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Malas decisiones (Parte 6)

en Gays

Quedé sentado en el suelo intentando enfocar la mirada, mientras Alexander y Fernando se acercaban con premura para levantarme. Me sentía muy confundido y obnubilado. Alexander miraba a Fernando de una forma inquietante, mientras Fernando sólo me miraba a mí con preocupación.

-¿Pasa algo? –preguntó mi madre apareciendo desde el living-. ¡Oh! ¡Fernando! ¿Qué haces aquí? Que bueno verte de nuevo… ¿Diego? ¿Qué te pasó?

-Nada, mamá. Sólo me caí –respondí mientras me incorporaba.

-Para mí también es un gusto volver a verla –dijo Fernando mientras la saludaba con un abrazo.

En un abrir y cerrar de ojos apareció Martina, Gonzalo, mi padre y otras personas a saludar con asombro a Fernando. Aproveché ese momento para ir al baño y mojarme el rostro. Necesitaba entender la realidad. Cuando llegué al baño y estaba por cerrar la puerta, Alexander lo impidió y se metió dentro.

-Necesito que me expliques esto –demandó intentando contener la ira. Aunque tenía su cuerpo muy cerca de mí, intimidándome.

-No sé qué decir, Alexander. Estoy tan sorprendido como tú –le contesté sentándome sobre el inodoro, sujetándome la cabeza para pensar.

-¿Me estás diciendo que no lo sabías? –preguntó elevando el tono de voz, intentando reprimir la rabia.

-No, Alexander. ¿Cómo iba a saberlo?

-Pues no sé… No va a ser la primera vez que hables con él a escondidas –soltó. Lo sentí como un golpe en el estómago. Mis ojos se humedecieron.

-Alexander… No he sabido de él desde hace semanas –me miró de forma asesina, pero al ver mi rostro herido su ceño se suavizó.

-Perdón… Perdón, perdón… -comenzó a decir mientras se golpeaba la frente con la palma de la mano-. Soy un imbécil. No debí decir eso. Lo dije sin pensar.

-Te juro que no lo sabía –le dije intentando tragarme las ganas de llorar.

-Lo sé, bebé. Te creo –me abrazó-. Sólo fue que… me dejé llevar por la ira.

-No entiendo nada, Alexander –sentí mi cabeza explotar.

-Ni yo –coincidió. Ahora su rostro reflejaba una luz de miedo. Creo que podía entender que se sintiera amenazado. Estaba dispuesto a que con Fernando tuviéramos una amistad, pero eso era cuando él estaba a kilómetros de mí. Pero ahora estaba acá, en el mismo lugar que nosotros.

Mi celular comenzó a sonar. Era Martina.

-Diego, ven acá. Te estamos esperando –dijo en voz baja-. Deja a Fernando para después. Terminemos el día como se debe.

-Está bien –ella tenía razón. No era el momento para hacer dramas. Ya mañana lo hablaríamos con tranquilidad. Aunque no podía evitar una gota de enojo subiendo por mi garganta. Estaba enfadado por la llegada tan repentina de Fernando, desestabilizando mi tranquilidad de esa forma tan sorpresiva.

Salí del baño y me dirigí hasta el living.

-¿Todo bien? –preguntó Fernando.

-Mañana hablaremos –le dije-. Pero necesito que hoy me des un poco de espacio.

-Sí. Lo que tú digas, no te preocupes –asintió de forma comprensiva. Sentí una cosquilla agradable en el pecho al ver que se lo tomaba de buena manera.

Alexander continuaba viéndolo de esa manera extraña. Era evidente que se sentía amenazado. Pero agradecí que se controlara y no le dijera nada. El resto del cumpleaños pasó sin incidentes. Fernando estaba enfrascado conversando alegremente con mis padres y Martina, mientras yo estaba hablando con Alexander y mi primo, quién había llegado poco después que Fernando.

-Estás mucho más alto y más guapo –le decía mamá a Fernando.

-Y la voz también está más gruesa –señaló Martina.

-Cambiaste mucho en estos meses –dijo papá-. Se fue un niño y llegó un hombre.

En efecto. Se había desarrollado mucho. Su espalda y brazos estaban más anchos, su mandíbula y mejillas estaban más firmes y talladas. La nuez la tenía acentuada, y su voz era más grave. Sus ojos azules seguían teniendo esa luz infantil, y su sonrisa de labios rojos continuaba teniendo esa dulzura inocente.  Poco a poco iba apareciendo el atractivo hombre adulto que en un par de años terminaría de consolidarse.

-¿Diego? –llamó Alexander mi atención.

-Sí, perdón. Me distraje –me miró con el ceño fruncido.

-¿Qué hora es? –preguntó Tomás.

-La 1 de la mañana –respondió Alexander.

-¡Rayos! Creo que me tengo que ir –dijo apresurado.

-Puedes quedarte a dormir aquí, si quieres –le ofrecí.

-¿Sí? –preguntó mirando a Alexander.

-Sí, claro. Alex duerme conmigo y tú duermes en la otra habitación-.

-¡Genial!

Pronto la gente comenzó a irse, pues al otro día teníamos que asistir a clases. Gonzalo llevaría a Martina y también se había ofrecido a llevar a Fernando. Mientras Alexander estaba en el baño, Fernando se acercó para despedirse.

-Espero que lo hayas pasado bien –dijo. Quedé brevemente hipnotizado por su altura y por el tono diferente de su voz.

-Sí, a pesar de todo me divertí –le contesté.

-Mañana hablaremos ¿cierto?

-Sí –le respondí-. Hablemos en el río. Ahí estaremos tranquilos.

-Pero nos veremos en clases. Mañana empiezo –me informó.

-Oh… -sentí un poco de ansiedad ante esa información-. Da igual. Allí no podremos hablar bien. Así que será después de clases ¿ok? E intenta no hablarme mientras estemos en clases. Necesito pensar bien las cosas y no quiero decir palabras de las que me pueda arrepentir o que se puedan malinterpretar.

-Lo que tú quieras –dijo dulcemente. Creo que por alguna razón, y pese a todo esto, él estaba feliz.

-Vamos, Fernando –lo llamó Gonzalo.

-Ya voy –le respondió. Luego me miró-. Sólo déjame decirte que estoy feliz de volver a verte.

