miprimita.com

El hermano de mi mejor amiga (Parte 9)

en Gays

Cuando volví a la realidad me puse de pie y me dispuse a huir del lugar, mientras Miguel hablaba con Adriano y Alexander. Cuando estaba por salir este último me detuvo.

-Miguel tiene razón, Diego –dijo, pero yo no estaba prestando atención a lo que hablaban-. No puede saber que lo descubrimos. Sabemos que no lo pudo hacer solo. Y tenemos que averiguar quién más está involucrado.

-Pero…

-Cállate, Adriano. Y hazme caso –Adriano se encogió en su puesto. Alexander continuó-: Si llega a saber que lo descubrimos, podría advertirle a quién esté con él.

-Es cierto –dijo Miguel, y miró a Adriano para hacerle entender-. Hay que actuar normal.

-No sé si pueda hacerlo –mi pecho me dolía. Me sentí violado por segunda vez.

-Sí puedes –me dijo Alexander con seguridad-. No menciones nada de lo que pasó. Por último, evita tener que hablar con él para que sea más fácil. Dile que tu celular se rompió y lo tienes que mandar al servicio técnico, o no sé. Cualquier cosa para no exponerte más a él.

-Diego… -habló Martina. Me miró de manera inquisitiva. Recordé que aún no le contaba nada.

-¿Acompáñame a casa? –le pregunté.

-Ve con él –concordó Alexander-. En la tarde te iré a buscar.

-Está bien –aceptó.

Sin aguantar más estar en esas cuatro paredes, me despedí de los demás y salí del lugar. A los segundos, Martina apareció. La abracé y lloré. En el camino le conté toda la historia, incluyendo lo que había hablado con Alexander durante la mañana. Fernando llamó cuando ya estaba por llegar a la casa, pero no le contesté. No podía mantener una conversación con él todavía.

-Siento que han pasado meses –le dije cuando nos sentamos en mi habitación a charlar-. Estos días se han hecho eternos y han sucedido tantas cosas que… no lo sé. No creo que un chico de nuestra edad deba pasar por todo este estrés.

-Definitivamente no –asintió Martina. Una llamada de Fernando volvió a entrar. Dejé sonar el celular hasta que la llamada se colgó-. ¿Qué harás?

-No lo sé. Ignorarlo, quizás –respondí.

-No creo que sea lo mejor. Si no le respondes, se preocupará e insistirá más. Debes hablar con él, fingir que todo está bien, y mantenerlo al margen –aconsejó-. Si no quieres hablar mucho con él, no lo hagas, pero haz lo suficiente como para que no se inquiete.

-Está bien.

Mamá nos llamó a cenar, y luego de un rato Alexander llegó por Martina. Entró, saludó a todos, y me habló procurando que nadie más oyera.

-¿Cómo lo llevas?

-He tenido días mejores –respondí.

-No estás solo ¿ok? Si necesitas cualquier cosa cuentas conmigo –acarició mi hombro-. No dejaré que nada te vuelva a pasar.

Asentí. Y luego se fue con su hermana. Mi di una ducha y luego me acosté. Los recuerdos de ese día en mi cama con Fernando se vinieron a mi mente. Me había hecho sentir tan bien, tan completo, tan querido. Me frustraba que todo eso haya sido producto de una mentira. Era horrible esa sensación de desconfianza continua. Sentía que cualquier persona que se acercara con buenas intenciones querría aprovecharse de mí. Y el celular sonó. Respiré profundo.

-¿Hola?

-¿Diego? ¿Todo bien? –preguntó Fernando con premura.

-Sí, todo bien –respondí escuetamente.

-¿Por qué no me has contestado? Llevo toda la tarde llamándote.

-Mi celular anda mal. Las llamadas no entran. Creo que debe ser problema de señal –mentí, siguiendo el consejo de Alexander.

-Oh, vaya. Estaba preocupado –dijo con alivio-. ¿Todo bien entonces? Quería…

-¿Qué? ¡No te oigo! –actué descaradamente-. ¿Fernando?

-Sí, estoy aquí. ¿Diego?

-Fernando te oigo muy mal –fingí-. Creo que tendré que llevar el celular al servicio técnico.

-¿Y cómo hablaremos? ¿Me oyes? –decía elevando el tono de su voz.

-Intentaré mensajearte desde el notebook. Pero mañana porque ahora dormiré estoy muy cansado. Adiós.

Y colgué. El nudo en mi garganta se deshizo y mis lágrimas se liberaron. Esperaba que con eso dejara de llamarme por un tiempo. Los siguientes días fueron difíciles. Muy difíciles. Mis emociones estaban confundidas y pasaba de la pena al odio a cada rato. Fernando notó de inmediato mi distancia, porque le hablaba solamente para marcar presencia, pero no lo suficiente para hacer una conversación. Y las excusas ya no estaban funcionando.

Fer: No sé por qué estás así

Yo: ¿Así? ¿Cómo?

Fer: No te hagas el desentendido. Apenas me hablas. Hay mucho que quisiera contarte pero cuando chateamos, apenas intercambiamos un par de palabras y luego desapareces. ¿Qué sucede?

Yo: No pasa nada

Fer: No me mientas

Yo: Quien habla de eso…

Fer: ¿Ah?

Yo: Nada olvídalo

Y me desconecté. Había hablado con Martina, y me aconsejó que me tranquilizara.

-No puedo seguir con esto –le dije.

-Quizás sea mejor que no le hables más.

-No puedo simplemente desaparecer –me sentía muy indeciso. Y el hecho de que Martina también lo estuviera me dejaba todavía más confundido.

Esa noche volví a hablar con él. Intenté aparentar normalidad. Para evitar que él me preguntara cosas, decidí bombardearlo con preguntas sobre sus padres, su familia, las cosas que habían hecho, lo que habían comido durante el día, el frío que hacía, y ya comenzaba a quedarme sin preguntas.

Fer: ¿Y qué me cuentas tú? Hemos hablado de mí solamente.

Yo: Todo bien. Creo que me tengo que ir.

Fer: ¿Qué? No te vayas. Quiero saber de ti.

Yo: Estoy bien.

Fer: ¿Qué has hecho?

Yo: Nada.

Fer: Estas siendo cortante de nuevo :c

Yo: No es así.

Fer: Sí, lo es. Diego, ¿qué sucede?

Yo: Nada.

Fer: ¿Qué hice para que te hayas alejado así de mí?

Quedé en blanco por unos segundos. Y luego la rabia me invadió. ¿En serio se atrevía a preguntarlo? ¿Tan cínico era?

Yo: No sé cómo tienes cara para preguntarlo.

Fer: ¿Cómo? ¿De qué hablas?

Yo: No te hagas el desentendido. Sabes muy bien lo que hiciste.

Fer: ¿Qué hice? Disculpa, pero sinceramente no creo haber hecho algo malo.

Yo: ¿No? ¿Cómo eres tan cínico? Fuiste tú, Fernando. Ya lo sabemos. Deja de mentirme.

