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El hermano de mi mejor amiga (Parte 1)

en Gays

Primer día de clases, y llegaba tarde. No había sido buena idea quedarme hasta tan tarde viendo Netflix. Sentía un pequeño cosquilleo por la emoción de un nuevo inicio escolar. Oficialmente entraba a la recta final, los últimos 4 años de enseñanza académica. Tenía muchas expectativas para ese nuevo semestre. Aunque, llegar tarde no era una de ellas.

Entré al salón y por suerte los profesores estaban en una pequeña reunión, por lo que conseguí entrar sin ningún problema. Divisé a Martina en los últimos asientos del lado de la ventana, y corrí a ocupar el lugar que me correspondía junto a ella.

 

-Hola, cariño -le dije cuando me senté a su lado.

 

-¿Por qué llegas tarde, Diego? -preguntó luego de saludarme con un beso en la mejilla.

 

-Me quedé dormido -le conté-. Ni siquiera alcancé a desayunar. Estoy muerto de hambre.

 

-En el descanso vamos a comprar algo -sugirió. Luego entró quien sería nuestra profesora titular, y comenzó a dar la bienvenida.

 

Noté tres rostros nuevos. Una chica pelirroja a la que se le desviaba un ojo. Un chico moreno y alto, que miraba muy concentrado lo que la profesora decía. Y el chico de ojos azules con mandíbula perfecta. Ni siquiera sabía que existía una mandíbula perfecta hasta que lo conocí.

 

-Si lo sigues mirando con esa intensidad, vas a prenderle fuego -me susurró Martina al oído.

 

-Es bastante atractivo ¿no? -le pregunté.

 

-Pues sí. Pero yo lo vi primero -dijo rápidamente-. Además, a ti te gustan mayores. Como el profesor de educación física.

 

-¡Dios! Es que ese caminito de la felicidad que se le forma es... Humm. Una delicia -jadeé.

 

Continuamos hablando del suculento profesor, y rápidamente la hora pasó. El timbre sonó y corrimos en manada hasta la puerta. Martina me pidió que me adelantara para reservar un puesto en la fila del kiosco mientras ella iba al baño. Así que me apuré teniendo en cuenta que éramos cientos de estudiantes y sólo un kiosco. Lo que se traducía en una batalla campal por conseguir comida antes de que el descanso se terminara.

 

Cuando llegué, un tumulto de gente ya estaba dando su vida por comprar algo. A la distancia vi a tres chicos de último año ir en mi misma dirección y aceleré el paso para no perder el lugar. Cuando llegué, uno de ellos me tomó del hombro y me lanzó hacia atrás como si fuese un muñeco de peluche.

 

-¡Hey! -grité-. ¿Cuál es tu problema? -pregunté, mientras notaba que el más alto de los tres hacía a un lado a otro chico, sin percatarse de que los otros dos me miraban de manera asesina.

 

-¿Desde cuándo la basura habla? -preguntó el moreno, mientras que el chico que me había empujado se reía.

 

-No lo sé ¿a qué edad aprendiste tú? -su sonrisa se borró. Mi boca no estaba conectada con mi instinto de supervivencia, y siempre decía cosas que ponían en peligro mi vida. Era el primer día de clases y ya me había metido en un lío.

 

-No es muy inteligente de tu parte meterte con nosotros -dijo amenazante el moreno.

 

-Que sean de último curso no les da derecho a tratarnos de esa manera -le dije-. Y si los demás chicos se quedan callados y lo aguantan, es cosa suya. Pero yo no -y sí, me estaba ganando un puñetazo en la cara. ¿Por qué no simplemente me callaba?

 

El chico más delgado (quién me había empujado), me tomó del cuello y me levantó con violentas intenciones. Pero a continuación, una mano sostuvo su antebrazo con firmeza y lo hizo soltarme.

 

-No. Con él no -dijo. Era el tercer chico, quién recién se percataba de lo sucedido.

 

-¿Qué sucede, Alexander? -preguntó mi amiga que llegaba sin entender nada. ¿Alexander? Era...

 

Miré la persona dueña de mi brazo salvador y luego de intentar armar el rompecabezas, me di cuenta que era Alexander, el hermano mayor de Martina. Automáticamente recordé que este año se incorporaría al colegio y, como llegué tarde, seguramente no alcancé a verlo llegar con Martina.

 

Alexander en ese momento tenía 18 años. La última vez que lo vi fue cuando él tenía mi edad, ya que después se fue a vivir con su padre a Canadá. Martina dijo que allá había tenido unos problemas y había perdido el año. Su padre se enfadó mucho y lo mandó de vuelta a repetir el curso y terminar el colegio acá. Estaba muy diferente a como lo recordaba. Me sacaba casi 20 centímetros de estatura. Llevaba su cabello color chocolate más largo y rebelde, a diferencia del estilo corto casi al ras que solía llevar. La fina barba que delineaba su mandíbula le daba un toque varonil, y que cambiaba mucho su apariencia a la forma en que lo recordaba con su rostro de bebé.

 

Sus ojos grises seguían igual de intensos, y su sonrisa igual de encantadora... pero que no combinaba con su personalidad. Por lo que me daba cuenta, estaba hecho un abusón. Razón por la cual había hecho buenas migas con esos dos chicos: Adriano y Miguel. Adriano era un chico moreno, de cabello rizado y ojos negros. Era el psicópata del colegio. Siempre se metía en problemas por intimidar a los estudiantes, pero siempre conseguía evadir la expulsión. Miguel, por otro lado, era de estatura media, cabello negro y ojos color miel. Era el mejor amigo de Adriano y la voz de su conciencia. Todos sabían que Miguel era el pensador y Adriano el ejecutor. Era de pensar que apenas vio a Alexander, lo asechó. Y era de esperarse, pues Alexander cumplía con el perfil de matón. Aunque uno muy sexy.

 

-Eh, nada. Haciendo amigos -respondió Alexander-. Hola, Diego, tanto tiempo sin verte.

 

-Hola, Alex. Estás muy alto -dije. No fue la mejor elección de palabras, pero era cierto. ¿Medía 1.90 o qué?

 

-Me gustaría decir lo mismo. La última vez que te vi tenías 9 o algo así -dijo-. Y no veo mucho crecimiento hasta ahora.