Me sonrió y me tocó la mejilla. Lo hizo de una manera tan suave y delicada que no pude evitar cerrar los ojos. Cuando se fue sentí una enorme ansiedad porque llegara la hora en dónde tuviéramos que hablar. Estaba desesperado por saber qué era lo que había sucedido las semanas previas en las que habíamos perdido el contacto. Pero no podía dejarme llevar por la ansiedad. Quería hacer las cosas bien. Y primero tenía que hablar con Alexander.

Después de prepararle la habitación a Tomás, cerré la puerta y caminé hasta a mi habitación donde se encontraba Alexander esperándome.  Se encontraba sentado en la punta de la cama, con las piernas ligeramente abiertas, y sus codos en sus rodillas mientras se afirmaba la cabeza de forma pensativa.

-¿Qué piensas al respecto? –pregunté cuando cerré la puerta.

-Admito que no me sienta bien –respondió con calma-. Cuando dije que podía con que ustedes tuvieran una amistad, lo dije pensando en que no se volverían a ver. Era mucho más simple porque no podía haber contacto físico entre ustedes. Pero ahora…

-Mañana hablaré con él a solas –me miró inquieto-. Necesito hacerlo, Alexander. Necesito dejarle claras algunas cosas y necesito saber lo que pretende.

-No quiero que estés sólo con él –dijo con sinceridad. Y valoré que fuera real con lo que sentía.

-Sé que no. Pero sabes que no sucederá nada ¿cierto? No puede pasar nada que yo no quiera.

-No sé lo que quieres tú –y la verdad es que yo tampoco estaba seguro de lo que quería.

-No quiero dañarte –le respondí finalmente-. Y no haré nada que pueda hacerlo.

-Está bien, Diego. Confío en ti –dijo mientras me tomaba las manos-. Como te dije antes, quiero hacer las cosas bien. Y sé que los celos y la desconfianza no ayudarán a eso.

Y lo besé. Mi cuerpo simplemente se manejó sin consultar a mi mente. Ver que se estaba comportando de forma civilizada ante una situación como esta, me hizo sentir una cálida sensación en mi pecho. Saber que de verdad se estaba esforzando por cambiar, y que estaba dejando de ser esa persona violenta e irracional me hizo sentir triunfante. Aunque a pesar de todo eso, seguía una voz en mi mente que me decía que no fuera iluso, y que no cantara victoria tan rápido.

El beso transformó a Alexander e hizo que toda su energía acumulada por sus emociones se desatara en lujuria y pación. Una excitante forma de canalizar su enojo. Me tomó en brazos y me lanzó sobre la cama. Sacó mi ropa con violencia y me dejó completamente desnudo y desvalido. Me observó con ojos hambrientos y con sonrisa feroz. Se quitó la ropa, quedando espectacularmente desnudo frente a mí. Sus testículos colgaban a una altura agradable; gordos y potentes. Y su pene se encontraba a un paso de estar completamente duro. Aunque se veía igual de gordo e imponente. Surcado de venas poderosas que lo nutrían.

Lo tomó de a base y lo meneó mientras se acercaba. Lo dejó frente a mi rostro, donde ya se encontraba duro y amenazador. Sentí su delicioso aroma varonil en mi nariz. Posó su mano en mi nuca y me atrajo hasta su miembro. Su fino glande acarició mis labios mientras mi corazón palpitaba acelerado.

Mirándolo fijamente a los ojos abrí mi boca. Su pene ingreso con suavidad, permitiéndome saborear su masculinidad. Sin perder contacto visual, su pene llegó hasta mi úvula.

-Vamos, bebé. Sé que puedes más –me animó.

Me acomodé mejor y preparé mi garganta. Respiré con profundidad y poco a poco continuó hundiéndose hasta que mis labios sellaron su base. Cerró sus ojos y gimió. Dejó su pene ahí unos segundos mientras acariciaba sus huevos con suavidad. Él gemía y movía su cadera disfrutando de lo que le hacía.

Sacó por fin su pene y pude respirar. Cuando recuperé el aire, comencé a darle una gloriosa mamada. El sabor de su pre-semen se mezcló con mi saliva y lo tragué con gula. Luego de un rato se alejó para admirar mi cuerpo desnudo. Estiró su mano para acariciar mi mejilla y lentamente acercó su cara. Sus dedos acariciaron mis labios hinchados por la mamada y depositó allí un tierno beso.

Bajó besando mi cuello, el espacio entre mis clavículas, mis tetillas, mi ombligo y la punta de mi pene. Lo rodeó con firmeza con sus dedos y retrajo mi prepucio. Una gran cantidad de pre-semen apareció y se deslizó por el tronco. Me miró a los ojos y se saboreó los labios. Luego dejó salir a su lengua, la cual barrió con todo a su camino desde la base hasta la punta.

Comenzó a chupar mi pene pausadamente, haciendo la succión perfecta en mi glande. Gemí. Mientras hacía su trabajo oral, tomó mis muslos y los levantó. Luego empujó un poco más para levantar mi cadera y dejar mi ano más expuesto. Sus labios besaron mi centro y mordí mis labios por el placer.

-Estaría toda la noche comiéndote el culo ¿sabes? –me confesó.

Escuché que escupió y luego sentí sus dedos trazar círculos alrededor de mi ano. Gemí de gusto al sentir las cosquillas que producían el roce de sus dedos.

-Amo lo tierno que se ve. Siempre tan pequeño y tan rosa. Invita a poseerlo… a hacerlo mío –insertó la punta de su dedo. Mi ano se cerró alrededor de él, pero lentamente continuó deslizándose hasta que estuvo completamente dentro.

Lo giró un par de veces y frotó con la yema la zona de mi próstata. Luego lo sacó y volvió a atacar con su lengua. Mi respiración estaba agitada, y tenía mis ojos cerrados disfrutando de las deliciosas sensaciones. Mi pene no paraba de chorrear pre-semen. Arremetió con dos dedos y, con ellos dentro de mí, bajó mis piernas.

Capturó mi pene con su boca y comenzó una fantabulosa mamada intergalácticamente deliciosa, mientras sus dedos me acariciaban desde dentro. Ambas sensaciones por separadas eran maravillosas, pero juntas eran dinamita. Comencé a gemir de gusto, lo cual a él sólo lo inspiraba a seguir. Sentir sus dedos clavándose en ese punto de placer, mientras mi glande era aprisionado por su paladar me hacían querer gritar de gusto.