Fer: ¿Qué? ¿Qué estás diciendo?

Yo: No puedo seguir con esta farsa. Me da asco hablarte y fingir que todo está bien. Llamamos al número que mandó el mensaje. Sí, Fernando, éramos nosotros. Reconocí tu voz.

Fer: Hay un mal entendido.

Yo: ¿Contestaste tú el celular o no?

Fernando no respondió.

Yo: Responde.

No se manifestó. Pero a continuación mi celular sonó. Era él, pero le corté.

Fer: Diego, tenemos que hablar.

Yo: No quiero hablarte ni verte.  Aléjate de mí. Eres un monstruo.

Y me salí del chat para inmediatamente hablar con Martina y contarle todo. Apenas colgué, entró una llamada de Alexander.

-¿Por qué lo hiciste? –preguntó furioso, intentando contenerse.

-No podía seguir fingiendo.

-Pero puede avisar a su cómplice. ¿No pensaste…?

-¡No! No pensé. Pensé en mí. Por primera vez en mi puta vida pensé en mí, y me desahogué. Pensé en mi rabia. En mi dolor. ¡Me violaron! Y estaba hablando con uno de los responsables. No podía… No… -el llanto me poseyó.

-Perdón. Lo siento. Tienes razón –dijo Alexander desde el otro lado. Estaba arrepentido de sus palabras-. Tranquilo. Sólo evita hablar con él. Ya nos arreglaremos.

Por un momento me sentí culpable de haber estropeado todo y ponernos en peligro. Pero otra parte de mí necesitaba el descargo. Al otro día, Martina me llamó. Me encontraba confinado en la casa y me negaba a salir.

-No has salido desde que comenzaron las vacaciones –decía-. Llevas como cinco días sin ver la luz del sol.

-¿Cuál sol? Sólo llueve –me quejé.

-Sabes a lo que me refiero –pude imaginarme como entornaba los ojos-. Ven a mi casa.

-No quiero salir –me resistí.

-Tengo que pasarte las fotos de la fiesta. Trae la memoria externa para darte una copia –insistió.

-No sé si quiero recordar ese día, en realidad.

-Anda, amigo. Nuestras fotos en tu casa salen hermosas. Querrás tenerlas. Sobre todo tu mamá –siguió-. Además, te hará bien salir. Veamos una película… Alexander pidió sushi.

-Bueno, está bien –acepté. Sabía que si no lo hacía, ella me iba a insistir por siempre-. Eres insufrible.

-Pero me quieres –la oí sonreír.

-Sólo un poco.

Tomé mi paraguas y mi abrigo, y me dirigí hasta su casa. Alexander me recibió con la toalla amarrada a su cintura luego de algunos segundos de espera. Quedé sorprendido de encontrármelo así. Recordé cuando entré al baño y lo encontré dentro luego de la ducha. Un momento incómodo, pero ahora me parecía gracioso. Me sonrojé al reconocer sus firmes bíceps, sus acolchados pectorales y sus fabulosos abdominales.

-Vaya, tenemos visita –dijo.

-Sí. Hola –saludé. Entré. Noté que sonrió al ver mis mejillas coloradas. Pero agradecí que no hiciera ningún comentario. Subimos juntos la escalera, y evité en todo momento hacer contacto visual.

-Te veo luego. Me ducharé –dijo mientras torcía hacia el baño. Como ya lo había hecho alguna vez, quitó su toalla justo cuando atravesaba el umbral de la puerta, dejándome ver brevemente su perfecto trasero y su trabajada espalda. Un panal de abejas africanas revoloteó en mi vientre al recordar viejos tiempos.

Entré a la habitación de Martina, y se encontraba sobre su cama conectando la cámara a su notebook.

-¿Todo bien? –preguntó-. Estas colorado.

-Sí, todo bien –contesté mientras me sentaba junto a ella.

Abrió la carpeta de las fotos y aparecieron cientos de ellas, junto con varios videos. En varias me pude reconocer, y sentí un poco de nostalgia al verlas, cuando todavía esto no se ponía tan feo. Y era cierto, las fotos donde salíamos con Martina habían salido preciosas. Estaba seguro que mamá la querría enmarcar y poner en algún lugar del living. Mi amiga pasó rápidamente las fotos donde salíamos con Fernando. La bilis subió por mi garganta cuando lo vi. Intenté tranquilizar mi mente y recordar que sólo eran fotografías.

Luego de unas cuantas, llegamos a las fotos de la fiesta en el colegio. Nuestros rostros se veían alegres y sudorosos, debido al ambiente denso y caluroso. Apareció un video de Martina y yo bailando ridículamente, y le supliqué que lo borrara.

-Olvídalo –se burló-. Además, ese movimiento pélvico está asesino.

-Te descuartizaré si alguien más llega a ver este video –la amenacé.

-Quiero ver ese video –dijo de pronto Alexander, que se había asomado por la puerta. Venía con la toalla en la cintura y su cabello húmedo-. Si merece amenaza por ocultarlo, significa que es bueno.

-Martina… no –le supliqué.

-Estás exagerando –me recriminó mi amiga.

-Es muy vergonzoso.

-Quiero verlo más que antes –insistió Alexander.

-Me suicidaré –amenacé.

-No seas tonto –me regañó Martina. Y le puso play.

-Maldita sea –me quejé. Oculté mi rostro entre mis piernas, y esperé hasta que terminara.

-Deberías usar esos pantalones más seguido –bromeó Alexander. Sus ojos destellaron.

-Me siento humillado.

-Dramático –se burló Martina.

Finalmente nos reímos. Fue liberador reír con ellos. Y fue maravilloso escuchar sus risas y compartir el momento. Alexander fue a ponerse algo de ropa y luego se nos unió, para continuar viendo las fotos. No fue sorpresa que su rostro se contorsionara cada vez que aparecía Fernando. Por suerte no eran tantas, debido a que era él quien se había apoderado de la cámara, dándoselas de fotógrafo.

Me sentí inquieto cuando llegamos a la parte de la segunda fiesta. Sólo había 15 fotografías. En este caso, en la mayoría salíamos los tres. En algunas se alcanzaba a ver a Alexander y Catalina… También a Nicolás. Y en las últimas dos yo ya no aparecía, pues para ese momento yo ya estaba arriba…

-Espera –le dije cuando cerraba la carpeta.

-¿Qué pasó? –preguntó.

-Pon la última foto –mi corazón palpitaba demasiado rápido. Martina la abrió, y me miró confundida.

En la foto salía Fernando y Martina, junto con los chicos que habían hecho amistad y con quienes se habían quedado cuando desaparecí. En el fondo habían muchas parejas bailando, pero mi atención se enfocó en la figura que salía bajando las escaleras. Apunté con mi dedo.

-¿Miguel? –Preguntó Martina-. ¿Qué pasa con él? –Alexander abrió sus ojos comprendiendo.

-Se supone que Miguel se había ido más de una hora antes de que tomaran esa foto –respondí. Martina llevó sus manos a su boca. Sentí mi estómago descomponerse.