 

-Gracias por notarlo -la verdad es que sí había crecido, sólo que no tanto como él. Me sentía bien con mi 1.65mts. Además, todavía me faltaba crecer un poco más. O eso esperaba.

 

-Déjalo en paz -intervino Martina-. ¿Ya hiciste amigos? Que rápido. ¿Aprendiendo el oficio?

 

-Se me hace ligeramente conocido -bromeó. No entendí lo gracioso, y creo que Martina tampoco. Lo miraba de una forma muy desaprobatoria. Alex se estremeció. Era desconcertante que una niña consiguiera estremecer con solo la mirada a un hombre del doble de su estatura.

 

-Alexander... -advirtió.

 

-Lo sé, Martina. No he hecho nada malo. De hecho, intervine para salvar a la vida de Diego. ¿Verdad? -me preguntó.

 

-Pues... Sí -respondí dudoso. Aunque, a decir verdad, mientras estaba en el suelo había visto que apartó a más de un chico, y no de manera muy amable. Pero supongo que guardé el secreto en agradecimiento por haber evitado que mi rostro luciera de color morado.

 

Luego de eso, el grupito se disolvió (No me había fijado que habían chicos a nuestro alrededor viendo cómo se desenvolvía la situación), y con Martina procedimos a comprar para rápidamente irnos del lugar. Le quería preguntar por sobre lo que sucedía con su hermano y esa mirada de severidad, pero consideré que no era un buen momento. Caminamos hasta el fondo del patio, en dirección a nuestro sitio favorito de descanso. Era un sauce muy viejo, que proyectaba una refrescante sombra. Eran pocos los grupos de amigos que iban a ese lado del patio, ya que ahí no sucedían cosas muy interesantes. Pero para nosotros era perfecto para reposar y descansar.

 

A medida que nos acercábamos nos percatamos que había alguien más ahí sentado. Era el chico de la mandíbula perfecta. Estaba comiendo sólo, y no lucía muy contento. Cuando nos vio acercarnos, rápidamente secó sus ojos e intentó disimular.

 

-¿Estás bien? -preguntó Martina, con preocupación al ver que sus bellos ojos azules estaban enrojecidos.

 

-Eh... sí -dijo mientras se revolvía con incomodidad-. ¿Qué hacen aquí?

 

-Es nuestro lugar -dije.

 

-Oh, ya veo -dijo mientras se levantaba.

 

-Pero no te vayas, tranquilo -dijo Martina-. Lo podemos compartir.

 

-No se preocupen yo...-.

 

-No pasa nada -dije-. Siéntate. Trajimos galletitas.

 

Asintió un poco sonrojado. Nos sentamos y formamos una especie de semi-circulo. Martina y yo nos miramos, y ambos nos dimos cuenta que teníamos la misma pregunta en mente. Le ofrecí galletas a nuestro compañero, y tímidamente sacó una. El camino de suaves pecas que adornaban muy bellamente sus pómulos estaba sonrojado por su llanto.

 

-¿Todo bien? -pregunté. No podía aguantar la intriga. Martina hizo un gesto de desaprobación. Aunque estaba seguro que ella tenía las mismas ganas que yo de preguntar, sólo que no se atrevía.

 

-Sí -respondió débilmente. Nos miró, y seguramente se dio cuenta que la respuesta no nos convencía-. En serio, todo está bien. Sólo un poco de nostalgia. Extraño a mis amigos de mi antiguo colegio.

 

-Oh, ya veo -dijo mi amiga-. ¿Y por qué te cambiaste? -esta vez fui yo el del gesto de desaprobación. Martina se encogió de hombros.

 

-Porque a mi padre le ofrecieron un buen trabajo en el Hospital de acá -contó ya un poco más relajado-. Es traumatólogo infantil. Así que nos tuvimos que mudar de ciudad. Y es evidente que yo no estaba muy feliz con la decisión.

 

-Comprendo -dije-. Pero bueno... amigo... eh...

 

-Me llamo Fernando -completó.

 

-Fernando -repetí-. Bueno, Fernando. Nosotros nos ofrecemos para hacerte compañía y así no estés tan solo. ¿Te parece?

 

-¿De verdad? -preguntó sonriente.

 

-Bueno, siempre y cuando puedas aceptarnos. Martina es un poco mandona y yo soy un poco sarcástico -bromeé.

 

-No nos estás promocionando de muy buena forma -se quejó Martina.

 

-Cariño, hay que ser sinceros. Ya sabes que odio la gente doble cara -le dije-. Así que si va a ser nuestro amigo, tiene que conocernos tal cual somos.

 

-Me parece genial -intervino Fernando. Lucía mucho más divertido luego de vernos hablar-. Ustedes son muy graciosos.

 

-Yo soy el gracioso -dije.

 

-Exacto, es él -coincidió Martina.

 

Y justo en ese instante, el timbre sonó. Nos levantamos y fuimos conversando en dirección a nuestra sala de clases. En el camino se nos sumó Matías, un chico de brackets que desde el año anterior intentaba cortejar a Martina infructuosamente, por lo demás. Mi amiga lo detestaba, porque era muy insistente y no la dejaba tranquila. Las primeras veces era simpático, pero después de tantas negaciones, ya comenzaba a ser desesperante.

 

-Pequeña mía, ¿cómo has estado? Te extrañé durante las vacaciones -dijo acercándose a ella. Lo miré amenazante-. Hola, Diego. A ti no te extrañé, por si te preguntas.

 

-No dormiré esta noche a causa de eso -respondí. La última vez le dejé claro que no quería que se nos acercara-. Una vez dicho eso, puedes retirarte.

 

-Mmm... No -luego me dio la espalda-. ¿Qué tal tu verano, Martina?

 

-Genial, porque no tuve que ver tu rostro-.

 

-¿Por qué me hablas así? Sólo estamos conversando -preguntó. Nosotros intentábamos caminar rápido, pero él nos igualaba el paso.

 

-No quiero conversar contigo -dijo Martina.

 

-Pero...-.

 

-Te dijo que no quiere hablar contigo. ¿Te puedes ir? -intervine. Fernando estaba atrás, sin saber qué decir, puesto que no comprendía la situación.

 

-¿Acaso dije tu nombre? -preguntó de forma amenazante.

 

-Matías, por favor. Hoy no estoy de humor -exhaló Martina, ya un poco cansada.