Él también gemía haciéndolo. Verme gozar de placer ante sus atenciones lo ponía muy cachondo. Pronto sentí otro dedo queriendo entrar, y en un abrir y cerrar de ojos ya eran tres los dedos que jugaban dentro de mi culo. Cada vez que los giraba tenía que cubrirme la boca para no gritar de placer/dolor. Cuando ya sentía que estaba por correrme, Alexander comenzó a hacer vibrar sus dedos de forma rápida e intensa.

El aire escapó de mis pulmones en un gemido sordo y comencé a correrme en su boca. Inmediatamente después de que terminara de hacerlo, subió para darme un jugoso beso en el que pude sentir el sabor de mi propia leche. Tenía la adrenalina a tope, lo que me hacía disfrutar su beso y sus caricias intensamente, queriendo más de él.

Se levantó dejándome todavía con ganas de seguir besándolo. Su pene estaba duro y baboso, y sentí que quería tenerlo dentro. Alexander lo tomó con su mano y se mordió el labio mientras me lo ofrecía. A modo respuesta, me giré quedando boca abajo. Él se volvió acercar y separó mis nalgas. Lamió nuevamente mi agujero y rápidamente inserto tres dedos, aprovechando la dilatación que anteriormente había conseguido. Gemí cuando comenzó a moverlos, sintiendo un pequeño pero excitante dolor.

Mientras lo hacía su boca mordía suavemente mis nalgas. Además acariciaba mi espalda y mi cintura, provocando que mi culo se le ofreciera completamente. Luego sacó sus dedos dejando mi agujero deseoso y hambriento. Pero no fue por mucho tiempo, pues se montó sobre la cama y se posicionó dejando sus rodillas a cada lado de mis muslos.

-Abre –me ordenó. Y sentí que me correría cuando usó ese tono de voz dominante y lujurioso.

Lo hice. Sentí que dejó caer un poco de su saliva sobre mi coxis, y luego con su glande la desparramó sobre mi entrada. Su glande ardía… quería tenerlo dentro ya. Jugó con él alrededor de mi ano, provocando que mi respiración se acelerara y deseara que me penetrara de inmediato. Hizo presión y elevé mi culo para apurar la penetración, pero él se retiró lanzando una sonrisa.

-¿La quieres dentro? –preguntó con las voz cargada de sensualidad.

-Sí –respondí. Metió su glande y luego lo sacó-. ¡Ah!

-¿Más adentro? –preguntó nuevamente.

-¡Sí! –supliqué. Lo introdujo unos 4 centímetros y después la sacó rápidamente-. ¡Mmm...!

-¿Más? –mi culo palpitaba hambriento.

-Toda –le pedí. Y así fue. Su pene comenzó a entrar y no se detuvo hasta que su pelvis aplastó mis nalgas.

Gemí de gusto. Metió y saco lentamente su verga, haciéndome disfrutar de cada centímetro de roce que me entregaba. Mi culo se aferraba alrededor de su grosor permitiéndome distinguir sus relieves. Lo amé. Amaba sentirme relleno. Y amaba volver a disfrutarlo sin culpas. Gemí de placer con la cara enterrada en la almohada para evitar que fueran audibles fuera de la habitación.

Pensé que iría subiendo de intensidad como siempre lo hacía, pero me sorprendió cuando se recostó sobre mí y me envolvió con sus brazos, mientras me penetraba lentamente. Sentir su pecho sobre mi espalda, su mejilla junto a la mía y sus brazos alrededor mío me provocó una agradable sensación en todo mi cuerpo. Fue tierno y romántico. Con eso él me decía que yo era completamente suyo. Estaba marcando su territorio y me estaba pidiendo que no me alejara de él. Además, me daba a entender que no todo podía ser rudeza y brutalidad en él, sino que también había ternura.

Fue bastante agradable mantener esas embestidas profundas pero lentas. Me hacía disfrutar al 100% de la penetración, y del calor que su cuerpo me transmitía por la espalda. Allí me sentía querido y protegido. Giré mi cabeza y mis labios hicieron contacto con su mejilla. Él también se giró y buscó mi boca para intentar besarme. Cuando lo consiguió, sus embestidas comenzaron a acelerarse.

A los segundos nuestras pieles comenzaron a aplaudir. Sentí una pulsación sobre mi próstata a medida que aceleraba y supe que si seguía en ese ritmo haría que me corriera. Sus besos se intensificaban y la penetración se volvía más y más placentera. Comencé a gemir en su boca y sentí que mi corrida era inminente.

Mi culo comenzó a contraerse marcando el inicio de un nuevo orgasmo. Casi al mismo tiempo él gruñó y supe que mis contracciones lo harían correrse dentro de mí. Ambos gemimos en la boca del otro, dejando que nuestros cuerpos experimentaran el placer. Nuestras respiraciones eran entrecortadas, y al cabo de unos segundos quedamos completamente rendidos.

Su abrazo se intensificó y se acurrucó sobre mí, envolviéndome también con sus piernas y evitando que su pene saliera de su escondite. Me sentí absorbido por su cuerpo y su calor. Todas sus células me reclamaron como suyas, y yo me sentí de él. Vi sus ojos cerrados mientras me envolvía con sus músculos, disfrutando de la paz que le producía el calor que nuestras pieles emitían.

No quería que la conexión se rompiera, y estaba seguro de que él tampoco lo quería. Pero un ruido en la puerta nos volvió a la tierra. Nos giramos para ver pero no había nada. Estaba cerrada.

-Quizás crujió –dijo Alexander.

-Probablemente –coincidí.

Se levantó y gemí cuando su pene salió de mí. No estaba completamente duro, pero si levemente morcillón, cubierto de nuestros jugos. Sentí mi agujero arder y boquear. Alexander abrió la puerta de mi habitación muy despacio y cruzó para el baño. Al cabo de unos segundos volvió aseado, y yo lo imité. Crucé por el pasillo silenciosamente para no despertar a nadie. Una vez dentro, limpié mi corrida y la de Alexander, y mojé un poco mi agujero porque se sentía muy caliente.

Al salir por el pasillo me detuve al ver que la puerta de la habitación donde estaba Tomás, se encontraba ligeramente abierta. Recordé que cuando lo fui a dejar, yo mismo la había cerrado. Sacudí la cabeza y caminé hasta mi habitación. Seguramente en algún momento se había levantado al baño o a la cocina… No quería darle más vueltas al asunto.