-Fue él –dijo Martina-. Él y Fernando… No lo puedo creer.

-Siempre lo supe. ¡Les dije! ¡Mierda! Lo voy a matar… Quiero su sangre en mis manos –Alexander se levantó y corrió hacia la puerta.

-¡Alexander! ¡No! ¡Detente! –gritaba Martina. Yo estaba en estado de shock. No lo podía creer. ¿Cómo fui tan estúpido? Y yo buscando otros culpables cuando ellos estaban en mis narices. Había creído en Miguel…

Pero luego mi menté aterrizó. No podía pensar en eso, sino en lo que Alex iba a hacer. Sabía perfectamente que con él las amenazas eran hechos. Y corrí en su búsqueda. La casa de Miguel quedaba a veinticinco minutos caminando, que a la velocidad que iba Alexander perfectamente podían ser menos.  

Martina tiraba de él pero éste no la tomaba en cuenta. Era como un mosquito intentando detener a un rinoceronte. Todo su cuerpo iba en tensión, con sus manos empuñadas y listas para destrozar. Y cuando creí que las cosas no podían ir peor, divisé a Fernando a la distancia. ¿Qué estaba pasando? ¿Fernando y Miguel estaban planeando alguna encerrona? Me quedé congelado, mirando a los alrededores buscando a su cómplice. De pronto, Fernando corrió hasta mí. Abrió su boca para hablar, pero lo siguiente que vi fue a Alexander levantándolo del suéter y tirándolo hacia la calle. Se subió encima de él y comenzó a forcejear.

-¡Suéltame! –gritó Fernando-. ¡Diego!

-No te atrevas a mirarlo. Ni siquiera lo nombres –dijo Alexander con la mandíbula apretada.

-Puedo explicarlo –luchaba Fernando-. No soy lo que piensas. ¡Por favor!

-¡Cállate! –gritaba Alexander. Martina y yo lo observábamos, sin intervenir. En ese momento, lo mirábamos casi como un desconocido. Alexander logró sostenerle las manos.

-Está bien. Golpéame –dijo de pronto-.  Hazlo hasta que te canses. Pero, por favor, después de eso deja que explique. Si tengo que dejar que me rompas la cara, lo haré. Haré lo que sea para que pueda arreglar esto.

-Okay –sonrió Alexander y levantó el puño. Fernando se quedó quieto y tomó aire. Sus ojos tristes y desesperados se clavaron en mí mientras esperaba la llegada del puñetazo.

-¡Espera! –grité para detener a Alexander.

-Pero Diego… Él… -reclamó.

-Ya sé… Pero quiero escucharlo primero.

-Yo no fui. Lo juro. Jamás te haría algo. Preferiría perder las manos antes de hacerte daño –dijo Fernando rápidamente. Las palabras salían apresuradas, y sus lágrimas de desesperación caían por su mejilla-. Es cierto, yo contesté. Pero el teléfono no era mío. Te iba a contar cuando te llamé ese mismo día, pero tú estabas cortante, y al final se me olvidó. Creí que el chofer del taxi lo había metido en el bolsillo del bolso pensando que era mío. Cuando lo escuché sonar, no lo tomé en cuenta porque no reconocí el tono y creí que era de alguien más. Pero a la segunda vez, entendí que venía desde mi bolso y ahí lo encontré. Cuando contesté nadie respondió de vuelta, y dije que el celular no era mío y que lo había encontrado. Pero nadie dijo nada desde el otro lado y la llamada se cortó. Finalmente decidí dejarlo en el aeropuerto, por si alguien lo reclamaba.

-No esperarás que te creamos eso –decía Alexander, aún sobre él.

-No me importa si tú no lo crees. Quiero que Diego lo crea –sus ojos suplicaban que lo hiciera.

-Ese día… Cuando fuimos por Nicolás, te perdí de vista unos segundos. Posterior a eso, llegó el mensaje de amenaza –le dije-. Si no fuiste tú quien lo envió, ¿por qué te ocultaste?

-Por la misma razón que tú te volteaste, Diego. No quería ver lo que Alexander le hacía –respondió- Mírame a los ojos. Sabes que digo la verdad. Y puedo probar lo de la llamada. Pues el celular debe estar ahí todavía, en el aeropuerto, si nadie lo fue a reclamar. Porque nadie lo perdió, alguien lo puso en mi bolso a propósito.

-¿Alguien? –pregunté-. ¿Quién?

-Eso es fácil. Le di mil vueltas –comenzó-, pero sólo una persona pudo haber sido. ¿Recuerdas quién estaba junto al bolso?

-Sí –respondí. Lo recordaba, porque al salir Fernando lo había golpeado con él-. Adriano.

-Exacto. Él fue. Él me quería inculpar. Él es el culpable.

-No, no lo es –dijo Alexander-. Es Miguel. Lo acabamos de ver en las fotos de la fiesta. Apareció en una que se tomó en una hora en la que se suponía ya no estaba. Es Miguel…  Y tú.

-No tiene sentido –interrumpí-. Adriano y Miguel. Fueron ambos, suena mucho más lógico que hayan sido ellos dos. Si no es que hay alguien más. Sólo querían distraernos e inculpar a Fernando. Eso me hace más sentido, pues sabían que te sería fácil sospechar de él, ya que nunca se llevaron bien. Era el blanco perfecto.

-Oh, Dios –lloraba Martina. Se acercó a Fernando y apartó a Alex-. Perdón por desconfiar.

 -Lo siento tanto –le dije mientras lloraba y me acercaba arrepentido-. Por favor, discúlpame.

-No, Diego. Calma. No es culpa tuya –me abrazó. Fue maravilloso volver a sentir esa calidez-. Perdón por no estar junto a ti. No es culpa de ustedes, chicos. Estaban en todo su derecho de desconfiar. Es por eso que, apenas comprendí lo que sucedía, tomé el primer vuelo de vuelta. Primero fui a tu casa, Diego, pero no estabas allá y supe que estarías donde Martina.

-Pero tus padres…

-Estaban sorprendidos, pero le dije que era una emergencia y que me necesitaban –explicó-. Necesitaba limpiar mi nombre.

-¿Dónde vas? –preguntó de pronto Martina. Me volví y divisé a Alexander caminando con determinación.

-Necesito golpear a alguien –dijo-. Miguel no se salvará. Siempre supe que el puñetazo en el ojo no había sido suficiente.

Me giré para hablar con Fernando, pero su expresión se había endurecido y siguió con la misma determinación a Alexander. Ya había limpiado su nombre, pero ahora se había enterado de los verdaderos culpables (que francamente era mucho más lógico que el dúo Miguel-Fernando), y quería venganza. No estaba seguro de querer continuar con eso, pero por lo menos sentía alivio de que Fernando no estuviese involucrado.