 

-Está bien, me iré -se giró para irse. Pero antes de dar un paso se volvió hacia nosotros-. Pero si me das un beso en la mejilla de despedida.

 

-Eres un cerdo acosador -espeté-. Aléjate.

 

-Tú no te metas -me empujó. Tropecé y caí. Martina se molestó.

 

-Matías, vete -demandó.

 

-Pero...

 

-¿Eres sordo? ¿O solo estúpido? -dijo una voz gruesa e intimidante. Alexander se había acercado a pasos agigantados y con una mirada que yo desconocía.

 

-Alex... -dijo Martina. Matías se congeló cuando vio a ese espécimen frente a él-. Matías ya se iba.

 

-S...Sí -tartamudeó.

 

-Entonces vete luego, antes de que con un puñetazo haga que te tragues tu ortodoncia -por alguna razón esas palabras en él no sonaban como una amenaza, sino como algo completamente posible. Matías tragó saliva y se esfumó.

 

Alexander me miró y noté que sus ojos volvían a ser normales. Sonrió. Estiró su mano y me ayudó a levantarme.

 

-En menos de 1 hora ya has estado dos veces en el suelo -dijo-. ¿Es costumbre tuya?

 

-Pues no -respondí ligeramente humillado.

 

-¿Y él quién era? -preguntó por Matías.

 

-Una piedra en mi zapato -respondió Martina-. Pero ya no te preocupes, no creo que vuelva.

 

-En la casa hablaremos -dijo no muy convencido. Pero como ya era hora de entrar a clases no quiso indagar más-. Te la encargo, Diego. Y procura no volver al suelo mientras no esté ¿ok? No puedo estar salvando tu bonito trasero todo el tiempo -ironizó.

 

-No lo molestes -intervino Martina. Alex sonrió y luego se fue a su salón.

 

Nosotros entramos al nuestro, y yo no podía parar de pensar en lo que Alex había dicho. ¿Encontraba bonito mi trasero? Sentí calor en mis mejillas. Volví a la tierra cuando Fernando nos miró confundido por lo ocurrido. Rápidamente, y antes de que la profesora llegara, le explicamos la situación con Matías. Terminamos justo cuando la clase dio comienzo.

 

A partir de ahí, no volvió a suceder nada más interesante. Cuando terminaron las clases, Martina, Fernando y yo, nos despedimos en la salida. A continuación apareció Alexander y se nos sumó.

 

-¿Vives en el mismo lugar aún? -me preguntó.

 

-Eh, sí. ¿Por? -pregunté.

 

-Te llevo. Vamos -dijo, y no era una pregunta. Caminó en dirección a los estacionamientos, ignorando a Fernando de forma olímpica. Miré a Martina, confundido.

 

-Mamá le pasó el auto -dijo-. Ya es mayor de edad ¿recuerdas? Pero sólo con la condición de usarlo con fines académicos. Las fiestas las tiene restringidas -luego miró a Fernando-: ¿Tú dónde vives?

 

-No te preocupes -respondió un poco incómodo por el trato (o el no trato) de Alexander-. Mamá viene por mí.

 

-Oh, está bien. Y perdón por mi hermano, los modales no son su fuerte -dijo apenada.

 

-¡Apúrense, enanos! -gritó Alexander.

 

Rápidamente fuimos en su dirección. Nos subimos al Mercedes gris, y nos fuimos del lugar. No sin antes pasar por fuera del colegio y alardear, obviamente. Alexander manejó con todo el estilo imaginable, robándose más de alguna mirada lasciva, y alguna de envidia por parte de algunos chicos.

 

Fue cosa de tiempo para que el nombre de Alexander se viralizara por todo el colegio. En menos de una semana se había convertido en el chico más interesante del colegio. Muchas hablaban de su porte, sus ojos, su acento (debido a todo el tiempo que había vivido en Canadá), y de lo masculino que era. Los chicos, por otro lado, susurraban sobre lo intimidante que era, lo bueno que era en deportes y del mucho miedo/respeto que provocaba. Durante las primeras semanas ya habían intentado desafiarlo, pero nadie pudo contra la bestia que se ocultaba tras esos ojos grises.

 

Cabe destacar que esas veces Martina tuvo que intervenir antes de que las cosas pasaran a mayores. Algo tenía ella que podía frenar a su hermano justo cuando la situación comenzaba a ponerse peliaguda. Pues Alexander, en esos momentos, se descontrolaba de manera preocupante. Por suerte tenía la inteligencia de meterse en esos problemas a la salida del colegio, de tal manera que nada llegara a los oídos de su madre. Y también tenía la suerte de que nada conseguía ser muy grave, gracias a la intervención de Martina. Ambos sabían que Alexander no podía volver a perder otro año, sólo que no ponía mucho de su parte, mientras que su hermana tenía que poner el doble.

 

En el colegio Martina pasó a ser centro de muchos comentarios, como la "hermana de...". Lo cual la molestaba mucho, porque había comenzado a recibir una atención que nunca quiso. Y empeoraba el hecho de que Alexander espantaba a cualquier chico que se le intentara acerca a su hermana, sea justificado o no. Y toda esa atención que se llevaba Martina, también la recibíamos Fernando y yo, por ser parte de su grupo. A mí no me molestaba, pues no había mucho de mí que pudiesen decir. Pero a Fernando si le estresaba un poco debido a ser estudiante nuevo.

 

En un mes Alexander se coronó como el más popular del colegio. Por todas partes comentaban sus aventuras. La más novedosa fue que en una "junta de estudio" (que fue lo que le inventó a su mamá), había follado con dos hermanas... al mismo tiempo. Era comprensible que esas noticias no eran del agrado de su hermana menor. También, Alexander, comenzó a liderar su grupo de matones, que ahora ya tenía dos integrantes nuevos más. Y, académicamente hablando, había hecho aparición en el equipo de fútbol y en el de basquetbol. Destacando en ambos.

 

-¡Oye! -Grité cuando mientras iba comiendo un paquete de galletas, Alexander me las arrebató de las manos-. ¡Devuélvelas!

 

-Lo siento, tengo mucha hambre -contestó mientras se alejaba-. Mucho entrenamiento me quita mucha energía y debo reemplazarla.