Cuando entré a mi habitación, cerré la puerta con pestillo. Alexander estaba ahí, desnudo sobre la cama, con sus brazos detrás de su nuca y la rodilla izquierda levantada. Un adonis desde el ángulo en que se le viera. Cuando se giró hacia mí, estiró su brazo derecho y me llamó. Caminé hacia él y me acurruqué en su pecho. Nos tapó con una frazada y luego me abrazó. Me dormí a los segundos después.

La alarma nos despertó en la mañana, y quise morirme. Apenas habíamos dormido unas cuantas horas y ya teníamos que levantarnos para irnos a clases. Tuve que luchar para soltarme de su bíceps, pues no me quería dejar ir.

-Alexander… -le hablé-. Es hora, Alexander.

No recibí respuesta.

-Arriba, campeón –le dije mientras le palmeaba la mejilla. Gruñó, mas no se despertó. Decidí usar el arma secreta. Bajé, divisé su pene en estado de reposo, lo capturé con mi boca y succioné. De inmediato gimió y abrió sus ojos con sorpresa-. ¡Al fin!

-Vaya… Ojalá me despertaras así todos los días –sonrió mientras se estiraba. Su pene se endureció y creció frente a mis ojos. Lamí desde su base hasta su glande. Y luego me levanté-. ¡Eh! ¿Dónde vas?

-Llegaremos tarde –sonreí.

Me vestí con velocidad mientras Alexander luchaba por guardar su erección dentro de su ropa. Salí de la habitación y me llevé un susto cuando vi a Tomás frente a la puerta con la mano en alto, listo para golpear.

-¡Que susto! –le dije.

-Perdón –dijo. Iba a decir algo más pero se calló de pronto cuando sus ojos se encontraron con la figura semidesnuda de Alexander-. Oh, vaya.

-¿Ibas a decir algo? –pregunté mientras cerraba la puerta.

-Sí –respondió-. De hecho, quería hablar con Alexander.

-¿Sobre qué?

-¿Te irá a dejar al colegio?

-Creo que sí-.

-¿Y luego se irá al instituto?

-Sí, tiene clases a las 8:30 –le respondí.

-¿Podrá pasar a dejarme a la Universidad?

-Supongo que sí –contesté-. Después le preguntas, vamos a desayunar.

Al rato estábamos tomando desayuno en la cocina. Tomás le preguntó a Alexander si podía llevarlo a la universidad y éste aceptó. Minutos después, íbamos en camino. Al bajar del auto, me despedí de ellos e ingresé a la escuela. Apenas entré, vi a Fernando y recordé que después de clases tendría una conversación con él.

Por suerte Martina llegó poco después que yo. El hecho de que estuviera ella conmigo, me hacía sentir menos expuesto ante Fernando. Como si Martina fuese una especie de muralla entre él y yo. Y, para mi beneficio, su llegada fue recibida con mucha curiosidad, y muchos de nuestros compañeros se acercaron a hablarle. Lo que ayudó a mantenerlo ocupado y alejado de mí.

-¿Está más alto? -.

-Está más fuerte -.

-Y está más guapo -.

Escuché que opinaban Josefa, Trinidad y Matilde, respectivamente, acerca de la apariencia de Fernando, mientras tomaban sus lugares en el salón. Fernando fue el último en entrar debido a que la profesora se detuvo para hablar algunas cosas con él. Gracias a eso, se tuvo que sentar en el único pupitre que quedaba desocupado, el cual estaba dos filas más atrás de la que me encontraba.

Si bien logré evitarlo durante las clases, no lo pude hacer en los descansos, ya que sería un sacrilegio no volver a reunir el trío que solíamos ser. Me sentí un poco cohibido cuando nos sentamos en el lugar de siempre, pero me relajé cuando descubrí que Fernando actuó con normalidad sin intentar tocar el tema que más tarde trataríamos.

Y sin darnos cuenta estábamos allí, hablando y riéndonos, justo como lo hacíamos antes. Como si nada diferente hubiese pasado, cuando en realidad había pasado todo.

-¿Y qué sucedió con Matías? –preguntó Fernando-. Siempre solía acosarte.

-Pues después de que comencé a salir con Gonzalo tomó distancia –contestó Martina-. Creo que Gonzalo habló con él. No sé de qué, ni cuando fue, pero me aseguró que Matías me dejaría en paz.

-Suena un poco turbio –dijo Fer.

-No he querido pensar al respecto –confesó Martina con misticismo. Los tres reímos.

Por un momento sentí ganas de llorar, al verlos junto a mí. Me invadió una emoción intensa, ya que volví a tener lo que pensé que ya no tendría. Y no quería volver a perderlo. Pero temía que eso pudiera cambiar debido al triángulo amoroso que se estaba formando por mi indecisión.

Las clases terminaron, y eso significó que había llegado el momento que tanta tensión me producía. Apenas salí del colegio me llegó un mensaje de Alexander. Me envió un emoji de un corazón, solamente eso. Fue un acto de presencia sutil.

Quise adelantarme a llegar al río primero que Fernando. Necesitaba estar solo unos minutos y aclarar mi mente. Mis objetivos tenían que ser claros… Pero ¿Cuáles eran? No estaba seguro. Mis pensamientos eran muy cambiantes y cada minuto surgían cosas diferentes. Pero al cabo de un rato llegué a la conclusión que creí definitiva, y que estaba seguro era la misma que Fernando buscaba: Teníamos que quedar como amigos. Buenos amigos.

Ahora que lo decía sonaba bastante lógico. Y me sentí estúpido por darle tantas vueltas. Pero las emociones influyen demasiado en las decisiones. Y hasta que no te encuentras en esa situación no puedes entender lo que se siente. Desde afuera todo se ve simple, pero cuando tienes un torbellino de emociones y recuerdos desordenando tu mente y tu corazón, es completamente distinto.

-¿Por qué no me esperaste? –dijo Fernando cuando llegó. Me encontraba sentado en una roca, mirando la corriente del río.

-Quería pensar –le respondí-. En la escuela no podía concentrarme.

-Fue una buena mañana –sonrió mientras se sentaba junto a mí-. No sabes cuantas veces soñé con volver a estar así con ustedes. Poder hacerlo ahora, después de que creí que no los volvería a ver es alucinante.

-Para mí igual fue genial –coincidí-. Extrañaba eso… Te extrañaba.

-Y yo también, Diego –me dijo casi con voz susurrante-. Te extrañé tanto que dolía.

Una lágrima cayó por mi mejilla cuando lo escuché.