Pero contrario fue mi sentimiento cuando fui llegando a la casa de Miguel. Al saber que estaba ahí dentro, comencé a sentir que mis manos temblaban y mi corazón se apresuraba. Estaba enojado, muy enojado. Alexander golpeó la puerta, pero yo ya no quería esperar. Tomé un gnomo de jardín y lo lancé contra el ventanal.

-¡Mierda! –exclamó Alexander. Martina y Fernando quedaron pasmados.

Mi mente actuó en piloto automático cuando salté por la ventana y comencé a gritar su nombre. Alexander golpeó la puerta y retrocedí para abrir. Inspeccionamos la casa pero nadie apareció. Alexander avanzó por un pasillo hasta llegar a una habitación. Cuando entramos ahí, terminamos de confirmar lo que ya sabíamos.

Había un gran calendario con fechas marcadas y palabras anotadas. Vi el día cuando fue tomada la foto, y el día en que esa foto llegó donde Alexander. Había un día marcado en un círculo que decía “Farmacia. Valium”. Era lo que habían usado para dormirme.  Un par de días después estaba marcado el día de la fiesta. Quedamos sorprendidos cuando vimos que el día en el que estábamos también estaba subrayado: “Martina”, decía la inscripción,

-¡Dios mío! –exclamó mi amiga.

-Llámalo –dijo Fernando-. Debemos saber dónde está ahora.

-Está bien –respondió Alexander. Pero seguía mirando a Fernando con desconfianza. Él no iba a confiar tan rápido como nosotros.

 Mientras tanto me dediqué a rebuscar entre los muebles, y Fernando me imitó. Martina estaba parada en un rincón sin saber qué hacer mientras se mordía las uñas. Encontré la caja de Valium entre su ropa interior, además de una copia de la foto en el parque, sólo que con otra inscripción. Seguramente había ensayado varias veces lo que allí escribiría. Fernando a mi lado se quedó inesperadamente quieto. Me detuve a observar lo que le sucedía y mis ojos se fueron a lo que tenía en sus manos. Fernando me miró impactado.

-No puede ser –dijo finalmente. Me abrazó de inmediato.

-¿Qué es? –preguntó Martina.

-Las fotos que me tomó en la fiesta –respondí.

En efecto, había por lo menos 5 copias de las fotos. Me veía en un horrible estado, con los ojos perdidos, y la cara llena de saliva. En otras salía con las piernas levantadas y mi ano dilatado, chorreando su semen y unas gotas de sangre. Fotos terribles. Fernando las ocultó de la vista de Martina, pero Alex alcanzó a verlas mientras Fernando las destruía. Su rostro también se contorsionó. Iba a decir una palabra, pero justo en ese instante Miguel por fin le contestó.

-¿Alexander?

-Sí, soy yo –respondió, fingiendo normalidad.

-¿Qué sucede? ¿Todo bien? –preguntó con preocupación. Aunque ya nadie le creía.

-Sí, amigo –contestó Alexander, aunque hizo una mueca de asco-. Quería hablar contigo y Adriano, respecto a… Eh… a Fernando ¡Sí! Necesito saber cómo haremos que nos cuente con quién más estuvo trabajando.

-Oh, vaya. Justo estoy con Adriano –dijo, y de fondo se escuchó la voz de Adriano saludando-. Íbamos a tu casa, pero no hay nadie.

-Eh, no, no hay. Estoy con Martina.

-¿Te parece si nos juntamos en la casa de Adriano? –preguntó Miguel. Alexander nos miró. Asentimos, mientras salíamos de la casa. No sin antes fotografiar las pruebas.

-Bueno, está bien –respondió al fin Alex-. Nos tardaremos un poco en llegar.

-No se preocupen. Nosotros igual vamos de camino –Adriano asintió de fondo-. Nos vemos luego. Cuidado en el trayecto…

Y cuando iba a colgar, un aleteo sonó. Apenas audible, quizás ni cuenta se dieron de que alcanzó a oírse. Pero Alexander tenía alta voz, y nosotros supimos perfectamente lo que significaba. Era Florencio, el loro de Martina. Estaban en su casa… en su habitación. Seguramente preparando su próximo movimiento que muy bien estaba escrito en su calendario.

Cuando nos dimos cuenta, nos detuvimos rápidamente y comenzamos a caminar en el sentido contrario al que íbamos, para dirigirnos raudos a la casa de Alexander. Martina era más miedo que persona, mientras que su hermano estaba hecho una furia andante. Llegamos por fin a la casa, y nos dimos cuenta que tuvieron que haber entrado por la puerta de la cocina. Subimos evitando hacer el menor ruido, y pronto escuchamos sus murmullos y sus movimientos.

Lentamente nos acercamos hasta la puerta, pero Alexander ya no tenía paciencia, y entró temerosamente a la habitación. Adriano y Miguel estaban allí. Habían sacado los libros de una estantería de Martina, y estaban dejando escondido lo que parecía ser una pequeña cámara. No era un escondite muy fabuloso, pero era invisible para quien no lo estaba buscando. Posiblemente Martina se daría cuenta una vez que ya hubiese grabado lo que querían.

-¡Hijos de…! –y sólo se escucharon golpes y gemidos.

Miguel cayó al suelo y Alexander se montó sobre él mientras le llenaba la cara de puñetazos. Adriano intentó escapar, pero Fernando se le lanzó encima y evitó su huida. Si bien nuestro amigo se defendía muy bien, Adriano era del doble de su porte, por lo que pronto comenzó a tener ventaja. Cuando vi que tomó a Fernando del cuello, me acerqué con rabia y le di una patada en los huevos que lo dejó sin aire por varios segundos. Fernando se incorporó y le acertó un rodillazo en la nariz, dejándolo tirado en el suelo con un charco de sangre en la cara.

Martina gritaba mientras veía la escena. Y pronto comencé a entrar en pánico cuando me fijé en que Alexander tenía su mano roja con sangre. Entre Fernando y yo apenas conseguimos apartarlo.

-Suficiente –le decía.

-¡No! ¡Quiero matarlo! Quiero sentir su cráneo romperse –gritaba. Sus ojos estaban perdidos, y su mandíbula desencajada. Miguel se removía como una babosa a la cual le han tirado sal.

-Alexander, por favor –lloraba Martina.

-¡Suéltenme! –luchaba por soltarse. Escapó de nuestro agarre y comenzó a propinarle patadas al azar por todo el cuerpo. Miguel gemía y se quejaba.

Sentí desesperación cuando vi el color rojo en los puños de Alexander, en su ropa, en sus pies. Y mi estómago se descompuso cuando vi que el rostro de Miguel estaba ensangrentado e hinchado. Esta vez, entre los tres conseguimos alejarlo.

-Siempre supe que eras tú. Maldita rata asquerosa.

-Ja, ja, ja –rio Miguel. Una risa que me congeló la sangre. Parecía un loco-. Admitan que los engañé.

-Adriano… y tú… ¡Quiero sacarles los ojos! –volvió a luchar Alexander -. No puedo creer que hayan planeado todo esto.

