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Bancarias del amor.

en Lésbicos

Giuliana y Beatriz eran compañeras de trabajo. Solo eso, compañeras. Los clientes del banco no les dejaban tiempo para entablar una buena amistad entre ellas, aunque en realidad Bea, como todos le dicen, no tenía intenciones de ser amiga de Guiliana. No porque no le agradara o hubiese escuchado rumores acerca de su vida privada, al contrario, le parecía el ser humano mas dulce y pasiente del planeta. Tenía una paciencia de maestra jardinera (esas mujeres se merecen un monumento) para tratar a sus clientes y nunca recibió ni una sola queja. No era ese el caso de Bea, que cada tanto se encontraba en situaciones que la ponían al borde de un ataque de nervios, como la vez que por un error de la computadora perdió los datos de un hombre adulto que le dijo de todo menos linda y el guardia tuvo que salir a defenderla.

Giuliana era una mujer muy bonita, cabello castaño largo y odulado, ojos castaño claros, labios carnosos, figura de pera bien marcada por sus camisas y su falda tubo. Bea estaba divorciada y era cinco años mayor, ella 32, Giuliana 27. Rubia teñida, el cabello lacio y corto bajo los hombros, ojos verdes, labios finos, un poco más alta y delgada que su compañera, siempre vestida de traje, solo en primavera y verano se la veía con falda y camisa. Las dos eran mujeres bellísimas, pero sus compañeros de trabajo no tenían ojos para ellas, o porque eran ciegos e idiotas, o porque estaban tan ocupados con los clientes que no tenían tiempo para otra cosa. El único que las elogiaba y les decía algún que otro piropo era el jefe del banco, un hombre mayor de 60 y tantos, ya bisabuelo, agradable sujeto pero muy fuera del alcance de las chicas. Por otro lado estaba el gerente, bastante tímido como para ligarse una. Las chicas tenían pocas y ninguna buena opción.

Una mañana, a Bea la mandaron al depósito del banco a buscar unos archivos, y como ella no conocía, nunca había estado ahí abajo, Giuliana la acompañó. El depósito es un cuarto con una puerte de metal y paredes grises con un olor a humedad que se impregna en la nariz, repleto de archivos de la edad de piedra, cajas y estantes con más polvo que la tumba de Tutankamon. Y para peor la luz era amarillenta, no iluminaba bien y al entrar y prender la luz, no podían ver la pared que estaba a menos de 5 metros.

-Después de vos-, dijo Bea con cara de "yo ni loca entro ahí".

Giuliana ingresó esquivando una pila de tres cajas con otra pila de archivos encima que de milagro no se vinieron abajo.

-Mucho cuidado.

-No te hagas drama. Yo ya me sé dónde está todo de menoria.

-¿De verdad?

-Sí, me mandan acá unas 3, 4 veces al mes, ya me acostumbré al olor. Creo que ya ni tengo olfato.

-Que lástima. No poder oler un rico café o una pizza...

Giuliana hizo una mueca de asco.

-¿No te gusta la pizza?

-La detesto. Es el queso en realidad, no me gusta y tampoco el tomate.

-¿Por qué?

-No me obligues a contarte el trauma de mi infancia.

-Me gustan las historias de traumas infantiles.

-¡Qué sádica!

-Dale, contame.

-Bueno. Yo tenía unos 6, 7 años, y estábamos toda la familia reunida por el cumple de mi abuelo. Jugaba con mis primos, siempre fui medio varonera, jugaba al fútbol con ellos y al rugby, y mis primas me odiaban. Así que metieron queso derretido y salsa de tomate en un balde, lo pusieron sobre una puerta, me llamaron desde la cocina, yo fui corriendo, abrí la puerta y...

Giuliana, que durante su relato traumático había revuelto los estantes sin mirar a BEa a la cara, se dio la vuelta, la miró pero recordando aquél traumático episodio, con una mirada de horror, y siguió.

-¡Fue horrible! Yo lloraba y las hijas de mil puta se reían de mí y mi mamá y mi tía las castigaron. Igual siguieron haciéndome bromas pesadas pero cuando crecimos dejaron de molestarme. Las sigo odiando, no puedo olvidar lo que me hicieron las reverendas hijas de...