-Era doloroso pensarte y no tenerte –siguió-. Era una tortura creer que no te volvería a ver o escuchar. Cada vez que tu rostro aparecía en mi mente sentía que alguien metía su mano en mi pecho y estrangulaba mi corazón… Pero ahora estoy aquí.

-¿Cómo pasó esto? –pregunté intentando calmar mis ganas de llorar.

-Las cosas entre mis padres no estaban bien. Mamá desconocía al hombre en que papá se había convertido –me contó-. ¿Recuerdas que te conté que a finales de Febrero papá tenía que viajar? Pues fue ahí cuando con mamá nos escapamos. Ella ya lo había planeado mucho antes.

-¿Y tú sabías?

-Sí.

-¿Y por qué no me lo dijiste?

-Porque no quería abrumarte. Sabía que estabas confundido por lo de Alexander –me dijo-. Por eso te dejé de hablar. Quise darte espacio para pensar y ordenaras tus emociones. Mientras tanto, yo podía con más tranquilidad preocuparme de la mudanza.

-No era necesario que desaparecieras-.

-Sí lo era, Diego –dijo con firmeza-. Porque yo no vengo aquí para mantener la amistad. Yo vengo aquí para recuperarte.

El aire salió de mis pulmones. Me había equivocado inocentemente en que Fernando se conformaría con mi amistad.

-Tú mismo lo dijiste, Diego. A la distancia era muy difícil –me parafraseó-. Pero ya no hay distancia. Sé que sientes lo mismo por mí. Lo veo en tus ojos. Y Alexander también lo sabe. No puedes negarlo.

-Pero…-.

-Y sé que también lo quieres a él. Lo comprendo –sentía que en cualquier momento me daría una crisis de pánico-. Estas confundido, y eres demasiado bueno como para decidir uno por sobre el otro. Y por eso vengo a marcar la diferencia, para agotar todas las posibilidades y cargar la balanza a mi favor.

-Siento que no valgo tanto la pena como para causar este revuelo –dije sintiendo que mi mente explotaba-. Vine aquí con otra intención, Fernando.

-Di que no me quieres, y yo me voy –dijo de golpe, mirándome firmemente a los ojos. Mi boca no se movió. Sonrió satisfecho-. Me quieres, Diego. No lo puedes negar. Y mientras eso no cambie, yo no dejaré de intentarlo.

-Y yo tampoco –dijo la voz de Alexander apareciendo de la nada. Quedé impactado al verlo ahí.

-¿Qué estás haciendo acá? –pregunté confundido.

-Yo le dije que viniera –respondió Fernando.

-¿Por qué?

-Por ti –dijo mirándome-. Y por él. No quiero malos entendidos. Quiero hacer las cosas bien. No puede quedar ajeno a algo que también le compete.

-Esto es una locura –me revolví incómodo. Y me sorprendía el hecho de que ninguno parecía estarlo pasando igual de mal que yo.

-Tiene razón, Diego. Me siento mucho más tranquilo estando presente –dijo Alexander-. Y al igual que Fernando, yo tampoco dejaré de intentarlo. Eres mío, lo sabes.

-No soy un objeto –dije sintiéndome ahogado-. No sé qué hacer, chicos. Esto no tendría que haber sido así.

-Definitivamente no –asintió Alexander.

-Pero hasta que no elijas a uno, no voy a descansar –continuó Fernando.

-Necesito estar solo –me levanté y comencé a alejarme. Ambos me miraron perplejos y comenzaron a seguirme-. Por favor, necesito espacio.

No lo podía creer. ¿En qué momento mi vida se transformó en esto? Sentía impotencia y mucho estrés, sumado a que no había dormido bien la noche anterior. Estaba cansado de vivir tanto drama. ¿Ahora tendría que elegir mientras ambos intentaban venderse como la mejor opción? ¿Cómo iba a hacer eso? No podía hacerlo. Creí haber estado decidido por Alexander pero ese momento me había desestabilizado la mente y me había dejado confundido.

Llegué a mi casa de mal carácter, y en mi mente sólo estaba llegar a mi cama, dormir y no despertar jamás. Entré a mi cuarto y comencé a ordenar mi cama para acostarme, debido a que en la mañana había dejado todo tirado. Y cuando recién había terminado de preparar todo para por fin tirarme sobre ella a dormir, alguien llamó a la puerta. Me dirigí a la entrada sintiendo ganas de cometer homicidio. Mis emociones estaban tan revoloteadas que no sabía si sentir pena, ira o ganas de matar a alguien o suicidarme.

-Diego, calma –dijo Alexander cuando le abrí la puerta y me vio ofuscado.

-No puedo estar calmado –le espeté

-Quizás fuimos muy duros –dijo Fernando, quién entró detrás.

-No, no lo fueron –solté finalmente-. Soy yo quién complica todo. No puedo decidir. Sería más fácil si uno de ustedes no me quisiera, así no tendría que ser yo quien los tuviera que rechazar.

-Pero ambos te queremos –dijo Fernando.

-Y ambos entendemos que no quieres hacernos daño –completó Alexander-. Y estamos dispuestos a darte tiempo para que lo pienses, sin presionarte.

-No merezco esto ¿saben? Son don chicos geniales a su manera. Son diferentes, con formas de ser distintas, con características distintivas y tan atractivos que muchas personas quisieran estar con ustedes. Me siento muy poca cosa como para regodearme y elegir.

-Nosotros no queremos que muchas personas estén con nosotros –comenzó Alexander-. Queremos que tú lo estés.

-Y… -dudé. Ambos estaban de pie frente a mí, animándome a continuar lo que iba a decir-. ¿Y si yo los quiero a ambos? ¿Y si no puedo elegir? ¿Y si no quiero tener que elegir?

-Diego… -susurró Alexander.

-¿Qué intentas decir? –preguntó Fernando.

Mi cuerpo temblaba cuando me acerqué a ellos. Ambos más altos y más fuertes que yo.

-Intento decir esto… -y a modo respuesta puse mi mano en su paquete.

El rostro de Alexander se puso rojo de golpe, pero a continuación mi otra mano se dirigió a su bulto. Mis dedos pulgares trazaron círculos donde su paquete descansaba.

-Diego… ¿Qué…?

-Shh… -lo silencié, y aumenté la presión en su bulto. Alexander gimió-. Ya basta de peleas. Ya basta de elecciones tontas. ¿Para qué complicarnos la vida? ¿Para qué? Si juntos lo podemos pasar mejor.