-¿Adriano? ¡Fui yo! Él sólo seguía mis órdenes. Siempre ha sido fiel a mí. No tiene las neuronas suficientes para planear algo así –escupió. Era más sangre que saliva.

-¿Por qué? –preguntó Martina llorando, mientras sostenía a Alexander.

-Es obvio ¿No crees? –se intentó incorporar-. Yo lo tenía todo antes que llegara Alexander. Era el líder, tenía a las chicas, el respeto, el control… todo lo que en casa no tenía. Pero llegó él y todo se fue a la basura. Pasé de ser el rey a ser un esclavo. Todas las chicas que quería él se las follaba antes. Tenía que obedecerle ¡Ja!

-Estas enfermo –dijo Fernando-. No puedo creer que hayas hecho todo esto por algo tan estúpido.

-¡Para ti será estúpido! Para mí… era todo lo que tenía. Me sentía bien, con poder, feliz. Me obedecían y hacían lo que quería. Y todo cambió abruptamente cuando él se hizo líder.

-Todo fue una mentira –susurré.

-Pues sí, Diego –volvió a reír-. Fue fácil. Lo llevaba pensando desde hace meses. Una cadena de coincidencias que poco a poco fueron armando el plan.

-¿A qué te refieres? –preguntó Fernando.

-¡Ja! ¿Esperan que les cuente? –se burló.

-Miguel, entre más hables, más prolongarás la siguiente paliza que te dará Alexander cuando lo soltemos –amenacé. Me miró y luego a Alexander, quien parecía perro rabioso. Necesitaba… Necesitábamos saber todo.

-… -se silenció.

-Destrúyelo, Alexander –dije, y aflojé su agarre. Rápidamente estiró su brazo para sujetar a Miguel.

-¡Está bien! ¡Detente! –gritó desesperado-. Les diré todo.

-Muy bien, nos estamos entendiendo.

-Yo conocía a Catalina desde antes ¿vale? Siempre le compraba cosas. Y cuando Alexander llegó, Catalina me confesó que le atraía –comenzó-. Fue la primera coincidencia. No sabía que eso después me serviría.

-Eres poco claro –dijo Fernando.

-Si te callas y me dejas hablar, podrías entender –respondió-. El plan funcionó porque todo encajó de forma natural, y fue porque yo provoqué que encajara. Para que la primera parte funcionara, y poder descartarme como sospechoso, tenía que sembrar pistas. Así que convencí a Alexander que fuera él quien comprara las drogas, para que comenzaran a ser vistos juntos. Fue así que, luego de un tiempo, me acerqué a Diego a decirle mi supuesta preocupación por Alexander. Cuando se dieron cuenta que Alexander y Catalina se veían y hacían transacciones, rápidamente me creyeron. Y llegaron a la conclusión de que andaba en malos pasos.

“Previo a eso, cuando comenzó lo de nuestro juego. Alexander le contó al grupo que había follado contigo, Diego, y que había estado bien. Confieso que me llamó la atención hacerlo contigo, pero Alexander se opuso rotundamente. Tuvimos unas discusiones al respecto porque no entendía por qué no me lo permitía. Observando, y buscando en su teléfono mientras estaba borracho, conseguí entender el porqué. Así descubrí su punto débil. Algo que le heriría el orgullo, y por eso recurrí a ti en primera instancia”.

-Soy un idiota –me lamenté.

-Pues sí –asintió-. Lo eres. El truco del dinero para mi abuela sirvió para acercarme y conseguir eliminar las barreras. Así, cuando te dijera sobre los “malos pasos” de Alexander pudieras creerme. Además de conseguir la foto que gatillarían los celos de Alexander, como ya sabes. El puñetazo fue algo necesario para que la historia fuese creíble. No creí que sería tan duro, pero lo importante es que salió como planeé. Pues días antes, le había mencionado a Alexander que cuando mis padres tenían sus discusiones, iba donde Catalina y me daba algo especial que me hacía desconectar del mundo. Obviamente eso lo dije pensando en la situación que se venía, y pues, así fue. De inmediato Alexander recurrió donde Catalina para pedir lo mismo que yo. Confieso que el plan estuvo a punto de fallar, porque no aparecías por ningún lado. Pero, por suerte, alcanzaste a llegar y Adriano te indicó el lugar donde estaría Alexander. Con Catalina ya lo habíamos acordado previamente. Le había dicho que si lo retenía ahí por un momento, iba a conseguir un rato a solas para… bueno, ya sabes. Todas las piezas cayeron donde debían”.

-Eres un…

-Sí. Pensarán que ese plan tenía muchas fugas. Pero Alexander es muy fácil de leer, y muy manipulable, por lo demás –dijo-. Su carácter y su orgullo herido, hicieron que saliera incluso mejor, ya que los mantuvo separados lo suficiente para planear lo de la fiesta…

-Siento que vomitaré –dije.

-Quería que fuese en un lugar con mucha gente, para que hubiesen más posibles sospechosos –continuó-. Te di el Valium en el sándwich que inocentemente saboreaste. Lo de los problemas familiares como argumento para ausentarme eran ciertos, sólo que no me importaban y simplemente los había usado como excusa para retirarme a una hora suficientemente alejada como para no ser señalado como sospechoso

“Nicolás no estaba en mis planes. Fue un imprevisto que pudo cagar todo. Pero Adriano consiguió encontrarte y meter el mensaje, y después Nicolás me sirvió como despiste. Fue fácil redactar el mensaje, pues ya había leído un par de ellos en el celular de Alexander. Y, como fue de esperarse, apareciste. Lejos, por mil años luz, fue la mejor corrida de mi vida. Tenerte ahí, indefenso… con tu culo tan rico, torturándote, humillándote, y sabiendo que con esto le haría tanto daño a Alexander fue… satisfactorio”.

Un golpe salió desde mi costado y se estrelló en la mejilla de Miguel. Fernando no había soportado el relato y no pudo reprimir el ataque de rabia.

-Continua –dijo Martina. Miguel miró con furia pero continuó.

-La sospecha de Nicolás me hizo ganar tiempo. Fue coincidencia que conociera a Catalina, aunque no me sorprendía si él ya había estado en el colegio. La cosa es que sabía que no sería eterna esa sospecha, y planeé que el siguiente sospechoso fuese Fernando. Adriano me ayudó implantando la idea. Y después, usando como coartada el problema con mis padres, aproveché de enviar el mensaje de amenaza para Martina y Adriano, y de esta forma asegurar que mi amigo no estuviera como sospechoso –tomó aire. Miguel, sin querer, con ese movimiento había causado que yo sospechara de Fernando. Pues justo coincidió el envío del mensaje con el momento cuando Fernando se me perdió de vista-. Finalmente, en nuestra última reunión me sorprendí al saber que Fernando se ausentaría. Pero su bolso, y el atraso de Adriano me dieron una idea. Lo llamé y le ordené que fuera hasta mi casa, sacara el celular y luego lo escondiera en el bolso de Fernando. Como todos ustedes son una manga de estúpidos, nunca se les ocurrió llamar al número del mensaje. Fue así como nuevamente implanté la idea en sus mentes. Fue complicado, no podía decirlo yo o Adriano, para no levantar sospecha. Induje el tema, hasta que Martina picó el cebo y se le ocurrió la idea de llamar. Todo fue viento en popa. Fernando estaría alejado por unos días, los suficientes para terminar con Martina y dar el último golpe…”.