 

Desistí al instante. Ya era un clásico de él que me robara la colación. Fernando me convidó de la suya, como ya se estaba haciendo costumbre. Lo miré con odio mientras se comía mis galletas con su grupo de amigos. Pero no podía evitar fijarme en lo sexy que se veía sudado, con la camiseta adherida a sus abdominales y su cabello cayendo de forma coqueta sobre sus ojos. Automáticamente lo perdoné.

 

-Entonces ¿En tu casa o en la mía? -preguntó Martina, sacándome de mis pensamientos.

 

-Eh... En la tuya, creo. Nos queda más cerca a Fernando y a mí -dije.

 

-Concuerdo -coincidió Fernando.

 

Nos teníamos que juntar después de clases para trabajar en una maqueta para la clase de historia. Por lo que a la hora de salida, los tres estábamos esperando a Alexander para que nos llevara a su casa. Lo vi llegar todavía más sudado que la vez anterior, su cabello estaba empapado y, esta vez, hasta el short se le adhería a la piel. ¡Dios! Estoy seguro que un homosexual diseñó la ropa deportiva, porque se ajusta endemoniadamente bien en los lugares correctos.

 

-Por Dios, estás hecho un asco -dijo Martina al verlo. Yo pensaba todo lo contrario. Tenía la compulsión de pasarle la lengua por todo su sudado cuerpo. Y apenas asimilé eso, sacudí mi cabeza. Lo que pensaba era asquerosamente imposible.

 

-Las duchas estaban llenas. Lo haré en la casa -explicó.

 

-No creo que sea buena idea que se te junten los dos entrenamientos el mismo día -pensó Martina.

 

-Los horarios no los fijo yo -dijo Alex-. Y a mí no me molesta. Tengo energía de sobra -le guiñó el ojo. Sentí un cosquilleo en el pecho.

 

-Hoy nos llevarás a los tres -avisó Martina-. Trabajaremos en casa.

 

-Ah... -dijo mirando con desdén a Fernando-. No queda de otra. Vamos.

 

Aún no estábamos seguros de por qué nunca se llevó bien con Fernando. Pero intuía la respuesta cuando veía cada mañana a Martina sonrojada al momento de saludar de beso en la mejilla a Fernando. Mi instinto de amigo conseguía captar ciertas señales invisibles, sumado al comentario que dijo la primera vez que lo vimos.

 

Cuando llegamos a la casa nos fuimos a trabajar al living. La idea de la maqueta era retratar a escala un monumento famoso del mundo. Nosotros habíamos elegido "Ahu Tongariki", es el sitio ceremonial más grande de la Isla Rapa Nui, que tiene 15 moais. Llevábamos apenas media hora cuando sentí la necesidad de ir al baño. Subí las escaleras, giré a la izquierda y continué hasta el fondo. Su casa era como mi segunda casa, así que conocía el lugar de memoria.

 

Entré el baño y di un salto debido a lo que me encontré. Alexander se encontraba semi desnudo, con la toalla alrededor de la cintura, con el cabello húmedo y la piel dorada reluciente. Al parecer acababa de salir de la ducha. Su espalda se veía ancha y poderosa, al igual que sus bíceps. Un abdomen marcado, con una deliciosa fila de vellos castaños que se perdían bajo la toalla. Unos lunares salpicaban su cuerpo de manera estratégica.

 

-¡Perdón! -dije avergonzado.

 

-Uh... ¿Se te perdió algo? -preguntó con sarcasmo.

 

-Lo siento, quería entrar al baño -respondí.

 

-Eh, sí. Lo noté -respondió mientras se giraba para verse al espejo. Se estaba afeitando ese caminito de vellos de su abdomen. No pude evitar notar que la toalla marcaba la redondez de su firme culo, y un bulto que provocaba apretarlo-. ¿No conoces las puertas?

 

-¿No conoces los pestillos? -pregunté de vuelta.

 

-Es mi casa ¿sabías? -dijo. Esta vez se reía. Le causaba gracia mi rostro, seguramente. De seguro estaba enrojecido.

 

-Sí, lo sé. Sólo que la costumbre de que antes no estabas y...-.

 

-Una consulta... -dijo interrumpiéndome-. ¿Por qué sigues aquí?

 

Abrí los ojos con sorpresa. Por una extraña razón mis pies estaban pegados al suelo. Por mucho que el momento haya sido vergonzoso e incómodo, inconscientemente no quería salir de ahí. Evité ponerme en evidencia e hice una señal de desdén. Sonrió, y luego de dejar la afeitadora sobre el mueble, caminó hacia mí.

 

-Tranquilo, dejaré que descargues el tanque -bromeó. Pasó junto a mí, y me sentí intimidado ante su altura. Su aroma a hombre recién bañado inundó mi nariz. Caminó por el pasillo y soltó la toalla justo cuando entraba a su habitación. Sólo alcancé a ver un tercio de su blanco y terso culo, cuando desapareció por la puerta.

 

Entré al baño y me vi al espejo. Estaba sonrojado y emocionado. Estaba taquicardico, y sentía que mi corazón saldría por mis costillas. Un calor extraño cosquilleaba entre mis piernas. ¿Qué me estaba pasando? Jamás me había sentido así antes. Y desde... Desde que Alexander llegó... No lo sé. No era una sensación normal. Lo sentía más profundo, más intenso. Y sabía que no estaba bien. Sabía que me estaba ilusionando de una manera poco saludable.

 

Pero obviamente no retrocedí. Porque uno es estúpido y masoquista. Todo el multiverso da señales de que algo va mal, pero incluso así uno se atreve a desafiar el destino. Y pronto me volví visita frecuente. Buscaba excusas para ir a su casa y estar cerca de Alex. Me estaba volviendo adicto a su esencia. Mi cuerpo completo temblaba cuando lo sentía cerca. Su energía masculina me invadía y me perdía en ella. Pero ilusamente intentaba negarlo. Quería convencerme de que era la última vez, pero al otro día volvía esa necesidad de estar cerca de él, o verlo simplemente. Y un día, los planetas se alinearon...

 

Estábamos, Fernando y yo, en la casa de Martina viendo una película en su living. Íbamos a la mitad cuando el celular de nuestra amiga sonó.

 

-¿Ahora? -escuché que preguntó-. Bueno, está bien.