-¡Ay, Giuli! - Bea trató de acercarse pero se tropezó con una caja y las dos se rieron mientras se volvía a levantar -Ya pasó, esas primas tuyas de mierda seguro que son unas miserable.

-Ojalá. Están casadas, tienen hijos, yo soy la solterona de la familia.

-Bueno, seguro que les meten los cuernos.

-Sí. yo sé que sí pero no los delato. El marido de la mayor fue mi novio y fuimos amantes por unos meses, yo quería que la dejara pero el no quiso porque tienen nenes chiquitos y...¡Me quiero morir!

Giuliana se abalanzó a los brazos de Bea y se puso a llorar como una viuda. Bea se quedó con cara de "qué pasa acá", pero la abrazó y le frotó la espalda. Si le partía el alma ver chicos en la calle mendigando, lo de Giuliana la destrozaba más.

-No, Guili, no. ¿Te puedo decir Giuli?- Giuliana asistió con cabeza, moqueando lágrimas,- No llores, nena, llorás por gente que no lo vale.

-Ya sé, pero...

-Mirá, si querés te llevo a un club de strippers que te levantan el ánimo y te olvidas del tarado de tu ex.

-¿E-en serio?

-¡Sí, si están más buenos que Robie Williams!

-¿Q-Quién?

-Nadie, nadie.

-Gracias, Beatriz. No sabía que fueras tan buena amiga.

-Por favor, decime Bea.

-Está bien, Bea.

Guilina levantó la cabeza, miró a Beatriz a los ojos como un perrito triste, Bea estuvo a punto de reírse, pero Giuliana la cautivó de un modo tal que sintió que había abandonado la faz de la Tierra. Mas bien, fueron sus ojos los que la cautivaron, su mirada, las pupilas castañas claras, la intensa expresividad que le daban sus cejas prolijamente depiladas. Casi inconcientemente de lo que hacía, peinó un mechón de pelo tras la oreja de Giuliana, y cuando quiso darse cuenta, la estaba besando. Se apartó rápidamente, se sintió sucia al besar a Giuliana en una situación tan delicada, y para colmo en ese cuarto con olor a humedad.

-Perdoname, Giuli, yo...No sé por qué lo hice. Perdón.

-¿Sos lesbiana?

-No, no lo soy.

-Yo tampoco, y...

-¿Y qué?

-Me gustó tu beso.

-¿Q-qué?

Bea abrió bien los ojos y le tembló el corazón al oír esas palabras.

-Sí, me gustó. Besas muy bien.

-¡Ay, Giuli, las cosas que decís!-, se ruborizó. -El olor a humedad te hizo mal al cerebro, salgamos.

-No, me quiero quedar acá con vos.

Giuliana la tomó de la mano antes de que pudiese abrir la puerta y Bea se detuvo en seco. Se quedó parada ante la puerta cerrada, sin valor para girar detrás de ella y ver que Giuliana se acercaba lentamente a ella.

-¿A qué le tenés miedo?

-A nada-, dijo Bea titubeando.

-Entonces date la vuelta.

Bea tardó en responder. Se giró lentamente, y cuando tuvo sus ojos clavandose como puñaes en los suyos, volvió a sentirse fuera de este mundo. Giuliana la tomó de ambas manos, aproximando su cuerpo al suyo, hasta estar literalmente pegadas y con milímetros de separación entre sus labios.

-¿Me deseas?-, suspiró Giuliana.

Bea solo pudo asentir levemente la cabeza, frotando su nariz con la de Giuli.

-¿Te parezco linda?

-Sos hermosa.

-Besame.

Bea la besó con desesperación, tomando su cabeza con ambas manos, apasionada, rozando su lengua, apretando sus labios, experimentando algo que jamás creyó que experimentaría: amor hacía el serr más perfecto de la creación; la mujer.

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Dejo mi relato hasta acá. La verdad es que se me ocurre una historia más romántica que erótica, y así empieza.

Les cuento cómo se me ocurrió este relato.

Acompañé a mi papá a hacer unos trámites en el banco y vi en el mostrador a dos mujeres con las descripciones físicas de Giuliana y Beatriz.

Así, simple. Lo que puede lograr una visita aburrida al banco.

Hasta el primo relado.

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