-Pero gracias a las fotos te descubrimos, y tu plan ya no será posible –dijo Alexander. Se levantó soltándose de nuestro agarre y se lanzó contra él. Sus puños golpeaban el rostro de Miguel de manera salvaje. La sangre manchaba el piso y saltaba por el aire con cada golpe. Gemidos ahogados inundaban la habitación, junto con nuestros gritos.

-¡Lo vas a matar! –gritaba Martina desesperada-. ¡Lo vas a matar!

-¡Alexander! –grité.

Tres meses después…

La repentina salida de Miguel y Adriano fue evidente en todo el colegio. Incluso Catalina se había esfumado. Nadie sabía por qué, pero sí sabían que tenía que ver con nosotros. Igual de evidente fue el cambio de Alexander, seguía siendo el chico popular, pero ya no volvió a verse envuelto en peleas ni discusiones. Yo me sentía feliz de que ya no tendría que ver la cara del sociópata de Miguel (donde quiera que se lo hubiesen llevado los del servicio de menores), y esperaba que ese periodo en mi vida poco a poco se fuese olvidando.

Con Fernando llevábamos casi un mes como novios oficiales. Me lo había propuesto el día de su cumpleaños, cuando me quedé a dormir en su casa. Mis padres se lo había tomado muy bien, pues conocían a Fernando y le tenían mucho aprecio. Martina estaba feliz por nosotros, y Alexander también, sólo que se mantenía al margen. Aún no le gustaba la idea de que yo estuviera con Fernando, pero sabía que yo estaba feliz así, por lo que jamás intervino. Las cosas estaban saliendo bien.

-Creo que me siento travieso –me dijo mientras se acercaba a mí. Esa noche se había quedado a dormir en mi casa

-Oh, vaya. ¿Eso es malo? –sonreí.

-Mm, creo que no –respondió-. A menos que tú no quieras.

-Creo que sí quiero –me mordí el labio.

-Eso es genial, porque hace días no follamos y siento que mis testículos reventarán –decía mientras llevaba su mano hacia su bulto. La primavera comenzaba, y para él fue suficiente como para comenzar a usar sólo un bóxer y camiseta para dormir.

-Sólo han pasado tres días.

-Demasiados ¿verdad? –sonreí.

Me besó. Ambas manos sujetaron mi cabeza mientras su lengua exploraba mi boca. Tenía que erguirme para alcanzar sus labio, y él descender un poco. Movió su pelvis hacia adelante y nuestros paquetes chocaron. A medida que el beso avanzaba, nuestras pelvis se frotaban, consiguiendo sentir nuestras erecciones palpitantes a través de la tela.

-¿Quién anda por ahí? –pregunté de manera juguetona al ver que su glande comenzaba a asomarse por sobre el elástico.  

-Estaba aburrido en su jaula –decía Fernando-. Lleva mucho tiempo queriendo salir. Es una tortura tenerte cerca y no poder follarte.

-Pues ahora estoy cerca –le susurré al oído- y puedes follarme.

Eso aceleró sus motores y me tiró sobre la cama. Se acercó a mí y quitó mi ropa interior para dejarme completamente desnudo. Me miraba mientras se relamía los labios, casi pudiendo saborear el orgasmo que alcanzaría conmigo.

-¿Quieres que lo haga? –me preguntó mientras se acercaba aún con su pene a medio salir.

-¿Qué cosa? –lo incité.

-Que te folle –respondió con voz gruesa. Me giré coquetamente en respuesta, dejando mis nalgas a su disposición.

-Muchas palabras y poca acción –le hice un guiño.

A continuación se tiró hacia mí y metió una mano bajo mi abdomen para levantar mi culo. Estaba ansioso por entrar en mí e hizo todo con rapidez inhumana. En tiempo record estaba ya con mis nalgas abiertas de par en par esperando que sus dedos y lengua entraran a abrir el camino… Pero no fue precisamente así.

Su ansiedad y calentura estaban tan a tope que quiso hacer una maniobra arriesgada. Lanzó un escupo e introdujo un solo dedo, para luego hacer presión con su glande y comenzar a penetrarme. Sentí una punzada de dolor, y escuché un gemido doloroso que no provino de mi boca. Fernando se apartó de mí y vi que su mano sujetaba su pene al cual le chorreaba sangre. Toqué mi culo pensando que me había herido, pero pronto comprendí que su frenillo se había cortado.

Tomé su bóxer y cubrí su glande para que no salpicara más sangre e hice presión. Fernando me miraba con pánico, su rostro colorado y sus ojos húmedos. Lo tranquilicé y silenciosamente lo llevé hasta el baño para que mis padres no se dieran cuenta. Poco a poco su pene fue perdiendo la dureza, mientras yo le iba rociando agua fría y limpiando. Al cabo de un rato, cuando ya todo se solucionó y Fernando comprendió que no se había amputado nada, lancé una risa burlona.

-No te rías –me regañó.

-Pues te pasa por creer que mi ano es como el de un actor porno –le dije mientras reía.

-Creí que sería suficiente.

-Ya ves que no.

-Sí, gracias por la información.

Por suerte fue solo un pequeño corte y no lo suficiente como para tener que haber ido a urgencias.

-¿Qué hacemos? –preguntó minutos después cuando nos fuimos a acostar.

-¿Por qué? –pregunté.

-Sigo caliente –dijo. Su pene estaba morcillón pero le ardía y no conseguía una erección.

-Pues estarás varios días sin poder darle amor a tu penecito –le informé. Me abracé a él y acaricié su vientre.

-Pero puedo darle amor al tuyo –me sonrió.

-Me sentiría culpable si no puedo regresártelo.

-No tienes que regresármelo. Lo hago porque me causa felicidad verte disfrutar, y me llena el alma verte retorcer de placer –dijo mientras comenzaba a levantarse. Escucharlo decir eso me hizo sonrojar.

Besó mis labios y fue bajando por mi cuello. En mi pecho se entretuvo jugando con mis tetillas y luego continuó hasta mi pubis. Tomó mi pene y se lo llevó hasta la boca. Depositó un suave beso en mi glande, y luego lo barrió con su lengua, arrastrando restos de pre-semen. Me retorcí sintiendo la humedad de su lengua jugando con mi verga, y Fernando me hizo notar su entusiasmo con una traviesa sonrisa.

