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Diario sexual; Diana

en Autosatisfacción

Después de aquella noche, nuestras vidas habían cambiado radicalmente. Gaby era un poco más madura para su edad, si antes expresaba lo que pensaba, ahora lo hacía con más ganas, y más cuando se trataba sobre el sexo, claro, no tocaba ese tema frente a papá, pero atrás de él, nadie le paraba la lengua. Estela, mi madre, era otro rollo, desde ese día, ella se había declarado abierta y sexualmente caliente, a pesar de estar casada, dicho por ella misma, la masturbación no le bastaba, y tenía diversos amantes. Y yo… yo estaba obsesionada con el tipo que tan bien me había cogido, llevándome a la locura sexual en poco tiempo, pidiendo más.

Hacía poco que había terminado con mi novio debido a mi obsesión, sentía que ya no me llenaba cada que teníamos sexo. Estuviera o no con él, podía sentir las manos de ese tipo recorriendo mi cuerpo, y su verga entrando y saliendo de mi vagina y mi ano. Desde esa misma noche estaba casi segura de su identidad, pero no sabía si era cierto o no, aún permanecía la duda dentro de mí, necesitaba saberlo, pero tenía miedo de equivocarme. Por lo pronto, sobrevivía con mis recuerdos, mis múltiples juguetitos sexuales que me había comprado desde entonces, y mis dedos.

Esa tarde no sería la excepción, al regresar de la escuela, en el camino me encontré con un chico parecido al hombre que me tenía obsesionada, aquel encuentro me excitó a pesar de no ser él, y todo el camino, me la pasé con la rajita empapada y los pezones duros. Al llegar a casa y encontrarla sola, decidí aplacar mi calentura. Fui al mini bar de mis padres, y me serví media copa de su vino especial, y caminé a mi habitación pensando en aquella cada vez más lejana noche.

Tomé un sorbo en medio del pasillo, y sentí como el líquido recorría cada centímetro de mi boca, llegué a mi habitación, y al encontrarme sola, no me preocupé de cerrar la puerta; comencé a desabotonar mi blusa, un sorbo más, y la prenda cayó al suelo, recordando como él y sus hábiles manos me habían desnudado en muy poco tiempo. Volteé a verme en el espejo de cuerpo entero de mi ropero, y la visión de mis tetas encerradas en mi pequeño brasier de media copa, me excitó más.

Apuré la copa y la dejé en el escritorio, el vino aunado a sentir el ambiente en mi piel y mi torso casi desnudo, estaba haciendo que mi excitación fuese en aumento. Me senté en la cama, retiré lenta y sensualmente mi brasier, dejando mis tetas al aire con los pezones enhiestos, tanto que casi me dolían, lancé un suspiro de gozo, y dejé caer la prenda al suelo. Me acaricié lentamente, desde el cuello, mis brazos, y con las puntas de mis dedos apenas tocando mi vientre.

Subí hasta llegar a mis tetas, formando círculos desde la base hasta los pezones, gimiendo con los ojos cerrados. Dejé un segundo mis tetas a pesar del placer que me producía, y me acosté centrándome bien en la cama, y fui levantando mi falda, con lo que también acariciaba mis piernas, hasta que mi pequeña tanga quedó al descubierto, húmeda de mis jugos vaginales, recordando a mi hombre.

Me quité y arrojé mis tacones a cualquier lugar, y con las piernas flexionadas, las acaricié con tanta suavidad y tanta ligereza, que apenas si mis dedos tocaban mi piel, lo que me hacía estremecer y me enchinaba la piel. Entre abrí los muslos, y rocé la parte interna con lo que lancé un suspiro de goce, y lentamente me fui acercando a mi rajita, pasé mis dedos por encima de la tela de mi tanga, gimiendo sutilmente sentí mis labios mayores, y como de mi interior seguían manando mis jugos, empapando más la tanga.

Mi excitación ya era demasiada, mis pezones ahora si dolían de lo duros que los tenía, llevé mis manos al elástico y me fui bajando la tanga, quise hacerlo despacio, pero mi calentura hizo que me la quitara demasiado rápido, y después de olerla y probar mis jugos, la dejé en el buró de alado de mi cama. Me estiré cuan larga en mi cama, sintiendo como el aire que el ventilador producía recorría mi cuerpo refrescándome, pero aumentando mi pasión.

Me quedé completamente desnuda en la cama, con las piernas abiertas, y ahora sí, acariciaba todo mi cuerpo sin recato, desde mi cuello, pasando por mis tetas, mi vientre, hasta llegar a mi rajita, la cual estaba caliente y escurría mis jugos que llegaban a mi ano, y aquello me estremecía de placer. No pude evitar introducir dos dedos en mi interior, los cuales entraron fácilmente, haciéndome gemir con gran deleite.

Así pasaron los minutos, y probablemente las horas, no lo supe bien, estaba tan perdida en mi excitación, que el tiempo me dio igual, mis dedos me daban placer una y otra vez, cuando sentía que el orgasmo estaba próximo, me detenía, respiraba profundo y retomaba mis caricias una vez un poco calmada, pero llegó el momento en que ya no pude ni quise detenerme y exploté en un orgasmo bestial, pensando y repitiendo el nombre de aquel que me violó y que me hizo disfrutar tanto.

Aquel orgasmo solo me dejó más caliente, y de debajo de mi almohada, era una fortuna que durmiera con él ahí, saqué mi juguete más preciado, un consolador en forma de pene de no menos de 20 centímetros de largo, y 5 de ancho, fiel amigo en situaciones como aquella. Lo chupé, llenándolo de mi saliva, y sin preliminares, lo llevé a mi vagina, penetrándome lentamente pero sin una sola pausa, hasta que estuvo completamente dentro de mí, lo dejé ahí, y lo encendí, la vibración me hizo ya no gemir, me hizo gritar, por fortuna, estaba sola en casa.

Mientras aquello me llevaba al cielo, mis dedos traviesos, me empezaron a coger por mi ano, no necesitaba más lubricación, pues mis jugos cumplían perfectamente esa función, así me la pase esa tarde, el vibrador iba de mi vagina a mi ano, provocándome varios orgasmos que no me di a la tarea de acallar. Sin embargo, tiempo después de mi último orgasmo, y después de darme una ducha, supe y me di cuenta, que todo ese tiempo, mi madre Estela me había estado espiando, y lo que sucedió con ella, es digno de otro escrito.

Diana