-No estoy muy de acuerdo con esto –alegó Alexander.

-Ya, pero tú pene no dice lo mismo –poco a poco iba creciendo entre sus ropas.

Fernando estaba en silencio, con la boca semi abierta y sus mejillas coloradas. Mi tacto seguramente lo sentía caliente a través del pantalón. Entendí con su silencio que estaba disfrutando, por lo que mi primera acción fue con Alexander, quién aún tenía una batalla interna. Me alegraba eso, en parte, pues así él podía experimentar lo que yo sentí.

Solté el bulto de Fernando y me dirigí a soltar el botón del pantalón de Alexander. Su cara era una poesía; tan bella e indecisa, y visiblemente contrariada. Pero, a pesar de todo, lujuriosa y morbosa, y era precisamente eso lo que permitía que estuviese ahí de pie, esperando a que liberara su pene para llevarlo a mi boca.

Gimió. Y para mí fue escuchar la victoria. Succioné con fuerza y con ganas, disfrutando del sabor de su pene y el sabor de la victoria. Lo sentí relajarse y fue momento de cambiar de lugar. Con ansiedad sobrehumana comencé a liberar la bestia de Fernando. No podía creer que por fin podría verlo después de tanto tiempo.

Salió de su bóxer una masa de carne gorda y larga, más varonil y amenazante de la que yo recordaba. El desarrollo había hecho lo suyo y había transformado su pene en una máquina sexual, casi tan gorda como la de Alexander, con la diferencia que el grosor era desde su glande hasta la base. Gorda de principio a fin. Un pene que apenas entrando podía comenzar a torturarte.

Bajo la mirada atenta de Alexander abrí mi boca y capturé su glande. Succioné y de inmediato se derramó en mi boca su pre-semen. Fernando gimió de forma tan varonil que elevó mi calentura a niveles estratosféricos. Me asusté cuando la mano de Alexander se elevó, pues pensé que algo malo sucedería. Pero la llevó hasta mi nuca, y dejándome completamente sorprendido, me empujó para que tragara más profundamente el pene de Fernando.

En su rostro había una expresión de morbo que jamás había visto antes, y que al instante me hizo mojar con pre-semen mi calzoncillo.

-Vamos, bebé. Sé que puedes más –me susurró con sonrisa maquiavélica. Y no dejó de empujar hasta que mi nariz chocó contra el pubis de Fernando.

-¡Ah! –gimió éste último. Mientras se mordía el labio y miraba con expresión complaciente a Alexander. Ambos hicieron un lujurioso contacto visual, digno de película porno. Sentí que convulsionaría de placer.

Disfruté de la sensación que me producía el mástil de Fernando en mi boca. Recordé lo mucho que me gustaba succionar su turgente glande, mientras acariciaba sus huevos.

-Dios, si no te detienes me correré –dijo mientras se removía inquieto. Me detuve, no quería que se corriera aún.

De inmediato el pene de Alexander apartó el de Fernando y lo relevó. Sin parar de acariciar los turgentes testículos de Fer comencé a chupar el miembro de Alex. Fue hipnótico escuchar sus gemidos mientras los iba turnando. Y fue tremendamente morboso sentir el sabor de sus pre-semen en mis labios.

Al cabo de unos minutos me puse de pie, y los invité a mi habitación. La determinación pulsaba en mi mente, pero aun así mi cuerpo temblaba por el nerviosismo. Ambos me siguieron sin decir ninguna palabra, obedientes a mis indicaciones, hasta que llegamos a la cama. De pie frente a ellos los comencé a masturbar al mismo tiempo.

Alexander se inclinó para reclamar mi boca y besarme con energía. Cuando se separó miró a Fernando y se relamió los labios de una forma muy hot. Hizo un movimiento con las cejas para indicarle que ahora era su turno. Inmediatamente Fernando se inclinó y capturó mis labios. Sentí un calor en mi pecho conmovedor. Sus besos eran suaves y dulces, muy delicados y tiernos. Podía notar su ansiedad y hambre, adivinando lo mucho que quería hacer esto después de meses soñándolo. El beso estaba durando más de lo que debería, por lo que Alexander lo apartó.

-No es todo para ti, aparecido –y luego fue su boca la que atacó. Era abismal la diferencia entre los besos de ambos. Imposible elegir cuál era mejor.

Me separé de Alexander y los miré expectante.

-¿Qué pasa? –preguntó Fernando.

-Ahora ustedes –dije con sonrisa traviesa.

-¿Nosotros? –preguntó Alexander sorprendido. Ambos se sonrojaron.

Era extraña la situación. Fue como si a dos hombres heteros les hubiese dicho que se besaran. Se quedaron allí sin saber qué hacer. Me giré levemente y bajé mi pantalón hasta los muslos.

-Quién no lo haga, no obtendrá esto –y a continuación me di una nalgada, para luego subir de nuevo mi pantalón.

Se miraron un poco contrariados, buscando la respuesta en los ojos del otro. Hubo una conversación sólo con la mirada, donde ambos intentaban convencerse de hacerlo. Fue Fernando quién dio el primer paso, y se acercó frente a Alexander. Éste último, con la mandíbula y los brazos muy tensos se acercó a Fernando, quien elevó su rostro dispuesto a hacerlo. Mi corazón latía aceleradamente, sintiéndome como un niño en Disney World, disfrutando de esa morbosa e inesperada escena.

Alex se inclinó levemente y estiró sus labios. Sentí que me correría cuando sus bocas se juntaron, y Fernando lo notó. Fue así que cuando Alexander iba a apartarse para darle fin a ese frío beso, lo tomó de la nuca y volvió a unir sus labios. Alex se sorprendió ante ese movimiento, pero al ver que lo disfrutábamos se dejó llevar. Fue extremadamente impresionante ver la unión de sus bocas, contrastando ambas formas diferentes de besar.

-Ya, suficiente –dije luego de que pasaran varios segundos. Ambos se separaron como si despertaran de un sueño-. Creo que les gustó más de lo que creían.

-No estuvo mal –dijo Fernando, quién a diferencia de Alexander, estaba un poco más entregado a la situación.

-Fue… Diferente –expresó Alex con el rostro sonrojado y mirando hacia el suelo.

-Relájate, campeón –le dije mientras masajeaba sus hombros tensos-. Olvida las leyes, olvida los estereotipos, olvida todo lo que crees saber sobre relaciones. Sólo disfruta. Disfrutémonos –remarqué mientras juntaba nuestros cuerpos con el de Fernando.