Cuando hacía contacto visual mientras me hacía la mamada, noté en sus ojos una chispa curiosa. Se le había ocurrido una idea. Rápidamente se levantó y se subió sobre mí, quedando mi pene en su boca y el suyo en la mía. Nunca habíamos hecho un 69, y me agradó la idea. Cuando iba a atacar su miembro, recordé su herida, y me detuve al instante. Le iba a preguntar sobre qué era lo que tenía que hacer, pero antes de formular la pregunta, Fernando se movió y dejó su culo sobre mi cara.

-¿Quieres que…? –pregunté con timidez. Para mí era algo totalmente novedoso. Y con Alexander era tremendamente impensado. Jamás dejó que me acercara a su trasero.

-Sí, ¿por qué no? Hay que variar un poco –respondió animadamente.

El entusiasmo llenó mi cuerpo, aunque me sentía nervioso debido a que nunca lo había hecho. Pero me tranquilizaba que Fernando, al igual que yo, se estaba arriesgando a hacer algo nuevo. No me detuve mucho tiempo, pues las nalgas de Fernando eran tan suculentas que no quise desperdiciar los segundos. Tomé aire y comencé a hacer exactamente lo que me a mí me gustaba que me hicieran.

Enterré mi cabeza entre sus duras nalgas, y comencé a morder, lamer y chupar cada zona, desde sus testículos hasta su coxis. Varias veces Fernando tuvo que detenerse para gemir, debido a que tenía que procesar las nuevas sensaciones que experimentaba. Tenía un ano tan pequeño y estrecho, de un simpático color rosa pálido, completamente lampiño. Custodiado por unas redondas y respingadas nalgas blancas, tan duras como una roca.

-¡Oh! ¡Dios! –exclamó cuando comía su agujero.

-Shh… baja la voz –le pedí.

Sonreí por lo bajo. Intentaba meter mi lengua pero su ano nunca cedía, estaba totalmente hermético y sellado. Por su parte, estaba literal devorando mi verga, metiéndosela hasta el fondo de la garganta. Podía escuchar cuando salía a tomar aire o tosía. La comida de culo lo había encendido tanto que estaba arriesgando su vida mientras me hacía la mamada.

Detuvo lo que hacía cuando mi dedo trazó círculos sobre su ano. Me detuve también, y esperé.

-Continúa, no te detengas –dijo Fernando.

-¿Seguro? –pregunté.

-Sí. Si voy a hacer esto, que sea contigo –contestó-. Sólo ten piedad.

-No prometo nada –reí.

Iba a replicar pero comencé a hacer presión sobre su anillo anal y se quedó en silencio. Era místico cómo su agujero se resistía a un dedo, pero poco a poco iba a dejándolo entrar. Su ano palpitó nervioso, apretando mi falange, mientras Fernando lanzaba un pequeño gemido.

-¿Duele? –pregunté.

-No… Arde un poco –dijo.

-Relájate –le aconsejé-. Respira profundo y relaja tu culo.

Cuando inspiró, introduje mi dedo hasta el nudillo. Fernando dio un respingo pero no hizo nada más. Fue maravilloso sentir por primera vez el interior de alguien más. El calor y la humedad envolvían mi dedo, pudiendo imaginar vívidamente cómo las paredes de su recto recibían al invasor. Comprendí por qué Alexander y Fernando amaban jugar con mi culo, era un lugar bastante acogedor. Sentí ansiedad por meter mi pene y comprobar lo hermoso que debería sentirse correrse allí dentro.

-Mmm –gimió cuando al retirar mi dedo presioné su próstata. Repetí el movimiento-. Wow… Es una sensación muy extraña.

-¿Te gusta?

-Sí… siento que me correré, o que me orinaré. Quizás ambas –sonreí. Era una sensación bastante curiosa al principio.

Su pene (en estado morcillón) babeaba sobre mi mentón, por lo que recogí un poco para lubricar su culo. Fernando volvió a su trabajo, y comencé a dedicarme a preparar su ano para el intruso. Cuando introduje el segundo dedo Fernando comunicó malestar, pero poco a poco se fue acostumbrando. A medida que jugaba dentro de él, más aumentaban mis ganas de follarlo.

Conseguí introducir parte de mi lengua previo a comenzar con un tercer dedo, y celebré que ya faltaba menos para cumplir el objetivo. Para ese momento, su ano y la piel que lo rodeaba, lentamente iba tomando un tinte colorado, lo que me provocaba un gran morbo. Cuando saqué mis dedos, separé sus nalgas y vi un leve boqueo en su agujero, entendí que era el momento para dar el siguiente paso.

-¿Preparado? –le pregunté con voz temblorosa.

-Creo que sí –respondió.

Mi pene estaba cubierto de saliva y pre-semen, casi a punto de estallar. Respiré profundamente intentando relajarme, mientras Fernando se levantaba y adoptaba la posición en la que yo inicialmente había estado. Como si fuera un experto, se ubicó en cuatro, empinó su alucinante culo y apoyo su pecho sobre la cama. Me sentí muy afortunado de tener a ese espécimen en esa pose ante mí.

Temblé cuando me arrodillé detrás de él, con la mirada en su culo y mi mano en mi verga. Sentía que me correría apenas entrara, también temía hacerle daño, o que mi desempeño no le gustara. Giró su cabeza para verme debido a que no había hecho ningún movimiento todavía.

-¿Qué sucede? –preguntó agitado. Su culo palpitó.

-No lo sé, estoy un poco nervioso –dije.

-Respira, calma. Todo estará bien.

-¿Y si no te gusta?

-Me gustará –respondió.

-Pero…

-Me gustará –repitió con firmeza-. Porque eres tú. Sé muy bien lo que sientes. Recuerda que yo hace un tiempo estaba en tu misma situación.

Asentí. Tenía razón. Todo iba a estar bien, porque lo estaba haciendo con la persona correcta y en quien confiaba ciegamente. Respiré profundamente y me relajé. Fernando me sonrió y volvió a su posición. Acaricié sus perladas nalgas y con mi pulgar izquierdo tracé un círculo en su orificio. Estaba baboso, caliente y palpitante. Preparado para albergar mi miembro.

Vibramos cuando mi glande chocó contra su ano. Presioné y de inmediato sentí resistencia.

-Ay… -se quejó Fernando.

-Perdón –dije de inmediato.

-No te preocupes –sonrió divertido-. Vaya, eso dolió bastante.

-Sí, lo sé –había sentido ese dolor varias veces antes.

-Sólo empuja lentamente, para que mi hoyito se abra poco a poco.

Dejé caer un poco de saliva y volví a presionar. La resistencia me recibió, no empujé pero tampoco retrocedí. De esa forma fui sintiendo que su agujero se abría con lentitud y mi glande iba avanzando. La sensación hizo cosquillas en la punta de mi pene, las cuales viajaron por el tronco, pasaron por mis testículos y luego subieron por mi espalda. Sentí dificultades para avanzar, y saqué mi pene. Quedé maravillado cuando vi su agujero boquear y contraerse con nerviosismo.

-¡Dios! –exclamó-. Sentí que el aire entraba.

-Creo que te vi hasta el corazón –bromeé.