 

-¿Sucede algo? -pregunté.

 

-Mamá me pidió que le lleve al trabajo unos documentos que dejó en su escritorio-.

 

-¿Es muy lejos? -preguntó Fernando.

 

-Media hora, aproximadamente -contestó.

 

-¿Me acompañan? -.

 

-Olvídalo -respondí-. Tengo una pereza horrible.

 

-Yo te acompaño -dijo Fernando. Le guiñé un ojo a mi amiga sin que Fernando lo notara.

 

-Genial. Mientras ustedes van, tomaré una siesta -.

 

Martina subió, y luego volvió con una carpeta llena de papeles. Tenía un gesto algo ofuscado. Apenas bajó, le hizo una señal a Fernando y salieron por la puerta. Segundos después, apareció Alexander hablando enojado.

 

-... porque igual merezco un poco de descanso... -se detuvo. Estudió el lugar y se percató que sólo estaba yo. Llevaba boxers. Sólo eso-. ¿Y Martina?

 

-Se fue -respondí. Todo mi esfuerzo estaba en mirar su rostro, e ignorar el bulto entre sus piernas.

 

-Ah... ¿Y por qué estás aquí? -.

 

-Porque no quise ir -contesté. Estaba comenzando a perder la batalla.

 

-¿Fue sola? -.

 

-No, con Fernando -.

 

-Ah... -noté el gesto de desdén. Luego me miró y sonrió. Sus labios gruesos y seductores me tentaron-. ¿Estás bien? Te noto nervioso.

 

-No, todo bien -miré hacia el televisor tan rápido que casi sentí mis cervicales tronar. Él se sentó junto a mí.

 

-¿Qué veían? -preguntó. Automáticamente sentí su calor irradiando mi cuerpo. Su aroma a adolescente lleno de hormonas me invadió.

 

-Eh... Pitch Perfect 2 -contesté-. Martina ama esas películas.

 

Silencio incómodo. Ambos nos quedamos ahí mirando la televisión con la película en pausa. Lo sentí reír. Me giré un poco confundido. Me miró y esta vez lanzó una carcajada. Me sentí todavía más confundido. Su mano fue a mi mejilla y la acarició.

 

-Estás muy tenso -dijo. Me alejé de su mano. Más lento de lo que hubiese sido esperable-. ¿Te pongo nervioso?

 

-¿Qué? No... -la voz se me quebró. Dios, me estaba hundiendo.

 

-Eres horrible para ocultar cosas ¿sabes? -sonrió. Acarició mi barbilla. Me inquietaba la libertad con la que me tocaba-. Puedo leerte como un libro abierto.

 

Me puse de pie. Estaba inquieto e incómodo. Mi pecho hacía cosas locas y mis piernas temblaban. Mi corazón se detuvo cuando su mano capturó mi brazo y tiró de el para que no me alejara. Volví a sentarme, sin tener conciencia de lo que sucedía.

 

-¿Qué pasa? -pregunté. Estaba actuando muy raro y mi mente no reaccionaba.

 

-Vamos, Diego. No finjas -dijo. La forma en la que me miraba provocaba que comenzara a sentir más calor de lo normal.

 

-Alex, estás actuando raro -y por alguna razón, yo no me oponía. Perfectamente pude enojarme y salir de ahí. Pero algo tiraba de mí y me hacía querer saber el cómo iba a terminar todo esto.

 

-Diego, si crees que yo soy estúpido y no me he dado cuenta que llevas tiempo mirándome de forma casi acosadora, pues te equivocas. Un hombre como yo tiene ese sexto sentido de saber quiénes están babeando por mí -soltó, y por un momento me sentí desnudo. ¿Tan obvio fui? Me levanté, sintiéndome muy avergonzado-. Siéntate... Calma. No me molesta, al contrario. Creo que llegaste en un buen momento.

 

-¿Ah? -expresé confundido por todo. No sé lo que esperaba en su reacción al enterarse que me gustaba, pero definitivamente no era esa.

 

-No eres el primer chico que ha estado colado por mí -dijo-. Y hablando con mi grupo de amigos, llegamos a la conclusión que un buen culo y una buena mamada no pueden ser desperdiciados, sea hombre o mujer.

 

-No estoy entendiendo nada -dije. ¿Alexander es gay? Estoy muy confundido, y su cuerpo semi desnudo no me dejaba concentrarme.

 

-No tienes que entenderlo, pequeño. Sólo serás parte de un experimento -me dijo mientras estudiaba mi cuerpo-. Tienes lo necesario. Labios gruesos y perfilados. Unas piernas contorneadas y turgentes, con un culo gordo y respingado.

 

-Creo que me iré -dije. Había entrado en pánico. Esto estaba avanzando extremadamente rápido, y no tenía las agallas para continuar, pese a que mi cuerpo estaba en llamas.

 

-¿Por qué? ¿No es lo que querías? -preguntó. ¡Dios! Su abdomen estaba tenso y surcado por músculos. No me había dado cuenta, pero mis piernas temblaban.

 

-No -respondí. Y, en parte, era cierto. Alex era un amor platónico. Algo que se sabe es inalcanzable. Jamás pensé estar en esa instancia.

 

-Míralo de esta forma. Ambos ganamos: yo comprobaré si me convence estar con un chico. Como ya dije, cumples con los requisitos que busco, y además, eres de confianza, por lo que quedará en completo secreto. Y tú ganarás estar conmigo ¿qué mejor? -dijo. No pude reprimir una risa de burla por lo egocéntrico que sonó eso-. ¿Eso es un sí?

 

-Estás loco -le dije. Retrocedí-. No te seguiré el juego.

 

-No te hagas el de rogar, te gustará. A todas les gusta -se mordió el labio.

 

-Yo no soy "todas"... Y no es llegar y hacerlo -dije. Sonrió, porque al decir eso, dejé entrever que estaba considerando la idea.

 

-Pues sí, lo es. Ya estamos aquí y solos -añadió-. Deja de acerté el difícil. Sé que quieres.

 

-No es tan fácil-.

 

-Sí lo es -dijo él. Se tocó la entrepierna. El bulto detrás de la tela de su bóxer se movió. Tragué saliva. Me sentía como en una película porno.

 

-No, no lo es. Porque yo... -abrió sus ojos con entendimiento.