Fernando volvió a besarlo, y esta vez Alexander aceptó de forma más resuelta. Aproveché el momento para de nuevo jugar con sus penes, uno en cada mano. Fue glorioso sentir cómo esas masas calientes de carne llenaban mis palmas. Disfruté el morbo de jugar con ellas como si fueran espadas y hacerlas chocar. Frotar sus glandes y mezclar sus jugos para después saborearlos.

Sentí la mano de Alexander tirando de mi hombro, indicando que me levantara. Soltó a Fernando y comenzó a besarme, y luego fui yo quién besó a Fernando, comenzando un beso de tres. Ese beso nos llevó hasta la cama, donde quedé recostado mientras sus manos me desnudaban. En cosa de segundos quedé sin nada frente a ellos, sintiéndome libre al fin.

A continuación fueron ellos quienes se quitaron las ropas, para luego recostarse desnudos junto a mí. Acariciaron mi cuerpo, pellizcaron mis tetillas, besaron mi abdomen, haciéndome cerrar los ojos y gemir de placer. Sus pieles acariciando la mía, era como si flamas me besaran. Fernando me besó mientras Alexander bajaba dando lamidas por mi vientre hasta llegar a mi pene.

Vi la sorpresa en el rostro de Fer cuando Alexander comenzó a chupármela con maestría. Quizás creía que ese tipo de cosas no la hacía alguien como Alexander, pero ahora veía que sí. Descendió hasta mi pene y esperó su turno. Al cabo de unos segundos, la saliva de ambos escurría por mis testículos. Cerré los ojos para disfrutar de las atenciones que sus lenguas hacían en mi verga y sobretodo en mi glande.

Abrí los ojos cuando sentí que al mismo tiempo levantaban mis piernas, uno a cada lado, dejando mi agujero expuesto. Fernando se veía ansioso por reencontrarse con mi culo, tanto su mirada como lo dura que estaba su verga me lo decían. Pero fue Alexander quién atacó primero, dejando que Fer sostuviera mis piernas. Gemí cuando la lengua de Alex rozó mi centro. Lo sentía más intenso que antes debido a la adrenalina del momento. Y fue más intenso cuando Fer se acomodó y comenzó succionar mi glande al ritmo de la comida de culo.

-¿Puedo…? –dijo luego de un rato Fernando. Alexander se detuvo y le cedió el lugar.

En menos de un segundo Fer enterró su cara en mi agujero. Gemí por el gusto y la sorpresa. Alexander sonrió.

-Con calma, chico. Meterás toda tu cara dentro –bromeó.

Fernando jadeaba mientras me comía el culo, sin dejar de lamer ningún milímetro. Cuando la saliva chorreaba por entre mis nalgas, sentí su dedo hacer presión. Me removí ansioso por tenerlo dentro. Me encantaba la combinación de los dedos dentro y la mamada. Poco a poco se fue deslizando el primero, y no pasó mucho tiempo cuando metió el segundo. Los metió y sacó, y por momentos los giraba.

-Si sigues haciendo eso… me voy a correr –le advertí.

-Entonces sigue –le animó Alexander, para luego atacar mi glande.

Fernando lo miró de forma cómplice y me dirigió una mirada traviesa. Comenzó a mover sus dedos rápidamente y arrancándome gemidos de placer. Mi respiración comenzó a hacerse rápida y superficial, y mi corazón se sacudía en mi pecho con locura. La fricción de sus dedos en mi próstata se coordinó con las succiones en mi glande de Alexander y comencé a correrme con brutalidad. Sentí mis huevos retorcerse y expulsar grandes cantidades de semen en la boca de Alexander.

Quedé casi sin aire sobre la cama, recuperándome del intenso orgasmo, mientras observaba que Fernando se levantaba y se acercaba a Alexander, juntándose en un beso con el cual compartieron mi corrida. Un beso de varios segundo, en el cual de sus labios caían hilos de semen y que posteriormente con sus lenguas recogían. Gracias a escenas así fue que no tardé en recuperarme y volver a tener la verga dura.

Sonreí al ver sus rostros luego de que se separaron. Mordí mi labio inferior, estiré mis brazos y abracé mis rodillas para acercarlas a mi pecho.

-¿Quién será el primero? –pregunté morbosamente mientras les ofrecía mi agujero. Ambos se vieron en una batalla de miradas. Alexander sonrió.

-Después de ti –le dijo a Fernando, quién se sorprendió ante el gesto-. Yo me lo cogí anoche, y todos estos meses. Así que te sedo el primer lugar esta vez.

-Gracias, supongo… -contestó Fernando un poco aturdido.

-Pero déjame preparártelo, que con dos dedos no es suficiente para ese pedazo que tienes –observó. Me calentó escucharlo referirse al pene de Fernando, y que reconociera que tiene un tamaño considerable.

Mientras miraba a Fernando a los ojos fue metiéndome los dedos. Mordí mis labios por lo excitante del momento, pues ninguno dejaba de mirar al otro. Alexander sacó sus dedos y los llevó hasta su pene de donde extrajo una gran gota de pre-semen. Volvió a meterlos con firmeza hasta los nudillos y gemí. Los sacó nuevamente, pero esta vez llevó tres dedos hacia el pene de Fernando, donde con su mano libre extrajo otra gran cantidad de pre-semen para luego untarlo en mi agujero y conseguir deslizar sus dedos. Todo eso sin perder la conexión visual con Fer.

-Todo tuyo –le dijo a Fernando mientras le hacía un guiño. Se cambiaron de lugar.

-¿Crees que será suficiente con tres? –preguntó mientras metía dos dedos. Si no fuera por mi culo, sentiría que no estaban enterados de que yo estaba allí.

-Mi bebé aguanta todo –dijo Alexander mientras se acercaba para meter dos más. Gemí. En ese momento ambos me miraron con fuego en los ojos, mientras metían sus dedos hasta los nudillos. Sentí mi agujero al límite.

Al mismo tiempo los sacaron y rápidamente fueron reemplazados por el pene de Fernando.

-¡Ah! –me quejé. Sentí una punzada en todo el trayecto. Una punzada dolorosa pero a la vez muy placentera. Me sentí lleno… lleno por Fernando. Él también gimió y puso sus ojos en blanco cuando su pelvis chocó contra mis nalgas.