Descendí para ver de cerca ese precioso botón de placer. Lucía cerrado nuevamente, pero definitivamente no se veía como cuando recién habíamos comenzado. Y lo noté apenas hice presión con mi lengua y esta pudo vencer la resistencia y entrar.

-¡Ah! –gimió. Sus piernas temblaron y su cuerpo se removió.

Fue muy morboso sentir que lo probaba desde adentro. Cuando lo dejé bien húmedo, volví a mi posición y comencé a penetrarlo. Esta vez mi glande entró con mayor facilidad. Continué empujando, sintiendo sus contracciones dolorosas y oyendo sus suspiros. Por momentos lo retiraba unos milímetros para luego continuar. Sentir el calor avanzando por la longitud de mi pene provocó que mi orgasmo se avecinara.

Rápidamente me salí y comencé a respirar agitadamente. Una vez que conseguí retrasar la corrida, volví a arremeter. Hubiese gritado de gusto cuando por fin se la dejé toda adentro y nuestros cuerpos chocaron. Literal la tenía toda adentro. Desde mi posición sólo podía ver los pelos de mi pubis.

Lo tomé de sus caderas y comencé a embestirlo con torpeza. Chillaba cuando lo sacaba por completo y volvía a meterlo, por lo que evité hacerlo. La penetración se sentía mejor de lo que pensé, y era totalmente distinto a la sensación de ser penetrado. Ambas eran deliciosas, aunque sentía predilección por una.

Fernando se enderezó y se afirmó en sus brazos, y yo aproveché para apoyarme sobre él y abrazarlo. Besé el espacio entre su cuello y sus hombros, mientras sentía cómo mi pene se frotaba en sus paredes. La presión era magnifica, y con cada embestía sentía que me ordeñaba el alma.

-Oh, Dios, Oh… -se quejó Fernando.

-¿Qué…? –la pregunta quedó en el aire, pues comencé a sentir potentes contracciones alrededor de mi pene, sumado a sus suspiros intensos que denotaban un orgasmo.

-¡Sin tocarte! –celebré.

Debió haber estado muy caliente y acumulado para conseguir hacerlo. O quizás era un puto suertudo. Aumenté las embestidas para intensificar su orgasmo y tuvo que enterrar su cara sobre la almohada. Por mi parte, su ano ahorcándome la verga fue suficiente para superar mi control y hacerme llegar al orgasmo.

Enterré mi cara en su cuello para no gritar, mientras sentía cómo mi pene se derramaba en su interior. Mis testículos se recogieron por la intensidad del orgasmo, y casi sentí un calambre en las piernas. Di unas cuantas embestidas más, y tuve que salir de su culo porque sentía que me orinaría. Fue glorioso contemplar su agujero abierto, rojo, viscoso y palpitante. Con un halo colorado que se extendía por todo el surco entre sus nalgas.

-Me dejaste lleno y abierto –dijo Fernando de manera sensual, mientras caía rendido-. Fue maravilloso.

Su pene seguía morcillón con restos de semen en su prepucio.

-Creo que necesito limpiarme –dijo cuando me mostró que de su agujero salía semen como si fuera una cascada.

-Y yo necesito orinar.

Con una caminada torpe consiguió levantarse y fuimos al baño a asearnos. Apenas entré tuve que liberar mi vejiga, la cual ya estaba que explotaba. Esperaba que para ese momento mis padres ya estuviesen durmiendo.

-Mi culo me arde –dijo Fernando, quién estaba sentado en el baño, pasando papel higiénico por su trasero.

-Delicioso ¿no?

-No lo sé. No me disgusta por lo menos –sonrió. Noté que un trozo de papel tenía una mancha sanguinolenta.

-Yo soy fan de la sensación que queda posterior a una follada –confesé.

-Siempre he sabido que eres un poco masoquista –se levantó para asear su pene con mucho cuidado-. Aunque quizás puedo comprenderlo. No me molestará aprender un poco siendo pasivo, ahora que mi pene está convaleciente.

-Feliz te enseño lo que sé –le guiñé un ojo.

-Me encanta –me besó-. Bueno, hay que dormir. Mañana debes estar descansado para ir al gimnasio.

Apenas salimos del baño, nos fuimos a la cama, y de inmediato quedamos dormidos. Ya llevaba unas semanas yendo con él al gimnasio, (4 días por semana), donde estaba aprendiendo algo de boxeo. Jean, un amigo de él nos hacía clases después de que salíamos del colegio. Era un chico fuerte y atractivo, y un excelente entrenador. Yo lo pasaba muy bien yendo al gimnasio, además de que era una excelente excusa para pasar más tiempo juntos con Fernando.

Y era por eso que ese fin de semana teníamos planeado contarle a sus padres lo nuestro (pues ya era casi evidente por todo el tiempo que pasábamos juntos, además de que iba casi a diario a su casa, sumado a las clases particulares), y posteriormente celebrar con una deliciosa sesión de sexo.

Fernando le había pedido a Olga que preparara algo delicioso, y cuando su padre llegó, el majestuoso aroma ya decoraba el ambiente.

Nos sentamos a la mesa en los mismos lugares de siempre (la mamá de Fernando en el costado izquierdo. El padre de Fernando en el centro. Y Fernando y yo en el costado derecho), y sentí el nerviosismo en mi vientre.

-¿Qué estamos celebrando? –preguntó don Fernando.

-Bueno, queríamos decirles algo –dijo Fernando, mientras nos dábamos una mirada cómplice. La mamá de Fernando intuyó lo que vendría y sonrió encantada-. Diego y yo, somos novios. Cumplimos exactamente un mes de…

La frase fue interrumpida por una salvaje cachetada proveniente de su padre. El golpe retumbó en las paredes, cortando mi respiración. La furia en el rostro de don Fernando me provocó un horrible malestar estomacal.

-¿Esto es broma? –preguntó. Fernando se intentó recomponer.

-Papá… -su mejilla izquierda tenía una gran marca roja.

-¡Fernando! –gritó la señora.

-¡Mi hijo no es un maricón! –le dijo a su esposa-. ¿Un mes? –preguntó con asco-. ¡Cielo santo! Llevan semanas durmiendo juntos aquí en mi propia casa. ¡Que repúgnate! Yo te pagaba por darle clases particulares, y en vez de eso… ¿follaban como conejos? ¿Qué le hiciste a mi hijo?

-Papá, no me hizo nada, yo lo quiero –gimoteó Fernando. La mano de su padre se volvió a levantar con furia, pero su madre lo detuvo.

-¡No lo hagas! –dijo. Luego me miró y vio que estaba congelado viendo todo-. Diego, es mejor que te vayas.

-¡Sí! ¡Y no vuelvas! Asqueroso indecente –agregó don Fernando repulsivamente-. Si te acercas a mi casa o a mi hijo…

No escuché lo que seguía, porque cerré la puerta y me fui corriendo de allí.

(Gracias a todos los que han comentado y los que me han mensajeado. Esperaré sus reacciones y opiniones de este nuevo capítulo)