 

-Eres virgen... No puedo decir que me sorprende, aunque no lo tomé en consideración -dijo-. Pero no importa, tendré cuidado. No es la primera vez que desvirgo a alguien. Aunque serías el primer chico.

 

-No quiero que mi primera vez sea así -dije, aceptando que en el fondo quería hacerlo. No tenía sentido negarlo más-. Me gustas, es cierto. Y no pensé que te fijaras en mí. Lo cierto es que me provocas cosas, pero no quiero que mi primera vez sea así... de forma tan fría.

 

-¿Fría? Míranos, aquí hay más calentura que en el sol -se levantó. Mi cara quedó casi a la altura de su boca. Para mirarlo a los ojos tenía que levantar mi rostro y mirar hacia arriba. Inmediatamente me sentí indefenso al tener a ese espécimen masculino frente a mí-. Diego, te conozco desde que éramos niños. No somos desconocidos. Yo quiero hacerlo contigo y tú conmigo, sólo se necesita eso. Estamos en el siglo 21, y ya no es necesario estar casado para perder la virginidad, sólo se requiere el querer.

 

-... -me quedé pensando. No sabía qué hacer. ¿Aceptaba la propuesta aunque solo fuera un "experimento" para él? No estaba seguro de querer caer en su juego, tenía miedo de salir lastimado. Por otra parte, Alexander era exquisito, y desaprovechar esa oportunidad posiblemente haría que me arrepintiera por siempre.

 

No conseguí llegar a la respuesta. Su mano tomó mi mandíbula y mis ojos hicieron contacto con los suyos. Caí en un estado de hipnosis y sólo me dejé llevar. Su cabeza se acercó a la mía, intenté besarlo pero me esquivó y se hundió en mi cuello. Mordió la unión de mi hombro con mi cuello y gemí. Sus manos bajaron hasta mi culo y lo apretaron con intensidad, marcando el terreno como suyo.

 

Se separó de mí y se dejó caer en el sillón victorioso. Yo quedé de pie, embriagado por la sensación que había dejado su tacto en mi cuerpo. Jamás alguien me había tocado de esa forma. Lo miré. Estaba acariciando su abdomen, mirándome e invitándome a descubrir lo que había bajo ese bóxer. Me senté a su lado. Tomó mi mano y la llevó hasta su pecho. Me hizo tocar sus pectorales y su abdomen, pasando por cada uno de sus músculos, para a continuación llegar hasta su ombligo y guiarme a su pubis.

 

Un cilindro de carne se marcaba bajo la tela y amenazaba por salir por su costado izquierdo, a la altura de su cresta iliaca. Introdujo mi mano bajo el elástico, y percibí una potente fuente de calor irradiando mi mano. Mi corazón latía a mil cuando sus vellos púbicos cosquillearon mi mano, pero más fue mi adrenalina cuando por fin mis dedos abrazaron su miembro. Palpitó cuando mis dedos se cerraron alrededor de él, y pude sentir como la sangre irrigaba ese trozo de carne.

 

Bajé el bóxer y por fin pude ver lo que mi mano sostenía. Era aproximadamente 18 centímetros de carne. De un suave color dorado, y de una peculiar forma. Su glande era pequeño en relación a su tronco, el cual se hacía más grueso a medida que se acercaba a la base. Una gruesa vena adornaba ese mástil cruzando por en medio, dándole un toque poderoso a la estructura. Su pubis tenía vellos lisos de color castaño, al igual que sus huevos. Estos últimos tenían muy poco pelo, y su escroto era de un color ligeramente más oscuro que su pene. En general, era un pene bastante masculino, y que tenía un aura amenazante.

 

Me hizo un gesto con la cabeza para que descendiera. Pero mi cuerpo no respondía, tocaba su verga en piloto automático, sin poder creer lo que estaba sucediente. Pero él sí lo sabía, y alargó su mano para sostenerme la nuca. Empujó hacia abajo y condujo mi cabeza hacia su pene. Su olor varonil me inundó a medida que me acercaba, y no se detuvo hasta que mis labios chocaron en su glande.

 

-Abre tu boquita, bebé -dijo. Y por algún motivo, eso me encendió. Me sentí bautizado por él, casi como una condecoración. Había sido ascendido a "bebé", lo que daba una connotación íntima.

 

Con nerviosismo le hice caso. Mis labios se sellaron alrededor de ese cilindro, y noté un leve gemido en respuesta. Y me encantó. Más que el hecho de tener su pene en la boca, lo que me gustó fue el saber que yo era quién lo estaba haciendo disfrutar. Intenté aplicar lo que había visto en películas y lo que había leído, con la intención de entregar un buen desempeño. Por alguna razón, sentí como misión dar lo mejor de mí y hacerlo enloquecer de placer. Quizás era con el motivo de llamar más su atención y poder "conquistarlo". No lo sé. El punto es que dejé la vida allí.

 

Succioné su glande con tal presión que hacía que la sangre dejara de fluir, para que al dejar de chupar volviera toda de golpe. Se veía igual a cuando haces presión en la yema del dedo hasta que la piel se pone blanca, y luego sueltas y ves cómo se vuelve a colorear con sangre. Alexander gemía. No conseguía meterme su verga completa no tenía la experiencia para tanto, pero dejé que mi instinto me guiara, intentando darle atención a los lugares que, bajo mi opinión serían los ideales. Es decir, soy un hombre, y sólo los hombres sabemos lo que queremos y cómo lo queremos.

 

Bajé a sus bolas y las lamí, sin dejar de masturbarlo. Primero una y luego otra. Sus pelos acariciaban mi lengua, al igual que sus dedos acariciaban mi cabeza como si estuviera mimando a su cachorro. Para mí era una señal de que estaba haciendo bien mi trabajo, lo que me daba más impulso para continuar en lo que hacía.

 

-Oh, bebé. Muy bien -decía con la voz cargada de morbo-. Me sorprendes.

 

Dijo mientras empujaba mi cabeza contra su verga, haciéndome atragantar. Una lágrima cayó por mi mejilla mientras tosía intentando respirar. Sonrió con aire travieso. Mordió sus labios. Mientras lo miraba sintiéndome casi traicionado, me di cuenta que a él le había causado morbo. Disfrutó verme luchar por respirar y, de hecho, se excitó aún más al verme con los ojos rojos y húmedos.