Con su movimiento pélvico revolvió mi interior provocando agradables sensaciones en mi cuerpo. Comencé a gemir en voz alta y la boca de Alexander fue a silenciarme. Mis quejidos fueron ahogados en su boca, mientras Fernando daba rienda suelta a su lívido taladrándome sin piedad. Fueron embestidas rápidas y fuertes que me hacían chillar de gusto, y que desahogaban todo el tiempo que él llevaba esperando esto.

Cuando pensé que se correría salió de mi culo y resopló.

-No quiero eyacular aún –me dijo-. Quiero disfrutarlo más.

-Yo sé cómo lo disfrutaras mejor –dijo Alexander mientras se acercaba a él con caminada de macho dominante. Se puso detrás de él y lo tomó del cuello para llevar su cara hasta mi culo-. Dale amor al culito de mi chico.

Fernando de forma obediente comenzó a lamer mi agujero, a la vez que Alexander se ponía a sus espaldas y se inclinaba para quedar frente a su culo. Fernando me miró sorprendido, pero le sonreí y le hice un guiño.

-Te gustará –le aseguré.

Alexander lo nalgueó y le ordenó que siguiera comiéndome el culo. Posterior a eso, le separó sus nalgas y le echó un ojo a su agujero.

-¿Qué esperas? –le pregunté expectante.

-Sólo memorizo el antes, para compararlo con cómo le quedará después de que se lo destruya –respondió con esa voz gruesa y aterradora que tanto me excitaba. Noté que a Fernando se le erizó la piel pese a que no dijo nada al respecto-. Por cierto, tienes buen culo.

-Lo sé –respondió Fernando con media sonrisa-. Diego podría darte más detalles de él.

-Vaya, vaya –sonrió Alexander-. Así que no eres virgen… Bueno, eso me ahorra ser delicado.

Sus ojos brillaron con maldad, y Fernando guardó silencio mientras seguía en lo suyo. Alexander se inclinó y comenzó a devorar el culo de Fernando. Sus gemidos se ahogaron entre mis nalgas. Me relajé y cerré los ojos para disfrutar de su lengua en mi agujero, escuchando de fondo sus gemidos y las lamidas que Alexander le propinaba al culo de Fernando. 

Por un momento me relajé tanto que ya no tenía noción del tiempo. Sólo volví a la realidad cuando vi a Alexander moviéndose y el ruido de su piel aplaudiendo contra las nalgas de Fernando llegó a mis oídos. Me calentó mucho ver a Alexander follarse a Fernando. Saber que la verga que me follaba estaba dentro del culo que yo alguna vez me follé fue extremadamente morboso.

-Métemelo – le pedí a Fernando, quién gemía de gusto y dolor. Salió de su trance y se acomodó, mientras Alexander hacía maniobras para no dejar de ensartarlo.

Cuando su pene entró se dejó caer sobre mí para que Alexander pudiera embestirlo con más comodidad. Nuestros cuerpos chocaban sincronizados en una vorágine lujuriosa y morbosa. Alex lo penetraba con tal intensidad como si a través de su culo quisiera atravesarlo y penetrarme a mí. Los tres gemíamos de gusto, llenando la habitación de jadeos sexosos.

-Ah… Ah… ¡Ah! –comenzó a gemir Fernando-. ¡Me corro!

Alexander aceleró las embestidas mientras Fernando más gemía. Las estocadas profundas de Fernando y su rostro de placer me condujeron a que fuera yo el siguiente en correrme. Abrí la boca para gemir, y de inmediato los dedos de Alexander me llenaron. Me miró con morbo mientras penetraba a Fernando, observando mis gestos de placer al correrme. Chupé sus dedos para acallar mis gemidos, pero fueron los de él los que continuaron. Gruñó de gusto mientras llenaba de semen el culo de Fernando quién ya estaba reventado de tanto sexo.

-¡Oh, Dios! –dijo finalmente Alex, para luego caer sobre Fernando y sobre mí.

Los tres quedamos convulsionando de gusto. Mis piernas estaban adormiladas y mi culo ardía como el sol. Mi agujero luchaba por cerrarse pero el pene de Fernando seguía allí atorado, todavía liberando las últimas gotas de su corrida. Cuando recuperamos las energías salieron sobre mí y me acurruqué entre ellos.

-Fue maravilloso –dije. Un calosfrío recorrió mi columna al sentir el semen caliente de Fernando escurrir por entre mis nalgas.

-Increíble –sonrió Fernando.

Lo miré sintiendo un enorme gusto al verlo sonreír con incredulidad. No pude resistir las ganas de acercarme a él y abrazarlo. Acto seguido, Alexander se nos acercó y nos envolvió a los dos entre sus brazos.

-Creo que podría acostumbrarme a esto –confesó.

-Yo también –coincidió Fernando-. Aunque…

“Toc-Toc-Toc”. Se escuchó en la puerta de entrada, y todo se volvió oscuro. Abrí los ojos sintiéndome atontado. Me encontraba en mi habitación, la cual tenía un brillo anaranjado debido a que ya estaba atardeciendo. Tenía una enorme erección en mi pantalón con una gran mancha de humedad. Todo había sido un sueño. Me había quedado dormido mientras ordenaba mi cama.

Escuché de nuevo el llamado de la puerta. Me quité la ropa sucia y me coloqué el pantalón del pijama. Caminé por el living y abrí. Era Tomás.

-Necesito hablar contigo –dijo entrando de pronto.

-¿Qué sucede? –pregunté preocupado.

-¿Te dijo algo Alexander? –preguntó estudiando mi expresión.

-¿Decir qué? –Inquirí sin entender nada-. Lo vi después de salir de clases pero no pudimos hablar.

-Bueno, mejor así –dijo. Luego me miró avergonzado-. Nos besamos… Es decir, lo besé. Perdón. Él se enfadó mucho y… Quise decírtelo porque…

-No tengo tiempo para eso –dije sintiéndome choqueado y algo extraño debido a la noticia.

-Pero, Diego…-.

-Nos espiaste, ¿cierto? Anoche… -no respondió. Y su silencio dijo todo.

-Me gusta… -me confesó.

-Si lo quieres, quédatelo –le dije-. Ahora sal de mi casa, no quiero hablar de esto ahora.

Con su rostro en completa confusión, se dirigió a la salida. Cerré la puerta y lloré. Después de tanto drama en tan poco tiempo, creí haber llegado a la mejor decisión. Pero sería asunto para otro día. En ese momento, sólo quería seguir durmiendo…

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