yo veíamos como iban firmando. Me arrimé al eclesiástico y me empecé a frotar contra él. Todo muy suave, disimulado, parecía accidental pero aquel cabrón adivinó que allí había carnaza y no se echó para atrás en ningún momento, supongo que estaría hasta los cojones de follarse a viejas beatas y por fin iba a tener a tiro una tía de verdad. Cuando firmaba el último testigo, yo tenía el culo casi encajado en el frente de su sotana. Aquel cabrón debía tener una polla de la hostia porque pese al traje de novia, las enaguas, la sotana y lo que los curas lleven debajo, se le notaba ostensiblemente la dureza de su verga. Me relamí de gusto, sería la hostia darse un revolcón con el cura. Cuando quedábamos solo el cabrón del cura, el cabrón de mi marido y yo, el de negro me hizo firmar de nuevo. Evidentemente era una triquiñuela del santo verón para hacerme poner la grupa a su alcance. El cabrón se ubicó detrás de mí de tal forma que cuando me agaché con la pluma en la mano, su polla se incrustó en mi culo a través de la ropa. Sebastián babeaba viéndolo todo pero ni dijo ni hizo nada. Nunca sabré como el eclesiástico lo supo pero el cabrón sabía que a mi marido no le iba a importar que me follara con él delante. Empezó a levantarme la enorme falda del traje de novia.

— Hijos míos, —dijo el capullo—, sabéis que es obligación del cura que os ha casado dar un primer avance en la vida íntima que vais a comenzar.

Yo desconocía aquella norma pero no me importó cumplir con las reglas de la Iglesia.

Para cuando dijo eso ya me había bajado las bragas a medio muslo. Yo miraba a Sebastián viéndole boquear y el cabrón seguía mudo, así que, si el consentía yo no iba a ser menos, y me abrí de patas para que aquel cabrón me tocara bien tocado el chumino. ¡Que placer me dio!, sabía manejar de puta madre el dedo y para cuando me quise dar cuenta me había corrido como una leona. Pero quería más, así que, por encima de la sotana, empecé a acariciarle el mandoble, ¡que pedazo polla se gastaba!, era tan grande que me asusté, era imposible que aquello me entrara en el chocho, intenté detener el aterrizaje pero el cura no estaba por la labor, si le había puesto así, era obligación mía dejársela como la encontré. Pensé que bajar la rigidez de aquel badajo iba a ser jodido pero, rápidamente, me puse a la labor. Lo primero fue levantarle la sotana y ver aquella maravilla de la naturaleza. La estuve sopesando un buen rato, y sintiendo su placentero tacto. Me tengo por tía ligera, me he follado a todo el que me ha apetecido y puedo asegurar que aquella era la madre de todas las pollas, gorda, larga, enorme, surcada por unas venas azules que le daban un aspecto terrorífico. Intenté calmar su ardor metiéndole una chupada de bajos que lo único que hizo fue empeorar las cosas porque se puso a escupir semen como una manguera del parque pero sin perder ni un ápice su rigidez: iba a ser un trabajo arduo y, por supuesto, ni pensar en metérmela en el culo, aquella monstruosidad me podía partir en dos.

El cabrón me apoyó bien contra la mesa de firmas y me hizo abrir bien las patas, luego, sin muchos miramientos, me la metió por el coño de forma tan brusca que me dejó sin aire para respirar. El cornudo de mi marido miraba extasiado la operación, luego tímidamente se abrió la bragueta y sacó su ridícula polla al aire para hacerse una paja. El cura debió compadecerse de mí: me esperaba una vida de escasez total.

Me folló hasta que no pudo más y se corrió en mi coño con un surtido de semen caliente que casi me derrite. Ni condones ni hostias, a pelo, me dejó el coño tan lleno de leche que estuve escupiendo leche toda la tarde porque además el cabrón se quedó con las bragas de recuerdo. A mi no me importó porque eso me dio la excusa perfecta para ir a visitarle de vez en cuando para preguntarle por mis bragas. Cuando me sacó del coño la polla, la llevaba pringosa con la mezcla de sus jugos y los míos y con ella en la mano se dirigió a mi marido.

— Por el mismo precio te dejo que me la limpies.

Sebastián se retiró horrorizado. El juego era sin su participación activa, a él solo le gustaba meneársela, así que tuve que volver a arrodillarme y le chupe la polla al eclesiástico hasta que se la dejé limpia como una patena.

En el banquete, el cura insistió en sentarse junto a la novia y estuve toda la comida aguantando sus toques intentando abrirme de patas y meterme la mano bajo las enaguas. Al final, para calmarle un poco, me lo tuve que llevar al baño y dejar que me la metiera subida sobre el retrete en uno de los reservados. ¡Dios, que placer me dio el cabrón!, ¡aquel hijo de puta sabía manejar una polla! Lo divertido fue hacerlo viendo sobresalir por la pared de separación del reservado vecino a mi marido pajeándose como loco.