 

Cuando iba a protestar, puso sus dedos en mi boca y me silenció. Acarició mis labios, y luego me invitó a proseguir en lo que hacía. No pude negarme... no podía negarme a él. Y continué dándole placer. Tomé su pene desde la base, y me sorprendí al ver que una gota transparente asomaba su uretra. El morbo se apoderó de mí y la capturé con mi lengua. Un ligero sabor salado bañó mis papilas gustativas, sumado a un gran nivel de excitación. Sabía mejor de lo que pensé.

 

Mientras buscaba extraer más de ese elixir, Alex aprovechó para estudiar mi cuerpo. Con su mano izquierda acarició mi espalda y fue bajando hasta mi pantalón. Dejó caer todo el peso de su mano en mis nalgas, cortando el aire de manera sonora. Quedé sin aire por unos segundos.

 

-¡Diablos! -dijo-. Desde hace años quería hacer esto.

 

Esa revelación me hizo sentir elogiado. Significaba que desde hace tiempo ya se había fijado en mí. Lo que me causaba una gran confusión, por cierto. Pero, en ese momento, lo que floreció fue la calentura. A pesar del dolor de la nalgada, por mi cuerpo se había esparcido el morbo y el placer. Y mi culito reaccionó tambaleándose cual perro moviendo su cola, buscando más atención de su parte. Lo sentí sonreír complacido.

 

Acertó otras dos nalgadas más, y luego masajeó todo mi culo, estudiando cada centímetro y disfrutando de su turgencia. Introdujo su mano por el borde del pantalón y mi cuerpo entero se erizó. Es alucinante la forma en que se percibe el tacto en esas instancias. Hasta el más mínimo roce se puede sentir de forma extremadamente intensa. Y así era como sentía su mano deslizándose por mis montañas de carne, como si estuviese cargada de electricidad, estremeciendo cada milímetro con un calor abrasador.

 

Me sentí nervioso cuando su dedo se detuvo en mi coxis. Mi cuerpo temblaba por la ansiedad y la excitación. Su mano estaba en terreno inexplorado, y la intensidad de las sensaciones me asustaba. Jugó en esa parte, frotando de manera maliciosa, torturándome y provocando que mis piernas se movieran de forma loca y mis nalgas se tensaran. Gozó cuando mis dos globos de carne apretaron su dedo. Y luego bajó más, llegando hasta el inicio de mi ano...

 

Yo no dejaba de mamar con desesperación. Además, mi verga estaba dura a más no poder, y sentía el charco de pre semen que se estaba formando dentro de mis calzoncillos. Gemí cuando su dedo comenzó a trazar círculos en mi orificio. Fue una explosión de sensaciones maravillosas e inquietantes. Se sentía rico, pero a la vez me ponía nervioso y me producía ansiedad. Todo lo que sucedía era adrenalínico y surreal, me sentía como en un sueño. Y por nada en el mundo quería despertar.

 

De pronto el teléfono sonó. Mi corazón casi revienta del susto que eso me produjo. Fue como si mi cuerpo cayera hacia un precipicio. Todo el ambiente onírico se volvió real y retomé la conciencia. Alexander se levantó a contestar enfurecido. Su verga se bamboleaba de un lado a otro, cubierta de mi saliva.

 

-¿Qué sucede? -preguntó enfadado-. Mi celular está arriba, por eso no escuché... Está aquí. Estamos viendo tele... ¿Ya?... No, por nada... Está bien.

 

-¿Qué... sucede? -pregunté ligeramente cohibido. Sentía que la hipnosis se había roto y me avergonzaba de lo que había hecho. Y me perturbaba que el siguiera tan estoico, como si nada. Aunque tenía una mueca de enfado.

 

-Es Martina, preguntaba si te habías ido. Dijo que ya venían -respondió con desdén-. Creo que no tendremos tanto tiempo como pensé.

 

-¿Cómo? -pregunté. Para mí, el hecho de que ya vinieran en camino, significaba que todo se había acabado. Pero, al parecer, para él tenía otro significado.

 

-Pues creo que tendremos que ir al grano más rápido -se explicó.

 

Rápidamente caminó hacia mí y me empujó al sillón. Bajó mis pantalones, y dejó mi culo al aire. Me sentí brutalmente expuesto, pero cuando lo vi admirar mi cuerpo con tanto morbo, no pude hacer nada más que solo dejarme llevar. ¡Dios! Me encantaba que me mirara de esa forma.

 

Me hizo inclinar de tal forma que mi espalda quedara a un nivel más bajo que mi cadera, dejando mi culo a su servicio. Él se arrodilló y tomó posición entre mis piernas, dejando su cara en frente de mí trasero. Me ordenó que separara mis nalgas, y me hizo saber lo fabuloso y apetecible que se veía mi agujero. De pronto sentí su lengua acariciar esa zona erógena, lampiña y suave, causando que mis piernas se debilitaran y gimiera. No pensé que se sentiría tan bien. Y gemí más y más, mientras su boca devoraba mi ano.

 

No se hizo esperar para comenzar a introducir dedos. Me quejé cuando su dedo exploró ese lugar virgen. No dolía, pero era una sensación nueva y diferente. Sentía un poco de ardor e incomodidad, pero a medida que movía el dedo, me fui acostumbrando al nuevo visitante. Retiró su dedo y su lengua lo reemplazó, para luego continuar con dos. Mi pene estaba tan duro que dolía, y una fino hilo de pre semen caía desde mi glande por la estimulación prostática que me hacía Alex.

 

Jugó con sus dedos en mi canal rectal por unos minutos y luego se preparó para la etapa final. Pero antes de hacerlo, se detuvo y meditó por unos segundos. Me dijo que era mejor que nos fuéramos a su habitación, de lo contrario el living quedaría con olor a hormonas y sexo, y eso no sería lo ideal. Fue así que me tomó de la mano y me llevó a rastras hasta su dormitorio.

 

Sin ninguna ternura me empujó hasta la cama. Él se subió sobre mí y se metió entre mis piernas. Mi cuerpo temblaba por el nerviosismo, pero no decía nada, sólo me dejaba llevar por él. Tomó mis piernas y las puso sobre sus hombros, para luego buscar mi ano con su verga. Cuando encontró el agujero dejó escapar saliva de su boca, de tal forma que su glande y mi ano se lubricaran. Brevemente me explicó que por la anatomía de su pene, sería más fácil penetrarme.

 

-Mi verga es una experta desvirgando -dijo.

 

Y en efecto, fue así. Al ser su glande menos grueso que el resto del tronco, fue más simple conseguir hacerse paso en mi interior. Mordí mis labios cuando sentí hundirse su mástil en mi ano. Era una sensación de ansiedad, no podía creer que eso estaba sucediendo. No sentía dolor a medida que se deslizaba, sólo una leve tensión debido a que mi recto estaba muy estrecho. Por lo demás, sólo quería tenerlo más y más adentro. Alex avanzaba lentamente pero sin detenerse, y ver su rostro mientras me abría se convirtió en el recuerdo más excitante de mi vida. Pero cuando ya iba por la mitad, comencé a incomodarme, puesto que su verga comenzaba a volverse más gruesa, a un nivel que mi interior no estaba preparado para aceptar.

 

Fue así que comencé a experimentar un agudo dolor interno, sintiendo cómo las paredes de mi ano sufrían por albergar a ese intruso.

 

-De... detente -le pedí cuando el dolor se hacía más intenso.

 

-Shh... Ya va a pasar -decía.

 

-Es que... Ah... Me duele -le dije. Comenzaba a asustarme, porque sentía que me iba a partir.

 

-Aguanta, bebé. Ya queda poco -susurró con voz lujuriosa. Se mordía los labios, y en sus ojos podía adivinar lo bien que lo estaba pasando, pese a que yo comenzaba a sufrir. Pero no pude negarme... No podía.

 

Aguanté el dolor hasta que sentí sus vellos púbicos chocar contra mis nalgas. Respiré agitado, y gemí de dolor. Alexander gruñó victorioso, y me miró sintiéndose ganador. Se dejó caer sobre mi cuerpo y su rostro quedó a centímetros del mío. Quise besarlo, pero otra vez lo esquivó y hundió su rostro en mi hombro. Quedé levemente desconcertado y decepcionado, pero esos sentimientos desaparecieron y sólo quedó espacio para el dolor cuando comenzó a moverse.

 

-Ah... Ay... -me quejaba. Su miembro se movía en mi interior y arrancaba sensaciones que me confundían. El placer y el dolor batallaban, y no podía decidirme por uno.

 

-Oh... Sí... Mmm... -decía Alexander en un tono profundo y varonil. Y me prendió oírlo así. Me encantaba saber que disfrutaba mi cuerpo.

 

Comencé a acariciar su torso y sentir sus músculos. Quería memorizar su cuerpo para recordarlo siempre. No sabía si era normal, pero Alexander me penetraba de forma rápida y continua, sin jamás detener el ritmo. Era una bestia adolescente, cargada de hormonas y vigor. Pero mi culo era nuevo y delicado, y gritaba por piedad.

 

-Dios, como aprietas, bebé -decía.

 

-Más lento, por favor -suplicaba. Pero no paraba.

 

-No hay tiempo -decía.

 

Sentía su verga en toda su extensión, casi con cerrar los ojos podía imaginármela sólo por cómo la percibía dentro de mí. Me sentía como un ciego haciéndose la imagen mental de las cosas con las manos... sólo que yo usaba mi recto. Yo gemía cada vez que me la metía hasta el tope, y pese al dolor, empecé a sentir lo inevitable. Sin que me hubiese tocado la verga, comencé a sentir que vibraba de forma intensa.

 

No sé si fue la adrenalina del momento, pero sentía que el dolor amplificaba por mil la intensidad del orgasmo. Era extraño, como si mi cerebro no supiera interpretar los estímulos, pero era glorioso. Mi ano se contrajo y ahorcó el miembro de Alexander, logrando notar toda su extensión dentro de mí. De mi glande comenzó a chorrear semen como si fuera orina, a la vez que mis gemidos se amplificaban en un volumen que jamás había escuchado en mí. Sentí mi corazón estrangularse y mis pulmones colapsar. Mis oídos se abombaron y quedé levemente atontado.

 

-Wow -dijo Alexander cuando presenció todo. Aceleró las embestidas mientras yo convulsionaba de placer, hasta que gruñó de forma salvaje, dando profundas y letales embestidas que me dejaron sin respiración.

 

Lo sentí vibrar en mi recto, intuyendo que derramaba su leche en mí. Una vez hecho, se salió de mí de forma abrupta. Su pene estaba palpitante y baboso, con un leve tinte rojizo. Sentí mi ano abierto y vacío por el abandono tan brusco.

 

-Tienes que bajar, ya deben estar cerca -dijo de forma que me desestabilizó. No había ni una gota de sensibilidad. Me sentí como un pañuelo usado que, una vez cumplida su función, sería desechado. Pero no pude discutirle, pues en parte tenía razón.

 

Me dijo que se iría a asear al baño, pues en suabdomen había quedado mi corrida, y desapareció por la puerta. A duras penasconseguí ponerme de pie, pese a que mi culo dolía y mis piernas temblaban.Bajar por las escaleras fue una odisea, y me sentía dolido por su poca empatía.Llegué al living y me coloqué mi ropa, para luego recostarme en el sofá. Pensé en todo lo que había sucedido, preguntándome si había sido un error todo. Los chicos llegaron a los pocos minutos, no pudiendo encontrar aún la respuesta que buscaba.

 

 

-¿Todo bien? Intentamos demorarnos lo menos posible -dijo Martina. Sentí algo diferente en sus ojos. Pero no tenía las energías para averiguar más.

 

-Sí, todo bien -respondí, aunque mi culo y mi corazón gritaban cosas diferentes. Retomamos lo que hacíamos antes de que tuvieran que salir, pero yo sentía todo el ambiente diferente. Alexander no bajó en todo el resto de tarde.

 

Llegué a mi casa cerca de las 9 de la noche y me metí al baño. Mi bóxer tenía una gran mancha de semen con un poco de sangre, y todavía podía sentir que quedaba más dentro de mí. Entré a la ducha y limpié mi cuerpo, esperando que entre el agua se fuera la horrible sensación que tenía en el pecho, y que no tenía idea exactamente por qué estaba allí. Aunque tenía el presentimiento de que pronto iba a averiguarlo...